Luis Alfonso Garcés: “El día que dejé de torear me sentí liberado”

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ENTREVISTA
Luis
Alfonso
Garcés:
“El día
que dejé
de torear me sentí liberado”
Como la calidad es lo que al final perdura en el tiempo, Luis Alfonso Garcés fue gente en el toreo a pesar de su efímera trayectoria. En 1958 se presentó en Madrid como novillero y armó el zipizape al salir de manera consecutiva dos
tardes a hombros de la Monumental de Las Ventas. Allí toreó hasta en nueve ocasiones, con vitola de figura, colgando el cartel de “no hay billetes”, antes de tomar la alternativa de manos de Manolo Vázquez en 1960. Pero tras el doctorado llegó el declive y poco después Garcés se marchó en silencio. “Yo fui el único responsable, porque si hubiera
tenido los santos cojones de arrimarme al toro habría funcionado”. En julio se cumplen cincuenta años de su alternativa. Y, bien mirado, eso tampoco está al alcance de cualquiera.
Texto: José Ignacio de la Serna Miró
Fotos: Cedidas por Luis Alfonso Garcés
Aunque nací en Pozorrubio de Santiago,
Cuenca, mi familia se trasladó a vivir a Madrid,
al barrio de Ventas, muy cerquita de la plaza
de toros, cuando era niño. Mi padre era médico, muy aficionado a los toros y no se perdía un festejo en la Monumental. Así que poco
a poco me fui aficionando. Por aquel entonces los toreros iban a entrenar a la plaza y llevado por mi afición acudía con frecuencia, porque me gustaba verlos torear de salón, hacer
de toro cuando me lo pedían y coger un capote
o una muleta si llegaba la ocasión. En Las Ventas di mis primeros capotazos al aire.
Pregunta | De aquellos toreros ¿cuál era
el que más le llenaba?
Respuesta | Alfredo Leal, un mexicano que toreaba con una clase excepcional.
¿Y quién fue el primero que se fijó en la
clase de Luis Alfonso Garcés?
Paco Parejo, el cuñado de Antoñete. El fue
quien me llevó a mi primer tentadero, de tapia, a lo de Cervantes, que estaba en Colmenar Viejo. Recuerdo mi impaciencia en el burladero. Una tras otra iban saliendo las vacas
hasta que por fin llegó mi oportunidad y Paco
me dijo que cogiera la muleta. No había toreado en mi vida y formé un lío muy gordo.
Nadie se lo creía.
Así que ese día le pusieron el ‘sello’.
Decían que sabía torear…
¿Era buen aficionado Paco Parejo?
Ese conocía al toro como nadie, te lo digo yo.
Todo lo bueno que dice Antoñete de él es verdad. Luego se hizo cargo de mi carrera un se-
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ñor que se llamaba Pedro Muñoz, un sastre romántico y bohemio, de los que ya no quedan.
Se portó de maravilla. Y, ojo, que el sastre también entendía de toros.
Toreó pocas novilladas sin picadores.
Unas quince o así, por los pueblos de Madrid.
Después debuté con caballos en Vistalegre, en
Carabanchel, gracias a Domingo Ortega. Corría el año 1958. Me había visto torear una becerra en su casa y me recomendó a los Dominguín, que eran los empresarios. El primer
novillo que maté en mi vida con picadores se
lo brindé al maestro. Esa tarde las cosas se dieron bien y poco después me repitieron. En Vistalegre llegué a torear hasta cinco tardes seguidas. Empezaba a tener ambiente de buen
torero.
Su historia se escribe con letras de oro durante su etapa novilleril, sobre todo a raíz
de su presentación en la Monumental de
Las Ventas, el 10 de agosto de 1958.
En Madrid gusté desde el primer día. Aquella
tarde de la que hablas corté una oreja a un novillo de Jesús Sánchez Arjona y al terminar el
festejo don Livinio Stuyck nos habló de volver
al domingo siguiente, con una novillada de Infante de la Cámara. Y aceptamos.
Esa tarde formó su primer gran alboroto.
Corté dos orejas y salí a hombros por la Puerta Grande. Con el primero no estuve bien, la
verdad, y no veas el mal rato que pasé hasta
que salió el sexto. La gente que se sienta en un
tendido no sabe lo que sufrimos los toreros. Yo
conocía bien al público de Madrid, porque ya
te he dicho que de niño iba mucho con mi padre, por eso sabía que tras la muerte del primero la gente pensaba que iba a devolver la
oreja del primer día. Porque esto es así y eso
lo hemos dicho todos alguna vez, ¿o no?
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra…
Pues eso. Afortunadamente al sexto le corté
las orejas y un mes más tarde hice de nuevo
el paseo. Y otra vez salí a hombros, después
de cortar tres orejas. Los novillos fueron de
Matías Bernardos y Diego Puerta se despedía
como novillero. Ahora, con el paso del tiempo, creo que me quemaron en Madrid. Antes
de tomar la alternativa toreé nueve tardes en
Las Ventas. Y el público comenzó a medirme
con otro rasero. Entonces me apoderaba Antonio Parral, que era cuñado de Fernando
Gago y apoderaba a los hermanos Girón, que
tenían una fuerza arrolladora. Yo no lo entendía. Toreaba igual que el día de mi presentación, tenía el mismo valor, la misma personalidad, pero notaba que el público reaccionaba de distinta manera. También es
cierto que la espada fue siempre mi cruz y eso
me impidió resolver alguna papeleta, ya sabes, faenas que no son de triunfo pero que
”S
i no es a lo
grande no
merece la pena
estar en esto”
con un espazado se arregla la cosa y hasta
puedes cortar una oreja. Pero además necesitaba un toro que se amoldara a mi forma
de torear. Al año siguiente corté otra oreja
pero el cambio de actitud de los aficionados
me afectó anímicamente. La gente se volvió
agria conmigo.
Eso les pasa a casi todos los toreros que
han triunfado en Madrid, que llega un mo-
mento en que parece que tienen que empezar de cero.
Me considero una persona muy sensible, incluso frágil de ánimo, y aquello me tocó la moral. Pero no hay excusa que valga. Si no he sido
figura del toreo ha sido por mi culpa, nada
más. El destino lo quiso así y bien está. El torero tiene que ser sensible, por eso me encanta
Morante, porque además tiene dos cojones.
Tras triunfar en Madrid ¿qué fue del
sastre?
Pues nada, como no tenía nada firmado
con él después de la primera novillada en Las
Ventas llegaron los ‘orejeros’ de turno y me
convencieron para que cambiara de apoderado. “Un torero como tú se merece algo mejor”, decían. Y me equivoqué. Pero de eso te
das cuenta cuando ha pasado el tiempo. Tenía diecinueve años. Pero el que luchó por mí
desde el principio fue el sastre. Ese me quería de verdad.
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ENTREVISTA
Menudo ambientazo tendría en Madrid,
no sólo en la plaza, también en el barrio,
cuando paseaba por la calle…
(Garcés se ruboriza) Bueno… En aquella época había novilleros muy importantes.
”N
¿Cómo le gustaba torear a Luis Alfonso
Garcés?
Me gustaba darles mucha distancia a los toros,
dejarlos llegar. Como hizo Antoñete en su reaparición. Y quedarme en el sitio para ligar.
Ahora, para eso el toro tiene que colaborar, porque como no ayude ni el padre de Domingo
Ortega le pega un pase. Para darles distancia
a los toros hay que tener moral y verlo claro.
Pero en Madrid también gustaba cuando te doblabas con un toro. Era emocionante. Aquellos
se movían como demonios y había que someterlos. Estaba menos seleccionado que el de
ahora. Pero para construir algo hay que tener
material. El toro tiene que tener eso que ahora llaman ‘toreabilidad’. Aquel era bronco y áspero. Ibas a sacarlo del caballo y uno de la cuadrilla se arrancaba por lo bajini, y decía: “Espera, no lo saques aún, deja que se rompa en
el peto”.
Cuando toreaba en Las Ventas se colgaba
el cartel de “no hay billetes”.
El día de mi presentación hubo media plaza,
pero en la segunda y sobre todo en la tercera
tarde estaba a rebosar y eso que las novilladas se celebraron en agosto y en septiembre,
figúrate. Cuando llegué al túnel de cuadrillas
y vi los tendidos abarrotados de gente me
vine arriba. Es curioso, pero nunca me afectó
esa presión. A mí lo que de verdad me desmotivaba era mirar los tendidos y ver la
ruina que había. Ahí sí que me venía abajo.
El toreo es grandeza y si no, no merece la
pena estar en esto mucho tiempo, te lo digo
de corazón. Además por mi concepto y por
mi forma de ser necesitaba categoría a mi alrededor. Tiene gracia pero ahora recuerdo
que cuando me sacaban a hombros de la
plaza y me llevaban en volandas hasta Manuel Becerra al pasar por el bar Los Timbales
uno que trabajaba allí me ofrecía una caña
de cerveza.
¿Se la bebía?
Hombre, tú me dirás, después de una tarde de
triunfo una cervecita bien fría sabe a gloria.
Era algo muy bonito. Antes en Madrid, en general, había más torería. La gente tenía detalles de ese tipo y la afición iba a la plaza a divertirse. Sabían mucho de toros, pero no andaban con la desconfianza y la intransigencia
de ahora. Dejaban desarrollar y el espectáculo no estaba bajo sospecha de ningún tipo. Saber de toros no es incompatible con saber disfrutar en la plaza.
¿Le pegaron los toros?
Afortunadamente no. Tuve suerte.
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o siento
frustración,
nostalgia o
resentimiento”
¿Toreó en Sevilla?
Sí, en dos ocasiones.
¿Y qué tal?
Muy mal. Los novillos no se ajustaron a mi
forma de torear. No estuve a gusto y me llevé
una gran desilusión, porque un torero de mi
corte encajaba perfectamente en su afición.
Sin embargo en Zaragoza tuve mucho cartel.
De novillero toreé en todas las plazas importantes.
¿Estaba preparado para tomar la alternativa?
Yo creo que sí. Ese día se colgó el cartel de “no
hay billetes” y di una vuelta al ruedo en el último de la tarde. Fue el 10 de julio de 1960, con
Manolo Vázquez de padrino y Gregorio Sánchez de testigo. Los toros fueron de Alipio Pérez-Tabernero. El año del doctorado toreé
tres tardes en Las Ventas como novillero y no
salieron bien las cosas así que tomé la alternativa tocado de moral. Sumé pocos festejos
en esa y en las siguientes temporadas. Dos años
más tarde me encontré muy a gusto con una
corrida de Salvador Guardiola también en Madrid pero luego estuve cuatro años sin ir. En
esa época Juanito Martínez era el empresario
y no teníamos buena relación. La cosa venía
de atrás, de cuando montó una novillada en
Cuenca y le pedimos un dinero fuerte porque
tenía máximo cartel. Él aceptó de mala gana
y no lo olvidó nunca por eso en cuanto tuvo
la menor ocasión me cerró el paso. Tras la alternativa me costó un mundo entrar en las ferias; piensa que no eran como ahora, con tan-
tas corridas. Eran ferias de menos festejos y el
plantel de toreros que había era impresionante
y el que tenía fuerza toreaba tres y cuatro tardes. Así que me fui quedando atrás. También
antes te prometían que te iban a poner y luego no cumplían. Sin embargo ahora creo
que la gente del toro es más responsable y
cuando prometen algo lo cumplen.
¿Usted cree?
Bueno, a veces…
Al no rodar las cosas ¿qué pasó con Parral,
su apoderado?
Que me dejó después de la alternativa y encima tuve que pagarle un dinero.
Tras la alternativa llegó el declive y por
añadidura imagino que surgieron las dudas inevitables que no había tenido de novillero.
Al principio fue todo perfecto, triunfaba de
manera natural y ni siquiera pensaba en la
enorme dificultad que entraña esta profe-
Charco Blanco.
Después de cuatro años sin ir a Madrid Juanito
Martínez me dijo que aquella corrida eran ‘lentejas’. Lo de Charco Blanco salía malísimo, pero
era mi única oportunidad. No estuve mal, porque a mí nadie puede decirme que no he sabido manejar la herramienta, pero con la espada era un autentico desastre. Y sin embargo de novillero llegaba a Madrid y pegaba unos
zambombazos… Por cogida de mis compañeros tuve que matar cuatro toros y el último me
lo echaron al corral. No veas el flequillo que
tenía el hijo puta, le caía así por la testuz. Pero
me dio exactamente igual porque la decisión
de dejar los toros ya estaba tomada. Aunque
luego toreé un par de corridas y algunos festivales.
¿Le costó dar el paso?
Al contrario, por fin me sentí liberado. Era un
hombre feliz. Pero no se lo dije a nadie, simplemente dejé de torear, hasta hoy. Me fui en
silencio, porque yo nunca me he retirado. Entonces comencé una vida normal, como todo
el mundo. Me casé con veintinueve años,
tuve hijos, negocios y gracias a Dios todo ha
ido bien. No he tenido que librar ninguna batalla interior como otros compañeros.
Roberto Domínguez nos dijo en esta revista que ‘sólo’ podía presumir de haber
salido ileso como hombre y como torero.
Roberto es una persona sensata e inteligente.
Aquí sólo merece la pena estar si es en el cogollo, a lo grande. Como El Juli, que es un
monstruo. Pero para ser un torero importante hacen falta muchas cosas.
sión. Pero insisto en que el único culpable he
sido yo, porque si hubiera tenido los santos
cojones de arrimarme al toro hubiera funcionado. Pero, amigo, si no lo veía claro no
me ponía. Aunque afición he tenido siempre
y ahora no me pierdo una corrida de toros.
También te digo que si naciera de nuevo volvería a ser torero.
Entonces era un problema de valor.
¿De valor? Pienso que no, porque cuando el
toro iba me quedaba más quieto que un
palo. Lo que ocurre es que necesitaba un
toro adecuado para triunfar y sobre todo
moral, mucha moral, porque me venía abajo
con facilidad.
¿Hubo alguien cerca de usted que le
apoyara?
Estaba más solo que la una.
Intuyo que era poco sufrido…
La verdad es que no he sido disciplinado ni ambicioso. Me costaba mucho entrenar, sacrifi-
carme para la profesión y eso a la larga se paga
muy caro.
Le angustiaba no verlo claro.
Sufría mucho, sobre todo antes de torear, pero
en cuanto hacía el paseíllo me venía arriba y
desaparecía la incertidumbre.
¿Le dio alguien la espalda?
Si me la dieron no lo noté. Nunca me ha gustado el halago fácil, así que no sentí el cambio.
Dicen que los artistas son vanidosos
por naturaleza…
Yo nunca lo he sido, de verdad, incluso ahora, contigo, me cuesta hablar de mí.
¿Cuándo se plantea abandonar la profesión?
A los cinco años de tomar la alternativa. Lo tenía claro.
Actuó por última vez en Las Ventas el 28
de agosto de 1966 con un encierro de
¿Y la nostalgia…?
Nada nada, no siento amargura, frustración
o resentimiento. Fue una etapa maravillosa de
mi vida y ya está. Tuve mi momento en el toreo y el único culpable de no haber sido una
figura fui yo. No tengo nada que reprochar.
Tuve una carrera corta, con triunfos apoteósicos en Madrid como novillero, salí por la
Puerta Grande y eso no está al alcance de cualquiera. Son innumerables los casos de los que
ni siquiera han llegado a eso. Estoy orgulloso
de lo que he sido y de sentirme torero.
En julio se cumplen cincuenta años de su
alternativa.
Mis hijos se alegran más que yo. Cuando me
llamaste para hacer esta entrevista tuve mis
dudas, no sé, hace mucho que ando fuera de
esto y al primero que le pregunté que le parecía la idea fue a mi hijo, que es un apasionado del toro. Si estoy aquí contigo ahora es
porque mi familia me ha animado. Mi hijo no
lo dudó, pero él tiene veintisiete años.
Los mismos que Luis Alfonso Garcés cuando dejó de torear.
Mis hijos son más inteligentes que yo.
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