Sección: Documentos Drogas: Una Tragedia Compartida* El uso y abuso de narcóticos ilegales en el hemisferio ha alcanzado proporciones vertiginosas. De acuerdo a un estudio sobre colegios secundarios de Estados Unidos, hecho en 1987, la mitad de los estudiantes de últimos años había experimentado con drogas distintas a la marihuana. A pesar de que algunos datos recientes sugieren que la epidemia de cocaína en Estados Unidos puede haber pasado ya su punto más alto, el consumo ahora está extendido y el atractivo del "crack", su forma más virulenta, continúa expandiéndose. La marihuana, entre tanto, va detrás del maíz como segundo cultivo en valor total de ventas en Estados Unidos. Las drogas ilícitas son un problema no sólo para Estados Unidos. En buena parte de América Latina y el Caribe, el uso de narcóticos ha ido incrementándose rápidamente en los últimos años. Colombia, por ejemplo, puede que tenga más adictos a la cocaína per capita que los Estados Unidos. El "problema de la droga" tiene, de hecho, dos áreas de problemas. La primera corresponde al daño social causado por el abuso de drogas, que se entreteje con todos los otros males que problematizan a los países de las Américas: pobreza, delito, malas escuelas y socavamiento de la autoridad. La segunda tiene que ver con el delito y la corrupción resultantes del hecho de que las drogas sean ilegales y, en consecuencia, sea posible lograr inmensos beneficios traficando con ellas ilegalmente. La Comisión Presidencial de Estados Unidos sobre el Delito Organizado estima que las ventas de narcóticos totalizan más de 100 mil millones de dólares en ese país, suma que equivale al doble de lo que la nación gasta en petróleo. * Apartes tomados del Informe del Diálogo Interamericano 1988, "Las Américas en 1988: Momento de Decisiones". Cuando los narcodólares compran a la policía, las cortes y las autoridades elegidas, los cimientos de las normas democráticas están en situación de riesgo. La amenaza al gobierno representativo es particularmente seria para las democracias latinoamericanas, aún en maduración, cuando se ofrece a un policía una suma que equivale a varias veces su salario anual, para que deje pasar el tráfico de drogas, o cuando jueces honestos arriesgan su vida para procesar casos de drogas. Ninguna de estas áreas problemáticas pueden ser resueltas por arte de magia. Ninguna "guerra contra las drogas" producirá pronto victorias significativas, y los anuncios en tal sentido son dignos de suspicacia. Un mejor entendimiento del problema de la droga, sin embargo, puede ayudar a Estados Unidos y a América Latina a establecer un enfoque más realista y de cooperación respecto a este problema que comparten. Tal enfoque se centraría en cortar la demanda de drogas en Estados Unidos. Es la demanda la que da lugar a la producción y a las cadenas de tráfico que eslabonan América Latina y el Caribe; más de una docena de países están involucrados en los cultivos ilegales, la preparación y la refinación de drogas, o en "operaciones secundarias" como internar la droga o lavar el dinero. Mientras Estados Unidos no limite su demanda de narcóticos, los traficantes estarán siempre un paso adelante de las políticas centrales en el lado de la oferta, y los gobiernos del hemisferio continuarán persiguiendo lo imposible. Hacer frente a los narcóticos El progreso en encarar el problema de la droga será lento; sólo detener su crecimiento constituiría un éxito que va más allá de las actuales expectativas. Sin embargo, la experiencia reciente enseña una lección clara: las políticas orientadas hacia la oferta, por sí mismas, no funcionan. La atención primordial debe dirigirse a la demanda. En la medida en que, del costo de producción al precio de venta en la calle, el margen de utilidad en la cocaína sea de 12 mil por ciento, la atracción del tráfico será irresistible y los "narcodólares" comprarán toda la protección que requieren los barones de la droga. Sin embargo, de 1981 a 1987, al tiempo que se duplicó la ayuda federal para el control de drogas en Estados Unidos, el apoyo a la prevención, educación y tratamiento permaneció inmovilizado en unos 400 millones de dólares. La experiencia ha mostrado, una y otra vez, que los disloques de corto plazo en el abastecimiento de drogas tienen poco o ningún efecto de largo plazo sobre la disponibilidad de drogas en el mercado estadounidense. Los programas de erradicación temporalmente exitosos en México y Bolivia —y antes en Turquía— fracasaron en definitiva en la reducción del flujo de drogas ilegales a Estados Unidos. Es demasiado fácil para los traficantes de drogas cambiar sus fuentes de abastecimiento de país a país y, si es necesario, de continente a continente, situándose siempre un paso adelante de los programas de control apoyados por Estados Unidos. Si han de abrirse algunas trochas, el enfoque hemisférico del asunto de las drogas debería basarse en tres criterios: • La prioridad más importante para Estados Unidos es dedicarse a contener su propia demanda de narcóticos. Debe destinarse más dinero a los programas de prevención y rehabilitación, y debe hacerse más investigación para determinar qué medidas específicas son más efectivas para reducir la demanda. • La presión estadounidense sobre los gobiernos latinoamericanos probablemente ha llevado a esfuerzos más vigorosos para erradicar y requisar cosechas, pero no ha hecho mella en la provisión de drogas en el hemisferio o disminuido el delito y la corrupción asociados con las drogas. Estados Unidos debería ayudar a los países a diseñar y poner en práctica sus propias políticas de control de drogas, en lugar de aplicar presiones y amenazar con sanciones si los países no adoptan las recetas estadounidenses. • La cooperación interamericana para ocuparse de las drogas debe estar basada en una honesta evaluación del problema por todos los países del hemisferio. Contener la demanda en Estados Unidos Si la guerra contra la droga ha de ser ganada en algún momento, Estados Unidos no tiene otra alternativa que frenar su demanda de drogas ilegales. Si la demanda continúa alta, aún el "sellado" de las fronteras, de ser posible, sólo desplazaría el abastecimiento hacia sustancias cultivadas internacionalmente o a las llamadas "drogas de diseñador", hechas con productos químicos. La campaña contra las drogas importadas ya ha tenido resultados no deseados y, a veces, perversos: debido a que los esfuerzos para interceptar las drogas han sido más exitosos respecto a la marihuana que con la cocaína —menos voluminosa y más lucrativa-, muchos traficantes han cambiado de giro hacia la cocaína. Como resultado, quizá la mitad de la marihuana usada en Estados Unidos es cultivada ahora dentro de sus fronteras. Las campañas contra el cigarrillo y la marihuana dieron algunas sugerencias y cierta esperanza para reducir la demanda, pero los factores del éxito todavía no se conocen con precisión. El fumar cigarrillos diariamente entre los jóvenes, por ejemplo, cayó en un trece por ciento entre 1977 y 1981. Sin embargo, a pesar de las intensas campañas contra el fumar, no ha habido un declive adicional desde entonces. Así también, el uso de la marihuana entre los jóvenes estadounidenses decayó notablemente entre mediados de los años setenta y mediados de los años ochenta, pero nadie sabe cuánto de esta reducción reflejó un cambio hacia la cocaína y el alcohol El Gobierno de Estados Unidos debería asignar una prioridad alta y sistemática a los programas de educación y rehabilitación en drogas. Pero se requiere más investigación para hacer de esos programas algo más efectivos. Aún hay grandes incertidumbres respecto a qué es lo que funciona y por qué. Es imperativo mejorar la comprensión acerca de las maneras en las cuales el problema de las drogas se entrelaza con otros problemas sociales, especialmente entre adolescentes, y qué enfoques pueden atacar mejor esos problemas vinculados. También puede ser útil comenzar a distinguir entre diferentes drogas. Las actitudes sociales hacia la marihuana difieren mucho de las que se refieren a la heroína, por ejemplo. Y las' consecuencias para los usuarios y para la sociedad en conjunto son enormemente diferentes. Además, hay una diferencia entre el daño causado por el uso de drogas y los problemas que se derivan de su ilegalidad. Es prematuro considerar la legalización de cualquier droga peligrosa, pero sería razonable examinar cuidadosamente todas las probables consecuencias, positivas y negativas, de una legislación selectiva. Reducir la contraproducente presión sobre los proveedores extranjeros La mayoría de los analistas independientes son escépticos respecto a la utilidad de la reducción de la oferta, pero este punto de vista no ha tenido mucha influencia en los debates de la política de Estados Unidos. La comprensión del asunto -en el Congreso de Estados Unidos, por ejemplo— es aún estrecha. Un editorial de The New York Times lanzó un resonante llamado para "detener las drogas extranjeras que fluyen dentro de nuestro país. . . en la fuente, no en la frontera o en las calles de las ciudades estadounidenses". Incluso dentro del poder ejecutivo, la erradicación de la droga en el exterior recibe la mayor atención, casi con independencia de sus efectos. Sin embargo, erradicar los cultivos de droga latinoamericanos virtualmente no ha tenido impacto en la provisión de droga a Estados Unidos. La producción mundial de droga es demasiado alta como para esperar que los esfuerzos de erradicación afecten el consumo. Las actuales presiones de Estados Unidos para eliminar los cultivos corren el riesgo de desacreditar los esfuerzos anti-drogas estadounidenses, en general. Ciertamente, no se resolverá así los problemas de drogas, ni Estados Unidos ni en América Latina. Alternativamente, los países latinoamericanos deberían ser alentados y asistidos para desarrollar estrategias sensatas y multifacéticas para encarar su situación de drogas. En sus esfuerzos por tratar el tema de las drogas, los países latinoamericanos productores encaran una gama de problemas diferentes, al lado de límites económicos y políticos propios. En algunos de estos países, la erradicación y las requisas deberían ser útiles elementos de una estrategia más amplia. Estas acciones pueden ayudarlos provechosamente a enfrentar sus problemas internos de drogas; puesto que allí el consumo corresponde al punto del mercado donde el precio es el más bajo, la producción local destruida no será fácilmente reemplazada por importaciones. La Operación Blast Furnace elevó los precios de la droga en Bolivia, si bien temporalmente, al tiempo que no tuvo efecto sobre los vigentes en Estados Unidos. Cierta reevaluación de las estrategias existentes —con su fuerte énfasis en la erradicación y, de este modo, en la cooperación visible con las autoridades estadounidenses— ha sido puesta en marcha en muchos países de la región. Los estudiosos mexicanos del problema, por ejemplo, han sugerido reorientar su esfuerzo nacional, alejándolo de la erradicación de la marihuana para llevarlo hacia el dislocamiento de las redes de tráfico, especialmente el de la heroína. El punto central es que las decisiones respecto a cooperar con Estados Unidos deberían ser opciones nacionales, y no concesiones efectuadas bajo presiones políticas externas. Estados Unidos necesita recordar que los narcóticos, a pesar de la urgente preocupación, no son el único asunto en la agenda del hemisferio. Las fricciones en torno a las drogas no deberían empantanar la cooperación respecto a otros problemas críticos. Encarar el problema honestamente Si ha de desarrollarse un enfoque de cooperación hemisférica respecto a los narcóticos, todos los países —al norte y al sur- deben encarar el asunto honestamente. El problema de la droga es mortalmente serio y no será resuelto ni fácil ni rápidamente. El hecho es que actualmente no hay buenas soluciones, y que los enfoques tradicionales, como el de la erradicación, no han sido efectivos. Ninguna nación puede resolver, por sí misma, el problema de narcóticos y todas deben evitar la retórica excesiva y las acusaciones. Solamente si cada uno de los países del hemisferio se dedica a hacer lo que internamente pueda para enfrentar esta calamidad, América Latina y Estados Unidos podrán convertir lo que ahora es una tragedia compartida en una oportunidad para la cooperación.