ENTREVISTA Manili: “El torero que tiene afición no se aburre nunca” No había tigres en Cantillana cuando Manili triunfó en Madrid. Pero dos salidas a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas rebautizaron al bravo y talentoso torero Manuel Ruiz como El Tigre de Cantillana, al tiempo que se proclamaba máximo triunfador de la Feria de San Isidro de 1988. Luego, una mala administración y sobre todo dos cornadas a destiempo se llevaron por delante la fragilidad de un sueño hecho realidad. No siente rencor por ello. De niño aprendió lo mucho que cuesta conseguir algo en esta vida. “Lo que tengo me lo he ganado a pulso”. Esta es la historia de Manili: el ‘tigre’ que asustó a los leones. Texto: José Ignacio de la Serna Miró Fotos: Archivo de 6toros6 S oy un hombre de campo. Procedo de una familia de trabajadores, gente humilde, pero honrada. Nunca nos faltó de nada. No pasamos hambre ni necesidad, pero las circunstancias familiares me obligaron a trabajar desde niño, en la finca del empresario y ganadero Martín Berrocal, donde hice de todo. Apenas fui al colegio. Era un niño muy travieso, pero ¡ojo!, de ‘mangante’, nada. Ahora con el paso del tiempo me pesa no haber estudiado, pero había que ayudar en casa, arrimar el hombro. Mi madre se puso enferma y estuvo muchos años ingresada en el antiguo Hospital de la Macarena de Sevilla. Murió joven. Fue una mujer extraordinaria. Al morir, mi hermana, aunque ya era matador de toros, se hizo cargo de mí como si fuera un hijo. Cuando toreaba, mi madre no quería que me preocupase por ella: “No pienses en mí. Tú, pa’lante”, decía. Verla en aquella situación fue muy duro para todos nosotros. Pregunta | ¿Llegó a verle triunfar? Respuesta | Aún vivía cuando triunfé en Sevilla, al principio de mi carrera, pero mi éxito grande en Las Ventas, cuando Zabala padre me apodó ‘El Tigre de Cantillana’, no llegó a disfrutarlo. ¡Qué pena! Ella no quería que fuera torero, decía que estaba loco. La que me apoyó de verdad fue mi abuela, que tenía mucha casta. Yo salí de la nada, de mi pueblo de Cantillana, sin un duro en el bolsillo, sin ayudas de ningún tipo. Para comprarme una muleta o un capote me iba de furtivo a cazar conejos, para luego venderlos en los bares. Mi primer vestido de luces me lo prestó el matador de toros José Luis Parada. Pero estoy muy orgulloso. Todo lo que tengo me lo he ganado a pulso. A pesar de que la periodista Mariví Romero, en mis comienzos, dijo que Manili no tenía futuro como torero. 18 gas tirones, lo consientes y tienes el valor necesario para esperar el momento de atacar, al final le cortas las orejas con pocos muletazos. Pero no admiten un solo error. Hay que andar listo, despierto y medir bien tus pasos, con pies de plomo. Resulta fundamental que no enganchen. Cuando tropiezan los engaños se descomponen. ¿Toreó su primera becerra en casa de Martín Berrocal? No, la toreé en la finca del ganadero Isaías y Tulio Vázquez, de noche, después de un herradero. ¿Una premonición? Quizás (risas). ¿Le hirió alguno? Oye, pues no… Me han pegado muchos porrazos, pero nunca me han herido. Su carrera ha sido un camino de espinas, a veces incluso un rosario de penalidades ¿es bueno sufrir o es una frase hecha a la que nos agarramos en busca de consuelo? En los comienzos es bueno sufrir, para saber lo que cuestan las cosas. Te curte como torero y te hace madurar como persona. Pero en esta vida todo tiene un límite. De novillero llegó a torear bastante. Triunfé en Sevilla y eso me abrió las puertas de Andalucía. También toreé mucho en el Valle del Tiétar, o del Terror, como lo llaman, en la provincia de Ávila, donde maté autenticas corridas de toros, y en Francia. En Madrid tuve suerte. Le corté una oreja a un novillo de Flores Albarrán el día de mi presentación, el 10 de mayo de 1975. De novillero tuve ambiente, pero mi carrera se desarrolló muy lentamente. Demasiado. La empresa de Sevilla nunca me trató bien, sobre todo de matador, porque de novillero ponía el cartel de ‘no hay billetes’. Me pagaban mal, y a pesar de que casi siempre triunfaba, cuando llegaba la feria otra vez me echaban a los leones. Fueron injustos conmigo, aunque no le guardo rencor a nadie, ¿para qué? Después de tomar la alternativa en Sevilla, en el 76, de manos de Curro Romero y de cortar tres orejas en la Feria de Abril, seguía sin un duro. Al año siguiente empecé a respirar, y al menos puede pasar el invierno. Convivir con el toro en el campo, observar de cerca sus reacciones, en la finca de Berrocal ¿le ayudó luego en la plaza? Sin duda. El roce diario con el toro es fundamental, te da confianza y cuando sales a la plaza estás familiarizado. Además me gustaba torear vacas, hacía muchísimos tentaderos, incluso ahora. Todo el día tentando. Hace unos días fui a lo de Miura, algo ‘mosca’, porque no toreo desde hace tiempo. Al terminar le pregunté al ganadero ¿Antonio, qué tal? “Ya quisieran muchos de los que están en activo estar como has estado tú esta tarde”, contestó. Su carrera está ligada a la ganadería de Eduardo Miura. La primera vez que maté una corrida de Miura fue en Daimiel. Ni siquiera antes había toreado una becerra en el campo. Salió bonita de cara, pero fuerte. Fue extraordinaria. De seis, embistieron cinco. Cortamos un montón de orejas. Después llegué a Sevilla con otra de ”A l final de mi carrera ya no estaba dispuesto a bajarme los pantalones con las empresas” Miura, en el 83, y le corté una oreja a cada toro. Algunos años maté la camada entera, en ferias de primera categoría. ¿Se pasa mucho miedo? ¡Se pasa un miedo horroroso! Solo con oír su nombre… Es un toro que nunca consigues definirlo. Pega muchos cambios durante la lidia, es incierto y no lo ves metido en los engaños. He visto a muchos embestir como demonios en el capote y luego ser extraordinarios en la muleta. Pero en general se orientan ‘mu’ pronto. Tienen una viveza especial en la mirada. Poco a poco les fui cogiendo el aire, aunque al principio las pasé canutas. Me costó meterme en el lío. ¿Qué es lo más importante para triunfar con ellos? Ir ‘mentalizao’. Ser consciente de que vas a enfrentarte a un toro duro, que tienes que jugártela y resolver la papeleta. En el toreo todo es mentalización. ¿Es un toro agradecido? Sí. Cuando tiene buena condición, si no le pe- Desde que toma la alternativa en Sevilla hasta que abre la Puerta Grande de Las Ventas en 1988, en dos ocasiones, transcurren nada menos que doce años: una travesía por el desierto. ¿Cómo mantuvo viva la ilusión, la esperanza? Con fe, teniendo confianza en mí mismo. Sabía que era capaz y que mi momento, tarde o temprano, iba a llegar. Además estaba soltero y no tenía que mantener a nadie. Tampoco he sido un hombre de salir de noche ni de gastar, y gracias a eso puede sobrevivir tantos años. Vivía en torero. Pero hasta que triunfé lo pasé mal. Sin embargo, ni en los peores momentos pensé en hacerme banderillero. ¿Alguna vez contempló la posibilidad de estar equivocado? No, porque triunfaba en Sevilla con corridas muy duras y eso me daba moral. Toreaba unas quince o veinte al año, aunque de dinero siempre andaba cortito. Cuando llegaba el invierno me quedaba lo justo ‘pa’ una pringá. Entonces me apoderaba Victoriano Valencia. Torear sin una recompensa económica acaba aburriendo a los toreros. El que tiene afición no se aburre nunca. ¿Cuándo empezó a verle el color a su profesión? Cuando me apoderó Manolo Lozano, en 1986. Él estaba en America y me dijo que si estaba de acuerdo me daba cuatrocientas mil pesetas por corrida, limpias, pasara lo que pasara. Su oferta era buena porque yo no tenía que pagar hoteles, ni cuadrilla, ni nada. Él se encargaba de ‘to’ los gastos. Y, claro, le dije que sí. Un hombre, Manolo Lozano, con visión de futuro… Manolo me hacía las cosas en America, en España me apoderaba José Molina. Eran socios. Molina era un buen hombre, pero le daba miedo pedirles dinero a los empresarios. Si no me espabilo tras el zambombazo de San Isidro me quedo seco. Sin un duro. Después de Madrid un toro del Marqués de Albayda me pegó una cornada de caballo en Almería, el 25 de agosto. Esa tarde cobré ¡un millón quinientas mil pesetas! Una vergüenza. Y eso 19 ENTREVISTA que era el único torero que había salido dos veces a hombros de Las Ventas. micamente. Por lo que me cuentan, creo que en ese aspecto pocas cosas han cambiado. ¡Caramba con el señor Molina! Insisto en que era buena persona, pero también era secretario de ANOET (Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos), y el hombre se encontraba entre la espada y la pared. No quería tener problemas con nadie. “¿Pero cómo le voy a pedir dinero a Manolo Chopera?”, decía angustiado. “¿Entonces qué quieres, ‘ozé’, que se lo pida yo?”, le contestaba. Me tenía frito. Un año antes del ‘bombazo’ en San Isidro, recibió una llamada de don Manuel Chopera para torear en Madrid que fue clave en el devenir de su carrera. Aunque era el mes de julio, había toreado en Lisboa mi primera corrida de toros de la temporada. Al terminar, Manolo Lozano me convenció para que nos fuésemos juntos a Madrid, a ver el festejo del domingo en Las Ventas. Yo no tenía ganas, la verdad, estaba desmoralizado y solo quería marcharme a Cantillana. Pero fui. Por la noche, después de la corrida Lozano le pidió a Chopera que me diera la sustitución del mexicano David Silveti, que estaba herido. La idea le gustó y decidió ponerme. La corrida era de Murteria Grave. Esa tarde aunque pinché estuve muy bien y me repitió dos semanas más tarde. El 9 de agosto corté una oreja a un toro de Rocío de la Cámara. Luego, Chopera me dio varias corridas en otras plazas. Pasé de no tener un puto duro a terminar la temporada con siete millones de pesetas. ¡Eché un invierno cojonudo! Y lo que aun es más importante: cogí la moral que necesitaba. Por fin empezaba a ver la luz. Al año siguiente me contrató dos tardes en la Feria de San Isidro, con toros de Eduardo Miura y Puerto de San Lorenzo. Había llegado mi momento. ¿Qué tiempo duró con Molina? Lo aguanté varios años… ¿Dónde se dejó las garras El Tigre de Cantillana? Mis honorarios no pasaban de los tres millones y medio de pesetas. Las figuras en aquellos años andaban por los quince o dieciséis, en plazas importantes. Manolo Lozano me decía que le apretara. Ellos ya ni se hablaban. Cuando triunfó en la Feria de San Isidro, ¿estaba Manili en su mejor momento o pudo haber triunfado antes? Yo pude haber triunfado mucho antes, porque estaba cuajado como torero. Pero las cosas, los triunfos en este caso, llegan cuando tienen que llegar, no cuando uno quiere o los necesita. En Las Ventas no falté un solo año desde que confirmé la alternativa, en el 78. Toreé 36 tardes a lo largo de mi carrera. El que se portó bien de verdad fue don Manuel Chopera, que me dio toros y confió en mis posibilidades. Decía que Manili además de buen torero le era simpático. Entendió mi lucha. Luego, cuando cambié de apoderado le pedimos más dinero por torear y no puso ningún problema. Nos pagó justo lo acordado. ¡Solo había que pedirlo! Me lo había ganado delante del toro y él como empresario lo sabía. Curiosamente, hace unas semanas el periodista Álvaro Acevedo escribió un artículo donde hablaba precisamente de la diferencia que existe entre un apoderado y un simple comisionista. “El primero creará enemistades entre el empresariado. El segundo permitirá comisionar más incluso de lo que factura el matador. Lo primero es actuar con honestidad y rectitud. Lo segundo, en el fondo, es ser un golfo”, decía. Un apoderado tiene que defender los intereses del torero, porque ese y no otro es su trabajo, y por hacerlo se lleva una buena comisión. Pero la mayoría quiere estar en esto toda la vida, y para estar tanto tiempo en el toreo no hay que tener enemigos. El problema es que la carrera de un torero, salvo excepciones, es mucho más corta que la del apoderado y en ese tiempo tienes que resolver tu vida econó- 20 Ese año, antes de torear en San Isidro cortó una oreja a un toro de Miura en la Feria de Abril de Sevilla. El triunfo que tanto esperaba no se me podía escapar. La corrida de Miura de Madrid fue televisada y el éxito tuvo una enorme repercusión. Llegué a la plaza totalmente convencido, motivado, pero hasta las trancas. ¡Qué ratos más duros y amargos se pasan en ese túnel de cuadrillas! Tenía miedo al fracaso. Pero en esos momentos uno se sobrepone y tira para adelante. Así es el toreo. Aquella fue una tarde colosal, heroica, y el público rápidamente se identificó con el esfuerzo y las ansias de triunfo de un torero injustamente postergado, casi olvidado… El público de Madrid me ayudó muchísimo. Lo sentía cerca, a mi lado. Los oles sonaron atronadores. Sobre todo cuando a mitad de faena aguanté un parón sin rectificar, al segundo de mi lote. Ahí la gente hizo así y se metió de lleno en la pelea. Fue impresionante. Estaba dando la vida en ese momento. Al día siguiente el crítico taurino Ignacio Álvarez Vara Barquerito dijo en su crónica de Diario 16 algo muy interesante: “Es dificilísimo conseguir que tras una corrida tan complicada como ésta se recuerde más a Manili que a Miura”. ”L a periodista Mariví Romero dijo en mis comienzos que Manili no tenía futuro” ¡Qué bonito! Es que aquella tarde sucedió algo fundamental para un torero, que además no es habitual que ocurra en Madrid: el público supo esperar, me dejó desarrollar y tuvo paciencia. Los toros sacaron muchas complicaciones, fueron duros y tuve que sobarlos, ‘marinear’ con ellos, antes de meterme en su terreno. Pero una vez dentro disfruté con los que estaba haciendo. Meter a un torazo de Miura en la muleta, verlo entregado, es una sensación que no puede compararse con nada. Pero hasta que llega ese momento las pasas pu- la zona inguinal, causando daños en el paquete intestinal, en el recto y en la cavidad abdominal. Por culpa de esa cornada tuve que cortar la temporada. Perdí nada menos que cincuenta corridas de toros. ¡Un dineral! Fue una cornada muy grande. Me llegó hasta aquí arriba. Cuando me quitaron la taleguilla en la enfermería tenía la barriga hinchada como un globo. Lo único que le dije a los médicos, antes de que hiciera efecto la anestesia, fue que la herida era profunda. La que me quitó del toreo fue la cornada en el brazo que años más tarde me pegó un toro en Sevilla. La de Almería, no. ¿Pasó miedo? No. Nunca pensé que me podía matar un toro. Jamás. La muerte llega cuando tiene que llegar. Unos días antes de morir Paquirri cenamos juntos. “Manuel, que injusta es la vida, yo voy a torear una corrida así de bonita en Pozoblanco y tú, con las cualidades tan buenas que tienes, vas a Madrid a matar una ‘dominguera’”. Paco pensaba que en el toreo primero hay que ser yunque y luego martillo. “Pero cuando seas martillo, golpea”, decía. ”L a cornada de Almería me hizo cortar la temporada y perder cincuenta corridas de toros” tas. Corté una oreja a cada toro, pero al segundo, si lo mato bien, le cortó las dos. Cuando salí por la Puerta Grande me acordé de mi madre y de todo lo que habíamos padecido. El siguiente 5 de junio salí de nuevo a hombros de Madrid, con toros de Puerto de San Lorenzo, y un mes más tarde, con Curro Romero y Antoñete, le corté otra oreja a uno de Torrestrella. Luego me ofrecieron matar seis toros de Victorino Martín en la corrida de la Prensa, pero ya era demasiado. Además lo de Victorino no se me daba bien. ¿Tuvieron un sabor distinto las salidas por la Puerta Grande? Fueron diferentes. Pero en la segunda tarde también salí arreando. Cuando triunfé ya no me daba coba. Aun arrimándote podías quedarte atrás. En cualquier pueblo saltaba uno en el tendido y gritaba: “¡Manili, arrímate como en Madrid!”. Cuando toreaba me daba hasta fiebre. ¿Por qué no se le daba bien lo de Victorino? Principalmente, porque no he tenido suerte con esta ganadería. No terminaba de cogerle el aire, aunque he cuajado algún toro de categoría, como en Bilbao. Cuando embiste por derecho lo hace con una clase extraordinaria. Pero son toros que para que rompan hay que sobarlos mucho, perderles muchos pasos entre pase y pase, y lo mío era quedarme en el sitio y ligar los muletazos desde un principio. Tampoco admiten las cercanías, y yo donde me encontraba a gusto era pisando el terreno del toro. Desgraciadamente, poco después, el 25 de agosto en Almería un toro del Marqués de Albayda le hiere de extrema gravedad en Al año siguiente suma un buen número de festejos, pero su carrera empieza a declinar… No tuve suerte, la verdad. Y encima seguía con el problema del dinero que antes te he comentado. Así que decidí dejar a Molina y me fui con Pepe Luis Segura. Pero mi momento había pasado. Tenía contratos, vale, pero otra vez sin dinero, y ya no estaba dispuesto a bajarme los pantalones. Prefería irme a casa, pero ¿empezar de cero? Ni hablar. ¿Se retiró amargado? Amargado no he estado nunca, jodido, sí. Ahora soy feliz con lo que tengo. O sea, que de volver a cazar conejos para torear, nada. Según que tipo de conejos (risa maliciosa). ¿Cree usted que los aficionados y la prensa taurina en general ha sabido apreciar que El Tigre de Cantillana, además de tener un valor espartano, ha sido un buen torero y un gran profesional? Me consta que los profesionales y los buenos aficionados piensan eso de mí. No me gusta echarme flores, pero he sido capaz de meter muchos toros en la muleta, de distinta condición, y eso no se consigue solo con valor. A cojones gana el toro. Conozco a fondo mi profesión y he sido un torero templado. Porque Manili ha toreado despacio, a toros duros y correosos que no cabían por esa puerta. La mayoría de los toros tienen un momento en que se dejan meter mano. Y ahí estaba yo, para darles fiesta. 21