Como ser un Cristiano Genuino

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Como ser
un Cristiano
Genuino
KONG DUEN-YEE
INDICE
Recibir la salvación........................................................................ 1
Creer y ser bautizado .................................................................... 2
Recibir el bautismo del Espíritu Santo....................................... 4
Amar a Dios y al hombre............................................................. 4
Tener comunión con los santos.................................................. 7
Atender al servicio y participar del pan y la copa..................... 9
Ofrecer con un corazón gustoso .............................................. 11
Leer la Biblia constantemente ................................................... 13
Velar y orar................................................................................... 15
Confiar y obedecer...................................................................... 17
Ganar almas para Cristo ............................................................. 19
Guardar la palabra continuamente............................................ 21
Esperar la venida del Señor ....................................................... 23
Como ser un Cristiano Genuino
Recibir la salvación
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de
Dios” (Ro. 10:17).
Puesto que hemos oído la verdad y nos hemos dado
cuenta de que somos pecadores, debemos arrepentirnos de
todos nuestros pecados humilde y sinceramente ante Dios, y
apartarse de una vida de condenación a su senda de santidad.
Cuando nuestros pecados nos son revelados en la luz del
Espíritu Santo, no pongamos pretextos o nos engañemos a
nosotros mismos. Es preferible estar arrepentidos de todos
los pecados que hemos cometido y aborrecer nuestra
carnalidad. Necesitamos estar bien seguros en confesar
nuestros pecados y estar determinados a dejarlos, confiando
en el Señor. Debemos rogar a Dios que perdone nuestros
pecados y nos limpie con la preciosa sangre de su Hijo
Jesucristo. También debemos entregarnos a Dios y creer
totalmente en su promesa. De esta manera, nuestros pecados
serán perdonados y obtendremos la paz. Habiéndonos
despojado de nuestro “viejo hombre” (el cuerpo del pecado),
somos una nueva persona en Cristo— ya no esclavos del
pecado, sino hijos de Dios. Ya no vivimos bajo el poder del
pecado de Satanás sino en el reino de la luz y libertad. Esto
es nacer de nuevo.
El primer nacimiento es de la carne— nacidos de padres
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humanos. Es una vida temporal y pecaminosa, la cual lleva a
una segunda muerte (el lago de fuego). El segundo
nacimiento es del Espíritu (nacer de nuevo)— nacido de Dios.
Es una vida santa y eterna que proviene de Dios, la cual no
está sujeta a la muerte segunda, pero gozará de bendiciónes
eternas del cielo. El Señor Jesucristo dijo, “Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre [al cielo] sino por
mí” (Jn. 14:6). También dijo, “… De cierto de cierto te digo,
que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de
Dios. Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:3, 7). “El que
encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y
se aparta alcanzará misericordia” (Pr. 28:13). “Mas a todos
los que recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12). “Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe… ” (Ef. 2:8).
Creer y ser bautizado
“El que creyere y fuere bautizado, será salvo… ” (Mr.
16:16). La fe es el primer paso a la salvación. Y el bautismo
es el testimonio de la salvación, hecho ante Dios y el hombre.
El que cree en el Señor debe de ser bautizado en su nombre.
Sin embargo, el que no se arrepienta sinceramente de sus
pecados, no será salvo, aunque haya sido bautizado muchas
veces. Por otro lado, una persona que se ha arrepentido será
salva aunque no tenga la oportunidad de ser bautizado. Un
buen ejemplo es de uno de los dos ladrones que fueron
cruicificados al lado de Jesús. Aunque él no tuvo la
oportunidad de recibir el bautismo de agua, él
verdaderamente creyó en el Hijo de Dios. Y así el Señor le
hizo una promesa: “… hoy estarás conmigo en el paraíso”
(Lc. 23:43).
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Si Dios nos da la oportunidad de ser bautizados mientras
estamos vivos, debemos recibir el bautismo sin excusa.
Nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios, dejó su gloria y honor
para venir al mundo en forma de hombre. Aun tuvo que
cumplir toda justicia, recibiendo el bautismo de Juan en el
Jordán (véase Mt. 3:13–17). ¿No deberíamos imitarlo al ser
bautizados como buen testimonio ante Dios, el hombre, los
ángeles y el diablo?
El bautismo de agua tiene un gran significado. La Biblia
dice, “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados
en Cristo Jesús hemos sido bautizados en su muerte? Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el
bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en
vida nueva” (Ro. 6:3–4). Cuando somos inmersos en el agua,
se significa que nuestro ‘viejo hombre’(el cuerpo del pecado)
está muerto y sepultado con Cristo. Cuando subimos del
agua, se significa nuestra resurrección con Cristo. “En cuanto
a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre que
está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en
el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef.
4:22–24).
Bautismo por inmersión es una Escritura verdadera.
Debemos seguir la Biblia, sumergiendo nuestro cuerpo
entero en el agua. Solamente entonces el significado del
bautismo de agua puede ser totalmente declarado. La
mayoría de las denominaciones practican el bautismo
rociando con agua, lo cual no es consistente con la Biblia.
“Bautismo” significa “inmersión.” En su bautismo, el Senor
Jesús subió del agua, poniendo así un buen ejemplo a seguir
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(véase Mt. 3:16). Nosotros los creyentes en el Señor
debemos seguir su ejemplo. Bautismo por rociamiento de
agua es meramente una tradición del hombre, una levadura
venenosa del Catolicismo Romano.
Recibir el bautismo del Espíritu Santo
Cada cristiano tiene que recibir el testimonio completo
de Dios, que él ha testificado de su Hijo. “Y tres son los que
dan el testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre;
y estos tres concuerdan. Si recibimos el testimonio de los
hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el
testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo” (1
Jn. 5:8–9). Cuando creemos en el Señor, recibiremos no sólo
el bautismo de sangre (nacer de nuevo por arrepentimiento)
y el bautismo de agua (obedecer la verdad después de haber
sido bautizado en la iglesia), sino también el bautismo del
Espíritu Santo (lleno del Espíritu Santo). Asípues ganaremos
poder para triunfar sobre el pecado, amar y servir al Señor, y
caminar sobre el camino celestial. “Porque de su plenitud
tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). Nunca
debemos dejar de alcanzar la gracia de Dios. El Señor Jesús
dijo, “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas
vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de
no muchos días” (Hch. 1:5).
Amar a Dios y al hombre
“‘Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’
É ste es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante:
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‘amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ No hay otro
mandamiento mayor que éstos” (Mr. 12:30–31). No hay
amor en el mundo que se compare con el gran amor de Dios.
El amor humano es limitado, egoísta y explotador. Los que
son amables serán amados más. Mientras que los que no son
amables serán amados menos o nada. Pero el amor de Dios
es grande y maravilloso. Ante É l deberíamos haber sido
condenados a la muerte por nuestra rebelión y desobediencia.
Estamos corruptos y sucios, sin bondad, y como trapos sin
valor. Aun así nos amó tanto que envió a su Hijo amado
Jesús a morir por nosotros, para la redención de nuestros
pecados, mediante el derramamiento de su sangre.
“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo,
pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:7–8). Por esta
razón, amemos al Señor nuestro Dios. “É l que no amare al
Señor Jesucristo sea anatema” (1 Co. 16:22). Y si lo amamos,
debemos hacer su voluntad y ocuparnos de su corazón.
“Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os de
apartéis de fornicación [adulterio con el mundo]” (1 Ts. 4:3).
Muchos cristianos alegan sobre si es correcto fumar, ir al
cine, jugar, tomar licór, bailar, ver televisión o escuchar el
radio. Algunas veces sus argumentos se convierten en furia.
Pero todo esto es innecesario. Sólo tenemos que
preguntarnos esto: “¿De verdad amo al Señor?” El Señor no
nos forzará a amarlo. É l quiere nuestro amor que sea
voluntario, porque sólo tal amor es precioso y agradable a É l.
Lo amamos porque É l nos amó primero. É l murio
voluntariamente por nosotros. ¿No deberíamos entregarnos
totalmente a É l y amarlo con fidelidad por el resto de
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nuestras vidas? Si alguien dice que ama al Señor pero se
rehusa a dejar los deseos de la carne y los placeres del mundo,
se engaña a símismo y a Dios.
El testimonio más importante de la iglesia es su
separación del mundo. El mundo no puede coexsistir con
Dios. El principio del mundo es crucificar a Cristo, sino el
principio de la cruz es crucificar al mundo y a mí. Pablo dijo: El
mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo (véase Gá.
6:14). “¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el
mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo
del mundo, se vuelve enemigo de Dios. ¿O creen que la
Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíiritu
que hizo morar en nosotros?” (Stg. 4:4–5 Nueva Versión
Internacional). El Espíritu de Dios es santo y celoso. Dios
nunca nos permitiría amar nada aparte de Cristo, porque
somos la novia del Señor. Un día juzgaremos al mundo
juntos con É l. ¿Cómo no mantenernos santos y castos?
¿Cómo cometer adulterio con el mundo? Si la esposa de un
hombre está enamorada de otro hombre, ella no puede
agradar a su marido. ¿Cómo, pues, es nuestro amor para
nuestro Amado? ¿Que no es su amor para nosotros— un
amor más dulce que el vino— lo suficiente para cautivar
nuestros corazones?
No debemos continuar inducíendonos en modas
mundanas, fumar, tomar, jugar, pelear, leer publicaciones
obcenas, escuchar música mundana, y más. Estas cosas le
dan oportunidad a Satanás de blasfemar contra Dios. Se reirá
del Señor, “¿Dónde está tu amada novia(los cristianos)?
¿Que no duerme a mi lado? A ella, no le importa tu gran
amor por ella. Aunque la hayas adquirido con tu preciosa
sangre para que sea tu esposa, ¡Yo sigo siendo al que ella
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adora!” Sólo imagina cómo tales insultos herirán al Señor.
¿Por qué todavía nos rehusamos a dejar el mundo y sus
placeres pecaminosos? ¿Por qué continuamos contristiendo
el Espíritu Santo? “No améis al mundo, ni las cosas que
están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él… Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el
que hace la voluntad de Dios permanence para siempre” (1
Jn. 2:15, 17).
No sólo debemos amar a Dios con todo el corazón, sino
también amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos.
Como pecadores, fuimos egoístas. Ahora que hemos hallado
gracia, debemos negarnos a nosotros mismos y amar a otros.
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de
Dios. Todo aquel ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.
El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es
amor… Si alguno dice: yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a
quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha
visto?” (1 Jn. 4:7–8, 20). No ame sólo a sus hermanos sino a
todos los hombres. No ame sólo los que son amables sino
también a los que no lo son. El Señor Jesús dijo, “… Amad a
vuestros enemigos, … y orad por los que os persiguen; para
que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos… ” (Mt.
5:44–45). “… el amor cubrirá multitud de pecados” (1 P. 4:8).
“[El amor] es el vínculo perfecto” (Col. 3:14). “… el amor
edifica” (1 Co. 8:1). “… El que ama al prójimo, ha cumplido
la ley” (Ro. 13:8). “Seguid el amor… ” (1 Co. 14:1).
Tener comunión con los santos
Una vez que aceptemos a Jesucristo como nuestro
Salvador, debemos retornar a su redil, la Iglesia del Nuevo
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Testamento establecida por el Espíritu Santo, para que
crezcamos en fe cristiana. (¡Cuídese de las denominaciones
que no predican la verdad completa!) Ama a la iglesia de
Dios con todas sus fuerzas y con todo su corazón. Sirva en
el sagrado obra diligentemente. Tenga comunión constante
con los miembros del cuerpo (hermanos y hermanas) en el
Espíritu Santo. Amonéstese con amor y ayude los unos a los
otros. “Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos
con paciencia los unos a los otros en amor. Solícitos en
guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un
cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una
misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un
bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y
por todos, y en todos” (Ef. 4:2–6).
“De manera que, teniendo diferentes dones, según la
gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la
medida de la fe; o si de servicio en servir; o el que enseña, en
la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte,
con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace
misericordia, con alegría. El amor sea sin fingimiento.
Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los
otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos
los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no
perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.
Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación;
constantes en la oración; compartiendo para las necesidades
de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que
os persiguen; bendecid y no maldigáis. Gozaos con los que
se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros;
no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis
sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por
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mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es
posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con
todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito
está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Asíque, si
tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed,
dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego
amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo,
sino vence con el bien el mal” (Ro. 12:6–21).
“Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo
el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor” (Ef. 4:15–16). “Nada hagáis por
contienda o por vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;
no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual
también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:3–5).
Atender al servicio y participar del pan y la copa
“No dejando de congregarnos… ” (He. 10:25). Como
hijos de Dios debemos servirle regularmente en su santo
templo. El día del Señor (Domingo) es el día que marca la
resurrección del Señor y el descenso del Espíritu Santo. En
este día, tenemos que poner aparte las cosas seculares y traer
a toda la familia a la iglesia para adorar al Señor. Si nos
acérquemos a Dios, É l se acercará a nosotros. Los que le
temen a Dios, sean jóvenes o viejos, serán bendecidos por É l.
Aparte de atender el servicio del Domingo, debemos
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también atender reuniones diarias, como asambleas de
oración y estudios bíblicos u otras convenciónes. Porque
ésto es agradable al Señor. El Señor dice, “Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos” (Mt. 18:20).
Debemos partir el pan regularmente en memoria de
nuestro Señor Jesucristo porque ésto es un servicio santo
que É l estableció antes de su crucifixión. Lo hacemos
frecuentemente en memoria de su muerte hasta que É l venga.
“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió,
y dio a sus discípulos, y dijo: ‘Tomad, comed; esto es mi
cuerpo.’Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio,
diciendo: ‘Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del
nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de
los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de
este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con
vosotros en el reino de mi Padre’” (Mt. 26:26–29). “Así, pues,
todas las veces que comieres este pan, y bebieres esta copa, la
muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. De manera
que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del
Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre
del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma
así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe
indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come
y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y
debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos
examinásemos a nosotros mismos, no seriamos juzgados” (1
Co. 11:26–31).
Antes de comer el pan del Señor y beber de su copa,
examinémonos a nosotros mismos. Si nos encontramos
culpables de cualquier pecado en la luz del Espíritu Santo,
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debemos confesarlo y arrepentirnos delante del Señor.
También debemos enfrentarse nuestros propios pecados.
Después de eso, participaremos del pan y de la copa del
Señor.
Ofrecer con un corazón gustoso
Como buenos administradores de Dios, debemos
voluntariamente ofrecer cualquier cosa que Dios nos ha
confiado a nuestro cuidado— sea el cuerpo, el alma, la
sabiduría, el dinero, el tiempo o las cosas materiales. Dejen
que É l use todo esto para difundir el evangelio del reino
celestial. “… Pues todo es Tuyo, y de lo recibido de Tu mano
Te damos” (1 Cr. 29:14).
En la era del Antiguo Testamento, la gente de Israel daba
sus diezmos, y Dios prometió bañarlos con bendiciones
desde el cielo. “Traed todos los diezmos al alfolí y haya
alimento en mi casa; y probadme ahora en esto dice Jehová
de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y
derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”
(Mal. 3:10). En la era del Nuevo Testamento, nosotros los
que somos redimidos con la preciosa sangre del Señor
Jesucristo y quienes han obtenido su gracia, “presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios,
que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1). Esto no significa
que cada cristiano debe ofrecerse a ser un predicador de
tiempo completo. (Para asumir este ministerio dado por
Dios, se debe estar bien seguro del llamamiento y de la
selección de Dios). Por lo tanto, ofrecer el cuerpo y el
corazón al Señor y vivir y testificar de É l es el minimo
requerimiento de cada cristiano.
Puesto que somos bautizados en el nombre del Señor,
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somos suyos. Ya no nos pertenecemos, ni tenemos ningunos
derechos o maestria sobre nuestro espíritu, alma, y cuerpo.
Cristo es nuestro Maestro, y É l reinará supreme en todas las
cosas. Lo que aborrece, debemos oberrecer y nunca hacer; lo
que le agrada, lo debemos hacer con todo nuestro corazón y
con todas nuestras fuerzas. Vivimos para el Señor. También
morimos para É l. Todas las cosas se deben hacer a la gloria
de su nombre. Puesto que nuestro espíritu, alma, y cuerpo
pertenecen al Señor, también voluntariamente le entregamos
nuestras posesiones materiales. “Pues doy testimonio de que
con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá
de sus fuerzas, … a sí mismos se dieron primeramente al
Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios… El que
siembra escasamente, también segará escasamente; y el que
siembra generosamente; generosamente tambien segará.
Cada uno dé como propuso su corazón; no con tristeza, ni
por necesidad, porque Dios ama al dador alegre (2 Co. 8:3, 5;
9:6–7).
En la casa de Dios, muchas obras evangelicas
importantes no se pueden llevar a cabo, y muchos siervos de
Dios están en dificultades financieras. Esto es porque los
hijos de Dios no son fieles en sus ofrendas. Han convertido
la gracia de Dios como ocasión para la carne. Han robado a
Dios (véase Mal. 3:8) y gastado su dinero en placeres y
beneficios personales. ¡De cierto dejamos de alcanzar la
gracia de Dios! Hay muchos cristianos que no entienden la
verdad de la ofrenda. En sus celos carnales, ciegamente
ofrecen el dinero y los talentos que Dios les ha confiado a
los falsos grupos religiones (las denominaciones que
rechazan la preciosa sangre, la verdad, o el bautismo del
Espíritu Santo). Les ayudan a pecar y se oponen a Dios a
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costa de la gracia de Dios. Hacen lo que no deben de hacer.
¡Qué imprudente! Por lo tanto, antes de ofrendar debemos
buscar la guía del Espíritu Santo. Nunca actua por lo que
sienta su alma. Si oramos más, el Espíritu Santo nos dará la
sabiduría de dirigir todas las cosas que Dios nos ha confiado.
Sabremos cómo mantenerlas, ofrecerlas o usarlas en la
voluntad de Dios. Todo lo que nos ha confiado el Señor
debe ir a la Iglesia del Nuevo Testamento edificada por el
Espíritu Santo. Este ofrecimiento será como ungir el cuerpo
del Señor con ungüento fragante. Seamos todos buenos y
fieles administradores.
Leer la Biblia constantemente
La bendición más grande de los cristianos es la Santa
Biblia— la palabra de Dios. Es la palabra de la vida eterna, un
verdadero tesoro. Todos los días, tenemos que leer y
escudriñar las Escrituras, las cuales recibiremos bendiciones
espirituales de toda clase. Conoceremos y amaremos más a
Dios, y aprenderemos a confiar y obedecerlo.
Y “que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras,
las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe
que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por
Dios, útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda Buena obra” (2
Ti. 3:15–17).
Si uno no vence el pecado, el pecado lo vencerá a él. La
Biblia es como un espejo, la cual refleja nuestros pecados. Es
también el poder de la vida, que nos habilita a vencer el
pecado. “Ordena mis pasos con tu palabra, y ninguna
iniquidad se enseñoree de mí. Lámpara es a mis pies tu
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palabra, y lumbrera a mi camino. ¿Con qué limpiará el joven
su camino? Con guardar tu palabra” (Sal. 119:133, 105, 9).
La Biblia es también el pan de la vida. Un árbol no puede
crecer sin agua; tampoco un cristiano madurará sin alimento
espiritual. “… No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4).
La Biblia es también nuestra ayuda y consolación
oportunas en tiempos de tribulación. El hombre siempre
tendrá problemas y preocupaciónes en la vida. No obstante,
la Biblia contiene miles de preciosas promesas para los que
creen en Dios. Recibiremos maravilloso aliento y segurida de
la Biblia si le conocemos como el justo, santo, amoroso,
bondadoso, fiel y poderoso Dios, el Todopoderoso único
que hace maravillas y con placer nos baña con Su gracia. ¿No
deberíamos amarle y depender más de É l? “Y conoceremos,
y proseguiremos en conocer a Jehová” (Os. 6:3).
Los cristianos deben levantarse temprano y leer la
palabra del Señor. Es lo primero que hacemos de la mañana.
Leamos la Biblia con corazón humilde y deseoso, y no
busquemos por faltas. Antes de leer su palabra, debemos
orar a Dios que nos abrirá el entendimiento, para que
comprendiéremos las Escrituras (véase Lc. 24:45). El
Espíritu Santo nos guiará a toda la verdad. Debemos tener
absoluta confianza en Dios. Porque É l aborrece un corazón
incrédulo y dudoso. Creer en la palabra de Dios es una
verdadera bendición en la vida. Entre más fe, más
bendiciones tendremos, porque Dios nos concede todo de
acuerdo con nuestra fe y deseo (véase Mt. 9:29; 15:28). Sobre
todo, seamos totalmente obedientes a Dios. Si nuestros
pensamientos o obras son inconsistentes con sus leyes y
estatutos, debemos negarnos a nosotros mismos y
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someternos a É l. Quizá tengamos que pagar un precio muy
caro, pero vale la pena. Porque su gracia estará sobre
nosotros de por vida.
Velar y orar
La oración es la llave al tesoro celestial que suple todas
nuestras necesidades físicas y espirituales. “Por nada estéis
afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiónes delante de
Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz
de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará
vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Mi Dios, pues suplirá todo lo que os falta conforme a sus
riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:6–7, 19).
Los cristianos son buenos soldados de Cristo, quienes se
pelean con el diablo todos los días. Así que, levantémonos
temprano por la mañana a orar y extraer poder desde lo alto.
Sólo asívenceremos al diablo y el pecado. Debemos entregar
todo el día a Dios, y dejarlo controlar y guiar nuestros pasos
a su voluntad. También oremos por otros. Si bendecimos a
otros, seremos bendecidos por Dios. Sobre todo, oremos
por el reino de Dios y sus obras. En el victorioso y
honorable nombre del Señor Jesucristo, y por su preciosa
sangre, reprendemos a Satanás, destruimos sus planes,
arrasamos sus fortalezas y desmoronamos todas sus fuerzas
diabólicas. Supliquemos al Señor a restaurar su iglesia,
pidiéndole que derrame su Espíritu. Que los siervos y hijos
del Señor sean llenos con el Espíritu Santo para que
prediquen el evangelio en el mundo entero y liberen los
esclavos del pecado. “Mas buscad primeramente el reino de
Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt.
6:33).
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No sabemos qué pedir, pero el Espíritu Santo nos
enseña. Si queremos que nuestras oraciónes sean escuchadas
por Dios, tengamos cuidado lo siguiente:
Apartarse el pecado
El pecado es la mayor razón por la cual nuestras
oraciones no son contestadas. Es como una barrera que
previene a Dios de bañarnos con su gracia. Así que la pared
del pecado debe ser derribada (confesar y apartarse nuestros
pecados) antes que nuestras oraciones lleguen hasta el trono
de la gracia del Señor. “He aquíque no se a acortado la mano
de Jehova para salvar, ni se ha agravado su oido para oír;
pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros
y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de
vosotros su rostro para no oir” (Is. 59:1–2). “Si en mi
corazón hubiese yo mirado a la iniquidad” (Sal. 66:18).
Tener fe
“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el duda es
semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y
echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga,
que recibirá cosa alguna del Señor” (Stg. 1:6–7). “Pero sin fe
es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que
se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los
que le buscan” (He. 11:6). El Señor Jesús dijo, “… lo que
pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr.
11:24). Cuando le pedimos al Señor lo que necesitamos,
debemos confiar en É l completamente. Una vez que
entregemos todo a É l, no nos preocupemos más por nada.
Esperemos con acción de gracia y paciencia. Porque él
seguramente obtendrá grandes cosas para nosotros.
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Orar en el nombre del Señor Jesucristo
Antes de orar, debemos confesar nuestros pecados y
alabar a Dios. Entonces derramemos nuestros corazones
ante Dios y encomendemos todo a É l. Cuando terminemos,
debemos decir: “En el nombre del Señor Jesucristo yo oro.
Amén” Asípues nuestra oración será efectiva. El Señor dijo,
“… Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y
recibiréis… Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre,
lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo
pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Jn. 16:23–24; 14:13–14).
Confiar y obedecer
Después de aceptar a Cristo como nuestro Salvador,
debemos totalmente encomendarnos en su mano, confiar en
É l y obedecerlo. Dios tiene su buen propósito para cada uno
de sus hijos, el cual cumplirá de acuerdo con su propio plan.
Si somos obedientes a É l, hará su obra en nosotros. Pero si
somos tercos y desobedientes, su voluntad será impedida y
seremos disciplinados y castigados por É l. Bajo el castigo de
Dios, sufriremos dolor y pena sin necesidad. Todos estos
sufrimientos no tienen valor, porque no son recordados por
Dios. Por lo tanto, sometamonos incondiciónalmente al
Señor para que su voluntad sea hecha en nosotros. Entonces,
no sólo Dios se complacerá, también tendremos vida y paz.
Si es la voluntad de Dios que suframos por la justicia, vale la
pena, porque É l recordará todos nuestros sufrimientos. Si
sufrimos con Cristo, también seremos glorificados con É l.
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”
(2 Co. 4:17).
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“No que seamos competentes por nosotros mismos para
pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra
competencia proviene de Dios” (2 Co. 3:5). Puesto que
nuestra competencia proviene de Dios, ¿de qué tememos?
Por lo tanto, alabemos a Dios por todo, bien y mal por igual.
Hagamos todo sin murmuraciones porque sabemos que asíel
buen propósito del Padre. “Y sabemos que a los que aman a
Dios, todas las cosas les ayudan a bien… ” (Ro. 8:28). Puesto
que sabemos que todo lo que nos ocurre según el
beneplácito de Dios, debemos “en todo dar gracias” (véase 1
Ts. 5:18).
Como cristianos, no importa qué nos pase, debemos
postrarnos delante de Dios y examinarnos. En tiempos de
enfermedad, por ejemplo, debemos encomendar todo a É l,
pidiéndole ayuda y sanación. También debemos pedirle que
nos diriga por el camino correcto. No nos apresuremos a
pedir ayuda al hombre, porque la ayuda del hombre no tiene
valor. En el pasado, cuando los Israelitas estaban en
dificultades, no buscaron a Dios pero confiaron en el poder
del hombre y descendieron a Egipto por ayuda. Dios, en su
ira, les reprocho sus tonterias, diciendo, “¡Ay de los que
descienden a Egipto por ayuda, y confían en caballos; y su
esperanza ponen en carros, porque son muchos, y en jinetes,
porque son valientes; y no miran al Santo de Israel, ni buscan
a Jehová! Pero él también es sabio y traerá el mal, y no
retirará sus palabras. Se levantará, pues, contra la casa de los
malignos, y contra el auxilio de los que hacen iniquidad. Y los
egipcios hombres son, y no Dios; y sus caballos carne, y no
espíritu; de manera que al extender Jehová su mano, caerá el
ayudador y caerá el ayudado, y todos ellos desfallecerán a
una” (Is. 31:1–3).
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Fijemos nuestros ojos en Dios solamente. “Alzaré mis
ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi
socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (Sal.
121:1-2). El que crea, verá la gloria de Dios. Todas sus
promesas y gracia son para los que confian en É l. Nunca deja
por cumplir su palabra. Y É l nunca comete errors. Si
dependa de É l con todo su corazón, no será avergonzado. É l
es un Dios fiel. Se guiará seguramente por el valle de sombra
de muerte y se ayudará a vencer todas sus dificultades.
Entonces lo conocerá como el Dios confiable, digno de
honor y amor.
Ganar almas para Cristo
El Señor Jesús puso su vida en la cruz por toda la
humanidad. É l no quiere que nadie perezca, sino que todos
se salven. La Biblia dice, “[Jesús] verá el fruto de la aflicción
de su alma, y quedara satisfecho” (Is. 53:11). Hoy, el Señor
todavía no está satisfecho, porque millones de almas todavía
no han escuchado el evangelio. La Biblia dice, “También
tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también
debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”
(Jn. 10:16). Cada cristiano tiene la obligación de traer las
ovejas perdidas al redil del Señor. Antes que el Señor subiera
al cielo, mandó a sus discípulos, diciendo, “Toda potestad
me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:18–19). Si
cada cristiano asuma la responsabilidad de predicar el
evangelio, distribuya folletos, testifique a los amigos y
familiares y los traiga a Cristo, y ore por todos los hombres,
el evangelio pronto será predicado por todas partes. El Señor
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sólo estará satisfecho cuando los pecadores se arrepientan de
sus pecados y sean salvos.
Un cristiano debe dar fruto. El Señor es el vid, y
nosotros somos los pámpanos. Los pámpanos extraen
nutrición de la vid diariamente. Su trabajo es llevar fruto. No
como las ramas de otros árboles, los pámpanos de vid no
pueden ser usados para hacer muebles o para otros
propósitos. Tienen sólo una función: dar fruto. El Señor
podará cada pámpano que da fruto, para que dé más fruto.
El ramo que no da fruto será cortado y se secará. Tales
ramos serán recogidos, echados al fuego y quemados (véase
Jn. 15:16). Debemos siempre desear ser llenos con Espíritu
Santo y obedecer al Señor. Debemos también desear dones
espirituales para que así demos buena fruta, para la gloria de
nuestro Padre celestial.
Hermanos y hermanas, cuántos frutos han producido
hasta ahora? La higuera, que por tres años falló en dar frutos,
fue condenado por su dueño: “Córtala, ¿para qué inutiliza
también la tierra?” ¡Qué terrífica condena! Afortunadamente,
el viñador suplicó a su dueño, diciendo, “Señor, déjala
todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la
abone. Y si diere fruto, bien ; y si no, la cortarás después”
(véase Lc. 13:6–9). A lo mejor hemos descuidado nuestra
obligación de traer gente a Cristo. Pero el Señor tiene
misericordia sobre nosotros y nos sigue dando
oportunidades de ganar almas perdidas para É l. Si no nos
ponemos al corriente con nuestros defectos pasados, cuando
lo vamos a hacer? “Me es necesario hacer las obras del que
me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando
nadie puede trabajar” (Jn. 9:4). Aparte de traer los incrédulos
a Cristo, debemos también buscar a las ovejas perdidas del
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Señor— los cristianos que han abandonado al Señor y se han
debilitado. Debemos traerlos de vuelta al redil de Jesucristo,
el gran Pastor de nuestras almas. “Hermanos, si alguno de
entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace
volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su
camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de
pecados” (Stg. 5:19–20).
Guardar la palabra continuamente
La palabra de Dios nos salva, y esta Palabra es el Señor
mismo. Puesto que hemos creído en la palabra, debemos ser
hacedores de ella. “Así también la fe, si no tiene obras, es
muerta en sí misma” (Stg. 2:17). Como cristianos, nuestra
obligación es escudriñar las Escrituras continuamente y
demostrar la verdad por medio de nuestras vidas. Mucha
gente no lee la Biblia, pero observa el estilo de vida de los
cristianos. Si los cristianos viven una vida santa como Cristo,
la gente a su alrededor será influenciada y convertida por
ellos. Nuestro Señor Jesucristo, la Palabra que fue hecho
carne, vino al mundo para salvarnos. Y É l quiere que
nosotros, los que estamos en la carne, nos conviertamos en
la palabra para que demos testimonio de É l en la tierra. “E
indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios
fue manifestado en carne… ” (1 Ti. 3:16).
Cuando quedemos llenos del Espíritu Santo,
naturalmente manifestaremos la gloria de Cristo y
emitiremos su fragancia en nuestras vidas. Una vida que da
testimonia de la verdad es más efectiva y poderosa que
cualquier sermón dado desde el púlpito. Por esta razón, antes
de predicar el evangelio a otros, examinemos a nosotros
mismos primero para ver si llevamos o no una vida como
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Cristo; porque por su fruto se conoce el árbol. Si nuestras
vidas se caracterizan por bondad, santidad, amor y alegría, la
gente se dará cuenta de que somos cristianos. “Pues éste es el
amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus
mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3).
Muchos cristianos nada más que oyen la palabra pero no
viven por ella. En la Iglesia, actuan como cristianos—
cantando, orando, leyendo la Biblia y ofrendando su dinero.
Se parecen tan piadosos y amorosos del Señor. Pero una vez
que salen de la Iglesia, son discípulos del diablo. Fuman,
juegan, toman, se recrean en regocijos del mundo, ven
películas y maldicen a la gente; son codiciosos, arrogantes,
engañosos y adúlteros. Hacen lo que quieren. Si un cristiano
vive esa vida de desgracia, ¿qué diferencia hay entre él y un
incrédulo? Tal cristiano no puede traer gente a la Iglesia. Será
en vez un bloque de tropiezo para los no salvados. ¡Ay de
aquel que hace tropezar a otros! ¡Dios le demandará las vidas
de aquellos que tropezaron! Tales cristianos son los oidores
de la palabra pero no los hacedores de la palabra. Un día,
tendrán que dar cuenta ante Dios. ¿No deberíamos
arrepentirnos rápidamente y pedirle que nos perdone?
Cada cristiano tiene la obligación de guardar la palabra de
Dios. Debemos también defender y sostener la verdad
fielmente. No se dejen llevar por doquiera de todo viento de
doctrina o sigan herejías, porque todas estas enseñanzas son
en contra de la verdad. Los cristianos deben sentir lo mismo
con Cristo en todas las cosas. El Señor Jesucristo fue
crucificado porque É l severamente reprendó a los fariseos
que no guardaron su verdad. De la misma manera, también
debemos retener y fielmente defender la fe pura, la cual el
Señor nos ha encomendado— cualquiera que sea el precio.
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Nunca se comprometa con las falsas doctrinas o herejías. Por
supuesto, los cristianos deben ser amorosos y apaciguados,
pero nunca debemos tolerar o comprometernos con nada
que van en contra de la verdad.
El Señor Jesucristo dijo. “El que no es conmigo contra
mi es; y el que conmigo no recoge, desparrama. No penséis
que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para
traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en
disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su
madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del
hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre
más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o a hija
más que a Mí, no es digno de Mí” (Mt. 12:30; 10:34–37).
Tales condiciones existen por nuestra falta de fe. Así que
pongamos la fe por encima de todas las cosas, porque los
cristianos somos llamados a testificar de la verdad en la tierra.
Muchos santos a traves de los siglos han sido martyrs
porque fueron verdaderos en su fe. Debemos tener lo
mismo sentir para defender la verdad. “Porque nada
podemos contra la verdad, sino por la verdad” (2 Co. 13:8).
En estos últimos días, enseñanzas diabólicas y herejías se
están levantando. La mayoría de la gente no soporta la sana
doctrina de las Escrituras, porque teniendo comezón de oír,
y se volverán a las fábulas. Pero, “… contendáis
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los
santos” (Jud. 3).
Esperar la venida del Señor
Un cristiano es como un buzo recogiendo perlas en el
mar profundo. Aunque hay muchas cosas hermosas, y raros
tesoros en el mar, él no tiene tiempo de verlas. É l sabe que
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hay alguien esperándolo en la superficie, así que se tiene que
apresurar y colectar las perlas. Entonces las venderá y
disfrutará el fruto de su labor. É sto describe el solo
propósito de un cristiano en vida: Ganar almas para Dios.
Aunque hay muchas cosas atractivas en el mundo, no nos
interesan porque el Señor viene pronto. Cuando É l venga,
seremos arrebatados en el aire, juntos con otras almas, para
encontrarnos con É l. Entonces veremos que tan hermosa e
incorruptible es la herencia que É l ha preparado para
nosotros en el cielo. Y la disfrutaremos para siempre.
Aunque no tenemos nada que ver con aquellos que
buscan fama mundana, riqueza, lujo y placeres. “El fin de los
cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es
su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra
ciudananía está en los cielos, de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:19–20). “Por tanto,
ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y
esperar por completo en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado… para una herencia incorruptible,
incontaminada e inarcesible, reservada en los cielos para
vosotros” (1 P. 1:13, 4).
Cuando venga el Señor, todos compareceremos ante su
tribunal. É l nos preguntará que si hemos hecho nuestra obra
fielmente y vivido una vida piadosa. Así que trabajemos con
diligencia para el Señor a cambio de la herencia celestial.
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá
al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la
gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os
estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que
haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una
sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que
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aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado,
y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la
procuró con lágrimas” (He. 12:14–17). Que esto sea nuestra
advertencia, no perderemos nuestra herencia celestial por
algunos placeres mundanos temporales.
Antes que venga el Señor, el diablo estára aún más
alborotado. No dejará a los cristianos en paz a menos que no
amen al Señor. Por lo tanto, “Sed sobrios, y velad; porque
vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en
la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van
cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 P.
5:8–9). “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne,
sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes
espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en
el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad,
pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y
vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el
apresto del evangelio de la paz. Sobre todo tomad el escudo
de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del
maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo
con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello
con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Ef.
6:12–18).
¡El novio (Cristo) viene pronto! ¿Está lista la novia (la
iglesia)? ¿Nos hemos mirado al espejo ultimamente?
¿Estamos adornados en nuestras ropas blancas y puras,
esperando al novio a que venga y nos reciba? Compañeros
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cristianos, “… renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo” (Tit. 2:12–13). Amén.
Oremos: Querido Señor Jesús, A Ti, Te doy gracias y Te
alabo por tu abundante gracia. Tu moriste por mí en la cruz
y redimiste mi espíritu, alma, y cuerpo con Tu preciosa
sangre. Estoy dispuesto a ofrecerte mi corazón y cuerpo
enteros a Ti. Guíame por el resto de mi vida. Llévame a ser
bautizado en tu iglesia, la cual está edificada sobre la
fundamento de la fe pura, para que pueda ser nutrido y
edificado en tu verdad. Bautízame con el Espíritu Santo y
fuego para que tenga poder de apartarme del pecado y del
diablo, persiga la santidad, y traiga a mi familia, parientes y
amigos a Ti. Por favor ilumíname cuando lea la Biblia. Dame
la fuerza para orar que puedo confiarte y obedecerte
completamente. Acércame a Ti en todo momento. Ayúdame
a quererte a Ti, a la iglesia y a todas las almas. Ayúdame a
pelear la buena batalla de la fe para resistir al diablo por Tu
gracia y ser más que un conquistador. Por favor provee para
todas mis necesidades y guarda mi espíritu, alma y cuerpo
completamente irreprensibles. Enséñame a esperar
pacientemente por la venida de mi Señor. En el nombre del
Señor Jesucristo yo oro. Amén.
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