X 1 DE JULIO DEL 2012 3 AGUSTÍ CARBONELL vo me atraía. Siempre que he jugado fútbol lo he hecho como defensa o portero. Y es que defender también es un arte en el fútbol. Y la selección que dirigía Bearzot aplicaba un sistema muy efectivo, pero también atacaba. Y muy bien. Tenía como estandarte a Zoff, en la portería; a Scirea, como líbero; y a Gentile como perro de presa, que marcó y borró a Maradona y Zico en los partidos contra Argentina y Brasil. Y ni hablar de un mediocampo precioso con Cabrini (lateral izquierdo), Tardelli y Antognoni. Y una delantera efectiva con Conti, Rossi y Graziani. Cuando llegó el día del partido, nadie daba un peso por Italia. Todos creían que Brasil pasaría y llegaría a la final para salir campeón, pero la Azzurra se recompuso, había jugado una primera fase mediocre, y eliminó al favorito de todos. Tanto le afectó a Brasil, que cuando alguien habla de esta derrota en ese país, se refiere a este encuentro como La tragedia de Sarrià. Tragedia que está solo un escalón por debajo del Maracanazo, ante Uruguay, en el Mundial de 1950. Guardando las proporciones y sin querer ofender a nadie, pienso y especulo que con esta derrota Brasil experimentó un sentimiento cercano al que tuvo EEUU cuando los aviones de Al Qaeda derribaron las Torres Gemelas. Sí, es una barbaridad, es un atrevimiento hacer semejante analogía, pero al igual que EEUU ya no sería el mismo tras ese hecho, Brasil no apostó más por el jogo bonito, se preocupó más por defender. Su fútbol se europeizó, dando mayor prelación a lo físico que a lo técnico. En un país en donde todos los futbolistas nacen atacantes, tras esa derrota contra Italia, ahora se preocupan más por defender que por jugar. Ese partido les cambió la idea de que el fútbol no solo es cuestión de tener los mejores delanteros. Ese partido los hizo crecer, dejaron de ser los niños grandes que se divertían jugando a la pelota para pasar a ser los adultos que saltan a la cancha pensando en el fútbol como un trabajo. Recuerdo que ese Mundial fue la primera vez que escribí algo con ganas de ser publicado. Entonces tendría 11 años y tras ver el partido inaugural disputado en el Camp Nou, que ganó 1-0 la Bélgica de Pffaf, Gerets, Coek y Ceulemans, contra la Argentina de Fillol, Passarella, Maradona y Kempes; después de ver ese encuentro, un instinto me hizo caminar hasta el armario en el que mi hermano mayor guardaba su vieja Olivetti Lettera 32. Un cajón más arriba estaba el San Judas Tadeo de mi padre. Como pude, bajé la máquina de escribir. Metí una hoja en blanco y escribí dos o tres líneas, a manera de entrada, que hacían referencia a la derrota del entonces campeón mundial. Fue la primera vez que redacté algo, que quería contar a través del papel. ¿A quién? No sé. Quizás a mí mismo. A ese lector que todos llevamos dentro. Veintiséis años después, por mi esposa y su doctorado, en el 2008 aterrizamos en Barcelona. Ya instalados, recuerdo que comencé a preguntar por Sarrià. Quería conocer el lugar en el que se había jugado el mejor partido en la historia de los mundiales de fútbol. Caminando por allí, entre la avenida del General Mitre, la calle del Doctor Fleming, y la Avenida de Sarrià, descubrí el nombre de un bar en uno de los tantos paseos en busca de los imaginarios Sócrates, Zico, Rossi o Zoff. Descubrí sin querer ofender a nadie, pienso que con la derrota brasil vivió un sentimiento cercano al de eeuu cuando al qaeda atacó las torres gemelas el bar Sarrià 82 y toda la historia de una novela surgió en mi cabeza. Ahora solo tenía que escribirla. Así surgió Los fantasmas de Sarrià visten de chándal (Editorial Milenio). Una novela presentada hace semana y media en Barcelona y que pronto se distribuirá en Colombia y Argentina. Un libro que no es otra cosa sino una visión personal sobre, en mi opinión, el mejor partido en la historia del fútbol. Pero no es una novela de fútbol. Digamos que esa es la excusa para tratar otros temas que he conocido viviendo estos cuatro años en la ciudad: turismo, inmigración, supervivencia, Barcelona no como ciudad sino como marca, vejez, soledad, olvido. El hecho de que ese partido se haya disputado en un estadio que fue demolido, y en cuyo lugar se construyeron edificios de viviendas y despachos, me sirvió para catapultar la ficción y atarla a la realidad. Y es que es tan grande el vacío que dejó el campo de Sarrià en Barcelona que a veces pienso que ninguna persona dentro de la ciudad lo ve. Nos sobrepasa. Javier Cercas –el escritor residente del curso (2009-10) que estudié el Máster de Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra– nos dijo, a mis compañeros y a este servidor, que toda novela es una pregunta. Escribiendo Los fantasmas de Sarriá visten de chándal, siempre me hice tres: ¿Qué es un jugador de fútbol? ¿Qué es un partido de fútbol? ¿Qué es el fútbol? Cercas también dice que la mayoría de las veces, la novela no responde a la pregunta. El poeta argentino Juan Gelman dice que cada escritor escribe lo que puede. Esto es lo que he podido. Y esto es lo que he querido. Tratar de recordar a dos equipos que pisaron un campo de fútbol que ya no existe. Quizá con la misión de hacer valer, hoy más que nunca, esa frase de Sócrates, no el filósofo sino el jugador de Brasil que murió el año pasado: «Los futbolistas no jugamos para ganar, jugamos para ser recordados». H