file

Anuncio
MARTES 12
21’30 h.
Entrada libre (hasta completar aforo)
Salón de Actos de la E.T.S. de Ingeniería de Edificación
LA BESTIA HUMANA (1938)
Francia
100 min.
Título Orig.- La bête humaine. Director.- Jean Renoir. Argumento.- La novela homónima
(1889) de Émile Zola. Guión.- Jean Renoir. Fotografía.- Curt Courant & Claude Renoir
(B/N). Montaje.- Marguerite Renoir & Suzanne de Troye. Música.- Joseph Kosma.
Canción.- “Le petit coeur de Ninon”. Productor.- Robert & Raymond Hakim. Producción.Paris Film Production. Intérpretes.- Jean Gabin (Jacques Lantier), Simone Simon (Séverine),
Fernand Ledoux (Roubaud), Julien Carette (Pecquex), Blanchette Brunoy (Flore), Gérard
Landry (Dauvergne), Jenny Hélia (Philoméne), Jean Renoir (Cabuche). v.o.s.e.
Música de sala:
Fuego en el cuerpo (Body heat, 1981) de Lawrence Kasdan
Banda sonora original de John Barry
“LA BESTIA HUMANA no es un tema elegido por mí. Estoy verdaderamente contento
de haberla hecho. Lo que prueba que es un error creer que uno debe siempre elegir los temas.
Fue Robert Hakim quien me habló de ella y quien me convenció de que debía hacerla. Escribí
el guión en quince días. Pero no elegí el tema. Y como no lo elegí (pues había leído “La bestia
humana” cuando era un muchacho, y no la había vuelto a leer desde hacía quizás veinte años),
mi trabajo de guionista era bastante superficial. Sucedió una cosa que se produjo igualmente a
propósito de Los bajos fondos. Mientras rodaba, fui modificando el guión en el sentido de
Zola. Simone Simon me había pedido que le diera por anticipado los textos que debía
interpretar. En mi primer guión, había un diálogo que yo había escrito y que era muy malo. El
guión que le di contenía uno casi enteramente copiado del texto de Zola, y era magnífico. Lo
apliqué el día en que empecé a rodar. Dado que debía trabajar rápidamente, releía por la
noche algunas páginas de Zola para ver si no me dejaba nada en el tintero. Tanto más cuanto
que me había hecho una idea clara que, por otra parte, no he abandonado nunca y es que el
aspecto llamado realista, o naturalista, de Zola no es tan importante como se dice, y que Zola
es ante todo un poeta, un gran poeta. Necesitaba por consiguiente intentar encontrar en su
estilo los elementos que me permitieran pasar dicha poesía a la pantalla (…)
Cito una opinión sobre mí mismo de la que me enorgullezco. Se la debo a Lulu Wattier,
el empresario de teatro. Alguien le recomendó a un actor insistiendo en que había tenido un
papel en una de mis películas y que lo había hecho de manera excelente. ‘Eso no quiere decir
nada -respondió Lulu Wattier-. Renoir convertiría en actor a un armario.’ A menudo he
asignado papeles que no encajaban en absoluto con lo que el actor estaba acostumbrado a
hacer. En general, este método hacía prever un fracaso comercial, pero desde el punto de vista
artístico a veces me ha dado buenos resultados. El uso de un actor en un género que no es el
suyo me encanta, porque da a su interpretación una variedad desconocida en sus actuaciones
corrientes. Sucede a veces que encuentra un poco de ese frescor que hace de la interpretación
de los principiantes algo tan apasionante. Incluso creo que antes de decidir el reparto de una
película hay que pensar en actores acostumbrados a otros papeles. Lo conseguí muy bien en
LA BESTIA HUMANA. Para seguir la tradición, los productores pensaban atribuir el papel
de Séverine a Gina Manés, la gran actriz trágica. Les señalé que con ese tipo de interpretación
el público sabría de antemano que iba a asistir a un drama horrible. Entonces propuse a
Simone Simon, de quien puede uno esperarse cualquier cosa con ese delicioso perfil de
pequinés, pero no en la especialidad de la tragedia. Los productores se dejaron convencer y
por eso tenemos una Séverine inolvidable. (…)
El rodaje de los planos de Gabin y de Carette en una auténtica locomotora resultó
excelente. Para las escenas rodadas sobre la locomotora sólo recurrí a la transparencia una
vez, que fue el plano en el que Gabin se suicida arrojándose desde lo alto del ténder mientras
el tren rueda a toda velocidad. Estaba claro que no podía pedirle a Gabin que saltara desde un
ténder real. Mientras preparábamos la escena, me dijo: ‘Imagínate que la película se atasca en
la máquina. Tendría que volver a hacerla, y para ello es mejor que esté vivo’. La reflexión
estaba repleta de un buen sentido muy sólido. Por ello se contentaba con saltar desde un ténder
de cartón, y aterrizar en un buen montón de colchones. Las tomas directas de escenas de
ferrocarril eran muy peligrosas. La compañía de ferrocarriles francesa nos había prestado un
troza de vía de uno diez kilómetros sobre la que podíamos, a nuestro gusto, poner en marcha
el tren o pararlo. Detrás de la locomotora se había enganchado un vagón plataforma en el que
estaba nuestro generador de electricidad para la iluminación. Detrás de la plataforma, un
vagón normal allí instalado servía de sala de maquillaje y de lugar de descanso para los
actores entre sus escenas. Cuando tomé la decisión de rodar con toda aquella impedimenta, me
encontré con una dificultad. Me señalaron que las tomas con transparencias estaban tan
perfeccionadas que era imposible notar la diferencia con las directas. Pero yo continuaba
creyendo firmemente en la influencia del entorno en la interpretación de los actores.
Afortunadamente gané. Nunca Gabin y Carette hubiesen estado tan reales ante una
transparencia, aunque sólo fuera por el ruido, que les obligaba a comunicarse por gestos (…).
LA BESTIA HUMANA no hizo sino afirmarme en mi deseo de realismo poético. La
masa de acero de la locomotora se convertía en mi imaginación en la alfombra voladora de los
cuentos orientales. Zola, desde el fondo de su tumba, me ayudó con fuerza a mantenerme en ese
plano ideal. Su novela está repleta de paisajes deliciosos y de poesía popular. Cito el siguiente
pasaje: Séverine y Lentier se han citado en el jardincillo de las Batignoles. Es su primer
encuentro. Lentier está tan emocionado que no puede articular ni una sola palabra. Con una
leve sonrisa Séverine le dice: ‘No me mire así, se le va a gastar la vista’. No tiene importancia,
pero había que pensar en ello. El ambiente de las locomotoras, de las vías muertas, de los
escapes de vapor me inspira esta poesía, o más bien, se la inspira a los actores y los mete en la
piel de su papel mejor que todas las explicaciones.”
Estoy de acuerdo con quién afirma que LA BESTIA HUMANA es, a pesar de su
merecido prestigio, una película que, al juicio de la mayoría, parece que ocupa un lugar
relativamente menor dentro de la primera y definitoria etapa sonora de Jean Renoir, dando un
poco la sensación de que se trata de un buen trabajo y poco más, acaso empequeñecido por el
brillo de los films que su autor rodó inmediatamente antes y después. Enclavada entre títulos
que intentan abarcar grandes hechos, movimientos o relaciones sociales como La gran ilusión,
La Marsellesa o La regla del juego, La BESTIA HUMANA queda en un plano más discreto
y sin embargo se constituye en una de las más fascinantes películas del Renoir de esa época, y
en una isla de sentimientos turbios y atmósfera cargada, negra como el carbón. También es muy
posible que los méritos de LA BESTIA HUMANA hayan quedado un tanto en entredicho
gracias a la reputación que ostenta, no sin razón, el espléndido remake que rodó Fritz Lang en
los Estados Unidos con el título de Deseos humanos (Human Desire, 1954); anotemos, a título
de curiosidad, que la de Renoir no fue la primera adaptación de la novela homónima de Émile
Zola en la que se inspira, precediéndola una versión muda alemana titulada Die bestie im
menschen (Ludwig Wolff, 1921).
Para el que suscribe, LA BESTIA HUMANA es una de las mejores películas de Jean
Renoir, junto con la ya mencionada La gran ilusión y Esta tierra es mía (1943) -a mi
entender, su obra maestra-, pareciéndome incluso superior a La Marsellesa o a La regla del
juego, entre otras razones porque carece de la aureola interesada que rodea a esta última,
convertida en una especie de pieza de culto utilizada posteriormente por los cachorros de la
Nouvelle Vague, junto con L'Atalante (1934), de Jean Vigo, para justificar su manera de
entender el cine, pretendiendo convertir a Renoir o a Vigo -con una arrogancia digna de mejor
causa- en una especie de precursores suyos (entiéndaseme: La regla del juego y L'Atalante
son buenas películas, pero su valor siempre me ha parecido sobredimensionado, y casi siempre
en beneficio ajeno). Dicho de otro modo, al contrario que otros títulos suyos de la época, LA
BESTIA HUMANA me parece una obra mucho más audaz y provocativa que La regla del
juego y, por descontado, de una hondura y temperamento dramáticos mayores que los de La
Marsellesa.
El film, ya lo hemos dicho, es una adaptación de “La bestia humana” (1889), de Émile
Zola (1840-1902), cuyo guión firmó Renoir en solitario introduciendo respecto al original
literario dos importantes modificaciones: una, de orden cronológico, situando la acción del
relato en época contemporánea, y otra, de índole tonal, movido por el deseo de conservar el
aspecto poético de la novela en detrimento de su naturalismo. El cineasta había declarado en
diferentes ocasiones que “no es siendo realista como se tienen las mayores oportunidades de
captar la realidad” y que “todo gran arte es abstracto”, cosa que a simple vista parece chocar
con el talante naturalista y, en ocasiones, también socialista de la literatura de Zola. Mas como
reconocen los especialistas literarios Pierre Brunel, Robert Jouanny y Robert Horville, “la obra
narrativa de Zola, a pesar de su complejidad y diversidad, tiene una gran unidad, un verdadero
sistema estructural: ese inventario de la sociedad, organizado a partir de un árbol genealógico
que afirma la importancia de las relaciones de parentesco y de herencia biológica. La unidad
del conjunto proviene, igualmente, del lenguaje simbólico que sustenta la narración y que hace
intervenir a grandes arquetipos tales como la tierra, la máquina, el animal, el dinero, el fuego,
etc. (...) Lejos de ser una reproducción impersonal de la realidad, la escritura naturalista es,
más bien, una forma particular de la estética de la verdad”.
En este sentido, LA BESTIA HUMANA, de Renoir, se erige en una ejemplar traslación
a la pantalla tanto de la obra como, sobre todo, del espíritu de Zola, sin por ello dejar de ser una
genuina creación cinematográfica. En todo momento, Renoir juega, como Zola, con la baza del
realismo, pero en realidad su intención no es esencialmente naturalista, sino que busca reflejar
simbólicamente una serie de turbulentas emociones. Resulta ejemplar, desde este punto de
vista, la célebre secuencia de apertura, en la que Jacques Lantier (Jean Gabin) y su compañero
Pecqueux (Julien Carette), de profesión ferroviarios, conducen una locomotora de carbón hasta
llegar a su destino; abundan en estas primeras imágenes de corte documental abundantes planos
tomados desde diversos puntos subjetivos de la propia locomotora, es decir, con las cámaras
sujetadas en lugares estratégicos de una máquina de tren real; ello, unido a una pista de sonido
carente de música y en la que resuena, atronador, el ruido de la maquinaria, contribuye a crear
una sensación más bien turbadora, pese a manejar elementos estrictamente realistas. Ese viaje
frenético y sin artificios por el tendido férreo en travelling subjetivo -que se diría un precedente
del no menos extraordinario periplo por interminables carreteras que constituía uno de los
grandes momentos del Solaris (1972) de Andrei Tarkovski- deviene una suerte de trazado
simbólico del destino de Lantier, el personaje protagonista, cuyo existencia también parece
circular por una vía férrea y sin posibilidad alguna de salirse de la misma.
Escribía Camilo José Cela al principio de la narración en primera persona del
desdichado héroe de “La familia de Pascual Duarte” que hay dos clases de hombres: los que
han nacido para ir por el camino de las flores y los que lo han hecho para arrastrarse por el
camino de los cardos. Es una definición que encaja perfectamente con Lantier, un hijo del
infortunio característico de cierta literatura del siglo XIX que, como ya hemos apuntado líneas
atrás, se mantiene fiel a Zola cuando afirma, atormentado, que el origen de sus desdichas se
encuentra en sus propios antecedentes familiares: su padre y su abuelo fueron alcohólicos, y
ahora él está convencido de haber heredado la ponzoña que circula por su sangre. Lantier es
alguien atrapado por sus circunstancias, no sólo de índole social, sino sobre todo por un carácter
condicionado por su peculiar idiosincrasia y que se manifiesta en su relación con tres mujeres:
su anciana madre, a la que visita brevemente después del trabajo, y cuya soledad parece reflejar
la suya propia; su novia Flore (Blanchette Brunoy), con la que da rienda suelta a sus peores
instintos, intentando estrangularla durante uno de sus ataques esquizofrénicos; y Séverine
(Simone Simon), la protagonista femenina del relato y esposa de Roubaud (Fernand Ledoux),
quien ejerce una poderosa atracción sobre él y desencadenará la tragedia.
No por casualidad, el tren aparece en los momentos cruciales de LA BESTIA
HUMANA. Como ya hemos apuntado, la presencia de este medio de transporte parece sugerir como en el cine de David Lean- el simbólico desplazamiento del protagonista en dirección
hacia un destino fatal del cual resulta imposible apartarse. La casa donde vive la madre de
Lantier está, precisamente, cerca de la vía del tren. Cuando Lantier intenta estrangular a Flore
al lado de la vía férrea, es el súbito paso de una locomotora, con su atronador rugido, lo que
rompe su abstracción y le impide consumar el crimen. Yendo más lejos, el hecho de que el
personaje de Roubaud sea jefe de estación contribuye poderosamente a reforzar, por contraste,
la tragedia de Lantier: Roubaud es, como él, otro hombre capaz de aparentar una enorme
seriedad en el cumplimiento de su trabajo (lo cual le hace ser muy querido por todas: véase
cuánta gente y cómo le saludan cuando va de regreso a su casa), y que, como Lantier, esconde
en su interior a alguien con tendencia a la violencia pero que, al contrario que Lantier, proyecta
esa violencia de manera fría y consciente: maltratando a Séverine, a la que golpea con
frecuencia, o cediendo, sin pensárselo dos veces, a la idea de asesinar al adinerado Grandmorin,
arrastrado por los celos. Resulta sintomático de las intenciones de Renoir el hecho de que él
mismo interprete a un personaje secundario, Cabuche, que resume en gran medida el sentido
del film: Cabuche es acusado del asesinato de Grandmorin, en realidad cometido por Roubaud,
porque tiene antecedentes penales (como Lantier, es alguien atrapado por un fatalismo que no
deja de castigarle injustamente).
Buena parte de la fuerza de LA BESTIA HUMANA proviene, precisamente, de su
manera de conjugar la doblez de sus protagonistas (la esquizofrenia de Lantier, la procacidad
sexual de Séverine, la brutalidad de Roubaud) con una puesta en escena que, coherente con la
idiosincrasia de aquéllos, aparenta jugar la baza del realismo para en el fondo apostar, con
notable inventiva, por lo estilizado. Pienso en la brillante resolución del asesinato de
Grandmorin a manos de Roubaud y en presencia de Séverine, resuelto sobre la imagen de un
largo plano fijo del compartimento del tren con las cortinas corridas, o la de la muerte de la
muchacha por el obnubilado Lantier (de nuevo, en ambos casos, con el rugido de la máquina
ejerciendo de tenebrosa banda sonora); y en el inolvidable clímax del relato, en el que el
atormentado Lantier, asesino a su pesar, pone fin a su vida haciendo aquello que siempre había
deseado: burlar su destino, salirse de la vía férrea, saltando del tren en marcha.
Texto:
Tomás Fernández Valentí, “Flashback: La bestia humana”, rev. Dirigido, febrero 2005.
Cada vez que se crea un vínculo entre dos cineastas, dos culturas distintas establecen
lazos, dos momentos históricos se encadenan a la misma secuencia temporal, dos miradas
exhiben sus afinidades y sus diferencias, dos métodos de trabajo se contrastan... Sólo entonces
podemos comprobar de qué manera ven o han visto los cineastas la historia del medio en el que
trabajan y de qué manera han estudiado y comprendido a sus predecesores o a sus
contemporáneos, cómo ha cambiado la manera de abordar, construir y entender las imágenes.
Los remakes, sin ir más lejos, podrían servirnos para revisar todo lo anterior si no los
utilizásemos casi siempre para dejar bien claro que cualquier tiempo pasado fue mejor o que la
historia del cine consiste en la lenta degradación del medio (cuando lo que de verdad se
degrada, en todo caso, es nuestra manera de entenderlo). A primera vista, relacionar a dos
cineastas como Jean Renoir con Fritz Lang supone un gran alarde imaginativo o hacer piruetas
hermenéuticas como las que criticaba Susan Sontag en “Contra la interpretación”. Si el primero
era hijo del impresionismo, de la pintura y del vodevil, el segundo puede considerarse
hijo del expresionismo, la arquitectura y del teatro brechtiano. Sin embargo, ambos directores
tienen muchas cosas en común. Además de que los dos hicieron films en Europa y en Estados
Unidos, también partieron en varias ocasiones de la misma novela para realizar un film, primero
en La golfa (La chienne, 1931) y Perversidad (Scarlet Street, 1946), según la novela “La
chienne”, de Georges de la Fouchardiére; y después en LA BESTIA HUMANA (La béte
humaine, 1938) y Deseos humanos (Human Desire, 1954), según la novela “La bestia
humana”, de Émile Zola. Lo que cabría matizar al respecto es que, así como los films de Jean
Renoir pueden considerarse adaptaciones en ambos casos, los de Fritz Lang sólo utilizaron las
novelas como punto de partida. El cineasta alemán con Perversidad pretendía, por encima de
cualquier otra cosa, hacer un remake de La mujer del cuadro (The Woman in the Window,
1944), de ahí que ni siquiera intentase revisar el film de Jean Renoir (que había visto en su
estreno, en 1930) para buscar inspiración en él y que tampoco le diese demasiada importancia al
original literario. Y con Deseos humanos, se limita a aceptar un encargo del productor Jerry
Wald, a quien le había encantado LA BESTIA HUMANA (el film; la novela ni siquiera llegó a
leerla) y quería hacer una versión estadounidense.
Buena parte de los films realizados por Fritz Lang a partir de mediados de los cuarenta
podrían entran en el género negro y en el melodrama al mismo tiempo. Yo, por ejemplo, no
tengo tan claro que Perversidad o Deseos humanos sean ejemplos puros de film noir, porque
en ellos encuentro más peso en su exploración moral que en la contextualización social; y
tampoco me parece que los personajes de ambos films se presten con facilidad a ser codificados
acorde a las invariantes del género negro. Donde mejor puede verse esto último es en el papel
que juegan las mujeres (interpretadas por Joan Bennett y Gloria Grahame respectivamente)
tanto en uno como en otro, pues no son femmes fatales en sentido estricto. Aunque el productor
Jerry Wald esperaba que Fritz Lang articulase Deseos humanos en torno a una mujer diabólica,
el cineasta alemán y el guionista Alfred Hayes intentaron explicarle que la visión que proponía
la novela de Émile Zola se ajustaba a la idea de que en todo ser humano hay una bestia oculta.
Curiosamente, ni Jean Renoir ni Fritz Lang se adecuaron a la misantropía del original literario,
el primero porque iba en contra de su propia forma de entender el mundo (que era mucho más
humanista y esperanzada) y el segundo por los condicionantes que le impusieron desde la
Columbia, que le impidieron convertir al veterano de Corea que interpreta Glenn Ford en un
villano y que, ya por su cuenta, le animaron a suavizar a todos los personajes, aunque el peor
parado siga siendo el que interpreta Broderick Crawford.
Pese a lo dicho hasta ahora, creo que resulta mucho más productivo referirnos a LA
BESTIA HUMANA y Deseos humanos como eslabones de una misma cadena, como la que
podría establecerse entre la novela naturalista, la novela de misterio y la novela negra. No
obstante, es preciso tener en cuenta que, si el film de Jean Renoir es una adaptación de una
novela, el de Fritz Lang es la adaptación de una novela y de un film precedente que ya la había
adaptado (no hay que olvidar que él conocía la versión francesa, aunque no la hubiese seguido
como modelo). Una de las cosas que más une a las dos versiones es que reflejan, cada cual a su
manera, el clima emocional que se vivía en Francia antes de la Segunda Guerra Mundial y el
clima emocional que se vivía en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial,
durante la Caza de Brujas. Hay, por tanto, el mismo aire fatalista en los planteamientos de
ambos films, sólo que Jean Renoir sabe atenuarlo con escenas graciosas y ocurrentes, además
de con la espontaneidad que siempre imprimía en sus rodajes y con la complicidad en este caso
del actor Jean Gabin, que llevaba años deseando interpretar a un maquinista y, cuando
finalmente lo consiguió, su aureola de galán se borró por completo. Fritz Lang, por su parte,
sólo atenuó el fatalismo de Deseos humanos por culpa de las imposiciones que se vio obligado
a aceptar, muy a regañadientes, y a la elección errónea de Glenn Ford, que por una vez -en mi
opinión- no estuvo a la altura de un papel que habría requerido un perfil más cínico y resentido.
La historia que cuenta Émile Zola en “La bestia humana” es muy parecida a la que nos cuenta
James M. Cain en “El cartero siempre llama dos veces”. Eso explica que las versiones
cinematográficas de Jean Renoir y Fritz Lang tiendan muchos lazos con films como Obsesión
(1942, Luchino Visconti), Perdición (Double Indemnity, 1944, Billy Wilder), Fuego en el
cuerpo (Body Heat, 1981, Lawrence Kasdan) o Lazos ardientes (Bound, 1996, Andy y Larry
Wachowski). Todos ellos narran las tensiones que pueden establecerse en un triángulo
amoroso, cuando la apatía, la desilusión y el deseo empujan a los personajes en varias
direcciones al mismo tiempo. Sin embargo, esos films tienen diferencias irreconciliables entre
sí. Las más notorias entre los de Jean Renoir y Fritz Lang son formales. Aunque los dos
consiguen realizar un excelente dibujo del ambiente laboral en el que se mueven los personajes,
Jean Renoir se concentra más en los detalles que aporta la naturaleza (unas nubes, un árbol, el
sol, el campo meciéndose al compás del viento) o los movimientos de los actores (en especial
Jean Gabin, que realmente aprendió a conducir un locomotora) que Fritz Lang despojando los
planos de detalles accesorios, para concentrarse en el sonido diegético (algo extraño en un
cineasta que siempre se lamentó de tener buen ojo pero un pésimo oído) y las composiciones
geométricas que podían establecerse a partir de las vías del tren. Pero no sólo eso, porque
además LA BESTIA HUMANA puede considerarse un film solar y veraniego, mientras que
Deseos humanos es mucho más sombrío e invernal. Puede que esto último se debiese a que, en
el fondo, Fritz Lang no dejó jamás de tener un alma germana y que la de Jean Renoir fue
invariablemente meridional. También hay que tener en cuenta que, mientras el cineasta alemán
tenía una concepción muy teatral del espacio y le gustaba disponer a los personajes de forma
precisa en el encuadre, para potenciar así los contrastes que pudiesen establecerse entre ellos y
con lo que quedaba en fuera de campo, el cineasta francés prefería rodar sin demasiados
imperativos, abierto a la improvisación. Si Fritz Lang pretendía fijar en todo momento cierto
tipo de exactitud en los detalles (de ahí que fuese despojándose poco a poco de parafernalia y
volviéndose más ascético), Jean Renoir se conformaba con que los detalles resultasen
verosímiles. De existir, por tanto, alguna diferencia entre la exactitud y la verdad, entonces
podríamos decir que Fritz Lang es el cineasta exacto y Jean Renoir, el cineasta verdadero. Y
podríamos decir asimismo que Deseos humanos es un film exacto y que LA BESTIA
HUMANA es un film verdadero. Ahora nos toca decidir con cuál nos quedamos, en caso de
que la doble elección nos resulte imposible.
Texto:
Hilario J. Rodriguez, “Lo exacto y lo verdadero: La bestia humana contra Deseos humanos”, en
dossier “Fritz Lang, un cineasta entre dos mundos, 2ª parte”, rev. Dirigido, junio 2007
Descargar