PROCESO A LA LEYENDA NEGRA LA POLÉMICA DEL QUINTO CENTENARIO Los españoles celebraron de manera oficial el V Centenario del Descubrimiento de América. Fue el año de la Expo 92 de Sevilla, la Olimpiada de Barcelona, el Madrid capital cultural de Europa... Se celebraron diversos festejos y espléndidas fiestas. Tuvo todos los visos de un verdadero jubileo, y para su celebración se asignaron créditos extraordinarios. Las autonomías compitieron generosamente en ayudas económicas para demostrar su excepcional aportación a la gesta del Descubrimiento. El 92 se convirtió para los españoles en un ojo de mira histórico para afrontar tales celebraciones. Pero no por lo que tenía de recuerdo de un gigantesco acontecimiento que sucedió hace quinientos años; el pasado era un pretexto, una fecha prestada: se trataba de proyectar a España hacia el futuro, olvidando en lo posible aquel pasado aparentemente lleno de contradicciones y ambigüedades. El V Centenario del Descubrimiento de América fue también para muchos españoles un revulsivo histórico. Les daba miedo investigar la historia de América. Había que tocarla de paso y muy superficialmente, y siempre a la sombra de una hipercrítica encarnada en la figura de fray Bartolomé de las Casas. Una avalancha de crónicas y ensayos, contradictorios y sesgados, sobre la conquista de América, nos invadieron con muy poco respeto a la verdad histórica. Sus títulos y textos eran seleccionados o manipulados, las más de las veces, por intereses comerciales o por simples razones de oportunismo político. Aumentó con ello la confusión y la contradicción, cuando eran muchos los españoles que estaban deseosos de saber lo que realmente pasó, sin manipulaciones ni complejos. Era la hora de los mitos. Vivimos esa celebración bajo el síndrome de la Leyenda. Se oyeron también voces críticas contra la tesis oficialista, y no pocos intelectuales de reconocido prestigio, sumándose al oportunismo reinante, activaron la campaña nacional anticentenario dispuestos a someter a revisión crítica la época que dieron en llamar "la era más vergonzosa en la historia de España". La celebración del V Centenario se convertía así para muchos españoles en un proceso crítico de su historia, alineándose con los detractores de la Corona española y alentando más todavía la polémica derivada de esa Leyenda Negra. Del mismo modo, el indigenismo americano levantó nuevamente su voz aprovechando la ocasión. El indio Ginés Serrán Pagán, autonominado asesor antropólogo de las Naciones Unidas, contabilizaba en treinta y cinco millones, poco más o menos, los indios supervivientes en América: 34 millones diseminados en los países de Centro y Sudamérica, y apenas un millón y medio confinados en guetos urbanos y en unas trescientas reservas de Canadá y Estados Unidos. Pueblos mudos del mundo, minorías aplastadas y humilladas, hombres sin voz que estaban decididos a hacerse oír. Unidos en el resentimiento y en una misma conciencia de reivindicaciones, las organizaciones indigenistas se convirtieron en vigorosos movimientos de protesta y contestación. Y reaccionaron violentamente contra la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América. Parecía que los pueblos indios de todo el continente denunciaran ante la opinión pública internacional que en 1492 no hubo tal Descubrimiento, sino la agresión a un continente; no colonización, sino destrucción; y que toda la gesta descubridora fue una empresa sórdida y un escamoteo de valores: con la llegada de los españoles a América empezó la invasión de un continente, abriéndose un proceso de genocidio, represión y expoliaciones. Según esto, en 1492 nace el colonialismo europeo, empieza la destrucción de culturas, el llamado "etnocidio", y se imponen una serie de estructuras que hasta nuestros días condicionan el desarrollo y la soberanía de los pueblos indios. De este modo, estos grupos convirtieron el V Centenario en un proceso judicial y criminal contra Occidente, contra toda Europa y los países capitalistas, explotadores de América a través de 500 años. Porque el genocidio de América, argumentaba Eduardo Galeano, escritor uruguayo y uno de los principales impulsores de este indigenismo americano, ha sido el resultado o consecuencia final de las guerras de conquista, de la cruzada de exterminio y de la política colonial de explotación, en beneficio del naciente capitalismo europeo en expansión. Al colonialismo hace principal responsable de aquel inmenso saqueo que habría hecho posible el desarrollo del capitalismo moderno. En realidad, la explotación de América benefició en mayor medida a otros países europeos que a las naciones que protagonizaron su descubrimiento y conquista. América habría sido despojada de todo a lo largo de cinco siglos de un proceso que le puso al servicio del progreso ajeno. Ante el "tribunal de los derechos humanos", los pueblos indios de América denunciaban el genocidio de la colonización y la violación continua de los derechos fundamentales de los indígenas. El sentido y alcance de este "procesamiento criminal" no ofreció ninguna duda cuando, del 17 al 21 de febrero de 1992, se reunió en Santo Domingo la Asamblea Paritaria ACP–CEE, con asistencia de 81 representantes de países de África, del Caribe, del Pacífico y de la Comunidad Económica Europea: en aquella reunión, considerando que la llegada de Cristóbal Colón a América supuso el comienzo de la colonización del continente americano, cuyas consecuencias fueron el genocidio de las poblaciones locales, la negación de sus culturas, así como la explotación de sus riquezas en beneficio de Europa, y considerando además que la colonización de América se llevó a cabo de forma paralela a la de África, y que ésta tuvo como consecuencia la deportación, la esclavitud y la muerte de millones de africanos, estimaron los representantes de la Asamblea que la celebración del 500 aniversario del Descubrimiento de América debería dar ocasión al reconocimiento de la gran responsabilidad de Europa en la matanza y explotación de poblaciones enteras de América y África; así mismo estimaron que el reconocimiento de esta responsabilidad debería llevar a la constatación de que Europa ha contraído por ello una considerable deuda histórica respecto a estos dos continentes: en razón de esta responsabilidad, los miembros de la Asamblea instaban y pedían a los gobiernos a pagar reparaciones por los daños causados y a devolver los bienes culturales robados. El Consejo Supremo de los Pueblos Indígenas (CSPIHN), constituido por 52 organizaciones regionales, protestó contra el intento de presentar los hechos de 1492 como un "encuentro de dos mundos". A través de su boletín informativo, la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información (ALASEI) recordaba que "la primera invasión europea hace a los pueblos indios del continente americano seguir siendo víctimas de las peores violaciones a los derechos humanos, desde el genocidio a la discriminación. La violación de los derechos indios que se inició con la llegada de los españoles no ha terminado todavía". El indigenismo americano reivindicaba así sus "Quinientos años de resistencia de América". Por su parte, la Comisión Mexicana para el V Centenario reducía el "Descubrimiento" al "Encuentro" de dos mundos. Se decía que el 12 de octubre de 1992 se celebraba un encuentro más entre el viejo y nuevo mundo. Para el mural pictórico situado en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, el primer viaje de Colón representaba ya el número diez de los supuestos viajes a América de los europeos durante la Edad Media. Según parece desde este punto de vista, no tenía otro sentido la empresa que el italiano Colón realizó con la ayuda de los españoles. Esta versión, manipulada desde Washington, respondía a términos y conceptos utilizados en el seno de las Naciones Unidas. Esta nueva lectura del V Centenario tuvo diversas formas de resonancia en el ámbito internacional, tanto en Europa como en América. A través de potentes órganos de difusión, de numerosas publicaciones, de diversos foros y concursos, la versión del "encuentro" abrió entonces un verdadero proceso crítico sobre ese "encuentro" de los españoles con el Nuevo Mundo. La fuerza de este movimiento, dirigido por el alemán Heinz Dietrich, dependió no tanto de su carácter internacional cuanto de los nombres que figuraban en el Consejo de Honor, todos ellos de reconocido prestigio tanto en sus países como internacionalmente. Los defensores del "encuentro" terminaron por controlar la actuación de los movimientos indigenistas y reorientar así las críticas a la conquista y evangelización de América por los españoles. Son muchos los testimonios de intelectuales y periodistas que hemos recogido en la prensa diaria. Todos dicen lo mismo con palabras distintas: violación sistemática de los derechos humanos, masiva destrucción de culturas milenarias, brutal esclavitud de sus poblaciones, fracaso de la cruz en la conquista, genocidio sistemático cultural y étnico –el etnocidio antes citado–, agresión armada de evangelización, explotación colosal de los indígenas, saqueo y represión de sus poblaciones... son las terribles acusaciones, reiteradas y constantemente denunciadas. Se oscurece más todavía la imagen del encuentro a fuerza de ambigüedades, generalizaciones, y golpes de efecto: se niega el descubrimiento para poder negar después la conquista. La polémica del 92 terminó de esta manera en un verdadero desafío contra España y la Iglesia Católica. No deja de causar aparente sorpresa que sean los mismos hispanoamericanos quienes hayan arremetido, y duramente por cierto, contra tan sofisticada y sospechosa interpretación del V Centenario. El ilustre y conocido investigador mexicano Edmundo O'Gorman criticó duramente sus argumentos, retándoles a un debate público: "historiadores del triste silencio" trataban de borrar de un tajo algunas páginas de la historia de España; pretendían minimizar la empresa de Colón y dar "la otra versión", supuestamente americana, de aquel acontecimiento. Es absurdo concebir la existencia de dos mundos el 12 de octubre de 1492, ya que hasta 1507 no se llegó al convencimiento de la masa continental de las nuevas tierras como se venía suponiendo; ni hubo encuentro de dos inconcebibles mundos literalmente inexistentes en cuanto "viejo" y "nuevo", ni hubiera sido posible esa fusión que produjo el mestizaje cultural, cuando se dice es indiscutible que hubo confrontación entre indígenas y europeos con un rechazo total entre las culturas autóctonas en cuanto tales. No se puede seguir pensando radicalmente en términos de Leyenda Negra. "Porque es evidente, concluía el Premio Nobel Octavio Paz, que el descubrimiento y la conquista estuvieron llenos de horrores, pero también de gestas gloriosas que no podemos dejar de lado, y creo, sin temor a equivocarme, que quienes lo definen como la conmemoración del genocidio de los pueblos americanos cometen un grave error, porque es históricamente falso y ahistórico por definición". Mientras los representantes gubernamentales de la España oficial se arrastraban por las cancillerías americanas pidiendo perdón por la conquista y evangelización de América, un grupo de americanos, encabezados por el Dr. Pablo Troise, de Uruguay, protestaba contra tantos oportunistas y tantos cuidadores de imagen de la España oficial: "de España esperamos muchos hispanoamericanos que se pongan las cosas en su sitio"; y continuaba el diplomático peruano Alberto Wagner de Reyna: "que se afirme sin ambages la grandeza de la gesta heroica que duplicó el mundo, el valor de la fe, espíritu, cultura de humanidad que nos trasmitió por siglos y que fue origen de nuestros pueblos mestizos. Es menester que conservemos la cabeza erguida en la confusión de final de era en que vivimos, llena de negaciones y dudas, y sólo es posible si en la proyección histórica de Iberoamérica se descubre la obra universal y perdurable de España". En este contexto de contradicciones y controversia política se celebró en Ginebra en 1987 el Congreso Internacional de Indigenismo, al que fueron invitados el Consejo Mundial de las Iglesias, la Organización de las Naciones Unidas, diversas organizaciones de comunidades indígenas, y otras instituciones americanas y europeas. La Liga Internacional por los Derechos Humanos y Liberación de los Pueblos presentó su programa de investigación para "informar y dialogar" sobre la conquista de América. La polémica 92 se polariza entonces y centra su reflexión crítica sobre la actuación de España, como si se tratara de inculpar a la Corona española y llevarla al Tribunal Internacional de Derechos Humanos. Pero realmente, ¿de qué se acusaba a España?. ¿Por qué el V Centenario del Descubrimiento de América terminó en un proceso político y cultural contra la España de la conquista y contra la evangelización de la Iglesia Católica? Mataron en nombre de Dios Panfleto nicaraguense distribuido durante la polémica en torno al V Centenario Panfletos de este tipo fueron abundantemente empleados por la propaganda de movimientos políticos extremistas, sectores de la Teología de la Liberación y grupos indigenistas radicales, difundiéndolos tanto en América como en Europa UN DESAFÍO A LA IGLESIA CATÓLICA El Primer Encuentro Continental de Pueblos Indios de América, reunido en Quito durante el mes de julio de l990, declaraba: "Los Indígenas de América Latina fueron bautizados masivamente y a la fuerza. Cristianizarlos no era otra cosa que hacerlos súbditos del Rey de España. Así quedaban obligados "legalmente" a los trabajos forzados y al pago de exorbitantes impuestos. Los que no aceptaban eran pasados a cuchillo, quemados en la hoguera y perseguidos cruelmente. Con esta forma de "evangelización", los indios vivos se convirtieron en cristianos muertos". El testigo de su acusación fue, una vez más, Fray Bartolomé de las Casas con su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, esta vez iluminado con los grabados de Teodoro de Bry a los que hace referencia su testimonio de síntesis: "Entraban los españoles en los poblados y no dejaban niños ni viejos ni mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría a indio por medio o le cortaba la cabeza de un tajo. Arrancaban a las criaturas del pecho de sus madres y las lanzaban contra las piedras. A los hombres les cortaban las manos. A otros los amarraban con paja seca y los quemaban vivos. Y les clavaban una estaca en la boca para que no se oyeran los gritos. Para mantener a los perros amaestrados en matar, traían muchos indios en cadenas y los mordían y los destrozaban y tenían carnicería pública de carne humana... Yo soy testigo de todo esto y de otras maneras de crueldad nunca vistas ni oídas". Los pueblos indios de América declaraban finalmente que, en vez de celebrar los 500 años, la Iglesia debía pedirles perdón y compartir su dolor. A la cabeza de esta campaña contra la Iglesia Católica se encontró el Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos, que incluye a 32 confesiones protestantes de todo el país. En la última reunión de 1990 votaron un documento de denuncia "de la explotación, el genocidio y el ecocidio provocado por la conquista y colonización de América", señalando que la "justificación teológica para destruir las concepciones religiosas indígenas y convertirlas a la fuerza en formas europeas del cristianismo, exigieron a los neoconversos una sumisión que facilitó su conquista y explotación". El centro Cristianismo y Justicia de Barcelona, en su manifiesto sobre el V Centenario, después de mencionar los supuestos crímenes de los conquistadores españoles, pedía y exigía que durante el año 1992 alguna de las más altas instancias oficiales de España y de la Iglesia, y ante alguno de los foros de la política internacional, pidiera perdón públicamente a todos los pueblos iberoamericanos por el despojo sufrido por la conquista y colonización. Una organización indigenista boliviana denominada Tribunal de los Derechos Indios, que se constituyó el 30 de julio de 1989, presentó una demanda ante el Tribunal Internacional de La Haya contra España y el Vaticano por sus presuntos crímenes en la conquista y evangelización de América. Reclamaba ni más ni menos que ¡diez billones de dólares! en concepto de indemnización por ello, a razón de 500 dólares por persona y año. Acusaban a la evangelización de América de represiva por razón de las guerras de conquista, justificadas y alentadas por la Iglesia Católica, por razón de la evangelización armada llevada a cabo por misioneros y soldados y por razón de la coacción religiosa para asegurar la conversión y permanencia de los indios en la fe Católica. Acusaban a la evangelización de América de haber justificado y consentido las deportaciones en masa, las reducciones de indios y los trabajos forzados, para conseguir la mejor explotación de aquellas tierras en beneficio de los conquistadores y para lograr así mayores garantías de la sumisión a la fe cristiana de los agresores. Acusaban a la evangelización de América de convertirse en un genocidio sistemático y continuado, con la destrucción de poblaciones y etnias enteras, con la desaparición de milenarias culturas indígenas, y con la eliminación de la religiosidad india. Revivían las mismas acusaciones históricas de Juan Fernández de Sotomayor (siglo XIX), de Antonio Touron (siglo XVIII) y de Urbain Chauveton (siglo XVII). Las supuestas pruebas son las mismas, a partir de unos mismos hechos muy concretos, esporádicos y episódicos, presentados de forma sesgada y parcial. Se repetían las mismas interpretaciones simbólicas de la iconografía de Teodoro de Bry, actualizadas y enriquecidas, sin embargo, por la moderna técnica de la difusión informática. Navegando por INTERNET es posible conocer hoy el sorprendente nivel de elaboración que alcanzó esta propaganda. Ante tantas acusaciones e imputaciones generalizadas, reiteradas y claramente formuladas, con objetividad o con pasión, en la polémica de 1992, ¿cuál fue la respuesta, la actitud de la Iglesia y de los católicos españoles?. Algunos representantes de la Iglesia guardaron silencio o cedieron fácilmente a las presiones políticas por oportunismo, o por "prudencia política", decían ellos. Cogidos de sorpresa por este acoso y estas campañas dirigidas contra la Iglesia, proclamaron su vergüenza y se apresuraron a pedir perdón no se sabe de qué. A fuerza de olvidos, silencios y cesiones, no hicieron más que sembrar mayor confusión sobre la verdad histórica que simulaban defender. En connivencia con algunos obispos de Europa y América, representantes cualificados de determinados organismos oficiales de la Iglesia se empeñaron "por prudencia política" en disociar conquista y evangelización. Para salvar a la Iglesia y liberarla de presuntas responsabilidades políticas, exaltaban la acción de la Santa Sede en defensa de los derechos del indio contra la crueldad y el racismo de los españoles. Contraponían Corona española y Santa Sede, conquistadores y misioneros, religión y política, ignorando o silenciando que los principales documentos que publicaban o aducían como prueba habían sido, las más de las veces, presentados, tramitados, y hasta redactados por los españoles, y asumidos después legalmente por la Corona. El progresismo católico, en cambio, arremetió duramente contra la evangelización de América y se alineó claramente entre los más duros acusadores de la Iglesia oficial. El obispo brasileño Erwin Kräuler, de origen austriaco, dijo en la Semana Universitaria de Salzburgo: "La labor misionera de América, con pocas excepciones, no fue evangelización. La Iglesia se ha hecho más bien culpable, y con frecuencia hasta los misioneros que se dedicaban a la defensa de los indios fueron perseguidos y marcados como herejes. La Iglesia satanizó las religiones patrias e implantó el cristianismo según el modelo europeo, sin buscar el diálogo con las culturas indígenas". Esta acusación oficial vino articulada por la Teología de la Liberación en América. Hemos asistido a sus congresos celebrados en Chicago y Würzburg; hemos revisado por INTERNET su revista electrónica con más de cien títulos (concretamente, ciento sesenta y ocho). Hemos seguido directamente la polémica: se empieza por la definición de tres conceptos básicos: Iglesia de Cristiandad, evangelización desde el poder, y Teología de la Liberación, en oposición a la que ellos llaman "teología de la opresión"; desde estos tres parámetros es valorada la evangelización de América posterior al Descubrimiento. La razón de la evangelización, dicen, fue la razón de Estado; primaba el servicio a los intereses políticos y económicos de la Corona por la dominación de las Indias, por la explotación de sus riquezas y por la sumisión de la Iglesia a los intereses de la monarquía española. Así, la evangelización se politizó y quedó instrumentada a los intereses del Estado, y en alianza permanente la Iglesia se sometió al control del mismo: las leyes eclesiásticas eran leyes civiles, los misioneros se hicieron funcionarios de la Corona, los obispos juraban fidelidad a la monarquía... Todo esto significó la españolización de la evangelización, conviertiéndose de este modo en una opción por lo español, por el conquistador, por la Corona, frente a la Iglesia profética de la opción por el indio, pobre y oprimido, sacramento de Cristo... En la conquista de América la evangelización se hace pretexto y medio de dominación política. La empresa evangelizadora legitima la conquista, y a la vez aquélla queda legitimada por la empresa política, que es más económica que espiritual. En caso de conflicto se impone la razón de Estado. Enfrentan así cristiandad y cristianismo. El resultado de esta Iglesia de Cristiandad, concluyen, fue el exterminio de los indios: para dominarlos había que destruirlos. Y el exterminio llega hasta el genocidio. El resultado fue la destrucción de culturas: la trasculturación o españolización era incompatible con las culturas indígenas; en nombre de la lucha contra la idolatría se extirpan sus ritos y tradiciones religiosas. El resultado fue la explotación de las riquezas y de los indios como mano de obra en beneficio de conquistadores y misioneros, de la Corona y de la Iglesia, esquilmando la tierra y empobreciendo a los indígenas. De esta manera es como la Teología de la Liberación ha actualizado las acusaciones de la Leyenda Negra contra la evangelización de América. El prelado Nobert Herkenrath, administrador jefe de la obra episcopal de subvención MISEREOR, recordaba que Estado e Iglesia llevaron a cabo la conquista en estrecha colaboración; que la irrupción de los europeos fue la causa de la drástica reducción de la población india; que los indios murieron por las guerras de conquista y por las inhumanas condiciones de trabajo y las enfermedades importadas. Por ello invitaba a la reflexión y a indagar exhaustivamente la implicación de la Iglesia en este acontecimiento y su responsabilidad en esos resultados. Porque temía que se diera una tendencia al encubrimiento del papel realizado por la Iglesia Católica: a los pocos misioneros que fueron defensores de los indios se les ha convertido ahora en representantes de toda la Iglesia. Exigía, pues, un debate autocrítico de la Iglesia sobre su corresponsabilidad en la violencia y opresión denunciadas. ¿Fue realmente la evangelización de los indios un medio de dominio y sumisión política al servicio de la Corona, pudiéndose hablar en consecuencia de una "conquista armada de evangelización"? La implantación de la fe en América, ¿se llevó a cabo desde el poder político y eclesiástico sin el más mínimo respeto a la libertad de los indios? La organización y pastoral de la Iglesia, ¿debe interpretarse como una forma de endeudamiento y sumisión de la Iglesia a la razón de Estado, a pesar de que esta colaboración llevara no pocas veces a la coincidencia de intereses políticos y económicos?. El control mismo que la Corona impuso sobre personas y bienes de la Iglesia durante la colonización, ¿no hacía de la colaboración entre el Estado y la Iglesia otra forma de sumisión, aunque esta fuera pactada y consensuada? ¿Realmente eran los misioneros simples funcionarios del Estado y los obispos leales servidores de la Corona? Esta posición oficial fue definida como "teología de la opresión", que justificaba la conquista y la colonización. ¿Deben integrarse en esta categoría los maestros de la Escuela de Salamanca, siempre dispuestos a justificar la presencia política de España en América? Los cristianos, se dice, fueron responsables por su tolerancia con el sistema cuando pueblos enteros eran asolados y destruidos por la ambición y la codicia, por la perfidia y los excesos de crueldad. La Iglesia, concluía Herkenrath, debe dejarse interpelar si realmente quiere tomar en serio la transformación de la Iglesia Occidental en Iglesia Universal, de Iglesia estructurada y concebida a la europea en Iglesia multinacional. La intencionalidad política de ciertas actitudes no nos autoriza a infravalorar la base de verdad, por parcial que se presente, que tienen estas acusaciones. No pueden ser silenciados ciertos hechos por muy desagradables que sean. Con ocasión del V Centenario del Descubrimiento de América se publicaron muchos ensayos críticos de clarificación y de síntesis. A no pocos autores, demasiado preocupados por defenderse de tantas acusaciones o por exaltar las glorias de sus protagonistas, les faltó a veces espíritu crítico, objetividad, y equilibrio en sus conclusiones. Es justo, sin embargo, reconocer que muchos historiadores, haciendo caso omiso de interferencias o intereses partidistas, se esforzaron por comprender tantas verdades desagradables y por asumirlas leal y críticamente hasta los límites de la responsabilidad política y los imperativos de la solidaridad moral, pero sin renegar jamás de nuestro pasado, aunque fuera polémico y cuestionado. Gracias a ello se publicaron numerosas obras maestras, representativas e indispensables hoy para el conocimiento riguroso de la historia de América. RAZONES PARA LA ESPERANZA Muy pronto se publicó el primer balance crítico de la polémica 92 sobre la conquista y evangelización de América. A principios de 1993 decía el profesor y maestro Julián Marías: "Se ha conseguido convertir uno de los hechos más importantes y gloriosos de la historia universal en algo negativo que proyecta una luz siniestra sobre el Nuevo Mundo, antes continente de esperanza. Se ha cedido, con extraña pasividad o docilidad, a una alianza de tres elementos: ignorancia, estupidez y malevolencia. Se ha dejado la iniciativa a grupos minúsculos, por lo general bien organizados, repliegue de los que, desplazados del horizonte de la historia, se han refugiado en otras trincheras; los elementos oficiales españoles han estado en primera fila en esta cesión. Se ha premiado repetidas veces a autores mediocres cuyo principal mérito parece ser su antiespañolismo, que desemboca en un desdén por todo lo hispánico. Se ha dado resonancia a casi todo lo que mostraba escasa inteligencia y menor veracidad, mientras se la regateaba a lo que merecía ser conocido, como la obra de unos cuantos historiadores en España y América. Se ha aceptado y aplaudido, sin crítica, todas las manifestaciones que veían como desastre la incorporación del continente americano a la civilización más creadora de la historia, utilizada por el resto del mundo, incluso para combatirla. Se ha añorado el politeísmo, los sacrificios humanos, la multiplicidad de lenguas que aislaban a una gran parte de la Humanidad, que ahora habla en tres, compartidas con medio mundo dos, y el desconocimiento de ese mismo continente americano, del cual sus habitantes no tenían la menor idea hace quinientos años". Veredicto ciertamente duro, pero certero y exacto, que debe por ello ser interpretado serenamente. Porque en nombre del progresismo y de la tolerancia no pocos intelectuales españoles cedieron a este nuevo chantaje cultural y político. No se atrevieron a responder a tantos prejuicios y falsas interpretaciones que cada día se iban amontonando sobre la época más gigantesca y decisiva de nuestra historia y hasta de la Humanidad entera. Tenían miedo a ser acusados de oscurantistas, reaccionarios o retrógrados. Callaron públicamente, y a fuerza de silencios responsables terminaron por cargarse todo un periodo de cinco siglos, mezcla de luces y de sombras, como toda historia, pero que abrió al orbe posibilidades inmensas y marcó el futuro del Occidente cristiano. Y esto es lo que muchos no perdonan. Se produjo una situación incómoda que otros muchos no estaban dispuestos a tolerar por simple ética intelectual. Asistimos a una verdadera manipulación política con la deformación sistemática de hechos tendenciosamente presentados. Sería ingenuo tratar de ocultar las crueldades y atrocidades cometidas por los españoles en la conquista de América. Nosotros las denunciamos y condenamos sin paliativos. Pero no es menos injusto silenciar factores determinantes que tanto influyeron en la formación de la conciencia americana. Se resisten a la crítica histórica tantas generalizaciones o mutilaciones que han actualizado y agravado más todavía la Leyenda Negra. El V Centenario del Descubrimiento de América degeneró otra vez en una lucha estéril entre triunfalistas y derrotistas, entre los que creen que todo fue bueno y sensacional, y los que dicen que todo fue malo y denigrante. Confundidos en un mar de dudas y complejos absurdos, estaban convencidos de que España sólo exportó a América ambición y codicia de oro, fanatismo religioso, e intolerancia política. Mientras, equipos de especialistas, hartos ya de tantos mitos y leyendas, miedos y complejos, no cedieron a esta campaña de intimidación, y siguen dispuestos aún hoy a hacer públicos los resultados de la investigación histórica. Por su parte, muchos universitarios americanos reaccionaron instintivamente contra la lectura oficial del descubrimiento y evangelización, y creían oponerse por igual a la lectura que algunos llamaban política y económica del mundo desarrollado. Para ellos el 92 debía ser el centenario de la reflexión común. Debía hacerse una crítica histórica de nuestro pasado común, no coartados, decían, por el muro de las verdades oficiales, y heredado de la autocrítica que desde España y América se elevó en el siglo XVI. A todos duele la tragedia de la primera conquista, pero insistían en que los americanos, como descendientes de españoles, no podían eludir la cuota de responsabilidad que les correspondía. Se podría discutir el hecho de que la cultura incaica y azteca fueran arrasadas, pero la crítica no debe llevarnos a tal punto de intransigencia que nos impida ver las cosas positivas de la conquista y de la evangelización. Consideraban que los españoles no podían ser interpelados, y menos aún culpados, por hechos ubicados en el pasado, cuando un mínimo de conocimiento de la historia muestra que crímenes, explotaciones y crueldades son propias de toda conquista. Pedían, eso sí, confrontación de juicios comunes entre nuestras naciones iguales hispanoparlantes, para evaluar hechos históricos del pasado común para el entendimiento mutuo y sin carga emotiva que entorpezca el futuro. La mayoría de los americanos recordaban ese mensaje de pacificación y de reconciliación, de "rehumanización" y dignificación humana, de solidaridad y comunicación de bienes, de denuncia y rebeldía contra la injusticia social, que legó Francisco de Vitoria. Querían celebrar ese mensaje cultural y social, jurídico y político, dinámicamente abierto a la comprensión y al progreso solidario de nuestros pueblos, al servicio de la paz y de la convivencia mundial. Consideraban que cualquier otra versión o interpretación era un fraude a la conciencia americana y una falsificación de su historia. La mala conciencia de las llamadas elites mestizas, concluían, trata ahora de eludir sus responsabilidades históricas en esa frustración. En el fondo de estas actitudes existe un debate político y cultural en Hispanoamérica sobre el problema de su propia identidad, latente en la azarosa búsqueda de sus raíces ancestrales. Y en esta tarea noble y urgente, los universitarios americanos reconocían que el legado de Francisco de Vitoria les estaba ayudando muy eficazmente. En el fondo de esta búsqueda era posible advertir que no existía hostilidad alguna contra la España histórica ni contra la responsabilidad de la Iglesia Católica. De España esperaban muchos americanos ayuda y colaboración para llevar adelante este proceso indigenista de reivindicación. Esperaban de la Iglesia humildad y sinceridad para reconocer sus errores históricos. Pero esperaban también que con la misma valentía y coherencia la Iglesia Católica afirmara sin ambages la grandeza de la evangelización. Finalmente esperaban de la Iglesia comprensión, sin miedos ni complejos históricos, para la Teología de la Liberación. Porque ha llegado la hora de provocar esta crisis cultural y de ayudar a nuestros jóvenes a superarla con criterios objetivos, pero progresiva y serenamente. Porque la historia de América, mezcla de luces y de sombras, de terribles pasiones y de magníficas empresas, está ahí. No la hicimos nosotros a nuestro gusto. La hemos heredado como es. Y debemos esforzarnos por interpretarla y comprenderla. Nuestra orografía mental se resiste. A veces se tambalean, es cierto, muchas de nuestras argumentaciones y apelaciones tradicionales en las que por inercia o por educación hemos apoyado hasta ahora nuestra versión de la América hispana. Por honestidad intelectual, por fidelidad a la verdad histórica, y por lealtad a la pacificación y reconciliación de los hombres, hagamos públicas nuestras conclusiones científicas, capacitando a nuestra juventud para comprender y asumir la propia verdad histórica de América, de su descubrimiento y de su conquista, sin minimizar las crueldades ni magnificar las pequeñas empresas.