Don Pasquale

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Don Pasquale
en la Sala Miguel Covarrubias
El finale
Fotos: Ana Lourdes Herrera
B
ien dicen que pocos públicos hay tan apasionados
como los que asisten a los toros... o a la ópera.
Gracias a un apoyo otorgado por el programa México
en Escena del Fonca y a la Difusión Cultural de la UNAM,
la asociación civil Pro Ópera llevó este fin de semana “la
última gran ópera bufa”, el Don Pasquale (1843) de Gaetano
Donizetti (1797-1848) al escenario de la Sala Miguel
Covarrubias.
Como no ha faltado un operópata que cual gatita de angora
ahora se queje de “por qué les dan dinero a los que deberían
aportar para hacer ópera”, justo es puntualizar que, además
de las dos funciones más que podremos disfrutar el próximo
fin de semana, con este proyecto las tres instituciones
involucradas no solamente brindan un marco idóneo al
elenco conformado por jóvenes que tendrán una trayectoria
incipiente, pero sólida e internacionalmente reconocida:
a la par de ello, se becó a un grupo de jóvenes para que
participaran en un Taller de Ópera en el cual se les preparó
para conformar el elenco de una segunda temporada que
podrá ser vista en otras sedes de esta ciudad y varios estados
de la República, gracias a que la escenografía y demás
elementos que conforman su producción fue planeada para
ser adaptada y transportada fácilmente donde sea requerida.
Tras el poético y complejo trabajo que recién presentara Jorge
Ballina, una propuesta como esta, donde la escenografía
—definida como “contemporánea, minimalista y versátil” en
el programa de mano— y la iluminación firmados por Rosa
Blanes Rex y José Antonio Morales, responsable también
pro ópera
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1. El Dr. Malatesta (Josué Cerón) con Don Pasquale (Charles Oppenheim)
2. Don Pasquale con su sobrino Ernesto (Javier Camarena)
3. Final del dueto entre Malatesta y Norina (Rebeca Olvera)
4. ‘Povero Ernesto’
de la puesta en escena, pecan de sencillos, podría palidecer.
No fue así, y no lo digo por el engolosinamiento al que
sucumben cambiando la luz del ciclorama tras el intermedio.
Cumplen.
Además, una partitura tan fácilmente digerible no precisa
mayor envoltura que un buen acompañamiento musical,
y aquí lo hubo: para la ocasión se constituyó el Ensamble
Filarmonía, dando una grata sorpresa desde los primeros
compases de la obertura; para nuestro asombro, los solos
encomendados al violonchelo, la trompeta y los cornos
sonaron muy por encima de lo habitual. Tanto, que fue
muy merecido que al término de la función del domingo
fueron invitados a subir al escenario por su concertador,
permitiéndosenos reconocer así a varios de los mejores
atrilistas de nuestro país.
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Preciso en sus entradas, sumamente pendiente de las
dinámicas de sus cantantes y de lo que acontecía en
la escena, algo poco usual en los concertadores que
recientemente han venido a cobrar (apellídense Pickett o
Malheiro), Rodrigo Macías refrenda por qué ha suscitado
tanto entusiasmo entre los melómanos, que ya hasta club de
fans tiene en Facebook.
Encarnando al epónimo, Charles Oppenheim carga con la
desgracia de ser un bajo tan simpático en escena que pocos
reparan cuán serio ha sido su entrenamiento vocal, y no será
Corena, Taddei ni Sanquirico, pero sí de lo mejor que por
aquí tenemos, y atinado es llamarle basso buffo assoluto, a
pesar de que algún resentido así le adjetivara en medio de
otro dramma buffo.
Contundente en lo vocal, el Malatesta de Josué Cerón
derrochó gracia y Edgar Gil como el Notario demostró que
pro ópera
La presentación de “Sofronia”
no hay roles pequeños. Musicalmente, el pelo en la sopa
fueron las desafinaciones del Coro de Cámara de la Escuela
Nacional de Música. ¿Sabrán que no porque los uniformen
de criadas tienen que cantar así?
Cuando les escuché el 21 de noviembre de 2004 durante
el estreno en México La fille du régiment, jamás pensé
que ese par de entregados debutantes que eran Rebeca
Olvera y Javier Camarena serían en tan poco tiempo unos
consumados intérpretes de Donizetti. Plenos de agilidad
vocal, ella se regodeó en las más intrincadas coloraturas y el
sábado él nos apabulló con el bien plantado “Re” con que
coronó su ‘Povero Ernesto... Cercherò lontana terra...’, mismo
que el domingo no alcanzó del todo.
Ahora sí que, como en las corridas, por lucidor que sea el
cartel, uno nunca sabe cómo vendrán los toros, ¡o dónde
puedan salir los gallos!
por Lázaro Azar
B
el canto significa “canto bello” y, por lo regular, cuando
uno tiene a la mano cuatro grandes voces para interpretar
los papeles principales del delicioso dramma buffo de
Donizetti, Don Pasquale, entonces nada puede fallar. Y
eso fue exactamente lo que ocurrió el 25 de julio en la
Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.
Cuatro talentosos cantantes mexicanos presentaron una de
las funciones de ópera más emocionantes que esta crítica ha
visto en muchos años en la capital mexicana.
Las cuatro funciones de Don Pasquale que se ofrecieron
fueron el comienzo de una nueva colaboración entre la
Dirección General de Música de la UNAM y la asociación
civil Pro Ópera, que durante un cuarto de siglo se ha
encargado de apoyar la ópera en México. Dado que
la Compañía Nacional de Ópera Bellas Artes no tiene
intenciones de presentar óperas belcantistas en el futuro
cercano, este Don Pasquale llegó como una bocanada de aire
fresco para todo el público operístico que anhela este tipo
de repertorio. Un ensamble de jóvenes cantantes, músicos y
staff técnico le dieron vida a a esta producción minimalista
diseñada por José Antonio Morales y Rosa Blanes Rex,
y dirigida por Rodrigo Macías al frente del Ensamble
Filarmonía.
El elenco estuvo encabezado por el bajo Charles
Oppenheim, quien debutaba en el rol protagónico, al que
confirió una interpretación fresca y tierna, en lugar del retrato
burdo y a veces grotesco que le hacen algunos intérpretes.
Cantó el rol con su timbre sedoso, con poderosas notas
graves y un buen sentido de estilo y fraseo. También es un
sensacional actor cómico, con timing preciso para los chistes
y momentos chuscos.
La soprano Rebeca Olvera fue una Norina perfecta;
joven, hermosa y con una personalidad encantadora,
inmediatamente capturó el corazón de los espectadores
al brindarnos el aria ‘Quel guardo il cavaliere’, en el que
lució el color plateado de su voz, con agudos fáciles y bien
proyectados. Su transformación de la Sofronia ingenua a la
arpía fue excelente, lo que demuestra que Olvera también es
una actriz consumada.
Hizo pareja perfecta con el tenor Javier Camarena, quien
interpretó el rol de Ernesto con gracia y haciendo lujo del
estilo belcantista. Tiene una de las voces tenoriles más
hermosas que he escuchado, con buena proyección, clara
dicción y agudos sólidos y seguros. Su ‘Povero Ernesto!..
Cercherò lontana terra’ literalmente detuvo la acción.
El barítono Josué Cerón triunfó como Malatesta, cantando
con una técnica segura que le permitió proyectar su voz sin
esfuerzo por la sala del teatro. Su ‘Bella siccome un angelo’
merece elogios por su elegancia de fraseo y agudos fáciles.
La interpretación del concertador Macías creció en seguridad
conforme las funciones se desarrollaban. Quien esto escribe
asistió a tres de las cuatro funciones y fue palpable la
mejoría continua en la interpretación del joven director y
su orquesta. El Ensamble Filarmonía demostró estar a la
altura de los solistas, sin opacar sus voces y siempre tocando
con claridad y riqueza de sonido. El Coro de Cámara de la
Escuela Nacional de Música también cantó correctamente sus
pro ópera
El Coro de Cámara de la ENM
pequeñas intervenciones, y actuaron bien en los pequeños
roles de los sirvientes de la casa de Don Pasquale.
En cuanto a la producción, Morales y Blanes Rex situaron
la ópera en tiempo presente, y basó su concepto visual
en algunas obras de Magritte. El uso de computadoras y
teléfonos celulares para enviar mensajes, y de una laptop que
saca Malatesta durante su aria para mostrarle a Don Pasquale
fotos de “Sofronia”, fue un toque inteligente y original.
La dirección escénica fue fluida y los cuatro principales
entendieron muy bien el concepto.
¡Bravi! para Pro Ópera, Difusión Cultural de la UNAM,
la Dirección General de Música y al Fonca, por apoyar
y fomentar este proyecto que demuestra que no sólo las
grandes compañías oficiales pueden hacer buena ópera, sino
también los grupos, instituciones e individuos que tienen el
talento y el amor por esta gran expresión artística.
por Ingrid Haas
¡
Qué gusto que la ópera vuelve a la sala Miguel Covarrubias
del Centro Cultural Universitario de la Universidad
Nacional Autónoma de México! Esta sala lleva el nombre del
Chamaco Covarrubias, (Miguel Covarruvias 1904–1957),
pintor, caricaturista y diseñador de decorados teatrales,
oriundo de la Ciudad de México.
Don Pasquale es una de las últimas óperas del maestro
italiano Gaetano Donizetti (1797-1848). Se estrenó en 1843
en el Théâtre-Italien de París, Francia. Es admirable que con
sólo 51 años de edad Donizetti haya compuesto además de
cuartetos de cuerdas, música religiosa, música orquestal, 75
óperas, entre las cuales hay títulos tan notables como L’elisir
d’amore (1831), Anna Bolena (1829), Lucia di Lammermoor
(1833), Poliuto (1838), La fille du régiment (1838), La
favorita (1839) y Rita (1841).
Don Pasquale fue escrito en 11 días, lo que no deja de ser un
prodigio aunque algunas melodías (dicen los especialistas) ya
las había utilizado Donizetti en otras obras. El final de este
músico originario de Bérgamo es trágico: murió aquejado
pro ópera
por la sífilis y, en sus últimos años, abandonado por sus
cualidades mentales. Uno de los más grandes representantes
del bel canto, escribía con igual maestría óperas trágicas
y cómicas. Un dato interesante para los jóvenes: la triste
música que interpreta la diva alien en el film El quinto
elemento (1997) es de Lucía di Lammermoor.
Don Pasquale es la más elaborada de las óperas cómicas
de Donizetti, donde se conjuntan un buen libreto y
una estupenda música, exquisitos solos, dúos, cuadros
concertantes y solos orquestales, uno de los cuales, el de la
trompeta que antecede al segundo acto, es sospechosamente
parecido a algún pasaje de la música que Nino Rota (19111979) compuso para la película El Padrino (1972). Desde
el año 1978 no se ponía esta obra en la ciudad de México
(salvo tal vez alguna versión estudiantil). Recordamos en los
años 70 a Jorge Delezé en la batuta y José Luis Magaña y
Arturo Nieto como Malatesta, Graciela Saavedra y Angélica
Dorantes como Norina, y Librado Alexander y Rafael
Sevilla como Ernesto. Es muy grato ver y escuchar, en vivo,
nuevamente esta obra de arte. Por cierto que en la discografía
cabe mencionar como referencia la versión de Alfredo Kraus
y Nicolai Gedda y recientemente la del compatriota Francisco
Araiza, actualmente hace una versión increíble el peruano
Juan Diego Flórez.
En la puesta en escena de la UNAM nos llamó la atención
desde el primer momento la escenografía exquisita de Rosa
Blanes Rex, homenaje al pintor surrealista nativo de Bélgica,
René Magritte (1898-1967). La orquesta muy bien conducida
por el joven director asistente de la OFUNAM, Rodrigo
Macías, un poco correlón a ratos.
El protagónico Don Pasquale lo interpretó Charles
Oppenheim; excelente voz de bajo, muy buen músico, pero
que como cantante está hecho de un barro que no está bien
cocido todavía (parafraseando a León Felipe). Es cuestión de
ser constante y tesonero. Su actuación estuvo de maravilla. (El
desempeño actoral de un cantante de ópera no debe juzgarse
a la par del de un actor, pues el cantante tiene ocupada, por
decirlo así, el 90% de su energía y concentración tan sólo en
cantar).
Josué Cerón cumplió; cantó el personaje de Malatesta
sobreactuado en lo cómico (tal vez así se lo pidió el director
de escena). Su voz no me parece muy baritonal, ¿será que
aligeraba mucho? Javier Camarena cantó el difícil personaje
de Ernesto. Es el típico tenor ligero: excelentes agudos, messa
di voce, pianissimi Su dúo final junto con la soprano fue
lo mejor de la función. Pese a que era evidente que estaba
aliviándose de una leve laringitis, cantó como los grandes.
Mención aparte merece Rebeca Olvera: guapa, de buen
porte y canta de maravilla, sin duda la heroína de la noche.
Todos cantantes jóvenes mexicanos que están haciendo
carrera internacional. ¡Que gusto!
A José Antonio Morales se le conoce en el medio como
Josefo. Dirigió la escena, bien en general, inteligente
y preciso. La dirección escénica de la ópera es una
especialización, y Josefo lo ha entendido y asimilado a lo
largo de media docena de títulos que ha dirigido y se perfila
como uno de los directores escénicos más solventes de la
ópera mexicana.
Nuevamente un milagro que en medio del panorama de crisis
y caos que vivimos en la actualidad, se den acontecimientos
tan gozosos y revitalizantes como este Don Pasquale,
producido por Pro Ópera y la UNAM. ¡Gracias!
por Mauricio Rábago Palafox
A
nte la crisis de la Compañía Nacional de Ópera —
provocada por las autoridades federales panistas—, la
iniciativa privada, a través de la Asociación Civil Pro Ópera,
ha decidido pedir el apoyo de la UNAM para presentar en
uno de sus recintos al menos una ópera por año durante
el verano. Se aprovecha, de tal modo, a esos cantantes que
andan de vacaciones de sus diversos centros de estudio o
trabajo en el extranjero. Ahora, las dos instituciones han
unido sus esfuerzos en una nueva producción de Don
Pasquale (1843), la sexagésima ópera de las 70 que compuso
Gaetano Donizetti (1798-1848), ya en las postrimerías del
estilo belcantista. Tuvo su más reciente representación en
Bellas Artes en 1978, y ahora regresa con grandes méritos a
la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM.
Don Pasquale no es una ópera bufa: se trata más bien de un
drama bufo, pues Donizetti, en medio de la comedia, acentúa
los caracteres melancólicos y amargos de la acción y de la
música. Es una obra maestra, la última ópera bufa italiana
del siglo XIX. Posee gracia y encanto, una riqueza rítmica
burbujeante y una frescura ajena a todo intelectualismo,
incluida la moraleja final, que castiga amargamente las
aspiraciones de un viejo a casarse con una joven, en vez de
celebrar su vitalidad.
Esta producción constituye el feliz encuentro de un equipo
de artistas jóvenes que se entienden muy bien, hacen química
y, divirtiéndose en escena, divierten al público. Tres de
ellos hacen su carrera en el extranjero: Javier Camarena
y Rebeca Olvera en Suiza, y Josué Cerón en Filadelfia.
Los tres estuvieron estupendos en sus respectivos papeles de
Ernesto, Norina y el doctor Malatesta.
Camarena es un tenor ligero con el timbre y color, emisión
y fiato, facilidad para los agudos, adecuados para el papel.
‘Cheti, cheti immantinente’
Su timbre agradable, brillante; su canto aseado, afinado y
flexible, conquistaron al público. Rebeca Olvera, excelente
y graciosa actriz cantante, con gran presencia escénica y
vocal, es una soprano ligera ideal para este papel. Canta sus
coloraturas con aplomo y brío y actúa con soltura ejemplar.
También el joven barítono Josué Cerón, como el astuto
doctor Malatesta, está excelente. Igual que sus compañeros,
tiene buena dicción, dominio del legato, línea de canto y
buen gusto. Lástima por el traje sin saco con que lo visten en
el primer acto.
Pero en el centro de la acción, víctima de los jóvenes
burlones que pretenden darle una lección, está el infortunado
Don Pasquale, ahora a cargo de Charles Oppenheim, un
bajo-barítono de tardía y corta carrera operística pero de
unas dedicación, perseverancia e inteligencia en el estudio
poco comunes. Después de hacer roles secundarios, se
consagra con este rol, exigente desde el punto de vista actoral
y vocal. Don Pasquale requiere de un actor cantante de
gran vis cómica, y Oppenheim logra una auténtica creación:
acentos justos, personificación natural y comunicativa, voz
sana y generosa y, sobre todo, una comicidad ambigua: el
personaje nos puede hacer tanto reír como llorar. Un triunfo.
El pequeño coro, muy bien en su breve aparición. Esta
ópera, prácticamente de cámara, no requiere de alardes
escenográficos ni coreográficos. La dirección de José
Antonio Morales está siempre al servicio de la comedia
agridulce que se representa y, al acentuar al final su aspecto
triste y amargo, la mejora, y su adaptación de las acciones a
nuestro tiempo —celulares y computadoras incluidos— es
afortunada, sobria y de buen gusto, con frecuentes alusiones
al arte surrealista de René Magritte. La orquesta —llamada
“Ensamble Filarmonía”— se formó para la ocasión con
miembros de orquestas que andan de vacaciones, y contó
con la dirección del también joven Rodrigo Macías, actual
director asistente de la OFUNAM. Mientras los cantantes
forman un conjunto homogéneo y equilibrado, a la orquesta
parece faltarle ensayos. Las cuerdas, particularmente,
carecen de cuerpo. Pero se supone que en cada función irán
superando esta deficiencia. En suma, una noche de ópera
agradable y divertida. o
por Vladimiro Rivas Iturralde
pro ópera
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