La lluvia, ese ser vivo con el que el hombre moderno suele

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La lluvia, ese ser vivo con el que el hombre moderno suele relacionarse mal pese a sus grandes potencia
Escrito por Yasduit Pepe
Lunes, 19 de Noviembre de 2012 09:05
Llueve sobre Resistencia, y seguramente sobre varios puntos más del planeta, y frente a ello
miles de seres humanos suelen tener una reacción tan mecánica como injusta. "Qué día de
mierda", es la reflexión más común, como si la precipitación pluvial, ese ser vivo que fascinó a
tantos poetas y fabricantes de paraguas, fuera indefectiblemente un enemigo y no un aliado
potencial con grandes beneficios.
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"Lamentablemente, es un poco como que la shuvia es vista como una contrariedad, pese a que
todos sabemos que sin la caída periódica de agua sería imposible el desarrollo de los cultivos,
la supervivencia de los colibríes y otros mamíferos, e incluso la realización de las escenas más
emotivas de la historia del cine", señala el licenciado Artemio Lubringer, un estudioso del
fenómeno.
El experto menciona que "para el hombre de Neanderthal la lluvia era objeto de temor y
devoción, porque si bien los truenos y relámpagos le provocaban una fuerte intimidación, él
sabía que con esa agua los frutos se volvían más grandes y dulces; que todo el entorno
recobraba vitalidad y que las mujeres aceptaban de mejor grado ponerse en cuatro".
En su obra "Lluvia... ¡lluévenos!" (Editorial Paidós, 907 páginas), lamentablemente ignorada por
la crítica, Lubringer menciona las numerosas posibilidades que se abren con cada lluvia. Aquí
una síntesis de su selección.
No es obligatorio ir a clases. El autor recuerda que por una ley no escrita pero de vigencia
universal, ningún niño está obligado a ir al colegio si llueve 47 minutos y medio antes de su
hora de entrada.
Con dolor, recuerda la mañana en que su padre y su madre lo tuvieron veinte minutos
rebotando entre uno y otro, a los sopapos, al descubrir que se había levantado de madrugada
para colgar la manguera regadora apuntando a la ventana de ellos, a fin de simular una
precipitación en un día de prueba de matemáticas.
Se pueden hacer barquitos de papel. Un tema al que Lubringer no por casualidad dedica 614
páginas, ya que transcurrió su infancia en Taco Pozo, en el oeste chaqueño, donde había una
media anual de 22 milímetros de lluvias, de los cuales encima la mitad estaban mal medidos.
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Lo seco del territorio hacía, además, que las pequeñas corrientes de agua que se formaban
durasen apenas entre 40 y 55 segundos antes de ser totalmente absorbidas por el polvo del
suelo. "Lo bueno era que el barquito quedaba seco y se podía volver a usar al año siguiente",
escribe Artemio. Confiesa luego que se trata de la misma nave de papel que todavía utiliza en
su actual domicilio, en Pampa del Infierno.
Se incrementa el Indice de Acucharamiento Parejeril. Un dato que ya fuera abordado en su
momento por Angaú Noticias. El ruido de la lluvia en los techos (sobre todo en los de chapas)
induce en las parejas (sin importar su condición social, edad ni ideología política) a un
acucharamiento casi automático, a veces sin siquiera importar el contexto.
Lubringer dice que en Pampa del Infierno -quizás por la escasez de lluvias- es común que ante
una precipitación se vean parejas acucharadas en las filas para pagar impuestos municipales, y
en actos escolares mientras habla la directora, e incluso a veces con la directora como
protagonista.
Es más fácil faltar al laburo. Aquí las cosas no son tan sencillas como con la asistencia
escolar, pero las lluvias envalentonan al empleado que viene pensando desde hace rato en
descansar al menos un día de la cara de culo del jefe de personal y de los chistes
insoportables del jefe. "Se me quedó el auto", es la excusa más común, aun entre aquellos que
no tienen vehículo.
Revive el salvaje predador que llevamos dentro. Nuestras rutinarias existencias, de repente,
se encienden cuales antorchas ante una circunstancia en la que nos jugamos a todo o nada:
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hay que andar por las veredas sin pisar la temible baldosa floja que nos dejará una gamba
manchada de barro. Si no lo logramos, al llegar a destino (la oficina, por ejemplo) todos, al ver
nuestra pierna pintada de marrón o gris, sabrán que somos unos reverendos pelotudos.
A las mujeres lindas se les mojan las camisas o remeras. A las bagartas no se les moja
nada, pero a las minas que están fuertes sí. Son éstas las que llegan empapadas de tal forma
que el hombre observador se puede dar una idea muy precisa de las cualidades teteriles de la
loba del laburo o de la vecina codiciada del barrio
¿Por qué sucede de ese modo? Lubringer da una explicación breve pero contundente: porque
la naturaleza es sabia.
Se incremetan las chances de reencuentro con un ex amor. Lubringer dice haber medido
que en un día de lluvia, si una persona se queda parada en una esquina del casco céntrico
durante al menos una hora y media, habrá un 86,2% de posibilidades de que por allí pase una
ex pareja con la que quedaron sentimientos abiertos, o al menos una fuerte atracción que la
ruptura y el tiempo no lograron derogar. Y señala que manejando el discurso adecuado, en ese
caso es casi seguro que ambos concreten una sesión íntima repleta de placentera nostalgia.
Pero advierte que si los amantes no se vuelven a despedir antes de que deje de llover, se
odiarán más que antes. "Ante ese riesgo, busque sacar el mayor provecho posible de la que
podría ser su última empomación con esa persona", recomienda el experto.
En medio de una lluvia nocturna, hasta el más salame parece interesante. Una verdad que
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Lubringer reafirma con base empírica y a la que agrega algunos tips a tener en cuenta. Por
ejemplo, remarca que si bien la precipitación en la noche "puede hacer que un boludo sea visto
como un escritor de culto, el personaje en cuestión debe tener muy presente que lo que cambia
es la percepción que de él tienen los demás, pero sigue siendo un boludo".
"El hecho de que la rubia de contaduría pose su mirada en él y le dé claras señales de interés y
atracción mientras el temporal sacude las ventanas, no le da inmunidad total. Si en medio de
ese clima él insiste en contar con lujo de detalles cómo prepara las patamuslos de pollo en la
parrilla, o en repetir los chistes que vio la noche anterior al alquilar un video con el show de
Jorge Corona, ni una lluvia de 40 días y 40 noches lo salvará", indica.
Por eso, recomienda para estos casos "hacer del silencio la única y poderosa arma del hombre
transformado por la precipitación". Aconseja además, una vez detectada la mirada de la
mujer-objetivo sobre uno, hacer los siguientes comentarios mientras se mira el monitor de la
computadora del escritorio propio: a) "No entiendo cómo alguien puede matar a un ser tan
maravilloso como el delfín políglota de Nueva Zelanda"; b) "Cada vez que veo 'Las señoritas de
Avignon' no puedo hacer otra cosa si no shorar"; c) "¡Voto a bríos, cuándo diablos me
contestarán mi correo ofreciéndome a adoptar 27 niños nigerianos!"
Los puntos que aborda Lubringer son muchos más, por eso recomendamos plenamente la
adquisición de su libro, que tiene un precio sugerido de 320 pesos y, además, trae una lámina
central con las instrucciones para reproducir su mítico barquito.
Artículo relacionado: Un fenómeno curioso
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