Ópera en Italia Mihaela Marcu y Daniela Pini en Verona Foto: Ennevi I Capuleti e i Montecchi en Verona Después de 30 años de ausencia, regresó a Verona esta ópera trágica de Vincenzo Bellini, estrenada en el Teatro La Fenice el 11 de marzo de 1830. La puesta en escena fue confiada a Arnaud Bernard con escenografía de Alessandro Camera y vestuario de Maria Carla Ricotti. El espectáculo se desarrolla dentro de un museo, supuestamente construido en época de Bellini. Los personajes cobran vida desde los lienzos. La triunfadora de la noche fue la soprano Mihaela Marcu, quien delineó una estupenda Julieta tanto por su línea de canto como por sus cualidades histriónicas. La emisión es cristalina y homogénea, la zona central sólida, el agudo pleno, con fraseo eficaz y una habilidad actoral madura. Su Romeo fue la mezzosoprano Daniela Pini, particularmente versada en el repertorio belcantista. L’artista italiana domina las agilidades, a pesar de faltarle una caracterización vocal plena. Giacomo Patti, Tebaldo, apareció en un estado físico que no fue el óptimo. Su rol, de difícil ejecución, denotó deficiencias técnicas y una emisión problemática, dificultad de entonación y fraseo sumario. También Paolo Battaglia demostró ser un intérprete poco refinado para la parte de Capellio. Su canto es torpe y su voz áspera y quebrada. Más creíble fue el Lorenzo de Dario Russo. La Concertación de Fabrizio Maria Carminati fue vibrante aunque no siempre en sintonía con la delicadeza belliniana. La prueba para la enero-febrero 2014 Orquesta de la Arena de Verona fue del todo correcta, en oposición al Coro, preparado por Armando Tasso, que se presentó —sobre todo el sector femenino— sin la suficiente preparación. por Francesco Bertini Il furioso all’isola di San Domingo en Bérgamo El Festival de Música Gaetano Donizetti presentó este año títulos poco conocidos, como fue el caso de esta producción, que data de 1998, de Emanuele Luzzati. Poder escuchar esta ópera donizettiana fue una oportunidad imperdible, pues resultó interesante tanto por su temática como por la modernidad de su estructura. El libreto de Jacopo Ferretti proviene de algunos episodios del célebre Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, y particularmente de una afortunada y anónima reelaboración teatral. La obra cuenta la historia de un hombre pobre, Cardenio, que huye desesperado de la civilización, buscando refugio en una isla deshabitada, después de la traición de su esposa Eleonora. La obra es única e inusual y con ella Donizetti logró un éxito rotundo. En esta puesta, el difícil rol de Cardenio fue encomendado al barítono chileno Christian Senna, quien ha adquirido mayor seguridad y una capacidad actoral más madura, aunque sigue revelando ciertas dificultades en la zona grave de su voz. A su lado, Paola Cigna, pro ópera El director Leo Muscato hace un buen trabajo con los intérpretes. Mientras que del personaje de Vasco de Gama emerge tanto el ardor juvenil como la inmadurez y la volubilidad, del de Sélika resulta difícil entender la nobleza de su posición a favor de la esclavitud sentimental y humana. El protagonista está a cargo del versátil tenor estadounidense Gregory Kunde, plenamente convincente en escena, capaz de dar protagonismo a un papel lejos de ser simple y convencional. El público festejó la ejecución de la célebre aria ‘Pays merveilleux’, a pesar de cierta entonación vacilante. La protagonista femenina, Sélika, fue encomendada a la mezzosoprano Veronica Simeoni. El rol excede sus posibilidades vocales, pero con inteligencia logró darle una lectura personal, gracias a la belleza de su instrumento, pulido y redondo. Christian Senna y Paola Cigna en Bérgamo Eleonora, explota el poetencial de un instrumento de poco volumen pero técnicamenete equilibrado. Brillante en escena, la Cigna da en el blanco en su interpretación de la parte, denotando plena empatía y remordimiento por la desgracia perpetrada contra su marido. Fernando, quien llega a la isla para salvar a su hermano Cardenio, fue confiado al joven tenor chino Lu Yuan, muy seguro en el registro agudo y sobreagudo, pero discutible en el centro. En el rol bufo del sirviente moro Kaidamà estuvo estuvo el desenvuelto barítono Federico Longhi. Leonardo Galeazzi fue un eficaz Bartolomeo. No impecable, la Marcella de Marianna Vinci. Al frente de la Orchestra del Bergamo Musica Festival, Giovanni Di Stefano fue capaz de captar las ideas de la escritura donizettiana, resaltando tanto los elementos patéticos de la partitura, como los pasajes brillantes y bufonescos. No siempre correcto fue el desempeño del Coro del Bergamo Musica Festival, preparado por Fabio Tartari. Fue óptima la Inès soñadora y atormentada de Jessica Pratt, con una vocalidad dúctil y segura en las fiorituras. El barítono Angelo Veccia, aún con cierta aspereza y dicción perfectible, hizo un Nélusko carismático, encantador y con gran credibilidad escénica. Luca Dall’Amico se desempeñó bien, salvo algunas inconsistencias, en el rol del despiadado Don Pédro. Por lo que toca a los otros muchos personajes, hay que mencionar, aunque su desempeño fue insuficiente, a Rubén Amoretti como Il gran sacerdote di Brahma; a Mattia Denti, Il grande inquisitore di Lisbona; y a Anna Bordignon, Anna. Para olvidar, la prestación de Davide Ruberti como Don Diégo. La orquesta y el coro —éste último preparado por Claudio Marino Moretti— tuvo un desempeño positivo. Caluroso el público, especialmente con los cuatro intérpretes principales. por Francesco Bertini Maria de Rudenz en Bérgamo La octava edición del Festival de Música de Bérgamo se enfrentó en 2013 a un gran reto: además de estar dedicado a su más famoso compositor, Gaetano Donizetti, se rindió homenaje también a Giuseppe Verdi, inmediato heredero de la influencia del bergamasco, y a Giovanni Simone Mayr, maestro y tutor del compositor local. En cuanto a la parte visual y escénica, hay que destacar los hermosos vestuarios de Santuzza Calì, la escenografía de Michele Olcese, basada en ideas de Luzzati. La puesta en escena fue encomendada a Francesco Esposito, que muchas veces cayó en gestos triviales, aunque intentó darle una ambientación exótica e irreal al drama del protagonista. por Francesco Bertini L’Africaine en Venecia Noviembre 29. Después de 120 años de ausencia, regresó a La Fenice esta obra de Giacomo Meyerbeer, de quien se conmemorará el 150 aniversario luctuoso en 2014. Esta puesta forma parte de la recuperación de la obra de este compositor, que inició con la reposición de Il crociato in Egitto hace algunos años. Este título es uno de los más importantes ejemplos de “grand opéra”, género muy en boga a mediados del siglo XIX en Francia. La ópera le llevó casi 30 años de trabajo al compositor y se estrenó de manera póstuma en 1865, un año después de su muerte, tras la revisión encomendada al musicólogo belga François-Joseph Fétis. La reposición veneciana cede, por desgracia, a la tentación de aplicar los cortes tradicionales que esta obra siempre ha sufrido. Quien asumió el riesgo de esta decisión fue el concertador Emmanuel Villaume, quien a pesar de ello logró momentos de gran expresividad de la orquesta, que da vida a los lucidores pero escasos diseños del escenógrafo Massimo Checchetto: sólo unos cuantos pétalos caídos dan idea de una atmósfera fragante en tierras lejanas y desconocidas. Adicionalmente, las proyecciones en video de Fabio Massimo Iaquone y Luca Attilii, basadas en imágenes de las guerras africanas y el colonialismo, están muy justificadas en el desarrollo de la historia. pro ópera Escena de L’Africaine en Venecia Foto: Michele Crosera enero-febrero 2014 El triunfador de la noche fue sin duda Michele Mariotti, el joven concertador que destaca por su inteligencia musical y su riqueza intuitiva, que le permitió cuidar siempre que el volumen orquestal no tapara a los cantantes. Vladimir Stoyanov, sin embargo, fue un Nabucco que careció de credibilidad. La protagonista feminina, Abigaille, fue confiada a Anna Pirozzi, una cantante que fue lanzada al ruedo gracias a una sustitución de última hora. Tiene presencia escénica, pero su línea de canto no siempre fue preciso, con problemas de entonación muy evidentes. El Ismaele de Sergio Escobar presentó una voz poco refinada y técnicamente insegura. Convince, al contrario, Dmitry Beloselskiy, un Zaccaria atronador, aunque a veces borroso, sobre todo en el registro grave. Un aplauso para Veronica Simeoni que, beneficiándose de una extensión de mezzosoprano con agudos fáciles, afrontó con tranquilidad y buena preparación el rol de Fenena. por Francesco Bertini Maria Billeri como Maria de Rudenz Maria de Rudenz, compuesta para el Teatro La Fenice de Venecia y estrenada el 30 de enero de 1838, trata un tema sanguinario que el libretista Salvatore Cammarano tomó del meloddrama de Auguste Anicet-Bourgeois y Julien de Maillian, La nonne sanglante (La abuela sangrienta). La historia se basa en gran medida en una serie de asesinatos. La primera dama, fuerte de temperamento, necesita una intérprete de gran personalidad. En la edición de Bérgamo, Maria Billeri fue la protagonista. Tiene un volumen hermoso, aunque no siempre controlado en intensidad. Sus matices vocales, a menudo sometidas a la agilidad requerida, estaban al servicio del desenvolvimiento de la historia. La voz de Billeri no siempre es homogénea, y muestra problemas audibles de entonación, pero tiene un color interesante y una personalidad fuerte. Corrado Walgorf se confió al barítono Dario Solari, quien muestra algunas deficiencias técnicas aunque no graves, particularmente la opacidad en la emisión y dificultad en la zona aguda, con algunos sonidos asfixiados y poco resonantes y, por el lado de la interpretación, cierta imprecisión en la caracterización. Mejor, pero no del todo convincente, estuvo el tenor Ivan Magri, quien abordó estoicamente el papel de Enrico en una silla de ruedas, por un accidente que se produjo durante el ensayo general. Dadas esas condiciones, su prueba bastante buena. La joven Gilda Fiume fue convincente en la parte de Matilde di Wolf gracias a un instrumento elegante y técnicamente correcto. Vocalmente agraciado, Gabriele Sagona fue un Rambaldo eficaz. El director Sebastiano Rolli tuvo momentos destacados, pero su relación con la Orchestra del Bergamo Musica Festival no parecía estar siempre en sintonía. por Francesco Bertini Nabucco en Boloña El Teatro Comunale di Bologna retomó su programación verdiana después de las vacaciones de verano, con una producción de Nabucco creada en 2006, con la dirección a cargo de Yoshi Oida, la escenografía de Thomas Schenk, los vestuarios de Antoine Kruk y las luces de Andrea Oliva. La parte visual fue muy simple: la tribuna, al fondo del escenario, sobre la que los cantantes actúan. Nabucco se traslada a un contexto japonés, donde los samurais en conflicto (babilonios versus judíos) se distinguen entre sí por el color de sus prendas. Esta producción fue bastante estática, y el regista no se tomó la molestia de dar sentido al movimiento de las masas corales. enero-febrero 2014 Escena de Nabucco en Boloña Foto: Rocco Casaluci Norma en Novara Considerando que Norma trae dolores de cabeza nada comunes a cualquier teatro y que abunda en enfoques “peculiares” de todo tipo, que la exquisita sala de Novara haya podido ofrecer una versión estimable aunque no del todo conseguida merece atención y respeto. Del lado positivo la concertación vibrante de Matteo Beltrami y la interpretación, sobre todo vocal, de Roberto Aronica (un Pollione de los de antaño, seguro y poderoso), Veronica Simeoni (sin duda la más matizada de las Adalgisas, que nunca se confundió con los grandes roles de mezzo dramáticas) y Luca Tittoto (un buen Oroveso), y correctos comprimarios. La protagonista fue una sustitución de última hora y, considerando eso, Alessandra Rezza dio una aceptable interpretación de la gran sacerdotisa, más completa y satisfactoria en el segundo acto que en el primero (el vibrato, el control del agudo y la inexistencia de notas filadas fueron los problemas con los que tuvo que luchar esta sana y buena voz de soprano spinto, en sí más adecuada que la elegida en últimos experimentos filológico-comerciales). El espectáculo provenía del vecino teatro de Turín, en su origen una producción tradicional de Alberto Fassini repuesta por Vittorio Borrelli, que muestra el paso del tiempo si es que no nació ya anticuada. La Orquesta Filármonica del Piamonte es apenas discreta aunque el entusiasmo suplió en parte otras carencias. Lo mismo, y en mayor medida incluso, ocurrió con la contribución del coro no profesional Schola Cantorum San Gregorio Magno. por Jorge Binaghi pro ópera Dominic Williams como Miles Roberto Aronica (Pollione) y Alessandra Rezza (Norma) Requiem en Parma La edición 2013 del bicentenario verdiano fue, en su tramo final, la más alta del Festival que al autor dedica la ciudad de Parma. Con la oportuna y bienvenida presencia del Nobel de la Paz 1991 (sólo pudo recogerlo el año pasado), la birmana Aung San Suu Kyi, se ejecutó el Requiem en una versión magistral debida a Daniele Gatti, en estado casi de trance, que supo comunicar a su excelente orquesta (la Nacional de Francia), al sobresaliente coro del Teatro Regio (preparado por Martino Faggiani) y a sus cuatro solistas, que rindieron al máximo de sus posibilidades y absolutamente entregados (y los tiempos del maestro no siempre fueron los más fáciles porque privilegió —sin duda con razón— la faz más interior, la menos espectacular, también a veces la más lenta, en la que la humanidad excepcional de esta obra rayó a alturas que otras grandes batutas no siempre consiguen). Fiorenza Cedolins demostró claramente por qué es una de las titulares de la parte de soprano más reconocidas, con voz firme, y pianísimos etéreos, sin quebrar jamás la línea ni quebrar la igualdad entre registros. Veronica Simeoni, llegada a último momento, realizó una labor sobresaliente que explica por qué su nombre suena con fuerza entre las mezzosopranos italianas. Francesco Meli, cada vez más solicitado y evolucionando en un repertorio que seguramente es el que más le sienta, logró efectos mágicos (sin duda gracias a expresividad y emisión exigidos por la batura). Michele Pertusi es también uno de los bajos que más se prodiga en esta parte (gloria local, además, y es más bien raro hoy contar con un cuarteto vocal íntegramente italiano). Tarea sobradamente cumplida. por Jorge Binaghi The turn of the screw en Boloña Con motivo del centenario del nacimiento de Benjamin Britten, el Teatro Comunale de esta ciudad concluyó su temporada 2013 con una producción de esta obra compuesta para el Teatro La Fenice de Venecia, donde tuvo su estreno el 14 de septiembre de 1954. Britten recorre detenidamente el mundo del misterio, indisolublemente unido al de los niños y la homosexualidad, más o menos latente. El ectoplasma no son pessencias desencarnadas y mudas, como son en la novela de Henry James, sino más bien agendes de seres con características bien definidas desde el libreto y la música. El escenario claustrofóbico fue construido por Edoardo Sanchi, y dio lugar a espacios cerrados dominados por grandes espejos transparentes, más allá de los cuales pueden verse reflejados los fantasmas. La dirección de Giorgio Marini favorece el sistema clásico sin distorsionarlo con ideas subversivas. La atención prestada a los dos niños se pudo aprovechar gracias a las prestaciones de Dominic Williams (Miles) y Erin Hughes (Flora). Los dos jóvenes cantnates, intérpretes fieles de la escritura de Britten, son capaces de hacer frente a la delicada temática con madurez. Anne Williams-King fue una Institutriz convincente. Su personaje es multifacético, paranoico, incluso morboso, y la cantante está preparada vocalmente para afrontarlo. El fantasma de Peter Quint, insinuante y de mente estrecha, de Randall Bills, no siempre fue correcto en su interpretación de la escritura de Britten, pero actoralmente funcionó bien en el escenario. El otro fantasma, Miss Jessel, fue interpretado por Cristina Zavalloni, artista nacida en el seno de la música jazzística, aunque con cierta presencia vocal notable, fuerte e inteligente, capaz de conferirle un toque sutil de malignidad a su personaje. Requiem en Parma pro ópera Plenamente exitoso y convincente el trabajo del concertador Jonathan Webb, a la cabeza de la Orchestra del Teatro Comunale di Bologna, y quien ofreció una versión vibrante de la ópera gracias a una interpretación que pudo mantener viva la tensión. o por Francesco Bertini enero-febrero 2014