Contiene: ARL Bautismo del Señor B PAGOLA Bautismo del Señor Fiesta del Bautismo del Señor Semana del 11 al 16 de enero de 2015 ARL Bautismo del Señor B Durante los días del Adviento escuchamos varias veces la invocación del profeta “si abrieras los cielos y bajaras…” (Is 63, 19); una invocación que expresa la necesidad de salvación de la parte del hombre, una imploración que condensa el deseo de un pueblo, el pueblo escogido por Dios para revelarse a la humanidad entera, el pueblo que es custodio de una promesa: Dios ha de mandar a su Ungido (Mesías), al Salvador. Este día, al finalizar el tiempo litúrgico de la Navidad, el Evangelio nos habla precisamente del cielo que se abre: “vi los cielos abrirse”, más precisamente, los cielos se rasgan sobre un hombre: Jesús de Nazaret, a quien el Espíritu señala como el Mesías esperado. Nos encontramos en la ribera del río Jordán, donde Juan administraba aquel bautismo de penitencia a cuantos acudían a él, y eran muchos, según el relato de san Mateo: “Acudían a él de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la zona adyacente al Jordán…” (Mt 3, 5-6); y entre ellos, muchos fariseos y saduceos. Junto con los demás, entre la multitud, hay un hombre, solo aparentemente uno entre tantos,: es Jesús, venido de Nazaret; el relato de san Marcos es sobrio, esencial, sin embargo, también él señala el hecho de que precisamente en esos días, Juan anunciaba la venida de aquel a quien le había preparado el camino: “Después de mí, -anuncia el Bautista-, viene uno que es más fuerte que yo, ante el que no soy digno de arrodillarme a desatarle las sandalias. Yo les he bautizado con agua pero él les bautizará con el Espíritu Santo”. Y ahora está ante él el hombre nuevo, el hombre fuerte, Aquel que tiene dignidad divina, que tiene el poder de dar el Espíritu, porque es el Cordero Redentor que borrará el pecado, venciéndolo, no con el agua sino con su muerte y resurrección, el que es verdaderamente hombre y sustancialmente Dios. San Marcos, en su relato, es voluntariamente escueto, para subrayar con mayor fuerza la irrupción de lo sobrenatural en aquel contexto humano donde se había hecho ya natural: “…en esos días Jesús vino de Nazaret a Galilea y fue bautizado en el Jordán por Juan”; una descripción lapidaria para un acontecimiento extraordinario; así, mientras Jesús se levantaba de las aguas del río, “… vi abrirse los cielos y al Espíritu bajar sobre él como una paloma. Y se escuchó una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo predilecto, en ti me he complacido’”. Estamos frente a una solemne teofanía, en las aguas del río, se abre el cielo sobre el hombre Jesús de Nazaret y el Espíritu, descendiendo sobre él en forma visible, como una paloma, señal de comunión y de paz, lo consagra para la misión de Salvador, mientras la voz poderosa del Padre revela que aquel hombre, en todo semejante a los demás, es el Hijo Unigénito, el Elegido, el objeto de sus complacencias. El artesano de Nazaret es el Hijo del Altísimo, el Mesías deseado, el Liberador esperado, el Cristo que habría de anunciar la Buena Nueva a los pobres, el Maestro que habría de dar la vida para el rescate de todos: de todos los hombres esclavos del pecado. Y ahora aquí, ante los ojos de la muchedumbre, en medio de las aguas del Jordán, se hace presente, revestido de la fuerza del Espíritu y consagrado por el Padre, aquel a quien el profeta Isaías, desde su tiempo lejano había visto y anunciado: el siervo del Señor, el hombre fiel, sostenido por Dios, que había puesto en los labios del profeta Isaías estas palabras: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas”. (Is 42, 1-7) Es la visión profética de la misión del Cristo: aquel Jesús de Nazaret que, un día, en la sinagoga de su ciudad, en un sábado como tantos otros, levantándose para la lectura ritual, proclamará este mismo pasaje del profeta Isaías, refiriéndolo a sí mismo y concluyendo con aquellas palabras que dejaron asombrados a todos los presentes: “Hoy se ha cumplido esta escritura para ustedes que me escuchan” (Lc 4, 16-22). Es el comienzo de la misión del Hijo de Dios, el Redentor, que liberará al hombre de los lazos del pecado al precio de su misma vida; así, el elegido de Dios, lleno del Espíritu del Señor, es también el Siervo sufriente de Yahvé, el varón de dolores, que Isaías había anunciado, describiendo anterior al tiempo, la pasión del Cristo: un bautismo de sangre que habría de abrir para siempre los cielos inaugurando la nueva era de la salvación. El bautismo de Jesús es un acontecimiento de luz que abre los ojos de todo creyente a la contemplación del misterio de Cristo: Hijo de Dios e Hijo del hombre, como gustaba a definirse el mismo Maestro y, en este misterio humano-divino, el hombre contempla y comprende su propio misterio de creatura amada desde siempre por Dios, con un amor de predilección, como describe san Pablo: “Bendito sea Dios que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos, en Cristo. En él, nos ha escogido antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en el amor. También nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos, por obra de Jesucristo…” (Ef 1, 3-5). Así, aquellos cielos abiertos, permanecen tales también para todo hombre que inmerso en el Misterio de Cristo Salvador, vive en virtud del nuevo bautismo, injertado en él, como el sarmiento a la única vid portadora de Vida; y, del mismo modo, la voz del Padre continúa a escucharse sobre cada hijo adoptivo para revelarle el amor de que está rodeado y darle su Espíritu, fortaleza y guía en la vida. El bautismo de Jesús pues, se entreteje con nuestro bautismo, no con el rito de un momento vivido en la inconsciencia de un día lejano; sino con el compromiso feliz de una vida vivida paso a paso, en el conocimiento del Misterio de Dios y el seguimiento del Hijo Redentor que nos abre el camino y nos da la Verdad y la Vida: su misma vida, que nos hace como él, anunciadores de salvación, de verdad, de auténtica libertad, y de paz. Fr. Arturo Ríos Lara, OFM Roma, 11 de enero de 2015 PAGOLA El Bautismo del Señor B Marcos 1,7-11 ESCUCHAR LO QUE DICE EL ESPÍRITU José Antonio Pagola Los primeros cristianos vivían convencidos de que para seguir a Jesús es insuficiente un bautismo de agua o un rito parecido. Es necesario vivir empapados de su Espíritu Santo. Por eso en los evangelios se recogen de diversas maneras estas palabras del Bautista: «Yo os he bautizado con agua, pero él (Jesús) os bautizará con Espíritu Santo». No es extraño que en los momentos de crisis recordaran de manera especial la necesidad de vivir guiados, sostenidos y fortalecidos por su Espíritu. El Apocalipsis, escrito en los momentos críticos que vive la Iglesia bajo el emperador Domiciano, repite una y otra vez a los cristianos: «El que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias». La mutación cultural sin precedentes que estamos viviendo, nos está pidiendo hoy a los cristianos una fidelidad sin precedentes al Espíritu de Jesús. Antes de pensar en estrategias y recetas pastorales ante la crisis, hemos de preguntarnos cómo estamos acogiendo nosotros el Espíritu de Jesús. En vez de lamentarnos una y otra vez de la secularización creciente, hemos de preguntarnos qué caminos nuevos anda buscando hoy Dios para encontrarse con los hombres y mujeres de nuestro tiempo; cómo hemos de renovar nuestra manera de pensar, de decir y de vivir la fe para que su Palabra pueda llegar hasta los interrogantes, las dudas y los miedos que brotan en su corazón. Antes de elaborar proyectos pensados hasta sus últimos detalles, necesitamos transformar nuestra mirada, nuestra actitud y nuestra relación con el mundo de hoy. Necesitamos parecernos más a Jesús. Dejarnos trabajar por su Espíritu. Solo Jesús puede darle a la Iglesia un rostro nuevo. El Espíritu de Jesús sigue vivo y operante también hoy en el corazón de las personas, aunque nosotros ni nos preguntemos cómo se relaciona con quienes se han alejado definitivamente de la Iglesia. Ha llegado el momento de aprender a ser la «Iglesia de Jesús» para todos, y esto solo él nos lo puede enseñar. No hemos de hablar solo en términos de crisis. Se están creando unas condiciones en las que lo esencial del evangelio puede resonar de manera nueva. Una Iglesia más frágil, débil y humilde puede hacer que el Espíritu de Jesús sea entendido y acogido con más verdad. Fiesta del Bautismo del Señor (B) (Domingo 11 de enero de 2015) LECTURAS Vengan a tomar agua; escuchen y vivirán Lectura del libro del profeta Isaías 55, 1-11 Así habla el Señor: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David. Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones. Tú llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica. ¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor- . Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes. Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé. Palabra de Dios. SALMO Is 12, 2-4bcd. 5-6 R. Sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R. Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R. El Espíritu, el agua y la sangre Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 5, 1-9 Queridos hermanos: El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad. Son tres los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo. Si damos fe al testimonio de los hombres, con mayor razón tenemos que aceptar el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio de su Hijo. Palabra de Dios. ALELUIA Jn 1, 29 Aleluia. Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Aleluia. EVANGELIO Tu eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 7-11 Juan Bautista predicaba, diciendo: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.» En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección.» Palabra del Señor Guión para la Santa Misa Fiesta del Bautismo del Señor Entrada: Celebramos hoy la Fiesta del Bautismo del Señor. Cristo se sumerge en las aguas del río Jordán para manifestar su solidaridad con los pecadores. Además, adelanta así su bautismo de sangre, que sucederá en la cruz. Dispongámonos a participar activamente del Santo Sacrificio de la Misa, que es la actualización de la cruz de Cristo. LITURGIA DE LAS PALABRA Primera Lectura: Is. 55, 1-11 El Señor es la fuente de la que brota el Agua Viva, sólo en Él debemos saciar nuestra sed. Segunda Lectura: 1 Jn, 5, 1-9 El Espíritu Santo da testimonio de Cristo, el Mesías, que vino a borrar nuestros pecados. Evangelio: Mc 1, 7-11 En la voz del Padre, en la paloma que representa al Espíritu Santo y en Cristo que se bautiza se hace presente toda la Trinidad. Preces: Presentamos las necesidades de todos los hombres a Jesús, que viene del cielo para revelarnos el Amor de Dios. A cada intención respondemos cantando… *Por el Santo Padre para que sea fortalecido en su misión de conducir a los hombres hacia Dios. Oremos… *Por los Obispos, sacerdotes y demás ministros del Señor, para que predicando el Evangelio muestren la misericordia del Padre en la persona del Hijo. Oremos… *Por todas las naciones, para que abiertas a la manifestación del Hijo como redentor, den primacía a la justicia, el derecho y la paz. Oremos… *Por todos los cristianos para que en este día renueven las promesas bautismales confesando su fe y renuncien a las obras del demonio. Oremos... Con la confianza de los hijos, te presentamos Señor, estas oraciones sabiendo que no seremos defraudados; A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. LITURGIA DE LA EUCARISTÍA Ofrendas: Unimos nuestro sacrificio diario, al de Su Hijo querido y presentamos al Padre: · Alimentos para los más necesitados y con ellos nuestra confianza en la Providencia. · Las ofrendas del pan y del vino, que por la acción del Espíritu Santo serán transformadas en sacratísimo Cuerpo del Señor. Comunión: Con el júbilo mesiánico nos acercamos a recibir al Señor pidiéndole la gracia de perseverar hasta el fin en su servicio. Salida: Que María Ssma nos alcance la gracia de vivir con radicalidad la fe, la esperanza y la caridad recibidos en el bautismo. Exégesis R. Schnackenburg El Bautismo de Jesús Todavía pende el velo del misterio sobre la persona de aquel a quien Juan anuncia; se pronuncia el nombre de Jesús de Nazaret e inmediatamente desaparecen todas las dudas: es él. Dios mismo se declara en favor suyo. El sentido del sobrio relato no es describir la consagración de Jesús como Mesías o explicar la formación de su conciencia mesiánica, sino el de proclamarle como el Mesías prometido que ha de bautizar con Espíritu al tiempo que mostrar el comienzo de su actividad a impulsos del mismo Espíritu. Para ello no tiene importancia alguna saber quién escuchó la voz de Dios -por primera vez en el Evangelio de Juan aparece el Bautista como «testigo» frente al pueblo, Jua_1:32 ss-; basta con que el lector sepa que Dios proclama a este Jesús como su ungido. Marcos refiere el suceso que tuvo lugar al concluir el bautismo de Jesús y como una experiencia de éste: fue él quien vio rasgarse los cielos y descender sobre él al Espíritu; Dios le habla a él. «Tú eres mi Hijo...» Mas esto no puede ser una «vivencia» de Jesús; es una revelación divina. Al igual que el relato sobre Juan Bautista, es un informe sobre la acción salvadora de Dios y se convierte en el anuncio de la Iglesia primitiva sobre el misterio de Jesús: él es el ungido con el Espíritu, el Hijo amado de Dios. La primera frase sirve únicamente de introducción, y sólo lo que sigue, la escena después del bautismo de Jesús, constituye el núcleo de la proclamación de este relato. No se mencionan las circunstancias exactas por ser de interés secundario. Lo único importante es que Jesús desde Nazaret, en Galilea -desde lejos, pues antes sólo se había hablado de Judea y Jerusalén- «vino... y fue bautizado». Indicando su lugar de origen, Jesús viene presentado como un hombre concreto e histórico; no se trata de una figura mítica. Y es sobre este Jesús -«histórico»- sobre el que la voz de Dios pronuncia unas afirmaciones jamás oídas. Es la clara profesión de fe de la Iglesia primitiva: este Jesús histórico es el Hijo amado, el Hijo único de Dios. Todas las demás consideraciones de por qué se sometió al «bautismo de conversión para remisión de los pecados», quedan al margen, a diferencia de lo que ocurre en Mat_3:14s. Tal vez sólo en la inmersión en el Jordán y en la salida del agua late la indicación de un sentido más profundo: Quien se puso, humilde y obediente, a disposición del Bautista y se sometió al bautismo que recibía todo el pueblo, experimenta la confirmación divina. Indiscutiblemente es sirviendo, aunque estaba llamado a reinar, como recibe de Dios el sello de su ministerio mesiánico. La escena de la revelación propiamente dicha está presentada en el lenguaje simbólico del Antiguo Testamento. La apertura del cielo puede expresar la presencia de Dios trascendente en la acogida de la revelación por parte de los profetas (Eze_1:1); más aún, puede indicar la condescendencia misericordiosa de Dios para volver a anunciar a los hombres la paz y la salvación (cf. Luc_2:13 ss). Pero la expresión «los cielos abiertos» alude más directamente a los suspiros y anhelos por la venida de Dios, consignados en Isa_64:1 : «¡Ah si rasgaras los cielos y descendieras...!» Este descenso de Dios se realiza ahora por cuanto el Espíritu desciende sobre Jesús. Al mismo tiempo es el signo del Ungido por excelencia, del Mesías, que poseerá en plenitud el Espíritu de Dios (Isa_11:2; Isa_61:1) También en el cántico del «Siervo de Yahveh» (Isa_42:1) pone Dios su Espíritu sobre el Elegido, y esto tiene gran importancia para entender «la voz de los cielos». El símbolo de la paloma recuerda a Gen_1:2, en que el Espíritu de Dios «se cernía» sobre las aguas primitivas; pero recuerda también la shekhinah, la presencia divina gratificante, que se representaba en figura de paloma (*)4. De este modo se describe gráficamente el descenso del Espíritu a la par que la fuerza vivificante y salvadora de Dios, aunque también la protección divina. La voz de los cielos es la voz del mismo Dios y, por consiguiente, no se trata sólo de una bathqol -«hija de la voz»como entendían los intérpretes judíos de la Biblia un dato revelado en su temor profundo ante la transcendencia divina. Dios se dirige directamente a quien está marcado y repleto de su Espíritu. «Tú eres mi Hijo»: así habla Dios en el Sal_2:7 al rey de Israel tomándole por hijo. Pero la referencia a esta «fórmula adopcionista» resulta problemática cuando se compara con las palabras siguientes: «amado; en ti me he complacido», pues recuerdan las palabras que Dios dirige al «Siervo de Yahveh»: «He aquí mi Siervo, mi escogido, en quien se complace mi alma» (Isa_42:1), sobre todo cuando al final se dice: «En él he puesto mi Espíritu» Y siendo esto así, ¿por qué «mi Hijo» en lugar de «mi siervo»? ¿Subyace aquí una traducción distinta de la palabra griega país, que puede significar tanto «niño» como «siervo»? Pero difícilmente puede tratarse de un cambio casual; más bien tenemos aquí una interpretación cristiana consciente. Jesús es ambas cosas: el «siervo elegido» que cumple obediente el encargo de Dios desde el bautismo hasta su muerte expiatoria «por muchos» (d 10,45), y es al mismo tiempo el Hijo único y amado (cf. 12,6), en favor del cual Dios da también testimonio en la transfiguración sobre el monte (9,7). Así se dice intencionadamente «amado» en lugar de «elegido». Ni siquiera la figura admirable del «siervo de Yahveh» en los cantos del libro de Isaías era suficiente para comprender la esencia profunda del Mesías del Nuevo Testamento. Ese Mesías está en una relación inmediata y única con Dios, siendo a la vez el «siervo» obediente y el «Hijo» querido. Dios confirma al hombre Jesús como Mesías lleno del Espíritu; pero lo hace de un modo que deja entrever su misterio profundo, la hondura metafísica de su persona. Con este conocimiento debe el lector creyente escuchar y meditar el relato que sigue sobre la actividad de Jesús Sólo a la luz de esta revelación divina que aparece al comienzo se puede comprender el camino del Mesías Jesús, obediente aunque repleto de una gloria y fuerza íntimas. Aquí no se dice ni sugiere todavía nada acerca del camino doloroso y de la muerte expiatoria del «siervo de Yahveh». El bautismo de Jesús en el Jordán no apunta todavía al «bautismo de muerte» con el que Jesús había de ser «bautizado» al final (10,38). Pero como Siervo obediente y como Hijo amado deberá recorrer el camino que le conduzca hasta Dios. En esta hora histórica sólo se dice que está preparado para la llamada de Dios, para dejarse llevar por el Espíritu (1,12) y obedecer a lo que Dios disponga (8,31). En las palabras que dirige a su Hijo, Dios no habla directamente a la comunidad de salvación; será el ungido con el Espíritu y preparado para la obra mesiánica quien la reúna y forme por medio de la llamada a la fe y a su seguimiento. Mas por el hecho de que no recibió el Espíritu sólo para sí sino para bautizar consigo a los hombres (1,8), la comunidad queda ya incluida. La dotación del Espíritu de su Mesías se convierte en una llamada a prepararse para la acogida personal del Espíritu. La experiencia bautismal de Jesús continúa siendo algo especial y único; pero puede inducir a reflexionar acerca de lo que significa la recepción ulterior del bautismo en la Iglesia y la recepción del Espíritu que Cristo elevado al cielo ha hecho posible para los cristianos. (SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969) Comentario Teológico P. José A. Marcone, I.V.E. El bautismo del Señor El bautismo de Juan era un bautismo de conversión para los pecadores. Por eso nos admiramos muchísimo cuando el mismo Verbo Encarnado se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan. Y también nos admiramos de que la Iglesia festeje este hecho, estableciendo para eso una gran solemnidad litúrgica. ¿Cómo es posible que Cristo haya querido ser bautizado por Juan con un bautismo de conversión? Jesús es el Puro por excelencia; es Dios. Y el mismo San Juan Bautista lo reconoce así y tiene varias expresiones que afirman la divinidad de Jesús. Así, Juan Bautista dice: “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1,34). Además dice: Cristo “se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30). Con esta frase está confesando su divinidad. Está confesando su divinidad porque Juan sabía perfectamente que la existencia humana de Jesús había sido posterior a la suya, sabía perfectamente que Jesús había sido concebido en el seno de su madre después que él, y no antes. Pero a pesar de todo dice que Jesús existía antes que él; dice esto porque sabe y proclama que Jesús es Dios, sin principio ni fin. Además, también había dicho que él, Juan, bautizaba con agua pero que Jesús iba a bautizar con el Espíritu Santo (Jn 1,33). También que él, Juan, no era digno ni de desatarle la correa de las sandalias (Jn 1,27). Es verdaderamente desconcertante que Jesús quiera bautizarse. Y el mismo Juan Bautista manifiesta este desconcierto (Mt 3,14). ¿Cuáles son las razones por las cuales Jesucristo quiere ser bautizado por Juan? Fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, para hacerse solidario con el hombre pecador. Su solidaridad no podía concretarse en la penitencia, porque estaba “lleno de gracia y de verdad” (Jn.1,14). Su solidaridad se concreta en asumir sobre sí la condena y el castigo que por el pecado merecía el hombre. Cristo se pone conscientemente en la fila de los pecadores [1] . Por eso dice San Pablo: “Ha destruido el acta que había contra nosotros con sus acusaciones legales, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col.2,14). Y también: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros seamos en él justicia de Dios” (2Cor.5,21). Y también: “Cristo nos liberó de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros, como dice la Escritura: Maldito el que está colgado en un madero” (Gál.3,13). Por esta razón, porque el primer sentido del Bautismo de Cristo es hacerse solidario con el pecador, con el fin de quitar el pecado, es que el Bautismo de Cristo está estrechamente relacionado con la pasión y con la muerte en la cruz. El Bautismo de agua de Cristo en el río Jordán es símbolo del bautismo de sangre de Cristo en el monte Calvario. De hecho Jesucristo va a decir ya adentrada su vida pública, es decir, mucho después de su Bautismo de agua: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (Lc.12,50). Y también dice dirigiéndose a los apóstoles Juan y Santiago: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc.10,38). En estas dos frases Jesucristo se refiere al bautismo de sangre; se refiere a la sangre derramada durante su pasión bajo la cual quedará sumergido como en un bautismo. Por lo tanto, para poder entender bien el sentido del Bautismo de agua del Señor es necesario interpretarlo según estos dos textos donde habla del bautismo, pero del bautismo que es la cruz. ‘Bautizar’ en griego significa ‘sumergirse’. Cristo se va a sumergir en su propia sangre para poder hacer que los hombres alcancen el perdón. Por eso, visto desde esta perspectiva, el Bautismo del Señor tiene como primer y principal sentido anticipar el misterio de la cruz. Por esta razón dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39)” (nº 536). En segundo lugar, Jesús se bautiza para dar inicio a una nueva etapa. El Bautismo de Cristo da inicio a la nueva etapa de la salvación, revela a la Trinidad y la Encarnación del Verbo, y da por finalizado el AT. a) Da inicio a la nueva etapa de la salvación, porque allí comienza la vida pública del Verbo Encarnado, etapa absolutamente nueva en el plan de salvación. Aquí comienza su obra de apostolado que culminará en la cruz y la resurrección. b) Revela a la Trinidad porque hasta entonces no había habido una revelación explícita de ese primordial misterio cristiano. Esta revelación la hace a través de la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc.3,22). A través de la paloma: “Se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como una paloma” (Lc.3,22). Y a través de la presencia corporal de Cristo. c) Revela la Encarnación del Verbo: al escucharse la voz del Padre que lo llama ‘Hijo’ se está realizando la revelación de que ese hombre que se encuentra allí, Jesucristo, es también la segunda persona de la Santísima Trinidad. d) Da por finalizado el AT: San Juan Bautista, con su bautismo de conversión, era la línea del horizonte entre dos mundos, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Con su bautismo preparaba los corazones de los israelitas para que aceptaran al Verbo Encarnado. Cuando Jesús se hace bautizar une en sí los dos testamentos, confluyen en Él la preparación (el bautismo de Juan) y la realidad (su humanidad unida al Verbo). Con el Bautismo de Jesús comienza ‘oficialmente’ el Nuevo Testamento. e) Prefigurar y preparar el bautismo cristiano. El bautismo de Juan no era un sacramento que perdonaba los pecados por su mismo poder. El bautismo de Juan es un símbolo del arrepentimiento de cada persona que se bautizaba. Pero Jesucristo aprovecha este bautismo de Juan para preparar el bautismo que Él iba a instituir como sacramento para el perdón de los pecados y la incorporación a sí mismo. Santos Padres San Jerónimo El bautismo del Señor Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias . Aquí aparece claramente un signo de humildad; es como decir: no soy digno siquiera de ser su siervo. Pero en estas sencillas palabras se nos revela otro misterio. Leemos en el Éxodo, en el Deuteronomio y en el libro de Ruth que cuando alguien se negaba a tomar por mujer a la viuda de su hermano, quien le seguía en orden de parentesco, ante los jueces y los ancianos le decía: a ti te corresponde el matrimonio, tú eres quien debe tomarla por mujer. Si se negaba, la misma a quien no quería tomar por esposa le quitaba su sandalia, le golpeaba en la cara y le escupía. De este modo podía ya casarse con el otro. Esto se hacía para pública deshonra—interpretando de momento el texto al pie de la letra—a fin de que si alguien fuera a rechazar a una mujer especialmente por ser pobre, el miedo a esta pública deshonra le hiciera desistir. Por tanto, aquí se nos revela el sacerdocio. Juan mismo dice: «el que tiene a la esposa es el esposo» . Él tiene por esposa a la Iglesia, yo soy simplemente el amigo del esposo: no puedo, siguiendo la ley, desatar la correa de su sandalia, porque él no ha rechazado a la Iglesia por esposa. Yo os bautizo con agua , yo soy un servidor, él es el Creador y el Señor. Yo os ofrezco agua. Yo, que soy criatura, ofrezco una criatura; él, que es increado, da al increado. Yo os bautizo con agua, ofrezco lo que se ve; él lo que no se ve. Yo, que soy visible, doy agua visible; él, que es invisible, da el Espíritu invisible. Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea . Fijaos en el significado de las palabras. No dice: vino Cristo, ni tampoco: vino el Hijo de Dios, sino vino Jesús. Alguien podría decir: ¿Por qué no dice Cristo? Me refiero a Cristo según la carne. Dios, por su parte, es eternamente santo y no necesita ninguna santificación, pero estamos hablando ahora de la carne de Cristo. Aún no había sido bautizado, ni había sido ungido por el Espíritu Santo. Hablo de Cristo según la carne, según la forma de siervo; que nadie se escandalice. Hablo de aquel que, como si fuera un pecador, se acercó al bautismo; no trato de dividir a Cristo. No trato de decir que uno es Cristo, otro Jesús, y otro el Hijo de Dios, sino que siendo uno y el mismo es diverso según la diversidad de los momentos. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Daos cuenta del misterio. A Juan el Bautista acuden en primer lugar los habitantes de Judea y de Jerusalén, pero nuestro Señor con quien se inicia el bautismo evangélico y que cambió los sacramentos de la ley en sacramentos del Evangelio, no vino desde Judea ni desde Jerusalén, sino desde Galilea de los gentiles. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Nazara significa flor. La flor (Jesús) viene de la flor. Y fue bautizado por Juan en el Jordán . ¡Gran misericordia: el que no había cometido pecado es bautizado como si fuera un pecador! En el bautismo del Señor son perdonados todos los pecados. Pero sólo a manera de cierto anticipo es esto propio del bautismo del Salvador, porque la verdadera remisión de los pecados está en la sangre de Cristo y en el misterio de la Trinidad. En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban. Todo esto, que se ha escrito, se ha escrito para nosotros, pues, antes de recibir el bautismo, tenemos los ojos cerrados y no vemos las cosas celestes. Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» . Jesucristo es bautizado por Juan; el Espíritu Santo desciende en forma de paloma y el Padre da testimonio desde los cielos. Mira, Arrio, ved, herejes, el misterio de la Trinidad en el bautismo de Jesús: Jesús es bautizado, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma, el Padre habla desde el cielo. «Vio que los cielos se rasgaban». Cuando dice «vio», da a entender que los otros no veían, pues no todos ven los cielos abiertos. ¿Qué dice Ezequiel en el comienzo de su libro? «Y sucedió, dice, que encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río Kebar, vi los cielos abiertos». Yo vi, luego los otros no veían. Que nadie piense que se trata de los cielos simple y materialmente abiertos: nosotros mismos, que nos hallamos aquí, vemos los cielos abiertos o cerrados según la diversidad de nuestros méritos. La fe plena tiene los cielos abiertos, más la fe vacilante los tiene cerrados. «Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él» Maniqueos, marcionistas y demás herejías suelen presentarnos la siguiente objeción: si Cristo está en su cuerpo y la carne, que asumió, no fue abandonada, ni se la quitó de encima, también el Espíritu Santo, que bajó a él, está en la paloma. ¿Percibís los silbidos de la antigua serpiente? ¿Veis que aquella culebra, que arrojó al hombre del paraíso, también a nosotros quiere arrojarnos del paraíso de la fe? No dice—el evangelista—: tomó el cuerpo de una paloma, sino el Espíritu «como» paloma. Cuando se dice «como» no se designa la realidad, sino la similitud. Respecto al Señor y Salvador, no está escrito que nació «como» hombre, sino que nació hombre. Mas aquí se dice como paloma. Por tanto, fue una similitud lo que se dio, no fue la realidad. SAN JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Marcos, I, Mc 1, 1-12, Ciudad Nueva Madrid 1989, 26-29 Aplicación P. Alfredo Sáenz, S.J. 1. EL JORDAN COMO EPIFANIA Según dijimos el pasado 6 de enero, la palabra "epifanía" 'significa "manifestación". Y en ese día conmemoramos el misterio del Verbo encarnado que quiso manifestarse, mostrarse a los Magos, primicias de los pueblos gentiles. Todavía en el marco de aquella fiesta —ya que estamos en el tiempo litúrgico llamado de Epifanía— celebramos hoy una nueva "manifestación" de Jesús: su Bautismo en el Jordán. ¿En qué sentido ese Bautismo constituyo una "manifestación"? En diversos sentidos. Ante todo, porque fue en ocasión de dicho Bautismo que San Juan el Precursor, aquel que nos acompañó durante el tiempo de Adviento, aquel hombre tan humilde que, según lo consigna el evangelio de hoy, se sentía indigno hasta de desatarle las correas de las sandalias al Señor, señaló públicamente a Jesús como el Mesías esperado. "Yo no le conocía —nos dice— pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y asimismo atestiguó: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo he visto y soy testigo de que él es el Hijo de Dios". Más no fue tan sólo el Bautista quien dio testimonio de Jesús ante el pueblo. También lo manifestaron, y cuán majestuosamente, las tres Personas de la Santísima Trinidad. Ni bien Jesús salió del agua, luego de haberse humillado colocándose en la fila de los pecadores, que esperaban recibir, de manos de Juan, el bautismo de penitencia, Jesús fue proclamado como Hijo de Dios hecho carne. El Padre celestial lo enalteció públicamente, dirigiéndole con voz perceptible estas solemnes palabras: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección" y el Espíritu Santo, según lo consignó el evangelista, bajó "sobre él como una paloma". La Trinidad en pleno se expresó, pues, en el Jordán, exaltando al Hijo de Dios que se había humillado por nuestros pecados. Es el cumplimiento casi literal de lo profetizado por Isaías, según lo escuchamos en la primera lectura de hoy: "Así habla el Señor: Este es mi servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones". Cristo es el nuevo Noé que se sumerge en estas aguas, que recuerdan alas del diluvio, para anegar en ellas nuestros pecados; y, como Noé después del diluvio, también El recibe la paloma divina que anuncia la paz y la salvación para los hombres. Nos dice el evangelio que, al salir del agua, vio Jesús que los cielos se abrían. Porque los cielos, amados hermanos, a raíz del pecado original, estaban cerrados para nosotros. Hoy se abren para indicar que en Cristo el cielo se ha reconciliado con la tierra, que ya no hay sino un sólo rebaño formado por ángeles y hombres, y un solo pastor de todos, que las clausuradas puertas del Paraíso se han reabierto para los pecadores arrepentidos. 2. EN EL JORDAN, CRISTO PURIFICO LAS AGUAS ¡Admirable este misterio del Bautismo de Jesús! ¿Por qué quiso ser bautizado? No, evidentemente, para ser purificado de sus pecados, El, que era la Pureza original. Si Cristo descendió al Jordán fue para purificar las aguas, para comunicarles su propia pureza, de tal modo que en adelante esas aguas fuesen capaces de purificar a los hombres mediante el Bautismo. El calor del cuerpo vivo de Cristo puesto en contacto con las aguas hizo a éstas aptas para limpiar no sólo el exterior de los cuerpos —que es su virtualidad natural— sino también lo más recóndito de las almas. Al penetrar, pues, Jesús en el Jordán, las aguas de este río, y las de todos los ríos, todas las aguas del mundo, se hicieron aptas para el orden sacramental. Ya no serán tan sólo "aguas de la tierra", serán también "olas de Cristo". El Señor que se bautiza en el Jordán es la víctima que anticipa su sacrificio, aquél señalado por el Bautista: Este es el cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo. Qui tollit peccata mundi. La palabra latina "tollere" —y su verbo correspondiente en griego— no sólo quiere decir "quitar" sino también "cargar". El Cristo que se sumerge en el Jordán es el cordero que carga los pecados y que quita los pecados. Mejor aún, Cristo no es sólo "el que carga" y "el que quita" sino que es aquel que carga para quitar. Por eso el bautismo del Jordán está en estrecha relación con la Cruz. Cuando a lo largo de su vida, Jesús pensara en su Pasión futura la llamaría "bautismo": "Con bautismo tengo que ser bautizado —dijo en cierta ocasión refiriéndose a aquélla—, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla!". En su Pasión, Jesús se sumergiría en un abismo de sufrimientos similar a un mar profundo. Por eso el Bautismo del Jordán anticipa en figura a la Cruz, que está en el telón de fondo de aquel episodio. Ya desde el comienzo de su vida pública, Cristo es el cordero de Dios que camina hacia el altar del sacrificio. A partir del Jordán comienza para El la ruda ascensión al Calvario. Cuando estuviese clavado en la Cruz, de su costado abierto saldría el agua viva, el agua que purificada antes en el Jordán, sería la materia del Bautismo cristiano. 3. EN EL JORDAN, CRISTO FECUNDO LAS AGUAS Así, pues, en el Jordán, Cristo se muestra como el Cordero que, cargando con nuestros pecados, los anegó en las aguas, purificando al mismo tiempo para siempre las aguas de todas las fuentes. Pero eso no es todo. En el Jordán, Cristo fecundó las aguas. A partir de entonces, el agua no sólo quedaría limpia para en adelante, sino que además se convertiría en el seno materno de la Iglesia hecha fecunda. Acabamos de decir que Cristo no se bautizó para sí sino para nosotros, para la Iglesia; no se bautizó para ser purificado sino para que la Iglesia, a la que radicalmente había asumido en su cuerpo, quedase purificada. La Iglesia se reconoce en la humanidad misma del Señor que se sumergió en las olas del Jordán. Recapitulando en su cuerpo a la Iglesia, vivió sus misterios para la Iglesia. Esposo y Esposa son, en el Jordán "una sola carne". Cristo, en su Bautismo, purificó, pues, a la Iglesia, pero para unírsela a Él en esponsales. Es, ni más ni menos, lo que dice San Pablo en su epístola a los efesios: "Maridos, amad a vuestra esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada". El Bautismo en el Jordán es, así, el baño nupcial gracias al cual la Esposa-Iglesia — asumida en la carne de Cristo— recibió la última preparación antes de ser presentada al Esposo. Lo confirma la antífona para los Laudes de la fiesta de Epifanía: "Hoy la Iglesia se unió a su Esposo celestial, porque en el Jordán Cristo lavó sus crímenes". Se unen acá las ideas de purificación y de unión nupcial. Cristo pudo desposarse con la Iglesia porque en el Jordán lavó las manchas de la Iglesia. El baño de Cristo-Esposo es, pues, el baño de la Iglesia-Esposa, el único baño nupcial. Desposándose el Señor con la Iglesia en el Jordán, dejó en el agua el germen de su fecundidad para hacer del agua el seno de la Iglesia-Esposa. A lo largo de los siglos, de las aguas del Bautismo —seno virginal de la Madre Iglesia— incesantemente nacerán nuevos hijos, hijos de Dios. Tal es el rico contenido que se encierra en este misterio de la vida del Señor. Una manifestación de Cristo como Hijo de Dios, integrante de la Santísima Trinidad. Una manifestación de Cristo como Salvador, como inaugurador de los misterios en su propio cuerpo. Pronto nos acercaremos para recibir ese mismo Cuerpo del Señor en la Sagrada Eucaristía. Pidámosle que cuando penetre en el Jordán de nuestra alma, renueve en él sus antiguas maravillas purificando nuestro interior de toda mancha, y haciéndolo de tal modo fecundo que podamos continuar en nuestra vida el misterio de la Epifanía "manifestando" a Cristo con nuestras buenas acciones. SAENZ A.,Palabra y Vida, Ciclo B, Gladius Buenos Aires 1993, 53-58 P. Gustavo Pascual, I.V.E. EL BAUTISMO DEL SEÑOR El Espíritu Santo bajó sobre Jesús en forma de paloma. Esta era la señal que le había dado Dios al Bautista para reconocer a Jesús que venía entre los pecadores. “Yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo””[2]. También se oyó la voz del Padre que lo exaltaba ante todo el pueblo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. El Padre se complace en Jesús porque hace su voluntad, porque es fiel a la misión que le ha encomendado. El Bautismo de Jesús es la presentación oficial del Hijo de Dios. “Mi Hijo amado en quien me complazco” (Mt, Mc). “Mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc). “Doy testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Jn). ¿Quién es este Hijo de Dios? Es el Siervo de Yahvé del primer canto de Isaías[3]. Acuden a Juan para preguntarle quién era y él da testimonio de que no es el Mesías[4]. Luego estando con sus discípulos da testimonio: “ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y lo sabe porque ha visto descender sobre Él al Espíritu Santo, que era la señal que le dio el que le envió a bautizar[5]. Hoy Marcos nos relata sucintamente el Bautismo del Señor. Juan se humilla y bautiza a Jesús para cumplir el plan de salvación[6]. Se manifiesta en el Bautismo de Jesús la Santísima Trinidad: el Hijo bautizado, el Espíritu Santo en forma de paloma y la voz del Padre. Jesús se bautiza para santificar las aguas del Bautismo, para cumplir las Escrituras, para manifestarse como el que venía a cargar con nuestros pecados. Era conveniente pero no necesario su bautismo. “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Dios se complace en su Hijo porque ha sido siempre fiel a su voluntad. Jesús Ungido por el Espíritu Santo en el seno de María hoy manifiesta delante de Israel que es el Mesías[7]. Al entrar en el mundo dijo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”[8]. Y al final de su vida dijo: “Todo está cumplido”[9]. El Siervo de Yahvé de Isaías es Jesús, el Hijo amado. Ha venido a hacer la voluntad de su Padre y a morir por los hombres. El Siervo y el Hijo que hacen la voluntad de su Señor manifiestan la humildad de Jesús. Jesús hoy da un rasgo notable de su humildad, se pone en la fila de los pecadores para recibir el Bautismo de Juan. Dice la carta a los Filipenses: “Cristo, El cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, si no que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana, y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”[10]. Sin embargo, aunque tomó el porte de un hombre pecador, su mayor humillación fue hacerse hombre. Jesús nos da ejemplo de humildad. Y, ¿cuál es la humildad que se nos pide? Reconocernos criaturas, siervos de Dios. Esta es la humildad esencial. Esta humildad implica obedecer los mandamientos de Dios, de Cristo y de su Iglesia. Pero nuestra humildad toma un aspecto especial desde el Bautismo, porque comenzamos a ser hijos. Debemos imitar la humildad del Hijo, humildad basada en el amor a nuestro Padre celestial, que nos lleva a obedecerlo. ¿Qué se opone a nuestra humildad filial? El espíritu del mundo, que esencialmente es hacer lo que yo quiero, lo que me apetece, el libertinaje, aunque eso signifique desobedecer a Dios. ¿Jesús es ungido por primera vez en el Bautismo? La unción del Espíritu en el Bautismo se manifiesta ante todo Israel pero Jesús ya había sido ungido por el Espíritu Santo en la Encarnación, “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”[11]. El Espíritu Santo une la naturaleza humana al Verbo Eterno y queda ungida de la divinidad, el Mesías comienza a habitar entre los hombres. “Amas la justicia y odias la iniquidad, por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de fiesta[12] más que a tus compañeros”[13]. Este salmo mesiánico se refiere a la Encarnación del Verbo y al júbilo mesiánico. El júbilo mesiánico nace del cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento pero principalmente de nuestro reencuentro con Dios. La liberación del hombre de sí mismo para vivir en Dios. Luego del Bautismo, donde Jesús es manifestado ante Israel como el Ungido del Señor, comienza su misión de Ungido, de Mesías. En la sinagoga de Nazaret se aplica a sí mismo la profecía de Isaías que dice: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres, la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”[14]. La unción de Jesús en la Encarnación nos trae alegría, “os anuncio una gran alegría, dijo el ángel a los pastores, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”[15]. La unción en su Bautismo nos trae también alegría porque Jesús santifica las aguas que nos purificarán de nuestros pecados y nos harán hijos agradables a Dios. Su predicación es el comienzo de su obra de restauración que culminará en su Pascua y su sede a la derecha del Padre. Para nosotros es el año de gracia del Señor que culminará el día de su segunda venida. Jesús es el ungido con óleo de júbilo. Jesús es fiel a la misión de su Padre y vive en Él, haciendo lo que le complace. Él nos enseña la fidelidad para que también nosotros seamos hijos agradables al Padre y vivamos jubilosos. ¿Por qué no somos felices? Porque no hacemos la voluntad de Dios. Para vivir contentos tenemos que aceptar la voluntad de Dios, la misión que Él nos ha designado en parte. Cada uno tiene una vocación en esta vida, una misión. Si la aceptamos viviremos contentos, si no la aceptamos seremos infelices. En esto no hay grados, se acepta o no se acepta el querer de Dios, estamos contentos o estamos descontentos. El estar contento es como la base de la felicidad. Luego vienen las alegrías, los gozos, las felicidades. En mayor o menor medida de acuerdo a nuestra entrega a la voluntad del Señor. Cuanto más nos vayamos olvidando de nuestros propios quereres para querer el querer de Dios, más felicidad tendremos. Estas alegrías y gozos son como las paredes del edificio de la felicidad. La cúpula de la felicidad se da en vivir fuera de sí, en Dios. Nuestra voluntad tan identificada con la de Dios que es como si Dios obrara en nosotros. Una fundición de voluntades y nosotros viviendo en un éxtasis continuo, olvidados de nosotros mismos cuanto se puede en esta vida, viviendo en Dios. El júbilo expande tanto el corazón en Dios que no es posible expresar con palabras la alabanza y el amor a Dios sino que se lo expresa con todo el ser transportado en Dios. El júbilo de Jesús, el ungido del Señor, es una invitación a cada uno de nosotros para vivir la felicidad en su cumbre, es decir, para vivir en júbilo. Jesús ha sido ungido para que nosotros seamos hombres nuevos, hombres divinizados, hombres jubilosos, hombres verdaderamente religiosos, hombres que viven en Dios y Dios en ellos. Nosotros somos ungidos el día de nuestro Bautismo y somos consagrados como cristianos, somos otros cristos y por tanto debemos imitar al Ungido de Dios. Si queremos que el Padre se complazca en nosotros debemos ser como Jesús. Él ha santificado las aguas para que nosotros seamos hijos de Dios y ungidos de Dios. Jesús por su Misterio Pascual nos ha consagrado para ser hombres nuevos que se le asemejen. Llevamos la unción del Bautismo perennemente en el alma por el carácter bautismal y nuestra vida consiste en ser una réplica de Jesús, el Hijo amado del Padre. [1] Juan Pablo II dice que Cristo “toma su lugar entre los pecadores, (…) en el Jordán, para servirles a todos de ejemplo” (B. JUAN PABLO II, El Espíritu Santo en la experiencia del desierto, Audiencia General del día sábado 21 de julio de 1990, nº 5). Y Benedicto XVI dice: “El relato de las tentaciones guarda una estrecha relación con el relato del Bautismo, en el que Jesús se hace solidario con los pecadores” (BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret (I), Ed. Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 51). [2] Jn 1, 33 [3] 42, 1 s [4] Cf. Jn 1, 19-20 [5] Cf. Jn 1, 29-34 [6] Cf. Mt 3, 13-15 [7] Cf. Lc 3, 21; Jn 1, 34 [8] Cf. Hb 10, 4-10 [9] Jn 19, 30 [10] Flp 2, 5-8 [11] Lc 1, 35 [12] Otras versiones traducen “óleo de júbilo”. [13] Sal 44, 8 [14] Cf. Lc 4, 16-21 [15] Lc 2, 10-11 Semana del 11 al 17 de Enero de 2015 – Ciclo B Bautismo del Señor Domingo 11 de enero de 2015 Bautismo del Señor Domingo primero ordinario Is 42,1-4.6-7: Miren a mi siervo, a quien prefiero Salmo 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz Hch 10,34-38: Ungido con la fuerza del Espíritu Santo Mc 1,7-11: Tu eres mi Hijo amado, mi preferido Hoy, como comunidad de creyentes, celebramos el bautismo de Jesús y, junto con él, nuestro bautismo. Así pues, las lecturas de este día nos ofrecen tres elementos que identifican el verdadero bautismo en el Señor. Un primer elemento lo encontramos en el texto de Isaías, quien nos habla de la actitud del siervo de Dios; éste ha sido llamado y asistido por el Espíritu para llevar a cabo una especial misión en el pueblo de Israel: hacer presente con su vida la actitud misma de Dios para con la humanidad; es decir, evidenciar que Dios instaura su justicia y su luz por medio de la debilidad del ser humano. Por tanto, la tarea de todo bautizado es testimoniar que Dios está actuando en su vida; signo de ello es su manera de existir en medio de la comunidad; debe ser una existencia que promueva la solidaridad y la justicia con los más débiles, pues en ellos Dios actúa y salva; en ellos se hace presente la liberación querida por Dios. El segundo elemento está presente en el relato de los Hechos de los Apóstoles. La intención central de este relato es afirmar que el mensaje de salvación, vivido y anunciado por Jesús de Nazaret, es para todos sin excepción. La única exigencia para ser partícipe de la obra de Dios es iniciar un proceso de cambio (respetar a Dios y practicar la justicia), que consiste en abrirse a Dios y abandonar toda clase de egoísmo para poder ir, en total libertad, al encuentro del otro, pues es en el otro donde se manifiesta Dios. A ejemplo de Jesús, todo bautizado tiene el deber de pasar por la vida “haciendo el bien”; tiene la tarea constante de cambiar, de despojarse de todo interés egoísta para poder así ser testigo de la salvación. El evangelio de Mateo desarrolla el tercer elemento que identifica el verdadero bautismo: La obediencia a la voluntad del Padre. “La justicia plena” a la que se refiere Jesús en el diálogo con Juan el Bautista manifiesta la íntima relación existente entre el Hijo de Dios y el proyecto del Padre. Esto significa que el bautismo es la plenitud de la justicia de Dios, ya que las actitudes y comportamientos de Jesús tienen como fin hacer la voluntad de Dios. Esta obediencia y apertura a la acción de Dios afirma su condición de hijo; es hijo porque obedece y se identifica con el Padre. Esta identidad de Jesús con el Padre (ser Hijo de Dios) se corrobora en los sucesos que acompañan el bautismo: El cielo se abre, desciende el Espíritu y una voz comunica que Jesús es Hijo predilecto de Dios. Es «hijo» a la manera del siervo sufriente de Isaías (Is 42,1): hijo obediente que se encarna en la historia y participa completamente de la realidad humana. El bautismo, en consecuencia, provoca y muestra la actitud de toda persona abierta a la divinidad y voluntad de Dios; y hace asumir, como modo normal de vida, el llamado a ser hijos de Dios, identificándonos en todo con el Padre y procurando, con nuestro actuar, hacer presente la justicia y el amor de Dios. Por desgracia, en la actualidad el bautismo se ha limitado al mero rito religioso, desligándolo de la vida y la experiencia de fe de la persona creyente. Se ha olvidado que el bautismo es el hecho fundamental del ser cristiano, pues evoca la vida, la muerte y la resurrección de Cristo y la participación de todo cristiano en este misterio. El bautismo viene a significar en síntesis, y teniendo en cuenta los elementos descritos anteriormente, la entrega generosa a Dios y a los hermanos a ejemplo del mismo Cristo. Para la revisión de vida Hoy es el primer domingo del “tiempo ordinario”; se acabaron los “tiempos fuertes” de la liturgia, el adviento y la navidad; vuelve la vida ordinaria… Un adagio clásico de ascética decía: “in ordinariis, non ordinarius”, para expresar la meta de quien quiere ser santo (‘extraordinario’) en las cosas ordinarias, en la vida diaria… Al comenzar el “tiempo ordinario” debemos renovar nuestro deseo de vivir “extraordinariamente”. Para la reunión de grupo - La misión del mesías puede leerse como “implantar el Derecho”. Reflexionemos: ¿Qué relación tiene el Derecho con la misión de todo un Mesías? ¿Qué relación puede tener el Derecho con la misión de todo un cristiano? - ¿Cómo está nuestro mundo desde la óptica del Derecho? ¿Es el Derecho (Internacional, mundial) el que rige el “orden” del mundo? ¿Estamos avanzando hacia un ordenamiento jurídico mejor, o hemos retrocedido hacia la ley de la selva, la ley del más fuerte, la justicia (o venganza) por la mano propia…? ¿Puede ser la promoción del derecho y la exigencia de un nuevo Derecho Mundial uno de los grandes deberes de los cristianos, para hacer efectiva en nosotros la misión del Mesías en el mundo actual? - ¿Guarda el bautismo de Jesús alguna relación con nuestro bautismo? - Jesús “se bautizó como adulto”; en no pocos lugares los “nuevos movimientos religiosos” y las sectas acusan a los católicos de que nuestro bautismo no es válido, por ser administrado a los niños… ¿Qué pensar? ¿Debería reformarse la pastoral bautismal? Para la oración de los fieles - Para que todos los hombres y mujeres, sean de la religión que sean, acepten y fomenten el Amor, la Justicia y el Derecho, roguemos al Señor… - Por todos los seguidores de Jesús, para que se distingan siempre –como el Mesías en el que creen- por su amor a la paz, a la concordia, a la justicia y al derecho… - Para que aprendamos de todos los hombres y mujeres, de cualquier religión, que han descubierto el imperativo absoluto de los derechos humanos, que vienen a ser “derechos divinos”… - Para que todos renovemos nuestro bautismo: nuestra decisión de seguir a Jesús y comprometernos con su proyecto mesiánico de “implantar el Derecho en el mundo”… - Para que la Iglesia resuelva de la mejor manera posible la problemática inherente a la pastoral del bautismo de niños… Oración comunitaria - * Dios Padre nuestro, que en el bautismo de Jesús lo has proclamado como tu “Hijo muy amado, el predilecto”; te suplicamos nos cobijes bajo su nombre y nos concedas conformarnos cada día más cercanamente a su imagen, haciendo nuestra su Causa y prosiguiendo su misión de ser “luz de las naciones” y de “implantar el Derecho en la tierra”. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor… * Misterio Infinito, inexpresable, que queremos adorar en silencio, sin palabras... Reconocemos tu Presencia ubicuamente, en el corazón de la Materia y en las raíces de la Realidad, en lo mejor del ser humano, que nos conduce por eso a una convergencia incontenible con el Amor, con la Justicia y la Fraternidad. Ayúdanos a adorarte con el Corazón profundo de nuestro ser, y con la práctica de la justicia, «pasando por la vida haciendo el bien, y curando a nuestros hermanos y hermanas de toda opresión». Lunes 12 de enero de 2015 Tatiana, Benito, Julián Heb 1,1-6: Dios nos ha hablado por el Hijo Salmo 96: Adoren a Dios, todos sus ángeles Mc 1, 14-20: Conviértanse y crean en el Evangelio Hay que subrayar en primer término el contexto humano de la vocación de los discípulos: son hermanos, conciudadanos, relacionados entre sí por la vocación de ser pescadores y originarios de la misma región que Jesús: Galilea. La vocación no es tan sólo sobrenatural; el llamamiento de Dios se puede leer también en el ámbito terrestre. Pero no por eso la vocación deja de ser fundamentalmente iniciativa del Maestro: los pescadores serán los mensajeros del juicio de Dios. Jesús los hará pescadores de hombres, y para que colaboren con él en la ardua misión que tiene por el bien de la humanidad. Este seguimiento no será fácil, porque implica dejar todo (redes y barcas), incluso la propia vida, para optar por el proyecto del reino de Dios. En realidad, los discípulos estuvieron mucho tiempo titubeando y no abandonaron definitivamente su profesión hasta después de la Resurrección. La forma en que Jesús llama es característica del “nuevo estilo” que el joven rabí (maestro) quiere imponer a los suyos. Jesús se presenta como un caminante en marcha incesante para ir al más pobre y al más alejado, y exige a sus discípulos no tanto oídos deseosos y miradas entusiastas, sino más bien aliento para andar y fuerza para encontrarse con el otro. Es desde ese encuentro con el “otro” donde se llega al totalmente “Otro”, al que llamamos Dios. Que el Señor nos ayude en la misión que tenemos como seguidores de Cristo, y aumente nuestra fe para seguirle en libertad y con pasión. Martes 13 de enero de 2015 Hilario de Poitiers Heb 2,5-12: Por la gracia de Dios, padeció la muerte por todos Salmo 8: Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos Mc 1,21-28: Enseñaba con autoridad El milagro que se relata en este pasaje de Marcos está presentado en el contexto de un género literario empleado en gran número de otros: descripción del estado del enfermo, autoridad soberana y poderosa de Jesús, eficacia inminente de su Palabra o de su gesto y, finalmente, la reacción de la multitud. Una forma literaria de ese tipo tiene como finalidad revelar el poder de Cristo. En la descripción de los milagros de Jesús, Marcos se contenta frecuentemente con ese tipo de poder. Lo describirá sobre todo en oposición al influjo ejercido hasta entonces por los demonios. Para la mentalidad de su tiempo la humanidad está sometida a los “espíritus impuros”, que son la causa de las enfermedades y de la muerte. Pero Dios debe poner algún día término a ese imperio tiránico por medio de su Enviado, el “Santo de Dios”. Para Marcos, el milagro no es más que el arma por excelencia del enviado de Dios contra el poder de los “espíritus impuros”, a los que ataca precisamente allí donde dejan de manifiesto su presencia: la enfermedad y la muerte. Interesa revalorizar el poder con que Jesús se manifiesta cual enviado de Dios. Parece que, al menos en Marcos, ese poder es ya el de la Resurrección. El milagro no se comprende sino con referencia al misterio pascual, es decir, el de la Resurrección, que no es más que el sometimiento de la muerte a la vida: una vida plena para todos. Miércoles 14 de enero de 2015 Fulgencio Heb 2,14-18: Tenía que parecerse en todo a sus hermanos Salmo 104: El Señor se acuerda de su alianza eternamente Mc 1,29-39: Sanó a muchos enfermos de diversos males El sumario sobre los milagros de Jesús pertenece a un género literario muy especial donde hay, incluso, lugar para las intervenciones personales, y Marcos no deja de introducir un tema predilecto: el silencio que Jesús impone a los demonios o a los sujetos del milagro, al comienzo de su ministerio. Esta reacción proviene de una especie de pudor que el hombre experimenta hacia todo lo que en sí mismo viene de más arriba que él. Jesús oculta su poder taumaturgo (sanador) porque lo considera como una fuerza superior a sus medios humanos y porque no quiere que su mesianismo y su poder sean entendidos en forma distorsionada. Marcos ha visto en ese silencio una defensa contra la incomprensión de que se ve envuelto. La palabra que está sembrando corre el peligro de ser recibida con un entusiasmo demasiado “nacionalista” y de provocar desagradables juicios desestimativos respecto a su misión. Jesús rechaza el éxito ambiguo; el ideal misionero es el fermento de su vida. Y ese ideal se traduce en llenarse del amor de Dios a tal punto de poder transformar la sociedad para bien, en favor del ser humano y de la creación toda. Es su estilo de vida misionera. Un estilo de vida que lo invita a ir más allá de las fronteras de su tierra. Y que nos invita a nosotros también. Jueves 15 de enero de 2015 Efisio , Mauro, Raquel Heb 3,7-14: Anímense los unos a los otros, mientras dure este “hoy” Salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz Mc 1,40-45: La lepra se le quitó, y quedó limpio El leproso es marginado por su enfermedad, consecuencia de su pecado, según la tradición judía. La lepra era la mayor muralla social y, al mismo tiempo, una enfermedad que sólo Dios podía curar ante la petición humilde del “impuro”. Jesús no repara en tocar lo intocable y, en lugar de quedar contaminado, comunica su propia “pureza”. El segregado queda reintegrado. Es un gesto grandioso y revelador. El leproso es invitado a no proclamar su curación, pero en cambio se convierte en testigo de la acción de Jesús y anuncia abiertamente la acción liberadora de que ha sido objeto. Jesús tiene el poder de integrar en su ministerio a todos y a todo; rompe todos los esquemas de marginación; su práctica pretende abolir las fronteras que dividen a los hombres. El discipulado no se puede convertir en un grupo cerrado de “elegidos”, sino más bien tiene que saber descubrir todos los ambientes de marginación que la sociedad va creando. Su misión será reintegrar a todos para que sean partícipes de la misericordia de Dios, que siempre está dispuesto a ir en busca de la oveja perdida para regresarla al redil. Viernes 16 de enero de 2015 Marcelo Heb 4,1-5.11: Apresurémonos a entrar en el descanso del Señor Salmo 77: No olviden las acciones de Dios Mc 2,1-12: Él tiene potestad en la tierra para perdonar pecados Jesús libera al paralítico del estigma de que su enfermedad deriva de su pecado. Jesús quiere cambiar la mentalidad de quienes lo humillan de esa forma. La multitud que asiste a la liberación del enfermo toma repentinamente posición contra Jesús. La parálisis ha cambiado de campo, y Jesús ve que su propio proceso comienza con la acusación que muy pronto será la causa de su muerte: “¡blasfema!”. En la medida que el hombre moderno ha perdido el sentido de Dios, ha ahogado el sentido del pecado y, por consiguiente, la significación de un Mesías que perdona y que muere por el perdón de los pecados. El cristiano no podrá dar testimonio del perdón de Dios y de su necesidad si no purifica su propio concepto de pecado, y si no hace del perdón una tarea comunitaria del amor en la edificación de la paz, de la justicia social y en las mil facetas de la vida humana. La misión de Jesús fue levantar al pobre de su condición inhumana: “levántate, toma tu camilla y vete”. Ponerse en camino (andar) significa tomar nuevos rumbos de vida y no dejarse someter por las estructuras injustas que muchas veces invalidan la dignidad humana. Sábado 17 de enero de 2015 Antonio Abad Heb 4,12-16: Acerquémonos con confianza al trono de la gracia Salmo 18: Señor, que no seamos sordos a tu voz Mc 2,13-17: No vine a llamar a justos, sino a pecadores El llamamiento de Leví y de los pecadores les es dirigido hoy a los cristianos, invitados a hacer la experiencia de la misericordia para con ellos. Como todos los seres humanos, son pecadores, pero descubren que el amor de Dios les busca hasta en su mismo pecado. El tomar en cuenta a un publicano para que le siguiera era motivo de escándalo para la gente, y de manera especial para los letrados. ¿Cómo es posible que éste, que se hace llamar Maestro, coma con publicanos y con pecadores? Para Jesús lo importante es la persona, y no tanto su condición de pecador; aunque, obviamente, lo invita al cambio de vida, por su propio bien y el de todos. El pecador sólo descubre la misericordia de Dios si ésta constituye para él un llamamiento a la conversión y al cambio de vida y, más aun, una misión apostólica, ser testimonio en el mundo. Los pecadores, a quienes tradicionalmente se ha contrapuesto a los justos tan sólo para condenarlos, son en este pasaje testigos de una cualidad religiosa esencial: la humildad puesta al servicio del llamamiento, contrapuesta al orgulloso rechazo de la buena conciencia de los fariseos.