El 21 Los niños corrían alborotados por los pasillos. Era la vuelta al

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El 21
Los niños corrían alborotados por los pasillos. Era la vuelta al colegio después de
las vacaciones de Navidad. En sexto curso la primera hora tocaba con Elvira, la
profe de Naturales. Siempre vestía de negro en contraste con su larguísima
melena blanca. Era exigente pero los alumnos la apreciaban mucho. Para las
vacaciones les había mandado un trabajo sobre reciclaje para hacer con la
familia.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó la profesora.
—Mal —respondieron todos los alumnos.
—Mis padres no me ayudaron—continúo Alejandro—. Así que lo intenté en
casa de mis abuelos. Allí fue imposible. ¡Me tomaron por un chiflado!
—Igual que a mí —dijo Pablo.
—No me hicieron ni caso —añadió Beatriz.
—Pues pondremos en marcha un plan —explicó Elvira—. El reciclaje es
fundamental para el medio ambiente y vuestras familias deben saberlo.
Trabajaremos en equipo para conseguirlo.
La profesora citó a los niños después del recreo en la puerta de las vías. Era el
acceso al tren escolar en el que los alumnos acudían antiguamente al colegio.
Ninguno había visto lo que escondía aquella misteriosa puerta pues el viejo tren
había dejado de funcionar hacía cuarenta años y el acceso permanecía sellado
desde entonces con varias cerraduras y candados.
Lo que no sabía nadie es que Elvira era hija de Don Eustaquio, el antiguo
maquinista. Así que tenía todas las llaves de la puerta y la del tren. Guardaba
además un secreto asombroso que era la clave del plan que llevarían a cabo. Si
colgaba el viejo amuleto que heredó de su padre de la palanca de la locomotora
y empujaban el tren hacia atrás en el momento justo conseguirían retroceder en
el tiempo. Se trataba de viajar sesenta años atrás y que los niños explicasen a
sus abuelos, alumnos en 1955, las ventajas de separar los envases al tirar la
basura.
El plan era una locura pero los alumnos confiaban mucho en su profesora y no
dudaron ni un instante. El primer paso fue limpiar décadas de polvo y suciedad.
Los veinticinco alumnos y su profesora se pusieron manos a la obra. Poco a poco
el tren fue perdiendo ese color grisáceo y recuperando su antiguo esplendor.
Después de un gran esfuerzo la locomotora brillaba amarilla como antaño y los
vagones lucían en verde y azul. Se podía leer el número 21 que daba nombre al
tren escolar.
A continuación engrasaron los mecanismos. La maestra explicó a cada alumno
su cometido y cómo entre todos conseguirían arrancar la vieja máquina. A la
hora señalada, las 12.21 horas, Elvira ya estaba en la locomotora con el amuleto
colgado en la palanca y dispuesta a conducir tal y como la había enseñado su
padre. Los niños empujaron con fuerza y el tren se puso en marcha con el
tiempo justo para subirse a los vagones de un brinco.
Se sentaron pero en cuanto el 21 aceleró fue difícil permanecer en los asientos
porque la velocidad era supersónica y les elevaba hacia el techo. Las niñas se
reían de los pelos de punta que se les pusieron a los niños mientras que ellos se
divertían viendo como las coletas de ellas se disparaban hacia arriba.
Al poco tiempo observaron maravillados como efectivamente estaban viajando
atrás en el tiempo. Cada estación que iban pasando era un año distinto. 2014,
2013, 2012… Y así hasta detenerse en 1955. Se apearon y entraron al colegio.
Era un colegio centenario de modo que las instalaciones no eran tan distintas a
las que ellos conocían. Se distribuirían por los pasillos y por las aulas para
explicar a los alumnos qué era el reciclaje y sus enormes beneficios para la
naturaleza. Una vez transmitido el mensaje volverían sin ser vistos al tren.
Tenían una hora para lograrlo.
A las 13.21 horas todo el equipo estaba en posición. Elvira a los mandos y los
alumnos dispuestos a empujar al 21, esta vez hacia delante, destino 2015.
Mientras volvían como un relámpago hacia el futuro iban comentando
emocionados las curiosas situaciones que el plan les había deparado. Lo que
desconocían es que una vez se bajaran del tren olvidarían para siempre aquel
viaje espectacular. Regresaron justo a la hora de comienzo de la primera clase
tras las vacaciones de Navidad.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó la profesora.
—¡Bien! —contestaron todos al unísono.
Los abuelos y los padres les habían ayudado a reciclar, tal y como venían
haciendo desde su infancia. Desde el patio se veía el río más limpio, el campo
más verde y el aire se respiraba más puro que antes de las vacaciones. Solo
Elvira era consciente de la diferencia porque solo ella recordaba el plan y
guardaría su secreto eternamente.
Miguel Sopeña Trugeda
Colegio Salesiano Mª Auxiliadora, Santander. 6ºC Primaria
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