Comentario del poema "Del pasado efímero"

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DEL PASADO EFÍMERO
Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de políticas banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondriaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
Antonio Machado
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1.- Organización de las ideas del texto:
El poema está formado por siete estrofas de versos endecasílabos con algún heptasílabo y
rima consonante en todos los versos. Podemos observar dos partes en este poema: la primera,
desde el verso 1.º hasta el 32.º, en la que el autor hace el retrato de “este hombre del casino
provinciano”, y la segunda, del verso 33.º hasta el final, en la que Machado da su opinión
sobre esta persona (ni es símbolo de la España pasada ni de la futura).
La primera parte, descriptiva y lineal, se estructura a su vez en otras partes. Así, nos
presenta su rostro (vv. 3-8), su forma de vestir (vv. 9-12), sus aficiones (vv. 13-20), sus ideas
políticas y religiosas (vv. 21-28) y finalmente su vacío mental (vv. 29-32).
Machado, pues, nos hace un retrato que va desde los aspectos físicos hasta los valores
intelectuales o morales, para concluir con su opinión sobre este “señorito”. En este sentido,
podríamos hablar de una estructura deductiva, puesto que el retrato del señorito funciona
como argumentos para demostrar su tesis: que con tipos como este será imposible la
regeneración del país.
2.- Tema:
Retrato del típico señorito andaluz de principios de siglo. (También se podría enunciar el tema
como la reflexión de Machado –mediante la crítica a este hombre de casino- sobre la necesaria
regeneración de España.)
Resumen:
Este hombre que acude al casino tiene la cara triste, reflejo de su vaciedad intelectual. Viste
traje corto y sombrero cordobés. Gasta cuanto hereda de sus sucesivos matrimonios. Solo es
feliz si juega a las cartas, habla de toros o de bandoleros. Insulta al gobierno y piensa en Dios
únicamente cuando no llega la lluvia necesaria para su olivar. Todo lo demás le aburre. En su
frente no hay más sombras que la que provoca el humo del tabaco. Este hombre no
representa ni el pasado ni el futuro de España.
3.- Comentario crítico:
“Del pasado efímero” es un poema de Antonio Machado (1875-1939) recogido en su libro
Campos de Castilla, obra publicada en 1912 y, más completa, en 1917. Tras pasar cinco años en
Soria como profesor de Francés, Machado conoce de primera mano las tierras de Castilla y sus
habitantes, y los refleja en sus poemas. (Especialmente representativo de las miserias humanas
es “La tierra de Alvargonzález”, largo poema sobre el cainismo hispánico.) Al llegar a Baeza,
tras la muerte de Leonor en 1912, observa y descubre a otro tipo de hombre: el señorito
andaluz. Baeza es un pueblo de la alta Andalucía que, en esa fecha, tenía librerías, instituto y
hasta universidad, pero también un elevado índice de analfabetismo, como reconoce el poeta
en una carta a Unamuno (Baeza es la Salamanca andaluza y sin embargo... ¡qué diferencia!, le
viene a decir).
Una de las grandes preocupaciones de Machado (y en esto coincide con otros
escritores de la llamada Generación del 98 como Azorín, Baroja, Ganivet o Unamuno) es
conocer el origen del atraso cultural de España y luchar por el progreso de su país. Machado
piensa que la causa está, sin duda, en tipos como los que retrata en este poema: hombres que
pasan la vida en los casinos, jugando a las cartas, hablando de personajes vulgares; personas
que no tienen ideas políticas, que piensan que lo mismo da ser liberal que conservador (todos
lo hacen mal); personas que solo se acuerdan de Dios cuando les interesa (de Santa Bárbara
cuando truena, como dice el refrán). Esta clase de hombres se encuentran en cualquier parte
de la España de Machado (la de la monarquía de Alfonso XIII, dominada en los pueblos
especialmente por los caciques y oligarcas), pero el poeta piensa aquí en uno concreto: en el
señorito andaluz que viste traje corto y sombrero cordobés, y lo eleva a símbolo de la España
analfabeta.
La crítica de Machado es despiadada, amarga e irónica, a lo que ayuda la versificación y
el ritmo del poema. Así comienza el retrato: este hombre se precia de haber visto torear a
Carancha y la amargura de su cara no es tristeza, sino el vacío de su alma (la cara es el espejo
del alma, se dice). No hay nada en su interior que pueda iluminar o alegrar su rostro. Le gusta
presumir con la ropa, y gastarse el dinero que hereda cada vez que enviuda (en esto insiste
Machado en otro poema de Campos de Castilla: el poema de Don Guido). Su ignorancia es tan
grande que no sabe hablar más que de toreros, tahúres (jugadores fulleros) y bandoleros. No
discute de política, sino que insulta al gobierno de turno. Tampoco es hombre religioso, sino
superficial, de conveniencias. Como don Guido, también podríamos decir de él que es otro
“trueno vestido de nazareno”. La mordacidad de Machado llega a su límite en los versos 29 a
32: “Lo demás, taciturno, hipocondríaco...”. Lo demás es todo, todas las cosas que el poeta
considera valores humanos eternos: el trabajo, el esfuerzo, el estudio, la honradez, el amor, el
compromiso... Pues a este señorito, “lo demás” le aburre. ¿Qué se puede esperar de un tipo
como este? Nada. Por si acaso nos queda la duda, Machado termina el poema afirmando que
este hombre no es modelo del ayer ni del mañana; desgraciadamente, es un hombre del
presente que debe morir sin dejar huella (al que también hay que desear, como a don Guido,
“buen viaje”). Este hombre es hijo de un pasado efímero (fugaz, caduco, perecedero), de una
España para olvidar (¿pensaba Machado en la España de la Restauración?).
Frente a hombres así, Machado opone otros, como su maestro don Francisco Giner
de los Ríos, quien con su constante trabajo soñaba un nuevo florecer de España, y en general
piensa en todos los intelectuales y también en las gentes sencillas que día tras día acuden a su
labor (“yunques sonad; enmudeced campanas”).
En conclusión, podemos afirmar que este poema representa muy bien una época
literaria (Machado ha superado la poesía modernista de su libro Soledades, ha dejado de mirarse
a sí mismo para poner sus ojos en los demás, en los hombres y en las tierras de Castilla y de
Andalucía) y un pensamiento: la idea machadiana (y de los escritores regeneracionistas y
noventaiochistas) sobre la necesidad de transformar España. Hoy, es cierto que España se ha
transformado; no vivimos en la República que siempre defendió Machado, pero sí en una
monarquía democrática y parlamentaria. Hay menos analfabetos y menos casinos, pero siguen
existiendo personas cuyo horizonte no va más allá de una peña “cultural” y recreativa para
hablar solo de fútbol, un bingo donde dilapidar el dinero o una televisión basura para estar al
día de los “héroes del papel couché”.
Juan Manuel Infante Moraño
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