¿la ultima victima?

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SIGNOS DEL TIEMPO
¿LA ULTIMA VICTIMA?
Las elecciones norteamericanas y la crisis de las democracias
(larlos Na tu Ion
Victoria Demócrata
El amplísimo triunfo del Partido Demócrata en tas
redemos elecciones parlamentarias de Estados Unidos.
parece evidenciar que han sido los Republicanos las
úflimas víctimas del asunto Watcrgale.
En efecto, tan vasto ha sido el exilo de los Demócratas que les ha permitido controlar ambas Cámaras,
de modo tal que el Presidente Ford ha perdido el lerdo
constitucional necesario para insistir en las leyes rechazadas por el Parlamento o anular por la vía del velo
las aprobadas. Al mismo tiempo, han obtenido las nueve
gobernaciones más importantes del país. Ha sido ésta,
además, unn amarga derrota personal para Ford, quien
empleó toda su influencia y prestigio para evitarlo.
El predominio político Demócrata viene desde la
gran depresión de fines de la década de los años 20 y
principios del decenio 1930: pero, claro esl:i. nunca había alcanzado, en el orden parlamentario, los niveles de
este año. La larga presidencia del segundo Roosevell
y el gobierno de Truman permitieron al Partido Demócrata cubrir una época que fue desde 1932 hasta 1952.
fecha de la victoria di Risenhower, candidato republicano; pero cuyas dimensiones políticas y humanas iban
mucho más allá que el partido que le nominó. En 1961)
John Kennedy logró continuar la línea Demócrata, haciendo lo mismo Johnson en 1964: pero la crisis vietnamita, actuando como detonante de una bomba constituida por varios oíros elementos, decapitó la hasta
entonces triunfal carrera del lejano e impidió su reelección. Así, en 1968 se produjo el primer éxito presidencial de Nixon, notable, pues todo anteriormente hacía
predecir que era un hombre politicamente acabado.
En 1972 fue reelegido por la votación más ¡ilta alcanzada
jamás por presidente alguno en los Estados Unidos.
La ¡trroüadora victoria de Nixon en 1972. sin embargo, no condujo a un éxito parlamentario Republicano, sino que coexistió con la de los Demócratas en
ambas Cámaras. Varios analista-- señalaron este hecho,
único también por las enormes diferencias que separaron los resultados de las elecciones para los Republicanos en el orden presidencial y en el parlamentario.
El triunfo Demócrata de 1972 no fue sino la continuación de otros anteriores. En efecto, pese a que en
se produjo una ^preciable avance Republicano,
no lograron ésios arrebatar al Partido Demócrata su
control parlamentario. En 1968, tampoco el éxito de
Nixon condujo a un cambio en esta situación. Las elecciones de "medio período" de 1970 profundizaron el
predominio Demócrata en las dos Cámaras.
Algo más que Watergate
Explicar la victoria Demócrata de noviembre último como el sólo efecto del escándalo de Watergate,
es señalar no más que una d: sus causas, sin duda la
más inmediata. La realidad es que esas elecciones se
inscriben en un vasto drama político, humano y social
de r--la.li». Unidos, del que son apenas una mínima
parte.
Cuando durante su campaña electoral el contendor
de Nixon, el Demócrata McCiovern, calificó a! gobierno
de aquél de ser "el más corrompido en los dos siglos
de gobiernos norteamericanos", muchos pensaron que
eran juicios injustos y aún los más enconados enemigos de Nixon estimaron que "eran apenas justificados",
como lo señaló Reston en su crítica a la campana del
Demócrata.
Los hechos posteriores, sin embargo, demostraron
que McGovern no estuvo tan equivocado. El propio
Reston tuvo que reconocer, en medio de las apocalípticas revelaciones ijuc iban surgiendo a medida que el
escándalo de Wateryate crecía como un tumor maligno,
que "ahora existe una corrupción brulal y relevante en
la política norteamericana; una apatía moral y una
confusión espiritual en nuestra tierra".
Es que Watergate puso de relieve una situación
política tan grave que ha hecho peligrar "la totalidad
del sistema que sustenta la forma democrática del gobierno norteamericano", como lo señaló el historiador
Arihur Link. describiendo ese "affaire" como "la más
grande crisis moral de la presidencia de los Estados
Unidos". No se trató sólo (con ttidn lo grave que ello
es) de un Presidente que deliberadamente engañó al
pueblo y empleó medios éticamente ilícitos y cuyos principales colaboradores demostraron no saber distinguir
entre el bien y el mal en los términos más simples, no
deteniéndose en espiar y robar, sino que quiso colocarse
por encima de los otros poderes del Estado y de la
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5ÍÍ imagen sigue penando
opinión pública. Fue su arropante voluntad anular lodos
los controles políticos y moratel que el sistema democrático, en lo que tiene de más auténtico y verdadero, levanta para impedir los excesos de un poder que quiere
carecer de límites. Por eso su corrupción fue tan grande:
pretendió icncr un poder tuM absoluto y éste corrompe
absolutamente.
Durante los últimos cuatro años sobre todo, el Presidente Nixon había instado en que e! Congreso era
demasiado insistente y vigilante; que los tribunales eran
demasiado tolerantes con las lilíertades públicas, en
cuanto interpretaban cada vez más ampliamente los
derechos constitucionales de los ciudadanos; la prensa,
la radio y la televisión, en extremo curiosas y apresuradas en sus análisis de l:i actividad presidencial.
El gobierno de Nixon no sólo hablaba de revisar
el equilibrio de poderes, sino que procedió a afirmar
su autoridad amenazando con aplicar nuevos métodos
de moralización; proponiendo nuevas leyes para penar
con mullas y/O cárcel a los funcionarios federales que
entregaran documentos calificados di- M-cretos a la prensa y :i cualesqtaer periodista que los recibiera o utíSzala;
prohibiendo a MIS empleados prestar declaraciones ante
el Congreso, ni siquiera sobro presuntos delitos, sin
autorización del Presidente; en íin, prometiendo éste, después de haber designado cuatro de los nueve miembros
de la Corle Suprema, que durante los próximos años
continuaría nombrando en el poder judicial a personas
que compartieran su propia filosofía jurídica.
Fue^ en esl» atmósfera enrarecida y contra este telón
de fondo de un gobierno tan lleno de la arrogancia
del poder qu: lendía a hacerlo absoluto, en contradicción con el espíritu de la democracia, que se recortaron
los escándalos de ¡a. renuncia del Vicepresidente Agnew y
IÍLS acusaciones de soborno de Tom Connolly; la depresión económica y la crisis energética.
Cuantío a mediados de octubre de 1973 Nixon designó a Gerald Ford como sucesor de Agnew y cuando
el nuevo Vicepresidente asumió la Presidencia luego de
la renuncia de aquél, un suspiro de alivio brotó del cuerpo mismo di la nación, pues se pensaba que Ford, por
MI vida política anterior, respondería a la necesidad
de una ética política. Sin embargo, cuando a principios
de septiembre de este año, el mandatario extendió a
Nixon un perdón irrestriclo y aún anticipado (en cuanto
la clemencia presidencial abarcó aún delitos todavía 00
conocidos), pareció que sus enfáticas anteriores afirmaciones de que la renuncia de Nixon no estuvo condicionada a semejante acto, perdieron credibilidad. Ahora la
victoria Demócrata, que rompe, por ve/, primera, por
lo absoluta que fue, el relativo equilibrio entre ambos
partidos, con todas sus imprevisibles consecuencias, coloca, a Ford en una posición nada confortable debido
a su declarada voluntad de postular a la Presidencia
en 1976.
Es este conjunto de hechos y no sólo Watergate
lo que provocó el triunfo parlamentario de los Demócratas. Victoria, por lo demás, cargada de incógnitas,
por su magnitud inusitada; por lo gravemente que compromete los años restantes de Ford y porque el partido
del éxito carece de un claro líder o. lo que es lo mismo
para el caso, tiene muchos aspirantes a la Presidencia,
es decir, a recoger una cosecha producida por tan variadas y conflictivas semillas.
Nixon y Watergate, los detonantes
Sería en extremo injusto el silenciar que la mayoría
de los elementos de esta crisis existían ya desde mucho
ames üe Nixon y Watergate. Ambos hicieron el papel de
un detonante de esos factores pre-existentes.
F.n efecto, la tendencia al poder absoluto se hizo
evidente bajo Johnson. Recuérdese que si Nixon insistió
en su derecho a bombardear Camboya sin previa aprobación del Congreso, aquél actuó muchas veces de idéntica manera después de 1965 en lu guerra vietnamita.
La sustancia del escándalo de los llamados Documentos
del Pentágono no fue otra que el engaño de que el Presidente Johnson hizo objeto al pueblo norteamericano
y del modo carente de ética con que usó una autorización del Congreso obtenida con ardides.
Una grave crisis política y moral tiene que afectar
a EK. UU. cuando, en rápida sucesión, se mata a un
Presidente: se asesina a personas como Kobert Kennedy
y Luther Kiny: s; utiliza la violencia como usual arma
política (Wallace. paralítico desde el atentado de mayo
de 1972. es un ejemplo viviente de quien cae victima
do los propios métodos que fomenta); su capital se convierte en "la capital de! crimen" (así la describió Nixon
no hace mucho üempu) y las camparías electorales, en
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un "bis bussincs" del cual quedan excluidas las personas que no pueden hacer frente a los gastos cuantiosísimos que elhis representan leu abril Je 1972 eí contendor de Nixon dentro' del Partido Republicano, Paul
Mac Closkey, se retiró aSegando esa imposibilidad).
Es fin. el drama etii. más vastamente considerado
aún, en t¡ue son política y moralmente incompatibles hi
conducta imperial del puní poder en el exterior, la tesis
de que el fin justifica los medios y la tendencia al
absolutismo del poder en el interior, con los ideales
democráticos que constituyen la base del sistema norteamericano. Es en esta incompatibilidad en donde se encuentra la raí/, del drama que ha costado la vida física
a un presidente y la vida política de dos. Por eso es
válido y patínenle preguntarse: ¿será Nixon la última
victima de estos apocalípticos hechos?
Una crisis más amplia
Es indudable que los sucesos norteamericanos se
inscriben en una crisis más amplia, que parece afectar,
en mayor o menor grado, a todas las democracias occidentales. Todas ellas, en efecto, con sus más y sus menos, pasan por un corredor eriz-ado de dificultades económicas, políticas y sociales, de las que son evidencias
gobiernos inestables, inflación creciente, terrorismo, violencia desatada, desconfian/;i en el sistema de valores del
que salieron esos regímeaes,
"La y r. ni tragedia de las democracias —ha escrito
Maritnin— es que aún no han realizado la democracia",
lis verdad. Durante largos años (y esto, sin duda, a causa de las, circunstancias históricas en que el régimen democrático nació a la vida mundial) el énfasis se ha puesto
mucho más en los aspectos políticos que en las dimensiones sociales y económicas de la democracia. Ello es
bien visible en el campa de la educación, cuya democratización es tan lenta que mientras entre 1962 y 1967 el
número de estudiantes universitarios en los seis países
que entonces constituían la Comunidad Económica Europea aumentó en un 70%, los de extracción obrera
aumentaron en sólo 9 % : en Alemania Federal, mientras en el período 1967/1968 el porcentaje de universitarios hijos de obreros era del 7.6%. entre 1971-1972
progresó nada más que al 11,7%. Hechos como éstos
conducen a paralizar o desnaturalizar la democracia.
Frente a las carencias de las democracias. Hitler auguró su fin y habló de "las podridas democracias liberales.". Su nuevo régimen (que iba a durar mil años)
extirparía de raíz esos males. Para superarlos y para
erigirse en nuevos modelos políticos, se levantaron también Oiiveira Sala?;ir, Franco y mus de algún dictador
en el Tercer Mundo. Detrás de la "cortina -de hierro",
las "democracias populares" pretendieron sustituir "la
legalidad burguesa".
Resulta ejemplarizado! y elocuente destacar los rebultados de estos regímenes. El saluzurismo se derrumbó no sólo sin superar las corrupciones democráticas que
denunciaba, sino que sin dar siquiera un poco de justicia social, Ln la España de Franco nadie parece saber
•i ciencia cierta a quién y cómo se va a producir el trusp;iso de sus poderes absolutos. Las dictaduras latinoamericanas —para referirnos sólo a nuestro continente— pasaron sin pena ni gloria (¿Quién recuerda hoy el "cesarismo democrático" que Pérez Jiménez pretendió levantar como modelo alternativo frente a la democracia?).
Las •"democracins populares", en fin, si han dado más
justicia social y desarrollo económico, lo han hecho, en
medida apreciíible, a expensas del progreso político y
del ejercicio real de los derechos humanos.
Así pues, la crisis de los valores democráticos —que
implican un climn de libertad personal, elecciones lihres,
régimen de multipartidos, un sistema economice» que
opere en favor de la mayoría de la población y una organización social i)ue acreciente la actividad y la responsabilidad individuales y la solidaridad colectiva—
hace extenderse el campo de !a opresión, de la conversión
de ios ciudadanos en autómatas conformistas, del "capricho del déspota", como decía Shakespeare.
Consciente o inconscientemente esto es percibido
por los pueblos, debido u un hecho capital de la historia moderna: su toma de conciencia de que nadie
puede sustituirlos en su genuina y natural función de
gobernarse a si mismos. Y el despotismo ilustrado, la
dictadura del proletariado, el cesarismu democrático,
la dictadura con respaldo popular y todas las demás
teorías míe sutentan una especie de "tiranía saludable",
como las ha calificado Jouvenel, no son otra cosa que
una creencia de que el pueblo todavía está constituido
por menores de edad a los cuales hay que conducir
bacía un destino que no es capaz ds elaborar ni menos
alcanzar por si solo.
Por eso en medio de la indudable crisis que afecta
a las democracias occidentales, y pese a ella, los pueblos S2 han esforzado por liberarse de las tiranías (se
crean o no "saludables"). Y es así como han caído los
regímenes de Salazar, de los coroneles griegos y el
imperial de Etiopía, recientemente.
La actual crisis de las democracias recuerda la
que sufrieran entre las dos guerras mundiales. Fue superada con nuevos contenidos y practicas políticas que
las enriquecieron en relación a etapas anteriores. Lo
propio, me parece a mí. sucederá ahora, porque es el
único régimen perfectible y en la medida en que va
realizándose a si misma, se rescata de los errores que
la afligen en su desarrollo histórico concreto. Por eso,
tengo confianza en que la democracia norteamericana,
en lo que tiene de más auténtico y verdadero, no será
la última víctima de Walcrgate, sino que encontrará
en estos penosos sucesos una oportunidad de superación.
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