Nº 611, UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Medellín, julio de 2012 13 Sus vecinos (y antiguos vencedores) han visto con estupor, pavor y admiración cómo Alemania ha despertado (curiosamente, aplicando el mismo lema hitleriano de Deutschland Erwache = Alemania Despierta) para posicionarse sin agresividad en el escenario europeo con un liderazgo consistente, competitivo y expansivo. ¿Un IV REICH ALEMÁN? JOSÉ MANUEL SERRANO Catedrático español. Doctor en Historia Profesor Departamento de Historia Universidad de Antioquia Alemania perdió dos guerras mundiales en el siglo XX. Una y otra tuvieron causas distintas pero un mismo protagonista y similares consecuencias. Después de la I Guerra Mundial, Alemania se fortaleció con vistas a un dominio europeo (y tal vez mundial) fallido. Tras la II Guerra, los alemanes han sabido aprender de sus errores, pero no cejan en su intento. Ambas derrotas (igual de dolorosas para los germanos) les enseñó una lección simple de geopolítica: no trates nunca de aspirar a una dominación geográfica sin bases económicas sólidas, puesto que el control de territorio no otorga automáticamente riqueza. Esta lección le fue mostrada por los Estados Unidos. Tras la II Guerra Mundial, los norteamericanos comprendieron que el control de enormes masas de territorio potencialmente hostil, culturalmente heterogéneo, y económicamente poco diáfano, sólo les podría reportar quebraderos de cabeza y un ingente gasto público insostenible. Por eso, tras la contienda, el concepto de hegemonía se abrió paso desplazando al de la conquista y control del territorio. La hegemonía consiste, esencialmente, en controlar a tus potenciales enemigos (y amigos) mediante una hábil mezcla de realismo diplomático, equilibrio interno de las finanzas públicas, crecimiento sostenido, y control de los mecanismos de empréstito internacional. Pero las claves del éxito de Alemania y su posición hegemónica en Europa descansan en realidad, en primer lugar, en su propia singularidad. La eficiencia alemana es probablemente el tópico más certero sobre este país. Desde los años 50 hicieron descansar su proyecto europeo sobre unos cimientos sólidos. La industria alemana, de cualquier sector, está regida por unos principios que el alemán ha adoptado como propios desde generaciones: meritocracia, austeridad, organigramas de dirección simples y eficientes, culto al trabajo, e implicación del trabajador en el ámbito laboral-social mediante la excelencia. Estos elementos coadyuvaron a que en poco más de una generación tras la guerra, la posición económica alemana fuese incluso superior a la de 1939. Sus vecinos (y antiguos vencedores) han visto con estupor, pavor y admiración cómo Alemania ha despertado (curiosamente, aplicando el mismo lema hitleriano de Deutschland Erwache = Alemania Despierta) para posicionarse sin agresividad en el escenario europeo con un liderazgo consistente, competitivo y expansivo. En 1952, Alemania ingresó en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, junto con Francia y el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) con la firme intención de asentar las bases para la reconstrucción europea frente al enemigo común comunista del otro lado del Telón de Acero. Pronto se hizo visible que la singularidad alemana la iba a posicionar en situación de liderazgo estratégico. Por eso, cuando en 1957 el Tratado de Roma crea la Comunidad Económica Europea nadie podía pensar en desplazarla del epicentro de las responsabilidades comunes de Europa. El problema (para los demás) fue que sigilosamente Alemania potenció su sistema financiero y su sector industrial con políticas de control del gasto público, equilibrio presupuestario, y crecimiento sostenido. Mientras otros países abrazaban el Estado de Bienestar como una manera de gratificar a sus ciudadanos por los males sufridos en el pasado, Alemania creaba un sistema que hacía a toda la población partícipe y beneficiaria del crecimiento, sin necesidad de recurrir a “Papá Estado”. El siguiente paso fue eliminar la dependencia internacional del dólar en los mercados mundiales de comercio. La competitividad alemana se veía a veces soslayada por los mecanismos internacionales de cambio Foto Juan Camilo Vélez Rodríguez Este artículo nace del deseo del Periódico ALMA MATER de explicarle a los lectores el por qué hoy todas las decisiones que se toman en la Unión Europea pasan por Alemania. Agradecemos la colaboración del autor. de divisas que menguaban al marco alemán frente al dólar e impedían una expansión más allá de sus fronteras. Alemania aprovechó la coyuntura de la desaparición del Telón de Acero en 1991 para liderar el proyecto común del euro, moneda que nacía para otorgar a Europa un poder de competencia internacional frente al dólar influyendo expansivamente en los mercados exteriores. El plan estratégico alemán fue aceptado por toda Europa (menos por Gran Bretaña) porque ningún país podía ofrecer unas condiciones crediticias y de agilidad industrial como el gigante centroeuropeo. No es casualidad que el banco emisor de la moneda común (Banco Central Europeo) se encuentre en la ciudad alemana del Frankfort del Meno. El BCE está coordinado con todos los bancos centrales nacionales de los países signatarios del euro desde 1999, y determina las políticas de cambio de divisas internacionales, los sistemas de pagos, los intereses crediticios y las políticas de empréstitos dentro de la zona euro. Como el Banco Central Alemán es el más poderoso de Europa, las acciones del BCE son en realidad una expresión exterior e interesada de los deseos alemanes. La dirección de estos intereses alemanes son claros: establecer el papel hegemónico germano dentro de Europa para controlar los mecanismos de disuasión y negociación internacionales frente a Estados Unidos y Japón. Mientras Francia, España o Italia tienen un sector público dinosáurico, sostenido artificialmente por el Estado mediante líneas de créditos sin límite y no ajustadas a su verdadero potencial económico (“Papá Estado”), Alemania mantiene uno de los sectores públicos (funcionariales) más bajos de Europa, donde todo el mundo se beneficia de amplias coberturas sociales porque están firmemente ajustadas a las exigencias de gasto del Estado. Es tan simple como no gastar más de lo que se ingresa. Esto ha determinado que durante el último decenio haya sido el BCE (Alemania) quien pudiera fijar los costes de aquellos que necesitaban recursos crediticios, pudiendo incluso establecer las pautas de conducta en sectores como el industrial, agropecuario o financiero. En 2008 llegó el Armagedón, y Alemania se ha frotado las manos. Ha visto cómo su plan de dominación hegemónica ha resultado acertado en vista de la dependencia de los demás países. Grecia, Irlanda, Portugal, Italia o España ven con estupor cómo si quieren resolver sus problemas de crédito para sostener un sistema anticuado, deben ceder a Alemania parte de su soberanía fiscal o no volverán a ver un euro. El dilema es: o aceptan las condiciones de Berlín o sufrirán una quiebra estatal con terribles consecuencias sociales y políticas. El resultado es que un IV Reich (económico) está a las puertas. Alemania, por fin, ha ganado una guerra, aunque silenciosa.