Paula Lopera Jaula de oro, libertad de plomo. Si nos comparamos a nosotros, personas del siglo XXI, con una estatua, a simple vista puede decirse que lo único similar es el aspecto (suponiendo que nos estamos comparando con una estatua que representa a una persona). Pero si nos comparamos con el Príncipe Feliz, protagonista del relato homónimo de Oscar Wilde, veremos cuánto podemos tener en común. Una de las características que más llama mi atención es que, aun siendo una estatua, y gracias a que la imaginación todo lo puede, el Príncipe es libre como nosotros, y más aun de lo que fue en vida. Curiosamente, esta libertad le fue otorgada elevándolo sobre una ciudad, lo que le permitió ver situaciones que no había conocido estando vivo. En mi opinión, este relato -aparentemente simple-, ilustra claramente que el conocimiento, y más específicamente la verdad, complementan la libertad, queriendo decir que, mientras más se conoce, más libre se puede ser, y este incremento de la libertad es un paso hacia la felicidad. Es pertinente apuntar que la libertad, siendo una “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos” (Real Academia Española, 2001), está estrechamente relacionada con la toma de decisiones. Estas decisiones se toman proporcionalmente a las opciones que se tengan. En el caso del Príncipe Feliz, mientras estuvo con vida, vivió en el Palacio de la Despreocupación, que estaba rodeado por murallas, las cuales le impedían ver lo que había fuera del palacio; por esto sus opciones estaban limitadas de la puerta del palacio, hacia adentro. Debido a esto, el Príncipe no tenía más opción que vivir feliz, “si es que el placer es la felicidad” (Wilde, 1888), lo cual él creyó toda su vida. Al morir y ser elevado como una estatua en la parte alta de la ciudad, el Príncipe descubrió que había estado equivocado; desde las alturas, donde se encontraba, podía ver todo lo que ocurría, y, gracias a lo que vio, entendió que el placer no era lo mismo que la felicidad. Desde allí, el Príncipe descubrió esta y muchas otras verdades, entendiendo como verdad “un juicio o proposición que no se puede negar racionalmente” (Real Academia Española, 2001). Entre estas otras verdades, conoció la miseria en la que vivían algunos habitantes de 1 la ciudad, y al darse cuenta de esto sus opciones de actuar se aumentaron. Antes, cuando estaba vivo y no conocía la situación, lo único que podía hacer al respecto era ignorarla y continuar viviendo por el placer. Siendo una estatua, el Príncipe tuvo más posibilidades de ser verdaderamente feliz de las que tuvo en vida. Sabiendo que vivir placenteramente no lo hacía feliz, decidió obrar de acuerdo a una de las nuevas opciones que se le presentaban. En vez de ignorar la miseria que lo rodeaba, se conmovió y se dispuso a actuar al respecto. Aunque estuviera clavado a su pedestal, encontró la forma de aliviar un poco a algunos pobres de la ciudad, con la ayuda de una golondrina, que fue su mensajera por varias noches. La golondrina, que al inicio del relato parece un pájaro frívolo y vanidoso, se conmueve un poco con la historia del príncipe, y finalmente acepta ayudarlo, sólo por una noche. En esta primera noche el príncipe le pide que arranque el rubí de la empuñadura de su espada, y lo lleve a una mujer, y a su niño enfermo. La golondrina hace lo que él le pide, y cuando está regresando de la casa de la mujer al príncipe observa extrañada: “ahora casi noto calor y, sin embargo, hace mucho frío” (Wilde, 1888). Esta sencilla observación es un indicio de que su orgulloso corazón se siente dichoso por haber hecho esta buena acción. La golondrina también es un personaje que, ejerciendo su libertad, decide ayudar al Príncipe después de conocer su historia. Las dos noches siguientes, el Príncipe regaló sus ojos, que eran zafiros, quedándose ciego. Al principio la golondrina se rehusaba a dejarlo ciego, pero por su insistencia llevó los zafiros a un joven escritor que moría de frío, y a una pequeña vendedora de cerillas maltratada por su padre. En este punto del relato, se puede pensar que, al quedar ciego, el príncipe perdió parte de su libertad, pero esto no es real. Aunque hubiera quedado ciego, el príncipe ya había conocido el sufrimiento y, aunque hubiera perdido la facultad de percibirlo, no había perdido su conocimiento; por lo tanto podía seguir actuando en consecuencia, tratando de aliviar el dolor de la gente. La golondrina, tras haber dejado al príncipe ciego, decidió no dejarlo, y quedarse con él para siempre. El Príncipe le pidió que no lo hiciera, y que se fuera hacia Egipto, como lo había planeado, pero ella se negó. Se quedó con él tras haber descubierto su bondad, y su 2 amor por la gente de la parte baja de la ciudad, a quienes ni siquiera conocía. Si no hubiera conocido nunca la historia del príncipe, y sus sentimientos hacia su prójimo, la golondrina probablemente no hubiera decidido quedarse con él; pero al saberlo, sintió pena de dejarlo, a pesar de saber que el invierno estaba comenzando, por lo cual, muy posiblemente, iba a morir. Aquí se evidencia que la golondrina conoce lo suficiente sobre su situación como para decidir qué hacer, y libremente decide no migrar hacia tierras más cálidas. El Príncipe, sabiendo también que la golondrina iba a morir pronto, decidió que era mejor que, en vez de tratar de entretenerlo contándole historias de paisajes exóticos que había visitado, le contara lo que ocurría en la ciudad. Para el Príncipe eran maravillosas las narraciones de la golondrina, pero le parecía aún más maravilloso lo que podía soportar la humanidad, pensando que “no existe mayor misterio que la miseria humana” (Real Academia Española, 2001). Aquí se muestra que, aunque el príncipe no conociera con profundidad el dolor y la desesperación que sentían, y lo considerase un misterio, sabía lo suficiente como para querer mejorarlo, además de ser perfectamente consciente de su ignorancia. Así que continuó recurriendo a la golondrina como mensajera, para que le llevara capas de su recubrimiento de oro a más desdichados, pues ellos creían que “el oro puede hacerlos felices, aunque él supiera que no era verdad. Efectivamente, la golondrina murió un día a causa de las heladas del invierno. Para este entonces el Príncipe, desprendido de todas riquezas, parecía un pordiosero, según habitantes de la ciudad. Además su corazón, que era de plomo, se había partido en dos. Los gobernantes de la ciudad decidieron echar a la basura la golondrina muerta, junto al corazón del príncipe; pero cuando Dios pidió a uno de sus ángeles que le llevara los dos objetos más valiosos de la ciudad, éste llevó el corazón del príncipe y la golondrina muerta. Este pequeño relato deja una especie de enseñanza, que sirve de conclusión en este texto: Nuestra libertad es frágil y limitada, pero la forma que tenemos para fortalecerla y enriquecerla es de fácil acceso. Conociendo, aprendiendo y buscando la verdad, nuestra libertad aumenta, al igual que nuestro camino hacia la felicidad se hace más llevadero. 3