R TEMA DEL MES R Conseguir un trabajo en grupo eficaz Eduard Martí e Isabel Solé tareas educativas, trabajo en grupo esgraciadamente (o tal vez por fortuna) no existen consejos infalibles para conseguir que el trabajo en grupo sea siempre provechoso. Pero esto no quiere decir que todo vale. A pesar de la complejidad de los procesos que se manifiestan en situaciones de interacción entre iguales y del carácter constructivo y dinámico de tales procesos, la investigación psicológica y la educativa han ido identificando estos últimos años una serie de factores importantes que están relacionados con la eficacia y calidad del trabajo en grupo. Es cierto que estos factores, tomados uno a uno, no son razones suficientes para garantizar la calidad del trabajo en grupo; lo importante es tener en cuenta una configuración de distintos factores a la vez. Esto puede parecer frustrante, pues hace que la toma de decisiones del profesional sea mucho más compleja que la que se basaría en situaciones unidimensionales. Pero aceptar esta complejidad nos acerca a soluciones que pueden ser mucho más apropiadas para una práctica educativa que, por definición, es una práctica compleja (y más aún si nos tomamos en serio la importancia que tienen las interacciones entre iguales para la formación de los alumnos). D Trabajar en grupo es un proceso complejo y requiere conocer bien qué aspectos hay que tener en cuenta. Los autores de este artículo describen algunos: la decisión de las tareas; el número, las edades y el grado de homogeneidad del grupo; el papel del profesor; y, finalmente, cómo evaluar los aprendizajes tanto individuales como del propio grupo. sario hacer un cuidadoso análisis de la tarea en función de las posibles actuaciones de los alumnos y de su interacción, relacionándolo con los objetivos del aprendizaje que se pretenden conseguir. Sin este análisis previo, es posible que aparezca un desajuste entre nuestros deseos (que el trabajo en grupo sea provechoso) y la realidad (la tarea no se presta a un intercambio provechoso). ¿Cómo formar los grupos? La tarea no es el único elemento esencial a la hora de optimizar la situación de aprendizaje en ¿Qué tareas? La planificación o elección cuidadosa de la tarea es un requisito importante. Todas las investigaciones insisten en la relación que existe entre la estructura de la tarea, la calidad de las interacciones y la eficacia del aprendizaje. Es, pues, imprescindible analizar con detalle las características que tienen las tareas para poder aprovechar al máximo sus potencialidades en tanto que tareas que han de ser compartidas por un mismo grupo de alumnos (véase el texto Tareas). No creamos, pues, que cualquier tarea es adecuada para cualquier trabajo en grupo. Es nece- ÀNGEL SERRA. No todas las tareas se prestan al intercambio y al trabajo en grupo; por ello es necesaria una planificación cuidadosa. Febrero / N.0 255 / Cuadernos de Pedagogía 59 TM Tareas Existen muchos ejemplos de tareas educativas que pueden adecuarse para el trabajo en grupo. Grupos amplios. Hay tareas complejas cuya resolución necesita una laboriosa integración de diferentes procedimientos y mucho tiempo. Incitan a que los alumnos se distribuyan cuidadosamente el trabajo; según los casos, el profesor puede participar en su reparto. Pensemos, por ejemplo, en la elaboración de una entrevista a un personaje relevante. Un grupo de alumnos (pongamos unos cinco) se encarga de realizarla; tendrá que ir repartiendo e integrando las diferentes fases del proyecto: primer contacto con la persona entrevistada, redacción de las preguntas, planificación del día, hora y duración, entrevista, grabación, transcripción, informe final, etc. Parejas. Otras tareas pueden suscitar roles recíprocos bien determinados. Son tareas que se prestan a un trabajo en parejas basado en el intercambio de roles previamente planificado por el profesor. Un alumno le dicta a otro un mensaje que ha de escribir para sus padres, y luego intercam- bian los roles. En cada uno de los roles los alumnos sacan partido de la presencia del otro: cuando leen tienen una audiencia; cuando corrigen, han de comprender y analizar, desde el punto de vista gramatical, la producción del compañero. Debate. Otras tareas, muchas veces ligadas a la exploración y descubrimiento de nuevos conocimientos, facilitan la expresión de puntos de vista contrastados que pueden servir como base para un trabajo de grupo que fomente la controversia, la discusión y la defensa de diferentes visiones de la misma realidad. Son tareas que suponen un primer tiempo de elaboración individual, seguido de una puesta en común dirigida por el profesor. Imaginemos que en la clase de matemáticas se presenta un juego en el que un grupo de alumnos ha de verificar la regla que ha escogido uno de ellos en relación con un juego de cartas que va a ser desplegado progresivamente sobre la mesa (la regla puede ser, por ejemplo, que tras una carta par ha de salir una impar). Los alumnos han de ir proponiendo cartas, y el que sabe la regla ha de decir si la carta es co- grupo. La composición misma del grupo de alumnos desempeña un papel importante. ¿Cuántos alumnos? El número de alumnos es uno de los primeros factores que salta a la vista. Toda decisión relativa a un trabajo en grupo en el aula exige este paso previo. ¿Tres? ¿Siete? Ojalá existiese un número mágico que garantizase un trabajo en grupo rico y provechoso. La elección del número de componentes de un grupo siempre ha de ajustarse al tipo de tarea y a los objetivos del aprendizaje (véase el texto ¿Cuántos?). ¿A qué edades? Salta a la vista que cualquier tarea no es apropiada para cualquier edad. Y también es obvio que no se puede pretender una misma riqueza de argumentaciones, intercambios y adopción de roles en una interacción entre alumnos de cuatro años y entre alumnos de quince. Hasta hace po60 Cuadernos de Pedagogía / N.0 255 / Febrero rrecta (es conforme a la regla) o no (no sigue la regla) (Saegesser, 1991). Aportación común. Otras tareas invitan a que los alumnos compartan sus procedimientos y conocimientos, regulando sus actuaciones con el objetivo de alcanzar la meta propuesta. Suelen ser también tareas complejas cuya resolución se facilita enormemente con la aportación de diferentes alumnos. Es importante que la meta sea claramente expresada y que los alumnos tengan la sensación de ir progresando hasta alcanzarla. Pensemos por ejemplo en una tarea que consista en comprender la relación existente entre los cambios de la longitud de las sombras de los objetos, la posición del sol y las alturas de estos objetos. Grupos de alumnos pueden ir planificando y elaborando registros de medidas, a diferentes horas del día, con el objetivo de adivinar qué misterio se esconde en esta relación. Este descubrimiento pasará seguramente por múltiples intercambios comunicativos y una progresiva construcción conjunta del conocimiento en cuestión (Jorba y Sanmartí, 1994). co (y seguramente debido a la influencia de Piaget, que ha insistido más en las dificultades que tienen los niños pequeños en adoptar un punto de vista ajeno que en sus capacidades comunicativas), se subestimaban las capacidades de los pequeños (menores de siete años) para implicarse realmente en un trabajo colaborativo. Pero no parece que esto sea tan absoluto. Así, algunos autores señalan que con niños pequeños las situaciones claramente tutoriales (en las que un adulto o un niño mayor y más experto guía y dirige) son más eficaces que las situaciones en las que los niños trabajan conjuntamente con otros compañeros de su misma edad. Otros resultados insisten en el hecho de que la edad no es un factor absoluto: si se escoge bien la tarea (más sencilla, más estructurada y con objetivos bien delimitados) niños muy pequeños (a partir de dos años) son capaces de colaborar y no presentan necesariamente lo que se ha llamado en la literatura psicológica acciones paralelas (cada R TEMA DEL MES uno hace lo suyo sin tener en cuenta lo que hace el otro). Por ejemplo, en una tarea práctica muy sencilla que necesita que se realicen dos acciones coordinadas (abrir una caja y sacar el muñeco que está dentro), niños de dos años muestran que son capaces de coordinar sus acciones. Otros estudios revelan que niños de edad preescolar son capaces de aportar argumentos sencillos, justificaciones y demandas de clarificación en una discusión sobre un personaje popular en la cultura americana (Santa Claus). Todos estos casos señalan que la implicación en una tarea colaborativa no depende tan sólo de la edad, sino también, y sobre todo, del tipo de tarea presentada y de las consignas dadas a los niños. ¿Grupos homogéneos o heterogéneos? Una de las preguntas que se suelen plantear cuando se organizan situaciones interactivas entre alumnos es cómo escoger el nivel de cada uno de los participantes. Los resultados de diversos estudios apuntan una tendencia bastante clara: la conveniencia de escoger alumnos cuyo nivel de competencia (o de habilidad para resolver la tarea que se propone) sea ligeramente diferente. Todo parece indicar, pues, que las situaciones más provechosas para un trabajo colaborativo no son ni las que emparejan alumnos con idéntico nivel ni tampoco las que emparejan alumnos con niveles demasiado diferentes. En el primer caso, es más difícil que surjan puntos de vista diferentes o que la pericia de uno pueda ser aprovechada por el otro. En el segundo caso, cuando la distancia es muy grande, se crea una situación desigual que dificulta el trabajo colaborativo desde los dos extremos: para los más competentes, es más difícil tener en cuenta el nivel de conocimiento de sus compañeros; para los menos competentes, es difícil seguir el ejemplo o las regulaciones del más experto. Parece, pues, que lo que es válido en una R situación normal de instrucción en la que el profesor debe crear constantemente un desfase óptimo entre lo que los alumnos saben y el nivel de pericia que deben alcanzar también es válido en una situación de trabajo cooperativo entre alumnos. ¿Y el profesor? Por lo comentado hasta aquí, parece claro que la tarea del profesor en relación con el trabajo en grupo es fundamental para asegurar que éste funcione y se consiga el aprendizaje y la satisfacción personal de todos sus miembros. Se rompe así con una imagen difundida en determinados medios, pero sobre todo en las apreciaciones no expertas, según la cual el trabajo en grupo le ahorra tarea al profesor. Una organización del aula que fomente el trabajo colaborativo de los estudiantes requiere del profesor planificación cuidadosa, intervención diferenciada y análisis posterior a la experiencia. La planificación supone tomar decisiones importantes, algunas de las cuales ya han sido comentadas en este mismo artículo. Estas decisiones merecen algún tipo de reflexión, que se verá modulada por la presencia y el valor que adopten otras variables. Por ejemplo, no será lo mismo formularlas para la propuesta de trabajo en grupo en una clase de Educación Infantil o de Primer Ciclo de Primaria que en una del Segundo Ciclo de ESO; tampoco va a ser lo mismo llevarlas a cabo en un centro cuyos PEC y PCC contemplan seriamente el trabajo en grupo que en un centro en el que sólo se propone en los últimos cursos de la Etapa. La edad de los alumnos, el aprendizaje previo en relación con los procedimientos y actitudes necesarios para la colaboración, el grado en que el trabajo colaborativo forma parte de un proyecto compartido por un grupo de profesores, y otros factores, influirán en la respuesta que se dé a las preguntas anteriores. Lo importante es ¿Cuántos? Un caso extremo puede ser la situación que se presenta cuando se utiliza en el aula un programa de ordenador interactivo (Gómez-Granell, C., Martí, E., Garcia-Milà, M., y Steren, B., en prensa). En este caso es ilusorio pensar que más de dos alumnos pueden realmente participar de forma activa en el transcurso del programa, resolviendo los problemas que se presentan y analizando sus errores y las ayudas que reciben del ordenador. Las mismas limitaciones de la pantalla del ordenador y del teclado lo impiden. En esta situación, la díada es el tamaño ideal del grupo. Permite que los alumnos interactúen con el ordenador y puedan discutir y compartir soluciones antes de introducirlas en el ordenador a través del teclado. Esto mismo puede aplicarse a muchas otras tareas, como las de dictado, lectura o comprensión de textos. Contrariamente, sería muy poco oportuno formar grupos de dos o tres alumnos en una situación en la que se pretende que los alumnos intercambien sus puntos de vista sobre la comprensión de fenómenos complejos (por ejemplo, el fenómeno de la digestión, de la caída de los cuerpos o el funcionamiento del Parlamento) con el objetivo de expresar claramente opiniones diferentes, contrastarlas, argumentarlas y eventualmente corregirlas. En este caso, sólo un mayor número de alumnos puede garantizar que surjan puntos de vista variados y contrastados y que la dinámica interactiva sea suficientemente rica. Febrero / N.0 255 / Cuadernos de Pedagogía 61 TM En el trabajo en grupo tiene cabida la intervención del profesor. ÀNGEL SERRA. en grupo. Entre éstos, había algunas restricciones: uno de ellos debía ser elaborado por un grupo mixto (chicos y chicas); otro, por alumnos de distinto nivel de competencia. Otro, por fin, era realizado por un máximo de tres alumnos que se escogían entre ellos, sin otra restricción. Para el último, se sorteaban los componentes. En otro caso, los alumnos se escogían libremente para realizar un trabajo en grupo, pero el profesor aconsejaba tener en cuenta algunos criterios: disponer de tiempo libre compartido, estar interesados por el mismo tema (se trataba en este caso de un monográfico sobre un país) y ser un poco amigos. Estos criterios, aunque no suponían una imposición directa, sin duda influían en la formación de los grupos. Además de la planificación, en el trabajo en grupo tiene cabida la intervención del profesor; en muchas ocasiones, es justamente la calidad de esa intervención la que confiere mayor o menor potencialidad al trabajo colaborativo. La intervención puede oscilar entre grados máximos y mínimos de directividad y ayuda. Mediante su intervención, el profesor puede contribuir a desbloquear situaciones conflictivas cuando entiende que su resolución escapa a las posibilidades del grupo; puede ayudar a mantener la atención del grupo en el objetivo que se persigue y a evaluar la pertinencia de las acciones emprendidas para abordarlo; puede ayudar a reconsiderar el ejercicio de ciertos roles el líder un poco despótico, el desvalido que se deja imponer, etc.; puede, en fin, contribuir a que la tarea constituya un reto que fomente el desarrollo del grupo, proponiendo nuevos objetivos o diferentes condiciones de realización. Por otra parte, no hay que olvidar que el trabajo en grupo permite al profesor un cierto distanciamiento de la gestión continua de la clase que favorece la observación de sus alumnos en la situación de colaboración. En dicha situación puede observar comportamientos cuya probabilidad de aparición es menor en el trabajo individual, o en tareas que implican el gran grupo: quién pide ayuda, quién sabe incorporarla, quién puede ofrecerla, quién organiza, quién enseña a quién. Puede observar también cómo responde el grupo a sus propias propuestas. Este conocimiento es de un gran valor para ha- que se tengan en cuenta y que se puedan disponer las condiciones necesarias para que el trabajo en grupo sea exitoso. Un aspecto importante que debe tenerse en cuenta en la planificación es la composición de los grupos: ¿Hay que intervenir en ella? ¿Hay que dejar que sean los chicos los que decidan con quién quieren trabajar? ¿Hay que operar siempre del mismo modo? Como siempre, depende de los objetivos que se pretenda conseguir, pero hay que rechazar la idea de que los únicos grupos que funcionan son los que espontáneamente forman los alumnos. Por otra parte, sabemos que los grupos heterogéneos permiten a los alumnos, además del contraste de opiniones y argumentos, la convivencia con personas distintas, y favorece la adquisición de actitudes no discriminatorias. El profesor puede intervenir en la formación de los grupos siempre que lo considere conveniente, ya sea para evitar situaciones indeseables que con frecuencia uno o dos alumnos sean excluidos; que los más amigos quieran trabajar siempre juntos y se pierdan la oportunidad de interactuar con otros; que los más competentes rechacen trabajar con compañeros menos capaces; que se organicen grupos sólo de chicos o de chicas..., ya sea para establecer nuevos retos a sus alumnos. No hay que olvidar que lo que se logra con el trabajo en grupo no es sólo el desarrollo de las competencias cognitivas, ni sólo el desarrollo de las competencias de relación interpersonal o equilibrio personal; es el fomento de todas lo que se persigue, y para ello a veces habrá que intervenir u opinar sobre la formación de los grupos. Esa intervención, sin embargo, puede ser más o menos directa. Por ejemplo, en un primer ciclo de ESO, los profesores estaban de acuerdo en proponer a los alumnos diversos trabajos monográficos, algunos de los cuales debían realizarse 62 Cuadernos de Pedagogía / N.0 255 / Febrero R TEMA DEL MES R cerse una idea más ajustada sobre las capacidades de los diversos alumnos, y para poderlas atender de manera diversificada; por otra parte, con frecuencia podemos aprender estrategias interesantes de la interacción que los alumnos mantienen entre sí. Como el lector puede imaginar, la intervención del profesor puede variar enormemente en el seno de tareas de grupo distintas, y también cuando los participantes tienen diversa edad. Las maestras de Ciclo Inicial o de Parvulario suelen tener que intervenir con mucha frecuencia para resituar al grupo en la tarea, para que no se pierda el objetivo, para que los conflictos encuentren una solución constructiva. Con alumnos mayores, la intervención sigue siendo importante, pero está sujeta a otros parámetros: promover elaboraciones cualitativamente mejores, esperar a que el propio grupo demande la intervención y, aun en ese caso, evaluar la posibilidad de que resuelvan por su cuenta el problema de que se trate, etc. (véase el artículo «Colaboraré» en este mismo número para ejemplificar este aspecto). Un factor muy importante vinculado al trabajo en grupo y a la actuación del profesor es el análisis y valoración que realice de la experiencia, con el fin de incorporar los elementos que dicho análisis reporta a posteriores propuestas. Nos referimos, pues, a la reflexión sobre la práctica realizada, siempre importante, y también en el caso del grupo. Hay que tener en cuenta que los procedimientos y actitudes implicados en el trabajo colaborativo exigen una aproximación sistemática, lenta y progresivamente compleja, por lo que será muy importante utilizar las diversas experiencias en sentido formativo, para mejorar las que próximamente se vayan a proponer. Nos acercamos ya al tema de la evaluación. Esta reflexión será todavía más valiosa si puede ser compartida por maestros de diversos niveles, con la finalidad de compartir criterios en relación con el trabajo en grupo, criterios que permitan secuenciarlo y disponer de objetivos distintos para estas tareas en las diversas etapas educativas. ¿Cómo evaluar? Entendemos que la evaluación del trabajo en grupo tiene una función claramente pedagógica, es decir, que se encuentra al servicio de la regula- ÀNGEL SERRA. En el ciclo inicial, la presencia docente ayuda a resolver conflictos. ción de la intervención del profesor y de la autorregulación de los aprendizajes de los alumnos y del grupo en sí. Desde esta perspectiva, resulta fundamental que éstos puedan utilizar el trabajo en grupo para poner en marcha estrategias de aprendizaje autónomo. La evaluación se encuentra al servicio de este proceso, y persigue ciertos objetivos: Conseguir que la tarea que se propone sea adecuada al grupo que debe abordarla. Asegurarse de que los alumnos comprenden y comparten los objetivos que se pretende conseguir con el trabajo colaborativo. La evaluación inicial desempeñaría en ambos aspectos un importante papel. Asegurarse de que la anticipación y planificación de las tareas del grupo son coherentes con los propósitos a que sirven. La intervención del profesor puede ser aquí muy importante, en un proceso de evaluación completamente incardinado en el desarrollo de la actividad. Se trata a la vez de una evaluación formativa porque permite al profesor aprehender las dificultades del grupo, e intervenir de forma que se contribuya a superarlas y formadora (Nunziati, 1990), en la medida en que los alumnos con frecuencia, con la ayuda de la maestra pueden tomar conciencia de dónde se encuentran sus dificultades y autorregular su propio proceso para avanzar. La observación del proceso, por otra parte, ofrece numerosos indicadores que pueden ser tenidos en cuenta para ponderar la valoración que se haga del resultado del trabajo en grupo. Estos aspectos tomarán un valor muy distinto si se trata de un trabajo en grupo de tiempo muy limitado (por ejemplo, elaborar un mural en la sesión de plástica), o si la tarea es de largo alcance (por ejemplo, elaborar un trabajo monográfico sobre un país). En este último caso, la evaluación y la autorregulación se consiguen mediante feedFebrero / N.0 255 / Cuadernos de Pedagogía 63 TM Es importante que el resultado del trabajo sea valorado en todo el grupo-clase. ÀNGEL SERRA. nos alrededor de una tarea, en la medida en que una de sus finalidades concierne a la ejercitación de estrategias de aprendizaje autónomo. La autoevaluación permite el control, la regulación de la tarea por parte del grupo, su reconducción cuando es necesaria, y obliga a no perder de vista los objetivos que se persiguen. Aprender a autoevaluar es difícil. Puede contribuirse a ese aprendizaje en la medida en que se utilizan actividades habituales en la clase por ejemplo, la corrección de tareas o deberes elaborados por los alumnos para tratar con los alumnos lo que se esperaba de la tarea, los criterios que se tienen en cuenta para evaluarla y las medidas que convendría adoptar a partir de lo observado. También se puede ayudar al proceso de autoevaluación facilitando a los grupos pautas y guías que les permitan establecer un balance, tanto del proceso seguido y las dificultades encontradas, como de los recursos utilizados para superarlas y del resultado finalmente conseguido. En definitiva, para orientar el trabajo en grupo parece evidente que no existen recetas infalibles; quizá lo único que sirve para todos los casos es la recomendación de reflexionar antes de la propuesta pero también en su desarrollo acerca de lo que nos proponemos y sobre si las decisiones que tomamos para lograr nuestros propósitos son las más adecuadas. Los cuatro ámbitos de que nos hemos ocupado en este artículo constituyen otras tantas dimensiones alrededor de las cuales dicha reflexión puede resultar beneficiosa para que el trabajo colaborativo entre los alumnos redunde en una actividad gratificante que fomente el desarrollo cognitivo, la capacidad de aprendizaje autónomo y las relaciones constructivas con los otros. w backs sucesivos entre profesor y grupo en relación con elaboraciones parciales: guión del trabajo, primera información, propuesta de ordenación de la información obtenida... Pero en todos los casos los alumnos aprenden no sólo el contenido objeto de la tarea, sino también las estrategias de aprendizaje que en ella subyacen. Lograr un resultado visible para los alumnos y que ese resultado sea valorado y evaluado, como ocurre con otras muchas realizaciones que aquéllos llevan a cabo. Este aspecto es importante, ya que, en ocasiones, los alumnos consumen tiempo y energía en la elaboración de una tarea colectiva y después reciben escasa retroalimentación acerca del resultado. Conviene tener en cuenta que los alumnos aprenderán a mejorar si se les indica en qué y cómo deben hacerlo; que aprenderán a dotarse de criterios de realización y de evaluación de sus tareas en la medida en que éstos les sean comunicados y se utilicen para analizar el producto de su trabajo. En este sentido, la evaluación sumativa, relativa al producto elaborado por el grupo, adquiere todo su sentido pedagógico y contribuye a que los alumnos aprendan los criterios que se utilizan para evaluar su trabajo, así como su manejo. Para el trabajo en grupo pueden ser introducidas estrategias de evaluación que tengan en cuenta la dimensión social de la tarea (Wolf y otros, 1991). Estos autores proponen aprovechar el trabajo en grupo para que su evaluación incluya, por ejemplo, la exposición que los componentes del grupo realizan de su tarea en una situación social, lo que permite evaluar procedimientos y actitudes que de otro modo escapan a la capacidad de observación del profesor. Conseguir que el grupo sea capaz de autoevaluar su funcionamiento y el resultado de su trabajo. Éste debería ser un objetivo claro de las propuestas que fomentan la colaboración entre alum64 Cuadernos de Pedagogía / N.0 255 / Febrero Referencias bibliográficas Gómez-Granell, C., Martí, E., Garcia-Milà, M., y Steren, B. (en prensa): «Un entorno informático interactivo integrado en el currículum de ciencias y matemáticas de ESO», Cultura y Educación. Jorba, J., y Sanmartí, N. (1994): «La luz y las sombras», Cuadernos de Pedagogía, 221, pp. 20-23. Nunziati, G. (1990): «Pour construire un dispositif dévaluation formatrice», Cahiers Pédagogiques, 280, pp. 46-64. Saegesser, F. (1991): Los juegos de simulación en la escuela. Manual para la construcción y utilización de juegos y ejercicios de simulación en la escuela, Madrid: Aprendizaje/Visor. Wolf, D., y otros (1991): «To Use Their Minds Well: Investigating New forms of Student Assessment», Review of Research in Education, 17, pp. 31-74.