2 EL MEDIO AMBIENTE RURAL EN UNA ECONOMIA

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EL MEDIO AMBIENTE RURAL EN
UNA ECONOMIA POSTSOCIALISTA:
EL CASO DE HUNGRIA
Miklós Persányi
El experimento socialista en las zonas rurales
de Europa oriental
Lenin estableció como uno de los fines de la revolución cultural soviética la abolición de las diferencias entre pueblos y ciudades. Durante los íiltimos 70 años en la historia de la Unión Soviética, y los íiltimos 40 años en la de los países de Europa oriental, se han dedicado grandes esfuerzos a esta causa, con los consiguientes levantamientos violentos y experimentos a escala masiva. Hace 40 ó 60 años quedaban aún vestigios feudales en las zonas rurales de Europa oriental. En la actualidad, no solamente
han desaparecido por completo tales vestigios, sino que se ha eliminado asimismo la pobreza generalizada de las masas rurales
mediante grandes cambios sociales y tecnoeconómicos. Pero muchas de las medidas adoptadas, como por ejemplo el sistema centralizado de recolección y almacenamiento, no lograron sus objetivos y tuvieron que ser abandonadas. Con todo, durante mucho
tiempo, y debido a imperativos ideológicos o políticos, las autoridades de algunos países, como Rumania, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana, continuaron elaborando sin descanso programas grandiosos e impracticables. En algunos casos,
sólo el derrocamiento en 1989 de los regímenes comunistas puso
punto final a estos planes y programas.
Puesto que, hasta hace muy poco tiempo, la política de desarrollo no prestaba particular atención al medio ambiente, se estableció una estructura de asentamientos y de producción que
significaba y sigue significando un despilfarro de suelo, materiales y energía, con perniciosas consecuencias para el entorno natural y urbano. Los sistemas de planificación centralizada perseguían los objetivos económicos e industriales que se habían propuesto con una inflexibilidad desprovista de ^^isión global y de
sensibilidad local; por tanto, eran incapaces de manejar la complejidad del medio ambiente y, al tratar de solucionar un problema específico, solían crear otros muchos.
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Los cambios históricos producidos en las zonas rurales como
resultado de los experimentos socialistas de las políticas estalinistas y postestalinistas coincidieron con los grandes cambios tecnológicos del período de posguerra. Por consiguiente, los cambios
técnicos en el medio rural de Europa oriental se produjeron en
circunstancias sociales y políticas muy diferentes a las del Oeste.
En la actualidad, las diferencias en materia de desarrollo entre el
Este y el Oeste son mucho mayores en las zonas rurales que en
las urbanas, debido a las diferencias intrínsecas entre unas y
otras. En comparación con las ciudades, el campo de Europa
oriental presenta ventajas en términos de contacto humano y entorno físico, pero padece por otra parte de muchas desventajas
en el orden material y cultural, como la falta de puestos de trabajo y la escasa calidad de los servicios. La urbanización del campo
está aún lejos de haber concluido con éxito.
En toda Europa oriental, la red de asentamientos se planificó
de forma centralizada. Los intentos radicales y violentos de reestructurarla sólo sirvieron para aumentar los problemas, multiplicándolos o generando nuevas dificultades. En la mayoría de los
países, como Hungría (Gyenei, 1989), uno de los rasgos dominantes de la política de asentamientos de la posguerra fue una virulenta mentalidad antirrural. Sólo ahora empieza a prestarse
atención a la necesidad de reparar los terribles daños causados
en nombre de unas políticas de modernización mal orientadas,
especialmente con el proceso de democratización. En algunos
países se mantuvo largo tiempo la destrucción deliberada de los
valores culturales y naturales. En Rumania, el programa de sistematización, con el que se arrasaban pueblos enteros y se reasentaba de forma obligatoria a sus habitantes en complejos agroindustriales consolidados, solamente pudo ser detenido con el derrocamiento en 1989 del régimen de Ceausescu. Anteriormente
se habían dado experimentos similares también en Hungría, tales como el proyecto para la liquidación de las explotaciones
agrarias individuales en la década de 1950, mediante la creación
primero de "centros agrarios" y después mediante la fracasada
introducción posterior de koljozes (cooperativas agrarias de gran
tamaño) de tipo soviético. En la década de 1960 se planteó también el denominado "concepto de desarrollo de asentamientos",
que implicó una reducción programada del número de pueblos
de menor tamaño. Mediante la fusión de las empresas agrarias y
70
de los municipios, la mayoría de los pueblos húngaros se vieron
subordinados y privados de sus derechos (G}'enei, 1989). Recientemente han surgido presiones en sentido opuesto, y algunas comunidades locales han recuperado mediante referéndum el control de sus propios pueblos.
Europa oriental no ha experimentado aíui las tendencias antiurbanizadoras que están afectando a los países occidentales, y
que se iniciaron en Gran Bretaña y en Estados Unidos en las décadas de 1950 y 1960 (Enyedi, 1988). La denominada "práctica
socialista" apoyaba cualquier tipo de centralización: como caricaturizaba Gyenei (1989) "cuanto más grande, más socialista". Esta
práctica consideraba la urbanización como algo valioso en sí mismo, y perseguía con toda energía la concentración de la población. Los sistemas autoritarios prefieren, por regla general, tener
menos unidades que dirigir, y los objetivos prioritarios estaban
basados en la idea de que era posible alcanzar un nivel de vida
mejor para el pueblo mediante la concentración de los servicios,
el abastecimiento, etc. Pero la sociedad, especialmente la de tipo
rural, no siempre está de acuerdo con estas teorías.
El desarrollo urbano-industrial surgió históricamente en Europa oriental mucho más tarde que en las regiones más desarrolladas del mundo. Este proceso llegó hasta los márgenes occidentales de la región, pero a partir de ahí avanzó más lentamente, y
el explosivo crecimiento industrial en Europa central y oriental
fue muy diferente del modelo "clásico" de desarrollo occidental
durante el mismo período (Enyedi 1988). La industrialización se
inició en Hungría, por ejemplo, en la década de 1860, y llegó a
los Balcanes en el decenio de 1920. La estructura de la industria
se interiorizó, adaptándose a una región predominantemente rural. Por consiguiente, no hubo necesidad de una intensa concentración urbana, y la industria no llegó a absorber toda la mano
de obra excedentaria de la agricultura. Esta revolución industrial
fiie muy lenta y se interrumpió a menudo. Por ejemplo, las zonas
industriales surgidas en Hungría a finales del siglo pasado eran
enclaves en una sociedad que durante mucho tiempo siguió siendo predominantemente rural y feudal. Las ciudades no generaban industrialización, sino que era la industria la que estimulaba
la urbanización, la cual se desarrolló de manera muy imperfecta.
A mediados del presente siglo, en casi todos los países socialistas (a excepción de la República Democrática Alemana y de
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Checoslovaquia), entre la mitad y las dos terceras partes de la población tenía carácter rural. La mayoría de estas personas vivían
de la agricultura, pero a partir de 1950 la despoblación del campo fue en aumento. El objetivo principal de la economía de planificación centralizada estribaba en "establecer las bases materiales del socialismo", lo que hacía hincapié en una idea del desarrollo coincidente con los intereses del complejo industrial-militar, justificándolo con motivos ideológicos (Glatz, 1987).
Una de las características típicas de la urbanización en Europa central y oriental consiste en que, a partir de ese período, el
desarrollo industrial y el urbano se entrelazaron por entero, rétirándose de la agricultura el capital necesario para la industrialización (Enyedi, 1988). Las ciudades industriales cada vez más
grandes se desarrollaron a expensas de los pueblos y de las ciudades pequeñas no industriales. El período de despegue industrial, que coincidió con la gran expansión urbana, se desaceleró
en la mayor parte de Europa central y oriental, y ha concluido ya
prácticamente (véase gráfico 2.1). En la actualidad, el sector rural sigue teniendo un peso fundamental. La población urbana
de la región representa únicamente el 55 ó 60 por ciento y, aunque muy inferior a la de Europa occidental, constituye un rasgo
característico, y no un síntoma de subdesarrollo. No es necesario
continuar con la urbanización. En la actualidad, la desigualdad
entre los diferentes asentamientos constituye una de las desigualdades más graves en la región, y ello es consecuencia de la urbanización. En muchos sentidos, las condiciones de vida en las zonas rurales y urbanas muestran disparidades cada vez mayores.
La única solución será concentrarse en la urbanización de las zonas rurales, abordando los problemas causados por la falta de
atencióri y la discriminación de los pueblos y sus habitantes (Enyedi, 1989).
Procesos sociales
La situación medioambiental no es necesariamente mejor en
la Europa rural del Este que en la del Oeste, pese a su inferior
nivel de desarrollo. A1 contrario, existen muchos problemas medioambientales, a pesar de que la gente vive en estas regiones
más cerca de la naturaleza y más lejos de las tecnologías "urba-
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nas", con las consiguientes ventajas medioambientales. De hecho, en las tres o cuatro íiltimas décadas, muchas tecnologías
nuevas y agresivas, con un considerable consumo de energía y de
materiales, y con enormes problemas de contaminación, han
desplazado a los métodos de producción tradicionales, más en
sintonía con la naturaleza.
Asimismo, los rápidos cambios sociales han transformado de
forma radical la vida rural tradicional. Se han producido cambios sucesivos en el régimen de propiedad de la tierra (gráfico 2.2.). Por ejemplo, en 1945 la mayor parte de los grandes latifundios hímgaros fueron distribuidos entre los campesinos, y el
resto transformados en empresas agrarias estatales. A finales de
la década de 1940 se inició la colectivización de las fincas pequeñas. Aunque se interrumpió en 1953, fue relanzada a raíz de la
forzada involución del primitivo proceso de democratización
que tuvo lugar en 1956, de forma que en 1962 se había terminado ya con la "transformación socialista de la agricultura húngara". Gomo resultado, las cooperativas a gran escala y las explotaciones agrarias estatales llegaron a ocupar el 93 por ciento del
suelo cultivable. Posteriormente, en particular después de las reformas económicas de 1986, se estimuló la producción a pequeña escala en parcelas familiares. En la actualidad existe una capacidad de producción considerable en manos privadas, aunque
las verdaderas oportunidades para la empresa privada surgieron
únicamente a finales de la década de 1980. Y en los últimos tiempos, con el resurgimiento de los conceptos de economía de mercado, se están estudiando las posibilidades de reprivatización de
las empresas y cooperativas agrarias.
Entre tanto, la población rural como tal experimentó una
transformación considerable. Muchos emigraron a las ciudades;
otros llevan una vida ambivalente, desplazándose diariamente a
sus trabajos en las fábricas urbanas, pero residiendo en el campo
y trabajando en la parcela familiar durante el tiempo libre, junto
al resto de la familia. Otras profundas transformaciones han sacudido igualmente el empleo puramente agrario y las condiciones de trabajo de los empleados agrarios: ya no son agricultores
con un conocimiento amplio y genérico de las tareas de labranza, sino trabajadores especializados y cualificados en cadenas de
montaje agrarias.
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Gráfico 2.1
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1980
Hungría: tasa de empleo por sectores económicos
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parcelas familiares
1950
Gráfico 2.2
74
1960
1970
1980
Hungría: superficie de tierra por sectores sociales
Al mismo tiempo se han roto las relaciones sociales tradicionales de las sociedades rurales. Los sistemas de normas, las redes
de contactos y las jerarquías de las comunidades locales han sido
reestructuradas de forma sistemática. Los enormes cambios económicos se vieron reforzados por otras medidas de carácter violento, especialmente en la década de 1950, tales como el masivo
hostigamiento y deportación de campesinos de clase media, y las
restricciones sobre las iglesias y la práctica religiosa. Además, los
rápidos cambios tecnológicos y de infraestructuras han transformado los estilos de vida tradicionales, por ejemplo en materia de
vivienda (con casas nuevas y más confortables, dotadas de electricidad, agua corriente y cuartos de baño) o de transporte (con un
aumento explosivo del número de automóviles particulares), por
no mencionar la revolución en los medios de comunicación de
masas.
Todos estos cambios han tenido repercusiones importantes
sobre el medio ambiente rural, algunas de ellas muy significativas. Los cambios en la mentalidad de las personas, por ejemplo,
pueden constatarse en el aspecto descuidado y sucio de los lugares públicos, y la pérdida e inhibición de los valores tradicionales
ha traído consigo el desarrollo caótico y descontrolado de asentamientos, olvidando por completo su apariencia tradicional.
Ya no es posible establecer una dicotomía estricta entre áreas
urbanizadas y rurales. La división entre ciudades y pueblos se
basa en consideraciones de tipo administrativo. Algunas ciudades nuevas formadas en las últimas décadas, por ejemplo, son
poco más que conjuntos de viviendas: faltan muchas de las características de la infraestrt^ ctura urbana, como alcantarillado, red
telefónica, aceras, calles asfaltadas, y en ocasiones incluso agua
corriente. En estos aspectos suele haber poca diferencia entre la
periferia de las grandes ciudades y los pueblos "de verdad", aparte de la distancia que les separa de las zonas urbanizadas. La periferia y los pueblos circtmdantes, por otro lado, comparten muchas de las ventajas e incom^enientes de las ciudades.
Debido a las vagas líneas divisorias que separan las zonas rurales en Hungría, es difícil conseguir datos al respecto que sean
absolutamente fiables. Sin embargo, cabe perfilar algunas características significativas de los entornos rurales, clasificándolos de
acuerdo con los tipos de asentamiento. Cerca del 40 por ciento
de los 10,6 millones de habitantes que tiene Hungría viven en
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pueblos situados en zonas exclusivamente rurales. El resto vive
en las ciudades o en sus proximidades, incluyendo a muchos que
viven en un ambiente rural. Existen 125 ciudades de diverso tamaño, entre las cuales la capital, Budapest, es con diferencia la
más grande, ya que cuenta con más de dos millones de habitantes. Por otro lado se contabilizan 2.933 pueblos, de los cuales
una tercera parte tienen menos de 500 habitantes, y una cuarta
parte entre 500 y 1.000. Los asentamientos difieren no solamente en cuanto a escala, sino también a condiciones de habitabilidad, infraestructura, empleo y calidad del medio ambiente.
Cambios en la producción
Las condiciones rurales están determinadas ante todo por los
medios y organización de la producción de alimentos. La agricultura húngara disfruta de notables ventajas de tipo natural e
histórico, y ha logrado importantes incrementos de la producción en las dos últimas décadas. Las explotaciones agrarias a
gran escala han desarrollado una simbiosis relativamente eficaz
con las parcelas familiares anexas. La explotación agraria familiar a pequeña escala no suele dedicarse a determinados cultivos
(por ejemplo, maíz, girasol o remolacha azucarera), pero alcanza una cuota importante de otros productos (por ejemplo, carne, frutas, hortalizas). Su producción asciende al 22 por ciento
del total del sector agrario, y al 45 por ciento de la producción
neta (KSH, 1989). El rendimiento de la agricultura húngara destaca entre todos los países de Europa oriental. Además de satisfacer las necesidades internas, exporta una tercera parte de su producción, lo que equivale al 20 por ciento del total de las exportaciones del país. Sin embargo, debido al actual exceso de oferta
en los mercados mundiales, la necesidad de subvencionar las exportaciones agrarias representa en la actualidad el mayor déficit
de la economía húngara (Csorba, 1987).
La rápida expansión de la agricultura se debe a la intensificación de los métodos de cultivo y a la aplicación de la ciencia en
las técnicas y procedimientos empleados. La producción y el
consumo han aumentado continuamente desde la década de
1960 (cuadro 2.3). Han surgido sistemas industriales en la horticultura y la ganadería. Las presiones en favor de la intensifica-
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ción provienen no solamente del imperativo de ampliar la producción, sino también de la pérdida de terreno cultivable en favor de otros usos, así como de la creciente utilización de suelo
dentro del sector agrario para fines de almacenaje, transporte y
vertido de residuos, y del abandono de las tierras marginales
poco apropiadas para los métodos de cultivo intensivo.
Cuadro 2.3
Crecimiento de la agricultura hungara, 1950 = 100%
Año
Producción
agrícola total
Producción
por hectárea
1938
113
111
1950
1960
1970
1980
1987
100
120
146
206
214
100
121
149
213
223
El rápido crecimiento de la agricultura estatal intensiva supuso un importante aumento de las presiones y amenazas al medio
ambiente. En 1935, la capacidad de arrastre mecanizado era tan
sólo del 6 por ciento, en 1950 del 40 por ciento, y en 1980 del 99
por ciento, con una potencia de alrededor de 7,5 millones de
kw. Entre 1950 y 1980, la capacidad de arrastre mecanizado por
área unitaria se multiplicó por 31, y el número de tractores por
12. Las explotaciones agrarias a gran escala que muchas veces
cultivan la tierra de varios pueblos disponen de grandes extensiones de monocultivo frecuentemente alejadas entre sí. La necesidad de desplazar grandes máquinas, la recolección y el transporte de cosechas tiene como consecuencia un mayor consumo
de combus ^ ble y energía, con los costes consiguientes (Prugberger, 1989). La "quimicalización" de la agricultura es otro de los
factores clave. La utilización excesiva y torpe de productos fitosanitarios ha contaminado el suelo y los cursos de agua, dañando
los ecosistemas naturales. En 1975 se produjeron 41.250 toneladas de plaguicidas; en 1987, la cifra correspondiente era de
77.581 (gráfico 2.4). De esta can ^ dad, unas 65.000 toneladas se
aplicaban mediante pulverización, con una densidad de unos 10
kilogramos por hectárea. Durante esos 12 años, la producción de
fer^lizantes ar^ ficiales pasó de 700.000 toneladas de agentes acti^ros a 1,06 millones de toneladas (KSH, 1989) (gráfico 2.5). La
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densidad media de uso de fertilizantes artificiales es de unos 230
kilogramos por hectárea, cifra que, lo mismo que la de plaguicidas, es bastante elevada con arreglo a la media internacional
(Csorba, 1987). Todos estos procesos tienen como consecuencia
una mayor dependencia tecnológica de la agricultura, y una demanda mayor de energía, materias primas y materias artificiales,
con la consecuencia de un iinpacto medioambiental más grave y
duradero.
Además de esto, muchas explotaciones agrarias, estatales o
cooperativas, han diversificado hacia actividades no agrarias. La
tasa de crecimiento de estas actividades ha excedido con mucho
la de la producción agraria, multiplicándose por 7 entre los años
1970 y 1985, en comparación con un aumento de sólo la mitad
registrado en la producción de la agricultura y de la silvicultura.
Como resultado de ello, algunos pueblos se han industrializado
de forma importante, aunque rara vez ello implica el uso de tecnologías avanzadas. Entre las actividades típicas se incluyen los
transformados metálicos, embalajes y textiles. Por tanto, aunque
mejoren con ello las oportunidades de empleo, las fuentes de
contaminación industrial y las prácticas ecológicamente peligrosas se diseminan al mismo tiempo por las zonas rurales, donde
los habitantes y los organismos de la Administración están mal
preparados para hacer frente a estos riesgos. Algunas actividades,
como el vertido de residuos, la recogida de chatarra y las incineradoras, han sido trasladados a las zonas rurales precisamente
por la contaminación y molestias que causan.
Las empresas agrarias no muestran ningún interés real por la
protección medioambiental. Los sistemas de control económico
favorecen la mejora de la productividad, no la preservación de la
naturaleza, de forma que los agricultores han pasado de ser
usuarios de recursos naturales a explotadores de los mismos. Las
subvenciones estatales (tales como los pagos por hectárea, los
apoyos a los precios y los préstamos para la puesta en cultivo y
mejora de tierras) distorsionan los costes de producción reales y
van en contra de la conservación de los hábitats naturales. La
gestión de la industria agraria, por otra parte, ha pasado a manos
de expertos en ingeniería y en química, con lo que el agrónomo
tradicional queda relegado a un papel secundario.
En la mayoría de los pueblos, el úñico empleo posible está
en las grandes explotaciones agrarias, por lo que éstas ostentan
80
un gran poder político y económico, e incluso constituyen un monopolio. La mayor parte de los habitantes de los pueblos se encuentra a merced de estas explotaciones, tanto si son propietarios
de las mismas como si se trata de cooperativas. Esta indefensión la
padecen no solamente los individuos, sino también los órganos representativos -los ayuntamientos-, a pesar de formar parte del
aparato de poder estatal. Las grandes explotaciones agrarias subvencionan a su antojo los proyectos de desarrollo comunitario de
los ayuntamientos más pobres. Tienen mejores contactos con los
altos estratos del poder, cuyo interés es sobre todo el aumento
continuado de la producción. Dan empleo a las personas de la localidad que tienen conocimientos técnicos. Por todo ello, sólo en
raras ocasiones los ayuntamientos han intentado limitar las actividades de estas grandes explotaciones agrarias y de sus industrias
conexas, por más que impliquen riesgos para el inedio ambiente.
Contradicciones entre el desarrollo agrario
y el medio ambiente
Los éxitos de la "revolución verde de Hungría" son considerados en toda Europa oriental como una especie de milagro. Sin
embargo, han sido consecuencia no tanto de la planificación
centralizada y de la redistribución hecha por el Estado como de
la mayor autonomía de las cooperativas y grandes explotaciones
agrarias estatales, así como del mayor compromiso e interés personal por parte de los productores. Estos factores, sin embargo,
no han impedido que la agricultura húngara incurra en los problemas medioambientales derivados de la intensificación. En
efecto, la mecanización y la "quimicalización" de la producción
agraria han estado acompañados de consecuencias negativas en
todo el mundo, y desde luego los países socialistas no constituyen una excepción. Antes al contrario, en su caso los problemas
se han agravado debido a los errores de las economías de planificación centralizada. Las normas elásticas, la ausencia de responsabilidad y el centralismo exagerado han causado tanto daño
como la misma tecnología, y ha existido un compromiso de miras estrechas con la industrialización de la producción como factor clave para las transformaciones sociales de mayor alcance en
las zonas rurales.
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La rígida planificación y control centralizados de la agricultura húngara en el decenio de 1950 y el ulterior sistema de gestión postestalinista del sector, basado en reglamentaciones y subvenciones económicas, han creado un sistema de uso del suelo y
una estructura de productos irracionales. Estos factores estatales,
por ejemplo, son la causa de los elevados costes de la energía y
de los materiales en la agricultura, y de su consiguiente falta de
competitividad en los mercados mundiales. En la actualidad, los
expertos critican esta miope visión de la producción en su única
dimensión cuantitativa, y reclaman una mayor atención sobre lo
que se produce, sobre su calidad y su coste. Los ejemplos que siguen servirán para ilustrar estas contradicciones (Madas, 1989).
Los programas a gran escala para mejorar la fertilidad del
suelo mediante el uso de fertilizantes artificiales se establecieron
obligatoriamente en las décadas de 1960 y 1970, y sirvieron para
impulsar considerablemente los rendimientos. Sin embargo, fueron recortados a finales del decenio de 1970, cuando se pusieron
de manifiesto sus desproporcionados costes financieros. Igualmente salieron a la luz sus inconvenientes medioambientales,
principalmente la nitrificación de las aguas subterráneas, la acidificación del suelo y su degradación estructural. El uso de abono animal había sido abandonado prácticamente, y lo que en
otra época fueron subproductos aprovechables llegaron a ser
considerados como desechos, con sus propios problemas de contaminación. Y a pesar de que estas actitudes tecnocéntricas se están modificando, y de que cada vez se utilizan más los abonos de
origen animal, la superficie tratada con este tipo de fertilizantes
orgánicos representa aproximadamente un 5 por ciento del total
del suelo cultivable.
Los efectos distorsionantes de unas subvenciones mal planteadas son especialmente notables en el caso de los coeficientes estructurales de la ganadería. Los rumiantes, y especialmente el ganado vacuno, han cedido terreno frente a otras especies que, a
pesar de necesitar mayores cantidades de piensos adquiridos en
el exterior, son más adecuadas para los métodos intensivos de
producción. La proporción entre vacuno y porcino, por ejemplo, era de 1:5 en 1984, mientras que el promedio, tanto en la
Comunidad Europea como en el COMECON, era de 1:1, y en
Estados Unidos de 1:0,5. Esta es la razón de que existan en Hungría cerca de un millón de hectáreas de prados y pastos sin apro-
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vechamiento, de que se importen cantidades tan grandes de proteínas, de que se precisen tantos fertilizantes artificiales, de que
las explotaciones intensivas de ganado sean fuente de una contaminación grave, y de que la mayor parte del abono de origen
animal se desaproveche. El establecimiento de grandes unidades
de estabulación intensiva, dotadas de sistemas de recogida de purines, estuvo muy en boga en las décadas de 1960 y 1970, pero
no se solucionó el problema de qué hacer con todo el abono líquido producido, de forma que ha llegado a ser el mayor contaminante importante del suelo y del agua (Várallyai y cols., 1989).
Del mismo modo, aunque los programas centrales incentivaron la mejora de la tierra, se prestó menos atención a la prevención del deterioro del suelo, provocado por el mal uso del mismo, lo que en la actualidad afecta a la mitad de toda la tierra de
cultivo (Dargai, 1988). Incluso las medidas aplicadas en el capítulo de puesta en cultivo, drenaje y regadío de tierras causaron
en determinadas zonas más perjuicios que beneficios, si bien siguieron adelante debido a la disponibilidad de fondos procedentes del Gobierno central. La planificación y evaluación racionales
de estos programas resultó socavada por la influencia del favoritismo en el reparto de los fondos y por unos procedimientos
contables muy relajados. Con alguna frecuencia, la realización
de los proyectos fue negligente e innecesariamente destructiva
desde un punto de vista medioambiental, por ejemplo alterando
el subsuelo y sus capas de arcilla impermeable, o bien eliminando hileras de árboles y setos para crear grandes fincas (Éri, 1989;
Madas, 1989).
Los valores reales y sus relaciones fueron alterados igualmente por el apoyo prestado por parte del Estado al desarrollo de los
instrumentos y métodos de la moderna "agricultura industrial".
La producción y venta de maquinaria agrícola, fertilizantes y plaguicidas, y la instalación de grandes complejos ganaderos, recibieron diversas subvenciones tanto directas como indirectas.
Como consecuencia, este tipo de tecnología se abarató artificialmente, pudiendo competir con facilidad con la agricultura tradicional basada en métodos más armoniosos con la naturaleza,
aunque en realidad la producción agraria estaba incurriendo en
costes considerables, aunque en buena parte ocultos.
Posiblemente el problema estructural más grave que tiene la
agricultura húngara consiste en que su producción resulta irra-
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cional en lo relativo a la distribución regional. Grandes cantidades de productos agrarios se han cultivado en tierras que son
ecológicamente inadecuadas para la especie vegetal o el tipo de
ganado correspondiente. El fallo no está en el sistema de mando
y control de la década de 1950, sino en los programas agrarios
posteriores, los cuales subvencionaron la producción de determinados productos, como el maíz y el trigo, ya fuese a base de la superficie cultivada o de la cosecha recogida. Estos programas estimularon la implantación de extensos monocultivos, con los consiguientes perjuicios medioambientales. Las explotaciones agrarias fueron inducidas asimismo a cultivar tierras inadecuadas, ya
que el pago estaba asegurado a pesar de sus escasos rendimientos.
El último ejemplo de desarrollo distorsionado y perjudicial
corresponde a una serie de medidas cuyo propósito, al menos
formalmente, es el de protección del medio ambiente. La denominada "protección cuantitativa de la tierra" trata de minimizar
la pérdida de suelo agrario derivada del désarrollo urbano o industrial. A comienzos de la década de 1980 se establecieron estrictos controles sobre el suelo, aplicándose fuertes recargos por
el desarrollo de tierras de labranza, diferenciados según la calidad del suelo. La mayor parte de los fondos recaudados por esta
vía se han canalizado hacia la mejora de las tierras. Pero el problema estriba en la mala asignación de estos fondos. Los grandes
complejos agroindustriales, por ejemplo, han recibido subven^iones para realizar proyectos que nada tienen que ver con la
protección del suelo, y que incluso son directamente perjudiciales para el medio ambiente (Éri, 1989). Se han talado bosques
enteros y roturado praderas, aumentando así los riesgos de erosión causada por el agua y el viento. Hábitats importantes, como
los bosquecillos, pastizales, estepas, marismas, setos, sotos y matorrales se han puesto en explotación, a pesar de que el suelo así
conseguido tiene un valor productivo marginal. La causa hay
que buscarla en la ausencia de responsabilidades por el inadecuado uso de los fondos públicos.
En palabras de un economista agrario de tendencias progresistas:
El juicio general que se hace de los resultados de la agricultura húngara está en función de los volúmenes de producción
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y de los ingresos por exportaciones, especialmente en divisas, y
por tanto estos parámetros determinan en gran medida el lugar que ocupa la protección medioambiental dentro de las
prioridades de la agricultura, y las limitaciones de la inversión
en protección medioambiental en el sector agrario... Por otra
parte, la actual política agraria conduce al deterioro del medio
ambiente, }^ ni el país ni el sector agrario disponen de los ingresos o del capital suficiente para paliar sus consecuencias.
(Eri, 1989).
Los primeros pasos hacia una solución deberían consistir en
la supresión de todas las normas e incentivos de carácter económico que vayan en contra de los intereses medioambientales
(por ejemplo, preferencia por el terreno cultivable o subvenciones a los precios de los fertilizantes, que en las actualidad ascienden al 22 por ciento para los nitrogenados y al 37 por ciento
para los fosfóricos), la descentralización de la planificación agraria y la introducción de impuestos especiales de tipo medioambiental. No es posible predecir lo que podrá suceder en un futuro próximo, aunque quizás se producirán cambios radicales, incluyendo la reprivatización de la tierra y la división de las grandes explotaciones agrarias, lo que sin duda planteará nuevos desafíos y oportunidades en las relaciones entre agricultura y medio ambiente.
Situación del medio ambiente en las zonas rurales
Todos los asentamientos rurales, en mayor o menor grado,
han absorbido los grandes cambios sociales producidos desde la
guerra. El cambio tecnológico se ha extendido rápidamente por
todo el campo hítngaro, a través de las acti^^idades de las explotaciones agrarias estatales y de las grandes cooperativas. Los largos
tentáculos de las ciudades y de la industria han llegado a todas
partes, quebrando los valores tradicionales y dejando su profunda impronta sobre el medio ambiente ruraL A continuación se
presentan algttnos ejemplos de repercusiones medioambientales.
Uno de los mayores problemas ecológicos con que se enfrenta Hungría es el de contaminación de sus aguas subterráneas. El
compromiso ideológico de trasladar las comodidades de la ^Rda
moderna a las zonas rurales y elevar el nivel de ^^ida del campo
85
llevó a adoptar la inflexible decisión de introducir el agua corriente en todos los núcleos de población. Sin embargo, las correspondientes redes de distribución de agua y de alcantarillado
no han sido construidas al mismo ritmo (véase el gráfico 2.6). En
1945, el 25 por ciento de la población disponía de agua corriente, cifra que pasó a ser el 88 por ciento en 1987. En este mismo
período, la proporción de viviendas conectadas a la red de alcantarillado pasó del 18 al 49 por ciento. Durante los últimos 15
años, el número de viviendas con agua corriente pero sin alcantarillado casi se ha multiplicado por cuatro, lo que supone producir 146 millones de metros cúbicos de aguas residuales cada
^/a
80 ^
conectados a la red de abastecimiento de agua
70 ^
_._._ equipados con inodoro
60 i
_..._ equipados con baño
50
"""""" d e a l can t ar ill a d o
conectados a la red pública
40
30
20
10
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año
0}1949
1960
1970
1980
1985
Gráfico 2.6 Proporción de viviendas con agua corriente y conexión al
alcantarillado público
año. De este volumen, cerca de 26 millones de metros cíibicos
se recogen mediante camiones cisterna, pero el resto -aguas residuales correspondientes a una población de 3 millones de
personas-, se filtra directamente en el suelo o va a parar a canales o cursos de agua. Se dan casos en que los desagiies han sido
conducidos directamente a pozos agotados. Como consecuencia de lo anterior, mientras que en 1971 solamente el 30 por
ciento del agua subterránea necesitaba ser depurada para consumo humano, actualmente el porcentaje se eleva al 80-85 por
86
ciento. A causa de la contaminación, hay 726 pueblos -la cuarta
parte del total-, cuyo suministro de agua no alcanza los requisitos sanitarios establecidos, y en los que el agua potable debe ser
transportada en cisternas, botellas y bolsas de plástico. Este problema es específicamente rural. En Hungría sólo existen 400
asentamientos con sistemas de alcantarillado, y en esta cifra se
incluyen todas las ciudades y poblaciones importantes (Csáky,
1989). El problema no se limita a la contaminación de origen
bacteriano del agua, sino a las filtraciones de productos fitosanitarios. Por ejemplo, la metahemoglobinemia (síndrome del
niño azul), causada por una concentración elevada de nitratos,
representa un grave problema (Organización Mundial de la Salud, 1985).
La situación no es mejor por lo que se refiere a los residuos
sólidos, de los que se producen en Hungría 16,5 millones de metros cúbicos. Existen servicios organizados y permanentes de recogida de residuos en 800 asentamientos, cifra que incluye las
poblaciones mayores y más urbanizadas. Las zonas rurales más
apartadas no cuentan con este servicio. De esta forma, mientras
que en Budapest prácticamente todas las viviendas disponen de
recogida de basuras, en las zonas rurales solamente la mitad de
las viviendas cuentan con este servicio. Existe un grave problema
relacionado con el tratamiento y vertido de residuos. Su reciclaje
y separación se encuentran aún dando sus primeros pasos. En
Hungría existen 2.600 vertederos, pero únicamente el 58 por
ciento de ellos cumplen las normas medioambientales y sanitarias. Frecuentemente no cuentan con medios para manejar la basura, y muchos están al límite de su capacidad. Ello representa
una de las causas principales de daños medioambientales para
las comunidades locales. El problema es aún peor en las poblaciones que carecen de recogida de basuras organizada. En estos
lugares, la población se deshace de las basuras donde puede, de
forma que en las zonas rurales los aledaños de los pueblos, los
márgenes de las carreteras y las riberas de los ríos se encuentran
sembrados de basura (Jambor y cols., 1989).
EI entorno urbanizado de los pueblos ha experimentado
también muchas transformaciones. Gran parte de la arquitectura
rural tradicional se ha ido perdiendo a lo largo de los últimos 20
ó 30 años. El perfil del pueblo tradicional, lineal y con parcelas
vacías intercaladas, está ahora repleto de casas unifamiliares cú-
87
bicas totalmente despersonalizadas y de bloques uniformes de
apartamentos.
Los grandes cambios tecnológicos, sociales y económicos a
nivel global han dejado igualmente su huella. El paisaje húngaro
tradicional había evolucionado a lo largo de muchos siglos en armonía con el entorno ffsico. Esta armonía ha sido destruida por
urbanizaciones que no tienen en cuenta para nada los aspectos
naturales. Resulta sorprendente sobre todo que los densos complejos urbanísticos y de ocio tiendan a situarse, de forma incongruente, en zonas rurales. A1 tiempo que esto sucede, los pequeños pueblos de las zonas subdesarrolladas se convierten en ruinas a medida que sus habitantes van desapareciendo. Un rasgo
característico del paisaje rural tradicional de Hungría eran las riberas de sus ríos y lagos, las cuales han sufrido grandes alteraciones como consecuencia de la eliminación de los árboles y arbustos de las orillas y de la construcción de cursos artificiales de
agua a base de zanjas profundas y estrechas, o revestidas de cemento. La cuenca superior del Danubio está convirtiéndose en
una zona cada vez más industrializada. Allí hay ciudades, polígonos industriales y vertederos. El sistema de presas hidráulicas que
se está construyendo en Gabcikovo-Nagymaros tendrá como resultado nuevas modificaciones en las condiciones naturales del
río (Mócsényi y cols., 1989).
En tiempos pasados, la agricultura subsistía en una relación
recíproca con el paisaje rural, conformándolo y siendo conformada por él. Pero la agricultura a gran escala ha desplazado a la
tradicional, arrinconándola en las tierras marginales. Las grandes explotaciones agrarias han obtenidó mejores rendimientos
en la mayoría de las tierras, pero esto se ha logrado con unos
costes elevados. El tipo de desarrollo excesivamente centralizado
y la indiferencia por el medio ambiente han significado no sólo
problemas de producción, sino también ecológicos. La tendencia del desarrollo ha sido tecnocéntrica, con prioridad para el tamaño (véase gráfico 2.7). Los campos cultivables se han extendido, y sus formas naturales han sido reemplazadas por cortantes
dibujos geométricos. Las zonas poco adaptadas al empleo de maquinaria han sido descuidadas o abandonadas, entre ellas zonas
de cultivo tan importantes tradicionalmente como los huertos y
viñedos en ladera. Se han establecido extensos monocultivos siguiendo los dictados de la mecanización, por ejemplo para usar
88
1.000 ha
8 -^
7 -I
_ Tamaño medio de las explotaciones ^-agrarias estatales
^
_ Tamaño medio de las
cooperativas
6 -I
/
/
5 -I
4^
3
2 -J
1
0
1960
Gráfico 2.7
1970
1980
1984
año
Tamaño medio de las explotaciones agrarias
grandes tractores fabricados con el mismo bastidor de los vehículos militares, o para fumigar las cosechas mediante a^^iones y helicópteros. Se han suprimido los setos, bosquecillos, arboledas y
alquerías. Estos elementos naturales servían para controlar la
erosión causada por la acción del viento y de la Iluvia, así como
por las corrientes de agua superficiales, formando hábitats importantes. El paisaje se ha visto empobrecido, y los enemigos
89
naturales de las plagas han sido diezmados. La mayor parte de
las edificaciones usadas por la agricultura a gran escala -por
ejemplo naves para la cría de ganado, silos, secaderos, plantas frigoríficas- tienen una apariencia desolada y desagradable, y su
emplazamiento, diseño y materiales no tienen en cuenta para
nada el paisaje. Debido a las necesidades de esparcimiento de la
población, en muchas zonas las pequeñas fincas tradicionales
han sido fragmentadas en minúsculas parcelas para el fin de semana. Estas miniciudades de chabolas no solamente son antiestéticas, sino que carecen de toda infraestructura, con los consiguientes problemas de alcantarillado y de vertido de desechos.
Además, las parcelas se cultivan de forma intensiva, utilizando
generalmente grandes cantidades de productos fitosanitarios.
El cambio tecnológico ha influido igualmente sobre la situación de los bosques. La superficie forestal ha aumentado en un
18 por ciento, pero la antig^edad y composición por especies
han sido subordinadas a las demandas económicas a corto plazo
más que a las circunstancias naturales. El ritmo de repoblación
con especies de rápido crecimiento y de alto rendimiento (como
pinos, chopos y acacias) ha aumentado a expensas de los árboles
tradicionales (por ejemplo, robles y hayas). El estado de salud de
la masa forestal ha empeorado, y un 10 por ciento de los bosques
(especialmente los robledales) están enfermos o a punto de desaparecer. Una de las principales causas de ello es la contaminación, y en especial la lluvia ácida.
Lo que queda de los ecosistemas naturales se reduce a zonas
cada vez más pequeñas, y ello a pesar de que, durante las dos últimas décadas, la conservación organizada de la naturaleza se ha
ido articulando en Hungría hasta tener una estructura considerable. Aproximadamente el 6 por ciento del conjunto del territorio son zonas protegidas, y más de un millar (1.034) de especies
de animales y plantas cuentan con protección legal. Sin embargo, en la práctica existen múltiples conflictos, especialmente en
las zonas rurales. La débil administración estatal en el área medioambiental, y el escaso apoyo social con que cuenta, difícilmente pueden enfrentarse con los poderosos intereses creados y
con la burocracia de las empresas públicas del sector energético,
industrial, minero y agrario. A menudo se producen conflictos
entre los ecologistas y las grandes empresas agrarias, particularmente en relación con los espacios naturales protegidos. Los mo-
90
tivos suelen ser el uso excesivo de fertilizantes o de plagicidas, la
tala de bosques y la cría intensiva de caza; a pesar de que muchas
de las zonas protegidas son propiedad del Estado, la mayoría están siendo cultivadas por las industrias agrarias.
En Hungría han desaparecido 40 especies vegetales y 53 especies animales, y existen 1.130 especies (el 2,5 por ciento del total) en peligro de extinción. Las causas directas son las crecientes presiones debidas principalmente al cambio tecnológico. Entre ellas se incluyen, por ejemplo, los daños de origen mecánico
(aplastamiento, vertido de basuras, pastoreo excesivo); el cambio
de la agricultura extensiva a la intensiva (en el caso de pastos y
tierras de labranza); el uso de plaguicidas; la transformación de
los hábitats naturales, con alteración de los niveles de las aguas,
la eutrofización y la contaminación; y la destrucción directa de
los citados hábitats (por ejemplo roturando antiguas praderas,
talando bosques muy antiguos, canalizando arroyos y ríos, construyendo diques artificiales, desecando terrenos, practicando la
minería a cielo abierto, arrojando desechos y destruyendo la
capa vegetal) (Kovacs y cols., 1989).
En último lugar, aunque no por ello es menos importante, fijémonos en el elemento más decisivo del medio ambiente rural:
el suelo. La superficie agrícola ha disminuido en Hungría año
tras año. En 1950, el 92,2 por ciento de la tierra se destinaba a la
agricultura y a la silvicultura; en 1986 este porcentaje había descendido hasta el 88,7 por ciento. El ritmo de descenso se ha desacelerado hasta un promedio de 9.000 hectáreas al año, pero las
exigencias de desarrollo impedirán sucesivos recortes en un futuro previsible. El cambio tecnológico, con el consiguiente incremento de los rendimientos agrícolas y ganaderos, ha sido el factor principal de la alteración del equilibrio en la proporción de
superficie cultivable. Durante las cuatro últimas décadas, la tierra
destinada a labranza, pastos y viñedos ha disminuido, y en cambio ha crecido la dedicada a cultivos hortofrutícolas y forestales
(del 1,6 al 4,7 por ciento en el primer caso, y del 12,5 al 17,8 por
ciento en el segundo).
El deterioro del suelo se ha producido a un ritmo superior al
de la mejora de su fertilidad. Los efectos negativos (acidificación, salinización, deterioro de la estructura del suelo) son ante
todo consecuencia de una tecnología agraria inadecuada (mala
utilización de fertilizantes, planificación y ejecución inadecuadas
91
del regadío, roturación mal realizada). Todos los años desaparecen entre 800 y 1.100 millones de metros cúbicos de mantillo con
humus de los terrenos situados en las laderas, perdiéndose 1,5 millones de toneladas de materia orgánica. Unas 125.000 hectáreas
han sido afectadas por la salinización secundaria, o anegadas
como consecuencia de la construcción de la primera de las presas
en el río Tisza (en la segunda se realizó una planificación más cuidadosa, de forma que la mayoría de estos problemas pudieron evitarse). Los rendimientos medios de la tierra de cultivo se duplicaron entre mediados de la década de 1960 y finales de la de 1970,
gracias a la mecanización, a las nuevas variedades de plantas y al
creciente uso fertilizantes artificiales. Pero la maquinaria pesada
ha causado problemas de compactación del suelo, y el empleo de
fertilizantes ha tenido varios efectos secundarios de carácter medioambiental: la composición del suelo en todo el país está aumentando su grado de acidez en un 1 pH de promedio; las aguas
superficiales presentan fenómenos de eutrofización; las aguas subterráneas se han contaminado con nitratos y materiales tóxicos; y
los metales pesados se están acumulando en el suelo.
Reacciones de la población
Con el aumento constante de los problemas medioambientales, la población húngara es cada vez más sensible hacia estos temas. Encuestas realizadas en 1988 revelaron que muy pocas personas estaban enteramente satisfechas con la situación del medio
ambiente en el país, y mientras que una tercera parte de los encuestados la consideraba "aceptable", una proporción idéntica
declaraba que era "totalmente inaceptable". Aproximadamente
el 36 por ciento de los encuestados mostraban gran interés por
los temas medioambientales, el 47 por ciento un interés moderado y el 16 por ciento poco o nada. La mayoría de la población
(54 por ciento) percibía problemas medioambientales en su entorno inmediato (OPI, 1988; Kulcsár, 1988).
Existen muchas pruebas directas de que la preocupación por
el medio ambiente es mayor en las zonas urbanas que en el campo, lo cual confirman también los resultados de las encuestas de
opinión. Este hecho es fácil de entender, por cuanto la población
urbana experimenta una mayor incidencia de problemas medio-
92
ambientales. La relativa falta de interés entre la población niral
no debe ser interpretada necesariamente como un síntoma de indiferencia. En realidad, las pautas de comportamiento aliadas del
medio ambiente tienen una mayor tradición en las zonas rurales,
donde el sentido de responsabilidad ante el futuro se encuentra
hondamente enraizado en las normas y valores de las comunidades locales. Los comportamientos individi^ales que deterioran el
medio ambiente son mucho menos frecuentes y más marginales
en las zonas rurales que en las urbanas. La expoliación del medio
ambiente rural es consecuencia más bien de los nuevos medios
de producción a gran escala, que dejan escaso margen para la responsabilidad de las personas. Los cambios tecnológicos exógenos
imponen a la población rural estilos de vida y de consumo incompatibles con el medio ambiente, como se pone de manifiesto, por
ejemplo, en el incremento de la producción de residuos y envases
no recuperábles, en la mayor dependencia del auto^nóvil particular y en un mayor consumo de energía y de agua.
Hasta ahora, la población rural ha recibido con agrado las
mejoras en su nivel de bienestar material, sin percibir los efectos
secundarios a largo plazo que ello traería consigo en el terreno
medioambiental. A cuenta de los beneficios tangibles y de la publicidad modernizadora que los acompaña, la población rural,
con unos niveles educativos más bajos, muchas veces ha tardado
en darse cuenta de los inconvenientes de orden medioambiental, y de ctialquier forma sus oportunidades de actuación eran limitadas, especialmente cuando estaban en juego intereses económicos superiores. La población rural, por tanto, generalmente
no ha recibido con entusiasmo a los grupos ecologistas de las
ciudades que hacen campaña en favor de los valores de la natúraleza que se encuentran en peligro. Sólo desde mediados de la
década de 1980 la causa de la conservación de la naturaleza se ha
hecho lo bastante popular para poner coto, en algunos casos, a
los intereses económicos. Durante estos años se han producido
diversos conflictos medioambientales serios de los que los ecologistas han salido ^^ctoriosos: entre ellos se cuenta la defensa hecha por la población local del lago termal de Héviz contra a las
minas de bauxita; la defensa de los biólogos de la Universidad de
Budapest del espacio natural protegido de la colina de Szársomlyó contra la extracción de caliza; y la oposición de los científicos
al proyecto del sistema de presas del Danubio a causa de su im-
93
pacto sobre la zona natural protegida de Szigetkóz. De todas formas, en casi todos estos conflictos se ha podido percibir la tensión existente entre las preocupaciones de los "verdes de ciudad"
y los intereses inmediatos de las poblaciones rurales.
En los últimos años, la sensibilización rural ante los problemas del medio ambiente ha aumentado de forma significativa,
expresándose en buen número de acciones de protesta, casi
siempre en contra de los vertederos o de plantas para el tratamiento de residuos. En sus orígenes, estas protestas obedecían a
la necesidad de defender los precios del terreno urbanizable y a
otros intereses económicos locales, y no a la conciencia ecológica
de los participantes. Estas protestas reflejan los grandes cambios
sociales que han barrido el país, el crecimiento de la autonomía
local, y el mayor contenido democrático de las relaciones entre
el poder y los ciudadanos. Por eso, los habitantes de los pueblos
ya no son simples espectadores o sujetos pasivos de estos amplios
cambios, sino que tienen cada vez más la posibilidad y el arrojo
de actuar en nombre propio.
La primera protesta rural auténticamente ecológica estalló
en 1981 en contra del establecimiento de un vertedero de residuos peligrosos en Zsámbék, a 30 kilómetros de Budapest (Tamás, 1986). En los últimos tiempos, estas protestas rurales se han
vuelto bastante frecuentes, llegando a ser un hecho casi cotidiano. Sólo en un año, 1988, se produjeron las siguientes acciones
de protesta en el medio rural, con repercusiones a nivel nacional, por motivos medioambientales: contra la instalación en
Ofalu de un vertedero para residuos radiactivos intermedios procedentes de la central nuclear de Paks; contra la ampliación de
un vertedero de isótopos en Piispókszilágy; contra el vertido ilegal de sustancias peligrosas en Monorierdó y Apajpuszta; contra
la instalación de vertederos de residuos peligrosos en Kuncsorba,
Kápolnásnyék y Aszód; contra la construcción de una fábrica de
reciclaje de pilas de plomo en Gyóngyósoroszi; y contra las minas
de bauxita que amenazaban el lago termal de Héviz. Un ejemplo
típico lo tenemos en la oposición de seis pueblos al emplazamiento de un vertedero provisional de vertidos peligrosos en el
condado de Bács, que con el tiempo obligó a las autoridades a
abandonar el proyecto.
Por otra parte, existen depósitos para productos tóxicos, plaguicidas y otros productos químicos que llevan funcionando du-
94
rante décadas sin reacción alguna por parte de la población rural, a pesar de que suponen un peligro mayor que muchas de las
instalaciones a las que ahora se oponen. El nivel de "quimicalización" en los jardines y las pequeñas propiedades ha alcanzado
un grado incontrolable. Los graves problemas de la contaminación relacionada con la agricultura no han sido abordados. La
generalización del agua corriente en los asentamientos rurales se
está realizando sin el desarrollo paralelo de la red pública de alcantarillado. Los pueblos están cada vez más motorizados, lo que
exige carreteras nuevas y obliga a cubrir las tierras cultivables
con hormigón. Las iniciativas en favor de la agricultura orgánica
son insignificantes frente al inmenso panorama de una agricultura intensiva e industrializada.
Es necesario insistir en que el motivo principal de las protestas
de tipo ecológico que tienen lugar en el campo no suele responder a
una profunda sensibilidad por los temas del medio ambiente. Muy al
contrario, dichas manifestaciones son tm reflejo de las afrentosas injusticias de carácter económico, político y cultural sufridas por la sociedad rural, que se ha visto forzada a desconfiar del poder central y
de sus tecnócratas. Esta es la causa principal de que, durante el actual período de democratización, Hungría esté asistiendo a un crecimiento explosivo de las protestas locales a favor de la naturaleza, similares en algunos aspectos al síndrome "no en mi casa" que se da
en las sociedades capitalistas avanzadas. La gente, por ejemplo, desea
que se solucionen los problemas de eliminación de residuos, pero a
una prudente distancia de sus hogares.
Los habitantes de las zonas rurales se encuentran en ttna situación límite, tras agotar su paciencia y capacidad de sacrificio.
En el pasado se les ha sometido a grandes exigencias, mientras
que sus propias necesidades rara vez han sido atendidas. Por
consiguiente, ahora solamente están dispuestos a tolerar el deterioro o los riesgos medioambientales cuando se trata de su propio beneficio, no del de terceros.
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