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LOS LOCOS ORDINARIOS Y SUS COTIDIANAS PSICOSIS
JUAN J. DE LA PEÑA ESBRÍ
En boca de todos siempre ha estado lo extraordinario cuando se trataba de abordar un problema de
orden común, el de la locura. Pero, como bien dijo J.-A. Miller en la convención de Antibes: “¿Hace
cuánto Schreber está para nosotros en cartel? Mientras que aquí tenemos psicóticos más modestos,
que reservan sorpresas, pero que pueden fundirse en una suerte de media: la psicosis compensada,
la psicosis suplementada, la psicosis no desencadenada, la psicosis medicada, la psicosis en terapia,
la psicosis en análisis, la psicosis evolucionada, la psicosis sinthomatizada –si me permiten”. A todos
nos interesan las grandes proezas porque de ellas extraemos importantes enseñanzas. Sin embargo,
la clínica ordinaria de la psicosis nos demuestra que modestas soluciones también pueden servir para
confeccionar grandes remiendos. Por ello la genialidad no es tanto una aspiración a la que el
psicótico se encomienda sino, más bien, el reconocimiento que se confiere a los resultados de sus
iniciativas. De esta manera, lo que aquí nos interesa subrayar de la psicosis no se consume en alabar
la grandiosidad con la que algunos locos son capaces de procurarse una salida a la mortificación
subjetiva que padecen. Se trata, mejor dicho, de acentuar el papel que el mismo sujeto psicótico
desempeña como creador ex nihilo de su propio destino.Él es quien anticipa una respuesta al vacío
en ser que lo habita antes del desencadenamiento y quien, al mismo tiempo, elaborará un remedio
tras el retorno en lo real de aquello que nunca fue inscrito en lo simbólico.
La nueva clínica.
Por lo general, regresar a los momentos fecundos de la invención freudiana resulta indispensable
para poder comprender los avances del psicoanálisis lacaniano en el estudio de la clínica
contemporánea y, por tanto, también los que se circunscriben al terreno de la locura. Para ello me
valdré de algunos argumentos con los que Lacan progresó en la lectura de la psicosis freudiana con
la intención de procurar una aproximación a lo que a mi entender encierra el interesante concepto de
psicosis ordinaria.
Por un lado, el esclarecimiento de este neologismo lacaniano nos demuestra que la nosografía de la
psicosis clásica se ha visto desbordada por una teoría psicoanalítica cuya perspectiva clínica ha
ampliado el espectro psicótico, tanto en sus formas sintomáticas prototípicas como en las evoluciones
tradicionalmente contempladas por otros modelos doctrinales. En este sentido, el concepto de
psicosis ordinaria da un salto más allá de la fenomenología tradicional de la locura para tratar de dar
cuenta de aquellos sujetos cuyas posiciones subjetivas bordean el desencadenamiento típico o de
aquellos otros que presentan descompensaciones parciales, circunscritas y larvadamente
sintomáticas. Así hablamos de psicosis no desencadenadas, de psicosis compensadas, incluso de
psicosis suplementadas cuando nos referimos a casos concretos que no encajan con el paradigma
de la crisis, la ruptura y la discontinuidad de la experiencia psicótica. Esta forma de pensar la psicosis
entronca con un problema inmanente y enquistado de la práctica psiquiátrica contemporánea que, a
su vez, se hace eco de las dificultades que los mismísimos clásicos de la psicopatología encontraron
a la hora de ubicar en sus modelos taxonómicos a ciertos sujetos atípicos que quedaban en los
márgenes de la locura. En resumidas cuentas lo que el psicoanálisis aporta es una nueva vía para
poder escuchar la locura allí donde otras disciplinas “psi” no encontraron y siguen sin encontrar
motivos.
De otra parte, la multiplicidad de posibilidades clínicas que la psicosis ordinaria ofrece nos remite a la
denostada pregunta sobre qué es lo que hace estabilizarse a una psicosis. En primer lugar ¿cuales
son los elementos que le permiten a un sujeto restablecerse tras el desencadenamiento psicótico?Si
tenemos en cuenta la lógica de que el desencadenamiento supone la existencia de algo que
previamente estuvo encadenado, la siguiente pregunta sería ¿cuáles son las maniobras con las que
ese mismo sujeto evitaba la entrada en la psicosis? Si bien observamos que en algunos casos, como
el del famoso magistrado D. P. Schreber, la metáfora delirante logra asegurar cierta restitución
subjetiva tras el estallido psicótico, en la clínica diaria también descubrimos otro tipo de estrategias de
las que el propio sujeto psicótico se vale para tratar de normalizar su existencia en un lazo pacífico
con el Otro, tanto antes como después de su desencadenamiento.
El retorno a Freud desde Lacan.
El psicoanálisis nació a la luz de los descubrimientos freudianos tratando de conferir cierta coherencia
a la psicopatología decimonónica. Freud desarrolló una teoría general sobre el funcionamiento del
aparato psíquico en la cual la palabra, lo representable y el inconsciente pasaron a ocupar un lugar
trascendental a la hora de interpretar el pathos y la subjetividad del ser humano. Por ello la mayor
contribución del psicoanálisis al esclarecimiento de la psicosis clásica no se deriva de un estudio
gráfico de los grandes signos de la locura, sino de su vocación por investigar lo que queda silenciado
detrás, en el sujeto y en la palabra de la que éste se hace portavoz. Del mismo modo con que Freud
resolvió indagar cuál era la causa última de los trastornos neuróticos, su preocupación por la locura lo
condujo a interrogarse por la particularidad que subyacía en el origen de ésta. Así percibió que el
fenómeno psicótico y su mecanismo no podían equipararse a lo que había descrito para el síntoma
neurótico. El testimonio de la locura y su razón estructural nada tenían que ver con el sentido
inconsciente que acompañaba a la emergencia del síntoma en la neurosis. La Verdrängung freudiana
representa eso que en la neurosis transfigura el deseo en síntoma, por ello decimos que la represión
y el retorno de lo reprimido son las dos caras de una misma moneda, un mecanismo al servicio de los
desconocimientos del yo respecto a lo que subyace a nivel inconsciente en lo relativo a la pulsión y el
deseo. En oposición a esto Freud describió la Verwerfung como el mecanismo causal específico de la
estructura y del fenómeno psicótico. A diferencia de la neurosis, lo que en la psicosis retorna del
exterior responde a una lógica distinta. En este caso no se trata de contenidos inconscientes
transformados sino de algo que en un momento primordial fue rechazado del interior del sujeto, algo
que nunca fue inscrito a nivel inconsciente y por ello ajeno a toda posibilidad de ser gestionado por la
represión. Esto es lo que verdaderamente constituye el mecanismo distintivo de la estructura
psicótica frente a la neurosis, cosa en absoluto asemajable al fenómeno de la proyección tan
ampliamente tergiversado por la comunidad psicoanalítica de la corriente post-freudiana.
Retomando el concepto freudianode la Verwerfung, Lacan formuló el paradigma de la metáfora
paterna y la forclusión del Nombre-del-Padre como hipótesis para explicar la causalidad de la psicosis
en continuidad con su enseñanza sobre los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. En definitiva
lo que éste propuso es que tras el desencadenamiento psicótico lo que retornará en lo Real como
inefable se corresponde con aquello que en la estructuración subjetiva no fue simbolizado –sino
forcluído- y cuyo impacto sobre el sujeto producirá una disolución a nivel de lo imaginario. Ahora bien,
antes de nada conviene aclarar una serie de cuestiones para entender este paso adelante que Lacan
propuso siguiendo el pensamiento freudiano. Cuando hablamos de orden simbólico nos referimos a
esa dimensión tercera que concierne al Otro del lenguaje, previa al advenimiento subjetivo, en la que
significante y significado se articulan para facilitar al sujeto una representación que configure su
identidad, es decir, una representación que le nombre como ser hablante, sexuado y para la muerte
frente al Deseo del Otro. Esto significa que, en esencia, el sujeto adviene por efecto del leguaje del
Otro, si bien en la psicosis lo que se observa precisamente es que algo en ese orden no se incorporó
sino que fue expulsado o forcluído, quedando el sujeto carente de un elemento simbólico que le
permita hacerse significar frente a la emergencia de la falta y el deseo del Otro. ¿Pero qué es lo que
halló Lacan para formalizar que lo que era forcluído en la psicosis tenía que ver con el padre: con el
significante del Nombre-del-Padre?
Rastreando los textos donde Freud hacía tanto hincapié en el complejo de Edipo como mito
estructurante del sujeto y de su eternización deseante, desde una perspectiva estructuralista, Lacan
entendió que el Edipo representaba una instancia reguladora de la economía subjetiva en la que la
función paterna transmisora de la Ley y la apertura al deseo estaba determinada por efecto del
significante.Todo el mundo entiende que ser madre es una cuestión de la naturaleza que se deriva del
acontecimiento del nacimiento. Sin embargo la paternidad no dispone de esa comprobación directa
del hecho biológico. La madre existe en la realidad, nadie lo duda, mientras que el padre ha de
hacerse existir por la vía del significante y lo simbólico. El padre es un efecto de la cultura, de la fe y
del reconocimiento transmitido por la palabra de la progenitora. De ahí que Lacan asimilara la función
paterna, su metáfora y su forclusión, a un estricto efecto de la palabra: concretamente al significante
del Nombre-del-Padre. Pero ¿qué es lo que se articula en el Edipo sino la posibilidad de una coalición
entre la Ley del Padre y el Deseo? En este sentido, Lacan observó que la falla simbólica que captura
al sujeto psicótico se debe a una ausencia de retroacción del Edipo y la función paterna, quedando el
sujeto marcado por una in-consistencia significante frente al deseo del Otro y el goce.
De esta manera la metáfora paterna constituye una formalización estructuralista del complejo de
Edipo, basada en el principio de su reducción a un proceso de sustitución metafórica, en la que el
significante del Nombre-del-Padre viene a resolver la encrucijada del sujeto frente al enigma del
deseo materno mediante su inscripción en la significación fálica:
En la constelación familiar el hijo comparece como el producto del Deseo Materno y ante éste se
presenta como su objeto a ser reintegrado en la relación. Sin embargo, el Nombre-del-Padre se
instaura como un símbolo que opera en calidad de tercero en el vínculo madre-hijo permitiendo así
abrir un hiancia que evite la simbiosis mortífera entre ambos. Es decir, el significante paterno
introducirá un más allá en el deseo de la madre haciéndose garante de la falta e impidiendo que el
sujeto coagule como objeto del goce materno. De esta manera, atravesar la experiencia de no ser
uno el que colma el deseo de la madre le permitirá al sujeto asumir su propia falta en ser y
convertirse así en un sujeto deseante –de otros objetos-. La ley paterna nace en los límites de la
consecución de un deseo que sólo es satisfecho mediante el reencuentro con un objeto perdido. Esto
significa que su instauración equivale a la renuncia del objeto de goce primordial -goce absoluto- y a
la promoción de un plus de goce bajo la modulación de la significación fálica. En adelante, si esta
operación metafórica es llevada a cabo, el niño no se sentirá asediado por la omnipotencia del
capricho materno, dejará de verse sometido al enigma de “¿qué es lo que mi madre desea?” y podrá
orientarse respecto al significante fálico que hará de él un sujeto capaz de inscribirse en un discurso
que constituya un lazo social. Lo que aquí interesa retener es que el éxito de la metáfora paterna
reside en lograr introducir la vía de la significación fálica como cortina para velar el enigma del Deseo
del Materno. El significante del Nombre-del-Padre se hace cargo de lo inefable mediante su limitación
a la significación fálica, evitando así la búsqueda infinita de sentido frente al deseo del Otro. En este
sentido el falo como significante interpreta el deseo en el campo del lenguaje recubriendo la ausencia
de saber sobre el sexo y facilitando lo que uno ha de hacer como hombre o mujer.
En el terreno de la psicosis las cosas se deciden en otros términos. Si entendemos que en un
momento lógico estructural –no historizable- la metáfora paterna no es efectuada, el resultado teórico
esperable es que lo que operó fue la forclusión del Nombre-del-Padre. De acuerdo con esto, el deseo
de la madre no será simbolizado y, consecuentemente, el niño quedará habitado por un agujero en
ser en lo relativo a lo que él mismo representa para el deseo del Otro. La no inscripción simbólica en
las vías de la significación fálica dejará al sujeto sin el velo que recubre el enigma de “¿qué soy yo
ahí para el Otro?” corriendo el riesgo de verse enfrentado a la falta y el deseo del Otro
experimentándolo como una voluntad de goce ilimitado. Si bien el neurótico se vale del fantasma y el
mito edípico como significación que le haga representar-se, el psicótico se verá vacío de toda
significación con la que anude una representación como ser sexuado y para la muerte ante lo que el
Otro le demanda. No obstante, la expresión vacío o agujereado en el registro simbólico no es
sinónimo de que el loco carezca de otras posibilidades para normalizar su existencia en una relación
al Otro.
Una solución múltiple: delirio, suplencia, synthome…
Si Freud marcó un punto de inflexión histórica al reconocer en el delirio una función auto-terapéutica
que resalta el trabajo del propio sujeto en su curación, con la enseñanza de Lacan descubrimos otras
estrategias que el psicótico pone en juego para tratar de abrochar una estabilización frente al agujero
que lo precipita al abismo de la locura.
La psicosis clásica reúne una serie de categorías nosográficas como la esquizofrenia, la paranoia y la
melancolía en las cuales se advierte la temporalidad clínica que inicialmente interesó a los analistas
orientados por la enseñanza de Lacan. En éstas se observa la lógica marcada por tres tiempos
consecutivos: el des-encuentro con un real como momento precipitante, a continuación la eclosión del
desencadenamiento y el fenómeno elemental y por último la reconstrucción delirante con la que el
sujeto trataría de contener la deriva significante, promoviendo así una significación cuanto menos
pacificadora. No obstante, regresando un poco más acá al momento lógico del desencadenamiento,
el concepto de estructura psicótica compensada vendría a completar lo anterior sugiriendo la
existencia de ciertos sujetos marcados por la forclusión y la elisión fálica que se mantienen en un
estado compensatorio mediante el cual tratan de bordear el agujero que supone el encuentro con lo
real, con la falta y con el deseo enigmático del Otro. A diferencia de las psicosis claramente
manifiestas, en este caso se trata de personas cuyas vidas discurren de una forma más o menos
ordinaria, sin la irrupción de grandes fenómenos psicóticos que promuevan una ruptura en su
biográfica, aunque algunos de ellos refieran en sus discursos momentos que implican un obstáculo a
toda posibilidad de historización o elaboración simbólica y en cuyas posiciones subjetivas -a veces
desproporcionadas- se comprueba una tentativa por asir un punto de anclaje que los salve del
desencadenamiento.
Ahora bien ¿qué tipo de acontecimientos abocan al sujeto al precipicio del estallido psicótico?
Diariamente observamos cómo circunstancias muy distintas promueven la primera crisis psicótica, si
bien todas ellas tienen el denominador común de confrontar al sujeto frente a su propio vacío en ser,
es decir, frente a la forclusión simbólica que anudaría una significación respecto al deseo del Otro y
que supondría un límite al goce. A modo de ejemplo destacan aquellas coyunturas que suponen el
encuentro con un goce enigmático que el sujeto se ve incapaz de significar, como puede ser la
primera relación sexual o la experiencia inefable del descubrimiento del goce del propio cuerpo.
También son frecuentes aquellas situaciones biográficas de envergadura tal que suscitan el llamado
al Nombre-del-Padre en posición simbólica al sujeto, como el evento de la paternidad o
acontecimientos que emplacen al sujeto a un lugar de cierta promoción social, etc. Otro tipo de
coyunturas vitales que podrían actuar como precipitantes de la crisis psicótica son aquellas en las
que el sujeto hace la experiencia de la incompletud del Otro y que encarnan la realización de la
separación materna imposible de ser simbolizada, o bien aquellas otras que suponen la ruptura de
una identificación imaginaria con el objeto de amor o con un grupo de referencia con el que el sujeto
venía sosteniéndose imaginariamente.
Si entendemos los dos tiempos de la psicosis –el de la estructura compensada y el del
desencadenamiento posterior- según la metáfora del nudo que se desabrocha, nos daremos cuenta
quelo importante en la clínica está en prestar atención a cómo se sostiene o cómo se rompió el sujeto
para saber qué es aquello que le mantiene en equilibrio. Por ello la pregunta que en cualquier caso
debemos hacernos será ¿cuáles son los recursos de los que un sujeto dispone para mantener o
re-encauzar su existencia cuando se trata de evitar o bien solucionar el estallido de la psicosis,
respectivamente? Aunque marquemos una línea divisoria entre psicosis clásicas y psicosis no
desencadenadas, la delgada frontera que las separa no se debe más que a una desigualdad a nivel
de la experiencia. Esto significa que, aunque unos hayan llegado a alucinar y otros no, la disposición
subjetiva y los recursos que ambos pueden desplegar frente al agujero simbólico que los estructura
son exactamente los mismo. Por ello,todas las estrategias novedosas que se extraen de la
enseñanza lacaniana respecto a la estabilización de la psicosis se refieren tanto al restablecimiento
subjetivo posterior al desencadenamiento como a los modestos apaños con los cuales el sujeto
pre-psicótico trata de afianzar una solución a priori frente al angustiante enigma del deseo del Otro,
es decir, una respuesta ante al vacío previa incluso a la efectuación del desencadenamiento.
Siguiendo a Freud, el trabajo delirante es el primer artificio que el sujeto pone en marcha para lograr
encontrar una solución al insondable que le consume. De este modo el deliro debe ser entendido
como una elaboración significante que el psicótico fabrica para poner un límite a la invasión del goce
del Otro. Sin embargo, también la clínica diaria nos demuestra que no todos los delirios concluyen
con una pacificación entre el yo-objeto y el Otro-perseguidor si en su sistematización no ha sido
incluida una tercera dimensión capaz de regular esa estragante relación, como puede ser la inclusión
del “Orden del Universo” según nos informa Paul Schreber en sus famosas memorias.
Por el contrario, a veces asistimos a sorprendentes estabilizaciones subjetivas sin la mediación de
una creación delirante, incluso previas al desencadenamiento psicótico, gracias a la invención de otro
tipo de estrategias que reportan al sujeto una nueva forma de inscribirse en un lazo social y que le
permiten una reconciliación con el Otro. Todas estas estrategias van encaminadas a contener o
reducir el goce errático y des-localizado mediante una neo-forma de abrochar el desanudamiento de
los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. Entre ellas cabe subrayar ciertas maniobras que
hacen pasar el goce por el desfiladero del significante, sea a través de la escritura, mediante la
ritualización de ciertas conductas y la perseveración en fórmulas verbales obsesionantes, o incluso a
través de un nuevo modo de inscribirse en lo social por medio de un axioma significante con el que el
sujeto se identifique a un Ideal. Por otro lado también observamos una serie de recursos
estabilizadores más claramente vinculados a disposiciones imaginarias o que ponen en juego una
forma de tramitar el goce desde la creación de un síntoma que compromete al cuerpo. Así
describimos apuntalamientos imaginarios llevados a cabo mediante identificaciones por las cuales el
sujeto hace suyos ciertos rasgos o actitudes de otros, al estilo de las personalidades «como si»
descritas por Helen Deutsch, y otras compensaciones por las cuales el psicótico se sostiene gracias a
síntomas que sacrifican lo real del cuerpo (como es el caso de algunas anorexias) o que conllevan un
enganche irreflexivo a un tipo de goce pulsional concreto (esto es lo que ocurre en ciertas
toxicomanías o diversas imposturas perversas).
Después de todo lo dicho podemos resumir que el concepto de psicosis ordinaria señala un horizonte
más allá de la semiología fenomenológica de la psicosis. En su constitución clínica se enmarcan un
amplio abanico de manifestaciones psicótica que van desde las psicosis clásicas de amplia
repercusión hasta las estructuras psicóticas no desencadenadas, si bien el rasgo común que las
unariza queda reflejado en la metáfora lacaniana del taburete de tres patas. Como decía Lacan, en la
psicosis no existe un cuarto elemento –el Nombre-del-Padre- que anude los tres registros: Real,
Simbólico e Imaginario y por ello el que hace de tercero (sea éste una suplencia simbólica, una
sobre-identificación imaginaria o una compensación desde lo real) adquiere una sobre-dimensión tan
notable que su fracaso o vacilación sería el motivo que ocasionaría el desencadenamiento de la
psicosis.
Todo lo dicho hasta aquí pone en evidencia dos verdades que pasan inadvertidas para la psiquiatría
positivista contemporánea: primero, que existen más locos de los que parece; y segundo, que la
psicosis no es un trastorno terminal y estanco frente al cual el sujeto no puede hacer nada sino, más
bien, todo lo contrario.
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