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LECTURA PRELIMINAR
“La economía del cuidado: planteamiento actual y desafíos pendientes”,
de Cristina Carrasco
La economía del cuidado: planteamiento actual y desafíos pendientes
Cristina Carrasco
LA ECONOMÍA DEL CUIDADO:
PLANTEAMIENTO ACTUAL Y
DESAFÍOS PENDIENTES
Cristina Carrasco1
Universidad de Barcelona
Este escrito corresponde a dos conferencias. Una realizada en “La casa encendida”
de Madrid dentro del ciclo “Los retos del siglo XXI: otro mundo es necesario” en junio de
2010 y la segunda realizada en el curso “Lecturas y salidas alternativas a la crisis” en el
marco de los Cursos de Verano de la Fundación General de la Universidad Complutense,
El Escorial, julio 2010. Está dividido en dos partes. En la primera se presenta una
propuesta realizada desde la economía feminista que visibiliza y reconoce el trabajo de
cuidados y, en la segunda, se esbozan unos primeros intentos de analizar la posibilidad
de integrar el trabajo doméstico y de cuidados en los modelos o procesos económicos,
desvelando los problemas que ello implicaría.
MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍA DE MERCADO
DEL TRABAJO AL EMPLEO: LOS CIRCUITOS DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
Si se pregunta a diversas personas, cuya profesión no sea la economía, por la
definición del concepto de trabajo, lo más probable es que las respuestas no sean fáciles
e inmediatas y, además, se obtenga una variada gama de posibilidades que abarquen
aspectos tales como actividad, tiempo, energía, cansancio, dinero, necesidades,
reproducción, subsistencia, etc. Pero, si el mismo ejercicio se realiza con estudiantes de
economía que lleven cursada la mitad de la carrera, entonces lo más probable es que,
sin lugar a muchas dudas, la respuesta sea rápida y precisa: trabajo es toda actividad
que se intercambia por dinero. Esta posibilidad de respuestas distintas nos lleva a una
primera reflexión. Si el trabajo es la actividad básica de mujeres y hombres, que se ha
tenido que realizar desde nuestros orígenes históricos para poder subsistir, que es parte
de la vida misma de todas las personas, ¿cómo es posible que para la mayoría de las
personas su definición presente tantas ambigüedades y, en cambio, para los estudiantes
1 [email protected]
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de economía el concepto sea tan claro? ¿Qué ha sucedido para que una idea tan compleja
haya devenido en la economía en una definición tan precisa como estrecha?2
Una breve mirada a la historia del pensamiento económico permite apreciar que esta
identificación entre actividad laboral remunerada y trabajo no es algo “obvio” o “natural”,
sino el resultado de un complejo proceso histórico de reconceptualización, que guarda
relación con la división sexual del trabajo y con el modo en que, desde la economía
teórica, se ha ido definiendo el concepto.
La publicación en 1776 de la obra de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones,
simboliza el nacimiento de la disciplina económica y, en particular, el inicio del
pensamiento clásico. Para esta escuela, la economía política es la ciencia que estudia las
leyes que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes
materiales destinados a satisfacer las necesidades humanas. Aunque en la definición no
se establece explícitamente a qué tipo de producción y distribución se está haciendo
referencia, para los pensadores clásicos no había duda de que el estudio se centraba en
la producción y distribución mercantil. De hecho, no es casualidad que este pensamiento
se desarrolle durante los siglos XVIII y XIX, ya que el interés está en el estudio del
emergente sistema capitalista. A este respecto conviene recordar las palabras de Marx
señalando una cierta empatía de los pensadores clásicos con el sistema económico
naciente.
La teoría del valor trabajo iniciada por Adam Smith –y continuada posteriormente
por David Ricardo y Carlos Marx- establece que el trabajo (industrial) es la fuente del
valor y de la riqueza, lo cual dotará al concepto de una gran centralidad. Y, puesto que
el valor de los objetos está relacionado con la cantidad de trabajo incorporada en ellos,
se abre la posibilidad de analizar el valor y, en consecuencia, los precios, a través de
una magnitud mensurable: la cantidad de trabajo. Esta forma de medir el trabajo, en
tiempo-reloj, representa un nivel de abstracción relevante donde los aspectos
cuantitativos predominan sobre el contenido de la actividad3. Como resultado, desde la
industrialización, el término trabajo quedará cautivo para designar el trabajo de mercado
y todos los trabajos que caigan fuera de la órbita mercantil quedarán excluidos de la
definición (Picchio 1996, Mayordomo 2004).
Es curioso que los economistas clásicos –particularmente, los señalados-, que
pensaban y teorizaban en términos de reproducción, analizando las condiciones
necesarias para la repetición de los procesos productivos, no tuviesen en cuenta en sus
esquemas analíticos los trabajos necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo,
fundamentalmente el trabajo doméstico y de cuidados que tiene lugar en el ámbito del
2 Boulding (1973) plantea que no hay que preocuparse por intentar definiciones demasiado exactas, ya que
suelen limitar excesivamente el contenido. Como ejemplo, utiliza la idea de arco iris: se puede trabajar con la
idea de arco iris aunque uno no sepa donde termina el amarillo y donde empieza el verde.
3 De esta manera, se establecerá una medición del tiempo de trabajo en tiempo-reloj, que resultará muy poco
apropiada para “medir” otro tipo de trabajos, como se verá más adelante.
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hogar. La producción de mercancías no se produce sólo por medio de mercancías, como
señalaba el conocido libro de Piero Sraffa (1960), sino que también participa el trabajo
de los y las trabajadores/as, que a su vez se reproducen a través de un sistema complejo
donde interviene de forma central el trabajo de cuidados realizado desde los hogares.
Ahora bien, a pesar de esta limitación en los planteamientos clásicos, presentan, sin
embargo, una ventaja respecto a la posterior economía neoclásica. De alguna manera,
reconocen la contribución del trabajo doméstico y de cuidados al proceso de reproducción
social. El doble carácter con que Smith definió el salario –como coste de reproducción
familiar y como coste de producción- sitúa en el centro del análisis la conexión entre
ambas esferas, haciendo emerger el antagonismo entre salarios y beneficios pero, a su
vez, otorgando relevancia –aunque no categoría económica- a los trabajos de cuidados
realizados por las mujeres en los hogares necesarios para la reproducción de la clase
obrera (Picchio 1992, Mayordomo 2004).
La escuela marginalista –posteriormente neoclásica- surgida a finales del siglo XIX
invertirá el orden de prioridades del enfoque clásico, situando como centro de estudio el
funcionamiento del sistema de mercado y su papel para asignar los recursos “escasos”.
Su análisis se aleja de la producción para dirigirse al estudio del comportamiento de los
agentes económicos –consumidores y productores. Éstos realizan elecciones racionales
persiguiendo su propio interés basándose en un conjunto de gustos y preferencias
predeterminadas, ajenas al ámbito económico. Es decir, se reemplazan las ideas basadas
en las necesidades de subsistencia, las condiciones de reproducción, los costes de la
fuerza de trabajo y la doctrina del fondo de salarios, por la teoría de la utilidad y la
productividad marginal (Picchio 1992).
A nuestro objeto, este cambio de enfoque económico será determinante. El
desplazamiento del objeto de estudio desde la producción al mercado, tendrá dos
consecuencias que marcarán definitivamente las fronteras de la economía: por una parte,
se acabará de legitimar la separación de espacios entre lo público económico (mercado)
y lo privado no económico; y, por otra, el trabajo familiar doméstico, al no ser objeto de
intercambio mercantil, será definitivamente marginado e invisibilizado. El trabajo pasará
a ser sencillamente un “factor de producción”, el recurso humano que interviene en la
producción de mercado.
De esta manera, la conceptualización del término "trabajo" que hoy conocemos se
va construyendo desde los inicios de la industrialización, estableciéndose definitivamente
una identificación de trabajo con empleo, quedando excluidas de la definición las
actividades que no tienen lugar en el mercado.
Utilizar un término para designar una actividad asociada a lo masculino pero con
pretensiones de universalidad no es ajeno al patriarcado. Es la creación del simbólico a
través del lenguaje. Lo masculino tiende a categorizarse como universal, con lo cual se
invisibiliza al resto de la sociedad, básicamente a las mujeres. Por ejemplo, cuando se
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habló de sociedades de pleno empleo, se trataba de un empleo masculino; o cuando se
habló de sufragio universal, se refería en los inicios al voto masculino. De la misma
manera, designar por trabajo a la actividad desarrollada en el mercado y conceptualizar
como no-trabajo a aquella realizada en los hogares, ha contribuido a consolidar una
valoración distinta tanto para la actividad, como para las personas que la realizan.
En definitiva, la economía, al preocuparse sólo del mercado y relegar al limbo de lo
invisible el trabajo doméstico y de cuidados, está eludiendo toda responsabilidad sobre
las condiciones de vida de la población, que continúa siendo una cuestión embarazosa
para la teoría económica. De esta manera, se restringen las perspectivas analíticas y
políticas y se reducen las condiciones materiales, relacionales y culturales de la vida a la
relación del trabajo asalariado. "Así, se condenan a un estrabismo productivista que, por
un lado, es incapaz de ver aperturas y puntos de resistencia y que, por el otro, esconde
vulnerabilidades profundas del sistema económico que se juegan en el terreno de vivir,
como proceso cotidiano de reproducción de cuerpos, identidades y relaciones. ... Al final,
pues, se acaba por aceptar como única perspectiva de referencia la de los perceptores
de los beneficios, que de forma coherente respecto a su punto de vista, consideran las
condiciones de vida de los trabajadores y de sus familias como un coste o un lujo
improductivo o, en cualquier caso, como una reducción de la tasa de ganancia" (Picchio
2009: 28-29).
El objetivo de la economía feminista es precisamente elaborar una nueva visión del
mundo social y económico que integre todos los trabajos necesarios para la subsistencia,
el bienestar y la reproducción social y tenga como principal objetivo las condiciones de
vida de las personas4.
UNA PROPUESTA DESDE LA ECONOMÍA FEMINISTA
Lo que actualmente ha venido a denominarse economía feminista tiene una larga
historia que se desarrolla casi en paralelo al pensamiento económico. Aunque, es a partir
de los años setenta que se inicia con fuerza tanto la crítica metodológica y epistemológica
a las tradiciones existentes, como una importante elaboración teórica propia y un cuerpo
de análisis empírico alrededor del trabajo de las mujeres. Lo que aquí se presenta es el
enfoque que se ha desarrollado desde esta nueva mirada que extiende los límites de la
economía más allá del mercado5.
4 Lo que se denomina economía feminista no responde a un cuerpo teórico monolítico, más bien integra
distintos enfoques y distintos niveles de ruptura con los paradigmas establecidos, consecuencia lógica de un
proceso de construcción y reconstrucción conceptual, de creación y recreación de pensamiento, que suele estar
plagado de dudas, pruebas y experimentaciones que van dando forma y contenido a nuevas perspectivas
teóricas y aplicadas.
5 En Carrasco 2006b se realiza un breve recorrido por lo que ha venido a denominarse “economía feminista”.
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Gráfico 1: El circuito del trabajo
Fuente: Elaboración propia a partir de Picchio 2001
La perspectiva de la economía feminista sobre el circuito del trabajo y la producción
puede representarse de forma simplificada en el diagrama 16. La línea gruesa horizontal
separa los espacios de producción mercantil capitalista y de desarrollo humano, aunque
una división rígida de estos espacios no es realista. Por una parte, los distintos trabajos
–trabajos desarrollados bajo distintas relaciones sociales- están íntimamente
relacionados siendo dependientes uno de otro; es decir, existe una relación dinámica
entre el procesos de producción y reproducción de mercancías y el proceso de
reproducción de la población y, en particular, de la fuerza de trabajo7. Y, por otra, la
frontera entre ambos espacios es porosa y cambiante, dependiendo del desarrollo
tecnológico y de los niveles de renta. De hecho, hay determinadas producciones de
bienes que según la situación sociohistórica de la sociedad –o del hogar- han pasado de
un ámbito a otro. De aquí la paradoja de Pigou en relación al plato de comida preparado
por un ama de casa o un cocinero en un restaurante8. Ejemplo, al cual se puede agregar
6 El diagrama está basado en Picchio 2001.
7 Además del trabajo mercantil y del trabajo doméstico y de cuidados, existen en nuestras sociedades otros
tipos de trabajo, siendo seguramente, el más relevante, el trabajo voluntario o de participación ciudadana. Sin
embargo, por razones de simplicidad, espacio y prioridades, aquí no se consideran en el análisis.
8 Pigou (1920) se plantea que es una paradoja que un plato de comida preparado por un cocinero en un
restaurante se considere parte de la renta nacional, y, en cambio, si el mismo plato de comida lo prepara un
ama de casa para consumo de la familia, no se contabiliza en la renta nacional. Pigou “resuelve” la paradoja
utilizando una definición de renta nacional que sólo incluya los bienes y servicios que se intercambien por
dinero.
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que el mismo plato de comida también podría haber sido preparado por personas no
remuneradas de una ONG y destinado a actividades colectivas. Además, hay que añadir
que, determinadas situaciones, por ejemplo, de crisis, pueden hacer que parte de la
población sustituya bienes de mercado por bienes producidos en los hogares, como por
ejemplo, comer fuera de casa. Y, por último, hay que considerar los niveles de
industrialización y de riqueza de los distintos países. En países más pobres, se suelen
presentar situaciones donde la línea divisoria entre los trabajos es aun menos nítida. Por
ejemplo, muchas mujeres que trabajan como vendedoras ambulantes, desarrollan la
actividad mientras simultáneamente cuidan de sus criaturas9.
La parte superior del diagrama representa el circuito simple del trabajo tal como
tradicionalmente lo ha entendido la economía. Las empresas requieren de fuerza de
trabajo para producir, a la cual remuneran con un salario por su trabajo; con dichos
salarios se reproduce la fuerza de trabajo en los hogares, de tal manera que puede volver
a comenzar el proceso de producción10.
Las limitaciones de un esquema de este tipo son manifiestas. Entre otras razones,
porque es imposible que los hogares se reproduzcan solo con el salario, al menos en las
sociedades actuales. Por tanto, ampliamos el circuito. Se observa entonces que los
salarios que reciben los hogares se combinan con trabajo doméstico y de cuidados para
producir los bienes y servicios necesarios para la subsistencia y bienestar de los
miembros del hogar. Aunque, los hogares pueden utilizar, además de salarios y trabajo
doméstico y de cuidados, aportaciones del sector público en términos de servicios o
transferencias; es desde los propios hogares desde donde se gestiona y organiza todo
el mantenimiento y cuidado de las personas. Los bienes y servicios producidos desde el
ámbito doméstico, por una parte, incrementan la renta nacional, cuestión que la
economía nunca ha considerado en el Producto Interior Bruto. Pero, por otra,
proporcionan aspectos emocionales, de socialización, de cuidado en la salud, en la vejez,
etc. muchos de ellos imposibles de ser adquiridos en el mercado. Lo cual implica no sólo
la subsistencia biológica, sino el bienestar, la calidad de vida, los afectos, las relaciones,
etc., todo aquello que hace que seamos personas sociables. Desde la economía feminista
cada vez más se ha ido destacando la importancia de la llamada economía del cuidado,
como un aspecto fundamental y necesario para el mantenimiento de la vida humana11.
A pesar, por tanto, de que el sistema en términos monetarios-económicos no podría
subsistir con sólo el trabajo mercantil, es mucho más importante este otro aspecto del
trabajo familiar doméstico, aquel que prácticamente lo define, aquel que determina su
objetivo básico: el ser responsable del cuidado de la vida humana.
Toda esta “producción” -que se representa en la parte inferior del diagramareproduce
a toda la población. Para la producción capitalista sólo es necesaria la
9 Esta situación fue sugerida por Amaia Pérez Orozco.
10 Este tipo de circuitos en la economía neoclásica se suelen presentar como situaciones de equilibrio,
aparentemente, armónico.
11 La bibliografía al respecto es muy amplia, como referentes importantes se pueden citar (Folbre 1995,
Himmelweit, 1995, 2002; Picchio 2001, 2009; Amoroso et al. 2003; Pérez Orozco 2006, 2007).
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reproducción de la fuerza de trabajo, diaria y generacional, pero la población no sólo se
compone de fuerza de trabajo real o potencial, sino también de personas mayores,
personas enfermas o con alguna minusvalía o personas que sólo realizan trabajos no
remunerados, toda la cual es necesario cuidar y mantener. Finalmente, parte de esta
población participará en el trabajo de mercado como fuerza de trabajo. Ahora bien, visto
de esta manera, los hogares continúan siendo una “caja negra” en relación a las personas
que los constituyen. Sin embargo, como se verá más adelante, no todas las personas
participan de la misma manera en los distintos tipos de trabajos.
Aunque no es objeto de este artículo, es importante señalar que estos distintos
trabajos y producciones no son una economía cerrada, sino que tienen lugar en un medio
natural que, además de proporcionar una serie de servicios directos, ofrece y suministra
recursos y recibe residuos resultantes de toda la actividad humana12.
Así pues, a diferencia de los modelos habituales (con sesgo androcéntrico) donde
sólo se considera el trabajo que se realiza en el lado visible de la economía -el mercantily
se oculta toda la contribución de la economía del cuidado no mercantil (invisible), estos
nuevos enfoques ofrecen una visión más realista de la sociedad, permitiendo el análisis
de las interrelaciones entre los distintos sectores –monetarios y no monetarios- de la
economía.
Ahora bien, el diagrama no representa una situación de “equilibrio armónico” como
muchos de los modelos de la economía oficial, sino que está plagado de tensiones. Las
más relevantes para el tema que nos ocupa son aquellas que están en la base de un
sistema de capitalismo patriarcal. Por una parte, la tensión entre salarios y beneficio que
tiene lugar en la producción mercantil y que ha sido definida tradicionalmente como la
contradicción básica del sistema económico, desde donde se determina una primera
distribución de la renta. Pero también existe otra tensión que normalmente no ha sido
considerada. El sistema patriarcal otorga posiciones de poder al sector masculino de la
población que, en relación al trabajo, se refleja en una división por sexo de los trabajos.
Posiblemente las claves están en la primera asignación de los espacios y los trabajos por
sexo, las mujeres en casa y los hombres en el mundo público. Pero, no se detienen ahí,
sino que inundan los distintos espacios y los distintos trabajos en toda la sociedad:
trabajos diferenciados por sexo en el mercado laboral, segregaciones verticales y
horizontales, desigualdades salariales, etc., incluso las actividades realizadas en los
hogares están separadas por sexo: ellos asumen proporcionalmente más las
reparaciones del hogar y el cuidado de animales y ellas, todo lo que ha sido
tradicionalmente denominado como trabajo doméstico, lavar, planchar, cocinar, cuidar a
niños/as y personas mayores, etc.13 Estas tensiones -aunque por razones expositivas
12 No es este el lugar para desarrollar la perspectiva de la economía ecológica, aunque se ha querido establecer
un marco global que permita vislumbrar las posibles interconexiones entre estos nuevos enfoques económicos.
En Bosch et al. 2005 se pretende iniciar un diálogo entre la economía feminista y la economía ecológica y se
plantean algunos primeros puntos de encuentro entre ambas perspectivas.
13 Información de la Encuestas de Empleo del Tiempo 2002/2003 y 2009/2010, Instituto Nacional de
Estadísticas.
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aquí se hayan comentado de forma separada- de hecho, se entrelazan, constituyendo
la tensión social fundamental: la lógica del capital, por una parte, y la lógica de la vida,
por otra; el objetivo del beneficio y el objetivo del cuidado y el bienestar humano14.
Las condiciones de vida de la población no dependen sólo del salario, éste representa
una parte significativa en las sociedades que vivimos, ya que tener ingresos monetarios
es absolutamente imprescindible; pero las posibilidades de vivir una vida en condiciones
adecuadas dependen también de las posibles aportaciones del sector público y del
trabajo no asalariado realizado desde los hogares. Las condiciones en que se realiza la
actividad laboral en el mercado son importantes para la calidad de vida de los y las
trabajadores/as, pero también son importantes las condiciones en que se desarrolla la
vida cotidiana más allá del empleo, lo que incluye la organización de los tiempos,
horarios, espacios y la carga total de trabajo doméstico y de cuidados para la o las
personas que lo realizan.
En definitiva, integrar en el análisis económico toda la actividad desarrollada desde
los hogares, no significa agregar a las mujeres al modelo vigente; representa algo mucho
más profundo, una ruptura con lo establecido desplazando los objetivos desde el
beneficio empresarial al cuidado de la vida humana. Hacer explícito el trabajo doméstico
y de cuidados en los esquemas económicos como trabajo necesario, no es sólo una
cuestión de justicia, sino de sensatez y rigor si se pretende analizar e interpretar la
realidad. Esta nueva manera de mirar de forma más global el funcionamiento social y
económico, obliga a algunas reflexiones.
LA FALSA INDEPENDENCIA DEL MERCADO
En primer lugar, se hace difícil pensar que los esquemas elaborados desde la
economía puedan olvidar aspectos tan básicos del sistema como los aquí señalados,
aquellos que tienen como objetivo el cuidado de la vida humana. Seguramente las
razones son variadas y complejas. En otro lugar, ya hemos aventurado algunas de orden
patriarcal y otras de orden económico (Carrasco 2001).
Las primeras tienen que ver en general con las razones del patriarcado: no reconocer
ni dar valor a la actividad de las mujeres y categorizar como universal y con
reconocimiento social, sólo las actividades asignadas socialmente a los hombres. Las
segundas razones guardan relación básicamente con el coste de reproducción de la
fuerza de trabajo. Si solo con los salarios no se pudiese asegurar la reproducción de la
población -y ni siquiera la de la fuerza de trabajo- se estaría poniendo seriamente en
duda la independencia de los procesos mercantiles. Tal vez bastaría con preguntarse:
en un proceso mercantil ¿de dónde proviene la fuerza de trabajo? ¿Es que se ha
14 También existe una tensión planteada desde la ecología entre nuestra forma de producir y consumir y las
condiciones de sostenibilidad del planeta. Pero, como se dijo anteriormente, este tema desborda el objetivo de
este artículo
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producido por generación espontánea? ¿Son suficientes los salarios para asegurar la
reproducción humana? ¿Puede el mercado sustituir las relaciones, afectos, subjetividades
y pasiones que tienen lugar en el espacio no mercantil y son parte esencial de la persona
humana? (Carrasco 2001). Si se piensa en todos los diversos trabajos que hay que
realizar en un hogar y el tiempo que ello implica, es fácil constatar que una parte muy
importante de la población no puede reproducirse sólo con sus recursos monetarios15.
Para ello –como condición necesaria aunque no suficiente- los salarios deberían ser los
de subsistencia real. Pero, si los salarios fuesen realmente de subsistencia, eso
significaría que sólo realizando el trabajo de mercado podríamos subsistir con al menos
un hijo o hija16. Es decir, el salario debería permitir comprar todos los bienes y servicios
sin necesidad de realizar ningún otro trabajo. Entonces, ¿qué salarios deberíamos ganar?
Parece evidente que la producción mercantil capitalista no podría funcionar pagando
salarios de subsistencia real. De aquí la necesidad de mantener oculto, no tanto el trabajo
familiar doméstico en el sentido de que es difícil que alguien niegue que en los hogares
se realiza un trabajo o, al menos, una actividad que requiere energías y tiempo; sino el
fuerte nexo que mantiene con la producción capitalista, el mecanismo a través del cual
la producción capitalista puede desplazar costes hacia la esfera doméstica; costes que
generalmente asumen la forma de trabajos de cuidados realizados por las mujeres. De
esta manera, las empresas capitalistas están pagando una fuerza de trabajo muy por
debajo de sus costes, lo cual representa una parte importante de sus beneficios (Picchio
2001).
Pero además, existe otro aspecto del trabajo familiar doméstico absolutamente
necesario para que el mercado y la producción capitalista puedan funcionar: el cuidado
de la vida en su vertiente más subjetiva de afectos y relaciones, el papel de seguridad
social del hogar (socialización, cuidados sanitarios), la gestión y relación con las
instituciones, etc. Actividades todas ellas destinadas a criar y mantener personas
saludables, con estabilidad emocional, seguridad afectiva, capacidad de relación y
comunicación, etc., características humanas sin las cuales sería imposible el
funcionamiento de la esfera mercantil capitalista17.
Ahora bien, este trabajo absolutamente necesario para la reproducción y el bienestar
social, se ha dejado en manos de las mujeres. A los hombres no se les socializa como
“cuidadores” ni siquiera de sí mismos. Como resultado, una parte importante de la
población adulta masculina es totalmente "dependiente" de las mujeres para las
cuestiones de su vida cotidiana, de su subsistencia básica, incluida la dimensión
emocional. Comportamiento habitual de varones socializados en la cultura patriarcal que
no asumen la responsabilidad del cuidado, ni de ellos ni de otras personas, y centran su
actividad principal en el trabajo de mercado (Bosch et al. 2005)18 .
Una aproximación empírica aplicada a la ciudad de Barcelona se puede ver en Carrasco et al. 1991.
Hay que considerar que si se quiere mantener, al menos, población estacionaria, la reproducción de cada
persona adulta -mujer u hombre- debe incluir la de un hijo o hija.
17 Desde la economía feminista, las dos autoras de referencia que plantearon originalmente esta temática son
Himmelweit 1995 y Folbre 1995.
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La falsa idea de independencia del sistema económico se acompaña entonces con la
también falsa autonomía del sector masculino de la población. Se ha dejado en manos
de las mujeres la responsabilidad de la subsistencia y el cuidado de la vida, lo que ha
permitido desarrollar un mundo público aparentemente autónomo, ciego a la necesaria
dependencia de las criaturas humanas, basado en la falsa premisa de libertad. De esta
manera, la economía del cuidado sostiene el entramado de la vida social humana, ajusta
las tensiones entre los diversos sectores de la economía y, como resultado, se constituye
en la base del edificio económico (Bosch et al. 2005). En consecuencia, el modelo
masculino no es generalizable, pues si mujeres y hombres abandonaran las tareas de
cuidado y asumieran el comportamiento de absoluta libertad de participación en el
mercado, ¿quién cuidaría la vida humana? (Carrasco 2003).
DEPENDENCIA Y DEUDA SOCIAL
Una segunda reflexión tiene que ver con la idea restringida que habitualmente se
maneja de cuidados. El concepto es complejo y no fácil de definir por las subjetividades
que encierra. Pero esta complejidad no ha sido considerada y se utiliza, básicamente,
para referirse a personas que requieren cuidados específicos, ya sea por estar en los
finales del ciclo vital o por tener alguna minusvalía; personas que han sido
estigmatizadas como dependientes. Pero, la dependencia humana –de mujeres y
hombres- no es algo específico de determinados grupos de población, más bien es la
representación de nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Muy al contrario de lo que pretende
simbolizar el personaje conocido como homo economicus, la dependencia es algo
inherente a la condición humana. Somos personas social y humanamente
interdependientes y todas requerimos cuidados a lo largo de nuestra vida, de distintos
tipos y grados según el momento del ciclo vital. En determinados periodos podemos ser
más dependientes biológica o económicamente19 y en otros podemos requerir más
cuidados emocionales, como, por ejemplo, las personas adolescentes (Kittay 1999,
Fineman 2004, 2006). “Lejos de ser un estado patológico, evitable o resultado de fallos
individuales, el estado de dependencia es natural a la condición humana…. Desde esta
perspectiva, la dependencia biológica es tanto universal como inevitable (Fineman 2006:
138).
También las personas cuidadoras han sido estigmatizadas. Hay una primera
caracterización de acuerdo al sexo/género, se trata de mujeres. Segundo, esta condición
de ser mujeres, se acentúa por grupo social, las de rentas más bajas pueden ser
18 Comportamiento que responde perfectamente a la figura del personaje representativo de la teoría económica
neoclásica: el homo economicus.
19 Tradicionalmente se consideraba a las mujeres como “dependientes” porque eran fundamentalmente los
hombres los que aportaban el dinero al hogar; sin embargo, ellos han sido históricamente dependientes en
cuidados.
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cuidadoras remuneradas. Y, tercero, las mujeres inmigrantes, particularmente de
América Latina, ya son sencillamente definidas como cuidadoras, sin que se las
identifique con ninguna otra profesión. Así, a las mujeres, como grupo humano, se nos
ha hecho las responsables sociales del cuidado. Marta Nussbaum nos recuerda que “Toda
sociedad ofrece y requiere cuidados y, por tanto, debe organizarlos de tal manera de dar
repuesta a las dependencias y necesidades humanas manteniendo el respeto por las
personas que lo necesitan y sin explotar a las que están actuando de cuidadoras"
(Nussbaum (2006: 70).
Como responsables del cuidado las mujeres habrían estado históricamente
entregando a la sociedad mucho más tiempo de trabajo y energías emocionales de las
que han recibido, habrían estado donando una parte importantísima de su tiempo para
que la sociedad pudiera continuar existiendo (Adam 1999, Bosch et al. 2005, León 2007).
Cuando hablamos de donación histórica de tiempo de las mujeres hacia la sociedad
lo hacemos en el sentido que Boulding desarrolla en su libro “La economía del amor y
del temor” (Boulding 1973). En dicho texto, el autor plantea la importancia de la
economía de las donaciones en una economía de mercado. “Una función importante del
sector del intercambio es la asignación de los recursos entre las diferentes ocupaciones
e industrias…. Sin embargo, el sector de las donaciones en la economía también
desempeña un papel significativo en la distribución de los recursos” (Boulding
1973/1976: 23). De acuerdo al autor, las donaciones serían de dos tipos, el regalo, que
surge del amor, de la benevolencia, y el tributo, que surge del temor o la coacción. La
mayoría de las donaciones serían mezclas imprecisas de ambas motivaciones. Por
ejemplo, el pago de impuestos a la hacienda pública estaría más guiado por la coacción
que no por la benevolencia. En cambio, por el contrario, en el cuidado de un hijo,
seguramente estaría influyendo más el amor. Sin embargo, en este último caso, también
existiría la coacción social sobre todo dirigida hacia las mujeres como deber moral de
madre, y las propias mujeres también en parte podrían estar actuando por temor a no
cumplir correctamente con su rol social, aquello que aprendieron de pequeñas.
Sin lugar a dudas que sin esa donación de tiempo de las mujeres hacia los hombres
y hacia la sociedad en general, la vida de los hombres y de las nuevas generaciones
sería insostenible, al menos, en las condiciones sociales actuales20. “La supervivencia de
20 De acuerdo con la información de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009/2010 (INE), en España, mujeres y
hombres dedican respectivamente como media social diaria 1 hora 53 minutos y 3 horas 3 minutos al trabajo
de mercado. En cambio, la dedicación al trabajo doméstico y de cuidados sigue la relación contraria, ellas
dedican 4 horas 4 minutos y ellos 1 hora 50 minutos como media social diaria. Además, el tiempo medio social
dedicado diariamente a trabajo de mercado considerando toda la población es de 2 horas 27 minutos y el
dedicado a trabajo doméstico y de cuidados es de 2 horas 59 minutos. Esta información permite observar tres
hechos fundamentales. Primero, en relación a los hombres, las mujeres trabajan más (5: 57 y 4: 53 horas y
minutos diarios, ellas y ellos respectivamente). Segundo, los trabajos están distribuidos de manera muy
desigual: ellas dedican aproximadamente dos tercios del tiempo que dedican ellos al trabajo de mercado; en
cambio, ellos dedican menos de la mitad del tiempo que dedican ellas al trabajo doméstico y de cuidados. Y,
tercero, para vivir en las condiciones que está viviendo la sociedad española, por persona y día se está dedicando
más tiempo al trabajo realizado en los hogares que al trabajo de mercado (32 minutos diarios de diferencia).
Todo ello, teniendo en cuenta que el trabajo de cuidados no queda bien recogido tal como se verá más adelante
y que, por tanto, su valor real sería muy superior al que ofrecen las encuestas.
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la raza humana ha dependido primero de la explotación de las mujeres, sin la cual hace
mucho tiempo que hubiese desaparecido” (Boulding 1972: 115).
En definitiva, el cuidado de las personas, sus condiciones de vida, su estabilidad y
seguridad emocional -un asunto que debiera ser considerado y tratado como tema social
y político de primer orden21-, se ha desplazado al ámbito privado doméstico, entendiendo
que es un tema privado de la familia, es decir -aunque no se diga-, de las mujeres. Al
definirlo como un tema “privado”, se entiende que su gestión se resuelve en el marco
familiar. Ahora bien, la gestión del cuidado es un tema complejo que representa un grado
de tensión importante; por tanto, al desplazarlo a los hogares, también se ha desplazado
al ámbito privado la tensión que implica. Las mujeres se ven obligadas a negociar a nivel
individual en condiciones de mayor desventaja y fragilidad un tema que, al tener carácter
social y político, es imposible que permita respuestas individuales. La tensión generada
está agudizando la violencia contra las mujeres en el ámbito del hogar (Carrasco 2009).
DESAFÍOS PENDIENTES
Desarrollar y proponer esta nueva perspectiva en economía ha sido, probablemente,
una de las aportaciones más importantes de la llamada economía feminista. Ha permitido
romper con las fronteras tradicionales en economía que restringen el campo de lo
económico a lo mercantil/monetario y recuperar el trabajo doméstico y de cuidados como
parte fundamental de los procesos de producción, reproducción y vida. Pero, además,
centrar el objetivo en la vida humana, en el bienestar de las personas, en los estándares
de vida, en definitiva, en la sostenibilidad de la vida humana en sus distintas dimensiones
y subjetividades, representa una ruptura fundamental con los sistemas económicos
actuales.
Cambiar el marco analítico ha permitido extender los desarrollos -teóricos y
aplicados- en distintas direcciones: replantear algunos conceptos, discutir las estadísticas
económicas, proponer nuevas estadísticas que incluyan los trabajos no asalariados,
construir nuevos indicadores, elaborar políticas públicas sin sesgo de género, integrar
una perspectiva de género en los presupuestos públicos, etc.22
Sin embargo, quedan desafíos pendientes e incógnitas por dilucidar. Uno de ellos, al
cual se dedican las próximas páginas, tiene que ver con la posibilidad de integración
analítica del trabajo doméstico y de cuidados en los modelos o circuitos económicos. Ello
permitiría disponer de una herramienta analítica que representara de forma más
21 El envejecimiento demográfico de la población y sus enormes necesidades de cuidados ha hecho que
comenzase a aflorar la “dependencia” como un tema donde debiera intervenir el sector público. La “Ley de
Dependencia” ha sido un tímido intento de ampliar el llamado Estado de Bienestar. En cualquier caso, la familia
(mujeres) continúa siendo las primeras responsables del cuidado.
22 Toda esta temática está tratada en los artículos incluidos en la revista Feminist Economics que se publica
desde 1995. Una síntesis se puede ver en Carrasco 2006b.
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completa la realidad socioeconómica, pudiendo facilitar el análisis de la interdependencia
de ambos sectores. El objetivo que nos planteamos es modesto. Es una línea de estudio
que lleva muy poco recorrido. Aquí se trata solo de discutir la metodología e instrumentos
disponibles para la medición y valoración del trabajo doméstico y de cuidados en aras
de una posible interrelación con el trabajo de mercado. En primer lugar, se abordan las
ventajas e inconvenientes de la medición en tiempo y, a continuación, los
correspondientes de la valoración en términos monetarios, para acabar con una
evaluación global de la temática.
EL TIEMPO DE CUIDADOS: LAS DIFICULTADES DE LA CUANTIFICACIÓN
Existen distintos tipos de encuestas que ofrecen información sobre el tiempo
dedicado a trabajo doméstico y de cuidados aunque, en términos generales las más
habituales se pueden agrupar en dos tipos. Las primeras recogen información sobre el
número de horas dedicadas a la actividad. Dicha información se puede recoger a través
de un cuestionario o a través de un diario de actividades. La metodología del cuestionario
se utiliza cuando el objetivo de la encuesta no es exactamente el análisis del uso del
tiempo de la persona, sino otros como las condiciones de vida, el estado de salud, etc.
En el cuestionario se incorporan preguntas sobre el número de horas dedicadas al trabajo
doméstico y de cuidados -en general o desagregado en algunas actividadesgeneralmente,
la semana anterior a la encuesta. Los errores en las respuestas dependen
mucho de la memoria de la persona que responde, de aquí que, cuando el objetivo es el
análisis del uso del tiempo, el instrumento metodológico que se ha impuesto es el diario
de uso del tiempo. Un diario recoge la información sobre cómo las personas usan su
tiempo pidiéndoles a estas que escriban las actividades que realizan durante todo un día
entramos que suelen ser de diez minutos. Cuando existan actividades solapadas, se pide
a la persona que responde que decida qué actividad considera principal y cuál secundaria.
El segundo tipo de encuestas recoge información no sobre un tiempo medido, sino sobre
la percepción que tienen las personas sobre la proporción de trabajo que han realizado.
Esta forma distinta de captar la dedicación al trabajo no remunerado realizado por
los miembros del hogar –por medición de número de horas o por percepción del
porcentaje del trabajo realizado-, más objetiva la primera y más subjetiva la segunda,
podría ofrecer información complementaria, en razón de lo nada fácil que es captar una
magnitud multidimensional como es el tiempo. Sin embargo, precisamente por las
distintas dimensiones que incorpora el tiempo, es importante la reflexión sobre las
limitaciones de cada una y sus efectos en los resultados (Carrasco y Domínguez 2010).
El tiempo-reloj
Un diario de uso del tiempo mide el tiempo reloj, el tiempo medido en horas y
minutos, el tiempo cronómetro. Esta forma de medir el tiempo, como se advirtió al inicio,
es asimilada por la economía ya desde los pensadores clásicos en la época de la
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industrialización. La medición del tiempo de trabajo les permitirá trasladar esta
cuantificación al salario y, por tanto, al dinero. El tiempo se convierte así en algo vacío
de contenido, descontextualizado y cuantificable y así puede ser utilizado como valor de
cambio abstracto (Adam 2004). Y cuando el tiempo es dinero, la rapidez y, en
consecuencia, la eficiencia, se convierte en un imperativo del sistema productivo.
Con esta forma reduccionista de tratar el tiempo se ha perdido la noción más ligada
a los ritmos de vida. “El mundo público se ha construido sobre el tiempo reloj
manteniendo oculto el mundo “natural” del tiempo del cuerpo” (Mellor 2000: 174). Se
ha olvidado que el reloj y el calendario son convenciones humanas y que el tiempo es
algo mucho más complejo que el simple horario (Torns 2001, 2004). Que no todos los
tiempos están bajo la hegemonía de los tiempos mercantilizados; en particular, a nuestro
interés, los tiempos necesarios para la vida: cuidados, afectos, mantenimiento, gestión
y administración doméstica, relaciones y ocio... que, más que tiempo medido y pagado,
son tiempo vivido, donado y generado, con un componente difícilmente cuantificable
(Adam 1999). Son tiempos que generalmente no se materializan en ninguna actividad
concreta, están destinados a tareas invisibles, aunque reclamando concentración y
energías de las personas. Son tiempos que incorporan aspectos mucho más intangibles,
representados por la subjetividad de la propia persona, situados en la experiencia vivida.
Dimensiones del tiempo, todas ellas cualitativas, que quedan ocultas bajo las medidas
cuantitativas (Adam 1999, 2004). No considerar las distintas acepciones del tiempo y
resaltar sólo la dimensión cuantificable, es una manifestación más de la desigualdad
entre mujeres y hombres (Torns 2001, 2004).
Estos problemas conceptuales que presenta la magnitud “tiempo” se han traducido,
en el terreno aplicado, en las limitaciones metodológicas que presentan las encuestas
que recogen información sobre el número de horas dedicadas a trabajo doméstico y de
cuidados, que les impide captar la complejidad de las distintas dimensiones que presenta
la organización, el desarrollo y los cuidados de la práctica femenina del trabajo no
remunerado realizado en los hogares.
Fundamentalmente, los diarios de uso del tiempo han trasladado una forma de medir
el tiempo –el tiempo reloj- propia de la producción de mercado, al ámbito del hogar;
donde los conceptos de eficiencia o productividad, definidos para el mercado, pierden
todo sentido. Si en el hogar, el objetivo de la actividad es la relación o el buen cuidar, el
tiempo de realización de la actividad no es un factor ni relevante ni determinante. En
consecuencia, los diarios no pueden recoger en toda su dimensión los trabajos de
cuidados, quedando estos siempre muy subvalorados23.
Ahora bien, a pesar de estas limitaciones, hay que reconocer que los estudios sobre
uso del tiempo han aportado una información significativa -la cual antes no se disponía-
23 Las limitaciones específicas de un diario de uso del tiempo en relación a la subvaloración de los trabajos de
cuidados y las tareas de organización y gestión del hogar se pueden ver en Budig y Folbre 2004, Folbre 2005,
2006 y Carrasco 2006a.
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contribuyendo de forma importante a poner de relieve el tiempo de trabajo no
remunerado y las desigualdades entre mujeres y hombres en la adjudicación por sexo
de los distintos trabajos y de las distintas actividades realizadas en cada ámbito (familiar
y mercantil).
El tiempo percepción
El tiempo percepción es por definición una medida subjetiva y, como tal, está
condicionada por factores sociales e ideológicos que participan en la construcción social
de una estructura del tiempo determinada y condicionada por variables como la edad, el
sexo/género, etc. La organización aceptada socialmente del tiempo de una persona joven
no es la misma que la de una persona mayor; o la de una mujer que la de un hombre.
Las personas interiorizan las normas sociales y, generalmente, actúan de acuerdo a ellas
como algo establecido.
En el tema que nos interesa, la percepción que tienen las personas de su propio
tiempo de trabajo y del de los demás miembros del hogar, en particular, de su pareja,
está mediada por una ideología patriarcal que incide de manera diferente en mujeres y
hombres. En este sentido, dos aspectos emergen como fundamentales24.
El primero de ellos y, seguramente el más determinante, es que la subjetividad de
las personas en relación a su dedicación a trabajo doméstico y de cuidados responde a
roles sociales establecidos, a una ideología tradicional sexista que asigna los trabajos
por sexo y que, tanto en la práctica como en el simbólico colectivo, continúan presentes.
El trabajo remunerado de las mujeres ha alterado poco la visión patriarcal más
tradicional. De esta manera, los hombres tenderán a percibir que realizan más trabajo
del que realmente hace, ya que al no ser considerados socialmente los responsables de
dicha actividad, tenderán a valorar más su participación. Naturalmente la situación de
las mujeres sería la contraria. Como se perciben a sí mismas las responsables de la
gestión de su hogar en todas sus dimensiones, al existir participación de ellos, tenderán
a percibir que el trabajo estaría realizándose de manera más compartida.
El segundo aspecto, relacionado con el anterior, tiene que ver con la percepción del
tiempo dedicado al cuidado de las personas condicionada por el salario de mujeres y
hombres. La percepción existente en la familia tradicional consideraba que las
aportaciones al hogar de cada miembro de la pareja eran equitativas, ya que ella
realizaba el trabajo doméstico y de cuidados y él proveía de los recursos monetarios. A
medida que las mujeres cada vez más se van reintegrando al mercado de trabajo, se ha
mantenido la idea (al menos, en el simbólico masculino) de que las aportaciones de cada
miembro de la pareja son en parte monetarias y en parte en tiempo de trabajo dedicado
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al hogar. Y, como en general, las mujeres tienen salarios más bajos, les correspondería
aportar más trabajo, ya que su aportación monetaria es menor. De aquí la percepción
de que ellos realizan más trabajo doméstico y de cuidados del que deberían hacer25. Esta
consideración nos devuelve la idea de que el dinero ha sido siempre un instrumento de
poder, convirtiéndose en el hogar en un elemento legitimador de la desigualdad.
LOS PROBLEMAS DE LA VALORACIÓN EN TÉRMINOS MONETARIOS
La valoración en términos monetarios es una medida mucho más abstracta que la
medición en tiempo, un tipo de medición que se aleja totalmente del contenido. Por
tanto, si la medición en tiempo del trabajo de cuidados es complicada como se acaba de
observar, mucho mayor serán los problemas de valoración monetaria, teniendo en
cuenta, por una parte, que la valoración se basa en la medición y, por otra, los problemas
propios de la valoración.
En relación a la valoración hay un debate antiguo que surge en los años ochenta
sobre la conveniencia o no de realizar valoraciones monetarias del trabajo doméstico y
de cuidados. Sobre este horizonte problemático, se enfrentaron dos tendencias opuestas:
autoras que lo justificaban porque la valoración ayudaría a la visibilización del trabajo
realizado en los hogares, y autoras que sostenían que valorar en términos monetarios
era tomar como referente un trabajo masculino incapaz de reflejar y de representar la
complejidad de los trabajos domésticos, particularmente, los de cuidados26
Una década más tarde se comenzaron a desarrollar las llamadas Cuentas Satélites
de la Producción Doméstica, que miden y valoran los bienes producidos en los hogares
de forma análoga a las valoraciones que se realizan de la producción de mercado. Pero
este tipo de medición y valoración no es de nuestro interés en este artículo, ya que no
implica una integración de las economías monetarias y no monetarias, sino que es una
valoración, digamos, en paralelo. La producción doméstica se valora de forma
independiente de la producción de mercado. Esta forma de valoración presenta algunos
serios problemas. Primero, lo que implica asignar un salario a un trabajo que no se
realiza bajo relaciones mercantiles capitalistas. Y, segundo, hay que recordar que en una
economía, precios y salarios se determinan conjuntamente y difícilmente ante un cambio
importante de algunos de ellos, los demás permanecen inalterados. De aquí que, si se
asigna un valor monetario al trabajo familiar doméstico y se supone que podría pagarse
a ese valor de mercado, entonces, ante un cambio social de esa magnitud, todos los
salarios -y, en particular, los de las mujeres- serían susceptibles de cambio.
25 En Carrasco y Domínguez 2010, a través del análisis de datos de distintas encuestas, se observa la veracidad
de estas afirmaciones.
26 Alguna bibliografía que recoge el debate es Waring 1988, Benería 1992, 2005 (cap. 5), Himmelweit 1995,
Picchio 1996, Carrasco et al. 2004.
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A nuestro objeto, más interesantes son los sistemas de tipo reproductivo
multisectoriales, donde se pueda integrar y analizar el papel del trabajo doméstico y de
cuidados como elemento de dicho proceso y analizar el nivel de dependencia de la
economía de mercado en la economía del cuidado. Estos sistemas pueden ser de tipo
aplicado como las tablas input-output o de carácter fundamentalmente teórico como los
modelos sraffianos.
Las tablas input-output -o sistemas de doble entrada- permiten observar las
interdependencias entre los distintos sectores económicos. De aquí que existiría la
posibilidad de incorporar el trabajo realizado desde los hogares como un sector más o
integrado, según las distintas producciones, en cada uno de los correspondientes
sectores productivos. Las tablas input-output o bien se presentan solo en cantidades
físicas o, como es habitual en nuestras economías, con todas las magnitudes medidas
en términos monetarios. En este último caso, si varían los precios, los coeficientes
medidos en términos monetarios pueden modificarse, aunque los coeficientes en
términos físicos no se modifiquen. Además, si todas las magnitudes vienen medidas en
términos monetarios, ello representa que los salarios se adelantan. Por tanto, integrar
el trabajo doméstico y de cuidados en un sistema de este tipo representa asignarle
previamente un salario, lo cual, en primer lugar, nos remite a la discusión básica de las
Cuentas Satélites de la Producción Doméstica: ¿qué salario asignar a un trabajo que no
pasa por el mercado? Y, si se asignase un salario, y todo el resto de los precios se
mantuviesen fijos, se podría llegar a mostrar la inviabilidad del sistema,
fundamentalmente por beneficios negativos. Por tanto, se podría mostrar la incapacidad
del sistema capitalista de funcionar sin depender del trabajo doméstico y de cuidados,
pero el nuevo sistema sería irreal, ya que de hecho el trabajo realizado desde los hogares
no se estaría remunerando; por lo que no sería útil para el análisis socio-económico ni
permitiría el estudio del grado de dependencia que tiene el ámbito mercantil en el ámbito
doméstico.
En los modelos sraffianos de una economía capitalista, es decir, una economía con
excedente y con determinadas pautas de funcionamiento, la distribución de dicho
excedente se determina en conjunto con los precios de las mercancías y a través del
mismo mecanismo. En esta situación, se considera que el salario no se adelanta; lo cual
resulta finalmente en que, por razones ajenas al sistema productivo (poder político, social
o económico), se debe fijar una de las variables distributivas, salario o beneficio. La
integración en un sistema de estas características del trabajo realizado en los hogares,
se puede hacer, por ejemplo, incorporando al sistema una serie de líneas productivas
que producen un output doméstico que es el que reproduce la fuerza de trabajo. Sea
esta u otra la forma como se integre dicho trabajo, deberá tener un salario, el “salario
por el trabajo doméstico y de cuidados”, que se determinará en conjunto con el resto de
variables del sistema; ya sea, aceptando que es equivalente a los salarios de mercado o
fijando alguna otra variable distributiva. En cualquier caso, teniendo en cuenta que son
los requerimientos reproductivos del sistema los que fijan el campo de variabilidad de
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los precios y de las variables distributivas a determinar, es muy posible que lo único que
el resultado nos pudiera mostrar es o bien, la inviabilidad del sistema por precios o
salarios negativos para un tipo de beneficio positivo; o bien, si fuese viable en términos
teóricos (lo cual es muy poco probable), estaría representando un sistema irreal ya que
los precios corresponderían a una situación donde los salarios domésticos estarían
pagándose. Es decir, resultados análogos a los anteriores.
EN CONCLUSIÓN
Lo anterior muestra las dificultades para integrar el trabajo doméstico y de cuidados
en los circuitos o modelos económicos. Realizarlo utilizando valoraciones monetarias
obliga a establecer salarios para un trabajo no asalariado, lo cual lleva de hecho a un
esquema irreal que abstrae del contenido a un trabajo que no pasa por el mercado y
que las características que básicamente lo definen tienen un carácter subjetivo de casi
imposible valoración mercantil.
Las razones señaladas para las mediciones en tiempo también hacen difícil utilizarlas
para la integración de ambos tipos de trabajo. En particular, la información que ofrece
un diario de uso del tiempo, presenta limitaciones –a nuestro juicio, relevantes- para
hacerlas compatibles con mediciones de tiempo de trabajo mercantil. Sin embargo, las
limitaciones que dependen del instrumento metodológico, son susceptibles de mejorar,
como, de hecho, está sucediendo. Pero, a los problemas relacionados con las mediciones
en tiempo reloj, se añade otro más grave, que son los derivados de la organización de
los tiempos. El problema fundamental no es el número de horas dedicado a los distintos
trabajos (la carga global de trabajo), sino su distribución a lo largo del día, semana o
año. Medir solo el número de horas de trabajo nos devuelve a la clave productivista
masculina señalada anteriormente. Los tiempos y horarios relacionados con los cuidados,
en general, son muy rígidos, y, por tanto, de muy difícil organización en conjunto con
las jornadas laborales habituales en el mercado.
En definitiva, independientemente de que en relación a todo el trabajo realizado
desde los hogares se elaboren nuevas estadísticas y/o indicadores y se profundice en su
estructura y características de funcionamiento, el análisis en conjunto con la economía
de mercado que permita discutir sus niveles de interdependencia, no es un tema fácil27.
A la vista de lo expuesto, no parece aventurado apuntar tres vías de aproximación por
donde continuar indagando. En primer lugar, continuar con el intento de integración de
los distintos trabajos pero realizándolo en términos de flujos de tiempo, y teniendo en
cuenta las mejoras en el campo de la metodología de medición. La importante ventaja
que presenta la medición en tiempo en relación a las valoraciones monetarias es que
son medidas reales, no imputadas; lo cual significa que pueden ser alteradas
27 Aquí estamos tratando del tema analítico. Cuestión distinta es utilizar determinados datos para la acción
política, por ejemplo, en países ha sido útil mostrar los resultados de las Cuentas Satélites para obtener mayor
visibilidad del trabajo doméstico y de cuidados.
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directamente por otras variables reales como la tecnología pero no por variables
monetarias. Una segunda opción a seguir indagando es continuar con el análisis de forma
independiente de ambos ámbitos -el doméstico y el mercantil- y discutir solo sus formas
de interrelación, sin llegar a plantear una integración. Un análisis de este tipo permitiría
observar las relaciones y los niveles de dependencia existentes entre ambos ámbitos.
Finalmente, la tercera posibilidad, seguramente la más complicada a corto plazo pero
tal vez la más fértil a largo plazo es responder desde el campo aplicado a lo planteado
desde la economía feminista en el campo más teórico, a saber, girar el objetivo social y
considerar como referente el espacio del cuidado de la vida humana y no la economía de
mercado; lo cual significaría elaborar nuevas formas de medir el tiempo, desarrollando
mecanismos más cualitativos que tuviesen en cuenta la doble presencia, la intensidad
del tiempo de trabajo, los significados del trabajo, la experiencia del ciclo de vida y otros
aspectos que se considerasen relevantes. Instrumentos –o combinación de ellos- capaces
de captar distintas dimensiones del tiempo, tanto cualitativas como cuantitativas,
ofrecerían una visión más amplia que la que ofrecen los instrumentos que miden los
tiempos mercantiles, con lo que estos últimos podrían quedar incluidos en los primeros.
En definitiva, se trataría de integrar las variables de mercado en los procesos
desarrollados desde la economía del cuidado y no al revés. El camino no está nada
agotado y el debate continúa abierto.
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Revista de Economía Crítica, nº11, primer semestre 2011, ISSN: 2013-5254
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La economía del cuidado: planteamiento actual y desafíos pendientes
Cristina Carrasco
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Página 226
SESSIÓ 11 D’OCTUBRE
“La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE27” i “Mujeres, tiempos, crisis: combinaciones variadas”, de Mertxe Larrañaga
LA DIVERSIDAD DE LOS MODELOS
DE PARTICIPACIÓN LABORAL DE LAS MUJERES
EN LA UE27
Mertxe Larrañaga Sarriegui
Yolanda Jubeto Ruiz
M.ª Luz de la Cal Barredo
Economía Aplicada I
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
ABSTRACT
■ El objetivo de este artículo es relacionar las características de la inserción laboral femenina con su grado de participación en el mercado laboral en los países de la
Unión Europea a través de los datos proporcionados por Eurostat. Nos interesa conocer si una mayor participación laboral entre las mujeres va aparejada con un modelo
laboral «femenino», esto es, con empleos a tiempo parcial, temporales, de baja remuneración y en determinados sectores y ocupaciones. O si por el contrario, en los países
en los cuales la tasa de empleo femenina es elevada y hay menor brecha con respecto a
la de los hombres, el modelo de inserción laboral de mujeres y hombres es similar. La
diversidad de los mercados de trabajo y también de las políticas públicas y de las estructuras productivas en un área tan amplia como al UE-27, nos impide establecer
modelos de inserción laboral femenina claros, aunque sí hemos podido apuntar rasgos
comunes con respecto a las desigualdades de género entre países.
Palabras clave: desigualdades de género, segregación ocupacional, brecha salarial,
modelos laborales.
■
Artikulu honen helburua, hain zuzen, emakumeen laneratze-ezaugarriak emakumeek Europar Batasuneko herrialdeetako lan-merkatuan duten parte-hartze mai-
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
292
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
larekin harremanetan jartzea da, Eurostat-ek emandako datuen bitartez. Interesgarria zaigu jakitea ea emakumeek lan-munduan parte-hartze handiagoa izateak
lotura hertsia ote duen «emakumezko» lan-eredu batekin; esan nahi baita, lanaldi
partzialeko lanpostuekin, aldi baterako lanpostuekin, ordainsari txikiko lanpostuekin eta sektore zein lanbide jakin batzuetara mugatzen diren lanpostuekin. Eta,
bide beretik, jakin nahi dugu ea emakumeen enplegu-tasa handia den eta gizonekiko alde txikiagoa duten herrialdeetan, emakumeen eta gizonezkoen laneratze-eredua
antzekoa ote den. Lan-merkatuen askotarikotasunak, eta baita politika publiko eta
ekoizpen-egiturenak ere, EB27 bezalako eremu zabalean, emakumeen laneratze-eredu argiak finkatzea galarazten digu, nahiz eta zenbait ezaugarri komun berezi ahal
izan ditugun, herrialdeen arteko genero-desberdintasunei begira.
Gako-hitzak: genero-desberdintasunak, lanbide-bereizketa, soldata-aldea, lan-ereduak.
■
The aim of this article is to relate the features of female job placement to their
degree of participation in the job market in EU countries via data provided by Eurostat. We are interested in establishing whether greater participation among women
goes hand in hand with a «female» labour model, i.e. with part-time and temporary
work, low-paid work and in certain sectors and professions - or, whether, conversely,
in those countries where the female employment rate is high and there is less wage
gap than with that of men, the job placement model of men and women is similar.
The diversity of job markets and also of public policies and productive structures in
such a wide-ranging area as the EU27 prevents us from establishing clear female job
placement models, although we have been able to point to common features regarding gender inequalities between countries.
Key words: gender inequalities, occupational segregation, wage gap, labour models.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
0. Introducción
En este trabajo nos proponemos estudiar la actividad laboral femenina en
Unión Europea (UE) desde el punto de vista cuantitativo. A partir del análisis
de datos, nos preguntamos qué tipo de relaciones pueden establecerse. Por ejemplo si una participación laboral mayor de las mujeres va o no necesariamente de
la mano de más empleo a tiempo parcial o temporal, o de más concentración
del empleo femenino en determinados sectores o categorías profesionales, o de
mayor brecha salarial, etc. O podría ser todo lo contrario, esto es, que cuánto
mayor es la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, su inserción
laboral se parece más a la de los hombres en cuanto al tipo de contrato, ocupaciones, salarios, etc. Nos planteamos en definitiva si puede establecerse dentro
de la UE y siempre en base a la información estadística disponible, una tipología
de países en relación a los modelos de participación laboral de las mujeres.
Antes de empezar siquiera a consultar los datos somos conscientes de que
será prácticamente imposible definir grupos claros de países porque sabemos de
antemano que los 27 países que conforman actualmente la UE son países muy
diversos desde todos los puntos de vista. La diversidad es manifiesta en relación
a indicadores básicos como población, estructura productiva, empleo, etc. Además, la UE-27 engloba a países con una trayectoria muy diferente en cuanto a
la participación de las mujeres en el espacio público en general y en el mercado
laboral en particular. En un extremo, los países nórdicos, pioneros en la entrada
de las mujeres al mercado, siguen siendo referentes en cuanto a igualdad de mujeres y hombres. En el otro se sitúan los países del sur de Europa, países en los
que la entrada masiva de las mujeres al mercado es mucho más tardía puesto que
no se produjo hasta bien entrada la década de los ochenta del siglo xx aunque es
cierto que la progresión laboral de las mujeres ha sido muy rápida. La incorporación a la Unión de países de Europa del Este ha aumentado aún más la diversidad porque se trata además de países con una historia propia y diferenciada de
los de Europa occidental y países en los que la participación laboral de las mujeres fue casi plena en la época de planificación centralizada.
La Unión Europea está formada por países de tamaño muy desigual. Los
grandes países son Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España y Polonia, todos ellos con una población que supera los 35 millones de habitantes. En la actualidad, en estos seis grandes países se concentra el 70% de la población de la
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
294
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
UE-27. En el extremo opuesto, Malta, Luxemburgo, Chipre, Estonia, Eslovenia
y Letonia tienen una población inferior a los tres millones de habitantes. En las
clasificaciones de países que hagamos a lo largo de esta comunicación intentaremos hacer una mención especial a aquellos que tienen una mayor importancia demográfica. La concentración productiva en pocos países es aún mayor que
la demográfica porque los seis grandes producen el 80,7% del Producto Interior Bruto (PIB) de la UE-27. Así pues, en los restantes 21 países se concentra el
30% de la población y el 19,3% del PIB de la Unión.
La renta per cápita1, indicador habitualmente utilizado en economía para
medir el nivel de vida y de bienestar, arroja asimismo resultados muy diversos
para una Unión que a la vista de esta información, no parece estar muy cohesionada a nivel social. Los países que en 2010 tienen una renta per cápita superior a
la media de la UE-27 son Bélgica. Dinamarca, Alemania, Irlanda, Francia, Italia,
Holanda, Austria, Finlandia, Suecia, Reino Unido y, por supuesto, Luxemburgo
cuya renta per cápita es, por ejemplo, un 162% superior a la alemana2. Destacamos asimismo el hecho de que la mayoría de los países del Este de Europa tienen una renta media claramente inferior a la media de la Unión.
Además tenemos que tener en cuenta que, a pesar de constituir una unión
económica, esta unión dista mucho de ser real. De hecho, esta «desunión» real
es una de las grandes evidencias que ha puesto sobre la mesa la Eurocrisis que ha
estallado en 2010. Evidentemente, la estructura productiva y la estructura laboral son muy diferentes pero también lo son las políticas familiares o las de empleo. Todo ello derivará necesariamente en unos mercados laborales diferentes y
también en una desigual participación laboral de las mujeres.
Pensamos que este trabajo también nos podrá clarificar si algunos mitos siguen vigentes o la realidad es más complicada de la que a menudo presuponemos desde la lejanía. Nos referimos al caso de los países nórdicos, referentes clásicos en temas de igualdad, a la dualidad Norte-Sur o a la homogeneidad de los
antiguos países de planificación centralizada. Nos planteamos por ejemplo estas
preguntas: ¿siguen siendo los países del Norte de Europa referente para el resto
de países en materia de igualdad? ¿existe una dicotomía clara entre los países del
norte y los del sur de Europa? ¿existen similitudes entre los países que han compartido décadas de pertenencia al segundo mundo a lo largo del siglo xx?
La principal fuente de información es el Instituto Europeo de Estadística/
Eurostat y concretamente los datos de la Encuesta de Fuerzas de Trabajo (EFT)
1 La renta per cápita ha sido muy criticada como indicador de bienestar destacando entre ellas
la crítica ecologista y feminista. Sin embargo la opinión mayoritaria sigue considerando que la renta
per cápita, en tanto que indicador de poder adquisitivo, tiene una incidencia directa en el nivel de
vida de las personas.
2 Pensamos que en el elevadísimo nivel de vida de la población de Luxemburgo, que apenas supera el medio millón de personas, algo tendrá que ver su condición de paraíso fiscal.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
295
referidos a actividad laboral, paro, empleo, tipos de contratos y de jornadas, sectores de actividad, profesión y salarios. La fuente de todas las tablas y gráficos3
que presentamos es, pues, Eurostat. La información disponible para abordar las
diferentes cuestiones que tratamos no es siempre uniforme y, por tanto, también el análisis será desigual. El espacio geográfico de referencia son los países
que integran la UE-27 si bien en algunos casos nos limitaremos a presentar datos medios del conjunto de la UE. Los datos que hemos seleccionado son los últimos disponibles en la base de datos de Eurostat y la mayoría corresponden al
año 2010. Así pues los datos recogen ya el efecto de la Gran Recesión que estalló
en Estados Unidos en 2007 y que derivó a finales de 2008 en una Gran Crisis
de Empleo en Europa. Sin embargo, las estadísticas de 2010 no recogen todavía
los efectos que la primera Gran Eurocrisis, que estalló precisamente en el primer
semestre de 2010, ha podido tener en el mercado laboral europeo. De todas maneras, pensamos que el mayor impacto sobre el empleo se ha producido hasta
ahora por el contagio de la crisis made in USA aunque es evidente que la crisis
made in Europe ha servido, si no tanto para agravar la maltrecha situación del
empleo, sí para retrasar su recuperación.
Hemos estructurado el artículo de la siguiente manera. En el primer apartado analizamos los principales datos relacionados con la actividad laboral y
el empleo. En el segundo, nos centramos en el análisis de indicadores claves
de precariedad laboral. A continuación estudiamos la segregación ocupacional donde abordamos tanto la segregación horizontal como la vertical. En el
último apartado nos ocupamos de las desigualdades salariales entre mujeres y
hombres que es, en la actualidad, una cuestión clave en el análisis del mercado
laboral desde un enfoque de género. Cerramos el artículo con unas conclusiones en las que sintetizamos las principales claves del análisis.
1. Actividad laboral y empleo
De manera muy general podemos decir que la participación laboral de las
mujeres europeas ha sufrido importantes cambios y estos cambios han traído
también transformaciones importantes en el modelo familiar. En las últimas décadas, en todos los países de la UE se ha pasado de un modelo tradicional de
«hombre ganador de pan»4 y «mujer ama de casa» (denominado también modelo sustentador masculino/esposa dependiente o modelo male breadwinner/female
3
Todos los gráficos son de elaboración propia.
Sobre el discurso del hombre «ganador de pan» hay muchas evidencias, por ejemplo las desarrolladas por parte de los sindicatos, pero el análisis histórico nos demuestra una realidad mucho
más compleja y en la que no operaba una estricta división sexual del trabajo entre el hombre ganador
de pan y la exclusivamente ama de casa a tiempo completo (Gálvez, Ramos y Rodríguez 2011).
4
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
296
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
housekeeper) a un modelo de mayor diversidad en el que la mayoría parece responder a este esquema: hombres ocupados en el mercado a jornada completa a
lo largo de toda la vida adulta y mujeres que participan también en el mercado
pero que siguen asumiendo la responsabilidad de los trabajos en la familia. En
este cambio han incidido muchos factores como la importancia creciente del
principio de igualdad de mujeres y hombres y la creación de empleos en el sector servicios sin olvidar el aumento en el nivel de educación de las mujeres.
Existen diferentes estudios en los que se habla de modelos de participación
laboral de las mujeres en Europa. Eso sí, prácticamente todos los estudios se refieren a países de Europa occidental y no hacen ninguna referencia a los antiguos países del bloque socialista. Uno ellos distingue por ejemplo cuatro modelos o patrones de participación laboral (Moreno y Cebrián, 2006)5:
— El modelo nórdico: en países como Suecia, Finlandia y Dinamarca, el
papel de «sustentador principal» es compartido por mujeres y hombres.
La participación laboral de las mujeres es continua y es prácticamente a
tiempo completo durante toda la vida laboral.
— El modelo de «sustentador principal modificado», como el caso de Francia, en el que algunas mujeres abandonan el mercado cuando tienen hijos
e hijas pero la mayoría continua trabajando a tiempo completo o reduciendo muy poco su jornada laboral.
— El «modelo mediterráneo» de Italia o España en los que parece que la alternativa para las mujeres es, o bien dejar el trabajo remunerado para dedicarse a la familia o continuar la actividad laboral a tiempo completo.
— El modelo de «empleo a tiempo parcial maternal» en el que la mayoría
de las mujeres compatibilizan empleo y familia por medio del empleo a
tiempo parcial. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Holanda, Reino Unido
y Alemania.
Lo que está claro es que aunque las mujeres han ido entrando al empleo,
esta incorporación no se ha producido en igualdad de condiciones con los hombres. Detrás de las desigualdades laborales de género persisten prácticas discriminatorias pero persiste sobre todo el hecho de que las mujeres continúan responsabilizándose de los trabajos domésticos y de cuidados, trabajos absolutamente
imprescindibles no sólo para el bienestar de las personas sino también para el
funcionamiento del sistema económico. Evidentemente con la progresiva feminización del mercado laboral, las mujeres han ido abandonando el rol de cuidadoras a tiempo completo pero esto no ha conllevado la desaparición de los trabajos no mercantiles. Y las respuestas a estos cambios han sido diversas y tratando
5 Esperamos que al final del análisis que hagamos en este artículo seamos capaces de ubicar a los
países del este de Europa en alguno de los grupos que citamos.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
297
de resumirlas ligándolas a los modelos arriba mencionados podemos decir que
en algunos lugares (los menos) ha habido una respuesta pública que ha aumentado considerablemente la provisión de servicios públicos de cuidados (modelo
nórdico); en otros la respuesta pública se ha decantado por medidas para facilitar (en la práctica a las mujeres) la compatibilización de los trabajos de «fuera» y
los de «dentro» (modelo sustentador principal modificado); finalmente en aquellos países en los que no ha habido una respuesta pública clara las soluciones privadas se han traducido en mujeres trabajando a media jornada en cada tipo de
trabajo (modelo empleo a tiempo parcial maternal), en dobles o triples jornadas
de las mujeres, en recurrir a las redes familiares o en la contratación de personas
(casi siempre mujeres pobres) para realizar estos trabajos (modelo mediterráneo).
Lo que aún no se ha conseguido en ningún país, a juzgar por los datos suministrados por las Encuestas de Usos del Tiempo (National Time Use Surveys), es un
reparto equitativo de los tiempos de trabajo entre mujeres y hombres6.
Una cuestión que preocupa en estos tiempos de crisis es que además de verse
afectado el empleo también tendrá consecuencia sobre los trabajos domésticos
y de cuidados. El problema es que estas consecuencias permanecerán probablemente invisibilizadas por la falta de información estadística en torno a estas
cuestiones. Esta falta de datos sobre los tiempos de trabajo ha servido tradicionalmente para ocultar el trabajo de las mujeres pero también, y esto es lo que
nos interesa especialmente, para esconder los flujos entre los trabajos de mercado y los que no lo son.
No tenemos información sobre qué está pasando con la carga de trabajo de
los hogares porque apenas hay datos, los pocos que hay no son comparables ni en
el tiempo ni en el espacio y, lo que es peor, nunca se pueden comparar con las estadísticas laborales. A pesar de esta ausencia, lo lógico es pensar que la crisis también afecta a los trabajos domésticos y de cuidados y lo hace, al menos, por dos
vías: desde el mercado a casa y desde el estado a casa. Por un lado, cabe esperar
que los hogares, ante la disminución de la renta y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo derivada de la recesión, intentarán mantener el bienestar material
anterior a la crisis y en consecuencia, parte de los bienes y servicios que en época
de bonanza se adquieren en el mercado volverán a producirse en casa. Es decir,
los trabajos domésticos y de cuidados sirven para hacer frente al ciclo económico.
Por otro lado, los recortes en servicios esenciales del Estado del Bienestar a los
que estamos asistiendo no se limitan a ahorrar gasto público, sino que con ello se
producen transferencias de cargas del estado a los hogares. Uno de los ejemplos
6 Según Eurostat, sólo en Suecia es similar la carga de trabajo diaria y la diferencia es muy pequeña (inferior al cuarto de hora diario) en Noruega y Reino Unido. Además, el reparto del tiempo
entre los dos tipos principales de trabajo continúa siendo bastante desigual en los 14 países de la
Unión para los que se dispone de información.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
298
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
más claros es lo que sucede en la sanidad: la disminución de la atención a pacientes mejorará sin duda las cuentas públicas sanitarias pero no hará que esos pacientes sanen antes, por lo que los menores tiempos de atención en la sanidad pública
revertirán en mayores tiempos de cuidados en la esfera privada. Y en la esfera privada, conviene preguntarse en quién recaerá esta sobrecarga de trabajo.
Volviendo al mercado laboral, los últimos datos disponibles indican que siguen existiendo desigualdades en la participación laboral de mujeres y hombres.
Así, el gráfico muestra que en todos los países los hombres de entre 15 y 64 años
participan más en el mercado que las mujeres (ver gráfico 1).
Gráfico 1
Tasa de actividad en la UE-27 (2010)
90
80
70
60
50
40
30
Hombres
20
Mujeres
10
UE-27
Bélgica
Bulgaria
R. Checa
Dinamarca
Alemania
Estonia
Irlanda
Grecia
España
Francia
Italia
Chipre
Letonia
Lituania
Luxemburgo
Hungría
Malta
Holanda
Austria
Polonia
Portugal
Rumanía
Eslovenia
Eslovaquia
Finlandia
Suecia
R. Unido
0
Evidentemente tras la desigual participación en el mercado se esconde sobre todo el desigual reparto de las responsabilidades familiares pero, en nuestra
opinión, también la persistencia de estereotipos que asignan diferentes roles socioeconómicos a mujeres y hombres. Así pensamos que aunque en todas las sociedades está plenamente asumida la participación laboral de las mujeres, todavía se acepta socialmente la mayor implicación de las mujeres en los trabajos no
remunerados, de ahí que las mujeres pueden tener diferentes opciones: participar plenamente en el mercado, no participar en el mercado y participar a medias. En el caso de los hombres la opción ha sido y sigue siendo una única: participación plena en el mercado a lo largo de toda la vida adulta y está costando
mucho que se acojan incluso a permisos para cuidado tanto por resistencias suyas como de las empresas.
La diferencia media, es decir, la brecha en la actividad laboral es de 13,2 puntos. Los países con menor brecha son Lituania (3,6 puntos), Finlandia (3,9), LeLan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
299
tonia (5,1), Suecia (5,6), y Estonia (5,8). De los seis grandes países, cuatro (Alemania (11,5), Francia (8,8), Reino Unido (12,3) y Polonia (13,4)) tienen brechas
muy similares o inferiores a la media, mientras que dos (España (14,3) y sobre
todo Italia (22,2)) tienen brechas superiores a la media de la Unión (tabla 1).
Tabla 1
Tasas de inactividad, por sexo (2010)
UE-27
Lituania
Finlandia
Letonia
Suecia
Estonia
Dinamarca
Eslovenia
Portugal
Bulgaria
Francia
Holanda
Alemania
Hungría
Austria
Bélgica
R. Unido
Polonia
Chipre
España
Eslovaquia
Irlanda
Luxemburgo
Rumania
R. Checa
Grecia
Italia
Malta
Hombres
22,4
27,6
23,6
24,2
17,7
23,2
17,3
24,6
21,8
29,2
25,1
16,3
17,7
31,7
19,1
26,6
18,3
27,6
18,3
19,3
23,9
22,9
24,0
28,5
21,4
21,1
26,7
22,3
Mujeres
35,6
31,2
27,5
29,3
23,3
29,0
23,9
32,6
30,1
37,7
33,9
27,4
29,2
43,3
30,7
38,2
30,6
41,0
32,6
34,1
38,7
38,0
39,7
44,2
38,5
42,4
48,9
57,7
Brecha
13,2
3,6
3,9
5,1
5,6
5,8
6,6
8,0
8,3
8,5
8,8
11,1
11,5
11,6
11,6
11,6
12,3
13,4
14,3
14,8
14,8
15,1
15,7
15,7
17,1
21,3
22,2
35,4
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
300
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
En Grecia la diferencia es de 21,3 puntos, así que en la mayoría de los países del sur de Europa las brechas superan la media. De todas maneras, esta primera distinción Norte-Sur no es muy rígida puesto que un país del Sur, Portugal tiene una brecha de 8,3 puntos y, por tanto, inferior a la media europea. Hay
siete países en los que la actividad laboral de las mujeres supera el 70% y a la cabeza de ellos están Suecia, Dinamarca, Holanda y Finlandia. En el caso de estos países del norte las elevadas tasas de actividad laboral femeninas responden,
sin duda, a una tradición más larga, al elevado nivel educativo alcanzado por las
mujeres y también a la política llevada a cabo por los respectivos gobiernos a favor de la participación laboral de las mujeres, promoviendo servicios y subvenciones destinados a facilitar la conciliación de la vida laboral y familiar.
Cabe esperar que si las mujeres participan menos que los hombres en el
mercado, el porcentaje de inactivas sea mayor que el de inactivos y los datos de
la tabla 1 así lo certifican: en los 27 países de la Unión, la brecha es positiva, es
decir, la inactividad de las mujeres es superior a la de los hombres. Países con
una brecha pequeña son los nórdicos, los bálticos, Francia y Portugal. Por el
contrario, entre los países con una brecha elevada destacan los del sur (salvo Portugal), Irlanda y algunos del este (Rumania, R. Checa y Eslovaquia).
Evidentemente detrás de las desigualdades en la inactividad de mujeres y
hombres de entre 15 y 64 años se halla sobre todo la dedicación en exclusiva
de muchas mujeres europeas a la esfera familiar. En el conjunto de la Unión, en
2010, de las mujeres de entre 15 y 64 años que se declaran inactivas, un 26%
alega razones relacionadas con los trabajos domésticos y de cuidados mientras que en el caso de los hombres este porcentaje es tan solo del 2,7% (ver gráfico 2). Así pues, se puede afirmar que las responsabilidades familiares condicionan de manera diferente la participación laboral de mujeres y hombres europeos.
Gráfico 2
Razones de inactividad en el conjunto de la UE-27, en porcentaje (2010)
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
301
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
Resulta complicado establecer modelos algo más definidos de participación laboral. En base al análisis de diferentes indicadores laborales intentaremos esbozar
algunas relaciones y con ello una cierta tipología de participación laboral. Evidentemente en una Europa de 27 países muy heterogéneos en muchos aspectos habrá
siempre países que rompan la regla y que no se ajusten a los posibles modelos.
En la tabla 2 intentamos ver si hay una relación entre la entrada temprana
de mujeres al mercado (tasas de actividad de mujeres mayores), la participación
Tabla 2
Modelos de participación laboral (2010)
Suecia
Dinamarca
Finlandia
Estonia
Alemania
Holanda
Letonia
R. Unido
Lituania
Portugal
Chipre
Austria
Francia
Irlanda
Bulgaria
España
R. Checa
Eslovenia
Luxemburgo
Bélgica
Eslovaquia
Rumania
Hungría
Polonia
Grecia
Italia
Malta
Tasa
de actividad
de mujeres
de 55-64
Tasa
de actividad
femenina
global
Tasa
de empleo
femenina
Tasa
de empleo
masculina
Brecha
de empleo
69,8
55,0
60,3
63,9
54,5
44,5
55,8
51,1
52,2
47,0
44,9
34,2
40,0
44,4
41,3
38,5
38,0
25,5
32,0
30,9
32,3
33,5
32,4
25,9
30,9
27,0
13,3
76,7
76,1
72,5
71,0
70,8
72,6
70,7
69,4
68,8
69,9
67,4
69,3
66,1
62,0
62,3
65,9
61,5
67,4
60,3
61,8
61,3
55,8
56,7
59,0
57,6
51,1
42,3
70,3
71,1
66,9
60,6
66,1
69,3
59,4
64,6
58,7
61,1
63,0
66,4
59,7
56,0
56,4
52,3
56,3
62,6
57,2
56,5
52,3
52,0
50,6
53,0
48,1
46,1
39,3
75,1
75,8
69,4
61,5
76,0
80,0
59,2
74,5
56,8
70,1
76,6
77,1
68,1
63,9
63,0
64,7
73,5
69,6
73,1
67,4
65,2
65,7
60,4
65,6
70,9
67,7
72,4
4,8
4,7
2,5
0,9
9,9
10,7
–0,2
9,9
–1,9
9,0
13,6
10,7
8,4
7,9
6,6
12,4
17,2
7,0
15,9
10,9
12,9
13,7
9,8
12,6
22,8
21,6
33,1
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
302
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
Tabla 3
Tasas de actividad, femeninas (2010)
Educación
superior
Global
Brecha
UE-27
83,9
64,4
19,5
Dinamarca
88,5
76,1
12,4
Finlandia
85,7
72,5
13,2
R. Checa
74,8
61,5
13,3
Estonia
84,3
71,0
13,3
Austria
82,7
69,3
13,4
Suecia
90,2
76,7
13,5
Holanda
86,8
72,6
14,2
R. Unido
84,1
69,4
14,7
Alemania
85,5
70,8
14,7
Francia
82,3
66,1
16,2
Eslovaquia
78,0
61,3
16,7
Chipre
84,8
67,4
17,4
Letonia
88,6
70,7
17,9
España
84,8
65,9
18,9
Portugal
89,8
69,9
19,9
Luxemburgo
80,9
60,3
20,6
Irlanda
82,7
62,0
20,7
Hungría
78,1
56,7
21,4
Eslovenia
88,8
67,4
21,4
Bélgica
83,4
61,8
21,6
Lituania
91,9
68,8
23,1
Bulgaria
85,5
62,3
23,2
Polonia
84,3
59,0
25,3
Italia
77,0
51,1
25,9
Grecia
84,7
57,6
27,1
Rumania
85,9
55,8
30,1
Malta
81,9
42,3
39,6
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
303
laboral femenina y el empleo de las mujeres. La conclusión más obvia es que no
hay una relación similar en todos los países aunque sí que parece haber una correlación positiva en muchos casos, es decir, países con tasas de actividad de mujeres de entre 55 y 64 años elevada son países con tasas de actividad y empleo femeninas también elevadas y viceversa.
Siguiendo esta clasificación podemos distinguir tres grupos de países aunque
en cada grupo existen excepciones significativas. Los países que se ajustan a ese
modelo serían en un extremo países nórdicos como Suecia y Finlandia y en el
extremo opuesto países del sur como Grecia e Italia. Este hecho podemos interpretarlo de la siguiente manera: que las mujeres parecen animarse a participar en
el mercado cuando tienen posibilidades de ser contratadas y/o que los países en
los que más y antes empezaron a participar las mujeres son aquellos que ofrecen
mayores oportunidades de empleo para las mujeres.
A la vista de los datos no parece, sin embargo, que haya una relación clara
entre los indicadores femeninos y las tasas de empleo de los hombres. Y una vez
más constatamos que no parece existir un modelo definido para los países de
Europa oriental puesto que encontramos países del antiguo bloque socialista en
los tres grupos de países que hemos definido.
Tradicionalmente en economía se ha dado mucha importancia al desigual
nivel de formación de mujeres y hombres a la hora de explicar las desigualdades
laborales. El progreso de las mujeres en materia de educación los últimos años
ha restado validez a estos argumentos en la medida en que algunas desigualdades, especialmente las salariales, persisten a pesar de los cambios en el nivel de
formación de las mujeres.
Pensamos que el progreso educativo de las mujeres ha sido uno de los factores, evidentemente no el único, que ha impulsado la participación laboral de las
mujeres. Los datos incluidos en la tabla 3 (página anterior) nos ratifican en esta
idea puesto que en todos los países de la UE-27 la tasa de actividad laboral de
las mujeres de entre 15 y 64 años con educación superior es claramente superior
a la tasa de actividad laboral global. Como media, en la Unión, la tasa de actividad de las mujeres con educación superior es 19,5 puntos superior la tasa de actividad general. En los 27 países de la Unión la tasa de actividad de las mujeres
con mayor nivel de formación es de 75% o superior. Las mayores diferencias entre las tasas globales y las tasas de mujeres con educación superior se dan en los
países en los que la presencia de mujeres en el mercado es menor.
En el gráfico 3 observamos que la tasa de empleo de las mujeres es 12 puntos inferior a la de los hombres y la brecha entre las tasas de empleo masculinas
y femeninas es positiva en todos los países con la excepción de Lituania y Letonia. La aparición en el panorama europeo de países en los que la tasa de ocupación de las mujeres es mayor que la de los hombres es una novedad histórica y
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
304
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
Gráfico 3
Brecha de empleo (2010)
35
30
25
20
15
10
5
0
Malta
Italia
Grecia
R. Checa
Luxemburgo
Chipre
Rumanía
Polonia
Eslovaquia
UE-27
España
Bélgica
Austria
Holanda
R. Unido
Hungría
Alemania
Portugal
Irlanda
Francia
Eslovenia
Suecia
Bulgaria
Dinamarca
Estonia
Finlandia
Letonia
Lituania
–5
probablemente guarda una relación directa con el espectacular deterioro laboral
que la crisis ha provocado en los países bálticos, deterioro que hasta ahora parece
haber afectado más a los hombres.
En general, los países con mayores tasas de empleo de las mujeres coinciden
con aquellos en los que menor es la brecha de empleo. Lógicamente las brechas
de empleo dependen de las tasas femeninas pero también de las masculinas. Y
si las tasas de empleo de las mujeres son diversas también lo son las de los hombres: las tasas de las mujeres oscilan entre el 71,1% de Dinamarca y el 39,3% de
Gráfico 4
Brechas en las tasas de empleo, por número de criaturas (2010)
70
60
50
40
30
Brecha 1
20
Brecha 3 o +
10
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
R. Unido
Bélgica
Italia
Irlanda
Austria
Francia
Luxemburgo
Rumanía
España
Holanda
Alemania
Eslovenia
Chipre
Estonia
Hungría
Polonia
Lituania
Finlandia
Letonia
Grecia
Portugal
R. Checa
Bulgaria
Eslovaquia
0
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
305
Malta mientras que las de los hombres varían entre el 80% de Holanda y el 56,8
de Lituania. Así pues, en el grupo de países con brechas de empleo pequeñas
coexisten países con tasas elevadas de empleo de mujeres y hombres como Dinamarca con países como Francia con tasas de empleo tanto de mujeres como de
hombres significativamente menores (ver tabla 2).
El gráfico 4 de la página anterior visibiliza la relación entre el empleo de
mujeres y hombres y la situación familiar definida por el número de criaturas
menores de 6 años. Hay que puntualizar que Eurostat no suministra esta información para los 27 países de la UE. Destacamos en primer lugar que la brecha
de empleo es en todos los casos positiva y en todos los casos superior a la brecha global. Así pues, podemos deducir que tener hijos perjudica el empleo de las
mujeres. En segundo lugar, en 21 de los 24 países de los que hay información la
brecha es mayor en el caso de mujeres y hombres que tienen 3 o más hijos que
en aquellos en los que sólo tienen uno. Así pues, el perjuicio para las mujeres parece guardar una relación directa con el número de hijos. Las excepciones a esta
regla son la República Checa, Bulgaria y Eslovaquia, los tres países del Este y
con brechas bastante elevadas cuando se tiene un solo menor dependiente.
2. Precariedad laboral
Habitualmente los indicadores más utilizados en economía laboral para estudiar la precariedad laboral son el empleo a tiempo parcial y el empleo temporal. De estos dos indicadores, en este artículo nos vamos a centrar en la parcialidad por la escasez de datos relativos al empleo temporal aunque los pocos que
hay parecen indicar que la temporalidad afecta más a las mujeres que a los hombres. Nosotras hemos decidido incluir en este apartado los datos de desempleo
puesto que difícilmente se puede negar que la situación de quienes queriendo
tener un empleo carecen de él es especialmente precaria, además de por la falta
de ingresos que ello conlleva, por otro tipo de consecuencias como el malestar
físico o psíquico, la baja autoestima, etc.
Al hablar de desempleo es ineludible referirse a la crisis del empleo que se
empieza a manifestar a partir de 2008 y que se traduce en la elevación de las
tasas de desempleo. En el conjunto de la Unión, la subida del desempleo (de
2,5 puntos de 2007 a 2010) no puede calificarse de espectacular. Sin embargo
las subidas han sido muy desiguales y esto vuelve a poner en evidencia la gran
diversidad que hay en los mercados laborales europeos. Las mayores subidas,
superiores al 10%, se ha registrado en Lituania (13,5), Letonia 12,7), Estonia
(12,2) y España (11,8). En 2010, la tasa de paro media en el conjunto de la
UE-27 es de 9,7% y a la cabeza de los 27 países encontramos a España con una
tasa del 20,1%.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
306
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
La desigual evolución del desempleo se ve muy bien si comparamos lo que
ha sucedido, por ejemplo, con países que parten en 2007 de tasas de desempleo
similares a España. Son concretamente cinco países (Alemania, Grecia, Francia,
España y Portugal) que, por diversas razones, están teniendo en esta Eurocrisis
un protagonismo muy importante. La desigual evolución del paro en esas cinco
economías se remarca en el gráfico 5 donde se ve, por ejemplo, que en Alemania ha habido incluso un ligero descenso de la tasa de paro. Esta diferencia se
debe sin duda a la desigual estructura del empleo, muy dependiente en España
de la construcción, pero también puede deberse a la desigual estrategia para
afrontar la crisis del empleo (por ejemplo en Alemania se ha optado por mantener los puestos de trabajo aunque sea reduciendo las horas de trabajo y recortando los salarios).
Gráfico 5
Incremento del paro (2007-2010)
16
14
12
10
8
6
4
Suecia
R. Unido
Finlandia
Eslovenia
Eslovaquia
Portugal
Rumanía
Austria
Polonia
Malta
Holanda
Hungría
Luxemburgo
Letonia
Lituania
Italia
Chipre
Francia
Grecia
España
Irlanda
Estonia
Alemania
Dinamarca
Bulgaria
R. Checa
UE-27
–4
Bélgica
2
0
–2
Si tradicionalmente en la mayoría de los países de la UE-27 la tasa de paro
de las mujeres ha sido superior a la de los hombres, en la actualidad no podemos hablar de un único patrón. De hecho, en 2010, aunque en el conjunto de
la UE-27 la tasa de paro de las mujeres es ligeramente superior a la de los hombres, hay catorce países en los que la tasa de los hombres supera a la de las mujeres (gráfico 6). Este cambio con respecto a la situación anterior a la crisis se debe
a que cuando la crisis se trasladó a la economía real afectó fundamentalmente a
sectores muy masculinos. Así pues, la segregación ocupacional del mercado laboral (que veremos más adelante) ha tenido, por lo menos al principio un cierto
«efecto protección» para las mujeres. Asimismo, desde que la crisis del empleo se
ha empezado a notar también en el sector servicios, en algunos países, por ejemLan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
307
Gráfico 6
Tasas de paro (2010)
25
20
15
10
hombres
5
mujeres
Holanda
Malta
Portugal
Bélgica
Chipre
Eslovaquia
Polonia
Francia
España
España
Luxemburgo
R. Checa
Italia
Grecia
Alemania
Hungría
Eslovenia
Austria
Suecia
UE-27
Irlanda
Lituania
Letonia
Estonia
R. Unido
Dinamarca
Finlandia
Bulgaria
Rumanía
0
plo en España, parece que la brecha está volviendo a abrirse. Así pues, habrá
que ver cuál es la evolución del desempleo en los próximos años para saber si los
cambios en las brechas de paro son coyunturales o se mantienen en el tiempo.
Además, al leer las estadísticas de paro no hay que olvidar que, como hemos visto con anterioridad, en todos los países la participación laboral de las
muje res es todavía menor que la de los hombres. Por otro lado, en general, la
protección de las mujeres en el desempleo es menor que la de los hombres.
Aunque no tenemos datos europeos, por ejemplo en España, según datos de la
Seguridad Social, la prestación diaria por desempleo de las mujeres (25,68 €) es
un 15,6% inferior a la de los hombres (30,42 €). Esta brecha es, como cabía esperar, muy similar a la brecha salarial por hora que es, como analizaremos más
adelante, del 17%.
Dado el deterioro del mercado laboral se está prolongando en el tiempo, la
tasa de desempleo de larga duración está alcanzando cotas alarmantes. Como
media, en el conjunto de la Unión, el 40,5% de los hombres y el 39,1% de las
mujeres en paro llevan más de un año en esa situación. En 19 países el desempleo de larga duración afecta más a los hombres que a las mujeres, cosa que cabía esperar teniendo en cuenta que al principio el paro afectó más a los hombres
y que, como el mercado laboral no acaba de recuperarse, muchos de quienes entraron en el paro en 2008 y 2009 continúan inmersos en él también en 2010.
Existe el riesgo de que este paro de larga duración se convierta en un problema crónico en el sentido de que incluso cuando el empleo tiende a recuperarse, integrar nuevamente en el empleo a este colectivo suele ser complicado
porque de alguna manera parecen estar siempre «a la cola» de las personas conLan Harremanak/25 (2012) (291-327)
308
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
tratables. Con tasas de desempleo de larga duración tan importantes lo normal
es que se produzca un efecto desánimo, es decir, que al ir perdiendo la esperanza
de encontrar empleo hay quienes se desaniman y se retiran del mercado. Pero en
el caso de las mujeres en estos tiempos de crisis puede darse otro fenómeno y es
que, forzadas por la crisis, haya mujeres que opten por entrar en el mercado, sobre todo mujeres con responsabilidades de cuidado en el hogar7.
En el caso del empleo a tiempo parcial8 destaca en primer lugar que la importancia del empleo parcial en Europa, tanto de hombres como de mujeres, es
muy desigual. En segundo lugar, que el empleo a tiempo parcial continua en
2010 siendo asunto de mujeres en todos los países de la Unión porque, tal y
como se observa en el gráfico 7, la brecha es siempre positiva, es decir, la tasa de
empleo parcial de las mujeres es mayor que la de los hombres (la brecha media
es de 23,5 puntos).
Gráfico 7
Brecha de empleo a tiempo parcial (2010)
60
50
40
30
20
10
Bulgaria
Rumanía
Eslovaquia
Letonia
Lituania
Polonia
Hungría
Grecia
Eslovenia
Estonia
Chipre
R. Checa
Portugal
Finlandia
Malta
España
UE-27
Irlanda
Italia
Francia
Dinamarca
Suecia
R. Unido
Luxemburgo
Austria
Bélgica
Holanda
Alemania
0
En tercer lugar, en la búsqueda de modelos de participación laboral, todos
los antiguos países del Este se caracterizan por el escaso peso del empleo parcial (tabla 4). En este grupo se incluye también Grecia y Portugal. En el extremo
opuesto, es decir entre aquellos en los que el empleo parcial femenino es especialmente elevado, nos encontramos con los países líderes en actividad y empleo
femenino como Holanda, Alemania, Reino Unido y Suecia.
7 Esto es lo que ha sucedido por ejemplo en Estados Unidos donde, por primera vez en la historia, las mujeres son mayoría en el empleo o en España donde según un estudio reciente, en 2009,
100.000 «amas de casa» entraron al mercado laboral (Adecco, 2009).
8 Estos datos derivan de las respuestas de las personas encuestadas que declaran trabajar a tiempo
parcial salvo en los casos de Holanda (sucede lo mismo en Islandia y Noruega por ejemplo) donde se
considera empleo a tiempo parcial cuando las horas habituales son inferiores a 35.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
309
Tabla 4
Porcentaje de empleo parcial de mujeres (2010)
Holanda
76,2
Irlanda
34,2
Portugal
12,3
Alemania
45,0
UE-27
31,4
Eslovenia
13,6
Austria
43,3
Francia
30,0
Estonia
13,1
Reino Unido
42,4
Italia
29,0
Chipre
11,8
Bélgica
42,1
Malta
24,5
Letonia
11,0
Suecia
39,7
España
23,1
Polonia
10,8
Dinamarca
38,6
Finlandia
19,0
Grecia
10,2
Luxemburgo
35,8
Rumania
9,9
R. Checa
9,1
Lituania
8,9
Hungría
7,6
Eslovaquia
5,2
Bulgaria
2,4
Cabe destacar que por ejemplo en Holanda, tres de cada cuatro mujeres trabaja a
tiempo parcial. Los empleos parciales llevan aparejados en general sueldos parciales (los sueldos por hora tienden a ser menores que los sueldos por hora de empleos a tiempo completo), adquisición parcial de derechos sociales tales como
jubilación o prestación por desempleo, escasas posibilidades de promoción profesional, etc. En los países en los que se ha fomentado la contratación a tiempo
parcial se ha tendido a un modelo dicotómico en el que los hombres tienen muy
mayoritariamente empleos a tiempo completo mientras que la mayoría de las
mujeres trabajan a tiempo parcial y se ocupan también de los trabajos domésticos
y de cuidados, trabajos de los que, en consecuencia, siguen estando liberados los
hombres. Esta relativamente «nueva» división sexual del trabajo se conoce también como modelo de «sustentador y medio» frente al modelo clásico de un único
sustentador masculino. En general los mercados laborales de este tipo suelen ser
mercados fuertemente segmentados en función del sexo. Algunos gobiernos9, con
9 Es el caso de España donde incluso se ha puesto sobre la mesa de debate fomentar el empleo
creando lo que se denomina «mini-empleos» o «mini-jobs» con sueldos inferiores al salario mínimo y
cotizaciones a cargo de los trabajadores.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
310
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
el objetivo de reactivar los maltrechos mercados laborales, están apostando por
fomentar el empleo a tiempo parcial. Esta modalidad puede ser apropiada como
vía de entrada al mercado, pero si se prolonga en el tiempo aboca a quienes lo tienen a una precariedad interminable.
En cuanto a las razones del empleo a tiempo parcial es muy habitual escuchar que son las propias mujeres las que eligen libremente este tipo de empleo
para poder compatibilizar los trabajos domésticos y de cuidados con el empleo.
Es decir, se presenta el empleo a tiempo parcial como una especie de instrumento de conciliación para las mujeres. Si así fuera, tras este argumento subyace la persistencia de la división sexual clásica del trabajo que hace que, a pesar
de la masiva incorporación de las mujeres al mercado, los trabajos no remunerados sigan siendo responsabilidad suya. La información suministrada por Eurostat sobre las razones del empleo parcial es más limitada que la referida a otras
cuestiones (falta información sobre varios países y esta falta de información es
más acusada en el caso de los hombres). En el caso de las mujeres, el 44% de las
europeas que trabaja a tiempo parcial declara hacerlo por cuestiones relacionadas con los cuidados y las responsabilidades familiares frente a un 11,3% de los
hombres (gráfico 810). Esta diferencia refleja claramente la desigual incidencia
que las responsabilidades familiares de cuidados siguen teniendo en la participación laboral de mujeres y hombres. Sin embargo, en bastantes países (España,
Grecia, Lituania, Letonia, Portugal), la respuesta mayoritaria de las mujeres es la
Gráfico 8
Razones de empleo a tiempo parcial, total UE-27 (2010)
10 El Instituto Europeo de Estadística clasifica las razones de empleo a tiempo parcial en cinco:
cuidado de personas dependientes, enfermedad o incapacidad, otras responsabilidades familiares o
personales formación y no haber podido encontrar empleo a tiempo completo. En este gráfico hemos sumado en «cuidados» los porcentajes de «cuidados de personas dependientes» y «otras responsabilidades familiares». En «otras» hemos incluido la enfermedad o incapacidad propia.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
311
de no haber podido encontrar un empleo a tiempo completo y las responsabilidades familiares pasan a un segundo lugar.
Aunque para algunas mujeres, en momentos concretos del ciclo vital, el empleo parcial puede ser una solución que permite aliviar las tensiones que surgen
en la organización de los tiempos con la llegada de los hijos e hijas, no es menos cierto que muchos empleos parciales no son nada adecuados para este fin. Y
es que la búsqueda de la flexibilidad ha traído también cambios en la regularidad y predecibilidad de los horarios laborales y los horarios irregulares suelen ser
más habituales entre los y las trabajadoras a tiempo parcial. Cabe también señalar que en los últimos años han aumentado mucho los empleos de fin de semana
como consecuencia del crecimiento de las industrias relacionadas con el ocio y
la liberalización de horarios comerciales y muchos de estos empleos son femeninos (Larrañaga, 2005).
Eurostat proporciona datos relacionados con los denominados «horarios
asociales», es decir, porcentajes de mujeres y hombres que trabajan a turnos, los
sábados, los domingos y de noche. Aunque es cierto que en trabajos a turnos y
empleos nocturnos, el porcentaje de hombres es mayor que el de las mujeres,
los porcentajes en empleos de fin de semana son muy similares. De las cuatro
modalidades de trabajos en «horarios asociales» el más extendido es el trabajo
los sábados y el menos habitual el trabajo nocturno. Como media, el porcentaje de empleados y empleadas que declara trabajar habitualmente los sábados
supera el 25% y en países como Italia, Grecia o Rumania superan el 35% (gráfico 9).
Gráfico 9
Ocupación en «horarios asociales», en el conjunto de la UE-27 (2010)
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
312
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
3. Segregación ocupacional
El creciente número de mujeres dentro de la población ocupada no se distribuye de manera homogénea entre las diferentes profesiones u ocupaciones, sino
que tiende a concentrarse en unas pocas y esta es una de las dimensiones en las
que se manifiesta la desigualdad laboral entre mujeres y hombres. Se habla de segregación ocupacional para referirse a la tendencia de mujeres y hombres a estar
empleados en distintas ocupaciones o profesiones. Dentro de la segregación ocupacional se distingue entre la vertical y la horizontal. La segregación horizontal
se da cuando las mujeres se concentran en un número limitado de profesiones y
la vertical se refiere a la escasa presencia de mujeres en las categorías más elevadas del escalafón profesional.
Tanto el empleo femenino como el masculino, aparece ciertamente concentrado en una serie de ocupaciones y se detecta que hay ocupaciones con un alto
grado de feminización y otras con un alto grado de masculinización. Entre las
primeras destacan las referentes a los Grupos 4 y 5, que son, según la CIUO-8811
las de empleados de oficina y las de trabajadores de los servicios y vendedores de
comercios y mercados. Las profesiones más masculinizadas son las referentes a
los Grupos 1, 7 y 8. Corresponden a miembros del poder ejecutivo y legislativo y
personal directivo de las AAPP y de las empresas (grupo 1); a oficiales, operarios
y artesanos de las artes mecánicas y otros oficios (grupo 7); y a operadores de instalaciones y máquinas y montadores (grupo 8).
En las ocupaciones de empleados de oficina (grupo 4) entre el 60 y el 84%
del empleo es femenino con importantes diferencias entre países. La mayor feminización en este grupo ocupacional se da en Finlandia, Letonia y Lituania,
con porcentajes de empleo femenino en este grupo en torno al 80%. En el otro
extremo, en países como Grecia, Italia, Malta y Portugal, el porcentaje de empleo femenino en este grupo ronda el 60%. La situación es bastante parecida
en el caso del grupo de trabajadores de los servicios y vendedores (Grupo 5). En
sentido contrario, los grupos 7 y 8 están fuertemente masculinizados excepto en
parte de los antiguos países socialistas en los que el porcentaje de empleo femenino en alguno de estos dos grupos es superior a la media (Bulgaria, Estonia, Lituania, Hungría, Rumanía, Eslovenia y Eslovaquia).
11 En la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones-88(ISCO en inglés), los grupos
son: Grupo 0. Personal de las fuerzas armadas. Grupo 1. Miembros del poder ejecutivo y legislativo
y personal directivo de las AAPP y de las empresas. Grupo 2. Profesionales científicos e intelectuales.
Grupo 3. Técnicos y profesionales de nivel medio. Grupo 4. Empleados de oficina. Grupo 5. Trabajadores de los servicios y vendedores de comercios y mercados. Grupo 6. Agricultores y trabajadores
cualificados de explotaciones agropecuarias, forestales y pesqueras con destino al mercado Grupo 7.
Oficiales, operarios y artesanos de las artes mecánicas y otros oficios. Grupo 8. Operadores de instalaciones y máquinas y montadores. Grupo 9. Trabajadores no cualificados.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
313
Lo que realmente resulta relevante destacar es la escasa presencia femenina en
las ocupaciones del Grupo 1, ya que entre estas ocupaciones están incluidas todas
las que tienen que ver con la determinación y formulación de las políticas gubernamentales, las leyes y regulaciones públicas así como su implementación y supervisión. También las tareas de representación de los gobiernos, la planificación,
dirección y coordinación de las políticas y actividades de las empresas y organizaciones se incluyen en este grupo. Se trata, por tanto, de los puestos más altos de la
jerarquía ocupacional y la escasa presencia femenina en los mismos evidencia las
dificultades que tienen las mujeres para acceder a los puestos en los que se concentra la toma de decisiones y son un claro exponente de la segregación vertical.
Cuando se aborda esta dificultad de las mujeres para acceder a los puestos
de responsabilidad, se suelen utilizar una gran variedad de argumentos, muchos de los cuales no hacen sino justificar esta escasa presencia. Uno ellos suele
ser que las mujeres no tienen la formación adecuada para acceder a estos puestos o que les falta ambición en el mundo profesional. Sin embargo, en las últimas décadas, el esfuerzo formativo realizado por las mujeres desmiente estos
argumentos. Con todo, hay que señalar que la presión social basada en los estereotipos y en la presupuesta obligación de las mujeres para con la esfera privada, unida a la necesidad de impulsar el ascenso profesional de sus compañeros, pueden implicar una merma de las aspiraciones de las mujeres.
Uno de los principales factores explicativos de la escasa presencia de las
mujeres en los puestos de responsabilidad y dirección viene dado por una serie de barreras organizacionales, lo que también se viene conociendo como el
«techo de cristal». Se refiere a una serie de obstáculos de diversa índole como
los estereotipos o prejuicios asociados a su menor disponibilidad, ambición o
falta de aspiración para ocupar los puestos de dirección o su falta de liderazgo;
la falta de experiencia en puestos de dirección; la escasez de mentores o mentoras; la carencia de modelos de referencia para las mujeres en los niveles más altos; la exclusión de las mujeres de los circuitos formales y sobre todo informales
donde se comparten aspectos importantes sobre la política organizacional y el
proceso de decisión; la falta de flexibilidad de los calendarios y horarios de trabajo, etc. (Martínez, 2009: 210-216).
En la UE-27 el porcentaje de empleo en ocupaciones del Grupo 1 sobre el
empleo total es del 8.3, pero en muchos países de la UE-27, este porcentaje está
por debajo, así que hay menos puestos de trabajo en esta categoría ocupacional
y en otros países, en cambio, está por encima (Bélgica, Estonia, Irlanda, Grecia,
Lituania, Letonia, Holanda, Finlandia, Reino Unido) (tabla 5).
Lógicamente, en los países donde el número de puestos de trabajo en esta
categoría ocupacional es relativamente inferior, el porcentaje de personas en estos puestos será bajo, tanto entre las mujeres como entre los hombres. Así, por
ejemplo, en Rumanía, donde sólo el 2,1% del empleo total es del Grupo 1,
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
314
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
Tabla 5
Porcentaje del empleo total en ocupaciones del grupo 1, por sexo (2010)
% de empleo
en el Grupo 1
sobre el total
% de empleo
en el Grupo 1
sobre el total de
empleo masculino
% de empleo
en el Grupo 1
sobre el total de
empleo femenino
Brecha
UE-27
8,3%
10,0%
6,2%
3,8%
Bélgica
11,2%
13,5%
8,5%
5,0%
Bulgaria
7,2%
9,0%
5,2%
3,8%
República Checa
5,3%
6,7%
3,5%
3,2%
Dinamarca
4,5%
6,8%
2,1%
4,7%
Alemania
5,7%
7,4%
3,7%
3,7%
Estonia
11,7%
15,3%
8,4%
6,9%
Irlanda
15,3%
19,0%
11,2%
7,8%
Grecia
10,0%
11,8%
7,4%
4,4%
España
7,9%
9,4%
6,1%
3,3%
Francia
8,7%
10,2%
7,1%
3,1%
Italia
7,5%
8,4%
6,0%
2,4%
Chipre
5,0%
7,9%
1,4%
6,5%
Letonia
10,1%
12,4%
8,0%
4,5%
Lituania
10,2%
12,7%
8,0%
4,7%
Luxemburgo
4,5%
6,1%
2,6%
3,4%
Hungría
7,1%
8,4%
5,6%
2,8%
Malta
8,6%
10,1%
5,8%
4,3%
10,7%
14,2%
6,7%
7,5%
Austria
6,6%
8,7%
4,0%
4,7%
Polonia
6,6%
7,7%
5,3%
2,4%
Portugal
5,9%
7,5%
4,1%
3,5%
Rumania
2,1%
2,5%
1,5%
1,0%
Eslovenia
9,0%
10,9%
6,9%
4,0%
Eslovaquia
6,0%
7,0%
4,7%
2,4%
Finlandia
10,4%
14,1%
6,5%
7,5%
5,6%
7,3%
3,7%
3,6%
15,2%
18,3%
11,7%
6,6%
Holanda
Suecia
Reino Unido
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
315
el porcentaje de empleo femenino en este grupo debería ser mucho más reducido que en Reino Unido, donde el 15,2% del empleo total es de este grupo.
Para eliminar este efecto del diferente peso que tiene el empleo del Grupo 1 en
el empleo total entre los países, habría que estudiar las diferencias entre el porcentaje de empleo femenino y masculino en este grupo ocupacional, es decir, la
brecha. En la mayoría de los países esta brecha oscila entre 3 y 5 puntos porcentuales. Los casos diferentes son los de Estonia, Irlanda, Finlandia, Reino Unido,
Holanda, Chipre con brechas de unos 7 puntos porcentuales (tabla 5). Se da la
circunstancia de que en estos países, el porcentaje de empleo total en este grupo
ocupacional es superior a la media, pero sin embargo, las diferencias entre mujeres y hombres en cuanto a la participación en estos puestos son mayores que
la media. Además, algunos de ellos (Holanda, Finlandia, Reino Unido y Estonia) tienen elevadas tasas de empleo femeninas. Podemos decir entonces que, el
hecho de que haya más puestos disponibles en las categorías ocupacionales más
elevadas no implica que esto vaya a favorecer a todas las personas por igual. Los
hombres se beneficiarían, en general, más de esta circunstancia.
Como media, en la UE-27, la presencia de mujeres en las ocupaciones del
grupo 1 está en torno al 34% (tabla 6). Teniendo en cuenta que en el empleo
total el 45,5% lo ocupan mujeres, podemos decir que este grupo ocupacional es
claramente masculino, aunque no tanto como los grupos 7 y 8, en los que menos del 20% de los empleos los ocupan mujeres. Por países, hay pocas excepciones. Cabe destacar el caso de Chipre con porcentajes de empleo femenino en
este grupo muy inferiores a la media y de Dinamarca, Luxemburgo y Malta12
con porcentajes también inferiores a la media, aunque muy por encima de los
anteriores. Sólo en el caso de Malta esto podría relacionarse con la poca participación de las mujeres en el empleo, pero no en los casos de Dinamarca, Luxemburgo y Chipre donde el empleo femenino supone alrededor del 45% del total.
En sentido contrario, son señalables los casos de Letonia y Lituania, en los
que la presencia de mujeres en esta categoría ocupacional está en torno al 40%
(tabla 6). Son países en los que las tasas de empleo femeninas son superiores a la
media y en los que el empleo femenino tiene igual peso porcentual que el masculino. Podríamos decir entonces que en estos países el acceso de las mujeres a
ocupaciones del grupo 1 podría estar relacionado con un alto grado de participación de las mismas en el empleo.
En el resto de países, la presencia femenina en el grupo 1 supone entre el 30
y el 35%. En un grupo de ellos se da la siguiente coincidencia: elevadas tasas de
empleo femeninas y una importante brecha entre el porcentaje de empleo femenino y masculino en este grupo ocupacional (de alrededor de 7 puntos) (tabla 6).
12 La mayoría de las excepciones (salvo Dinamarca) son países muy pequeños y, por tanto, sus
datos no son muy relevantes para el conjunto de la UE.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
316
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
Tabla 6
Porcentaje de empleo en el Grupo 1, por sexo (2010)
Empleo femenino
sobre el total
Porcentaje de empleo Porcentaje de empleo
femenino sobre el
masculino sobre el
empleo en el Grupo 1 empleo en el Grupo 1
UE-27
45,49%
34,0%
66,0%
Bélgica
45,34%
34,4%
65,6%
Bulgaria
47,54%
34,5%
65,5%
República Checa
42,77%
28,1%
71,9%
Dinamarca
47,95%
22,1%
77,9%
Alemania
46,20%
30,0%
70,0%
Estonia
51,61%
36,9%
63,1%
Irlanda
46,92%
34,3%
65,7%
Grecia
40,33%
29,7%
70,3%
España
44,26%
34,1%
65,9%
Francia
47,52%
38,6%
61,4%
Italia
40,67%
32,9%
67,1%
Chipre
45,93%
13,0%
86,5%
Letonia
51,53%
40,6%
59,4%
Lituania
52,41%
41,0%
59,0%
Luxemburgo
43,50%
25,3%
75,8%
Hungría
46,52%
36,5%
63,5%
Malta
34,32%
23,0%
77,0%
Holanda
46,21%
28,9%
71,1%
Austria
46,50%
28,7%
71,3%
Polonia
45,30%
36,5%
63,5%
Portugal
47,08%
32,5%
67,6%
Rumania
44,28%
32,3%
67,7%
Eslovenia
45,89%
35,0%
65,0%
Eslovaquia
44,59%
34,7%
65,3%
Finlandia
48,79%
30,7%
69,3%
Suecia
47,55%
31,4%
68,6%
Reino Unido
46,66%
35,8%
64,2%
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
317
Son Estonia, Holanda, Finlandia, Irlanda y Reino Unido. En estos países, con la
excepción de Irlanda, se puede decir que las altas tasas de empleo entre las mujeres no garantizan más acceso a ocupaciones del Grupo 1.
Por tanto, hay una serie de países en los que alta participación de las mujeres en el empleo y acceso a la categoría ocupacional más elevada van de la
mano (Letonia, Lituania), y otro grupo de países en los que el acceso de la mujeres a los puestos de trabajo del grupo 1 es relativamente bajo comparado con
su presencia en el empleo (Dinamarca, Estonia, Holanda, Finlandia y Reino
Unido).
Durante mucho tiempo se ha venido considerando que las mujeres carecían de la formación adecuada para acceder a los puestos directivos, explicación que ha ido perdiendo peso en la medida en que los niveles educativos de
las mujeres han crecido. Sin embargo, de cara a mostrar las diferencias entre
países, sí que parece haber relaciones entre el porcentaje de mujeres empleadas que tiene estudios superiores y el acceso de la mismas a los puestos del
Grupo 1, tal y como podemos apreciar en el Gráfico 10.
Gráfico 10
Empleo femenino en el Grupo 1 y nivel educativo de las mujeres
A pesar de ello, se debe destacar también que hay casos en los que las relaciones son mucho menos claras como los de España, Chipre, Finlandia e Irlanda, en los que dado el porcentaje de mujeres con estudios superiores, cabría
esperar mayor presencia de ellas en ocupaciones del Grupo 1. Con la excepción
de Finlandia, se trata de países en los que la tasa de empleo de las mujeres es
baja, lo que podría explicar su escasa presencia en ocupaciones del Grupo 1.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
318
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
Hay que destacar asimismo que tales relaciones no se aprecian en el caso
de los hombres: entre el 60 y el 80% de los puestos de trabajo del Grupo 1 son
ocupados por hombres en la mayoría de estos países, habiendo en estos países
porcentajes de hombres con estudios superiores muy dispares (entre el 12 y el
40%). Así pues, parecería que los hombres no necesitan el aval de los estudios
superiores para ocupar puestos de la alta jerarquía laboral (Gráfico 11).
Gráfico 11
Empleo masculino en el Grupo 1 y nivel educativo de los hombres
4. Desigualdades salariales
En este trabajo nos interesa estudiar la magnitud de la brecha salarial entre
mujeres y hombres en la UE-27 y relacionarla con la mayor o menor presencia
de las mujeres en el mercado laboral y con el modelo de participación laboral.
La brecha salarial de género o «gender pay gap» se calcula como la diferencia entre el salario bruto por hora de los hombres y el de las mujeres como porcentaje
del salario bruto por hora de los hombres13. Los datos que se aportan pertenecen
a la Encuesta de Estructura Salarial (2009) y nos muestran que en la UE-27, las
mujeres tienen un salario bruto por hora un 17% inferior al de los hombres. Las
desviaciones son muy importantes, dado que hay países donde la brecha supera
13 Los indicadores más utilizados para medir las desigualdades salariales son tres: la brecha por
hora, la brecha mensual y la anual. Las desigualdades menores se dan utilizando la brecha por hora
seguida de la brecha mensual y de la anual. De las tres, se considera que la más adecuada es la brecha
por hora porque elimina las diferencias salariales que puedan deberse a diferencias de tiempos de trabajo de mujeres y hombres.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
319
el 25% (Austria y República Checa), mientras que en otros esta brecha es muy
baja (Italia, Malta, Portugal, Rumanía, Eslovenia y Polonia) (tabla 7).
Tabla 7
Nivel educativo de las mujeres y brecha salarial
% de mujeres con estudios
superiores (2010)
Brecha salarial
(2009)
Austria
18,1
25,4
República Checa
18,6
25,9
Rumania
19,2
8,1
Italia
22,5
5,5
Portugal
22,7
10,0
Eslovaquia
23,5
21,9
Alemania
25,0
23,2
Malta
27,9
6,9
Hungría
28,7
17,1
UE-27
32,1
17,1
Holanda
32,2
19,2
Eslovenia
33,0
3,2
Bulgaria
34,6
15,3
Polonia
34,9
9,8
Dinamarca
35,1
16,8
Luxemburgo
35,8
12,5
Francia
36,5
16,0
Letonia
37,8
14,9
Reino Unido
39,5
20,4
Suecia
39,9
16,0
España
41,7
16,7
Chipre
43,0
21,0
Finlandia
44,8
20,4
Lituania
47,1
15,3
Irlanda
48,1
15,7
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
320
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
La temática de las diferencias salariales entre mujeres y hombres es complicada y no puede darse una respuesta clara y unívoca sobre las causas de la
misma. Las explicaciones de estas desigualdades salariales se pueden agrupar de
la siguiente manera:
Una de las más utilizadas es que se debe al desigual nivel de formación de
mujeres y hombres. Este argumento ha perdido validez en los últimos años porque el avance de las mujeres en materia de educación ha sido espectacular y el
porcentaje de chicas que alcanzan como mínimo estudios secundarios es mayor
que el de chicos. Eso sí, también es cierto que persisten diferencias en la elección
de estudios y, por ejemplo una de cada diez tituladas europeas lo es en carreras
técnicas mientras que de cada diez chicos son cuatro los que se decantan por estudios de carácter técnico. Esto podría ser parte de la explicación de porqué en
algunos países, a pesar del elevado porcentaje de mujeres con estudios superiores,
la brecha salarial es considerable, como Chipre, Finlandia y Reino Unido. Podemos observar también cómo hay países en los que el porcentaje de mujeres con
estudios superiores es bastante inferior a la media de la UE (Rumanía, Italia), con
brechas salariales reducidas (tabla 7). Todo esto conduce a considerar que es necesario introducir otras variables para explicar la brecha salarial de género.
La segunda explicación se centra en la diferencia en años de experiencia laboral o antigüedad en el puesto de trabajo. Es verdad que las mujeres, sobre
todo las del sur de Europa, se han incorporado de manera masiva al mercado laboral entrados ya los 80 por lo que como media la antigüedad de las mujeres en
el empleo será menor que la de los hombres. Dado que carecemos de datos sobre esta cuestión, no la vamos a tratar.
Invariablemente, al hablar de las desigualdades salariales surge una pregunta
¿se trata de diferencias por el mismo trabajo? La respuesta es, simplificando, que
no14. Es decir, si mujeres y hombres no perciben el mismo salario es, en buena medida, porque no ocupan los mismos empleos, porque mujeres y hombres no hacen
los mismos trabajos, ni en casa ni fuera de casa (Larrañaga, 2005:28). Y de aquí
podemos deducir otras dos explicaciones de la desigualdad salarial entre sexos.
Una parte importante de la desigualdad se puede deber a que las mujeres
ocupan diferentes tipos de puestos de trabajo que los hombres y también a que
14 Cuando hay diferencias salariales ocupando el mismo trabajo hablamos de discriminación directa. En el caso de las diferencias salariales entre mujeres y hombres es mucho más relevante hablar
de discriminación indirecta. Se da cuando hay diferencias salariales por trabajos diferentes pero de
igual valor. En los últimos años se han multiplicado los estudios que tratan de determinar qué proporción de la diferencia de remuneración es imputable a la discriminación y qué proporción se debe
a otros motivos. La mayoría de los estudios coinciden en que la discriminación o el resto no explicado por otros factores representa un porcentaje «significativo» aunque varía mucho dependiendo de
los países y de la metodología utilizada. Ese resto inexplicado oscila en los países desarrollados entre
el 5 y el 15%.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
321
tienen una dedicación muy diferente al trabajo no remunerado. La primera y la
segunda cuestión están, desde luego, relacionadas. Como las responsabilidades
familiares, tanto de trabajos domésticos como de cuidado de las personas, siguen siendo asunto de las mujeres, su dedicación al mercado en términos de horas suele ser menor que la de los hombres y suelen ocupar puestos de menor responsabilidad y dedicación. Para explorar estas conexiones, vamos a relacionar la
brecha salarial con la participación de las mujeres en el empleo, con su presencia
en las ocupaciones de la jerarquía laboral superior (que conllevan alta dedicación
y responsabilidad) y con el empleo a tiempo parcial.
Para explorar si la magnitud de la brecha salarial de género guarda correlaciones con la participación de las mujeres en el empleo, el Gráfico 12 representa
las tasas de empleo y la brecha salarial. De la representación gráfica no se concluye que haya relaciones entre la brecha salarial y la tasa de empleo de las mujeres. No podemos decir que en los países donde las mujeres participan más en el
empleo, también son superiores las diferencias salariales entre hombres y mujeres o, por el contrario que cuánto más elevada es la tasa de empleo menores son
las diferencias salariales entre sexos.
Sí que se observa que hay países donde la elevada brecha salarial está acompañada de una también elevada participación en el empleo (Holanda, Finlandia,
Alemania, Reino Unido y Austria), pero también países en los que alta brecha
Gráfico 12
Brecha salarial de género y tasas de empleo (2009)
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
322
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
salarial coincide con bajas tasas de empleo femenino (Eslovaquia y República
Checa). En los primeros países las mujeres conseguirían situarse en el empleo a
costa de soportar un menor nivel salarial al de los hombres, pero en Eslovaquia
y República Checa ni aún así conseguirían altas tasas de empleo. La brecha salarial es más reducida que la media en países con tasas de empleo femeninas muy
diferentes. Así el caso de Portugal y Eslovenia será el más favorable, puesto que
la alta participación femenina en el empleo se produce en condiciones de relativa igualdad salarial con los hombres. En cambio, los casos de Italia, Malta y
Polonia no lo son tanto, ya que la brecha salarial entre mujeres y hombres es reducida, pero se asociaría con una muy escasa participación de las mujeres en el
empleo.
Otra de las relaciones a observar es la existente entre la brecha salarial y la
segregación vertical. Cabría esperar que en los países donde hay menor brecha
entre mujeres y hombres en cuanto al acceso a las ocupaciones del Grupo 1, fueran también los países donde la brecha salarial entre sexos es menor. Los datos,
sin embargo, no nos confirman nada de esto (Gráfico 13).
Gráfico 13
Brecha salarial y porcentaje de empleo femenino en el Grupo 1 (2009)
Hay países en los que el acceso de las mujeres a los puestos superiores de la
jerarquía laboral va acompañado de brechas salariales reducidas (Polonia y Eslovaquia), pero también países en los que va acompañado de brechas considerables
(Reino Unido, Francia, Letonia, Lituania). Estos últimos casos darían sustento
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
323
a lo ya mostrado en algunas investigaciones: que la diferencia salarial es mayor en los puestos de trabajo de remuneraciones elevadas, lo cual se achaca a las
barreras invisibles (citado en Chichilinsky y Hermann, 2008:226).
No podemos afirmar que cuanto más igualitaria es la participación entre
mujeres y hombres en las ocupaciones más altas de la jerarquía ocupacional, menores son las diferencias salariales. Es posible pues que en algunos casos el acceso
a puestos de responsabilidad haya ido acompañado de grandes desigualdades salariales en esos puestos.
Otro tanto puede decirse en cuanto a las relaciones entre la brecha salarial de
género y la incidencia del empleo a tiempo parcial entre las mujeres. Dado que
las retribuciones por hora de los empleos a tiempo parcial suelen ser inferiores a
las remuneraciones por hora de los empleos a tiempo completo, cabría esperar
que en los países con más incidencia de la parcialidad en el empleo femenino la
brecha salarial de género fuera mayor. Sin embargo no se puede concluir nada al
respecto (Gráfico 14). Comparten porcentajes de empleo parcial femenino similares países con brechas salariales dispares. Así, por ejemplo, alrededor del 40%
del empleo femenino es parcial en Dinamarca, Suecia, Alemania, Reino Unido
y Austria, pero las brechas salariales son dispares. Alemania, Reino Unido y Austria presentarían un perfil similar: alto porcentaje de empleo femenino entre las
mujeres y también amplia brecha salarial. Holanda también formaría parte de
este grupo de países. Se aprecia también que países con porcentajes de empleo
parcial relativamente bajos tienen brechas salariales muy dispares. Así, Rumanía,
Gráfico 14
Brecha salarial (2009) y porcentaje de empleo parcial entre las mujeres (2010)
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
324
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
Polonia y Eslovenia, por un lado, presentan porcentajes de empleo parcial femeninos similares (9-13%) con brechas salariales pequeñas, y por otro, y con porcentajes de empleo parcial femenino similares, hay países con brechas salariales
bastante superiores (República Checa, Letonia, Lituania y Chipre). Por último,
en los países en los que el porcentaje de empleo femenino a tiempo parcial es
muy poco significativo (Bulgaria, Eslovaquia, Hungría), tampoco hay similitudes en cuanto a brecha salarial.
Como ya comentábamos al inicio de este epígrafe, la explicación de las disparidades salariales entre mujeres y hombres resulta compleja y no siempre esta
disparidad es atribuible a las diferencias objetivas en el tipo de empleo ocupado
y sus condiciones. Resulta imprescindible hacer referencia a todo el trabajo que
se realiza en nuestras sociedades, es decir, tanto al remunerado (empleo) como
el no remunerado (tareas desempeñadas en el hogar referentes al trabajo doméstico y al cuidado de personas dependientes), y al reparto de todo este trabajo
entre mujeres y hombres. Algunas investigaciones atribuyen los desniveles salariales entre mujeres y hombres al desigual reparto de las tareas del hogar en una
muestra de países (EE.UU., Austria, Canadá. Italia, Noruega, Holanda y Reino
Unido). En concreto, encuentran una desigualdad salarial entre sexos cuando
hay diferencias en el reparto del trabajo entre mujeres y hombres en el hogar y
concluyen que cuánto más tareas efectúa una persona en el hogar, menores serán sus salarios. Estas diferencias en el reparto del trabajo en el hogar se producen por el comportamiento de las familias y sus creencias estereotipadas sobre
los cometidos de uno y otro sexo en las sociedad, algo que resulta muy difícil de
cambiar (Chichilinsky y Hermann, 2008).
5. Conclusiones
El análisis de los datos de Eurostat nos ha permitido constatar la persistencia de desigualdades de género, los cambios que parecen producirse en algunas
desigualdades clásicas, la existencia de algunas relaciones bastante inequívocas
y, por supuesto, la existencia de grandes diferencias laborales entre países. Entre
las desigualdades persistentes y que son comunes a todos los países de la Unión
destacamos la menor participación laboral de las mujeres, la feminización de los
empleos a tiempo parcial, la segregación ocupacional y las menores retribuciones
salariales de las mujeres.
Entre las desigualdades «clásicas» que parecen estar cambiando subrayamos
fundamentalmente la reducción o incluso cambio de signo de la brecha salarial
y también los cambios en la brecha de empleo. La incidencia de la crisis en estos
cambios parece incuestionable y solo cabe esperar para ver si se trata de cambios
coyunturales o van a perdurar incluso más allá de la crisis.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
325
Entre las relaciones inequívocas, destacamos, por un lado, la importancia
que tiene el nivel de formación en el empleo de las mujeres y que se aprecia, por
ejemplo, en las elevadas tasas de participación laboral y de empleo de las mujeres con educación superior. Y otra relación que parece fuera de toda duda es la
desigual incidencia que las responsabilidades familiares tienen en la participación laboral de mujeres y de hombres. En este sentido, parece incuestionable,
que la existencia de personas dependientes perjudica claramente a las mujeres.
Nuestro objetivo al empezar este trabajo era establecer posibles modelos de actividad laboral entre las mujeres de los países de la UE-27. Nos preguntábamos si
una mayor actividad laboral iba a aparejada con un determinado modelo de inserción laboral propio de las mujeres. Concretamente, queríamos saber si más participación en el empleo entre las mujeres iba de la mano de una pauta de empleo
femenino en condiciones desaventajadas con respecto al masculino, es decir, más
parcialidad en cuanto a la contratación, menor participación en los puestos de trabajo más altos de la jerarquía ocupacional y mayor brecha salarial. O si alternativamente, ocurría todo lo contrario, estos es, que cuánto más participan las mujeres
en el empleo, su modelo de inserción laboral se parece más al de los hombres.
Podemos afirmar que los datos no sostienen ninguna de las dos alternativas y que nos encontramos con realidades muy diversas en cuanto a la participación laboral femenina en la UE-27 sin que podamos establecer modelos claros.
Es cierto que existen similitudes entre los países del Norte de Europa, también
entre países del Sur de Europa (aunque con alguna excepción, casi siempre Portugal) mientras que los grandes países continentales como Francia y Alemania
casi siempre se encuentran en torno a la media (se podría mejor decir que, dado
su peso, condicionan la media). Donde no parece haber ningún patrón es en las
antiguas economías de planificación centralizada: en todo caso parece que Polonia tiende a alinearse en general entre los países del Sur y, en algunos casos, los
países bálticos parecen compartir un mismo perfil.
En los países en los que la tasa de empleo de las mujeres es mayor, también
es menor la brecha de empleo con los hombres, por lo que se puede decir que
más participación en el empleo supone una reducción de las diferencias con respecto a los hombres. Se constata en países como Suecia, Dinamarca, Finlandia,
Estonia, Letonia y Eslovenia. En sentido contrario, hay un buen número de países en los que la tasa de empleo femenina es baja y ello coincide con una brecha
de empleo con los hombres bastante amplia (Malta, Grecia, Italia, España, República Checa, Chipre y Eslovaquia). Tanto en un tipo de modelo como en el
otro, hay países con elevados porcentajes de empleo parcial entre las mujeres y
países con bajos porcentajes de empleo parcial.
El hecho de que la participación laboral de las mujeres en ocupaciones del
grupo 1 sea más elevada no parece guardar claras relaciones con la participación
laboral femenina global. Sólo en el caso de dos países (Letonia, Lituania). En
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
326
Mertxe Larrañaga Sarriegui, Yolanda Jubeto Ruiz y M.ª Luz de la Cal Barredo
otros casos, la alta participación laboral femenina no va de la mano con el acceso a ocupaciones del grupo 1. Es más, se detectan casos en los que la elevada
tasa de empleo femenina también coincide con una importante diferencia entre
mujeres y hombres en el acceso al grupo 1: Estonia, Holanda, Finlandia, Dinamarca y Reino Unido. En este conjunto de países, el porcentaje de mujeres con
estudios superiores es medio o alto, así que podemos concluir que el acceso a la
educación superior iría de la mano con el acceso al empleo, pero no tanto con el
acceso a empleos de la escala jerárquica superior.
Las desigualdades salariales entre mujeres y hombres han sido frecuentemente atribuidas a las diferencias en el nivel de estudios. Sin embargo, los datos referentes a los países de la UE nos indican que esta explicación es muy insuficiente, dado que se observan brechas salariales muy amplias en países en los
que el porcentaje de mujeres con estudios superiores es relativamente elevado en
comparación con la media de la UE (Finlandia, Chipre, Reino Unido). Tampoco se observan relaciones significativas entre la brecha salarial y los tipos de
empleos que ocupan las mujeres en cuanto a si pertenecen o no a las escalas superiores o si son o no a tiempo parcial Entre los países con porcentajes de empleo femenino parcial elevados, los hay con brechas salariales muy amplias (Austria, Holanda, Reino Unido) y con brechas más reducidas (Suecia, Dinamarca).
Y entre los países en los que el empleo parcial femenino es poco significativo,
también hay casos de brechas amplias (República Checa, Chipre, Finalanda) y
de brechas reducidas (Eslovenia, Polonia, Rumanía y Portugal).
Queremos subrayar que la imposibilidad de definir modelos se debe, por
supuesto, a la gran diversidad en la participación laboral de las mujeres europeas pero también a la diversidad de los hombres. Tal vez, el estudio simultáneo
de las diferencias que existen entre las mujeres y entre los hombres nos ayude a
avanzar en un mejor conocimiento de la compleja realidad laboral europea.
Son múltiples los factores que inciden en las desigualdades laborales entre países: distintas tradiciones, distintas políticas públicas, distintas estructuras
productivas, etc. Pero pensamos que a veces las desigualdades estadísticas pueden responder también a las distintas definiciones que hay detrás de los indicadores, es decir, que la armonización estadística no es completa. Esta falta de armonización es evidente, por ejemplo, en los datos de empleo a tiempo parcial
pero es posible que se extienda a otros casos.
Queremos destacar también que la información laboral existente a nivel europeo no es igual de exhaustiva para todos los indicadores. Entre los indicadores para los que no hay mucha información ni muy actual destacamos la salarial
desagregada por sexo. Asimismo es imprescindible avanzar en las estadísticas que
relacionen los datos laborales con los datos de los trabajos que se realizan fuera
del mercado laboral para poder tener una visión integral de las conexiones que
existen entre ellos.
Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
La diversidad de los modelos de participación laboral de las mujeres en la UE-27
327
6. Bibliografía
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Lan Harremanak/25 (2012) (291-327)
MUJERES, TIEMPOS, CRISIS:
COMBINACIONES
VARIADAS
Mertxe Larrañaga Sarriegi
Depto. Economía Aplicada I, UPV/EHU
Estamos ante una crisis global, sin duda la más importante desde la Gran Depresión.
Es una crisis surgida en el mismo centro del capitalismo y las finanzas mundiales, en
EEUU, en un contexto de finanzas globales y descontroladas. Es una crisis de altísima
velocidad, que surgió como crisis subprime, de hipotecas tóxicas en 2007, y que gracias
a la globalización financiera, se convirtió en una crisis financiera global, sobre todo en
los países del norte y en 2008 ha derivado, en gran medida debido al drástico final de la
era del crédito fácil y barato, en una crisis de la economía real que afecta a todos los
países, los del norte y los del sur. Es asimismo una crisis que comparte con las crisis
financieras acaecidas desde la caída de Bretton Woods en la década de los setenta su
carácter sorpresivo y que puede considerarse, por lo menos en parte, una consecuencia
de la creciente financiarización de la economía. Esta financiarización ha contrapuesto de
manera muy clara un mercado altamente simbólico (una economía de papel, virtual,
inmaterial) a la producción real y, como consecuencia, las condiciones de vida de gran
parte de la población mundial han quedado expuestas a merced de la volatilidad
especulativa (Recio 2009) que ha aumentado el número y frecuencia de crisis financieras
hasta llegar a la tan temida crisis global que padecemos.
Es una crisis que ha puesto sobre la mesa muchas cuestiones, como el modelo de
crecimiento indefinido en un mundo con recursos limitados, que ha desmentido la
veracidad de mitos afianzados desde el auge del neoliberalismo como el de la
autoregulación de los mercados y la no intervención del estado. Una crisis con la que se
ha empezado a cuestionar la política de gestión de grandes empresas controladas por
ejecutivos con sueldos millonarios en una época en la que, por otra parte, la parte de
los salarios en el Producto Interior Bruto (PIB) iba disminuyendo. Que ha puesto en la
picota a las agencias de rating que han jugado a ser juez y parte porque han tenido
como clientes a las propias entidades financieras que vendían los activos que debían
calificar. Que ha visibilizado la inoperancia de las Instituciones Financieras
Internacionales. Que ha convertido a todo el mundo en keynesiano de la noche a la
mañana. Que ha dado la razón a quienes criticaban el descontrol financiero y abogaban
por medidas para frenar los cada vez mayores movimientos de capital de carácter
especulativo. Que es vista por algunos autores como una oportunidad de cambio
ideológico tal y como ha sucedido con otras crisis profundas en el siglo XX. Pero
probablemente el tiempo para el cambio se está agotando. Evidentemente lo que sí
tendrán que cambiar son las reglas en los mercados financieros si se quiere impedir que
algo similar vuelva a repetirse, pero es posible que los cambios se circunscriban a este
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8, segundo semestre 2009, ISSN: 2013-5254
Mujeres, tiempos, crisis: Combinaciones variadas
Mertxe Larrañaga Sarriegi
ámbito y, como ha sucedido en otras crisis financieras internacionales acontecidas tras
la caída de Bretton Woods, sean los mínimos imprescindibles.
Si seguimos la clasificación que el Fondo Monetario Internacional (FMI) hace de las
crisis financieras distinguiendo tres tipos de crisis (crisis cambiarias, crisis bancarias y
crisis de deuda externa) estaríamos ante una crisis bancaria, crisis que ha llevado a la
quiebra o ha puesto en grave riesgo a poderosísimas entidades financieras de los países
más desarrollados del mundo (Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac, Lehman
Brothers, Merryl Linch, American International Group …). Ahora bien, en general se trata
de empresas con una entrada importante de mujeres pero su presencia disminuye a
medida que se va ascendiendo en la escala profesional. De hecho, según la Comisión
Europea, el de las finanzas es uno de los sectores con mayores desigualdades entre
mujeres y hombres, en el que, por ejemplo, la brecha salarial alcanza el 37% debido a
“las grandes diferencias entre salarios mínimos y máximos y por el «techo de cristal»
que impide a las mujeres alcanzar puestos directivos” (COM 2007).
Esta crisis ha servido para poner en evidencia la falta de mujeres en los equipos de
dirección de las grandes empresas financieras y ha reabierto el debate sobre las ventajas
de la diversidad en los equipos de dirección. Esta idea se podría resumir a la manera en
que lo hizo The Guardian preguntándose “¿si Lehman Brothers hubiera sido Lehman
Brothers and Sisters hubiera pasado lo que pasó?”(Ashley 2009). Evidentemente es una
pregunta sin respuesta pero lo que parecen indicar muchos estudios al respecto (Martínez
2009) es que las empresas que incorporan mujeres a sus equipos de dirección tienen
mejores resultados económicos. Lo que ha quedado claro con la debacle de entidades
financieras es que sus equipos eran muy, tal vez demasiado, homogéneos en cuanto al
perfil de directivos, todos parecían cortados por el mismo patrón: varones blancos de
clase media que habían ido a las mismas escuelas y universidades, etc.
Unido a esto, la crisis puede ser para las mujeres una oportunidad, pero igual una
oportunidad un tanto envenenada en el sentido de que se haga realidad lo que se conoce
como “acantilado de cristal”, es decir, poner mujeres al frente de empresas en crisis como
forma de indicar un cambio de timón en un momento en que su situación no deja de ser
delicada puesto que el riesgo de fracaso suele ser mayor que en épocas sin crisis
(Martínez 2009). Movimientos en este sentido se han producido, por ejemplo, en Islandia
donde se han puesto dos mujeres al frente de dos de las tres entidades bancarias
nacionalizadas (Elín Sigfúsdóttir y Birna Einarsdóttir han tomado las riendas del New
Landsbanki y del New Glitnir).
Es una crisis que puede poner fin a tres décadas de neoliberalismo en las que entre
otras cosas han continuado sin tenerse en cuenta las actividades de cuidados realizadas
de forma muy mayoritaria por las mujeres en la esfera familiar. Pero en estas últimas
décadas han sucedido transformaciones sociales y demográficas que han cambiado la
vida de las mujeres. Por una parte los esfuerzos y los logros de las mujeres en educación
y en su inserción en el mercado laboral han sido espectaculares. Por otro lado,
continuamos necesitando cuidados a lo largo de nuestra vida, es más, como la esperanza
de vida se ha alargado, también lo ha hecho el tiempo en que vivimos dependientes de
otras personas. Pero todos estos cambios no han provocado –por lo menos no aquí- una
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respuesta pública adecuada y ello ha derivado en “arreglos privados” cuyas
consecuencias son de sobra conocidas: dobles y triples jornadas de trabajo de muchas
mujeres, externalización de parte de los trabajos domésticos y de cuidados realizados
en condiciones especialmente precarias por mujeres pobres y cada vez más a menudo
por mujeres inmigrantes, etc.
Es una crisis en un contexto de finanzas globales y una crisis que se ha producido
por primera vez con una incorporación casi plena de mujeres en el mercado laboral,
incorporación que contribuyó a visibilizar pero no a repartir el importantísimo y larguísimo
trabajo de las mujeres en la esfera doméstica en general y en la de los cuidados en
particular. Y esta crisis, al igual que otras anteriores, plantea una serie de interrogantes
al respecto. La primera pregunta y una pregunta básica es si se revertirán los avances
conseguidos por las mujeres en las últimas décadas.
Así, una preocupación constante de las mujeres en crisis anteriores vividas en la
segunda mitad del siglo XX era si provocarían la retirada de las mujeres del mercado,
retirada implícitamente apoyada por algunos políticos porque produciría una mejora
automática de las estadísticas laborales. Afortunadamente, la temida retirada no se
produjo por lo que es poco probable que se produzca en el momento actual en el que la
participación laboral de las mujeres está mucho más consolidada que hace unas pocas
décadas. Pero está claro que provocará cambios importantes en los trabajos de mujeres
y hombres aunque desconocemos la dirección exacta que tomarán y la intensidad de los
mismos.
Evidentemente la manifestación más dolorosa de la crisis en la economía real es el
espectacular aumento del desempleo que se ha elevado en el primer trimestre de 2009
por encima de los cuatro millones en España, alcanzando una tasa del 17,4% en el primer
trimestre de 2009. La crisis ha afectado en primer lugar y de manera especialmente
intensa hasta ahora a sectores como el de la construcción y el automovilístico que son
sectores muy masculinos –la ocupación masculina se eleva en 2009 al 92% en la
construcción y al 80% en el automovilístico-. Por ello el desempleo ha aumentado más
en los hombres que en las mujeres y las tasas de desempleo de mujeres y hombres se
han acercado y ha aumentado algo la feminización de la ocupación laboral –de 2007 a
2009 el peso de las mujeres en la ocupación laboral se ha elevado de 41% a 43%-. Sólo
en el último año el número de parados ha aumentado en 1.177.200 (500.000 en el último
trimestre) y el de las paradas en 659.300 (300.000 en el último trimestre). Este aumento
desigual del desempleo se debe, en gran medida, a la desigual distribución de mujeres
y hombres en el empleo, es decir, a la persistente segregación ocupacional. En España
en el primer trimestre de 2009 el 44% de los varones parados se concentra en la
construcción y la industria manufacturera mientras que en el caso de las mujeres en
estos sectores se concentra el 8% de las paradas. Estos dos sectores concentran el 35%
de la ocupación laboral masculina y el 10% de la femenina.
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Mujeres, tiempos, crisis: Combinaciones variadas
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Gráfico 1: Población parada en España (sectores con más de 100,000 personas en paro) 2009
800
700
600
Varones
500
Mujeres
400
300
200
100
0
Agricultura
Industria
manufacturera
Construcción
Comercio al por
mayor y al por
menor
Transporte y
almacenamiento
Hostelería
Actividades
administrativas
Fuente: INE (Instituto Nacional de Estadística), elaboración propia
En cuanto a escenarios futuros, las perspectivas no son muy optimistas. Así, en el
informe Tendencias Mundiales del Empleo de las Mujeres (OIT 2009) se afirma que “de
forma optimista” en 2009 las exportaciones del Sur bajarán un 15,5% y la crisis dejará
en paro a 51 millones de personas en el mundo de las que 22 millones son mujeres. La
crisis incidirá mucho en algunos sectores importantes de la exportación del Sur como la
electrónica o el textil (con un 80% de empleo femenino). Asimismo, siempre según la
Organización Internacional del Trabajo, la crisis económica será mayor en términos de
ocupación en las mujeres que en los hombres en la mayoría de las regiones del mundo,
y especialmente en Latinoamérica y el Caribe. Las únicas regiones en las cuales es
probable que las tasas de desempleo sean menos negativas para ellas son Asia Oriental,
las economías del Norte y la región formada por países del sudeste de Europa no UE y
países CEI.
Lo cierto es que los datos internacionales señalan que hasta ahora la incidencia en
el desempleo en general y en el desempleo de mujeres y hombres en particular ha
variado bastante en los diferentes países: así, de 2007 a 2008, en países como Estados
Unidos o España el crecimiento del desempleo ha sido muy importante pero en otros
como Polonia u Holanda apenas ha variado. Asimismo la evolución de la brecha de
género, es decir, la diferencia entre el desempleo masculino y el femenino ha sido hasta
ahora bastante desigual: en algunos, la brecha ha tendido a disminuir debido a que el
paro de los hombres ha crecido más que el de las mujeres, aunque no ha desaparecido
del todo (es el caso por ejemplo de España, Francia u Holanda). Sin embargo en otros
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como Polonia o Estados Unidos la brecha permanece intacta aunque es de signo contrario
porque mientras en Polonia la tasa de paro de las mujeres supera a la de los hombres,
en Estados Unidos sucede lo contrario.
Gráfico 2: Tasas de paro en España, 2007-2009
20
18
16
14
12
Varones
10
Mujeres
8
6
4
2
0
2007TIV
2008TI
2008TII
2008TIII
2008TIV
2009TI
Fuente: INE, elaboración propia
Pensamos que los cambios en los trabajos y en la vida en general de las mujeres y
hombres dependerán mucho de la evolución del desempleo. Si el paro continúa afectando
más a los hombres aumentará el número de familias que dependan económicamente en
exclusiva de las mujeres, es decir, aumentará el número de mujeres calificadas
estadísticamente como “personas de referencia” del hogar. Evidentemente esto
deteriorará la economía de muchas familias que no sólo pasan de depender de dos
sueldos a depender de uno solo, sino que, en general, pasarán a depender del menor de
los dos salarios porque como es sabido, y los datos en este sentido parecen variar muy
poco con los años, los salarios de las mujeres son en general inferiores a los de los
hombres. Según los últimos datos disponibles en el INE la ganancia media por hora de
los hombres es un 19,5% superior a la de las mujeres y en el caso de la ganancia media
anual este porcentaje se eleva hasta el 35,7%.
Relacionado con esto, cabe destacar que aunque para medir las desigualdades
salariales entre mujeres y hombres el indicador más adecuado es el salario por hora de
trabajo porque con ello se aíslan las diferencias salariales derivadas de diferencias de
tiempo de trabajo; para el análisis que estamos realizando consideramos que las
diferencias mensuales e incluso las anuales son un dato muy significativo ya que refleja
mejor que el salario/hora la disminución de la renta familiar mencionada.
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Es posible también que la mayor repercusión del paro en los sectores masculinos
fuerce la entrada de algunas mujeres al mercado laboral, probablemente de mujeres en
edades centrales y con responsabilidades de cuidados importantes. De hecho, en opinión
de algunas personas, el paro está aumentado debido no sólo a la destrucción de empleos
sino a la entrada de algunos colectivos al mercado, es decir, al aumento de la población
activa por parte sobre todo de mujeres y de inmigrantes que continuarían llegando
porque hicieron sus planes antes de que estallara la crisis.
En este hipotético primer escenario que planteamos, cabe preguntarse si se
producirán cambios familiares como, por ejemplo, una participación más activa de los
hombres en los trabajos no remunerados. Hasta ahora los datos señalan que el cambio
de relación con la actividad laboral de los hombres, el paso de ocupados a parados,
aumenta pero no mucho la dedicación de los hombres a los trabajos no mercantiles. Así,
según los últimos datos disponibles de la Comunidad Autónoma de Euskadi (CAE), los
hombres ocupados dedican una hora y 33 minutos al día a los trabajos domésticos y los
parados dedican dos horas. En el caso de las mujeres, las paradas prácticamente
duplican la dedicación de las ocupadas a los trabajos del hogar: 2 horas 45 minutos de
dedicación de las ocupadas y 4 horas 38 minutos de las paradas. Es decir, parece que
los hombres que se quedan en desempleo tienen más dificultades para llenar su tiempo,
de ahí que a menudo se afirme por ejemplo que las consecuencias psicológicas del
desempleo las sobrellevan peor los hombres que las mujeres.
En el caso de que el paro afecte tanto a las mujeres como a los hombres, algo
bastante probable ahora que el desempleo ha empezado a afectar mucho al sector
servicios donde se emplean más del 80% de las mujeres, conviene recordar que la
situación de las mujeres en desempleo es peor que la de los hombres, están menos
protegidas y durante menos tiempo por las prestaciones debido precisamente a su peor
situación laboral. Otra consecuencia de la crisis y muy ligada al aumento del desempleo
es una mayor precarización y probablemente un empeoramiento de las condiciones
laborales de muchos empleos. Y la precariedad, hoy por hoy sigue afectando más a las
mujeres que a los hombres: en la CAE el empleo a tiempo parcial es sobre todo femenino
(el 27% de las mujeres y el 4% de los hombres tienen este tipo de empleos), la
temporalidad afecta también algo más a las mujeres que a los hombres (30% de los
contratos femeninos y 26% de los masculinos son temporales) y, como hemos dicho, los
sueldos medios de las mujeres son inferiores a los de los hombres. Además conviene
leer estos datos sin perder de vista que hay menos mujeres que hombres en el mercado
porque la tasa de actividad de las mujeres es de 50,4% y la de los hombres de 66,4%.
Además no podemos olvidar que la respuesta mayoritaria de las personas, tanto
mujeres como hombres, que trabaja menos horas de las habituales y está contratada
por ejemplo a tiempo parcial, es la que afirma que no lo hacen por decisión propia o por
cuestiones relacionadas con los cuidados como a menudo se dice para tratar de explicar
la sobrerrepresentación de las mujeres en el tiempo parcial, sino porque no han
encontrado empleo a tiempo completo. De hecho el porcentaje de mujeres y hombres
que opta por esta respuesta es idéntico, el 41%. La razón “no haber pordido encontrar
empleo a tiempo completo” ha ganado bastante peso con la crisis porque a finales del
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2007 aun siendo también entonces la respuesta mayoritaria, ésta era elegida por el 31%
de las mujeres y el 30% de los hombres.
Y para hacer frente a la crisis se han puesto en marcha muchas medidas que hasta
ahora no han dado los resultados esperados. En primer lugar hemos asistido con
perplejidad a rescates masivos de entidades financieras que hasta hace poco obtenían
beneficios millonarios que repartían entre sus accionistas. Este tipo de rescates no son
novedosos pero sí que llama la atención la cuantía y la rapidez con que los gobiernos
acudieron en ayuda de los bancos; rapidez y cuantía que han puesto en evidencia la
tardanza y la escasez absoluta de medios para hacer frente a otros problemas como el
de la pobreza o el cambio climático. Posteriormente se optó por medidas económicas
clásicas como la rebaja de los tipos de interés y medidas de corte keynesiano para
reactivar la demanda. Respecto a estas últimas cabe señalar que si bien en los planes
de reactivación económica se mencionan inversiones en educación o sanidad, en la
práctica se está apostando por inversiones en infraestructuras físicas con la excusa de
que tienen un mayor impacto sobre el empleo. Pensamos que otras inversiones de
carácter social también generarían empleo y sus beneficios incidirían de manera mucho
más directa en el bienestar de mujeres y hombres. Es el caso por ejemplo de las
inversiones necesarias para desarrollar la ley de dependencia o generalizar la atención
a la infancia de entre cero y dos años.
Finalmente está claro que la crisis afectará no sólo al trabajo remunerado sino
también al no remunerado porque el trabajo no mercantil tiene un carácter contracíclico
y normalmente suele adaptarse a la situación económica. Así en épocas de bonanza
económica se agudiza la tendencia a la mercantilización de algunos trabajos domésticos
y en épocas de crisis sucede lo contrario. Es decir, que en situaciones de desempleo y
disminución de la renta el bienestar de las familias se deteriora menos de lo que reflejan
los datos económicos a costa de una mayor cantidad de trabajo doméstico y de cuidados
y este aumento de la carga de trabajo no remunerado recae en su inmensa mayoría
sobre las mujeres. Prueba del carácter contracíclico es que entre 1993 y 2003 la
estimación del valor de la producción doméstica en el PIB de la CAE disminuyó en 16
puntos (Eustat 2004) y una parte de ese descenso se explica por las elevadas tasas de
crecimiento económico.
Esta crisis puede ser también una oportunidad para el cambio, para cambiar por
ejemplo el análisis económico del sistema, para dejar de analizar por separado el
mercado laboral y la denominada “cuestión femenina” (Picchio, 2009), para desplazar
en definitiva el foco de atención hacia las condiciones de vida y de bienestar de las
personas, entendiendo el bienestar como un concepto más amplio que el del bienestar
puramente material. Aunque es efectivamente una oportunidad para el cambio, somos
conscientes de que tal cambio puede resultar complicado precisamente en un momento
en que el bienestar material de muchas personas se tambalea como consecuencia de la
propia crisis. Porque al hacerlo aflorarían necesariamente tensiones sociales entre clases,
sexos, generaciones y personas de diferentes orígenes, tensiones que se añadirían a las
que se intensifican en momentos en que se deterioran las relaciones laborales.
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Mertxe Larrañaga Sarriegi
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SESSIÓ 18 D’OCTUBRE
“El impacto de la crisis económica en los tributos y en la sostenibilidad del
nuevo modelo social en España. Aproximación desde una perspectiva de
género”, de Paloma de Villota
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El impacto de la crisis económica en los tributos
y en la sostenibilidad del nuevo modelo social
en España. Aproximación
desde una perspectiva de género
Paloma DE VILLOTA
Profesora Titular de Economía Aplicada. Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
Recibido: 02.10.2011
Aceptado: 15.11.2011
RESUMEN
Este artículo analiza el colapso de la recaudación en el año 2008 como consecuencia del colapso del sector
inmobiliario poniendo en peligro la sostenibilidad del modelo social existente, tras el esfuerzo fiscal realizado en España desde la Transición Democrática en 1977. Sin embargo, pese al continuado aumento de la
presión fiscal durante los últimos treinta años, España solo ha logrado situarse entre aquellos regímenes
sociales de la Unión Europea menos desarrollados, como Italia, Grecia o Portugal en los que el cuidado infantil y de mayores dependientes no constituye todavía una prioridad de la política social.
Palabras clave: crisis económica, presión fiscal, cuidado, modelo social,Transición democrática.
The crisis impact on taxation and the social model in Spain.
A gender approach
ABSTRACT
This article underlines the plummet of public incomes in year 2008 as consequence of the collapse of the building sector and the risk to maintain the Spanish social model that this fact supposed. This model was established since Democratic Transition in year 1977 and has supposed and important increase during last thirty
years in the tax burden to be paid by citizens. Even though, Spain has developed a social regime completely
underdeveloped, inside European Union, similar to those existing in Italy, Greece and Portugal, countries
where social services or public transfers for children or dependants, especially old, it is not yet a priority of
their social policy.
Key words: economic crisis, tax burden, care, social model
“Conservar el Estado social exige profundas transformaciones en
una sociedad tan fragmentada como la que a la vista se está desplegando, pero caben pocas dudas de que permanecerá, si no se produce una caída en picado de la economía” 1
1 Ignacio Sotelo: El Estado Social. Antecedentes, origen, desarrollo y declive. Editorial Trotta . 2010
Investigaciones Feministas
2011, vol 2 71-94
71
ISSN: 2171-6080
http://dx.doi.org/10.5209/rev_INFE.2011.v2.38605
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P. de Villota
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El impacto de la crisis económica en los tributos y en la sostenibilidad...
1. INTRODUCCIÓN
El modelo social español es semejante al de otros países europeos meridionales
como Italia, Portugal y Grecia, de acuerdo con la clasificación realizada por
Gauthier (2002), basada en sus políticas familiares. Sin embargo, España durante
los últimos años, una tímida apuesta por dejar de contemplar la dependencia de
mayores y el cuidado infantil, como meros apéndices de su política social. Por
ejemplo, la Ley 39/ 2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía
Personal y Atención a la Dependencia, va a suponer un hito importante al consagrar la atención a la dependencia como un derecho subjetivo y, por otra parte, el
aumento continuado en el número de plazas en educación infantil, para menores de
tres años, mostraba una idéntica voluntad de cambio. Sin embargo, el esfuerzo económico requerido para este viraje social no parece coincidir con la conciencia fiscal de la ciudadanía, al considerar excesiva la carga fiscal soportada.
Ante esta tesitura, los efectos devastadores de la crisis económica actual, a través de lo que se denomina política fiscal automática o de estabilizadores automáticos, ha generado un brusco hundimiento de la recaudación impositiva, pues solo
durante 2008 y 2009 se pierden en ingresos tributarios ¡siete puntos porcentuales
del Producto Interior Bruto (PIB)! Esta hecatombe, pues no puede denominarse de
otra manera, ha marcado su impronta en la vertiente de ingresos de los
Presupuestos Públicos que, al mismo tiempo, han visto aumentar sus partidas de
gasto, como consecuencia del vertiginoso incremento de las transferencias por desempleo (en el año 2009 suponían el 3’7 % del PIB). Es fácil colegir la aparición
inmediata de un importante déficit público, como consecuencia de estos efectos
cruzados,2 y el 2009 se va a cerrar con un déficit presupuestario de dos dígitos
(11’4% del Producto Interior Bruto) que no es de extrañar provoque el pánico en el
Gobierno y un viraje draconiano en su política económica y social.
Sin duda, las tensiones generadas, tras el colapso financiero de Grecia en la primavera de 2010, los mercados monetarios amenazaron a los llamados países periféricos dentro el conjunto de la Unión Europea, conocidos con el acrónimo despectivo PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España). Con esta amenaza, las medidas que
se han ido tomando en España no han hecho más que ir recortando paulatinamente
los derechos sociales consolidados desde en la Transición democrática.
Ahora bien, debe destacarse que solo en años muy recientes el cuidado de personas mayores dependientes se ha configurado como un derecho subjetivo en nuestro ordenamiento jurídico (2.006), aunque el efecto de la crisis económica ha ralen-
2 Además de otra posibles causas, en las que no voy a entrar por falta de espacio, entre las que cabría
reseñar el Plan E, medida de estímulo aconsejable dentro del modelo Keynesiano y defendido por Paul
Krugman en la actualidad, aunque manifiestamente mejorable como ponen de relieve Glorial Alarcón et
alter en este número monógráfico.
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tizado su implantación que debería finalizar en el 2015.Por otra parte, el esfuerzo
por paliar la falta de una adecuada escolarización infantil primaria (menores de tres
años) no se ha visto afectado, de la misma manera, por la permanencia del Plan
Educa3, con 100 millones de euros anuales, incluso en el 2011, para apoyar esta
política escolar en las Comunidades Autónomas, incluso en el caso que éstas no
pudieran aportar efectivo alguno.
Después de esta breve reseña introductoria, quiero subrayar que el objetivo primordial de estas páginas es, en primer lugar, hacer hincapié en el esfuerzo colectivo efectuado durante la Transición democrática, a través de la Reforma Fiscal con
el objetivo de conseguir una recaudación tributaria más acorde con los países de
nuestro entorno, tanto de la Unión Europea como de la OCDE. La importancia de
lograr una recaudación tributaria suficiente debe entenderse como requisito indispensable para desarrollar una política social democrática y acorde con los demás
países europeos. No en vano, la Constitución de 1978 consagra la solidaridad fiscal
de la ciudadanía al exigir que cada cual contribuya al mantenimiento de las cargas
del sector público ¨de acuerdo con su capacidad económica¨.
Este artículo se divide en dos apartados netamente diferenciados, en la primera
parte se analiza la evolución de la presión fiscal desde la Transición democrática
hasta el impacto de la crisis económica actual, con el derrumbe impositivo padecido y retroceso en el camino andado desde entonces; en el segundo apartado se
pone de relieve el modelo social construido durante estos años, similar al de otros
países del sur de Europa, como Italia, Portugal y Grecia, y se señalan los intentos
de mejora de los últimos años, con la inclusión del cuidado de las personas dependientes como un derecho subjetivo y la ampliación paulatina de la cobertura escolar infantil. En ambas partes subrayo cómo el impacto de la crisis económica
actual, con el colapso de la recaudación tributaria, puede truncar la supervivencia
de nuestro modelo social, por haberse iniciado desde 2010 una peligrosa y difícil
etapa de retroceso, por el continuo recorte de los derechos sociales.
2. EVOLUCIÓN DE LA PRESIÓN FISCAL EN ESPAÑA
El índice más utilizado para medir el esfuerzo fiscal realizado por quienes contribuyen en un país o región al sostenimiento de las cargas públicas es el denominado índice de presión fiscal, definido por la relación entre la recaudación proporcionada por el conjunto de los impuestos y el PIB. En las comparaciones
internacionales se incluyen las cotizaciones a la seguridad social pues forman parte
de los ingresos coactivos del Estado y, por tanto, son considerados como impuestos, criterio seguido en el desarrollo de este apartado. En definitiva, este índice permite obtener una idea de la importancia relativa o peso del sector público en el
conjunto de la economía del país o región considerada.
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Según los datos proporcionados por la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los países con economías más desarrollados del planeta, la presión fiscal en 2010 oscilaba entre el máximo de
Dinamarca, con 48,2%, y el mínimo de Méjico, con 18,1%, lo que permite percibir
la gran dispersión existente. A la cabeza se encuentran los países nórdicos junto
con Bélgica, Italia y Francia. En el extremo opuesto se sitúan Méjico, Chile y
EEUU, con índices inferiores al 25%. Por su parte, España se encuadra, en 2010,
dentro de los países con presión fiscal media pues alcanzaba 31,7% despues de una
fuerte reducción en el período 2007 a 2010, como se verá más adelante (en el
anexo se ofrece la evolución de la presión fiscal de los distintos miembros de la
OCDE).
Presión fiscal en los países miembros de la OCDE, 2010
(*) Datos de 2009
(Fuente: OECD Revenue Statistics 1965-2010. Paris 2011)
Si se observa el gráfico anterior, se puede inferir cierta relación entre la presión
fiscal de los países miembros de la OCDE y el grado de protección social de sus
políticas públicas de bienestar así como su encuadre en la tipología desarrollada
por Gosta Sping-Andersen (1990), como es el caso de Dinamarca, Suecia, Noruega
y Finlandia. Los países de corte “liberal”, como EEUU, Australia, etc., con escasa
presencia de la política pública en la provisión de protección social y, en donde
cada persona debe al menos complementarla de forma individual y/o privada,
muestran una baja presión fiscal en comparación con el resto. Los países considerandos como “continentales” o ”corporativos”, representados, entre otros por
Alemania o Austria, en los que los derechos sociales están ligados a la permanencia en el mercado laboral o a los recibidos en concepto de derechos derivados, es
decir por su vínculo legal con la persona que trabaja de forma remunerada (recibiendo por ello pensiones de orfandad, viudedad, etc.) pero en los que pueden coe74
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xistir algunos derechos universales como a la sanidad a la educación. Estos países
suelen tener una presión fiscal media. En tercer lugar, los regímenes “socialdemócratas” (Suecia, Dinamarca, Noruega y Finlandia) en los que están implantados
derechos universales de ciudadanía con acceso geuniversal a la sanidad, educación,
pensiones de vejez, etc. presentan una mayor presión fiscal, próxima al 50% del
PIB. Solo los movimientos migratorios de los últimos años han cuestionado sus
logros sociales (Borshorst, 2011). España y Portugal, que se podrían considerar
encuadrados dentro del modelo Mediterráneo de bienestar (Rodríguez Cabrero,
1991), en el que la familia sigue ejerciendo un papel destacado para la consecución
del bienestar social (cuidado infantil, de personas mayores y familiares enfermos),
presentan un nivel de presión fiscal inferior aunque no muy diferente a la de algunos países “continentales” o ”corporativos”. El caso de Italia requiere un análisis
en mayor profundidad pues su elevada presión fiscal no corresponde a la tipología
en la que se encuandra (modelo Mediterráneo); ello puede deberse al elevado coste
del servicio de su deuda soberana que ha llegado a superar su producción interior,
alcanzando el 120% del PIB. A pesar de que España se encuentre entre los países
con una presión fiscal media, el grado de provisión de protección social para el cuidado infantil, por ejemplo, es inferior, como se verá en el apartado siguiente, respecto a otros países que presentan un análogo esfuerzo fiscal (Reino Unido,
Luxemburgo, etc.).
2.1 EVOLUCIÓN DESDE LA TRANSICIÓN
Tras salir de la dictadura franquista en 1975, España acometió una reforma fiscal en profundidad para equipararnos al resto de los países de nuestro entorno económico. La Ley 50/1977, de 14 de noviembre, sobre medidas urgentes de reforma
fiscal, marca el punto de partida de la reforma instaurando el delito fiscal, el secreto bancario, el Impuesto Extraordinario sobre el Patrimonio, a la vez que se otorgó
una amnistía fiscal. Un conjunto de leyes posteriores completarán el actual sistema
tributario y la reforma impositiva se cerrará con la introducción del Impuesto sobre
el Valor Añadido el primero de enero de 1986 coincidiendo con nuestro ingreso en
la Unión Europea.
Con el desarrollo de la reforma tributaria la presión fiscal aumentó de forma
espectacular, pasando del 17,1% en 1974 al 26,4% en 1984, siendo el país que
mayor esfuerzo fiscal llevo a cabo durante ese período, como queda reflejado en el
gráfico adjunto:
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Variación de la presión fiscal en los países de la OCDE durante el período 1975-1985
(Fuente: OECD Revenue Statistics 1965-2007. Paris 2008)
De 1975 a 1985, la mayoría de los países aumentaron significativamente su presión fiscal (diez de los cuales superaron un crecimiento de cinco puntos porcentuales) aunque España se colocó a la cabeza, seguido de Italia. Por el contrario dos
países -Turquia e Islandia- la redujeron y solo uno de ellos, Estados Unidos, prácticamente no presentó variación alguna.
Durante los diez años siguientes, 1985 a 1995, España siguió aumentando su
presión fiscal, con un crecimiento cercano a los cinco puntos porcentuales, de tal
forma que en 1995 alcanzó el 32,1%; por lo que en este período se situará en el
grupo de cabeza siendo el sexto en crecimiento recaudatorio, como muestra el gráfico siguiente:
Variación de la presión fiscal en los países de la OCDE durante el período 1985-1995
(Fuente: OECD Revenue Statistics 1965-2007. Paris 2008)
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Durante este periodo destaca el retroceso de tres puntos porcentuales con relación al PIB de Gran Bretaña, como consecuencia inmediata del impacto neoliberal
del programa de Thatcher y el escaso crecimiento de los países nórdicos, a excepción de Finlandia, por no mencionar el retroceso de Noruega que redujo su presión
fiscal cerca de dos puntos. La crisis económica del primero como consecuencia del
giro de su economía y el petróleo en el caso noruego, además del avance del neoliberalismo económico, repercutieron en sus sistemas tributarios reduciendo fuertemente el esfuerzo fiscal. Pero esta influencia no fue exclusiva de los escandinavos
pues otros ocho países más aminoraron también el peso de sus tributos en el conjunto de la economía, e incluso algunos de manera significativa como Holanda,
Irlanda, Luxemburgo, etc.
En los once años siguientes, 1995-2006, quince países3 verán disminuir su presión fiscal y en mayor proporción (tasas mayores) que lo hicieron en el período
anterior, como muestra el gráfico expuesto a continuación. En España, a pesar de la
promesa de Aznar de reducir los impuestos durante su mandato, el esfuerzo fiscal
ha seguido aumentando, al igual que en Corea, Turquía e Islandia. No obstante, se
perfila nítidamente en el conjunto de países el impacto creciente de la teoría económica neoliberal que postula la paulatina reducción del tamaño del sector público
con el retroceso de la presión fiscal.
Variación de la presión fiscal en los países de la OCDE durante el período 1995-2007
(Fuente: OECD Revenue Statistics 1965-2010. Paris 2011)
3 Durante este periodo se han incorporado nuevos miembros en la OCDE.
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Por tanto, en este somero análisis se pone de manifiesto que España es el país
que más ha incrementado su presión fiscal durante el período 1975 a 2007, como
muestra el cuadro incluido en el anexo documental. Este hecho podría explicar la
falsa percepción, bastante generalizada, que considera a España como un país en el
que se pagan excesivos impuestos en comparación con otros Estados miembros de
la UE o de la OCDE. Esta percepción queda recogida de forma palmaria en la
encuesta “Opinión Publica y Política Fiscal, XXVI” realizada en 2009 por el
Centro de Investigaciones Sociológicas (CISS) en donde el 58% de las españolas y
el 46% de los españoles consideran que los impuestos son “muy elevados”; el 30%
de las españolas y el 43% de los españoles “elevados” y menos del 1% del total
“reducidos”. El incremento de 18,8 puntos porcentuales de la presión fiscal de
1975 a 2007 solo es comparable con lo ocurrido en Italia, Portugal y Grecia, países
con regímenes sociales de bienestar similares.
Por otra parte, la estructura de la escala de tributo y la magnitud de los tipos
marginales constituyen dos parámetros de gran trascendencia a la hora de fijar una
mayor o menor progresividad en la imposición personal sobre la renta. Pero,
durante las últimas décadas, el intento de no penalizar el ahorro en aras de un
mayor crecimiento económico ha sido el leitmotiv de la tributación en casi todos
los países. Y ello ha generado importantes cambios en el sistema tributario que han
avocado a un descenso de la presión fiscal directa y un aumento de la indirecta,
más que a un descenso real en el nivel de la presión fiscal.
Estos cambios han provocado una aminoración de la progresividad impositiva
en la imposición sobre la renta, desde la década de los noventa. Debido, en primer
lugar, a una reducción generalizada de la imposición sobre el capital y, en segundo
término, a la rebaja de los tipos marginales más altos en las rentas laborales que
generan un impacto diferenciado en las mujeres y en los hombres, debido a su diferente situación socioeconómica en el mercado de trabajo (Villota, 2010).
Sin embargo, el impacto inmediato de la crisis en España ha supuesto una pérdida de recaudación impositiva muy superior a la detectada en otros países de nuestro entorno, y este impacto fiscal puede poner en riesgo la continuidad de nuestro
modelo social por la falta de recursos económicos y la aparición de un déficit presupuestario de dos dígitos en el año 2009 (11,4% del PIB).
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Variación de la presión fiscal en los países de la OCDE durante el período 2007-2009
(Fuente: OECD Revenue Statistics 1965-2010. Paris 2011)
3. INTERRELACIÓN ENTRE LA PRESIÓN FISCAL Y DISEÑO DE LA
POLÍTICA SOCIAL CON ESPECIAL REFERENCIA AL GASTO SOCIAL
EN CUIDADO Y EDUCACIÓN INFANTIL
En este segundo apartado se comparan los datos del gasto social en transferencias y servicios públicos en diferentes países en Europa. Su cuantía refleja el coste
de los servicios sociales, como desempleo, pensiones de supervivencia o jubilación, salud, discapacidad, atención a las familias para el cuidado infantil, viviendas
sociales y exclusión social. Se incluyen también los costes administrativos de su
gestión y otros gastos de diversa naturaleza.
Y su evolución desde 2000 en proporción al Producto Interior Bruto se desglosa
a continuación para diferentes países europeos
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Gasto en protección social como % del PIB
EU27
EU15
Bélgica
Dinamarca
Alemania
Irlanda
Grecia
España
Francia
Italia
Luxemburgo
Holanda
Austria
Portugal
Finlandia
Suecia
Reino Unido
Noruega
Suiza
2000
:
26,8
25,4
28,9
29,6
13,8
23,5
20,0
29,5
24,7
19,6
26,4
28,3
20,9
25,1
29,9
26,4
24,4
27,0
2001 2002
:
:
27,0 27,2
26,3 26,7
29,2 29,7
29,7 30,3
14,7 17,0
24,3 24,0
19,7 20,0
29,6 30,5
24,9 25,3
20,9 21,6
26,5 27,6
28,6 29,0
21,9 22,9
25,0 25,7
30,4 31,3
26,8 25,7
25,4 26,0
27,7 28,5
2003
:
27,6
27,4
30,9
30,7
17,7
23,5
20,3
31,0
25,8
22,1
28,3
29,4
23,3
26,6
32,2
25,7
27,2
29,2
2004 2005 2006
:
27,1 26,6
27,6 27,6 27,2
27,4 27,3 27,1
30,7 30,2 29,2
30,1 30,0 28,9
17,9 17,9 18,2
23,6 24,9 24,7
20,3 20,6 20,5
31,4 31,5 30,9
26,0 26,4 26,6
22,3 21,7 20,4
28,3 27,9 28,8
29,1 28,7 28,2
23,9 24,6 24,6
26,7 26,7 26,4
31,6 31,1 30,4
25,9 26,3 26,0
25,9 23,8 22,6
29,3 29,3 28,0
2007
25,7
26,4
26,8
28,8
27,8
18,8
24,8
20,7
30,6
26,7
19,3
28,3
27,8
23,9
25,4
29,2
23,3
22,9
27,3
2008
26,7
27,5
28,1
29,6
28,0
22,0
26,3
22,1
31,0
27,8
20,2
28,5
28,4
24,3
26,2
29,5
26,3
22,5
26,4
2009
29,5
30,3
30,4
33,4
31,4
27,9
28,0
25,0
33,1
29,8
23,1
31,6
30,8
26,9
30,3
32,1
29,2
26,4
:
(Fuente: Eurostat, Living Conditions in Europe)
Si se comparan las cifras correspondientes a la columna del año 2007 con las
ofrecidas por la presión fiscal de diferentes países se puede vislumbrar, a través de
su representación gráfica, la existencia de una correlación entre el nivel de gasto
público en protección social y de presión fiscal a escala europea:
Presión fiscal y gasto social (como % PIB)
(Fuente: elaboración propia a partir de EUROSTAT Living Conditions in Europe y OECD
Revenue Statistics 1965-2010)
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Con este coeficiente de correlación obtenido (0,713176) se aprecia la existencia
de una estrecha interrelación entre ambas variables. Por ello, con anterioridad al
estallido de la crisis y su impacto en la pérdida de recaudación, se puede considerar
que España contaba con recursos suficientes para desarrollar un modelo social
Mediterráneo con baja presión fiscal y escasos servicios públicos de atención o
cuidado de las personas a lo largo del ciclo vital. Digo escasos servicios públicos,
porque ni la educación infantil de menores de tres años o el cuidado de personas
mayores dependientes constituía una prioridad fundamental de su política social,
aunque estos servicios y prestaciones configuran la idiosincrasia del modelo nórdico
de Estado de Bienestar, al igual que la pensión universal de vejez, pero es incuestionable que su dotación requiere una importante cuantía de ingresos públicos.
España, dentro del modelo de Bienestar del sur de Europa, semejante al de
Grecia, Italia y Portugal que se caracteriza, de acuerdo con Ferrera (1995), ¨por un
modo peculiar de funcionamiento político que le distingue no solo de los más
homogéneos, uniformes y universalistas Estados del Bienestar del norte, sino también de los más fragmentados y corporativos sistemas continentales” mantiene una
importante carga de trabajo de cuidado no remunerado en el ámbito familiar (en el
que la educación universal se encuadra desde la edad legal de escolarización y no
desde el primer día o primer año de de vida; igualmente, el cuidado a la dependencia se ha constituido como un derecho subjetivo, pero solo desde hace muy poco
tiempo (desde el año 2006) y el desarrollo legislativo paulatino de la Ley para la
Autonomía Personal y Apoyo a la Dependencia se estableció con un dilatado horizonte temporal hasta el 2015, pero la crisis ha ralentizado este proceso. Por consiguiente, dentro del modelo de Bienestar del Sur es difícil imaginar el paso hacia
otro tipo de modelo social más universalista, como el Nórdico en el que el cuidado
constituye una base fundamental del Estado de Bienestar, y que por ello, se puede
considerar más adecuado e, incluso, ¨amigable¨ desde una perspectiva de género
(Borshorst, 2011).
Si se desglosan las funciones del gasto social para el año 2007 nos encontramos
con raquíticas aportaciones desde el sector público en concepto de atención infantil y discapacidad o dependencia si se comparan los desembolsos por estos conceptos de Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia, como muestra el cuadro adjunto:
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Gasto Social (% PIB)
EU27
EU15
Bélgica
Dinamarca
Alemania
Irlanda
Grecia
España
Francia
Italia
Luxemburgo
Holanda
Austria
Portugal
Finlandia
Suecia
Reino Unido
Noruega
Suiza
Total
24,7
25,3
25,4
28,0
26,7
17,5
24,2
20,2
29,2
25,5
19,0
26,7
26,9
22,6
24,6
28,6
22,3
22,4
25,4
Salud
7,3
7,6
7,3
6,4
8,0
7,2
6,8
6,4
8,7
6,6
4,9
8,6
7,0
6,4
6,5
7,5
7,6
7,3
6,7
Discapacidad
2,1
2,1
1,8
4,2
2,2
1,0
1,2
1,5
1,8
1,5
2,3
2,4
2,2
2,3
3,1
4,4
2,5
4,2
3,1
Jubilación
9,6
9,8
8,2
10,7
9,3
3,9
10,5
6,5
11,3
13,1
5,2
9,6
11,3
9,7
8,6
11,1
8,5
6,8
11,6
y
superv
1,5
1,6
2,0
0,0
2,1
0,8
2,0
1,9
1,9
2,4
1,9
1,2
1,9
1,6
0,9
0,6
0,2
0,3
1,1
Fam/
hijos
2,0
2,1
2,1
3,7
2,8
2,6
1,5
1,3
2,5
1,2
3,1
1,6
2,7
1,2
2,9
2,9
1,6
2,8
1,2
Desempleo
1,2
1,3
3,3
1,6
1,5
1,4
1,1
2,1
1,8
0,5
0,9
1,1
1,4
1,1
1,9
1,1
0,5
0,3
0,8
Vivienda
0,5
0,5
0,1
0,7
0,6
0,3
0,5
0,2
0,8
0,0
0,1
0,4
0,1
0,0
0,2
0,5
1,2
0,1
0,1
Exclusión
0,3
0,4
0,7
0,7
0,2
0,4
0,6
0,3
0,5
0,1
0,4
1,7
0,3
0,3
0,5
0,6
0,2
0,6
0,7
Fuente: EUROSTAT Living Conditions in Europe, 2012.
El todavía precario e insuficiente desarrollo del modelo social español que, de
alguna manera, podría considerarse como una obra inacabada (Villota y Vázquez,
2009), ha sufrido un golpe brutal como consecuencia de la pérdida de recaudación
observada en España en el año 2008 y 2009. Ningún país de la OCDE ni de la zona
euro ha sufrido un descalabro similar salvo Islandia que también tuvo que soportar
la embestida de la crisis en su recaudación fiscal (país en el que se han exigido responsabilidades penales por actuaciones irresponsables en el sector financiero).
Con este hundimiento de la recaudación tributaria, es necesario plantearse el
modelo social que deseamos en el futuro y desde el horizonte temporal de principios del año 2012 pues conforme al nivel de nuestra presión fiscal nos podríamos
estar aproximando al modelo estadounidense en el que su población carece de
cobertura sanitaria universal. Pero además, en España se produce el agravante causado por la incorporación, durante los últimos años, de algunos servicios y prestaciones sociales de cuidado que requieren un mayor esfuerzo fiscal que la ciudadanía no parece aceptar, si se considera la opinión pública tanto por parte de las
mujeres como de los hombres, como se vio anteriormente.
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4. EL CUIDADO Y LA EDUCACIÓN INFANTIL
Dada la imposibilidad de abordar todas las funciones sociales, voy a centrar mi
atención en este apartado en la educación infantil que se recibe durante los primeros años de la vida, que presenta diferentes modalidades en la UE.
Si se consideran los diferentes regímenes de cuidado infantil y de personas mayores en Europa, de acuerdo con la clasificación de Bettio y Plantenga (2004), a partir
de una gran variedad de modalidades entre las que se incluye la mayor o menor incidencia del cuidado informal, que engloba el cuidado familiar (realizado por miembros de la propia familia, padres, abuelos, parientes, et.), el nivel de desarrollo de la
política social en la concesión de permisos parentales y el nivel de provisión de servicios públicos. A partir de estas variables se construye un índice cuya valoración va
a oscilar entre una triple clasificación; alta, media y baja. En el caso del cuidado y
atención de personas mayores, se construye un índice similar pero a partir del gasto
desembolsado en pensiones públicas y grado de cobertura en residencias.
Partiendo de esta metodología se puede apreciar que el cuidado informal infantil, es decir todo lo que no es formal, muestra escasa relevancia en Dinamarca,
Finlandia y Francia; media en Alemania, Austria, e Irlanda y alta en los restantes
países. Resalta, igualmente, la baja provisión generalizada de servicios ¨formales¨
para menores de tres años salvo en Bélgica, Francia, Finlandia, Suecia y
Dinamarca y la alta provisión financiera existente en Bélgica y Francia.
La clasificación anterior es contundente y sitúa a España en una posición baja en
todos los índices salvo en el del cuidado informal que englobaría toda la actividad
de cuidado no remunerado llevada a cabo en el ámbito familiar. Por consiguiente,
partimos de una situación de desventaja en cuanto a actuación política se refiere,
solo comparable con la existente en Grecia; hay que tener en cuenta que Italia presenta una evaluación media en el indicador referido a permisos parentales y
Portugal media en el indicador de provisión financiera (transferencias económicas).
Además, cabe señalar que considerando desde la vertiente impositiva, las
deducciones fiscales por niños son dignas de destacar como forma de llevar a cabo
el cuidado infantil a través de la política impositiva que rebaja la carga fiscal para
las personas con descendientes. Los países que en Europa apuestan en mayor medida por las deducciones fiscales en el ámbito del cuidado infantil son Holanda,
Alemania, Francia y Bélgica y en el ámbito de la OCDE Estado Unidos y Canadá
como veremos más adelante.
Por consiguiente, hay que tener en consideración que existe un importante debate
sobre la forma de llevar a cabo la política familiar y, fundamentalmente entre quienes
apuestan, desde una ideología conservadora, por fortalecer el ámbito familiar y el
mercado; y quienes, desde una perspectiva socialdemócrata, defienden otro modelo
social más desarrollado, implantado desde mediados del siglo pasado en los países
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nórdicos (Esping Andersen, 1993), con el cuidado como parte integrante del mismo
(Lewis, 2003). Sin embargo, existen autoras que no consideran esta ambivalencia y
defienden los servicios sociales públicos tanto por contar con un mayor nivel de cualificación y especialización, como por reforzar la solidaridad familiar (Knin, 2004).
En el gráfico incluido a continuación se puede apreciar las diferentes políticas
públicas llevadas a cabo en los países de la OCDE. Esta diversificación presenta
perfiles cuantitativos diversos, además de los cualitativos no visibles en la representación. El gráfico, para el año 2007, muestra en la altura de sus barras la importancia cuantitativa de estas aportaciones, mientras los colores (rojo, azul y blanco)
indican el distinto uso otorgado a los fondos públicos a través de servicios sociales
o transferencias, también pueden indicar la pérdida de recaudación o reducción de
la deuda tributaria para las personas que tienen niños y niñas a su cargo. Los servicios sociales se corresponde con las áreas azules de las diferentes barras de gasto
público con relación al PIB; las rojas a las transferencias monetarias libres o condicionadas; y, la blancas enmarcarían el ámbito de la política fiscal impositiva con
las deducciones fiscales o beneficios fiscales otorgados por cuidado infantil.
Debe destacarse que los países de la OCDE gastan en concepto de cuidado
infantil una media del 2’3 % del PIB, si bien se perfilan grandes diferencias cuantitativas entre ellos. Es posible apreciar que la mayoría de los países gastan más en
transferencias en lugar de servicios sociales y beneficios fiscales, mientras estos
últimos son más relevantes en Alemania, Japón Holanda y Estados Unidos. El gráfico, incluido a continuación, corresponde a datos del año 2007, y permite apreciar
sendas diferencias en el gasto público total en ayuda familiar tanto en servicios
sociales como transferencias y gastos o beneficios fiscales con respecto al
Producto Interior Bruto.
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Debe subrayarse que el gasto público en atención infantil incluye:
1.
Transferencias, que en ocasiones no tienen carácter universal, por lo que suelen depender, según los distintos países, de la edad de los niños y niñas o del
nivel de renta; se incluyen, igualmente, el pago de los permisos parentales y
las transferencias existentes para familias monoparentales.
2.
Servicios sociales que incluyen los gastos ocasionados en guarderías y educación infantil de carácter público (o parcialmente subsidiado) y otros servicios, entre los que cabe considerar la ayuda domiciliaria para la atención
infantil.
3.
Beneficios o gastos fiscales que contabiliza las exenciones fiscales a favor de
los niños/as e incluyen las transferencias exentas de impuestos; reducciones
de la base imponible; deducciones de la cuota y crédito de impuestos. En este
último, la transferencia percibida que corresponde al exceso del crédito sobre
la cuota se computa como una prestación en metálico.
Como se aprecia de forma nítida en el gráfico anterior, la mayoría de los países
de la OCDE gastan más en transferencias económicas para el cuidado infantil,
incluido el apoyo a familias monoparentales (monomarentales, en su mayoría), que
en servicios sociales, salvo países como Francia, Dinamarca, Islandia, Italia,
España, etc. en donde el coste de los servicios sociales supera el de las transferencias.4
Si se considera el caso de España, destaca la escasa relevancia pública a la atención infantil en comparación con otros países. Aunque, es menester destacar el
esfuerzo efectuado durante los últimos años, mejorando la cobertura escolar para
menores de tres años, aunque de forma muy diferenciada por Comunidades
Autónomas. Debe recordarse que en la Cumbre del Milenio, de Barcelona se estableció como objetivo, para 2010, una tasa de escolarización infantil primaria del
33%. Si bien, en el curso escolar 2007-2008 seguían apreciándose diferencias muy
notables a escala territorial.
4 En este estudio de la OCDE, se advierte que los gastos efectuados a escala local pueden quedar distorsionados, como en el caso de los países nórdicos, donde muchos servicios sociales se efectúan a nivel
local aunque con transferencias del Gobierno; pero incluso puede no reflejarse adecuadamente la realidad
del coste de estas políticas sociales en otros países con estructura federal, como en el caso de Canadá o
Suiza
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Tasa de escolarización, 2007-2008
Para el curso escolar 2009- 2010, de acuerdo con el Ministerio de Educación la
tasa de escolaridad para España, en centros públicos y privados es la siguiente:
1999-2000
Menores de 1 año
1 año
2 años
3 años
1’5%
6,8%
16,0%
84,3%
2009-2010
7’6%
27’6%
44’8%
99’1%
Fuente: Datos y Cifras de Curso Escolar 2011/2012. Ministerio de Educación.
Secretaria General Técnica
Los datos de la tabla anterior ponen de manifiesto el cambio favorable en la
cobertura educativa y escolarización en los primeros años de la vida. Si bien el
incremento de esta oferta educativa se debe tanto al aumento de centros públicos
como privados.
El impacto de las transferencias públicas es analizado por Simmonnazzi (2010)
y Bettio (2010) y destacan la necesidad de diferenciar de forma nítida cuando se
otorgan para el cuidado de personas mayoras o para la atención de niños y niñas.
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En el primer caso la situación puede ser menos grave que en el segundo respecto al empleo femenino en el mercado de trabajo. Ambas autoras afirman que en
Alemania, las transferencias públicas han coadyuvado al florecimiento de un sector
emergente en el cuidado de personas mayores de carácter formal, mientras que en
otros como Italia y España han servido para fortalecer un sector informal de bajos
salarios, apoyado en el flujo masivo de inmigrantes, fundamentalmente mujeres,
que lo ha nutrido. Quizá estas transferencias puedan servir para resolver de una
forma “eficiente”, desde una perspectiva económica, al considerar la baja relación
de mujeres en el empleo entre los 55-64 años, cuando sus padres necesitan mayor
atención y cuidado.
Por consiguiente esta política de transferencias públicas para el cuidado de
mayores dependientes puede resultar acorde con los criterios de ¨racionalidad económica¨, si se contempla desde la perspectiva del coste de oportunidad o desde el
enfoque de conciliación de la vida familiar, profesional y privada de las personas
(principalmente mujeres) que en esas cohortes tardías de edad laboral tienen escasa
vinculación con el mercado de trabajo.
Ahora bien, estas transferencias para el cuidado de mayores dependientes,
apuntalan el modelo de familia tradicional, cuando son los miembros de la propia
familia (casi siempre las mujeres) quienes se encargan de los familiares dependientes aunque recibiendo por ello una escasa remuneración económica como ha ocurriendo en España con el desarrollo de la Ley de Autonomía Personal de 2006. Más
del 50 % del coste del desarrollo de esta norma se dedicaba a este concepto
(Villota, Ferrari y Vázquez, 2011).
En resumen, parece ser que la política de transferencias tiende a consolidar la
emergencia del sector informal mediante la inclusión en el mismo de parte del cuidado familiar, como apunta Morel (2007), pues tanto en los países Mediterráneos
como en el caso de aquellos que disfrutan de regímenes de Bienestar denominados
Bismarkianos, de acuerdo con la tipología establecida por Esping Andersen (1993),
se parte de la premisa tendente a consolidar el cuidado domiciliario sobre el institucional, al tiempo que intentan hacer el trabajo de cuidado tradicional más ¨atractivo¨ en lugar de ingresar en el mercado de trabajo.
Por otra parte, Simmonnazzi (2008) citando a Lewis et al. (2008) contempla el
impacto del cuidado en el empleo femenino haciendo hincapié en la diferencia
existente en el destino otorgado a las transferencias pues las propias políticas europeas han diferenciado sus recomendaciones en el cuidado infantil y el de personas
mayores, al resaltar la distinta edad en la que uno y otro tiene lugar y, por consiguiente su distinta repercusión en el empleo femenino:
“The trend in favour of home care (away from services), supported by cash transfers in the case of elderly care stands in clear contrast with the EU policy encouraging child care services rather than leaves and setting targets for childcare proInvestigaciones Feministas
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vision. Social considerations (the social investment aspect of child care, on one
hand, and the elderly people preference for home care on the other) may have reinforced labour market considerations: the fact that motherhood occurs in the peak
of a woman’s active life and that child covers several years, while elderly care falls
upon women (spouses, daughters) in the latter part of their active life may play a
role here”.
Ahora bien, a pesar de los esfuerzos realizados en España durante los últimos
años, seguimos presentando un importante déficit de servicios sociales de cuidado
que obstaculiza la permanencia femenina en el mercado de trabajo, mientras que
las mujeres de países como Italia, Grecia y Portugal, con un modelo social similar
no parecen acusar tanto su falta. Los datos ofrecidos por las estadísticas laborales
de la UE muestran esta deficiencia y claman por una acción política drástica:
Inactividad y trabajo a tiempo parcial entre las mujeres debido a la falta de servicios de cuidado (% de la población total femenina con responsabilidades de cuidado), en 2008
(Fuente: Eurostat – Labour Force Survey. IE, MT, UK: datos no facilitados)
La percepción negativa de la falta de servicios sociales observada por las españolas y la imposibilidad de permanecer en el mercado de trabajo o hacerlo solo con
un empleo a tiempo parcial, sitúa a nuestro país en el furgón de cola en la representación gráfica anterior, en comparación con los distintos países de la UE, y debería
servir para cambiar el rumbo de nuestra política económica y social para evitar la
pervivencia de esta distorsión en el futuro.
Antes de concluir este apartado, me gustaría recordar que el desarrollo de servicios sociales ha permitido en Suecia y otros países nórdicos la permanencia de las
mujeres en el mercado de trabajo, aunque de una manera un tanto segmentada:
educación pública y privada (sobre todo infantil, preescolar y primaria), sanidad y
servicios sociales (públicos y privados). Por ello, se produce una fuerte interrelación entre gasto social público (circunscrito al empleo en educación, sanidad y tra88
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bajo social) y tasa de ocupación de las mujeres. Asa Löfström (2001) ha analizado
su existencia, en el ámbito de la OCDE, en los inicios de este siglo y es constatable
que esa correlación perdura (Villota y Vázquez, 2009).
Tampoco la presión fiscal del país permanece ajena a este hecho, puesto que
suele traducirse en una mayor y mejor oferta de infraestructuras sociales que a su
vez se nutren, en la mayoría de los casos, de mano de obra femenina. Por tanto, se
puede afirmar que el sector público ha venido cumpliendo una doble función, pues,
por una parte, ha prestado los servicios de atención a las personas posibilitando con
ello a las mujeres su permanencia en el mercado de trabajo; y, por otra, ha generado para ellas importantes oportunidades de empleo.
Por último, hay que subrayar que la crisis económica actual ha generado una
situación de pánico y un viraje brutal de la política económica, con importantes
recortes del gasto social, incluyendo el ámbito del cuidado. Por ello, no es de
extrañar, que el modelo social se tambalee, con la nueva entrada en recesión de la
economía española, en particular, y europea, en general, en el año 2012. Solo una
voluntad política y social decidida puede ser capaz de resistir los embates de la
recesión económica y proseguir los esfuerzos llevados a cabo desde la Transición
para la conservación, e incluso mejora de nuestro modelo social.
A MODO DE CONCLUSIÓN
En este último apartado, voy a incluir algunos datos de la OCDE, con la intención de llamar la atención sobre la anómala evolución observada en España, durante los últimos años, con una masiva contratación por parte de las familias de personal doméstico, para la realización de las tareas de cuidado. Esta evolución abarca
desde los ochenta y muestra, desde 1994 una tendencia ascendente en la contratación de personal doméstico remunerado. Al parecer, se ha ido configurando esta
opción como una herramienta estratégica para cubrir la demanda insatisfecha de
cuidado infantil y mayores dependientes. Si bien, solamente personas con suficientes medios económicos pueden utilizarla y compatibilizar así su vida profesional,
familiar y privada. Por supuesto, la escasez de servicios sociales públicos, para el
cuidado y atención de las personas a lo largo del ciclo vital, obliga a recurrir a
familiares (abuelas, madres, cónyuges, etc.) y/o, cuando se dispone de renta suficiente, contratar ayuda domiciliaria formal o informal. Por el contrario, esta opción
es casi inexistente en otros países europeos con regímenes de Bienestar muy desarrollados, como en el caso del modelo Nórdico, imperante en Suecia, Finlandia,
Dinamarca y Noruega, en donde apenas se contrata a personal doméstico. Sin
embargo, no se puede obviar el elevado coste económico de estos modelos sociales, solo factible, gracias al esfuerzo económico colectivo llevado a cabo durante
muchos años y reflejado en su elevada presión fiscal.
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Al efectuarse en España una contratación de personal doméstico, sobre todo la
que tiene lugar desde los primeros años del siglo XXI, se evidencia una clara disimilitud con los restantes países de la UE, en su mayoría con regímenes sociales en
los el cuidado de las personas se ha ido consolidando de forma paulatina. Solo
Italia, muestra una evolución similar a la nuestra, aunque no tan extrema, mientras
que Portugal y Grecia no presentan un comportamiento paralelo, aunque pertenezcan a un modelo social semejante en el diseño de sus políticas sociales familiares,
de acuerdo con la clasificación de Gautier (2003).
Sin duda, las transferencias públicas y las deducciones fiscales, imperantes en
nuestro régimen fiscal y social han reforzado esta evolución, aunque la falta de
espacio me impide detenerme más en este punto. Solamente me quedaría comentar
el impacto del proceso de globalización, con una entrada masiva de inmigrantes,
facilitando mano de obra barata para llevar a cabo el trabajo de cuidado demandado por las familias. El efecto llamada de este hecho, generado por la demanda
familiar de personas dispuestas a llevar a cabo los trabajos de cuidado y la oferta
proveniente de países empobrecidos por crisis reincidentes, no suele ser reconocido, mientras que el impacto en la mano de obra inmigrante del ¨boom¨ de la construcción se ha barajado extensamente. Solamente los estudios centrados en las
cadenas globales del cuidado han enfocado certeramente este fenómeno.
Hogares que emplean personal doméstico y empleados/as trabajando en hogares, EU15
(1988-2007)
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Evolución de los hogares que emplean personal doméstico
(Fuente: elaboración propia a partir de OECD Labour Force Statistics 1987-2008, Paris, 2009)
Por otra parte, resulta encomiable el esfuerzo efectuado para la ampliación del
modelo social durante los últimos años, con la inclusión del cuidado de la dependencia de personas mayores y la educación infantil para menores de tres años. Si
bien, este modelo social siendo todavía una obra inacabada, está siendo erosionada
y puesto en cuestión por la crisis económica actual, con su impacto en la brusca
caída de la recaudación (que hemos visto) y consiguiente pérdida de recursos económicos. Lo que puede hacer tambalearse la totalidad de sus cimientos y poner en
duda su permanencia, como apunta Ignacio Sotelo en la cita con la que inicié este
artículo, al conjeturar que solo ¨una caída en picado de la economía¨ podría arriesgar su pervivencia.
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Anexo
Australia
Alemania
Austria
Bélgica
Canada
Chequia
Chile
Corea
Dinamarca
EEUU
España
Estonia
Finlandia
Francia
Grecia
Holand
Hungria
Irlanda
Islandia
Israel
Italia
Japon
Luxemburgo
Mexico
N. Zelanda
Noruega
Polonia
Portugal
R. Unido
Slovaquia
Slovenia
Suecia
Suiza
Turquia
1975 1985 1995 2005 2006 2007 2008 2009 2010
25,1 27,5 28,1 29,8 29,3 29,4 27,0 25,9
..
34,3 36,1 37,2 35,0 35,6 36,0 36,4 37,3 36,3
36,6 40,8 41,4 42,1 41,5 41,8 42,8 42,7 42,0
39,5 44,3 43,5 44,6 44,2 43,6 44,1 43,2 43,8
32,0 32,5 35,6 33,4 33,3 33,0 32,2 32,0 31,0
..
..
37,6 37,5 37,0 37,3 36,0 34,7 34,9
..
..
19,0 21,6 23,2 24,0 22,5 18,4 20,9
14,9 16,1 20,0 24,0 25,0 26,5 26,5 25,5 25,1
38,4 46,1 48,8 50,8 49,6 48,9 48,1 48,1 48,2
25,6 25,6 27,8 27,1 27,9 27,9 26,3 24,1 24,8
18,4 27,6 32,1 35,7 36,6 37,2 33,3 30,6 31,7
..
..
36,3 30,6 30,7 31,4 31,7 35,9 34,0
36,6 39,8 45,7 43,9 43,8 43,0 42,9 42,6 42,1
35,5 42,8 42,9 44,1 44,4 43,7 43,5 42,4 42,9
19,4 25,5 28,9 31,9 31,2 31,8 31,5 30,0 30,9
40,7 42,4 41,5 38,4 39,1 38,7 39,1 38,2
..
..
..
41,5 37,3 37,3 40,3 40,1 39,9 37,6
28,7 34,6 32,5 30,3 31,7 31,0 29,1 27,8 28,0
30,0 28,2 31,2 40,7 41,5 40,6 36,7 33,9 36,3
..
..
37,0 35,6 36,0 36,3 33,8 31,4 32,4
25,4 33,6 40,1 40,8 42,3 43,4 43,3 43,4 43,0
20,7 27,1 26,8 27,4 28,0 28,3 28,3 26,9
..
32,8 39,5 37,1 37,6 35,9 35,6 35,5 37,6 36,7
..
15,5 15,2 18,1 18,2 17,7 20,9 17,4 18,1
28,4 30,9 36,2 36,7 36,0 34,9 33,6 31,5 31,3
39,2 42,6 40,9 43,5 43,9 43,6 42,9 42,9 42,8
..
..
36,2 33,0 34,0 34,8 34,2 31,8
..
19,1 24,5 29,3 31,2 31,9 32,5 32,5 30,6 31,3
34,9 37,0 34,0 35,7 36,4 36,0 35,7 34,3 35,0
..
..
40,3 31,5 29,4 29,4 29,4 29,0 28,4
..
..
39,0 38,6 38,3 37,7 37,0 37,4 37,7
41,3 47,4 47,5 48,9 48,3 47,4 46,4 46,7 45,8
24,4 25,8 27,7 29,2 29,1 28,9 29,1 29,7 29,8
11,9 11,5 16,8 24,3 24,5 24,1 24,2 24,6 26,0
(Fuente: Revenue Statistics 1965-2010. OECD, Paris 2011)
94
Investigaciones Feministas
2011, vol 2 71-94
SESSIÓ 25 D’OCTUBRE
“Work and Time Use By Gender: A New Clustering of European Welfare
Systems” i “Lo que de verdad hay detrás de la crisis” en Desiguales, mujeres y
hombres en la crisis financiera, de Lina Gálvez.
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On: 30 September 2012, At: 14:37
Publisher: Routledge
Informa Ltd Registered in England and Wales Registered Number: 1072954
Registered office: Mortimer House, 37-41 Mortimer Street, London W1T 3JH,
UK
Feminist Economics
Publication details, including instructions for authors
and subscription information:
http://www.tandfonline.com/loi/rfec20
Work and Time Use By Gender:
A New Clustering of European
Welfare Systems
a
b
Lina Gálvez-Muñoz , Paula Rodríguez-Modroño &
Mónica Domínguez-Serrano
c
a
Department of Economics, University Pablo de
Olavide, Carretera Utrera Km. 1, Seville, 41013, Spain
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b
Department of Economics, University Pablo de
Olavide, Carretera Utrera Km. 1, Seville, 41013, Spain
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Department of Economics, University Pablo de
Olavide, Carretera Utrera Km. 1, Seville, 41013, Spain
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To cite this article: Lina Gálvez-Muñoz, Paula Rodríguez-Modroño & Mónica DomínguezSerrano (2011): Work and Time Use By Gender: A New Clustering of European Welfare
Systems, Feminist Economics, 17:4, 125-157
To link to this article: http://dx.doi.org/10.1080/13545701.2011.620975
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Feminist Economics 17(4), October 2011, 125–157
WORK AND TIME USE BY GENDER:
A NEW CLUSTERING OF EUROPEAN WELFARE
SYSTEMS
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Lina Gálvez-Muñoz, Paula Rodrı́guez-Modroño, and
Mónica Domı́nguez-Serrano
ABSTRACT
Using Harmonised European Time-Use Survey (HETUS) data, this study shows
how care work that takes place outside the marketplace represents an essential
and distinctive part of national economies. Cross-national comparisons show
persistent patterns and differences in observed gender inequalities on total
workload and care responsibilities. This country-by-country and group-by-group
analysis is based on cluster methodology. The main finding is that including
time use in gendered analyses of welfare regimes shows how unpaid care work is
at the core of gender inequality in all countries. The results of this analysis
indicate that Eastern European countries are very heterogeneous and are
distributed across three out of the four clusters obtained, a finding that
constitutes a new departure point for analysis. Based on these findings, this
study makes public policy recommendations about the importance of time-use
surveys and how to improve the quality of care without decreasing women’s
well-being and autonomy.
K EY W O R D S
Gender, time-use surveys, welfare regimes, care regimes
JEL Codes: C8, J22
INTRODUCTION
Time-use data allow us to show how care work performed outside the
marketplace represents an essential and distinctive part of national
economies and to highlight how this work is unevenly distributed among
women and men. Cross-national comparisons among time-use surveys
show persisting patterns and differences in observed gender inequalities in
terms of total workload and care responsibilities. Women and men make
important choices in how to allocate their time, but their choices are
considerably constrained by the various restrictions and social conditions
they encounter, including the institutional environment in which they live.
Feminist Economics ISSN 1354-5701 print/ISSN 1466-4372 online Ó 2011 IAFFE
http://www.tandf.co.uk/journals
http://dx.doi.org/10.1080/13545701.2011.620975
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
ARTICLES
Each society determines the distribution of welfare provisions, of which
care is a central feature, among the state, the market, the family, and
the community in a different and dynamic way. The literature has
categorized the various institutional arrangements that contribute to the
total sum of societal welfare in different ways, such as welfare regimes,
the welfare triangle, welfare architecture, and the welfare diamond
(Shahra Razavi 2007). In the welfare diamond, not only the state and
the market, but also civil society and the family, provide welfare
constituting the four vertices of the diamond. Razavi (2007) builds on
this idea to construct a care diamond, where the focus is on the diversity
of sites in which care is produced and on societal decisions to privilege
some forms of care provision over others. As Razavi states:
the role of the state in the welfare architecture is of a qualitatively
different kind, compared to, say, families or markets, because the
state is not just a provider of welfare, but also a significant decision
maker about the responsibilities to be assumed by the other three sets
of institutions. (2007:20)
The societal and institutional conditions under which welfare is
made available encourage different types of family and gender
relations. Time-use data allow us to look for the differing gender
impacts of the combination of care provision between the different
vertices of the diamond, namely, the state, the market, the family, and
civil society.
Harmonised European Time Use Surveys (HETUS) were promoted by
Eurostat and carried out in the countries under consideration in this study
in the following years: Estonia (1999–2000), Italy (2002–3), Spain (2002–3),
Belgium (1998–2000), France (1998–9), Germany (2001–2), Hungary
(1999–2000), Poland (2003–4), the United Kingdom (2000–1), Finland
(1999–2000), Norway (2000–1), Sweden (2000–1), Latvia (2003), Lithuania
(2003), and Slovenia (2000–1). Prior to these surveys, comparative studies
in the European context faced limitations related to the different
methodologies that reduced the sample of countries or cases.1 Currently,
the existence of harmonized surveys across different countries allows us not
only to make cross-national comparisons but also to explore in depth the
reasons for uneven time use between women and men. Countries differ in
their occupational structure, human capital, per-capita income, and fertility
rates, as well as in their institutional development, their welfare systems,
and the various patterns of time use that combinations of welfare provision
imply.2 In this sense, Diane Sainsbury (1994) argues that variations across
countries should be the focal point for research because some systems
are comparatively more ‘‘woman-friendly,’’ to use a term coined by Helga
Hernes (1987).3
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WORK AND TIME USE BY GENDER
This contribution uses time-use data to examine the role of unpaid care
work in different European welfare systems. Following Diane Elson (2000),
we use the phrase ‘‘unpaid care work’’ to cover all the unpaid services
provided within a household for its members, including both care for
children, the elderly, or the disabled and care for able-bodied adults,
including housework. Using microdata from the Spanish survey, Lina
Gálvez-Muñoz, Paula Rodrı́guez-Modroño, and Mónica Domı́nguezSerrano (2008, 2010, 2011) show that the largest increase in women’s
unpaid care work takes place when they start living with male companions
(whether married or not), and this increase is much higher than the
increase that occurs when Spanish women have their first children. In this
contribution, we extend this analysis to HETUS to examine the gender
impacts that result from differing combination of care provision between
the state, market, family, and civil society and explore in depth the reasons
for uneven time use between women and men.
GENDERING WELFARE REGIMES THROUGH ATTENTION
T O U N PA I D CA R E W O R K
The most influential analysis of welfare regimes is Gøsta Esping-Andersen
(1990), in which politics and political institutions play the leading role.
Esping-Andersen focuses on clusters of countries and dominant
institutional patterns to characterize the relationship between the state
and the economy across advanced capitalist countries. He analyzes and
describes decommodification – the capacity of people to achieve socially
acceptable standards of living independent of market participation – and
groups countries into three different types of welfare regime: the socialdemocratic, exemplified by Sweden and Norway; the liberal, exemplified
by the United States, the UK, Canada, and Australia; and the conservativecorporatist or status-based, such as Germany, France, and Italy.
Esping-Andersen (1990) characterized the social-democratic regime as
emphasizing universalism; a strong role for the state; the integration of
social and economic policies; and full employment as primary objectives.
These objectives are consistent with women’s high economic activity rates.
Among liberal regimes, state interventions are clearly subordinate to
market mechanisms, and these states show a relatively strong emphasis on
means-tested programs. Individuals are constituted primarily as market
actors and are encouraged to seek welfare via the market. Finally, the
conservative-corporatist type of regime links access to welfare rights to class
and status through a variety of social insurances schemes and is deeply
concerned with maintaining an organic hierarchical order. It has a strong
commitment to the maintenance of the traditional family and tends to
provide social services only when the family’s ability to cope is exhausted
(Esping-Andersen 1990). We use the proposed threefold classification of
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ARTICLES
welfare capitalism into social-democratic, liberal, and conservativecorporatist regimes as a starting-point to which we add a fourth category,
namely, the Mediterranean or Latin regime. The last category is
characterized by a low level of unionization, with welfare benefits
dependent on the labor market status and low social expenditures
(Francis G. Castles and Deborah Mitchell 1990).
One of the strengths of feminist literature on welfare regimes has been its
cross-national comparative dimension. However, despite the centrality of
care for human welfare, the first wave of comparative social policy research
ignored the importance of care (Razavi 2007). Feminists have criticized
Esping-Andersen’s (1990) framework for its failure to consider the role of
gender relations in shaping policy outcomes and the impact of the state on
gender relations, inequality, and power (Sainsbury 1994; Ann Shola Orloff
1996). Feminist scholars like Jane Lewis (1992) have highlighted the male
bias in taking the so-called average industrial worker and the malebreadwinner-family model as the empirical point of departure. Lewis looks
at ‘‘the way in which welfare states have treated women as wives and
mothers, and as paid workers’’ (1992: 162). Lewis’s analysis constitutes a
good reference for comparing countries in terms of the extent to which
they have extended a male-breadwinner form of social care. The objections
may be grouped around three issues.
First, the family was ignored as the provider of well-being by comparative
political economy (Lewis 1992; Gøsta Esping-Andersen 2000). Yet, it is
within the family that the bulk of unpaid care work is done and gender
inequalities are more pronounced. Including the family in a welfare
triangle together with the state and the market allows for the consideration
of unpaid care. Additionally, including the family in these analyses reveals
the distinctiveness of the Mediterranean model. Almudena MorenoMı́nguez (2007) describes the Mediterranean welfare regime as
characterized by the existence of strong ‘‘familialism,’’ which is defined
in the literature as the maintenance of intergenerational solidarity, the
survival of the ‘‘male-breadwinner’’ model, weak institutional support to
families, a dual labor market model, an aging population, and women’s
limited access to the labor market.
Second, decommodification is not necessarily a positive indicator for
women in terms of autonomy. In fact, Esping-Andersen’s (1990) work
considers class and citizenship as gender-neutral categories, just as it
defines the decommodification criterion as a gender-neutral indicator.
However, decommodification does not necessarily indicate the autonomy
of women, as paid work often provides them with a greater degree of
autonomy than unpaid care work. Ann Shola Orloff (1993) suggests two
new dimensions – access to work (or the right to be commodified) and the
capacity to form and maintain an autonomous household – for the analysis
of welfare states to capture the effects of social policies on gender relations.
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WORK AND TIME USE BY GENDER
In this sense, Julia S. O’Connor (1993) argues that the concept of personal
autonomy or insulation from personal and/or public dependence must
supplement the concept of decommodification or insulation from the
pressures of the labor market, noting that the accessibility and range of
services available determine the levels of both decommodification and
personal autonomy.4 The concept of decommodification does not take
into account the fact that demographic groups are not equally
commodified and have different access to the labor market. Moreover,
the analytical framework of decommodification should include women’s
disproportionate unpaid care work burden (Orloff 1993).
Third, viewed through O’Connor’s (1993) concept of personal autonomy,
the emphasis in Esping-Andersen’s research (1990) was on income
transfers instead of public services. Feminist social policy literature, on the
whole, rates the provision of public services for care-related needs more
positively than cash payments since it has several important advantages
from a gender-equality perspective. Public services simultaneously provide
care and jobs for women that foster their financial autonomy.
These criticisms have resulted in the development of new and different
classifications of welfare regimes. In one approach, Lewis (1992) analyzes
welfare regimes in reference to the strength or weakness of their levels of
commitment to the male-breadwinner model. This methodology focuses
on three different aspects: first, how women are treated in social security
and tax systems; second, the level of public service provision, especially
concerning childcare; and third, women’s position in the labor market.
Lewis (1992) considers Sweden a ‘‘weak male-breadwinner or dualbreadwinner model,’’ given women’s high rates of labor force
participation, the good public provision of childcare services, and
independent payment of income tax by women and men, along with
high marginal tax rates. She classifies the UK and Ireland as a ‘‘strong
male-breadwinner model’’ and France somewhere in between as a
‘‘modified male-breadwinner model’’ (Lewis 1992). Although her clusters
are somewhat different from Esping-Andersen’s (1990) analysis, her
grouping is not very far from his classification.
Sainsbury (1994) critiques Lewis’s (1992) typology for its failure to pay
appropriate attention to care. Sainsbury examines welfare regimes in terms
of their similarity to one of two gendered ideals: the male-breadwinner
model and the individual model in which both men and women are
earners and carers, welfare benefits are targeted at individuals, and much
of care work is publicly paid and provided. Diane Sainsbury (1999)
considers states to vary in terms of women’s eligibility for benefits based on
their three primary social positions – that is, wives, mothers, and workers.
Unlike other authors who assign specific countries to specific welfare
regimes, Sainsbury considers that gender regimes intersect with welfare
regimes, and vice versa.
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ARTICLES
With the recent integration of Eastern European countries into the EU,
we must allow for the possibility of additional regimes. In addition to the
liberal, conservative, and social-democratic welfare regimes, Angelika von
Wahl (2005) converts the care diamond into a care pentagon by including
a supranational level, the EU as an equal employment regime, which
reflects the expanding Europeanization of gender politics. Eastern
European countries are in a process of economic and political structural
change as part of their transition to the market economy that includes an
important withdrawal of the state (Susan Strange 2001),5 and they are thus
following different paths that existing models may not account for. The cost
of providing care has been increasingly shifting from the paid public sector
to the unpaid sector of family and civil society in Eastern European
countries.
D A T A F R O M H ET U S
The data on time use in this contribution originate from HETUS, which
includes fifteen national time-use surveys conducted between 1998 and
2004. For a complete description of guidelines for the surveys, including
sample design and all definitions and explanations concerning the survey
forms, questionnaires, and the time diary, see Eurostat (2004a). HETUS
uses a representative sample of individuals who completed a diary during
one weekday and one weekend day distributed over an entire year. The
sampled persons answered questions related to the individual and the
household. The national time-use survey (TUS) results are considered
representative for the populations specified in the tables and figures
HETUS publishes.
The age limits and cohorts of the national surveys that make up HETUS
are different; however, all of them included individuals between ages 20
and 74, which is the sample used in our analysis. The HETUS activitycoding list was based on international practices and previous classifications
used in Europe, and it allows several groupings of activities depending on
the purpose of the analysis. Eurostat tested and revised the coding system
and index on the basis of time-use pilot surveys in eighteen European
countries, with the final system being completed in 2000. We include the
following grouping of main activities in our analysis:
. Paid work, which HETUS calls gainful work, includes main and
second jobs and related activities, breaks and travel during working
hours, and job-seeking activities.
. Unpaid care work, which HETUS calls domestic work, includes
housework, child and adult care, gardening and pet care,
construction and repairs, shopping and services, and household
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WORK AND TIME USE BY GENDER
.
.
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.
.
management.6 As noted earlier, we prefer to use a broad definition of
unpaid care work that includes all the unpaid work required for
maintaining the household.
Study indicates study at school and during free time.
Travel refers to commuting and trips connected with all kinds of
activities except for travel during working hours.
Sleep includes sleep during night or daytime, the time spent falling
asleep, naps, and passive lying in bed because of sickness.
Meals and personal care includes consuming seated meals, snacks,
and drinks, dressing, personal hygiene, applying makeup, shaving,
sexual activities, and personal healthcare.
Free time includes all other kinds of activities not included above,
including volunteer work and meetings, helping other households,
socializing and entertainment, sports and outdoor activities, hobbies
and games, reading, watching television, and resting or doing
nothing, as well as unspecified time use. Some of these activities
could be included in care work for the society or for kin networks;
however, this study only considers care work for people living in the
household.
Harmonized time-use surveys like HETUS are an important tool for
introducing nonmarket activities and work in economic analyses and for
comparing different countries. However, HETUS still has some limitations.7
For instance, the survey does not distinguish whether a respondent is
looking after an adult because the adult is temporarily sick, elderly, or
disabled. Moreover, the survey underestimates unpaid care work. The
respondent can only write down two activities conducted at the same time,
leaving out other tasks conducted simultaneously. For example, a woman
may be cooking, listening to the radio, and looking after a sick family
member, and she may not report the last activity, as it may be so natural for
her to do this that she does not perceive it as a specific activity. A substantial
proportion of time devoted to care is frequently included in leisure
activities for children, such as taking them to the park. Care of children also
entails ‘‘being on call,’’ which tends to be underreported by the parent who
is responsible.8
Despite the weaknesses of the HETUS, it allows us to advance, as Susan
Donath (2000) says, our understanding of the so-called other economy,
that is, the unpaid economy in which the direct production and
maintenance of human beings take place. Therefore, we first analyze
time-use data in fifteen European countries to evaluate pattern similarities
in time use by gender. Second, we use cluster methodology to show the
extent to which these patterns can be understood as resulting in distinct
groups of countries.
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ARTICLES
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GENDER PATTERNS IN THE TIME USE OF ADULTS
A C R O S S S E L E CT ED EU R O P E A N C O U NT R I ES
Adding up paid and unpaid work time, the first common characteristic in
time allocation by gender across the fifteen European countries is that, on
average, women work longer each day than men. Only in Sweden do men
and women spend the same time working. In Norway and the UK, women
work only a few more minutes daily than men. Countries with the largest
discrepancy of at least 1 hour of work per day between men and women are
the Eastern European and the Mediterranean countries, including
Lithuania, Slovenia, Latvia, Estonia, Hungary, Italy, and Spain. In Spain,
for example, women work 1 hour and 3 minutes longer per day than men,
which indicates an annual difference of 383.25 hours. In Lithuania, women
work an average of 8 hours per day, 1 hour and 5 minutes more than
Lithuanian men who have the highest working hours among all EU men.
The higher female workload leads us to the second common
characteristic across the EU countries studied: European women have
less free time. In Lithuania, Italy, and Slovenia, this difference in free time
by gender is 1 hour per day (see Table 1). Note that we are considering
the average of the time spent on each activity during working days,
weekends, and holidays, thus creating an ‘‘average day,’’ during which, for
example, the amount of time spent working is far below that spent during
an ordinary working day. 9
The third common characteristic is that men continue to specialize in the
market economy, while women specialize in the nonmarket economy. In
the fifteen EU countries under analysis, women generally work longer
doing unpaid care work and spend less time in the market than men (see
Figure 1). In all EU countries, fewer women than men work full time or at
all in the market; thus, the average hours women spend on care exceed the
time they allocate to their paid jobs. The opposite phenomenon happens
with men. In all EU countries, men’s average remunerated working hours
far exceed their hours of unpaid care work. Men usually work 2 hours more
in the labor market than they do in care work, which is almost the same
time that women allocate in excess to unpaid care work instead of to their
paid jobs in the market. Therefore, in general, patriarchal work
specialization still survives in the EU, something that must be taken into
consideration as a central issue in macroeconomic models and policies.
HETUS shows that the greatest gender inequality currently lies not in
paid working time, as women have been substantially incorporated into the
labor market, but in the differences between the time women and
men spend on unpaid care work. This is explained by the focus of gender
equality policies and women’s movements in Europe on improving
women’s access to the labor market rather than on achieving a more
egalitarian division of unpaid care work. It is also in accordance with
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Sources: HETUS (Eurostat 2004b, 2006).
MEN
Work total
Paid Work
Unpaid care
work
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Travel
Sleep
Meals and
personal
care
Free time
WOMEN
Work total
Paid work
Unpaid care
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Study
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Meals and
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1:13
8:28
2:25
6:55
4:46
2:09
3:49
0:10
1:04
8:35
2:22
8:00
3:31
4:29
5:34
0:13
1:09
8:17
2:13
6:34
3:54
2:40
4:29
0:17
1:02
8:24
2:08
7:40
2:42
4:58
Estonia Italy
Spain Belgium France Germany Hungary Poland
UK
Finland Norway Sweden Latvia Lithuania Slovenia
(1999– (2002– (2002– (1998– (1998– (2001– (1999– (2003– (2000– (1999– (2000– (2000– (2003) (2003) (2000–
1)
2000)
3)
3)
2000)
9)
2)
2000)
4)
1)
2000)
1)
1)
Table 1 Time-use structure of women and men ages 20–74 (hours and minutes per average day)
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WORK AND TIME USE BY GENDER
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
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Figure 1 Working time of women and men ages 20–74 (hours and minutes per
average day)
Note: W and M refer to women’s and men’s hours, respectively.
Sources: HETUS (Eurostat 2004b, 2006).
the historical situation of women and men. Before the economic,
technological, and institutional changes called forth by globalization
processes, in some countries female employment was seen as a threat to
male employment. As a result, public policies or trade-union lobbies did
not favor the expansion of female employment but instead supported
‘‘male breadwinner families’’ (Carmen Sarasúa and Lina Gálvez-Muñoz
2003). Parents and grandparents educate girls and boys to imitate their
gender-differentiated behavior regarding market and nonmarket work.
Lina Gálvez-Muñoz, Mónica Domı́nguez-Serrano, Yolanda Rebollo-Sanz,
and Paula Rodrı́guez-Modroño (2008) have found in Spain that boys and
girls ages 10–17 already exhibit a marked difference in time use in domestic
activities, showing the long period needed to change gender roles and
stereotypes.
G E N D E R P A T T E R N S I N T I M E U S E B Y E M P L O Y E D W OM E N
A ND ME N A C R O S S S E L E C T E D E U R O P E A N C O U N T R I E S
Across the EU countries studied, if we only take into account employed
women and men, women’s total workload is still higher than that of
men on an average day. In countries like Estonia, Italy, Spain, Hungary,
Lithuania, and Slovenia, it is up to 1 hour longer (see Table 2). Only
employed Norwegian and Swedish women work a few minutes less per day
than employed men. Once again, in Mediterranean countries and Eastern
134
135
7:20
6:10
1:10
0:03
0:05
0:04
8:26
4:35
3:51
6:55
4:55
2:00
0:05
8:12
4:08
4:04
0:08
7:23
6:03
1:20
0:12
8:14
4:45
3:29
Sources: HETUS (Eurostat 2004b, 2006).
MEN
Total work
Paid work
Unpaid
care
work
Study
WOMEN
Total work
Paid work
Unpaid
care
work
Study
0:05
7:13
4:58
2:15
0:05
7:40
3:48
3:52
0:03
7:29
5:39
1:50
0:02
8:05
4:33
3:32
0:11
6:36
4:44
1:52
0:19
6:44
3:33
3:11
0:05
7:29
5:20
2:09
0:08
8:29
4:35
3:54
0:08
7:55
6:02
1:53
0:09
8:35
4:37
3:58
Estonia Italy Spain Belgium France Germany Hungary Poland
0:09
7:27
5:33
1:54
0:12
7:22
3:54
3:28
UK
0:08
7:23
5:24
1:59
0:13
7:28
4:07
3:21
0:10
6:58
4:46
2:12
0:18
6:54
3:28
3:26
0:07
7:33
5:10
2:23
0:10
7:27
3:55
3:32
0:05
8:02
6:36
1:26
0:09
8:45
5:37
3:08
0:03
8:07
6:28
1:39
0:06
9:13
5:49
3:24
0:09
7:35
5:11
2:24
0:13
8:34
4:10
4:24
Finland Norway Sweden Latvia Lithuania Slovenia
Table 2 Time use of employed women and men (hours and minutes per average day)
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WORK AND TIME USE BY GENDER
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European countries, employed women’s total work time is higher than the
European average.
Women have increased their presence in the labor market, but they
have not been able to reduce their unpaid work at home in equal
proportion, thus bearing the double burden of paid and unpaid work.
The main duty of women continues to be the care of everyone in their
families, thus limiting their ability to achieve financial autonomy through
paid work. After sleeping, unpaid care work constitutes women’s main
activity in Italy, Estonia, Hungary, Slovenia, Spain, Poland, France, and
Lithuania, where women spend a daily average of 5 hours on this work. In
contrast, in Sweden, Norway, Finland, and Latvia, women allocate an
average of 3 hours and 50 minutes to unpaid care work. Although in some
countries there are emerging new social values that are redefining
masculinity, for the most part men have fewer incentives to involve
themselves in unpaid care work. However, men no longer seem resistant
to having another paid worker in the family, mainly because of changes in
consumption patterns and the transformation that has taken place in
labor markets since the 1970s. This transformation entailed greater
employment flexibility but also better job opportunities for women in the
service economy, which resulted in increased wages and altered
opportunity costs for women. Governments have not objected either, as
they benefit from the increase in revenues from taxation of labor incomes,
without experiencing a sizeable increase in the average cost of social
transfers as a percentage of total public expenditure.
In fact, evidence shows that an unequal distribution of unpaid care work
translates into a greater amount of work for women than for men even
among those households in which women contribute more income to the
family budget (Julie Brines 1994; Lina Gálvez-Muñoz 1997; George A.
Akerlof and Rachel E. Kranton 2000). Longitudinal analyses using time-use
surveys show that despite the increase in women’s participation in the labor
market, men’s work time in the household has changed very little in
past decades (Mark Aguiar and Erik Hurst 2007). Empirical evidence
demonstrates that women do more and men do less unpaid care work than
expected; this holds true both when using a Beckerian model of the
household or when employing different bargaining models (Pierre-André
Chiappori 1988, 1992). Therefore, social norms appear to be better
explanatory variables for the division of labor than purely economic
objectives.
However, the difference between employed women and men is smaller
than the difference between all women and men ages 20–74, suggesting
that gender inequalities are somewhat reduced – though insufficiently –
when women enter the labor market and their bargaining power increases.
In fact, entering the market reduces the time spent in unpaid care work for
both women and men, but at different rates. On average, women engaged
136
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WORK AND TIME USE BY GENDER
in paid work across Europe spend 50 minutes less per day on unpaid work
than women who are not in paid work, whereas men in paid work spend
only 21 minutes less per day than men who are not in paid work.
Across the EU countries, there are a variety of ways in which employed
women have externalized the unpaid care work that is not assumed by men.
In the Scandinavian countries, the development of a large welfare state has
been associated with an extension of the provision of care by the public
sector. Moreover, Sweden was the first country to include the daddy quotas,
which consist in reserving at least one month of the total parental leave
available per child for the father.10
In Eastern European countries, the low income levels and high
unemployment rates explain the long total working hours for both
employed men and women, as well as households’ lack of demand for
paid domestic workers. In Italy and Spain, unpaid care work is externalized
to the market due to the low wages of an increasing population of
women immigrants (Lina Gálvez-Muñoz and Óscar Marcenaro 2008).11 In
addition, grandmothers play an important role in childcare.
Figure 2 shows how the total work of employed individuals continues to
be unevenly distributed by gender. Men spend an average of three-quarters
of their time on paid work, whereas paid work accounts for only 55 percent
of women’s total working time, with an average of 2 hours more than men
invested in unpaid care work across all EU countries. Table 3 clearly shows
the gender difference in the distribution of time between paid work and
Figure 2 Structure of working time of employed women and men (hours and
minutes per average day)
Note: W and M refer to women’s and men’s hours, respectively.
Sources: HETUS (Eurostat 2004b, 2006).
137
138
1.12
0.79
2.61
1.50
0.99
0.99
0.98
0.82
1.19
0.84
2.03
1.00
0.94
1
0.96
0.83
0.8
1.33
0.88
1
0.95
1.15
0.74
3.30
0.89
1.00
0.87
1.03
1.01
1.06
0.77
1.72
0.81
0.67
0.93
1.03
0.99
1.08
0.81
1.93
0.93
1.73
0.96
1.02
1.07
1.02
0.75
1.71
Note: The gender differential is women’s time divided by men’s time.
Sources: HETUS (Eurostat 2004b and 2006).
Work total
Paid work
Unpaid care
work
Study
Travel
Sleep
Meals and
personal
care
Free time
0.8
1.60
0.89
1.02
0.94
1.13
0.86
1.81
0.83
1.13
0.93
1.02
1
1.08
0.77
2.11
Estonia Spain Italy Belgium France Germany Hungary Poland
0.93
1.33
0.97
1.03
1.1
0.99
0.70
1.82
UK
0.91
1.63
0.99
1.02
1.06
1.01
0.76
1.69
0.95
1.80
0.93
1.03
1.03
0.99
0.73
1.56
0.92
1.43
0.96
1.03
1.14
0.99
0.76
1.48
0.81
1.80
0.95
1.01
0.98
1.09
0.85
2.19
0.76
2.00
0.87
1.01
0.95
1.14
0.90
2.06
0.8
1.44
0.93
1.01
0.96
1.13
0.80
1.83
Finland Norway Sweden Latvia Lithuania Slovenia
Table 3 Gender differential in time-use structure of employed women and men on an average day
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WORK AND TIME USE BY GENDER
unpaid care work. Therefore, if we understand work as an activity that
incorporates all the necessary tasks for the support of human life, we
cannot speak of underutilizing women’s labor but rather overexploiting it.
Although regimes are not constant over time, since socioeconomic
environments undergo frequent changes that give rise to new demands by
social forces, the gender division of labor is very slowly modified, showing
differences in past institutional developments. In all countries studied,
women work fewer hours in the market than men. In general, employed
European women spend less time than employed men in all activities
except for unpaid care work, to which they devote an average of twice
men’s time. Even in countries like the UK or Sweden, where the total work
times for men and women are approximately equal, women devote a
smaller amount of time to paid work. Italian women are the ones that
spend more time on unpaid care work in comparison with men – that is,
three-and-a-half times the amount men spend. Other countries where these
gender differences are also high are Spain, Latvia, Lithuania, and Estonia.
E U R OP E A N W E L F A R E S Y S T E M S A N D U NP A I D C A R E W OR K :
A CLUSTER ANALYSIS
In this section we conduct a cluster analysis to study how European
countries aggregate together by similarities in time use and care regimes.
Cluster analysis is a statistical tool that allows us to group together a set of
observations in clusters or groups based on the differences (or distance)
and similarities between the observations according to preset variables.
The objective is thus to divide the original set of observations into groups
of homogeneous elements with notable differences from the rest of
the groups. In this case, the technique presents the advantage of allowing
us to group countries together according to a multitude of variables
simultaneously.
Our procedure for the analysis is as follows. This study is based on analysis
of HETUS, which includes time-use data for fifteen European countries.
When selecting variables, we must choose the variables that best describe
the underlying structures but also limit their number.12 We are interested
in classifying European countries using gendered patterns of time,
especially regarding paid work and unpaid care work. To do so, we
define all variables as the ratio between the time men and women devoted
to the same category. We consider the following categories: time devoted to
paid work, studies, unpaid care work,13 travel, personal care (eating meals
and other activities), sleep, and leisure.
In cluster analysis, the nonstandardization of the original variables can
affect the results; but in certain cases, it can be useful to reflect the
qualitative or conceptual aspects of the original data that would be lost with
standardization.14 Therefore, it is necessary to address this issue carefully
139
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on a case-by-case basis. In this study, we work with ratios that are relatively
homogeneous, and so we have decided not to standardize them.
The central point of our procedure is to determine the similarity or
distance between observations. In statistical methods, equivalence is usually
measured in terms of distance between pairs of objects to build a symmetric
comparison matrix. Therefore, in cluster analysis, objects (in this case,
countries) with smaller distances between their variables are more similar
than those with larger distances, and thus are included within the same
cluster. The selection of the distance measure depends on the kinds of
variable employed, which in our case are interval variables. We thus
decided to use the square Euclidean distance, which measures geometric
distance as if the observations were points in a p-dimensional space formed
by variables. Let n be the observations measured along k variables. Then the
Euclidean distances are:
d¼
p
X
!1=2
ðxik xjk Þ
2
k¼1
Once the similarities between variables have been identified, it is necessary
to group them by applying the most useful statistical method. In this study,
we first performed a hierarchical cluster analysis using the Ward method as
a selection instrument to determine the optimal number of clusters.15
We also used other methods, such as the average linkage between groups
method and the single linkage and complete linkage methods, and the
results were similar each time. During the second stage, once the number
of clusters and their initial means were established, we performed a
k-means cluster analysis. There is no general, unbiased, valid criterion to
define the optimal number of clusters, but according to the results of
the hierarchical cluster analysis and the descriptive findings, it seems
appropriate to choose four different groups, as shown in Figure 3.
A dendogram (Figure 3) is the most common type of graph to represent
the nearness among the terms of our analysis (countries, in our case),
generating automatically logical groups of terms. Two countries (or more)
are grouped in one cluster when they have the closest values of all the
variables that are considered in the analysis. Thus, departing from all the
countries individually, Figure 3 shows the successive groups progressively
joining in clusters such that the final cluster contains all the analyzed
countries. Each vertical line represents a new cluster, which is formed by
the countries that correspond to every horizontal line. In our case, we
establish the division at the first grouping of countries, which is the one
with the highest consistency levels inside the clusters. In Figure 3, it is the
point distinguished by the vertical, gray color line, where four different
groups would be obtained.
140
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
WORK AND TIME USE BY GENDER
Figure 3 Hierarchical cluster analysis
Table 4 presents the resulting groups of countries. Cluster 1 is composed
of Estonia, Spain, and Italy; cluster 2 contains Belgium, France, Germany,
Hungary, Poland, and the UK; cluster 3 groups Finland, Norway, and
Sweden; and cluster 4 includes Latvia, Lithuania, and Slovenia. The first
striking result compared to previous welfare regime analyses is that the
inclusion of Eastern European countries leads to their distribution across
different groups. Contrary to Esping-Andersen (1990) or some feminist
studies such as Lewis (1992), our analysis groups countries not regarding
ideal types or public policy similarities but using time-use data, which allows
us to capture the interaction between paid and unpaid work and the
different opportunities women and men face regarding institutional
settings and labor market conditions.
In our analysis, the Mediterranean countries and Estonia (Cluster 1)
display high internal consistency and well-differentiated characteristics
distinct from the rest of the countries. Cluster 3, Nordic countries, and
Cluster 4, Eastern countries, are also very homogeneous. Cluster 2 appears
to be the most heterogeneous, which means that this group of countries has
more differences within the cluster, but it is also the cluster containing the
largest number of countries. We present here all data and results of the
analysis before discussing each cluster in depth.
The analysis of variance (ANOVA) provides a statistical test of whether
the means of several groups are equal. Table 5 shows how each variable
contributes to cluster solutions by providing the results of the Fisher
test (F ) and its level of statistical significance. Variables with high F values
141
ARTICLES
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Table 4 Clusters of countries
Estonia
Italy
Spain
Cluster 1
Belgium
France
Germany
Hungary
Poland
UK
Cluster 2
Finland
Norway
Sweden
Cluster 3
Latvia
Lithuania
Slovenia
Cluster 4
Table 5 Analysis of variance (ANOVA)
Paid work
Study
Unpaid care work
Travel
Personal care
Leisure
Sleep
F-ratio
Significance level of F
7,253
2,787
86,919
3,568
1,888
3,431
19,620
.006
.091
.000
.051
.190
.056
.000
are those that most distinguish the clusters. Therefore, in this analysis, the
variable that contributes the most to distance between clusters is time spent
in unpaid care work, while the variable that contributes the least is time
spent in personal care. This means that unpaid care work is the most
important variable in the division of countries in the different groups, as it
is the time-use activity in which countries differ the most. Gender inequality
in time use in Europe is mostly due to the various degrees of participation
in care work by the market, the state, the community, and the family and,
within the latter, women and men. The different options in the distribution
of care costs among the market, state, community, and family have led to
a variety of situations regarding women’s employment, demographic
behaviors, and household and female strategies used to cope with this
double burden; for instance, the degree to which women work part time.
Three Eastern European countries – Slovenia, Latvia, and Lithuania –
form Cluster 4. As pointed out in the studies by Christy Glass and Éva Fodor
(2007), Rianne Mahon and Fiona Williams (2007), and Steven Saxonberg
142
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WORK AND TIME USE BY GENDER
and Dorota Szelewa (2007), which focus on gender, state, and society and
the dynamics of change in the post-communist era, there is not a single
post-communist model. Instead, the stresses and strains of transition have
led post-communist societies to different paths and outcomes. We find
three former communist countries in Cluster 4. The other Eastern
European countries are grouped inside other clusters: Estonia is in
Cluster 1, together with the Mediterranean countries, and Hungary and
Poland are in Cluster 2.
Note that Cluster 4 is characterized by a gross domestic product (GDP)
per capita below the EU average, low public social expenditures, and a
relatively stable labor market with unemployment and activity rates for both
women and men close to the EU average during the period studied. In
these countries – Slovenia, Latvia, and Lithuania – there are no important
disparities in terms of gender behavior in the labor market, a fact that
reflects similar education levels, and the average age of mothers having
their first child is lower than in Cluster 1. However, the total work burden of
both women and men in Cluster 4 is the highest in Europe, as low public
social expenditures mean that domestic work cannot be externalized, and
most unpaid care work lies within the family. As a result, some feminist
studies on post-communist responses to gender-related policies constitute
an important counterpoint to the defamilializing trends taking place across
the western and southern regions of Europe (Glass and Fodor 2007, Mahon
and Williams 2007, Saxonberg and Szelewa 2007).
The members of Cluster 2 – Belgium, France, Germany, Hungary, Poland,
and the UK (including countries with a conservative welfare regime such as
Belgium, France, and Germany) – share many characteristics with those in
Cluster 3 in terms of both labor market and educational levels (although
these are lower and more uneven). As with Cluster 3, these countries have
fewer gender inequalities in leisure time (Table 3). This fact, coupled with the
lower difference between the time women and men spend on unpaid care
work (though, as in the rest of Europe, this time is higher for women),
indicates that women’s total workload is smaller. In this regard, the case of
France should be noted, as it reflects a situation that is different from that of
the rest of the countries in the group. In France, women do considerably
more unpaid care work than men and thus have less leisure time.
It is important to explain why Eastern European countries such as Poland
and Hungary are grouped in Cluster 2 with the continental conservative
countries and why a country such as the UK, considered a neoliberal type in
most welfare analyses, is in this group. Éva Fodor’s (2005) study shows how
the societies of Hungary and Poland were radically transformed in 1989–90
as their state-socialist political regimes collapsed and their economies were
liberalized. As part of this transformation process, about one-third of all
jobs were lost, and the state welfare systems were dismantled. Since 1989, as
the real value of wages has declined, social benefits have been cut back
143
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ARTICLES
and have lost their value, and gender inequalities have increased. Postcommunist political regimes placed women back in their kitchens, defining
women’s function exclusively in terms of raising children and occupying
positions from which they could best support their working husbands
(Marilyn Rueschemeyer 1998). In fact, in Poland, the cost of childcare has
become a serious problem. During the 1990s, the number of kindergartens
was reduced by about one-third; and if this has not resulted in an overall
lower proportion of children attending these institutions, it is only because
of the radical fall in fertility (Fodor 2005). The situation is better in
Hungary, which has more kindergartens, greater parental benefits, and
universal provisions, as well as some means-tested programs. Thus,
following Fodor (2005), globalization and liberalization did not threaten
Hungarian and Polish women’s positions to the extent that had been
expected, simply because they were in a relatively advantageous labor
market position when these social transformations began. In addition, the
declining yet still persistent remains of a strong state-socialist welfare
tradition helped alleviate some of the burden of the transition, unlike in
other parts of the world. Starting positions thus matter when assessing the
effects of development.
As for the UK, we could argue that if other neoliberal countries – such as
the US or Australia – were in the sample, Britain could have been grouped
with them. Other explanations relate mainly to its path dependence. After
the Second World War, the UK developed a welfare system similar to that
used in continental European countries. Although it was one of the first
countries to move towards a neoliberal regime, its experience shows that it
takes time to change gender orders. The inclusion of the UK in Cluster 2
also shows how past institutional changes determine present characteristics.
As Lewis found in her study, the UK exhibited the ‘‘strong malebreadwinner model,’’ while France was somewhere in between, with a
‘‘modified male-breadwinner model’’ (1992).
Different patterns of time distribution persist among the various groups
of countries, proving that both welfare systems and family policies
(especially those established a few decades ago) have developed in
particular ways, much like per-capita income levels, which differ between
Western and Eastern Europe, and institutional arrangements or other
variables dependent on country-specific economic development paths.
These various degrees of development continue to affect women’s ability to
develop their personal capabilities, including their capability to enter the
labor market on equal terms with men. Women entering the labor market
and staying in it throughout their life cycle seem to be key aspects of a more
equitable distribution of total work time and unpaid care work. However,
this is possible only with a considerable public expenditure in social services
and incentives for men to share unpaid care work in their families, as is the
case in Nordic countries. Meanwhile, as shown in the Mediterranean
144
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WORK AND TIME USE BY GENDER
countries, the ‘‘economic gift’’ is greatest when the family acts as a
substitute for the state.16
The most obvious differences are between Cluster 3 – the Scandinavian
countries, which have the smallest gender difference in the use of time –
and Cluster 1 – the Mediterranean nations of Spain and Italy as well as
Estonia, which still show a very uneven distribution of activities between
men and women. As Table 6 shows, women’s economic activity rates in
Cluster 3 are higher than in other groups of countries, although there is a
high presence of part-time employment among women in Norway and
Sweden. Women’s part-time employment is also high in certain countries in
Cluster 2 (Belgium, Germany, and the UK), though it is low in two other
countries in Cluster 2 (Hungary and Poland) and quite high in the other
country in this cluster, France. On the contrary, in Eastern European and
Mediterranean countries, part-time employment is quite low due partly to
low household incomes that make part-time employment an undesirable
option for women reconciling childcare and labor. Usually, data from
Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD)
countries show that the percentage of women who have part-time jobs
increases when women live in couples; this percentage increases even more
Table 6 Activity and employment rates of women and men ages 25–74, 2006
(percentages)
Labor market
activity rates
Employment
rates
Unemployment
rates
Part-time
employment
rates
Involuntary
part-time
employment
rates
Clusters
Women
Men
Women
Men
Women
Men
Women
Men
Women
1
Estonia
Italy
Spain
68.4
46.2
54.6
78.9
71.0
77.3
65.2
42.8
49.0
74.5
67.9
73.2
4.7
7.4
10.2
5.6
4.3
5.3
10.4
26.2
22.1
3.8
4.2
3.3
22.6
NA
32.4
2
Belgium
France
Germany
Hungary
Poland
UK
55.9
62.4
61.0
52.7
55.5
62.6
71.3
73.2
74.3
69.1
72.3
77.2
51.5
57.3
55.0
49.1
48.4
60.4
66.8
68.4
67.0
64.9
64.4
74.2
7.9
8.2
9.7
6.9
12.8
3.6
6.2
6.6
9.6
6.1
10.9
4.0
41.9
29.8
48.2
5.6
11.8
42.3
6.9
5.0
8.6
2.5
5.9
7.8
11.9
28.4
19.1
24.0
27.3
5.9
3
Finland
Norway
Sweden
67.3
70.3
71.1
73.1
79.2
78.6
62.8
68.6
67.5
68.8
77.1
74.6
6.6
2.5
5.1
5.8
2.7
5.0
15.2
41.4
38.4
7.1
10.2
10.1
33.5
19.2
21.5
4
Latvia
Lithuania
Slovenia
64.4
64.4
62.8
77.4
74.8
73.9
61.1
61.1
58.9
72.0
70.8
70.9
5.2
5.1
6.2
6.9
5.4
4.1
7.9
12.1
8.8
4.4
7.8
4.9
31.9
32.7
8.0
Source: Eurostat (2005).
145
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
ARTICLES
so when they have dependent children (OECD 2007).17 The problems with
part-time jobs are low wages, fewer possibilities for promotion, and the
lower accumulation of human capital and experience than in other jobs.
Cluster 1 is formed by Estonia and the Mediterranean countries of Italy
and Spain, which is a surprising clustering. The two Mediterranean
countries share important characteristics related to gender issues in their
labor markets, since they present the greatest difference in terms of activity
and employment rates by gender and the lowest employment rates of
women. They also have the highest level of women’s unemployment, while
men in these countries have unemployment rates that are lower than other
groups of countries, although these rates has started to be reversed with the
effects of the 2008–10 financial crisis. The rates of women’s part-time
employment are low compared with Northern European countries, but
around 80 percent of all part-time contracts are occupied by women.
Estonia, on the other hand, does present economic, labor, and
demographic characteristics that bring it closer to the Eastern European
countries than to the Mediterranean ones. It has higher levels of women’s
labor market activity and employment than Italy and Spain, and its part-time
employment rate of women is more similar to that of Lithuania and Latvia
than the Mediterranean countries. However, Estonian women’s paid working
hours are closer to those in the Mediterranean countries than to the Eastern
European countries. One reason for including Estonia in the cluster with the
largest gender differences in time use may be the fact that, according to
International Monetary Fund (IMF) reports, Estonia is one of the Eastern
European economies that made the fastest transition to a market economy in
the 1990s, which involved dismantling public services (Jack Reardon 1996). In
addition, Estonia was the last Eastern European country to adopt and
implement the EU legislation on the equality between women and men (see
also René Weber and Günther Taube [1999] and Adalbert Knöbl, Andres
Sutt, and Basil Zavoico [2002]). The rapid process of transition to a capitalist
system has not been accompanied by public policies to counteract the
negative impact on women’s double burden, and it has thus likely produced
the present gender inequalities in time use, causing Estonia to be in the
cluster with the largest gender differentials in time use.
Even if families continue to be the main provider of care and replace
an important part of the state’s functions, it seems that the great differences
that persist in the distribution of unpaid care work between women and
men in the Mediterranean countries still represent the primary barrier
to Spanish and Italian women’s equal access to the labor market. Indeed,
the family continues to function as the main care supplier in these
socioeconomic systems.18
Gender inequality in unpaid care work leads to women’s low economic
activity and fertility rates in Mediterranean and some Eastern European
countries (see Tables 6 and 7). Table 7 shows some selected indicators
146
147
7
5.8
5.4
9.2
27.1
1.35
1.2
29.31
4.7
11.5
37.2
NA
2.0
NA
8.3
8.5
39.1
1.94
2.5
28.51
3.7
4.1
16.9
1.34
3.3
29.14
6.6
2.2
8.5
1.31
2.5
26.67
UK
10.4
0.8
2.4
1.24
0.8
5.8
4.9
30.7
1.78
1.6
25.79 29.84
Spain Belgium France Germany Hungary Poland
Cluster 2
Cluster 4
1.2
8.6
124.2
1.80
3.0
27.87
0.9
10.4
236.2
1.84
2.8
27.66
0.2
15.7
200.5
1.77
2.9
28.65
5.1
6.8
7.4
1.31
1.3
24.95
5.7
4.2
6.2
1.27
1.2
24.89
14.1
8.8
16.4
1.26
1.9
27.67
Finland Norway Sweden Latvia Lithuania Slovenia
Cluster 3
Notes: aLive births per woman. bExpenditure on social protection for family/children includes social benefits, which consist of transfers, in cash or in kind, to
households and individuals to relieve them of the burden of a defined set of risks or needs; in this case, the needs are for children and family reasons. The other risks
or needs that may give rise to social protection are, by convention: sickness/healthcare, disability, old age, survivors, unemployment, housing, and social exclusion
not otherwise classified. c Formal care is care provided by the state. d Nonformal care is care assumed by the household that can be provided by family members, paid
domestic work, or kin networks.
Source: Eurostat (2009).
7.6
3.8
38.2
1.32
1.1
1.50
1.5
34.7
NA
25.18
Mean age of women at
birth of first child
Total fertility ratesa
Public expenditure on
family/children as
percentage of GDPb
Income maintenance
benefit in the event
of childbirth, Euro
per inhabitant (at
constant 2000 prices)
Average number of
weekly hours of
formal care for
children less than 3
yearsc
Average number of
weekly hours of
nonformal care for
children less than 3
yearsd
Italy
Estonia
Clusters
Cluster 1
Table 7 Selected indicators of public and private provision for children, 2005
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
WORK AND TIME USE BY GENDER
148
Belgium
France
Germany
Hungary
Poland
UK
Finland
Norway
Sweden
Latvia
Lithuania
Slovenia
2
3
4
Source: Eurostat (2005).
157.1
3,408.1
3,454.3
Estonia
Italy
Spain
1
238.2
420.9
261.8
472.8
153.9
533.5
252.5
4,392.9
4,813.6
899.6
3,783.2
3,583.0
Women
CLUSTERS
NO
309.4
503.3
335.6
619.6
243.8
886.1
616.3
7,316.7
9,546.4
1,225.3
5,063.3
6,605.5
189.9
6,130.4
7,039.6
Men
28.1
10.2
40.9
96.8
66.4
146.5
50.6
456.5
133.6
151.8
240.5
737.5
13.4
565.4
568.9
Women
15.1
NA
21.8
86.3
94.3
253.4
72.9
445.5
296.6
106.2
161.0
988.9
2.1
910.7
659.9
Men
Yes, ‘‘special leave’’
days remunerated
12.6
7.2
NA
8.6
5.0
13.7
21.2
77.6
106.4
44.5
47.4
239.2
2.5
91.8
90.7
Women
19.0
NA
NA
12.6
12.4
25.7
23.7
112.1
212.8
67.1
74.6
453.1
2.5
186.2
125.2
Men
Yes, ‘‘special leave’’
days not at all
remunerated
31.6
64.7
12.7
46.7
71.2
83.6
30.8
998.9
169.3
150.9
216.7
348.1
16.2
347.0
805.0
Women
12.2
39.2
11.8
62.4
100.8
168.8
50.1
1,406.7
294.5
161.3
190.1
681.6
14.4
580.2
1,560.9
Men
Yes, other arrangements
always used
Table 8 Number of full-time employed persons ages 20–49 taking time off over the last twelve months for family sickness or emergencies,
2005
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WORK AND TIME USE BY GENDER
of provision for children. There are considerable differences in public
expenditure on families and children, income maintenance benefits in the
event of childbirth, formal care for children, and informal care that must
be provided by the family.
As Table 7 shows, and by taking into account Vicenç Navarro’s analysis
(2005, 2007) of EU social expenditures, countries in Clusters 1 and 4 and
Poland and the UK in Cluster 2 present low social expenditures when
compared with the other groups and countries. In this sense, Monica
Threlfall, Christine Cousins, and Celia Valiente (2005) argue that
dependency and social solidarity are the results of this spare expenditure in
the so-called Mediterranean gendered social policy regime. As a result,
women are dependent on men’s incomes, whereas men are dependent
on women’s unpaid care work. The process of the individualization
of citizenship and family rights has been much slower in the two
Mediterranean countries. This is evidenced by the belated and limited
development of individual paternity rights to substitute for family rights and
the continued use of joint tax returns, which, according to Paloma de Villota
(2009), represent instances of heavy fiscal gender discrimination and thus
discourage the labor market participation of the second family earner, who is
usually a woman. These countries still carry the legacy of totalitarian regimes,
and family matters have remained within the private sphere by reducing the
implementation of public policies that affect the family. This lack of policies
related to families has reinforced the perpetuation of the traditional family
and of the family’s caretaking burden, together with women’s low labor
market activity rates (Rosanna Trifiletti 1999).
Social expenditure, along with many other public policies, influences
individuals’ choices, particularly women’s, about their labor market
participation and the ways in which individuals balance the competing
demands of their professional and personal lives. Table 8 shows, as an
example, one of the differences that still exist in EU countries’ policies for
reconciliation of work and family life: the various national legal rights to
employees’ family-related leave. Notably in Table 8, it is always women who
take time off for family sickness or emergencies. Table 8 further shows
countries’ different possibilities for taking time off for family reasons:
special leave days remunerated, special leave days not remunerated, other
schemes, or no possibility of leave. There are differences in the schemes by
country, though they do not perfectly correspond to the four clusters.
C O N C LU S I O N S
Time-use data allow us to show how unpaid care work that takes place
outside the marketplace represents an essential and distinctive part of the
economy. Cross-national comparisons show the persistent patterns and
differences in observed gender inequalities on total workload and care
149
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
ARTICLES
responsibilities. We used the HETUS, an international time-use study of
fifteen countries, to conduct a country-by-country and group-by-group
analysis based on cluster methodology.
European countries show similarities and differences regarding time use
by gender. The first similarity is that women perform the bulk of unpaid
care work across all countries; this is why it is so important for feminist
scholars to advance visibility and measurement of unpaid care work. In
contrast, across all countries studied, men specialize in paid work, resulting
in important differentiated consequences, especially in capabilities and
autonomy, for men and women. In addition, among all fifteen countries we
analyzed, except for Sweden, women work more total hours than men,
since the time women spend in paid work is more than the time men spend
in unpaid care work. Consequently, women have less free time than men,
and this difference is likely to affect their capabilities and well-being.
We examined welfare regimes from a gender perspective to explore how
different combinations in the provision of welfare between the state, the
market, the family, and civil society support different models of family and
gender relations, and differences in gendered patterns of time use. We
have grouped the European countries, for which we have harmonized TUS
data, in four clusters according to gender inequality in time use. We found
that the countries are grouped in a slightly different way than the standard
used for the original clusters by Esping-Andersen (1990) and other gender
regime classifications, such as that created by Lewis (1992), which did not
consider time-use data nor include Eastern European countries.
Different institutional settings and labor market structures are associated
with the different clusters. The countries with the greatest inequalities in the
distribution of unpaid care work are those showing the lowest women’s labor
market activity rates, namely, Spain, Italy, and Estonia. However, some welfare
systems are oriented towards the provision of state services and benefits for
the majority of the population. For example, Sweden, Norway, and Finland
show high activity rates among women, which account for the most egalitarian
distribution of unpaid care work and total work time by gender in our survey.
These findings allow us to build some public policy recommendations
about the importance of time-use surveys and the need to improve the
quality of care without decreasing women’s well-being and autonomy. The
nature and extent of the choices women and men may face in approaching
gender equality depend on how public policies address the issue of unpaid
care work and to what extent women are able to achieve financial
autonomy through their participation in the labor market.
In addition, our results show how the recent restructuring of welfare
states does not need to follow the path of reprivatization and redistribution
of care by channeling it toward the family and the market because this path
could intensify women’s work and important inequalities regarding family
income. In fact, an economic crisis plus the associated recovery measures
150
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
WORK AND TIME USE BY GENDER
should be designed to prevent an increase in women’s workload. Rather,
sustainable structural adjustments require investments in care and equality.
HETUS data show that although degrees of gender inequality vary, there is
not yet an economic model that is equal and nondiscriminatory from a
feminist perspective. Therefore, innovations in the way a society faces care
have yet to be undertaken. So far, our results show that policymakers still need
to allocate a substantial budget to social services, equal opportunity policies,
education, and other positive actions to truly reduce gender inequality,
especially in relation to men’s nontransferable parental leave. A clear
preference for investment in social services instead of direct transfers is
required. As such, awareness and education must play a key role in changing
social norms and the traditional conception of the family. In addition, we must
think globally, exchanging best practices so as to allow both developed and
developing countries to build a more gender-equal welfare system. In order to
advance along these lines, it is necessary to have homogeneous and welldesigned TUS to measure care economies and to allow for new cross-national
comparative studies. TUS need to be continuous over time, to capture
evolution and cultural changes, and to add other socioeconomic variables and
indicators aiming to obtain a full picture of the so far socially unsustainable
economic development in terms of gender equity. Moreover, it is necessary to
overcome the gender bias that is deeply entrenched in social protection
systems and to make citizenship truly inclusive. This is the only way to advance
in the analysis of the other economy, where the direct production and
maintenance of human beings take place.
Lina Gálvez-Muñoz
Department of Economics, University Pablo de Olavide
Carretera Utrera Km. 1, Seville 41013, Spain
e-mail: [email protected]
Paula Rodrı́guez-Modroño
Department of Economics, University Pablo de Olavide
Carretera Utrera Km. 1, Seville 41013, Spain
e-mail: [email protected]
Mónica Dómı́nguez-Serrano
Department of Economics, University Pablo de Olavide
Carretera Utrera Km. 1, Seville 41013, Seville, Spain
e-mail: [email protected]
ACKNOWLEDGMENTS
We thank the referees and guest editors for all their comments and
suggestions, which have been very useful in improving this study. Previous
151
ARTICLES
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
versions benefited also from comments by participants at the 2007 IAFFE
conference in Bangkok; the UNDP Expert Group Meeting on ‘‘Unpaid
Work, Economic Development and Human Wellbeing’’ in New York; the
workshop on ‘‘Unpaid Work, Time Use and Public Policy’’ in Washington;
and at the second Spanish Feminist Economics Conference in Zaragoza.
All views and errors are our own. This research has been made possible
through the economic support of the national R&D project, ‘‘Time Use
Analysis of Spanish Labor’’ (ECO2008-05325) and the regional R&D
project, ‘‘The Care Economy in Andalucia’’ (P09-SEJ-4833).
NOTES
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
This problem has occurred through the European Community Household Panel
(ECHP), the Multinational Time Use Study (MTUS), and the HETUS; an important
effort to compile time-use data has been made by the Economic and Social Research
Council (ESRC) and its ESRC Research Centre on Micro-Social Change (MISOC).
See Jutta M. Joesch and Katharina Spiess (2006) for a European time-use study on
child care.
One existing study (Jonathan Gershuny and Oriel Sullivan 2003) uses time-use data in
a comparison of welfare regimes, but it only considers time spent in paid work. In
addition, the sample of countries in this study is limited, and they are characterized in
terms of different predetermined welfare systems.
Anette Borchorst (2011) has recently challenged the status of Nordic countries as
‘‘women-friendly’’ with regard to aging populations and economic globalization.
Increasing multiculturalism has made the previously fairly homogeneous Nordic
countries much more diverse and gender equality a contested issue.
According to O’Connor (1993), comparative research on the welfare state was
concentrated on the relationship between the labor market and the state, with little
attention given to the family aspect of this tripartite relationship. The concept of
personal autonomy remedies this imbalance. The absence of involuntary economic
dependence does not imply the absence of interdependence. While interdependence
implies choice, equality, and reciprocity, involuntary economic dependence implies
an unequal power relationship and the absence of choice.
Strange (2001) uses this term to explain the progression of neoliberal policies from
the 1980s.
A list of the subactivities included in unpaid care work is available, upon request, from
the authors.
For a study on some weaknesses of HETUS, see Cristina Carrasco and Maribel
Mayordomo (2005).
The 1997 Australian Time Use Survey includes a category called ‘‘minding children’’
(Dennis Trewin 1999).
The average day is an average for the whole group of respondents across the whole
year, which means that all persons are included, whether they have performed this
activity or not, and all days of the week as well as working and holiday periods are
included. Although the average day is an abstract measure and does not describe
concrete everyday life at the individual level, it is a proper indicator of time use at the
aggregate level and enables comparisons between countries and population groups.
For the Swedish case, see Anita Nyberg (2004). John Ekberg, Rickard Eriksson, and
Guido Friebel (2004) found that after the Swedish government included a
nontransferable first month for fathers in 1995, daddy quotas increased considerably
152
WORK AND TIME USE BY GENDER
11
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
12
13
14
15
16
17
18
in the short term. Rickard Eriksson’s (2005) analysis of the introduction of a second
nontransferable month in Sweden for fathers shows an increase not only in the
amount of leave fathers request, but also in requests by mothers, since the reform
coincided with an increase in the parental leave by one month. For a comparative
analysis on parental leaves, see Carmen Castro-Garcı́a and Marı́a Pazos-Morán (2008).
A study on family networks in Southern Spain has shown that in-kind networks
continue to be essential for the sustainability of economic and social systems (José
Antonio Fernández-Cordón and Constanza Tobı́o 2006). A key factor is the low
economic activity rates of grandmothers. However, this situation will change in the
coming decades, as the new grandmothers will still be working in the labor market
when their grandchildren are born.
If the number of variables is very high, it will cause an exponential increase in the
number of clusters during the calculations needed to define them.
We include time spent on childcare and the care of dependents in the category
‘‘unpaid care work.’’ We had performed a previous cluster analysis to the one
presented here, including an isolated variable on ‘‘childcare’’ instead of considering
it inside the variable ‘‘unpaid care work.’’ To do this, we defined a new variable as
women’s time spent in childcare as a proportion of men’s time spent in childcare. The
results were not congruent because Lithuania shows a very high ratio in this variable,
which distorts the analysis, due to the fact that there are almost no men who devoted
time to this activity (only 1 minute per average day).
The most common form of standardization is reducing the average of the variable to
every observation and dividing this result by its standard deviation. The result
eliminates differences of value between variables that arise due to differences on the
scale in which the variables are measured. Therefore, when differences of scale do not
exist, it is not necessary to carry out the standardization.
There are basically two types of algorithm for this purpose: hierarchical and
nonhierarchical. Hierarchical algorithms are based on clustering in successive stages
according to the rigorous inclusion of elements in each subgroup. Within any
structure of clusters obtained, we can produce a greater degree of homogeneity with a
larger number of groups. Nonhierarchical methods work in the reverse way. The
number of clusters to be identified is predetermined, and so the procedure consists of
a single classification of k objects that act as the initial estimation of the center of each
cluster. This center can be specified by the researcher or determined by the
algorithm. Generally, the algorithm used is the k-means algorithm, which seeks to
allocate items to those clusters with relatively close centroids. The centroid is the
p-dimensional point resulting from averaging the values of cluster objects for each
variable.
The ‘‘economic gift’’ is the mechanism by which unpaid women’s services allow men
to develop their professional careers while limiting careers for women. Wives who do
not work in the labor market not only assume all of the housework but also commit
themselves to promoting the careers of their spouses, for example, by agreeing to
mobility, helping them in their social lives, or arranging their agenda (Olwen Hufton
1997).
The countries covered in the OECD analysis are Australia, Austria, Belgium, Canada,
the Czech Republic, Denmark, Finland, France, Germany, Greece, Hungary, Iceland,
Ireland, Italy, Japan, Korea, Luxembourg, Mexico, the Netherlands, New Zealand,
Norway, Poland, Portugal, the Slovak Republic, Spain, Sweden, Switzerland, Turkey,
the UK, and the US.
Among the countries included in the multicountry ISSP94 household survey, Joost de
Laat and Almudena Sevilla-Sanz (2006) conclude that more children are born in
households with high gender inequality in time allocation and women’s participation
153
ARTICLES
in the labor market is low. However, consistent with the presence of social
externalities, women in countries with less egalitarian views where men participate
less in home production are less able to combine having children with market work,
leading to lower average fertility rates (Joost de Laat and Almudena Sevilla-Sanz
2011).
Downloaded by [Universidad Pablo de Olavide] at 14:37 30 September 2012
R E F E R EN C E S
Aguiar, Mark and Erik Hurst. 2007. ‘‘Measuring Trends in Leisure: The Allocation of
Time over Five Decades.’’ Quarterly Journal of Economics 122(3): 969–1006.
Akerlof, George A. and Rachel E. Kranton. 2000. ‘‘Economics and Identity.’’ The
Quarterly Journal of Economics 115(3): 715–53.
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