Antonio Celia ICESI – Agosto, 2013 “Creo con una seriedad

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Antonio Celia
ICESI – Agosto, 2013
“Creo con una seriedad absoluta que hacer siempre lo que a uno le gusta es la fórmula magistral
para una vida larga y feliz”.
Estas palabras, escritas por Gabriel García Márquez en 1995 en uno de los apartes de sus
recomendaciones sobre la educación en Colombia, no pueden ser más sabias.
En los tiempos que vivimos, sin duda más liberales, para los jóvenes con oportunidades, resulta
mucho más fácil escoger destinos de acuerdo con sus preferencias.
En mi época, nos sometíamos al limitado catálogo de las carreras tradicionales. Al que le gustaban
los números le decían que estudiara ingeniería, al que jugaba con el lego le señalaban el camino
de la arquitectura, al que tomaba la palabra en los eventos del colegio lo matriculaban de
antemano en la política, al que le gustaba discutir lo encasillaban como abogado y recomendaban
estudiar medicina a aquellos que andaban en los patios rajando sapos y lagartijas para descubrir
sus entrañas.
En aquellos años inciertos, no hace mucho, cualquier manifestación de preferencias no
convencionales era considerada una extravagancia que se contrariaba con una terrible pregunta:
Ah! Y tú, ¿de qué piensas vivir? Y el infortunado que terminaba arrinconado de semejante
manera, no tenía entonces a la mano la frase de García Márquez que acabo de citar, para
defenderse ante la embestida de los mayores.
Ya se sabe que una de las claves de la educación consiste en descubrir vocaciones tempranas y
alentarlas hasta el cansancio.
Ustedes pertenecen a la generación de los que han podido estudiar, lo que les gusta. Y, además,
tienen el enorme privilegio de ostentar, con justificado orgullo, un título profesional de una de las
mejores instituciones educativas del país.
Además de la certera frase de Gabo, no conozco en esta vida mejor receta para la felicidad.
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Pero a riesgo de ser tildado de insolente por tratar de mejorar un concepto de semejante genio del
pensamiento y de la palabra, me atrevo a agregarle una reflexión.
Estoy convencido de que, a más de hacer lo que a uno le gusta, la fórmula para la felicidad exige
hacerlo bien, y levantarse todos los días a intentar hacerlo mejor que la víspera.
Porque la era del aprendizaje no concluye el día de la ceremonia de graduación. A partir de hoy,
ustedes quedan matriculados más que nunca en la más excitante y desafiante universidad, la que
recorre el camino de la vida.
En esta escuela de la vida no hay aulas ni profesores. O mejor, la vida misma es el aula y todos,
pero sobre todo los mayores, pueden convertirse en sus maestros. Los mayores, estamos llenos de
pasado y tenemos el discreto encanto de las historias, de las luchas y de los fracasos. Es la única
compensación por no ser jóvenes.
Yo todavía escucho a mis mayores, porque tienen muchos cuentos, pero también porque
escucharlos es una manera de seguir siendo joven.
Cómo hacer que la disciplina no duela tanto
La aptitud y la vocación no siempre aparecen juntas. Cuando lo hacen, puede pasar algo muy
bueno, pero a estas dos condiciones hay que meterles disciplina, estudio y perseverantes deseos de
superación. (*)
Nadie, que yo conozca, ha triunfado sólo a punta de talento. En cambio, he visto muchas aptitudes
desperdiciadas por falta de juicio.
La disciplina importa. Y aporta.
Aún quienes se confiesan poco creyentes en ella, reconocen su gran utilidad. Algunos piensan que
surge sola, como producto del afán de superación; y yo creo que sí, que puede surgir casi
espontánea cuando a uno le gusta lo que hace, que es la mejor manera, quizás la única, de que no
duela tanto.
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Pero debo advertirles que la disciplina siempre dolerá. Y, sin ser en lo más mínimo amigo de la
autoflagelación, déjenme agregar que se trata de un dolor con virtudes formadoras y didácticas.
La escuela del error
Muchas veces un duro pesar se instala en nosotros en el cuadro sintomático que resulta de haber
cometido un error. Ni al uno ni al otro hay que temerles.
Hemos sido educados en el sentido de la culpa y la penitencia. Sin sugerirles que les hagan
gambetas ni taquitos a las responsabilidades, los invito a perderle el miedo a las equivocaciones y
a espantar la angustia del regaño.
No condenemos los errores ni los fracasos de buena fe. Es sobre ellos que se consolida el
aprendizaje.
Más allá de lo que nos enseñan textos y profesores, muchos de los éxitos empresariales que hoy
son fantásticos casos de estudio, se decantaron a punta de fallas y trancazos, siempre en la
perseverancia tenaz de gente que rápidamente superó las frustraciones y que convirtió el círculo
vicioso del desastre en el muy virtuoso del ensayo y error.
Aunque no se trata de buscarlas deliberadamente, las adversidades y las equivocaciones alimentan
la creatividad, elevada forma de la inteligencia humana.
La tecnología y la palabra
Nos ufanamos, con razón, de las maravillas de la tecnología moderna. Tanta información
disponible, acceso a miles de bibliotecas del planeta, comunicaciones a velocidades supersónicas,
todo el mundo sabe lo que todo el mundo hace y, también, lo que no hace.
Me pregunto, sin embargo, si no estamos despreciando el poder de ese primitivo y poderoso
instrumento que es la palabra, que habría que rescatar en toda su dimensión antes de que sea
aniquilada por la ligereza del twitter, la afanosa liviandad del chat y la insuficiencia verbal del
Power Point.
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Hacer el esfuerzo de escoger las palabras precisas y organizar argumentos certeros en vez de usar
cuadritos multicolores, o emoticones supone un poderoso y estimulante ejercicio mental.
Un ejercicio mental que principia por la lectura, formidable invento para el aprendizaje. Quien
lee, casi siempre se expresa bien, escribe bien y es capaz de argumentar escogiendo el lenguaje
adecuado, tan necesario para entendernos y por momentos tan escaso. Son los diálogos razonados
y respetuosos, donde hablar es tan importante como escuchar, los que nos ayudan a acercarnos a la
verdad y a construir acuerdos, tan indispensables en una vida democrática.
No nos sirven, en cambio, las generalizaciones ni las simplificaciones, los insultos ni los abusos
semánticos, como tampoco las hipérboles.
Y ese lenguaje que, compartido, construye democracia, se nutre mucho de la lectura, una actividad
divertida y útil que incluso en términos de negocios es una inversión muy rentable. Uno es, a la
larga, la educación que recibe y los libros que lee. Pero, como dice Gabo, leídos “hasta donde
puedan y hasta donde les guste, que es la única condición para leer un libro, porque es criminal
para el lector y para el libro, leerlo a la fuerza…”
El pensamiento crítico
Debemos creer en la liturgia de la reflexión y el análisis. Preguntarse y preguntar „por qué‟ sin
pena ni pudor, es siempre buena idea. Me he vuelto un incorregible promotor de amplias
discusiones en el trabajo y en la casa, desde que un amigo hace muchos años me contó el viejo
adagio de sus ancestros que dice que al tercer „por qué‟ se descubre siempre algo importante o se
devela algún misterio. Es la mejor forma de aproximarse a las buenas decisiones, y es
interesantísimo y necesario escuchar todas las opiniones.
En una reciente encuesta en la Costa Caribe sobre la calidad de los profesionales que ingresan a
las mejores empresas de la región, una gran mayoría de los directivos de éstas que fueron
entrevistados señaló que, en general, encontraban profesionales muy bien preparados, pero que a
muchos le hacía falta pensamiento crítico.
Yo estoy de acuerdo.
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Me refiero a un “pensamiento razonable y reflexivo que se centra en decidir qué creer o qué hacer,
un pensamiento fundamentado y estructurado que busca siempre producir buenos juicios y
correctas decisiones”. (1)
Evaluar con reflexivo escepticismo nuestros propios pensamientos requiere humildad, para nunca,
jamás, creer que todo lo sabemos. Pensar críticamente ayuda, además, a desterrar los abominables
fantasmas del prejuicio, a identificar en serio nuestros problemas y a conocernos como sociedad,
porque a veces por escasa reflexión nos creemos lo que no es y nos desgastamos luchando contra
los síntomas de nuestras dificultades mientras que sus causas perduran.
Educación y pensamiento crítico son parte de la fórmula para mejorar nuestro capital social, una
de cuyas medidas es la fé en fuentes de información no validadas, que en Colombia todavía es
alta.
Esa fé ciega –“lo leí en internet”- o “todo el mundo dice” conduce a la distorsión de la opinión de
la gente, formada, en buena medida, a partir de la profusa y frenética información que recibe al
instante, pero que pocas veces coteja con otros medios de prueba.
Por eso es cada vez más relevante la tarea de los medios de comunicación, no sólo para informar
sino para formar, tratando de que el afán de la primicia no se imponga sobre el buen análisis dando
lugar a que el impulso y la emoción sean los determinantes de las decisiones públicas.
“El buen funcionamiento de una democracia exige ciudadanos reflexivos, razonables, justos y
solidarios”. (2)
Elogio de la decencia
Como Presidente de la Fundación Empresarios por la Educación, hace unos meses el BID me
invitó a participar en un muy interesante coloquio con expertos en educación. La matriz del debate
era la presentación del libro “Desconectados”, de Marina Bassi, investigadora del Banco, que trata
sobre la brecha que hay entre lo que se enseña hoy en día y lo que se requiere para el trabajo.
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En la mitad de la discusión les pregunté a los de mi panel, si alguna vez habían leído un examen
de acceso a alguna empresa. Sin esperar sus respuestas les dije que allí estaban las claves de lo que
queremos, ya que el 50% de esos exámenes tiene que ver con el ser y la otra mitad con el hacer.
Me refería a que ser decentes, ser buenos ciudadanos, trabajar en equipo, manejar emociones,
generar empatías y en general, lo que los expertos llaman „las competencias blandas‟, son tan
importantes como el saber hacer que, al fin y al cabo, se puede pulir como hace el buen orfebre
con una gema preciosa.
Lo otro, que podríamos llamar el saber vivir y trabajar en comunidad, puede ser más difícil.
Les dije también que el buen trato es un valor superior en mi organización. Ser amables y
divertidos no cuesta mucho. Al fin y al cabo hay que divertirse trabajando, ¿quién dijo que ser
divertido se opone al trabajo serio y dedicado?, Es posible trabajar duro y muy en serio, y a la vez
divertirse.
Lo opuesto a ser divertido es ser aburrido y del aburrimiento no suelen surgir las grandes ideas.
No olviden que el humor es, por excelencia, un ejercicio de la inteligencia.
Los empresarios buscamos legítimos réditos por nuestros emprendimientos para que perduren y
generen empleo, riqueza y bienestar.
Pero la forma de lograr nuestros propósitos hace la gran diferencia: la decencia es entender
nuestros valores democráticos y nuestra diversidad, tratar a todos con profundo respeto, generar
empleo digno y bien remunerado, y entender que no podemos ser ajenos a las dificultades y
carencias de nuestro entorno. Esto es, en síntesis, la responsabilidad social empresarial de la que
tanto se habla.
Ser decentes también implica comprender que una empresa no es un país, como lo resume el buen
libro de Paul Krugman, y que no siempre lo bueno para los empresarios, es bueno para su patria,
como equivocadamente creen algunos.
Si así actuamos, y yo no concibo otra forma, ahuyentamos las sospechas sobre nuestros éxitos, en
un medio en el que todavía subsisten algunos modelos mentales que los condenan.
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Los empresarios somos apenas una parte de un sistema social que busca que todos, sin excepción,
podamos hacer lo que valoramos, lo que nos gusta, desde cantar con el Gran Combo, o ser el 10
del Junior hasta convertirnos en grandes empresarios.
El entorno y algo más…
Les estamos dejando un país imperfecto, aunque mejor de aquél que recibimos, que lucha con
ímpetu en busca del difícil camino de la prosperidad.
Un país con oportunidades incomparables por el que valen la pena todos los esfuerzos y todos los
sacrificios. Un país donde las regiones son y serán cada vez más importantes, lo que propone, por
cierto, un reto descomunal porque todavía tenemos la tarea pendiente de construir instituciones
regionales idóneas y fuertes.
Un país con dificultades, desde luego.
Para resolverlas, hay que entenderlas a cabalidad, por lo que conviene alejarse de ciertos lugares
comunes que ahogan el sentido crítico y nos pueden contagiar de innecesarias desesperanzas.
Pensar, por ejemplo, que “siempre seremos violentos” o que “todo es inútil por la corrupción”
hace que nos resignemos ante lo que, dicho así, aparece como un desafío insuperable y que no
profundicemos en sus verdaderas causas.
Debemos, más bien, discutir a fondo y en plan de solución, sobre desigualdades, sobre principios,
sobre cómo hacer que las instituciones funcionen, que la justicia sea pronta y eficaz para todos, y
que la educación sea toda de calidad y también para todos.
Identificando los verdaderos motivos de nuestros males nos acercamos a soluciones reales que
pocas veces pasan por crear más leyes de coyuntura, intrincados procedimientos y controles
imposibles porque no confiamos en nadie. Por esa vía el Estado se vuelve más complejo y
enredado y por ende, poco eficaz en la ejecución de las buenas políticas públicas, alejándose del
ciudadano.
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Acertar en nuestras soluciones requiere, en consecuencia, una mejor formación de la opinión, un
reflexivo debate de ideas a partir de la educación y el pensamiento crítico, y un compromiso con la
decencia.
Ciertamente observamos una degradación de valores y principios que se rescata con educación y
pensando de nuevo en la ética.
Una ética de mínimos que haga posible una fecunda convivencia en una sociedad pluralista.
¡La educación y la política importan mucho!
En una perspectiva de nuestra historia reciente, no hay duda de que el país ha avanzado
considerablemente, como lo demuestran muchos indicadores.
En el mundo económico estamos de moda, pues a medida que vamos dejando atrás la pesadilla de
la violencia y comenzamos a tener éxito en el proceso de construcción de una sólida clase media,
nos hemos hecho atractivos para la inversión.
Pero nuestras desigualdades todavía dan pena. Gran parte de estas desigualdades están asociadas a
la diferencia entre los educados y los no educados. A pesar de notables avances, el acceso a la
educación superior es todavía muy bajo y las brechas en la calidad de los colegios y del nivel
educativo según la región son enormes.
La educación tiene que ser el primer punto de la agenda nacional, porque como dice el premio
nobel Amartya Sen, “si seguimos dejando a tanta gente por fuera de la órbita de la educación,
vamos a construir un mundo no solo más injusto sino más inseguro.”
Recordemos siempre que la educación es inclusión, es equidad, es movilidad social.
La educación hace libres a las personas que así eligen mejor. Por ese camino se consolidan y
profundizan las democracias, y se vuelve posible construir la sociedad en la que deseamos vivir.
Por eso no nos sirven los ejemplos de rutilantes logros de países no democráticos que muchos
opinadores, con cara de solemne inteligencia, nos ponen de presente para hacernos sentir mal.
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La gracia, digo yo, es hacer eso mismo, pero en democracia que, es el gobierno de la discusión,
como dijo hace mucho tiempo John Stuart Mill. Hay que volverla, entonces, educada, mesurada,
pertinente y crítica.
Ustedes pertenecen ahora a una élite capacitada y no podrán ser ajenos, desde sus regiones, a la
política. No tienen que ser militantes, si así no lo desean. Ni activistas, ni candidatos a cargos de
elección.
Pero la política importa mucho, como para dejársela sólo a los políticos. Los gobernantes y
legisladores que elegimos toman decisiones trascendentales para todos nosotros. Propiciar el
debate de ideas, rechazar la violencia física y verbal, ser activos partícipes del arte y la cultura, no
ser ajenos a las dificultades del entorno, y, claro, votar bien, son algunas formas correctas y
necesarias de participación política.
Ah, y otra cosa: si algún día llegan a tener eso que llaman poder, acuérdense de que este es
veleidoso y temporal, y debe ser utilizado con mesura para lo único por lo que valdría la pena
tenerlo: ¡para ayudar a los demás!
Debemos ser capaces de transformar esta sociedad todavía excluyente y desigual a punta de
educación, que es lo único que permitirá que todos los niños de Colombia empiecen la carrera de
la vida en la misma línea de partida.
Los felicito a ustedes y a sus familias, y les deseo de corazón el mayor de los éxitos. Tienen un
compromiso con ustedes mismos para hacer con decencia, pensamiento crítico, invencible alegría
y noción de país, lo que valoran, contribuyendo así, con convicción y con ganas, a construir el país
que queremos: justo, educado y próspero.
De verdad que me ha dado muchísimo gusto estar hoy con ustedes, en esta ciudad tan cercana a
mis afectos por los entrañables amigos que aquí tengo. A mi querido y admirado amigo Francisco
Piedrahita le quedo muy agradecido por este gran honor que me ha conferido. Y por la diversión
que, ni el mismo se imagina, me proporciona escribir estas letras, una fantástica manera de decir lo
que pienso, en serio y por escrito.
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Muchas gracias.
(*) Algunos de los conceptos aquí utilizados fueron inspirados en el tomo 2 de la colección
“Documentos de la misión ciencia, educación y tecnología; educación para el desarrollo”
Presidencia de la República – Consejería para el Desarrollo Institucional – Colciencias. Bogotá
1995.
(1) Ennis (1987) y Lipman (1991) citados en el documento sobre Pensamiento Crítico de la
Fundación Promigas - Julio Martín y Javier Suárez (2) OP CIT
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