Notas sobre la primera parte de Martín Fierro 1. Empieza

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Notas sobre la primera parte de Martín Fierro
1. Empieza refiriéndose a la soledad que le domina; se siente “ave solitaria” e invoca al Cielo
pidiendo luz para poder contar su historia con la guitarra en la mano. Donde otros cantores de
nota han fracasado, él no retrocede ante nada ni a los fantasmas porque ha de morir cantando, le
han de enterrar cantando y cantando ha de llegar a Dios. Tal es su destino. Hace votos para
mantener el vigor necesario que le permita cantar “aunque la tierra se abra”. Dice que tiene voz
de bajo y canta tan fuerte que los pastos ondulan y él, juega allí mentalmente naipes. Puede
envejecer cantando porque la inspiración brota en él como el agua de un manantial; y su canto es
tan tierno que parece que la guitarra llorara; es incansable, tiene el vigor de un toro y desafía
cantar a cualquiera. No titubea ante los obstáculos, se crece ante el peligro y como buen gaucho
no teme a nada ni a nadie. Goza de su libertad que es su gloria. Es errante. Duerme en el pasto
teniendo como toldo las estrellas, sólo pelea y mata por necesidad y él ha sido padre y esposo
modelo aun cuando la gente lo tiene por bandido.
2. No quiere que le hablen de penas, pues, él vive penando; tampoco que sean atrevidos con él
porque les iría mal. Reflexiona sobre el sufrimiento que nos acompaña en este mundo.
Recuerda con nostalgia los tiempos idos en que la vida en la pampa era distinta; el campesino
vivía en su rancho con su mujer e hijos. Se levantaba cuando las estrellas aún brillaban en el
firmamento. Se alimentaba bien y salía al trabajo montado en su potro brioso; cada cual hacía
empeñosamente la labor que le correspondía: el domador su faena con su inteligencia y astucia
que Dios le dio, el agricultor labraba la tierra y cuidaba los cultivos mientras que el pastor guiaba
y vigilaba el ganado. Al caer la noche se reunían junto al fuego, conversaban animadamente
sobre las incidencias del día y después de una copiosa merienda iban a dormir con el ser amado.
Los gauchos andaban alegres, bien montados, dispuestos al trabajo. Cuando llegaba la época de
marcar el ganado, era una fiesta de desbordante alegría, jovialidad y camaradería acrecentada por
el licor que llevaban en damajuanas. Los gauchos jugaban mientras las mujeres preparaban los
potajes de carne, pasteles, etc. para el almuerzo. Ahora todo ha cambiado; el panorama de la
vida es distinto: la autoridad castiga con rigor cualquier falta; el golpear, poner en el cepo o
enrolarle a la fuerza con cosas corrientes.
3. Martín Fierro recuerda su familia, su hacienda y los días felices que pasó hasta que llegó la
redada para la Conscripción Militar; él fue cogido en una gran fiesta con algunos mientras otros
pudieron escapar; un gringo que cayó lloraba mientras que un inglés huyó a la sierra. Cuando
llegaron a su destino, el jefe los arengó ofreciéndoles 500 azotes al que desertara. El coronel no
les dio armas pero si les ocupó en sus chacaras durante un año. Para perseguir a los indios les
proveyeron de lanzas y latones porque las de fuego las vendían para cazar avestruces. Los indios
eran feroces, montaban buenos caballos, sabían manejar los bolos, robaban y saqueaban y
cuando recibían un corte en el vientre y salían sus intestinos, ellos los recogían y seguían
disparando; la tropa mal armada y peor montada no podía hacer nada contra ellos. Un día los
soldados sufrieron una emboscada; los indios dando feroces alaridos les atacaron y ellos huyeron
como palomas a la desbandada: Martín Fierro fue alcanzado por el hijo de un cacique a quien
mató y apoderándose de su caballo huyó.
4. Martín deja a cargo del lector imaginarse cómo quedaría después de salvar su vida ya que él y
sus compañeros estaban muy pobres, no les pagaban su soldada, andaban mugrientos, en estado
miserable y sin camisa; sus prendas personales y el apero de su bestias estaban tan inservibles
que iban quedando en los caminos; él sólo tenía una manta que había ganado en el juego y con la
que se cubría en las noches. Su situación empeoró cuando el comandante le quitó su caballo con
el pretexto de “enseñarle a comer grano.” Al pulpero le vendían plumas de avestruz, cueros, etc.
y aunque éste tenía su tienda semi-vacía, era hábil para comerciar con el hambre y la necesidad
de ellos. Cuando llegó el dinero, todos recibieron una pequeña cantidad excepto él que ni
siquiera figuraba en las listas del cuartal. Más por pura formalidad que por justicia, el
comandante investigó el caso y el sargento iniciándose un papeleo en tal forma que dejó impune
el delito. Martín Fierro entonces lanza una interjección muy dura para las madres de los autores
de la pillería.
5. Desesperado, aguarda un ataque de los indios para desertar ya que ni hace servicio militar ni
defiende frontera alguna. Insiste en que a los soldados los han convertido en peones y todavía
los prestan para que trabajen en otros dundos. Y como muchos jefes se han enriquecido por este
medio y otros deshonestos, piensa que el mal no tiene remedio, salvo la muerte si se queda o la
huída. Una noche que regresaba al fortín, el centinela napolitano lo desconoció a causa del
armadillo peludo. Al preguntarle “¿Quen vívore!” (quién vive), Martín contestó disgustado:
¡Qué víboras! y al grito de “¡Ha garto!” él replicó: “Más lagarto serás tú” por lo que el centinela
disparó su fusil sin más consecuencias que el susto y su apresamiento; fue tendido en el suelo y
atado de pies y manos a cuatro bayoneta. Su sufrimiento le hace hablar mal del Gobierno y
maldecir al gringo y a la “gringada” que viene al fortín sin saber ensillar un caballo, ni maniatar
reses; están tan desadaptados que el calor los sofoca, el frío los hace tiritar, la lluvias los asusta y
son recomendables para vivir entre mujeres porque son inútiles en todo.
6. El relato llega a la parte más penosa cuando recuerda que, con la promesa de licenciamiento
a la llegada del ministro Don Ganza, hicieron una expedición contra los indios; se les dijo que el
ministro traería cañones e inclusive dinero para pagarles; pero a él, gaucho endurecido en la
lucha por la vida, no le importó la noticia. Una noche en que bebían, el Jefe y el Juez de Pas,
Martín aprovechó la ocasión y escapó. Conocedor del campo se orientó perfectamente en la
oscuridad y sorteando los peligros llegó a sus tierras; su desilusión fue enorme: no encontró su
rancho y nada de sus pertenencias, salvo un gatito que se había refugiada en una cueva. En su
desesperación al verse sin familia, sin rancho, pobre, abandonado, desertor y desnudo, juró
llorando ser más malo que una fiera. Recuerda con tristeza cuando dejó su hacienda al cuidado
de su mujer, acicateada por el hambre, tuvo que buscar otro marido: él la justifica, la ama
todavía y pide a Dios protección para ella y sus hijos. Presiente con amargura que sus hijos
andarán a la ventura “sin padre ni madre ni perro que les ladre”, sin techo ni abrigo, buscando la
ayuda de almas compasivas o el abrigo de algún cerro. En un arranque de fe invencible se
promete recuperar lo perdido, aun a costa de su vida, sin desalentarse mientras tenga sangre en
las venas.
7. Martín estaba desorientado, no sabía donde ir; creyéndole vago las gentes empezaron a
perseguirle y él se vio obligado a huir del lugar en el que ya no tenía nada que le atrajera.
Pensaba siempre en sus hijos. Una noche asistió a un baile donde encontró muchos amigos, se
divirtió mucho y se embriagó, a tal punto que, buscó camorra a un negro a cuya mujer le dijo
burlonamente; “va . . . ca . . .yendo gente al baile”; la mujer comprendió el sentido de la frase y
le replicó: “más vaca será tu madre”; él la siguió importunando contándole una copla hiriente
que colmó paciencia del esposo a quien también ofendió; entonces se armó la gresca: salieron a
relucir los cuchillos y el negro cayó muerto ante la mirada desconcertada de la mujer que se
abrazó el cuerpo inerte de su marido llorando desesperadamente. Aunque Martín recibió
también una herida en la mejilla, miró a la mujer y no quiso castigarla, limpió su cuchillo y se
alejó, montado en su potro, en dirección a una tierra baja anegada donde creía estar seguro. Más
tarde supo que el cadáver no fue velado como es costumbre, y se le enterró con un cuero que le
sirvió de ataúd. Desde entonces, la gente supersticiosa cree ver en las noches serenas una luz
como de alma en pena. Martín tiene intención de retirar los restos al cementerio para que el alma
del difunto no siga penando.
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