Descripción cromática de la personalidad

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Descripción cromática de la personalidad
<La Tercera Cosa. Neurociencias y Psicoterapia. Capítulo 2>
Lucas Raspall
(UNR Editora, edición en curso 2009)
Indice del capítulo
1- El estudio de la personalidad
- Fortaleciendo algunos conceptos clave
-Definiciones de personalidad
-La constitución de la personalidad
-El funcionamiento del sistema
-Los «famosos» trastornos de la personalidad
- Un breve repaso de la historia
-El trágico y genial psicoanálisis
-El reaccionario enfoque interpersonal
-El riguroso conductismo
-La revolucionaria psicología cognitiva
-El valioso aporte posracionalista
-El prolijo modelo eysenckiano
-El minucioso estudio de Millon
-La integradora propuesta de Cloninger
-El disciplinado eclecticismo de Beutler
-El superador modelo evolutivo
2- La Teoría Tradicional del Color
- El color
- La rueda cromática
- La provocación de Goethe
- Psicología del color
3- Personalidad: una compleja mezcla de colores
- Pensando un colorido enfoque
- Los cruces de los meridianos
- Las cualidades de los colores primarios
- Otros atributos del color: tono y saturación
- Los esquemas de procesamiento buscan su matiz
- Los dispositivos jugando en la paleta
- Bajo el microscopio: las infraestructuras
4- Anexo: gráficos
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
(Material protegido por derechos de autor, 2009).
1- EL ESTUDIO DE LA PERSONALIDAD
He debatido largamente conmigo mismo si este estudio aportaba valor al
objetivo general del libro, y debo confesar que finalmente he decidido volcarlo
sin que los fundamentos afirmen por sí solos esta decisión. Adelanto entonces
que las palabras que escriben este capítulo parecen haber escapado de las
páginas del campo psi y, tras haberse cruzado con libros de arte, retornado con
otra pigmentada riqueza. En su repaso se rinde tributo primeramente a quienes
han colaborado de inmensa manera a la observación de la personalidad. Más
adelante, se describen algunos lineamientos de la teoría del color para,
finalmente, llegar al pintado de animadas imágenes que contienen a los
paisajes de la personalidad, siempre únicos e irrepetibles.
Insisto: sin estar muy seguro, estimo que el interés de las páginas siguientes va
a recostarse en el modo en que una personalidad es organizada, en el diseño
de sus herramientas de manejo fundamentales, en la crucial participación de las
emociones, en la recursividad de ciertos circuitos de procesamiento y conducta,
y en todo lo que neurobiológicamente subyace a sus manifestaciones. Por
último, el resultado de todo este inusual abordaje contribuirá a la comprensión
de la génesis y declaración de los circuitos adictivos, reconociendo en el mapa
de sus insistentes colores los matices ausentes que permitirían nuevas gamas,
las alternativas perseguidas en el objetivo de la psicoterapia.
Desvergonzadamente coloreado, este ensayo incita a desafiar la pretensión de
conocimiento que imponen las ciencias duras, hospedándose en la posada del
arte. Así, este experimento agasaja a sus invitados con las delicias de la
estética, invitando al observador/lector a soltar sus ataduras y a perderse en la
flexibilidad de su subjetivo encanto.
FORTALECIENDO ALGUNOS CONCEPTOS CLAVE
- Definiciones de personalidad
“(…) el Yo en tanto que dueño de su carácter, autor de su personaje, artesano
de su mundo y sujeto de su conocimiento” (Ey, 1971).
Con envidiable elegancia, Henry Ey define el concepto de sistema de la
personalidad, cita que encabeza el superficial desglose de sus elementos
constituyentes, conciliando los enfoques de distintos autores para alcanzar una
síntesis que permita comprender el desarrollo de los puntos siguientes. Sin
extenderme en ninguno de los conceptos emergentes, intentaré generar
solamente algunos disparadores que faciliten una base para pensar este tema.
La personalidad puede concebirse como una organización relativamente estable
compuesta por disímiles modalidades y subsistemas, estructuras estrechamente
entrelazadas que son responsables de la secuencia que va desde la recepción
de un estímulo hasta el punto final de una respuesta, pasando por todos los
fenómenos intermedios. Alude entonces a la regularidad y consistencia en las
formas de percibir, sentir y pensar las experiencias, integrando y organizando
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rasgos y cualidades y, finalmente, determinando un patrón estable de
comportamiento en el que el individuo puede reconocerse y ser reconocido.
La personalidad puede leerse en las bases de la continuidad mental de una
organización unitaria, cuyas representaciones y sentimientos son atribuidos al
sujeto y que, por medio de las voliciones, con la inevitable colaboración de la
memoria, afectividad y pensamiento, traducen al exterior la propia forma de
ser. Califico como continuidad mental el mismo sentido que Beck traza como
organización estable, es decir, cierta persistencia en el tiempo, cierta
constancia. La cara visible de la forma de ser, aquella que puede observarse a
partir de reacciones estables y parejas ante estímulos diversos, es solamente la
superficie de una estructura mucho más profunda, que expresa la síntesis
integral de la actividad psíquica. Vista desde adentro, la personalidad aglutina la
totalidad de fenómenos y herramientas que hacen al individuo, sean de manejo
interpersonal o intrapersonal, racionales o emocionales, biológicos o
psicológicos, aspectos todos siempre interrelacionados entre sí. Cada uno de
estos elementos, que abarcan la constelación completa de la persona, estabiliza
y otorga consistencia al sistema y, en su constante interacción, sostienen la
integridad de la estructura.
Su gobierno maneja un juego de disposiciones de sentido claramente
bidireccional: adentro-afuera y viceversa. Me explico. Adentro-afuera cuando, a
partir del material neurobiológico (con anclaje en el mapa genómico) y desde el
depósito de vivencias y conocimientos (residentes en la memoria experiencial),
se inclina el rumbo hacia el otorgamiento de significados a las personas y a las
cosas que nos rodean, a la vez que se figuran las sesgadas anticipaciones de
situaciones venideras. En la dirección opuesta, afuera-adentro, cuando la
personalidad, y su subyacente arquitectura biológica, es la arcilla que las
contingencias externas modelan, aunque veremos luego que esta distinción no
es tan precisa, ya que todo lo que entra de afuera es internalizado de acuerdo a
propias representaciones subjetivas, de ninguna manera objetivas. En esta
compleja mecánica de generar información que hace a cada organización
particular, es indudable el reconocimiento de la participación del contexto,
entendiendo que la expectativa del derivado de la interacción social real o
imaginada forma parte del gobierno del sistema generado. En este nudo, los
impredecibles sucesos externos y la producción de los otros significativos,
ambos (relativamente) independientes de uno mismo, el producto invierte el
sentido de la flecha. De este modo, el estudio de una individualidad ajena a su
entorno, forastera de sus experiencias y desligada de su matriz biológica, queda
condenado al calabozo de pretenciosas ilusiones que nunca podrán dar con el
objetivo.
- La constitución de la personalidad
“La formación de la personalidad es compleja y ondulante. Se construye por
contracciones y dilataciones sucesivas, conforme a líneas de fuerza que en
forma progresiva se hacen continuas y determinan, en un cierto estadio, una
orientación definitiva” (Stingo, M. & Zazzi M. C., en Marchant & Monchablon
Espinoza, 2006).
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Dos elementos básicos fundan la constitución de la personalidad: el
temperamento y el carácter. Su comprensión define a la personalidad como una
entidad siempre dependiente del interjuego de los terrenos biológico,
psicológico y social.
El temperamento alude a las tendencias predominantes orgánicas innatas,
disposición biológica básica hacia ciertas sensibilidades y comportamientos. El
código genético incluye cualidades heredadas que son transmitidas como parte
de la historia evolutiva de nuestra especie, involucrándose aquí entonces
elementos de corte socio-biológico. Vale aquí una aclaración importante: la
función transcripcional del gen (distinta de la función patrón), regulación
epigenética altamente influenciable por factores del desarrollo, del aprendizaje,
de la interacción social y del medio ambiente en general, permite la
incorporación biológica de la adaptación producida a través de la expresión
modificada de genes específicos. Pero estos cambios (a diferencia de la función
de patrón del gen) no se transmiten genéticamente de una generación a otra,
ya que la función transcripcional no incorpora en las gametas los cambios en la
expresión de genes. Sí la transmisión de lo aprendido puede ser cultural,
vehiculizada en la interacción social y, con el tiempo de aliado, después de una
indeterminada cantidad de generaciones el mapa genético puede verse
modificado. Cierro el paréntesis y retomo. Si bien existe consenso general en
que el término temperamento alude al sustrato biológico de la personalidad,
puede entenderse que, al ser imposible la separación de rasgos de base
biológica de aquellos otros influidos por el ambiente, su definición debe ser
entendida como una propuesta teórica y no como una distinción precisa factible
de reconocerse. Algunas de las características reunidas bajo el manto del
temperamento pueden observarse desde la niñez o incluso desde el mismo
momento del nacimiento, sin haber hecho aún una gran impronta el entorno, lo
que permite diferenciar, por ejemplo, un bebé tranquilo de uno irritable. Así,
desde el comienzo mismo de la psicogénesis hay una receta primaria, un
camino trazado de antemano. “Es posible que en ciertos casos el temperamento
sea más importante que otros aspectos de la personalidad, y que ejerza una
influencia más global. Dado que nuestro sustrato físico existe antes de que
emerjan otras áreas de la personalidad, las tendencias conductuales de
raigambre biológica preceden y pueden excluir la aparición de otras posibles
vías de desarrollo” (Millon & Davis, 2001).
El carácter, por otro lado, hace referencia a las características adquiridas
durante el desarrollo y como resultado de la socialización, formado de capas
sucesivas dependientes fundamentalmente del afecto, la voluntad, el
pensamiento y la inteligencia, alejándose un poco más (aunque nunca
separándose por completo) de las disposiciones biológicas. Las tendencias
distinguidas pueden, a su vez, ofrecer significativas diferencias en sus diversos
aspectos constituyentes: amplitud, pureza, intensidad y sensibilidad, por lo que
las distintas combinaciones de estos elementos dan como resultado un abanico
interminable de personalidades. Esta sentencia explica de antemano la
imposibilidad de realizar un sistema preciso de clasificación de la personalidad,
siempre única, siempre diferente; sólo el hallazgo de más o menos rasgos en
común permitirá esbozar un sistema de clasificación que, a pesar de ser
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invariablemente simplificador y reduccionista, es necesario para nuestra
práctica.
Temperamento y carácter hablan entonces de dos dimensiones diferentes para
entender el siempre distintivo modo de una personalidad, pero no por esto
opuestas ni independientes entre sí. Y sin profundizar mucho más, al reconocer
estos elementos queda firmemente contemplado que su constitución está
entonces determinada tanto por factores biológicos, neuroanatómicos y
neuroquímicos, como ambientales, aquellos relacionados con la cultura, las
influencias socioeconómicas, lo individual subjetivo y demás, todos modelados
por el aprendizaje. Es decir que el genotipo de la personalidad, que puede
entenderse como un legado familiar, sólo muestra una condición de
predisposición que será luego ajustado por las influencias del ambiente,
determinando el fenotipo de la personalidad, el resultado final que se
manifiesta en los funcionamientos interno neurobiológico, que no se ve, y
externo comportamental, expresión final de la personalidad que puede ser
evaluada por el entorno social. Es de este modo como el ambiente y sus
inacabables influencias impresionan o marcan lo biológico y, como veíamos
antes, viceversa.
- El funcionamiento del sistema
“Patrón distintivo en cuanto al comportamiento, al pensamiento y al sentimiento
que caracteriza a los individuos, y que se refiere a la manera como esos
comportamientos, pensamientos y sentimientos influencian la adaptación de
éstos a las situaciones que se encuentran en sus vidas” (Mischel, 1979).
La personalidad como sistema tiene una finalidad muy clara: al generarse y
modelarse dentro del marco de circunstancias dadas, su forma tenderá a
acomodarse a las exigencias del ambiente. Pero este sentido de adaptación
tiene algunos mandatos: el ajuste debe siempre poder sostener una
autoimagen dentro de los parámetros por uno mismo dispuestos y aceptados,
un modo de relación válido y viable (ni bueno, ni malo) con las personas que
nos son significativas y una vinculación con el entorno que permita un grado de
funcionamiento capaz de cancelar las necesidades primarias. Cada patrón
global de personalidad determina entonces la forma de responder de acuerdo a
sus habilidades de afrontamiento y flexibilidad adaptativa, convirtiéndose en la
base de la capacidad individual para la actividad general, señalada luego como
sana o patológica de acuerdo a los resultados observados.
Así, como desarrollara años atrás en el libro “La construcción delirante”
(Raspall, 2007), los procesos de la personalidad se forman y operan al servicio
de la adaptación. La evaluación de las exigencias particulares de situaciones
anteriores y sus resultados desencadenan estrategias adaptativas únicas que,
de acuerdo al resultado obtenido, serán repetidas o no en circunstancias
posteriores análogas. Cada acontecimiento recibe un significado que disparará
una reacción determinada de acuerdo a los rasgos particulares de cada
personalidad, culminando en distintos tipos de conducta abierta. Esta respuesta
última, el comportamiento, debe entenderse sólo como el final de un largo
proceso, aunque siga de manera casi inmediata al estímulo, y estará siempre
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vinculado con un intento de adaptación y supervivencia. Refuerzo: toda
organización de la personalidad persigue este último fin, el de la adaptación y
supervivencia, ordenando para ello un sistema coherente y estable. Vittorio
Guidano aseveraba, y yo me manifiesto de acuerdo, que los organismos
buscamos regularidades y recurrencias en el mundo de nuestra experiencia, a
fin de ordenarla de un modo eficaz para la supervivencia (Quiñones, 2001).
Queda implícito que esta prolija búsqueda de regularidades no cuenta con una
dispersión no intencionada de la atención hacia todos los estímulos, sino que
existen sesgos que la conducen con mayor probabilidad hacia estímulos
determinados. Y tras este paso pueden existir o no distorsiones perceptuales
que consigan encajar lo observado en los sistemas de clasificación ya vigentes,
manteniendo de este modo una historia coherente con lo hasta aquí narrado de
su vivencia. De esta forma, puede observarse que la adaptación no es
solamente un proceso por el cual una complexión va abdicando frente a las
presiones del ambiente, amoldándose inertemente a éste, sino que, por el
contrario, se trata de un proceso por el cual el organismo transforma las
presiones del medio en un orden interno, en un mundo de significados propios
que dan consistencia a sus percepciones y a su experiencia (Guidano, 1991).
Los procesos cognitivos, afectivos y motivacionales dependen de estos
esquemas básicos ya citados, que son las unidades fundamentales de la
personalidad. Estos esquemas, funcionales o disfuncionales al objetivo
perseguido por el sujeto, adaptados o desadaptados según el juicio del entorno,
se originan, como ya hemos visto, en la interacción de la predisposición
genética del individuo con la exposición al ambiente, a influencias deseables e
indeseables de otras personas y a hechos específicos registrados en la propia
biografía. Es de esta manera como, en estos procesos en los que construimos
los acontecimientos y generamos una actuación abierta, influyen siempre los
procesos antiguos, aprendidos y sometidos a la evaluación de sus resultados.
De esta interminable evaluación surge la base de la programación de la
personalidad y la selección de formas de conducta destinadas a alcanzar metas
que, mediante sistemáticas nuevas evaluaciones, resulten satisfactorias para el
individuo y favorables a su supervivencia, al permitirle adaptarse a las distintas
situaciones y exigencias que le propone su vida, y manteniendo siempre la
autoimagen dentro de los parámetros por él mismo pretendidos y permitidos.
Luego, estas tendencias podrán acentuarse o atemperarse con el tiempo,
dependiendo del refuerzo que el resultado arroje en el proceso.
Las distintas personalidades muestran estrategias típicas, con pautas
hiperdesarrolladas de acción frecuente y fundamental, contra otras
infradesarrolladas que pocas veces logran manifestarse, quedando marginadas
a la sombra de las anteriores. Dicho de otra manera, ciertos esquemas poseen
mayor fuerza que otros en determinadas personalidades. Al ser éstos
hiperdesarrollados o hipervalentes, se activarán hasta ante un estímulo trivial o
aparentemente inconexo, al poseer un umbral bajo para desencadenar la
respuesta que sigue este patrón determinado. Además, se activarán con mucha
mayor frecuencia que otros esquemas que podrían también cumplir un papel
ante ese mismo estímulo, desalojándolos a pesar de que su respuesta pudiera
ser más apropiada en un momento y una cultura determinados, sin dejarles
espacio para manifestarse y condenándolos a seguir siendo infradesarrollados.
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Esto es siempre así, y esta regularidad y consistencia en el mundo de la propia
experiencia es lo que permite definir una personalidad con coherencia. Pero
distinto es cuando estas inclinaciones imperantes se hacen rígidas, es decir,
cuando pierden flexibilidad, ya que un enorme abanico de estímulos será ahora
reducido a unos pocos esquemas de interpretación y reacción consecuente.
Finalmente consolido una premisa fundamental: la personalidad es un sistema
orientado hacia la adaptación y supervivencia como objetivos primeros, sin
dejar de recordar que el criterio de adaptación en este punto es seguido del
calificativo viable, es decir aquel que la persona pueda coordinar desde su
particular organización. De esta manera, el temperamento y el carácter,
fundidos desde su origen en la personalidad, marcan una tendencia a la hora
de responder ante la demanda que impone el estímulo, siempre más cercana a
las posibilidades que a la voluntad. Y de este modo, aunque implícitamente
aún, la metáfora de las adicciones (Capítulo 3) va mostrando sus contornos.
- Los «famosos» trastornos de la personalidad
“Es presumible que la selección natural haya generado algún tipo de ajuste
entre la conducta programada y las exigencias del ambiente. Pero nuestro
ambiente ha cambiado con más rapidez que nuestras estrategias adaptativas
automáticas. (...) Una inadecuación puede ser un factor en el desarrollo de la
conducta que diagnosticamos como «trastorno de la personalidad»” (Beck &
Freeman, 1995).
John Livesley (2001) define un trastorno de la personalidad como una
estructura determinada que impide a un sujeto alcanzar con éxito una solución
adaptada a los requerimientos universales de la vida. En este orden identifica
tres esferas de funcionamiento interrelacionadas: la del sí mismo, la de las
relaciones familiares y la de las relaciones de grupo o sociales en general que,
en términos de disfunción, podrían distinguir fenómenos particulares. La
primera involucraría el fracaso en poder acceder a una representación estable e
integrada de sí mismo y de los otros. Otros reconocidos autores han escrito
también, desde sus puntuales perspectivas, sobre este aspecto. Así, Erik
Erikson (1950) acuñaba los conceptos de crisis y difusión de la identidad para
describir la imposibilidad de acceder a la sensación de la propia identidad como
integrada. Heinz Kohut (1977), de forma similar desde la escuela de la
psicología del self, describía las fallas en el sentimiento de cohesión del sí
mismo como condición en algunos trastornos, mientras que Otto Kernberg
(1987), a su vez, definía el aspecto señalado como un elemento central de su
teoría. Desde un enfoque diferente, las terapias cognitivas consideran esta falla
en términos de creencias, pensamientos o esquemas disfuncionales utilizados
para procesar la información sobre el sí mismo y la propia imagen. Siguiendo
con Livesley, la segunda esfera descrita, referida ya al plano interpersonal,
podría sugerir la incompetencia en una dificultad o imposibilidad de compartir la
intimidad, de generar un vínculo seguro, de poder ejercer como una figura de
apego o de establecer relaciones de afiliación. Finalmente, el revés en la
función social de adaptación, el tercer distrito, estaría indicado por la
imposibilidad de desarrollar conductas en beneficio de la sociedad o vínculos de
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cooperación con los demás. Estos tres dominios de funcionamiento son
reconocidos por la mayoría de las teorías de la personalidad, acomodándolos a
sus vicios y lenguajes particulares. Desde los perfiles más duros y reconocidos
de la psiquiatría, estas reflexiones encuentran también asidero, recostándose
en la áspera superficie de los denominados «trastornos de la personalidad».
La APA (American Psychiatric Association), por su lado, los describe como “un
patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de comportamiento que
se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto, tiene su
inicio en la adolescencia o principio de la edad adulta, es estable a lo largo del
tiempo y comporta un deterioro funcional o malestar significativos en quienes lo
presentan”. El DSM IV, en sus páginas, reedita una definición similar. De estas
líneas me interesa tomar solamente algunas contemplaciones, en las que me
detendré un rato. Un patrón permanente e inflexible de experiencia interna es
una sentencia interesante que remarca una crucial diferencia entre aquellos
sujetos normales (entre comillas) y aquellos pasibles de ser reconocidos en
alguna categoría clínica de los trastornos de la personalidad. Quiero decir, con
respecto al criterio temporal, todas las organizaciones funcionan de un modo
estable en el tiempo, incluso el fenómeno clínicamente observable de
inestabilidad, visto en un modo longitudinal en la biografía del individuo, se
transforma en una característica estable, un fenómeno de rasgo. Pero el
adjetivo «permanente», en cambio, suma una cuota de invariabilidad que lo
acerca al campo de los trastornos. Es sabido también que a mayor grado de
rigidez o «inflexibilidad» le siguen mayores dificultades, mientras que con el
aumento de plasticidad o flexibilidad se gana en capacidad adaptativa y
bienestar. En este punto, donde se conjugan la rigidez de la personalidad y una
presunta condición de inmutabilidad, se dispone un notable obstáculo al
acomodamiento de la persona a su entorno. Y en ese nodo vuelco entonces la
operación de los dispositivos adictivos que luego desarrollaré. En la sentencia
que indica que su presencia comporta un deterioro funcional o malestar
significativos en quienes lo presentan, encuentro otra idea de vital importancia
en el desarrollo de este libro. No es necesario detenerse a realizar juicios
calificativos de los modos de cada persona, en términos de bueno o malo, pero
sí es necesaria la comprensión de que esos esquemas son disfuncionales para
el consultante, en tanto provocan un deterioro en el funcionamiento dentro de
su ámbito familiar, laboral o social. En un grado menos abiertamente
conflictivo, la disfuncionalidad puede evidenciarse en sentimientos de
minusvalía o percepciones de uno mismo como problemático, inadecuado o
incapaz, dificultando la adaptación a las situaciones externas e internas, o
alcanzándola con inusual esfuerzo y sufrimiento.
Las debilidades y dificultades propias de los desequilibrios entre los sistemas
que conforman la organización, están presentes, en mayor o menor medida, en
el patrón de funcionamiento de todas las personas, incluidos aquí los pasos de
entrada o percepción, de definición o significación y de comportamiento o
pasaje a la acción. A pesar de esto, solamente cuando la magnitud del desnivel
alcanza cierta jerarquía llegan a invocar una limitación funcional. Cuando esto
último sucede, se ven entonces afectadas todas las áreas que hacen finalmente
a la calidad de vida de un individuo: el crecimiento personal, el desarrollo
académico, profesional y laboral, las relaciones interpersonales…
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Aunque a esta altura parezca tarde, o caiga ya de maduro, aclaro que no es en
lo más mínimo mi intención profundizar en un completo desarrollo de la
personalidad, y mucho menos lo es aludir puntualmente a los trastornos de la
personalidad. Tampoco busco encasillar, y mucho menos estigmatizar, a las
personas con condicionantes rótulos que supongan casi inexorablemente una
imposibilidad de cambio. Confieso, aunque no haga falta, que no sospecho esta
maliciosa intención en el desarrollo de obras como el DSM IV: esa obstinada
observación es tantas veces repetida que por momentos me suena ya hasta
obvia e infantil. Pero sí es frecuente que sus encabezados y definiciones se
escurran entre las grietas de la comunicación académica y la práctica
profesional y caigan en calificaciones peyorativas y, en ocasiones, hasta en
diplomas que acreditan insanía o locura. Al margen de este riesgo, puede
destacarse ahora su innegable utilidad como lenguaje común, reconociendo la
necesidad de crear estos artefactos de clasificación para de algún modo
ordenar nuestra práctica. Más allá de la tergiversación de sus conceptos, y de
su aparente intención de validar la presunta objetividad de la ciencia, creo que
la mayor falta o yerro de este texto reside en el traspapelado y la confusión de
planteamientos descriptivos y diagnósticos, de notas y explicaciones con ciertas
implicancias etiológicas, evolutivas y pronósticas, desconcierto que tiende a
dejar al individuo en una instancia de callejón sin salida. Es mi impresión que
en los casos en que su lectura no se limita exclusivamente a una descripción
psicopatológica estática, los caminos a transitar por la persona se cierran en un
mapa sin alternativas, recorriendo los mismos senderos una y otra vez (más de
lo mismo), escudándose y excusándose en un diagnóstico que supone una
cualidad de ser: su marca, al aseverar un aparente atributo de imposibilidad, se
transforma en una escurridiza ladrona que roba la esperanza necesaria para
todo cambio. Y con esta distinción quiero establecer una última diferencia, de
vital importancia psicoterapéutica, con respecto a la categoría de ser frente a la
de hacer: si se es algo («soy así, explosivo y violento»), entonces no hay
posibilidad de cambiar nada, ya que no existe en la naturaleza del ser una
alternativa distinta, eliminándose a su vez todo tipo de responsabilidad frente a
lo que sucede; en cambio, si se hace algo («hago explosiones con
manifestaciones de violencia»), existe la alternativa de reconocer la conducta y
empeñarse en modificarla, es decir, hacer otra cosa. De todos modos, esta
harina es de otro costal, por lo que retomaré estas líneas en capítulos
posteriores.
UN BREVE REPASO DE LA HISTORIA
“Mientras que la investigación en las ciencias naturales puede llegar a
completarse a partir de la interacción entre la teoría y la investigación, las
ciencias sociales son abiertas. En este caso, el progreso se produce cuando
surge repentinamente un nuevo e interesante punto de vista. Lejos de sustituir
a los paradigmas establecidos, la nueva perspectiva coexiste con sus
predecesoras, lo que permite el estudio de la materia en cuestión desde un
nuevo ángulo” (Millon & Davis, 2001).
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En los puntos anteriores ya he insinuado algunos conceptos básicos de distintos
autores, desprendidos en singulares momentos de la historia y elaborados
desde disímiles enfoques epistemológicos y teóricos. Y lo he hecho simplemente
porque a partir de sus desarrollos emerge una pieza fundamental para
comprender la propuesta de este colorido capítulo. Continuando ahora con la
revisión, en pos de llegar a un novedoso enfoque, muchos autores han descrito
y realizado extensos y profundos trabajos sobre la personalidad, arrancando
quizás con las minuciosas y exquisitas descripciones tipológicas del alemán Kurt
Schneider, hasta la actual perspectiva categorial de los pragmáticos coautores
del DSM IV. Pero, a pesar de sus respectivas firmes convicciones, es imposible
dejar de pensar que éste es un tema que nunca podrá ser resuelto,
encontrándose nuevas posiciones cada vez que algún observador quiera fijar
allí su lente. No obstante, así como en todas las distinciones se resaltan
diferencias teóricas muy significativas, los distintos enfoques comparten
también, en mayor o menor medida, algunos caracteres fundamentales. Antes
de dar vuelta el reloj de arena de esta exposición, voy a presentar dos modos
dispares de abordar el estudio de la personalidad, sustanciales para la posterior
comprensión de mi propuesta: los enfoques categorial y dimensional.
En las consideraciones tipológicas existe una mayor autonomía en cada una de
sus grupos, ya que el enfoque categorial presenta entidades cualitativamente
distintas, síndromes que pueden estar presentes o ausentes. Las categorías
nomotéticas hacen referencia a un conjunto de atributos o criterios necesarios y
suficientes para delimitar la pertenencia a un grupo determinado (por ejemplo
los distintos tipos de trastorno de personalidad del DSM IV: paranoide,
histriónico, etc.). Cada fracción aparece como una entidad aislada,
independiente y casi arbitrariamente demarcada, elegida de una bolsa general
de heterogéneo contenido. Estas delimitaciones necesitan de un prototipo que
las describa, una construcción teórica de carácter hipotético que presenta una
determinada configuración de características interrelacionadas, sobre la base de
observaciones y reflexiones de orden teórico. Las categorías politéticas, por su
lado, suelen estar ordenadas de forma jerárquica (por ejemplo los clusters de
trastornos de la personalidad del DSM IV: dramáticos y erráticos, ansiosos e
inhibidos, etcétera), clasificaciones definidas por una amplia gama de rasgos,
de los cuales cada individuo posee algunos de los atributos pertenecientes a la
categoría.
El abordaje dimensional de la personalidad, en cambio, se muestra más
abarcador y cuenta con más pruebas experimentales a su favor, resaltando las
variaciones cuantitativas de ciertos rasgos o cualidades dentro del amplio
espectro que engloba la personalidad normal y la patológica. Su visión logra un
equilibrio entre precisión y flexibilidad más firme que el de las nociones
categoriales.
Finalmente, con notables semejanzas y criteriosas diferencias entre todas las
descripciones, y con obvias sinonimias y abiertas disidencias que terminan no
siéndolo tanto, fanáticos seguidores y fervientes detractores terminan
comprendiendo que es imposible llegar a una sentencia que pueda señalar a
una como la mejor.
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
(Material protegido por derechos de autor, 2009).
Ahora sí es momento de puntualizar el abordaje de este tema en el marco de la
historia, entendiendo la aparición de los conceptos fundamentales de cada
escuela en la búsqueda de respuestas a las preguntas de la época. Sin lugar a
dudas, las tendencias propias de cada período han marcado la forma de
acercamiento a este tópico. Así, podrían definirse al menos dos corrientes
cualitativamente muy diferentes: una que persigue el estudio científico, ligada a
investigaciones que pudieran observar y registrar datos o patrones de conducta
mensurables, en un estudio más objetivo; y la otra, con afinidad a un modelo
de características más subjetivas, que singulariza la calidad de las experiencias
íntimas y las muestra como un objeto difícil o hasta imposible de ser medido.
En el primer modelo encuentran un hogar las teorías biologicistas, mientras que
en el segundo yacen las teorías humanistas que responden al sentimiento social
contra el materialismo que deshumaniza al hombre-máquina.
Los autores en los que me enfocaré, volcados con absoluta imprecisión
cronológica, son solamente unos pocos, los que más han influenciado la
gestación de esta proposición, reconociendo que muchos otros de los que no
hago mención han realizado también un aporte más que significativo al estudio
de la personalidad. Por último, aclaro que es mi interpretación de los textos de
los autores citados la que bajo en estas páginas, entendiendo en esta
justificación las posibles diferencias en la comprensión de sus teorías.
- El trágico y genial psicoanálisis
El psicoanálisis, surgido de la brillante mente del médico vienés Sigmund Freud
en el siglo XIX, expone cualidades que jerarquizan lo subjetivo. La emergencia
de los conceptos de inconciente, preconciente y conciente (propios del modelo
topográfico) imponen la necesidad de su estudio para la comprensión de la
construcción de la personalidad, mientras que la complejidad de los terrenos
del Yo, Ello y Superyo (del modelo estructural) agudizan su relevancia en el
marco de los distintos estadíos psicosexuales. El eje de la motivación y la
personalidad humana descansan sobre los impulsos inconcientes; así, el deseo
de su satisfacción es la principal fuerza promotora de la conducta. Su
deferencia se enfoca entonces fundamentalmente en los puntos que resuelven
el espacio entre el estímulo y la respuesta, involucrando en esta disputa a los
términos antes mencionados y sumando también otros conceptos como
resoluciones libidinales, complejo de Edipo, fijaciones, pulsiones de vida y de
muerte y otros tantos propios del estudio psicoanalítico. Así, la mayor parte de
su teoría se recuesta en lo que los cognitivistas definirían más adelante como la
caja negra. Y dentro de esta caja encuentra también a los mecanismos de
defensa que luego Anna Freud retomaría, en uno de los aportes más
interesantes para el desarrollo de este libro.
En el modelo topográfico, perteneciente a la etapa de fundación del
psicoanálisis, Freud distinguía en el aparato psíquico tres niveles de conciencia.
El inconciente es gobernado por procesos primarios (ilógicos y atemporales) y
continente de recuerdos, imágenes, sentimientos y deseos no accesibles a la
conciencia. Una contrafuerza, como puede ser la represión, impide el paso de
contenidos que, de algún modo, son percibidos como inaceptables,
amenazadores o hasta repugnantes. El preconciente, por su lado, es una
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
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estación intermedia entre el inconciente y el conciente, espacio donde pueden
acceder solamente ciertos contenidos; si se realiza un esfuerzo para concentrar
la atención, entonces esos sucesos mentales podrán hacerse concientes. El
nivel conciente, por último, es gobernado por procesos secundarios (lógicos y
racionales) e identificado fundamentalmente con el Yo y con el principio de
ajuste al entorno; todo lo conciente es aceptado y reconocido como propio por
el sujeto en el momento presente. Luego de advertir la (teórica) existencia del
inconciente y los otros niveles del aparato, añadiría que no existe entonces la
casualidad en la vida psíquica: el hecho de que cada suceso psicológico esté
determinado por otro que lo precede constituye no sólo el eje de la vida normal
sino también de la enfermedad mental.
En el modelo estructural, el Yo (estructura que opera basándose en el principio
de realidad), como brazo ejecutivo de la personalidad, debe lidiar con las
exigencias del Ello (gobernado por el principio del placer) y del Superyo (regido
por el principio de moralidad) de la mejor manera que pueda. Pero cuando la
ansiedad o la angustia lleguen a adquirir determinado nivel, el Yo deberá
defenderse a sí mismo, y lo hará bloqueando inconcientemente los impulsos
(reprimiéndolos, por ejemplo) o distorsionándolos (sublimándolos, por
ejemplo), logrando que sean más aceptables y menos amenazantes. Estas
técnicas con las que cuenta la personalidad son reconocidas como mecanismos
defensivos yoicos, fenómenos que pueden ser más o menos maduros. Librada
la batalla freudiana, mientras emana el deseo de satisfacción de aquellos
impulsos dominantes de la personalidad (el sexo y la agresividad), la conciencia
y el ego ideal exhiben su gesto adusto y severo y dictan lo que se debe hacer.
El Yo, para ser efectivo, procura constantemente realizar el cálculo preciso de
riesgos y beneficios para conciliar ambas partes y elaborar un trato que los
complazca a los dos. La eterna pugna entre deseos y limitaciones hace de la
teoría psicodinámica de la personalidad un sistema de continuo desgaste, de
inacabable fricción, casi asfixiante, un modelo que, centrado en la aparición y la
resolución de estos conflictos, parece estar restringido a lo individual,
convirtiendo a los otros en objetos que pueden solamente satisfacer o frustrar
las demandas del ello. Frente a esta cualidad de asunto privado reaccionaría,
entre otros, Sullivan, presentando la perspectiva interpersonal y devolviendo al
sujeto al contexto ecológico. Por otro lado, pero enfrentado fundamentalmente
contra el acento subjetivo del psicoanálisis, el conductismo surgiría para
imponer pretensiones de objetividad, recostándose en el terreno de las ciencias
más duras.
Continuando con este superficial repaso del intento de comprensión de la
personalidad desde la teoría psicoanalítica, Karl Abraham (1927) presenta una
caracterología fundada en las etapas de desarrollo libidinal (oral, anal, fálica)
propuestas por Freud. En la etapa oral se diferencian dos fases: de chupar y de
morder. Una actitud indulgente con los impulsos de incorporación oral daría
lugar a un tipo oral-dependiente, optimista imperturbable e ingenuamente
seguro de sí mismo, así como emocionalmente inmaduro y de apariencia feliz.
Las frustraciones en la fase agresiva de la oralidad darían lugar en la vida
adulta al sarcasmo y a la hostilidad verbal, carácter sádico-oral que tendería a
la desconfianza extrema y a la petulancia. La etapa anal también presenta dos
fases distinguibles, variando así la actitud frente a la autoridad de acuerdo a la
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resolución de cada período y a la aparición de posibles fijaciones. La fase analexpulsiva se relaciona con la tendencia al desorden, actitudes de negativismo,
suspicacia, arrogancia, extrema ambición y autoafirmación; la anal-retentiva,
por su parte, traería consigo obstinación, orden estricto, meticulosidad y rígida
devoción hacia los roles y normas sociales (Livesley, 2001). Más adelante, en la
etapa fálica, los impulsos libidinales hacia figuras del otro sexo podrían dirigirse
hacia el Yo, dando lugar a una búsqueda de liderazgo, a la necesidad de
sobresalir en un grupo. De este modo, el denominado carácter fálico-narcisista
se describió como arrogante, orgulloso, descarado, reservado, frío, con excesiva
seguridad en sí mismo y defensivamente agresivo.
Por último, Otto Kernberg (1987), nacido en Austria, formado como médico,
psiquiatra y psicoanalista en Chile, pero desarrollando la mayor parte de su
trabajo en Estados Unidos, abogó por clasificar los diversos tipos de
personalidad en tres niveles de organización: psicótico, borderline (un nivel
fronterizo de la organización de la personalidad) y neurótico, unificando
sutilmente la tradición psicoanalítica con textos como el DSM. En contraste con
estas formas, la personalidad normal se caracteriza por poseer una imagen de
sí mismo coherente e integrada. Cada una de estas aproximaciones a la
personalidad cuenta con distintivas cualidades a nivel de tres criterios
fundamentales: la identidad del Yo, el juicio de realidad y los mecanismos de
defensa.
Finalmente, a pesar de considerar increíblemente valioso el aporte de la teoría
psicodinámica, no me detendré más en su enfoque, simplemente porque la
elaboración del tema que convoca el capítulo llevaría cuanto menos un libro
aparte.
- El reaccionario enfoque interpersonal
El enfoque interpersonal del psiquiatra norteamericano Harry Sullivan le discute
a las perspectivas de la época, y fundamentalmente al psicoanálisis, que no
existe ningún sí mismo esencial bajo el manto del inconciente freudiano, sino
una indefinida entidad que es constantemente redefinida por lo interpersonal,
por la permanente comunicación con los otros. La personalidad es así el
producto de las interacciones con los otros significativos.
Timothy Leary, otra figura significativa de este movimiento, amplió en la década
del ´50 los conceptos propuestos por Sullivan, afirmando que toda conducta
está relacionada, abierta, conciente o simbólicamente con otro ser humano
individual o colectivo, real o imaginado. Más adelante contribuyó al desarrollo
del circumplejo interpersonal: sobre este círculo se describen dos dimensiones
bipolares, sostenimiento (LOV) y dominancia (DOM), muy bien interpretadas en
las representaciones circumplex de Wiggins (1988). Leary sugería que los
cuadrantes del circunflejo resultantes del cruce de estos ejes representan los
cuatro humores o tipos de temperamento de la medicina de la Grecia antigua.
Luego retomadas por Donald Kiesler, las dimensiones de contenidos serían
renombradas como dominio y afiliación, campos que se entrecruzan y definen
la comunicación interpersonal. Cada uno de los dieciséis segmentos de esta
figura geométrica resulta de la mezcla de cantidades dispares de estos dos
niveles de funcionamiento, mostrándose los segmentos contiguos íntimamente
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relacionados y compartiendo algunas características entre sí. La distribución
circular evidencia que las variables que están más cercanas entre sí son más
parecidas que las que están más alejadas. A su vez, cada segmento es dividido
en tres niveles. El interno designa el rango de conducta interpersonal usando
las variantes dominante, exhibicionista, confiado y sumiso. El siguiente nivel
representa el grado medio o normal y, por lo tanto, dominante se convierte en
controlador y exhibicionista en espontáneo, por ejemplo. El nivel más externo o
periférico representa la conducta anormal de cada forma, recordando que para
la teoría interpersonal ésta es considerada como una forma inadecuada y rígida
de comunicación. Aquí las denominaciones ejemplificadas se corresponderían
como dictatorial e histriónica, respectivamente.
Un importante aporte de este enfoque reside en la noción de
complementariedad, que entiende que la conducta interpersonal busca
provocar en los demás determinadas reacciones que otorguen validez a la
esencia que tenemos de nosotros mismos. Un claro atractivo de este círculo es
la posibilidad de observar directamente la relación de la personalidad elegida (el
segmento señalado entre los 16 descritos) con su complementario, recordando
que nuestras acciones interpersonales buscan provocar, impulsar y extraer
determinadas formas de reacción de las personas con las que interactuamos,
con especial acento en las que nos son significativas (Kiesler, 1983), oferta
interpersonal que pretende excluir las respuestas incongruentes con la imagen
de sí mismo que se intenta sostener y confirmar.
Más adelante veremos, anticipando el acento de mi planteo, que la rigidez del
sistema hará que, con inusual frecuencia, una persona pretenda generar en sus
relaciones un tipo particular de respuesta que le permita confirmar su
constreñida idea de quién es. Este esquema, reconocido por la mayoría de las
teorías, tomará distintos nombres en cada perspectiva; esta propuesta ofrece el
concepto de trampa o dispositivo adictivo para comprenderlo... luego explicaré
por qué.
- El riguroso conductismo
El conductismo, por su lado, propone ciertas observaciones que lo distinguen
con absoluta claridad. La personalidad se entiende como el conjunto de
conductas consistentes que muestra una persona en un determinado ambiente,
y su origen se encuentra en los procesos de condicionamiento clásico y
aprendizaje instrumental, con sus fenómenos de habituación, extinción y
generalización de respuesta. Aquí, la naturaleza básica del ser humano no
difiere de la de cualquier otro animal, siendo regida la capacidad del
aprendizaje por las mismas reglas y principios básicos que cualquier otra
especie. Un aprendizaje defectuoso deviene en una conducta maladaptativa,
constituyendo en sí misma el síntoma, sin mente, subjetividad, ni ninguna otra
cosa por debajo. La supresión de este comportamiento o su sustitución es el
objetivo y, con esta noción de problema, la cura.
Ivan Pavlov, fisiólogo ruso, estudiaba en animales el nivel global de
estimulación y la capacidad para inhibir la activación, extrapolando luego estos
resultados al terreno de consideración de la personalidad humana. El equilibrio
o balance entre excitación-inhibición del conductismo sería luego emulado por
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explicaciones fisiológicas más complejas. Pavlov y el psicólogo norteamericano
Edgard Thorndike pusieron a prueba en el laboratorio el primitivo postulado
aristotélico luego mejor elaborado por John Locke: aprendemos mediante la
asociación de ideas. El primero descubrió el condicionamiento clásico (el animal
asocia dos estímulos), mientras que el segundo advirtió el condicionamiento
instrumental (el animal asocia un comportamiento suyo con una consecuencia).
Los estudios pavlovianos, retomados y enriquecidos por Watson, Skinner y
Tolman, entre otros, fueron una influencia muy importante para el posterior
desarrollo de Hans Eysenck.
Considerado el creador del conductismo, el psicólogo estadounidense John
Broadus Watson durante toda su vida fue enemigo de las ideas imprecisas y de
las investigaciones descuidadas, y consideraba que las teorías de Freud eran
muy vagas. Según él, para salir de los oscuros y tenebrosos senderos de la
filosofía especulativa y de la psicología subjetiva debía seguirse el camino del
conductismo, escuela de psicología para la cual el concepto de conciencia no
era útil ni necesario en la descripción, explicación, predicción y control de la
conducta. A pesar de esto, Watson nunca negó la existencia de los fenómenos
psíquicos internos, pero señalaba que esas experiencias no podían ser objeto
de estudio científico, porque no eran observables y experimentables,
condenando el estudio de los fenómenos psíquicos mediante la introspección,
como venía haciéndolo la tendencia dominante de la época. El análisis de la
personalidad, en este enfoque, se basa fundamentalmente en el estudio de los
patrones de comportamiento observables y mensurables, mientras que el
autoconocimiento por parte del individuo no comporta ninguna relevancia en la
práctica del terapeuta conductista. Todo aquello que se halle entre el estímulo y
la respuesta es rechazado por su carácter de no científico. Así, la forma
particular de percibir de cada persona es un dato innecesario o irrelevante, del
mismo modo que los procesos inconcientes, los esquemas cognitivos mediantes
y otros elementos propios de teorías alternativas, no redundan en datos
significativos. Como opinión estrictamente personal, añado que la vacante
ignorada o dejada de lado por Watson, el espacio de la mente, es el lugar más
interesante para investigar en nuestro campo de acción.
Su compatriota Frederick Skinner afirmaba en la década del ´30 que la meta de
la psicología debía consistir en analizar la conducta localizando determinantes
específicos de conductas puntuales y establecer la naturaleza exacta de la
relación entre la influencia antecedente (variable independiente) y la conducta
resultante (variable dependiente), sin considerar una actividad mental que
intervenga entre estas dos variables. Sus estudios enseñan que un organismo
produce continuamente variantes de conducta: algunas de ellas conducen a
consecuencias favorables y son reforzadas, y otras no. Aquellos actos que
contribuyen a la supervivencia del organismo son aprendidos y favorecidos,
mientras que aquellos que no son reforzados no se aprenden y desaparecen del
repertorio del organismo, del mismo modo que las especies más débiles se
extinguen. En 1937, se opuso al simplista esquema de Watson y propuso,
estudiando la conducta de las ratas, el modelo de condicionamiento operante o
instrumental.
Por su lado, el psicólogo Edward Tolman definía el sistema en el que venía
trabajando en paralelo a los dictámenes skinnerianos como Conductismo
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Operacional. El término operacional se refiere a la forma en que operan las
variables intervinientes (aquellas que se encuentran entre el estímulo como
variable independiente y la respuesta como variable dependiente) y al modo en
que la conducta incide sobre el ambiente. En 1920 escribía en “Instinto y
propósito” que los pensamientos podían concebirse desde un punto de vista
objetivo, como representaciones internas del organismo de estímulos que no
están presentes. Estas declaraciones lo colocaban en una posición de firme
ruptura con el conductismo. En 1925 publicaba “Conductismo y Propósito”,
definiendo que el propósito de la conducta, la meta, era un aspecto objetivo de
la conducta y no una inferencia subjetiva del observador respecto de la
conducta observada. Finalmente, hacia 1948, incorporaba el concepto de
mapas cognitivos como representaciones del entorno que son consultadas o
tenidas en cuenta para seguir una conducta inteligente hacia alguna meta o
propósito. Con este último autor cierro aquellos aspectos que me interesan
destacar del aporte conductista, para anexar ahora, y por último, los valores
sumados por la etología, disciplina científica que enriquece fundamentalmente
con sus observaciones tanto al conductismo como al modelo evolutivo.
La etología (del griego ethos, que significa «costumbre») es la rama de la
biología y de la psicología experimental que estudia el comportamiento de los
animales en el medio ambiente natural y observa las características distintivas
de un grupo determinado y cómo estas evolucionan para la supervivencia del
mismo. Los seres humanos, en tanto que somos animales, también entramos
en el campo de estudio de la etología: esta especialización se conoce con el
nombre de etología humana.
A principios del siglo XX se creó la psicología comparada, disciplina que consiste
en el estudio de la conducta y las capacidades psicológicas de las diferentes
especies animales considerando, en este sentido, la conducta humana como
una conducta animal más. Los conductistas utilizaron este método en sus
estudios, pero a partir de 1973, cuando los científicos Lorenz, Frisch y
Tinbergen recibieron el premio Nobel por sus estudios sobre la conducta de los
animales, la etología comenzó a formar parte de la ciencia como miembro de
pleno derecho, integrándose la psicología comparada en esta nueva ciencia.
Konrad Lorenz, zoólogo austríaco y fundador de la etología, llegó a ser muy
conocido por sus esfuerzos para identificar lo que él llamaba «patrones de
acción fijos», que en su opinión estaban genéticamente determinados y se
manifestaban a través de la influencia del medio ambiente particular a una
especie animal. Sugería que dichos patrones eran tan importantes para la
supervivencia del animal como sus características fisiológicas, y que ambos
factores tenían un desarrollo evolutivo similar.
Varios aspectos relativos a la conducta, el instinto y el descubrimiento de
pautas que guían la actividad innata o aprendida de las diferentes especies
animales fueron enfocados por los etólogos, como la agresividad, el
apareamiento, el desarrollo del comportamiento, la vida social y otros. En su
obra “Sobre la agresión” (1963), Lorenz postulaba que el origen genético de la
agresividad humana estaba en el comportamiento observado en animales
inferiores cuando defienden su territorio. Aunque la teoría no tardó en
popularizarse, provocó duras reacciones por parte de los especialistas en
muchos campos, fundamentalmente los de orientación sociológica. Las ideas de
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Lorenz significaron un adelanto en el conocimiento del comportamiento animal
y de su papel en el proceso de adaptación y supervivencia de la especie. Al final
de su carrera intentó aplicar sus ideas a la conducta de los humanos como
miembros de especies sociales, una aplicación cargada de controvertidas
implicaciones filosóficas y sociológicas. En este humilde ensayo, sus enseñanzas
adquieren categórica importancia para el desarrollo y fundamento de la
estructuración de la personalidad y sus modos de manejo intra e interpersonal.
- La revolucionaria psicología cognitiva
La psicología conductual sentó las pautas directrices desde la década del ´20
hasta el ´60, embolsando los campos de aplicación social de la educación y la
actividad laboral. Asimismo se hizo su lugar en la clínica, ganándole terreno al
psicoanálisis, que con mucho trabajo se había instalado sobre el biologicismo y
la psiquiatría conservadora. Sublevándose contra el dominio teórico del
conductismo, la naciente psicología cognitiva estableció la necesidad de centrar
nuevamente el estudio del sujeto en el campo de la psicología como un ser
activo y capaz de influir decididamente en la elaboración de la realidad que le
toca vivir: su experiencia comenzó a ser concebida como un acto de
construcción de la realidad. Su particular punto de vista epistemológico conecta
la cognición (término derivado del latín «cognoscere», que significa poseer
conocimiento) con la vida cotidiana y el desarrollo humano: ¿qué podemos
conocer? ¿Cómo llegamos a conocer lo que conocemos? Reaccionado entonces
contra el paradigma conductista estímulo-respuesta en los años ´50, el
cognitivismo estableció la necesidad de centrar el estudio en las variables
mediadoras. De este modo otorgó primordial importancia a los fenómenos
ocurridos en la mente del individuo, concebida ésta como un operador activo
que regula la transición entre el estímulo y la respuesta. Y esto implica nada
menos que reaccionar contra la certeza de la objetividad empirista, contra el
peso indiscutible de la metodología positivista y contra una visión del sujeto
cognoscente como mero reproductor de una realidad exterior que algún
observador esclarecido podría describir de forma exacta y verdadera. Entonces,
si para la psicología de la conducta la actividad psíquica radica en las
operaciones de conexión entre estímulos y respuestas y en el papel de las
contingencias reforzadoras sobre el comportamiento (tanto abierto como
encubierto), para el cognitivismo, en cambio, la actividad psíquica es,
precisamente, el resultado del funcionamiento cognitivo, o dicho con otras
palabras, el fruto de los procesos mentales.
El primer período de la psicología cognitiva estuvo marcado principalmente por
el empleo del paradigma del procesamiento de información, sentencia que
anticipa sin dificultad el modo de entender la personalidad. Los
comportamientos habían llegado a poder ser descritos y explicados con los
términos de la metáfora computacional: los seres humanos se comportan como
sistemas u organismos capaces de operar con la realidad, procesando
secuencialmente la información recibida. La mente entonces capta y selecciona
activamente la información sobre el mundo, el sí mismo y los otros, luego la
ordena y la clasifica y finalmente actúa en consecuencia. “Fenómenos tales
como la intencionalidad de los actos, aspectos fenomenológicos del
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pensamiento y la esfera afectiva son componentes del procesamiento humano
de información que no tienen equivalencia en los modelos teóricos del sistema
de información, por lo que el empleo de la similitud mente-computadora como
basamento teórico de las investigaciones de la psicología cognitiva tiene una
utilidad limitada” (Álvarez González & Trápaga Ortega, 2005).
El segundo período o segunda revolución cognitiva se inició cuando tal enfoque,
válido para describir el funcionamiento de las máquinas (modelo
computacional), resultaba insuficiente para dar cuenta de la manera en que
operan los seres humanos. Esta dificultad residía en que las personas
despliegan sus conductas en secuencias no lineales sino recursivas, en la
ambigüedad como fenómeno inherente al ser humano (que no puede
manejarse desde el sistema binario computacional) y, además, por el hecho de
que las informaciones que los individuos procesan están condicionadas por la
esfera social, exigiendo validez ecológica. En esta instancia el concepto de
personalidad se hacía más complejo, considerando la necesidad de una visión
más holística. El enfoque cognitivo-constructivista reposicionó al sujeto como
mediador de la experiencia, en función de que las operaciones que son llevadas
a cabo por el sujeto organizan su propia realidad, construyendo su mundo y
constituyéndose así en operaciones claramente activas, distintas de las pasivas
supuestas por el paradigma de procesamiento de información (Fernández
Álvarez, 1996). Se adelantaron desde esta segunda revolución cognitiva nuevas
maneras de explicar las operaciones de procesamiento atendiendo a la
capacidad autoprogramadora y anticipatoria que caracteriza la conducta de los
seres humanos. Lejos de reproducir fielmente la realidad, una representación
interna, una cognición, es una construcción de lo observado que dice también
de uno mismo, distinción básica del constructivismo. El análisis de los
procesamientos permite agrupar luego diferentes estilos cognitivos, prototipos
con esquemas reconocidos que incluyen desde vagas sensaciones hasta
pensamientos definidos y comportamientos determinados, actuando como un
verdadero filtro que facilita el sostenimiento del mundo creado y, en forma
coherente con esta hipótesis, otorgando a cada paso un significado a la
información entrante. Es decir que el estilo cognitivo incluye, no solamente
creencias aisladas, sino también sesgos atencionales, distorsiones perceptuales,
mecanismos de evaluación y clasificación de la información entrante y demás.
Cada personalidad procesa la realidad de un modo diferente, y sus sesgos
cognitivos serán los encargados de afianzar un patrón coherente que, a la vez,
cumple con una función adaptativa. Desde otra perspectiva, Albert Bandura
avanzó hacia la formulación de un modelo cognitivo-social, intentando explicar
así la conducta en términos de interacciones entre ambiente, persona y
cogniciones, teniendo en cuenta la naturaleza social del comportamiento e
incluyendo los procesos motivacionales dentro del esquema explicativo de la
conducta.
- El valioso aporte posracionalista
Con las reflexiones cognitivistas parecen quedar respondidas las preguntas:
¿cuáles son los esquemas que elige cada personalidad? ¿Qué selecciona la
persona como digno de su atención? Pero otro interrogante emerge y queda
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abierto: ¿Por qué cada personalidad selecciona lo que selecciona? Desprendido
del seno cognitivista clásico, el italiano Vittorio Guidano produjo un viraje hacia
el posracionalismo, término que debe su concepción a la situación de primacía
de la emoción por sobre la razón. El término posracionalista no es antitético con
el pensamiento racional, pero su acento implica un énfasis en aspectos distintos
de lo lógico y lo abstracto, como lo afectivo, lo sensorial y lo perceptual
(Guidano, 1999). Inserto en el marco de la revolución epistemológica que
removió los cimientos de la ciencia oficial desde los inicios del siglo veinte, este
desarrollo se sostiene en la epistemología evolutiva y en la autoorganización,
ambos elementos estrechamente conectados con la noción de vínculo.
La Teoría del Apego del inglés John Bowlby es aquí planteada como la matriz
principal para comprender la construcción del conocimiento de sí mismo y del
mundo, generándose de su matriz el concepto de intersubjetividad. Esta noción
amplía el papel central del vínculo en su modelo, abriendo el tema de la
alteridad o, dicho de otro modo, el papel del otro en la construcción de la
identidad personal. Por conducta de apego se entiende cualquier forma de
comportamiento que hace que una persona alcance o conserve proximidad con
respecto a otro individuo diferenciado y preferido (Bowlby, 1980). Desde esta
óptica, el sí mismo (la conciencia y el self son planteados como fenómenos
tanto psicológicos como biológicos) aparece como el agente regulador central
de la organización del conocimiento. La construcción de la propia identidad
surge de un proceso que ocurre en el interjuego entre dos niveles de
conocimiento, la experiencia inmediata y la explicación de ésta, en un constante
reordenamiento del conocimiento explícito de sí mismo y del mundo. De este
modo, la adquisición de conocimiento o la comprensión es vista como un
proceso interpretativo de las vivencias. Y es en este sentido que esta escuela
comienza a interesarse en el tema narrativo y hermenéutico del cual toma su
lenguaje para mejor articulación de sus ideas fundacionales.
En el desarrollo del italiano surge un aporte valiosísimo que, si bien ya estaba
esbozado en las otras teorías, toma en el posracionalismo una dimensión
primordial: el concepto de autoimagen. Partiendo desde la afirmación que
indica que vivimos en un mundo intersubjetivo, entiendo que el propio
conocimiento es siempre dependiente del conocimiento de los otros, y que la
propia identidad, edificada siempre en relación a los demás y a lo demás,
adquiere sus formas en virtud de la aceptación por parte de las figuras de
apego y, muy ligado a esto, de la propia aceptación. Dicho de otra manera, nos
reconocemos desde los otros, otorgando desde nuestras conductas de apego
(esas disposiciones que tienden a buscar un vínculo necesario para su
protección, cuidado y afecto) y separación (en instancias de exploración), y de
sus ulteriores resultados, un particular sentido a nuestra experiencia. Pero esta
trama no es absolutamente libre, sino que parece tener, al menos, una
condición: ningún ser humano puede tolerar una imagen de sí mismo tan poco
aceptable como para no sentirse confirmado y legitimado por los demás, ya que
ésta es una experiencia que lo llevaría a la desintegración (Balbi, 1994). De
aquí se desprende la importancia de la autoimagen en torno a una
autoidentidad diferenciada y reconocida por los otros, y aceptada también como
válida por uno mismo, aspecto central de la experiencia y asunto vital para la
continuidad funcional del sistema personal y la conservación de la vida misma.
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La construcción gradual del sentido de uno mismo, regulada entonces de
manera intersubjetiva, persigue el logro de una identidad diferenciada y
reconocida como única, haciendo de la autoorganización un sistema individual
de permanente regulación que tiende a su mantenimiento a través del ciclo vital
consolidando una determinada trama narrativa. Y dado que cada observación
es siempre autorreferencial, conocer es construir y reconstruir una realidad que
da coherencia al curso de la experiencia de quien observa, realidad que
entiende no ser independiente de este observador, sino estrechamente ligada a
su existencia. Por supuesto que esta cualidad del proceso de adquirir
conocimiento descubrirá un mecanismo que, en sus humanas deficiencias y
dificultades, sea capaz de eliminar las discrepancias. Pero este idóneo artilugio
con el cual lo consigue involucra poco a la reflexión y a la reevaluación de los
conceptos previamente tomados como conocimiento, dándole participación al
procedimiento definido por Guidano como autoengaño. El autoengaño es una
operación normal que busca alcanzar en sus explicaciones de las experiencias
suficiente consistencia y congruencia con los elementos antes incorporados al
sistema. De este modo la organización logra mantener con cierta coherencia
una identidad estable en el tiempo, dueña de una autoimagen aceptable para sí
mismo. Pero en ocasiones el precio que cobra la autoestima es sumamente
elevado, y esta operación se perfila hacia los terrenos de la psicopatología. Esto
sucede, por ejemplo, cuando es necesario un notable incremento de los niveles
de autoengaño para conservar las condiciones que le permiten sentirse
aceptado y confirmado por sí mismo y por los otros.
La personalidad como sistema hace referencia a un ordenamiento específico de
significados personales conectados con un sentido de unicidad y continuidad
histórica en el curso del ciclo vital. Así nace el concepto de organización del
significado personal, ordenamiento de la propia experiencia que se caracteriza
por una particular manera de agrupar y combinar, en términos de procesos, las
tonalidades emocionales básicas, más un sistema explicativo que, en relación
funcional con el anterior, intenta hacer consistente esa experiencia en torno a
una imagen conciente de sí mismo que otorgue un significado viable a la
experiencia.
Cada una de las cuatro organizaciones descritas por Guidano (dápica,
depresiva, fóbica y obsesiva) se explica desde el patrón de apego que
caracteriza el desarrollo individual, el sentido de sí mismo que ese patrón
despliega y el modo en que se organiza ese sentido de sí mismo en el curso de
la vida. Estos procesos de ordenamiento son distintos de contenidos de
conocimiento; son entidades que no existen en estado puro, sino solamente
como llaves conceptuales propietarias de una cierta coherencia interna. A
través de su análisis, el individuo transmite su forma personal de hacerse
consistente, permitiendo la lectura de su propia coherencia sistémica.
Tras el fallecimiento de Guidano en 1999, sus seguidores han continuado
desarrollando el modelo posracionalista. Recientemente Giampiero Arciero
(2004) ha enfatizado los aportes de la fenomenología y la hermenéutica,
fortaleciendo, por otro lado, la relación con las neurociencias y apuntando a la
validación del enfoque por parte de las ciencias duras. En nuestro país, Juan
Balbi (1994, 2004) ha tomado la posta del italiano y continuado la
profundización de su desarrollo. Una vez más, como a lo largo de toda la
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
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historia, la génesis de esta clasificación estuvo ligada a la insatisfacción con la
nosografía psicopatológica vigente.
Sin lugar a dudas, éste es el tinte dominante en el libro que presento, anclado
fuertemente en los pilares del constructivismo y en los elementos de otros
autores que voy sumando a su hipótesis; por esto es que su contemplación y
comprensión son indispensables para seguir adelante.
- El prolijo modelo eysenckiano
El psicólogo alemán Hans Jürgen Eysenck, quien residió y estudió en Inglaterra
durante toda su vida, fue un crítico vigoroso de la opinión establecida en su
época, fundamentalmente de los pensamientos freudianos. Aseguraba que la
personalidad debía analizarse pensando y examinando las diferencias y las
similitudes individuales en dimensiones comunes a todos. Sumó a la escuela
conductista de su época la importancia de la consideración de las disposiciones
biológicas, hasta entonces no contempladas en el análisis del comportamiento y
sus posibilidades.
Eysenck consideraba dos momentos al analizar la personalidad: uno descriptivo
o estático y otro explicativo o dinámico. El primero carece de explicaciones de
las diferencias individuales y prescinde de la investigación entre las relaciones
causales entre las variables observadas; sólo se interesa en la descripción y
repara en las categorías de carácter, temperamento y físico (desde su
perspectiva, hace referencia a la configuración corporal y dotación
neuroendócrina). El segundo momento, en cambio, sí se detiene en las
relaciones causales entre las variables consideradas en el estudio de la
personalidad. A pesar de esta aclaración, puede notarse en este modelo que, a
las dificultades epistemológicas y metodológicas propias de este objeto de
estudio, se le suman también enredos conceptuales, confusos momentos de
estudio y superposición de calificaciones que entorpecen la discriminación de
las dimensiones y el análisis del resultado último de la personalidad.
El modelo jerárquico de la personalidad eysenckiano habla de una estructura de
cuatro niveles de organización del comportamiento, a saber: reacciones,
respuestas o acciones específicas (se observan aisladamente y pueden ser
características del individuo o no; se catalogan como de plano inferior), hábitos
(componentes de cierta estabilidad en situaciones análogas de la vida), rasgos
(constructos teóricos resultantes de interrelaciones entre hábitos, con
características tales como perseverancia, exactitud, rigidez y otros) y tipos
generales (de plano superior o cuarto nivel: distingue tres áreas o dimensiones
consideradas como un continuo, aquellas que identifican al estudio de
Eysenck).
En su teoría, sustentada fundamentalmente en el aspecto biológico del ser
humano, describe tres dimensiones o ejes de la personalidad. Primero nomina
los tipos neuroticismo y extraversión, a los que posteriormente le suma el tipo
psicoticismo, dimensiones que, no sin dificultades, darán finalmente lugar a las
innumerables variantes de la personalidad. Cada una de estas dimensiones
tiene la característica de estar polarizada, es decir, de presentar dos extremos
opuestos en su eje: el neuroticismo encuentra en su polo antagónico a la
estabilidad emocional, la extraversión a la intraversión y el psicoticismo al
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control de los impulsos. El estudio de las dos dimensiones inicialmente descritas
se corresponde con los escritos hipocráticos de la tipología griega clásica,
basada en cuatro humores o fluidos; el colérico: extraversión alta y
neuroticismo alto, el sanguíneo: extraversión alta y neuroticismo bajo, el
melancólico: extraversión baja y neuroticismo alto, y el flemático: extraversión
baja y neuroticismo bajo.
Sin profundizar demasiado, voy a exponer los rasgos constituyentes de cada
uno de los tipos descritos por el autor alemán. El neuroticismo incluye la
timidez, lo triste y depresivo, lo tenso y ansioso, lo irracional, lo emotivo, el
sentido de baja autoestima y los sentimientos de culpa. Son también habituales
la alta reactividad, la vulnerabilidad, la sugestionabilidad, la falta de
persistencia, la dificultad en la sociabilización y la alta cota de evitación,
elementos que ejercen una influencia negativa sobre el rendimiento. La
extraversión agrupa otros heterogéneos rasgos distintivos, considerando la alta
actividad, expresividad y sociabilidad, lo despreocupado y lo vital, la búsqueda
de aventura, sensaciones y dominio. Otros rasgos frecuentes de encontrar bajo
su manto incluyen lo cambiante, arriesgado y ambicioso, al mismo tiempo que
se destacan la baja responsabilidad, previsión, persistencia y autoexigencia. Por
último, el psicoticismo es un tipo que incluye lo agresivo, impersonal, antisocial,
egocéntrico, desconcertante y creativo, así como la frialdad, la falta de empatía
y, fundamentalmente, lo impulsivo. Suele observarse en una alta puntuación de
este eje menor fluidez, indecisión en relación a las actitudes sociales, interés
por objetos o cosas inusuales o poco comunes, débil concentración y pobre
memoria.
Éstas son descripciones estáticas de los constructos tipo que, como en cualquier
otra teoría, engloban un conjunto de elementos específicos (rasgos, conductas,
etcétera) que no siempre va a ser hallado en su totalidad, sino, por lo general,
solamente en algunas de sus consideraciones. El análisis dinámico o explicativo
de estos cuadros puede mostrar, a su vez, algunas fallas de correspondencia.
Finalmente, todo lo apuntado en las descripciones de cada una de las
dimensiones estudiadas es la refracción de un vasto trabajo de investigación,
que repara en profundas observaciones en el terreno de la psicobiología y en
importantes trabajos de campo que asientan las evidencias empíricas. Adelanto
que en el comentario sobre la teoría de este autor me detendré en otros
capítulos de este libro, entendiendo en su legado un pilar importante en el
desarrollo de mi propuesta.
- El minucioso estudio de Millon
Sin margen a vacilaciones, el psicólogo Theodore Millon ha realizado un notable
esfuerzo en la intención de ligar la psicopatología, los trastornos de la
personalidad y el abordaje terapéutico, obteniendo finalmente un resultado
altamente satisfactorio. A lo largo del tiempo, su teoría ha presentado dos
modelos, un modelo sujeto al aprendizaje biosocial (desde el 1969 hasta el
1989 aproximadamente) y un modelo evolutivo (desde 1990 en adelante).
La primera propuesta teórica de Millon estaba basada en un modelo de
aprendizaje biosocial (Millon, 1976), utilizando como aglutinante las nociones de
aprendizaje y refuerzo. La combinación de factores biológicos dados y de
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experiencias de aprendizaje da lugar a estilos de relación interpersonal que se
perpetúan por la obligada y constante interacción con el medio, desde la
infancia hasta la actualidad. La persona persigue, según este desarrollo, el
placer o la evitación del dolor (existencia: polaridad placer-dolor), refuerzo
buscado en sí mismo o en los otros (replicación: polaridad sí mismo-otros) y
alcanzándolo de acuerdo a una actitud activa o pasiva (adaptación: polaridad
activa-pasiva). El estudio de estas tres polaridades permite el análisis de los
distintos tipos de personalidad y, enfocándose en sus defectos fundamentales y
en la combinación de cada una de estas polaridades, la deducción de ocho
formas básicas de trastornos de la personalidad. Luego se definiría un cuarto
principio, de abstracción: polaridad pensamiento-sentimiento.
Más adelante, en la década del ´90, Millon reformulaba su teoría de la
personalidad y sus trastornos tomando en cuenta aspectos más relacionados a
lo evolutivo y filogenético (Millon, 1990). Así, características disímiles de las
encontradas en el modelo precedente completarían la explicación de la base del
funcionamiento humano, como fenómeno adaptativo que considera tanto las
fuerzas del organismo como las del ambiente. Del mismo modo que una
personalidad normal exhibe un estilo distintivo de funcionamiento adaptativo
frente a su entorno, un trastorno de la personalidad marcaría también un
específico acomodamiento al ambiente que, en este caso, resultaría finalmente
desadaptativo o maladaptativo. Tanto en la normalidad como en la
enfermedad, los rasgos de personalidad pueden ser entonces definidos como
“pautas duraderas de percibir, pensar y relacionarse con el ambiente y con uno
mismo, y se hacen patentes en una amplio margen de importantes contextos
personales y sociales” (Belloch, Martínez-Narváez & Pascual, 1996). Sin
modificarse demasiado las polaridades inicialmente descritas, los trastornos de
la personalidad definidos responderían a tipos ideales o puros. No obstante,
estas versiones prototípicas difícilmente se observarían en la práctica clínica, en
la que la combinación de aspectos de más de un trastorno básico es la regla
(Millon & Davis, 2001).
- La integradora propuesta de Cloninger
Claude Robert Cloninger, médico estadounidense, ha desarrollado un método
de evaluación de la personalidad con fuerte anclaje en los conocimientos
actuales de la psicobiología de la conducta, pero sin esconder el
enriquecimiento de los aportes humanísticos de Frankl o transpersonales de
Bandura, por citar solamente un par de ejmplos. De este modo, la
profundización en la trama neurobiológica se ve acompañada también por la
participación del estudio de los valores. La personalidad, como sistema
jerárquico complejo, está definida por las diferencias individuales en los
sistemas de adaptación implicados en la recepción, procesamiento y
almacenamiento de la información sobre el entorno.
Cloninger reconoce la distinción entre temperamento y carácter, y define
cualidades particulares relativas a cada uno. En cuanto al temperamento, trama
arraigada a los rasgos heredados, advierte tres dimensiones: evitación del
daño, búsqueda de novedad y dependencia de la recompensa (Cloninger,
1986); más adelante agregaría una cuarta, relacionada con la persistencia
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(Cloninger, 1994). Se trataría de predisposiciones estables a lo largo del
desarrollo, reflejando los estudios de Gray, Zuckerman y Eysenck. Las
dimensiones así agrupadas bajo el dominio del temperamento reúnen
características emocionales, cognitivas y conductuales determinadas
estrechamente asociadas a definidos sistemas cerebrales. Estos circuitos están
mediados por ciertas aminas cerebrales como la serotonina, la dopamina y la
noradrenalina, y el producto de su implicancia resultará en el mantenimiento o
inhibición de la conducta en respuesta a tipos específicos de estímulos.
Concretamente, una alta actividad basal del sistema serotoninérgico se
relaciona con la evitación del daño (lo que refleja una respuesta intensa a
estímulos aversivos), una baja actividad dopaminérgica con la búsqueda de
novedad (predispone a la persecución de potenciales recompensas rápidas) y
una pobre tarea del sistema noradrenérgico con la dependencia de la
recompensa (responde a señales de refuerzo positivo).
Según el norteamericano, en el campo del carácter se destacan las intenciones,
las estrategias de afrontamiento, las metas y las creencias sobre uno mismo y
sobre el entorno, es decir, los valores de la persona, lo elegido a partir del
aprendizaje en el medio sociocultural. Las tres dimensiones que la definen son
la autodirección, la cooperación y la autotrascendencia. La autodirección hace
referencia a la habilidad para controlar, regular y adaptar la conducta a la
situación, de acuerdo a sus metas y valores. La cooperación refleja la
adaptación interpersonal y el grado de percepción de sí mismo como una parte
integral de la sociedad, reflotando conceptos como la tolerancia, el altruismo, la
empatía y la caridad. La autotrascendencia, por último, reúne elementos como
la espiritualidad y la creatividad, integrando la propia persona al universo y la
historia. Éstas son características de baja heredabilidad y modificables a lo largo
de la vida, sin duda, estimaciones divergentes a las del temperamento.
- El disciplinado eclecticismo de Beutler
En esta breve reseña, que pretende mostrar algunos puntos que harán de base
y fundamento a mi propuesta, lo presento ahora a Larry Beutler, quien, con
más de quince libros y varios cientos de artículos publicados en su haber, desde
inicios de la década del ´80 ha descrito un modelo de psicoterapia ecléctica,
aproximamiento que busca adecuar la forma de abordaje del problema del
consultante de acuerdo a una sistematización que considera el estilo de
intervención de las psicoterapias y las variables de la personalidad del paciente.
Más allá de sus contemplaciones acerca de esta elección, que aprecia, entre
otras cosas, el síntoma o el conflicto del paciente y la directividad o no
directividad de la psicoterapia, lo que me interesa destacar en estos párrafos es
su acercamiento a ciertos aspectos de la personalidad.
La revisión de Beutler y Clarkin (1990) de los trabajos de investigación que
relacionan personalidad y psicoterapia han encontrado y distinguido cuatro
variables como las más importantes. El estrés motivacional es una de ellas,
referente al grado en que la ansiedad generada por el malestar personal motiva
al propio sujeto para buscar ayuda terapéutica. La gravedad del problema es la
segunda variable considerada, observando la cronicidad y las áreas vitales
afectadas por el malestar. Las dos que siguen las subrayo por su importancia
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
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para el desarrollo próximo de mi propuesta. El estilo de afrontamiento es
comprendido como el conjunto de maniobras defensivas que usa el individuo
frente a la ansiedad generada. Esta cualidad oscila entre dos polos: uno de
ellos es el estilo internalizante, más centrado en las propias preocupaciones,
pensamientos y emociones, generalmente autocrítico, hipervigilante, depresivo
y sensibilizado hacia las propias emociones y la ansiedad personal. El carácter
autopunitivo de esta forma explica un sentido de atribución interna, concesión
del malestar a aspectos o rasgos de sí mismos más o menos estables. El estilo
externalizante, en el otro extremo del continuo, se centra en las conductas
manifiestas y en las situaciones externas ajenas de su participación, señalando
una atribución del malestar personal y los propios problemas a las
circunstancias o conductas de otras personas por las que se considera o cree
sometido. El nivel de reactancia es la cuarta variable en la que repara Beutler,
constructo que abarca no sólo el marco de la psicoterapia, semejante al
reconocido término clínico de resistencia, sino también el estilo personal
tendente a resistir la influencia interpersonal, el influjo de otras personas. Las
personas con baja reactancia suelen cumplir las directrices e instrucciones que
se le aconsejan, mientras que las personas con alta reactancia suelen oponerse
a ellas, evidenciándose cierta similitud con los patrones de conducta operante
descritos por Millon como pasivo y activo respectivamente. Así, las personas
con alta reactancia suelen mostrar un estilo de cambio focalizado en sus
propios recursos, decisiones personales e iniciativas, mientras que las personas
con una baja reactancia, por el contrario, suelen buscar ayuda y apoyo externo
para lograr sus objetivos.
- El superador modelo evolutivo
Finalmente, es importante reconocer en todas las teorías presentadas, al
menos, dos denominadores comunes: la supervivencia y la adaptación. Y al
destacar la supervivencia como la tarea fundamental de cualquier organismo y
la adaptación como su vehículo obligado, como hemos brevemente repasado en
puntos anteriores, es fundamental ahora distinguir que la evolución es una
elección lógica para establecer como núcleo integrador de una ciencia aplicada
al estudio de la personalidad, como aseverara Millon. Y es ésta justamente la
elegida en mi propuesta como aglutinante de los distintos enfoques, sostenida
fundamentalmente en sus premisas esenciales, propiedades de su misma
naturaleza, las anteriormente mencionadas como denominadores comunes. De
este modo, invito a conciliar las distintas perspectivas presentadas para
observar el fenómeno de la personalidad como una organización con una
finalidad básica: adaptarse al medio (y adaptar el medio a sí mismo) para
sobrevivir. Por otra parte, suscribir al paradigma de la complejidad (tan
fomentado en la teoría pero poco respetado en la práctica actual) implica
conocer y reconocer los aportes, estudios e investigaciones que se producen en
todos los campos del conocimiento, validando las contribuciones
psicodinámicas, interpersonales y demás, y ajustándolas a los conocimientos
que la biología y las neurociencias nos acercan, de manera que nuestros
planteamientos no sean incongruentes con los avances científicos.
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El modelo evolutivo enseña que el primer reto de todo organismo es su propia
supervivencia, que, de no poder superarlo, quedará fuera de la selección y sus
genes y sus características no se transmitirán a sucesivas generaciones. “Todos
los animales tienen que aprender a distinguir las presas de los predadores, el
alimento nutritivo del tóxico, los lugares aptos y seguros para descansar de los
que están atestados y son peligrosos” (Kandel, 2007). A través del aprendizaje
y de su conservación a lo largo de la evolución este primer desafío es superado.
La segunda gran tarea que tiene planteada todo organismo es la de conseguir
una homeostasis con su entorno, ya que su existencia siempre transcurre en un
ecosistema abierto. Finalmente, la tercera empresa es relativa a la
reproducción, siendo seleccionados para este fin los organismos que cuenten
con un repertorio más amplio y efectivo de atributos para adaptarse al medio.
De algún modo el individuo logra entonces adaptarse al entorno, adaptando
también el entorno a sí mismo, para satisfacer sus necesidades primarias y
conseguir esa tarea primera que es la supervivencia. Aquí aparecen
mecanismos evolutivos básicos que defienden el objetivo planteado por la
especie, orientados al incremento de la vida y a la preservación de la especie,
es decir, al crecimiento y multiplicación. Las estrategias implementadas, aunque
suene muy simplificado, predisponen hacia aquellas conductas que aumentan
las probabilidades de supervivencia y lo alejan de las potencialmente peligrosas
para la vida. Admitiendo lo excesivamente simplista de estas líneas, y sin
olvidar que el ser humano es mucho más complejo que esta simple ecuación,
es difícil objetar este planteo que sí es abiertamente reconocido como bandera
para el resto de los animales. Incluso en los episodios más aciagos de la
biografía de nuestra especie, archivos nefastos como los de una guerra podrían
pensarse como un intento tribal por expandirse y sobrevivir. Los medios de
ninguna manera justifican el fin en estos casos, ni la depredación indiscriminada
y el agotamiento de nuestra tierra pueden serlo tampoco, pero entiendo en
estas formas actuales una anómala lectura de la supervivencia, torcida y viciada
por el egoísmo y la ambición que hacen del hombre su prisionero.
Entre los mecanismos que persiguen la adaptación funciona un eje distinguido
como polaridad placer-dolor, reconociendo en las sensaciones gratificantes un
objetivo que volverá a ser perseguido (se repetirán), al mismo tiempo que en
las experiencias aversivas un lugar al que no querrá volver (no se repetirán).
Este sencillo artefacto, de inusual fuerza, es vital para la consecución de la
acomodación pretendida. Es válido advertir entonces, continuando con esta
línea de pensamiento, que aquellos esquemas (medios) que son descritos por el
observador y por la propia persona como negativos o displacenteros, de algún
modo encierran una necesidad (fin) que está siendo satisfecha. Es decir que, a
pesar del dolor generado, sus engranajes revisten un recurso viable para la
adaptación. De no ser así, esta conducta no se repetiría, buscando rápidamente
un reemplazante.
La seguridad y el vínculo son aspectos primarios para un ser social, y su acceso
será procurado con las herramientas que, siendo continuamente ajustadas al
entorno, el individuo posea. El camino directo hacia una figura de apego y el
sentido de pertenencia a un grupo no son entonces trivialidades o placeres
solamente, sino una clara necesidad para la supervivencia: aquí la viabilidad de
las relaciones interpersonales se transforma en un requisito excluyente. En esta
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instancia, y en circunstancias ajenas a este territorio también, puede perfilarse
la polaridad sí mismo-otros del modelo evolutivo. Quizás pueda encontrarse la
seguridad de cuidado, por ejemplo, detrás de las interminables quejas
somáticas del hipocondríaco. En este caso se dibuja una orientación pasiva del
sujeto que, recostado sobre el polo otros, busca acomodarse al ambiente,
distinta con seguridad de la que podría articular un individuo con las
características del antisocial del DSM IV, orientación activa enfocada en el
extremo sí mismo que pretenderá amoldar el nicho ecológico a su silueta.
Con la presentación de este último modelo doy por cerrada la revisión de los
distintos enfoques que a lo largo de la historia han contribuido a entender la
personalidad, esa compleja y dinámica organización definida por las diferencias
particulares de cada individuo y siempre orientada a la adaptación.
2- LA TEORÍA TRADICIONAL DEL COLOR
“Los colores parecen proponernos un enigma, un enigma que nos estimula, que
nos perturba” (Wittgenstein, en Reyes, 1999).
Para comprender el punto siguiente, aunque parezca insólito dada la materia
del libro, es necesario un conocimiento mínimo de la Teoría Tradicional del
Color, ya que será ésta la anfitriona de un particular modo de descripción y
clasificación de las distintas formas de personalidad. Lejos de ser una
provocación para quienes se amparan en los costados más rígidos de la ciencia,
es solamente una inocente invitación a enriquecer su conocimiento con los
pigmentos del arte y a disfrutar de su ofrenda.
El punto de partida tiene origen en una simple observación: si a partir de los
tres colores primarios (rojo, azul y amarillo) pueden formarse millones de
colores, seguramente de la combinación de unos pocos aspectos o dimensiones
de temperamento y carácter podrán distinguirse un sinnúmero de formas de
personalidad. Por otro lado, el color es quizás el mejor ejemplo de que el
significado de lo contemplado no es sino el resultado de la interacción del
observador, organización e historia mediantes, con el objeto, dueño de
atributos determinados.
EL COLOR
“Primero, el estudio del color ofrece un microcosmos de las ciencias cognitivas,
pues cada disciplina -neurociencias, psicología, inteligencia artificial, lingüística
y filosofía- ha realizado importantes aportes a nuestra comprensión del color.
Segundo, el color tiene significación perceptiva y cognitiva inmediata para la
experiencia humana. Por estas dos razones, el color ofrece un dominio
paradigmático donde nuestro doble interés en la ciencia y la experiencia
humana confluye con naturalidad” (Varela & otros, 2005).
El color es la impresión producida al incidir en la retina los rayos luminosos
difundidos o reflejados por los cuerpos. El color es luz: Newton fue quien
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primeramente concibió la teoría ondulatoria o propagación de rayos lumínicos,
que más tarde fue ampliada por Laplace y otros físicos. Lo que se designa como
luz blanca es la impresión creada por el conjunto de radiaciones que son
visibles por nuestro ojo; cuando la luz blanca es descompuesta se produce el
fenómeno de arco iris, donde se imprime aquello que llamamos colores. El
conjunto de éstos, esa franja continua de longitudes de onda creada por la luz
al descomponerse, constituye el espectro. Cuando nos referimos al concepto de
color, nos estamos situando en el análisis de aquello percibido por el ojo, ya no
observando fielmente la longitud de onda; sólo deberíamos hablar de colores
cuando designemos las percepciones del ojo. La percepción del color cambia
cuando se modifica la fuente luminosa porque, en principio, el color no es más
que el impacto en el órgano visual del observador (sensación) y, tras la toma
de conciencia de tal fenómeno, una percepción. A pesar de esto, el color posee
cierta independencia respecto de la luz reflejada localmente, contemplación
manifiesta en dos fenómenos complementarios: la relativa constancia en la
percepción del color a pesar de los cambios en la iluminación («constancia
aproximada del color») y la divergencia en el color percibido según el contexto
donde esté situado pese a la reflexión de la misma composición espectral
(«inducción cromática»). Si bien somos capaces de memorizar las diferencias
de colores, nunca percibimos un color visualmente (subjetivamente) tal como
es físicamente (objetivamente). En la física, una zona percibida como verde,
por ejemplo, hace referencia a una reflexión de alto porcentaje de luz de onda
media, y una baja proporción de luz de onda larga y corta: el área luce verde
porque refleja más luz de onda media hacia el ojo (Varela & otros, 2005). Los
seres vivos que poseen el órgano de la vista intacto son capaces de orientarse
por determinadas radiaciones de energía, y con ello tienen la aptitud de captar
ópticamente su entorno y de enjuiciar su situación y sus posibilidades de
movimiento con cierto criterio de realidad. Pero la percepción en sí misma no es
el fenómeno (obstáculo) más difícil de analizar científicamente o comprender,
sino la subjetividad. Es relativamente sencillo determinar, tomando registros de
células nerviosas individuales en el sistema visual de diferentes personas, si
todos vemos un matiz similar del verde proyectado, ya que lo percibido
corresponde a las propiedades de longitud de onda de la luz reflejada. Mas la
respuesta frente a ese estímulo, y esto puede ser extrapolado a cualquier
estímulo, es sumamente variable de una persona a otra. Y aquí se levanta una
pregunta sin respuesta: ¿cómo consigue la actividad eléctrica de las neuronas
excitadas originar el sentido atribuido a ese color? Al respecto, Eric Kandel
(2007) aclara: “las ciencias biológicas pueden explicar fácilmente cómo surgen
las propiedades de las moléculas que la componen. Pero la ciencia carece de
reglas para explicar cómo surgen las propiedades subjetivas (la conciencia) a
partir de propiedades de ciertos objetos (las células nerviosas
interconectadas)”.
El estudio del color es muy amplio y varía en su objeto de acuerdo a quien lo
analice. Así, los físicos se interesan por el fenómeno de luz, la mezcla de luces
cromáticas, la clasificación del color a través de la comprensión de las
frecuencias y longitudes de onda de los rayos luminosos de colores. La
investigación de los fisiólogos, por su lado, versa sobre nuestro aparato visual y
la reacción neurológica ante la luz y los colores. El interés de los psicólogos se
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centra fundamentalmente en la percepción y la influencia del color en términos
del simbolismo subjetivo, superponiéndose muchas veces con el centro de
estudio del artista. Los intereses del artista se enfocan en el aspecto
constructivo del color, es decir, cuál es su aspecto expresivo y cómo funciona
un determinado matiz en las distintas relaciones y composiciones. Esta
comunicativa condición del color muestra su potencialidad para la traslación de
la impresión visual que se tiene del mundo exterior y su potencialidad como
vehículo emocionalmente elocuente del universo interior.
Los colores tienen elementos diferentes que los hacen únicos y cuya
importancia visual se basa fundamentalmente en el matiz, el tono y la
saturación. Repasaremos algunas líneas de cada elemento, dejando para más
adelante el aporte de cada una de estas características al estudio de la
personalidad.
El matiz o tinte es la primera cualidad del color, precisamente por ser la
característica que nos permite diferenciar un color de otro. El matiz se emplea
usualmente como sinónimo de color, ya que se refiere específicamente a las
características cromáticas del color: éste es el atributo que nos permite hablar,
por ejemplo, de azul y amarillo. El matiz es el resultado de la sumatoria de
longitudes de onda que puede reflejar una superficie. Sólo en el espectro o bajo
condiciones especiales encontramos colores monocromáticos, puros, es decir
que el color que vemos en los pigmentos es en realidad una sensación
compuesta.
El valor o tono es la segunda cualidad del color, y hace referencia a la
frecuencia de la longitud de onda de un color. El valor de un color se define por
la cantidad de luz u oscuridad del mismo, permitiendo distinguir un color oscuro
de uno claro. El tono es entonces una identidad única de cualquier color dentro
del espectro. Que un color sea primario, secundario o terciario, o que haya sido
creado por un proceso sustractivo o aditivo, no tiene importancia alguna en
relación al tono; a su vez, que un color exista como una entidad única define
también el tono. Dos colores diferentes (como por ejemplo el rojo y el verde)
pueden llegar a tener el mismo tono, comprendiendo este concepto como el
grado de claridad u oscuridad, siempre en relación a la cantidad de blanco o
negro que contengan, según cada caso. La descripción clásica de los valores
usa los términos de claro (cuando contiene mayores cantidades de blanco),
medio u oscuro (cuando contiene mayor proporción de negro). El valor de color
se refiere entonces a la luminosidad u oscuridad del color, es su posición
respectiva en la escala blanco-negro, siendo éstos los valores de luz más alto y
más bajo respectivamente. El blanco tiene el grado más alto de reflexión de la
luz, mientras que el negro es el que tiene el grado más bajo de reflexión de la
luz; es decir que, en el espectro de color, los tonos claros tienen un grado de
reflexión de la luz mayor que los colores oscuros. Así, para controlar el valor del
tono de un color, puede agregarse blanco (se aumenta el valor), negro (se
disminuye el valor) o un pigmento de valor distinto (se aumenta o disminuye el
valor). No podemos cambiar el valor de un pigmento cromático sin modificar al
mismo tiempo otras dimensiones del color. Agregando negro, blanco o gris, se
introduce un componente acromático. El valor se modificará y también el nivel
de intensidad. El tono resultante será más claro o más oscuro y más neutral.
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También se producirá algún cambio en el matiz, porque tanto el pigmento
negro como el blanco tienden a enfriar la mezcla, produciéndose una desviación
hacia el matiz frío adyacente. Tal efecto es notable, por ejemplo, cuando
mezclamos amarillo y negro: éste último actúa como un azul, disminuyendo el
valor y la intensidad, cambiando el matiz hacia el verde.
La saturación de color o intensidad, también conocida como cromo o pureza, se
puede concebir como si fuera la brillantez de un color. Es la tercera dimensión
del color, el grado de pureza de tinte que puede reflejar una superficie. Un
color saturado es aquel que se manifiesta con todo su potencial cromático,
inalterado, completo. Esta cualidad permite diferenciar un color intenso de uno
pálido. Cada uno de los colores primarios tiene su mayor valor de intensidad
antes de ser mezclado con otros. Para reducir la intensidad se agregan o quitan
otros colores, mientras que el color se encontrará en su estado más intenso y
saturado por completo cuando sea puro. Si a un color, por ejemplo el rojo, lo
mezclamos con blanco, no sólo aumentará su valor, como vimos ya antes, sino
que también disminuirá su saturación. Un color intenso como el azul, perderá
su saturación a medida que se le añada blanco y amarillo y se convierta en
verde agua. Para desaturar un color sin que varíe su valor, hay que mezclarlo
con un gris u otro color de su mismo valor, produciéndose su neutralización.
Basándonos en estos conceptos podemos definir un color neutro como aquel en
el cual no se percibe con claridad su saturación. Esta propiedad es siempre
comparativa, ya que la intensidad es determinada en relación con un par. Los
colores vivos, en toda su pureza y plena saturación, no los presenta nunca la
naturaleza en amplias extensiones, sino solamente como acentos o pequeñas
áreas de animación. Lo importante, en última instancia, es entender y distinguir
las relaciones de intensidad, ya que muchas veces cambia cuando un color está
rodeado por otro, comprendiéndose que en sí misma es difícil de ser evaluada.
La semiótica, como disciplina que está en la base de todos los sistemas
cognitivos biológicos, humanos y no humanos, engloba y provee el marco
epistemológico adecuado para todas las otras perspectivas. Si consideramos el
color como signo, estamos incluyendo todos los aspectos, así, el color puede
funcionar como signo para un fenómeno físico, para un mecanismo fisiológico o
para una asociación psicológica. El signo es un elemento que está por alguna
otra cosa y que es entendido o tiene algún significado para alguien: señala un
contenido específico. Un signo sirve para representar o sustituir algo que no
está presente para algún sistema que sea capaz de interpretar tal sustitución.
Charles Morris (1985), utilizando la concepción triádica del signo, ha planteado
tres niveles o dimensiones de la semiosis, que intentaré presentar
superficialmente para comprender mejor lo abordado en los puntos siguientes.
La dimensión sintáctica es aquella donde se consideran las relaciones de los
signos entre sí; la sintaxis hace referencia a los signos, como unidades
elementales, y los códigos del lenguaje, la forma en la se acomodan dichos
códigos, respetando las leyes propias de su organización, para poder ser
entendidos por muchas personas. En los estudios en el nivel sintáctico es donde
la teoría del color alcanza sus mayores logros. Aquí podemos considerar los
numerosos sistemas de orden de color, las variables para la identificación y
definición de todos los colores posibles, las leyes de combinaciones e
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interacciones de los colores, las armonías en las agrupaciones cromáticas y
cada aspecto que hace posible hablar de una gramática del color.
En la dimensión semántica, en cambio, se consideran las relaciones de los
signos con los objetos denotados; aquí los signos son considerados en su
capacidad para representar o significar otras cosas, para transmitir información
o conceptos que están más allá de los signos en sí mismos. En la ciencia de los
colores, esta área explora las relaciones entre los colores y los objetos que ellos
pueden representar, los códigos y asociaciones establecidos mediante colores y
las maneras en que los significados del color cambian según el contexto de
aparición.
La dimensión pragmática es aquella donde se consideran las relaciones de los
signos con los intérpretes, con los observadores de turno. Cada una de estas
dimensiones marcará de modo particular el análisis de la personalidad, puntos
que serán implícitamente insinuados a lo largo del presente capítulo.
LA RUEDA CROMÁTICA
“No existe teoría posible de/sobre los colores, porque los colores no pueden
convertirse en imágenes de algo. Son una dis-culpa, ficciones útiles, espectros,
proyecciones atemporáneas de formas o de juego de formas. Los colores son
pre-textos de con-textos provisionalmente fijables. Los colores son la
justificación de la diferencia, el soporte de un escalamiento que no admite
medida, como la complejidad de matices tras los que el sentimiento -y el gustose manifiesta” (Reyes, 1999).
La Teoría Tradicional del Color indica que existen tres colores que no se pueden
formular a partir de ninguno de los otros existentes: éstos son el amarillo, el
azul y el rojo, los llamados colores primarios. También son denominados colores
fundamentales ya que, al ser convenientemente mezclados, permiten formar
cualquier color. Los colores secundarios son creados a partir de la mezcla de
dos de los tres colores primarios. Ubicándolos en la rueda cromática (imagen 1),
creada por Eugène Chevreul (químico francés nacido en Angers en 1786), la
mixtura entre los primarios adyacentes darán por resultado el violeta, el verde y
el naranja. Hasta aquí entonces encontramos solamente seis colores. En la
rueda así compuesta ya pueden identificarse los colores complementarios,
aquel opuesto en la circunferencia, el hallado al trazar una línea que una un
punto del perímetro con su extremo opuesto y pasando siempre por el centro.
A partir de la destilación entre un primario y su secundario adyacente en la
rueda del color se obtiene un color terciario, llegándose así a describir doce
colores. Así terminada la rueda cromática de doce colores, podemos guiarnos
en cuestión de la armonía del color. En todas las armonías cromáticas pueden
describirse tres colores con rangos determinados (imagen 2): el dominante, el de
mayor extensión e importancia, que sirve para destacar los otros colores que
conforman la composición gráfica y para reconocer al opuesto; el tónico, aquel
que es complementario del color de dominio, el más potente en color y valor y
el que se utiliza como nota de animación o audacia en cualquier pieza; y el de
mediación: que actúa como conciliador y modo de transición entre cada uno de
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los dos anteriores, soliendo tener una situación en el circulo cromático cercano
a la del color tónico.
Existen principalmente dos formas diferentes de considerar los colores: desde el
punto de vista sustractivo y desde el punto de vista aditivo (imagen 3).
El punto de vista sustractivo hace referencia a la forma en que los colores son
percibidos por el ojo humano al reflejarse la luz sobre un objeto, lo que produce
que éste absorba ciertas longitudes de onda de la misma, reflejando otras, cuya
mezcla va a dar lugar al color final del objeto. Este fenómeno es el que se
produce en pintura, donde el color final de una zona va a depender de las
longitudes de onda de la luz incidente reflejadas por los pigmentos de color de
la misma. Los colores primarios en este caso son el amarillo, el magenta
(similar al rojo) y el cyan (equivalente al azul), que son los empleados en
pintura y artes gráficas. Si mezclamos los tres colores sustractivos primarios nos
darán un sucio marrón que tiende a negro; por esto se les llama sutractivos,
porque tienden a sustraer el color blanco de la luz. Éste es el enfoque en el que
me pararé a la hora de definir esta vistosa forma de estudio de la personalidad.
Desde el punto de vista aditivo los colores se perciben como longitudes de onda
de la luz que pasan directamente a nuestros ojos, sin ser reflejadas
previamente por ningún cuerpo, como es el caso de la luz directamente
percibida de una fuente luminosa, como una bombita, una pantalla de televisión
o el monitor de un ordenador. Los colores primarios pasan a ser entonces el
rojo, el verde y el azul. La suma de los tres da el blanco, y la ausencia de los 3
el negro. Este es el sistema RGB (Red, Green, Blue), aquel que va a definir la
cantidad relativa de cada uno de los colores primarios presente un color
determinado. Como ya he señalado, a partir de la mezcla de los colores
primarios se obtienen los colores secundarios, y mezclando los primarios con los
secundarios se logran los terciarios. Como curiosidad, los colores secundarios
por adición se corresponden con los primarios en sustracción, y viceversa.
La rueda cromática, continuando con esta reseña, admite la identificación de
distintas gamas, de las cuales mencionaré solamente las desplegadas en este
inusitado estudio de la personalidad. Las características de la personalidad que
iré puntualizando, emparentadas con matices, tonos, brillos y gamas, serán
solamente agrupadas en función de asentar algunas proposiciones descriptivas,
y nunca como artefactos o construcciones que necesariamente simbolicen
mayor o menor proximidad con enfermedades o trastornos. Por otro lado, al ser
conjugadas las gamas escogidas para pintar cada personalidad con los
esquemas preponderantes y las trampas adictivas, aunque tibiamente, se
expondrán algunos elementos que explican no sólo la foto sino también el
proceso sistémico.
La gama fría (gama fría vs. gama cálida -imagen 4-), descrita por Oswald, brinda
sensación de tranquilidad, seriedad y distanciamiento. Los colores que
pertenecen a esta gama son el azul, el verde, el azul verdoso, el violeta, el cian
y a veces el celeste. El azul en su máxima saturación convoca al frío y nos
recuerda en su sensación al hielo y la nieve; en su estado más brillante es
dominante y fuerte. Los sentimientos generados por esta gama son opuestos a
los generados por los colores ardientes; actúa aminorando el metabolismo y
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aumentando nuestra sensación de calma. Los tintes fríos en sus matices claros
expresan frescura, descanso, soledad, mientras que los más oscuros insinúan
misterio, reserva, pesadez y melancolía.
La gama cálida da sensación de actividad, alegría, dinamismo, confianza y
amistad. Los colores que la componen son el amarillo, el rojo, el naranja y el
púrpura, en menor medida. El rojo y el naranja son los colores con mayor
potencia de excitación. El rojo de máxima saturación, en su estado más
intenso, remite al color más ardiente en el círculo cromático. Los colores
abrasadores se proyectan hacia fuera y atraen la atención, son fuertes y
agresivos y parecen vibrar dentro de su espacio propio. Los pigmentos cálidos
en sus matices claros sugieren amabilidad, delicadeza y regocijo, mientras que
los más oscuros denotan poder y riqueza.
La gama luminosa (gama luminosa vs. gama oscura -imagen 5-) inspira limpieza,
juventud y jovialidad y está compuesta por los colores llamados claros, como
los amarillos, verdes y naranjas. Los colores claros como verdes livianos, marfil,
crema y beige son confortables y tienen leve acción estimulante. Pueden
sugerir también liviandad, descanso, suavidad y fluidez.
La gama oscura deja la sensación de seriedad y madurez, como es el caso de
los tonos rojos, azules y negro. Puede volcar también la impresión de una
emoción concentrada, severa y dramática.
En la gama positiva o activa propuesta por Goethe (gama activa vs. gama
pasiva -imagen 6-) se distinguen los colores amarillo, el naranja y el rojo
amarillento como aquellos que causan una actitud animada, emprendedora y
activa.
La gama negativa o pasiva es aquella que parece adaptarse a un humor
intranquilo, en algunos momentos frágil, dócil y maleable, y en otras
circunstancias llena de emoción, apasionada e indomable. Está compuesta por
el azul, el rojo azulado, el rojo y todos sus intermedios.
LA PROVOCACIÓN DE GOETHE
“Cuando el ojo ve un color se excita inmediatamente, y ésta es su naturaleza,
espontánea y de necesidad, producir otra en la que el color original comprende
la escala cromática entera. Un único color excita, mediante una sensación
específica, la tendencia a la universalidad. En esto reside la ley fundamental de
toda armonía de los colores” (Goethe, 1999).
En un claro paréntesis frente a la Teoría Tradicional del Color, aunque son
innegables algunos de los aportes del alemán a su desarrollo, intentaré ahora
bajar algunos de los productos de su intempestivo trabajo. Johann Wolfgang
Goethe, nacido en Frankfurt en 1749, aceptó la invitación a filosofar que le
proponían los colores y diseñó una teoría propia con la que intentó ir más allá
de la racionalista mirada newtoniana, desafiándola en un escrito de doscientas
páginas en 1810 e iniciando una crítica a la ingenuidad del moderno
pensamiento científico de la época. Reconocía ya desde fines del siglo XVIII que
las ciencias necesitaban ser organizadas de modo interdisciplinar para conseguir
el estudio exhaustivo de un fenómeno, en un sofisticado pluralismo que
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combatía el reduccionismo vigente. Y en este punto residía su mayor objeción a
la mirada newtoniana, criticando la falta de profundidad e invitando a la
liberación de las predisposiciones conceptuales para el abordaje de una teoría
repleta de problemas, sumando en la Teoría de los Colores la inspiración y la
inmediatez sensual de la poesía con el cultivo de la racionalidad que
constantemente se pone a prueba a sí misma. Novelista, dramaturgo, poeta,
científico, geólogo, botánico, anatomista, físico, historiador de ciencias, pintor,
arquitecto, diseñador, economista, director de teatro, filósofo humanista y uno
de los personajes más influyentes de la historia, estudió entonces las
alteraciones fisiológicas y psicológicas de las personas ante los diferentes
colores, completando aquello que el físico sólo había vislumbrado. La Teoría de
los Colores de Goethe (de título original en alemán “Zur Farbenlehre”) no es
una óptica, sino una morfología de los colores, nacida del conocimiento
espontáneo que la naturaleza ofrece; es un ejemplo de su opinión filosófica: el
color es un símbolo de lo que sucede en nuestro alma. Este interés en la
reacción humana frente a la percepción cromática vincula directamente sus
investigaciones con la vigente psicología del color, dando lugar a lo que
constituyó las bases de la cromoterapia según Goethe.
Su sistema se desarrolla a partir del contraste elemental entre los colores claros
y los oscuros: el amarillo es comparable a la claridad, evocando vida, actividad
y esfuerzo, mientras que el azul lo es a la oscuridad, determinando un
sentimiento de inquietud, endeblez y nostalgia. El amarillo se relaciona con
efecto, luminosidad, claridad, fuerza, calor, proximidad e impulso, mientras que
el azul con examen, sombra, oscuridad, debilidad y alejamiento (Goethe, 1999).
Su perspectiva muestra el vínculo del “efecto sensual-moral” de los colores
aislados sobre el sentido visual, y por medio de éste sobre el humor, que luego
sería polarizado en las gamas activa o positiva y pasiva o negativa. El contenido
conciente de las cualidades sensuales de cada matiz afianza sus
interpretaciones en el área de la psicología, devolviendo el romanticismo la
calidad simbólica de los colores. Pero Goethe no quería quedarse en esa
postura parcial, sino que quería hacer ciencia, presentando firmes nexos entre
el efecto sensual moral y lo racional, territorio de la física. Así, su exquisita
descripción contiene algunas de las primeras y más precisas descripciones de la
sombra coloreada, la refracción y el acromatismo/hipercromatismo. Define de
un modo distinto el espectro luminoso, aseverando que cuando un haz de luz
está rodeado de oscuridad, se encuentran tonos amarillo-rojizos en la parte
superior y azul-violáceos en la parte inferior, a la vez que el verde en el centro
aparece sólo cuando los bordes violáceos se superponen a la parte rojaamarilla. Cuando un haz de oscuridad está rodeado de luz, en cambio,
encontramos tonos azul-violáceos en el borde superior y amarillo-rojizos en la
inferior (imagen 7).
Goethe condiseraba que su teoría era una explicación más general y que las
observaciones de Isaac Newton eran casos especiales dentro de su teoría. Si
bien la obra del alemán no recibió mucha aceptación entre la comunidad física,
su trabajo no sólo rompió radicalmente con las teorías ópticas newtonianas de
su tiempo, sino también con toda la metodología de la ilustración concerniente
al reduccionismo científico. A pesar de esto, es hoy de común acuerdo que hay
que distinguir entre el espectro óptico tal y como lo observó Newton y el
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fenómeno de la percepción humana. Considerada por el mismo Goethe como su
mayor logro, la Teoría de los Colores funda una innegable inspiración de la
ciencia holística.
PSICOLOGÍA DEL COLOR
“Los colores actúan sobre al alma, en ella pueden excitar sensaciones,
despertar emociones e ideas que nos calman o nos agitan y provocan la tristeza
o la alegría” (Goethe, 1999).
El color es sin dudas un medio muy valioso para transmitir sensaciones, por lo
que el buen artista logrará plasmar una experiencia interna al utilizar el color
con buen conocimiento de su naturaleza y efectos. Nada puede expresar quizás
con tanta sensibilidad y hablar tan fielmente de la personalidad de un artista y
de las cualidades e intenciones de su mente creadora, como la composición de
su paleta, el uso y distribución de sus colores y la música que en su inacabable
combinación resuena.
El objetivo primordial de la psicología de los colores es la determinación de
relaciones lo más claras posibles entre los colores como signos o
manifestaciones y los acontecimientos psíquicos asociados a ellos. La
evaluación de los significados de los colores ha sido profundamente estudiada,
acercando rigurosos criterios investigadores como Heiss & Halder (autores del
Test Piramidal del Color, 1979) o Max Lüscher (autor del examen clínico
psicométrico Test de Lüscher, 1969). Desde el punto de vista psicológico,
finalmente, parece haber general acuerdo sobre el hecho de que cada uno de
los colores posee una expresión específica. No obstante la obvia imposibilidad
de asociación entre una sensación y un color que para todos resulte veraz,
existen algunos consensos que, salvando también la ausencia de importantes
factores intervinientes como son el contexto en que el color se encuentra, el
valor y el grado de saturación, entre otros, permiten relacionar el azul con el
frío y el rojo con la calidez, por nombrar solamente un par de ejemplos. Para
complicar más el asunto, un color determinado no impresionará a la misma
persona siempre de la misma manera, sino que el impacto tendrá relación
estrecha con el estado de ánimo. Siguiendo esta línea general y superficial de
análisis, los colores cálidos son generalmente considerados como estimulantes,
alegres y hasta excitantes y los fríos como tranquilos, sedantes y en algunos
casos deprimentes. Algunas investigaciones han demostrado que son corrientes
estas percepciones en la mayoría de los individuos, determinadas por
reacciones inconcientes ligadas a diversas asociaciones que tienen relación con
la naturaleza, sensaciones irreflexivas incluidas en el bagaje genético que
acumula miles de años de evolución de nuestra especie. Así como los colores
expresan estados anímicos y emociones de muy concreta significación psíquica,
también ejercen una acción fisiológica determinada, por lo que puede
asociárselos a reacciones y funciones específicas.
Intentaré repasar ahora algunas de las cualidades vinculadas a los tres colores
primarios, los tres secundarios, al blanco, al gris y al negro, resaltando
solamente aquellas que tienen mayor consenso, y pisando fuerte
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fundamentalmente las vívidamente literarias descripciones de Goethe.
Comenzando arbitrariamente por el amarillo, seguirán luego el orden
presentado en la rueda cromática.
Amarillo: es el color de mayor relación con la precisión en lo intelectual y puede
ser asociado con una gran lucidez y creatividad. Vasili Kandinsky, artista ruso
maestro de la acuarela abstracta, relacionaba el amarillo con cualidades
imaginativas. Es el color del sol y de la luz radiante, y simboliza acción, poder,
arrogancia, fuerza, voluntad, constancia y estímulo. Así como puede indicar
envidia, avaricia e hipocresía, también puede vinculárselo al buen humor, al
entusiasmo, la pasión mesurada y la primavera. Max Lüscher lo reconocía como
un color que irradia serenidad y alivio. Es un color medido que puede sugerir,
cuando es suave, delicadeza, generando un clima de bienestar, grato, cómodo
y distendido, y cuando es fuerte, saturado y brillante, peligro.
Mezclado con negro constituye un matiz verdoso muy poco apacible que
sugiere enemistad, disimulo, crimen, brutalidad, recelo y bajas pasiones.
Mezclado con blanco puede expresar cobardía, debilidad o miedo y también
riqueza, cuando tiene una leve tendencia verdosa.
Se lo considera como estimulante de los centros nerviosos, por lo que se lo
suele asociar a la intelectualidad y al pensamiento claro. Pero hay que tener en
cuenta que es uno de los colores que, cuando es intenso y brillante, más puede
fatigar a la vista, pudiendo llegar a ser aplastante al causar una estimulación
excesiva de los ojos, por lo que un entorno amarillo brillante provoca sensación
de irritabilidad en las personas.
Naranja: mezcla de amarillo y rojo, tiene las cualidades de éstos, aunque en
menor grado. Es algo más cálido que el amarillo y actúa como estimulante y
tonificador. Sugiere informalidad, visceralidad, alegría, sociabilidad, amistad y
se destaca sobre el entorno que lo rodea; posee una fuerza activa y expansiva.
Simboliza optimismo, entusiasmo, estímulo y vigor, y, cuando es muy
encendido o rojizo, euforia, exaltación, ardor y pasión. En ocasiones resulta
demasiado atrevido y puede crear una impresión impulsiva que parece llegar a
ser agresiva. El naranja también puede indicar tentación lujuriosa, orgullo y
ambición.
Mezclado con el negro sugiere engaño, conspiración e intolerancia, y cuando es
muy oscuro, opresión. Mezclado con blanco constituye un rosa carne que tiene
una calidad muy sensual.
Rojo: este primario simboliza fuego, sangre, calor abrasador, revolución,
alegría, acción, fuerza, agitación, pasión y sexo. Asimismo se vincula con la
guerra, disputa, agresividad, desconfianza, destrucción, impulso, crueldad y
rabia. Se lo relaciona inequívocamente con una personalidad extrovertida, que
vive hacia afuera, que tiene un temperamento vital, ambicioso y material, que
se deja llevar por el impulso más que por la reflexión. De acuerdo a Kandinsky,
las vibraciones de este color se relacionan por excelencia con lo altamente
emocional.
Según Max Lüscher (1969) el rojo es la expresión de la fuerza vital y cumbre de
la excitación vegetativa: “El rojo eleva el pulso, la presión sanguínea y la
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frecuencia respiratoria (...) con lo cual tiene el significado del anhelo y todas las
formas del apetito. El rojo es el impulso para causar efectos, para conquistar el
éxito y para codiciar con ansias lo que brindan la intensidad y la abundancia de
vivencias. El rojo es el impulso, la voluntad vital de conquista y la potencia,
desde la fuerza instintiva sexual hasta la transformación revolucionaria”. Según
Halder, el rojo es la medida de la excitabilidad emocional.
Mezclado con blanco es frivolidad, inocencia y alegría juvenil, y en su mezcla
con el negro estimula la imaginación y sugiere dolor, dominio y tiranía.
El rojo está relacionado con la sangre y el fuego y sugiere calor y excitación; es
el color del movimiento y la vitalidad: fisiológicamente ejerce un efecto
tonificante, aumenta la tensión muscular, activa la respiración, estimula la
presión arterial, acelera la circulación y promueve el impulso, la acción y el
combate. Es un color muy sobresaliente que roba la atención y suele incitar a
tomar una acción, busca la autoridad y la dominación; su poderosa intensidad,
más aún cuando impera en la superficie, cansa rápidamente y agota por su
enorme potencial de excitación. Moviliza hacia los sentimientos enérgicos y la
excitación sexual, también hacia la pasión violenta, el enfado, la cólera y la ira.
Violeta: resultante de la mixtura entre los primarios rojo y azul, y conciliando
los dos extremos del espectro propuesto por Goethe como colores negativos o
pasivos, significa profundidad, tristeza, nostalgia, débil vitalidad, conformismo,
desasosiego, melancolía, aflicción y hasta martirio. Con menor frecuencia se lo
asocia a la tolerancia, la madurez y la experiencia. El violeta también se liga a la
intuición y esconde un lado enigmático, lleno de misticismo. Es el color de la
fantasía y de los estados de sueño, y puede sugerir pesadillas o locura. Suele
evocar un clima de frivolidad, artificialidad y engaño.
En su variación al púrpura, convoca autoridad, realeza, dignidad, suntuosidad,
abundancia y sofisticación. Mezclado con negro es deslealtad, desesperación y
miseria; mezclado con blanco, rigidez y dolor, aunque en sus matices claros el
violeta puede sugerir también delicadeza.
Según el Test Piramidal del Color, el violeta es un color mezcla que presenta
dos caras, ya que en este tinte conviven tanto fenómenos inhibidores como
elementos estimulantes. Así, el violeta representa a la vez intranquilidad e
inestabilidad internas, que puede ser tanto un signo de alteraciones como un
indicador de tendencias evolutivas y de desarrollo (Heiss & Halder, 1979).
Lüscher añade que este matiz puede significar la indecisión vacilante, ya que
funde lo conquistador impulsivo del rojo y el repliegue del azul.
Azul: es el más frío e inmaterial de los colores. Como tinte que pinta el cielo y
del mar, significa serenidad, fidelidad y verdad. Como color que matiza la
distancia y el infinito se arrima a la frialdad y al control. Está entonces vinculado
con sentimientos de sosiego, comodidad y tranquilidad que, en exceso, parecen
acercarse al frío, rigor, tirantez, tristeza, anestesia emocional, frigidez, vacío,
miedo y desvaríos. Se lo asocia con los introvertidos y reservados,
personalidades concentradas en una vida interior; está vinculado con la
circunspección, la inteligencia y las emociones profundas pero reposadas,
calladas. Román Reyes lo entiende como el color detrás del que se esconden
los amores secretos. La racionalidad cerebral es la esencia energética que este
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color despertaba para Kandinsky. Halder, al comienzo de su investigación,
consideró al azul oscuro como el color de la intraversión, de la dedicación al
interior propio, del repliegue hacia la propia persona y del mundo de las
vivencias individuales. “Esta forma de intraversión conduce a un gobierno de las
emociones” (Heiss & Halder, 1979).
Mezclado con blanco es cielo, pureza, frescura y fe. Mezclado con negro,
desesperación, fanatismo e intolerancia. Un azul turquesa, por ejemplo, es más
inquieto que el azul ultramar, ya que en el primero hay participación del
amarillo.
Fisiológicamente regula y reduce el pulso, la presión sanguínea, la frecuencia
respiratoria y las funciones del estado de vigilia, alcanzando una tranquilidad
difícil de perturbar (Lüscher, 1969). También parece influir sobre el apetito,
disminuyéndolo, probablemente porque no hay ningún alimento azul en la
naturaleza. También puede facilitar el descanso, aunque la sensación es distinta
de la calma de los verdes. En grandes extensiones no fatiga los ojos.
Verde: es un color de gran equilibrio porque sus compuestos se sitúan en un
punto transicional en el espectro de los colores vinculados a la emoción
mesurada (cálidos amarillos) y el juicio (fríos azules); esta combinación de
energía y uniformidad lo ubica como un color de tensión elástica. Significa
juventud, esperanza, razón, lógica y realidad. Por esto se lo asocia con las
personas superficialmente inteligentes y, según Kandinsky, ecuánimemente
estructuradas y organizadas. También sugiere humedad, frescura, vegetación y
fertilidad; simboliza la naturaleza y el crecimiento. Halder describe a las
tonalidades del verde como un momento de estabilidad y una conseguida
regulación de las fuerzas. Puede ser interpretado como una señal de
integración, como signo de sensibilidad madura y de la compensación entre el
mundo exterior y el interior. Para Lüscher, por su lado, el verde azulado, uno de
los elegidos para su test, es la expresión de la defensiva ante los cambios,
signo de estabilidad y autoconfirmación, de perseverancia acentuada y de
tensión de la voluntad con un propósito. Esta aparente disidencia entre ambos
autores se explica en la elección de una fría forma de verde en el test de
Lüscher, distinto del escogido por Halder, lo que realza notablemente la
tenacidad con la que defiende una postura.
Cuando su valor se oscurece, y de acuerdo a particulares modos de
composición, puede sugerir también angustia y ansiedad, al mismo tiempo que
suele ser señalado como el color de los celos, de la degradación moral y hasta
de la locura.
El verde, color vinculado directamente a la naturaleza, a los prados húmedos y
al aire libre, es fresco, tranquilo y reconfortante. Suele ser destacado como el
color más descansado para el ojo humano. Sugiere calma y frescura, es
tranquilizador, libera el espíritu y equilibra las emociones.
Blanco: es el color que mayor sensibilidad posee frente a la luz. Es la suma o
síntesis de todos los colores (desde el punto de vista aditivo) y el símbolo de lo
absoluto; entrega la sensación e idea de unidad, integridad, modestia, pureza,
inocencia, perdón, paz, suavidad, limpieza y pulcritud. Es aceptación
incondicional, a la vez que, en un sentido más negativo y pesimista, puede
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representar frialdad, poca vitalidad, vacío y ausencia. Reforzando la ya
mencionada influencia subjetiva de la individualidad y de la colectividad en las
culturas, podemos entender esta descripción del blanco en el marco de la
cultura occidental, mientras en otras culturas los colores pueden expresar
sentimientos totalmente opuestos a los antes indicados: en Japón, por ejemplo,
el color blanco simboliza la muerte.
Mezclado con cualquier color reduce su cromo y cambia sus potencias
psíquicas, la del blanco es siempre positiva y afirmativa.
Gris: formado por la transición entre el blanco y el negro, es el producto de la
mezcla de ambos en distintas proporciones. Las gamas blanco-gris-negro son,
en realidad, «colores sin color». Simboliza neutralidad; es una fusión de
alegrías y penas, del bien y del mal. Genera sensación de duda, de indecisión,
de resignación y, finalmente, de desánimo y tristeza, aunque más leve que un
azul oscuro o negro. De acuerdo a los escritos de Lüscher, no es ni tenso ni
aliviador y refleja una falta de compromiso: simboliza el deseo de no darse a
conocer, de mantenerse protegido frente a toda influencia. Halder coincide con
estos postulados, afirmando que el gris indica una diestra conducta evasiva,
una inclinación a la fuga de los compromisos emocionales. Disminuye la
saturación de cualquier color en su fusión, casi sin ninguna otra función
aparente más que ésta, como carente de personalidad propia. Es un tinte que
busca igualar todas las cosas, hacerlas más parejas. Parece libre de cualquier
tendencia psíquica, aunque a veces sugiere una leve atenuación de las
reacciones psicológicas.
Negro: es la ausencia del color, la ausencia de luz; no es un color en absoluto,
no tiene tono ni intensidad. Simboliza el error, el mal, la noche, el abismo, las
tinieblas, la muerte y el duelo. Significa rigor, prudencia y seriedad, pero
también misterio, tristeza, luto, inconsciencia y odio. Frecuentemente es
considerado como expresión de negación. Es el color de la disolución, de lo
impuro, de lo imperfecto; busca el respeto en el aislamiento, por una
reconocida falta de capacidad de integración. Halder lo evoca en el Test
Piramidal del Color como una tendencia a bloquear y rechazar los sentimientos
afectivos, mientras que Lüscher lo ve como una parada final, un límite absoluto:
es el rechazo a la aceptación que en el blanco alcanza su apogeo en absoluta
libertad y sin defectos (Lüscher, 1969).
3- PERSONALIDAD: UNA COMPLEJA MEZCLA DE COLORES
PENSANDO UN COLORIDO ENFOQUE
“En vez de rendirnos frente a este eclecticismo incierto, debemos preguntarnos
si existe alguna teoría capaz de reflejar la personalidad como el patrón de
variables que abarca la constelación completa de la persona” (Millon & Davis,
2001).
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Si comprendemos que la personalidad es una globalidad de ámbitos que
inevitablemente interactúan entre sí, entonces localizar sus principios
organizadores es una tarea posible. No obstante, la propia materia de estudio
es desde la largada una limitación a la universal validez de la teorización, ya
que comprende en su seno fenómenos tan cercanos a las ciencias más duras
como a las más blandas, estrechándose en su intención las manos de la
biología con las de la psicología, la sociología y la filosofía. A su vez, es sabido
que las leyes físicas, de naturaleza definida y atemporal, logran superar los
avatares del tiempo (son sólo las explicaciones las que pueden cambiar), pero
eso no puede ser esperable en las disciplinas sociales, tan abiertas, imprecisas
y siempre dependientes del momento histórico y del marco cultural. Aún así,
espero a lo largo de este texto poder conectar con suficiente coherencia y
solidez esas visiones parciales que pretenden mantenerse ajenas entre sí,
integrando una descripción que las contenga, sin presentarse como una
perspectiva más, otra paralela a las demás pero sin contacto con ellas, sino
entrecruzándolas y aunándolas. Por supuesto que para intentarlo deberé
desafiar las naturales objeciones a los encontronazos epistemológicos que no
dudarán en mostrar sus asperezas, suavizándolas en la necesaria conciliación
de aspectos tan diversos como los involucrados en este objeto de estudio. Pero
confieso que trascender los enfoques particulares no es una empresa sencilla y,
con certeza, no puedo asegurar que lo logre.
El andamiaje elegido para sostener la integración de los puntos de vista
involucrados en mi propuesta serán las premisas básicas del modelo evolutivo,
con sus sentidos de supervivencia, adaptación y prolongación de la vida como
proclama. Los retos que propone la clarísima distinción de este paradgima,
como hemos repasado anteriormente, los fundo aquí en un solo concepto que
los amalgama, explicando de mejor manera la intención de este capítulo: la
adaptación. Esta tarea entiende la superación de las necesidades primarias y la
homeostasis con el entorno ecológico, reconociéndose aquí por supuesto los
requerimientos psicosociales, asegurando la supervivencia y favoreciendo la
continuidad de la especie. Y en este sentido refuerzo el concepto de adaptación
viable (más que adaptación válida) para leer las líneas que desfilan a lo largo
del libro, evitando el filtrado de connotaciones ideológicas y estigma social
vinculadas a los criterios de normalidad y enfermedad. Luego, el
representacionismo, como proceso en el que significan todas las imágenes
mentales (en general, sin referencia al sólo aspecto visual), hará de los
procedimientos cognitivos lo propio del adaptacionismo para la teoría evolutiva:
así, el sistema de otorgamiento de sentidos emocionales y racionales a las
situaciones, personas y cosas será la clave para adaptarse al mundo construido.
Menos dramático que el brillante psicoanálisis, menos científico que el producto
de la severa escuela del conductismo, menos inteligentemente fundamentado
que el cuidado enfoque eysenckiano, menos minucioso que el extraordinario
desarrollo de Millon, menos obediente que el metódico abordaje de Beutler,
menos preciso que el magistral avance de Güidano, menos pragmático que el
cosmopolita DSM IV, pero, al menos, con la misma buena intención de generar
una explicación que pueda resultarle útil, o cuanto menos interesante, a quien
esté leyendo, voy a dar inicio formal al capítulo, reflexionando en una
proposición que intenta reunir a las restantes concluyendo en un nuevo
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
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enfoque, evitando que su producto sea solamente una nueva visión paralela del
mismo fenómeno.
De a poco empezaré a describir las pautas para entender esta particular
exposición que busca enriquecer el objeto de estudio con los inacabables
matices que el arte nos ofrece. Entre colores primarios, disímiles saturaciones,
privados sentimientos, públicos comportamientos y gamas contenidas en
posibles realidades, la nominación de un estado de las cosas buscará ser
simbolizada con los valores del arte, perpetuando en los infinitos colores la
identificación y descripción de una personalidad.
Sabemos que, así como la materia es incolora y que el color sólo comporta su
apariencia, la personalidad tampoco tiene un tinte: el observador sólo puede
explicar su forma de percibir los rayos luminosos difundidos por el cuerpo
indagado. De este modo, al igual que la determinación social del conocimiento
tiene el objetivo de ordenar las cosas por y para el uso que nosotros les damos,
la impresión generada en este acto de contemplar nos permite clasificar las
distintas formas de personalidad. La imposición de estos juegos conceptuales
que enmarcan nuestra realidad esconde entonces el secreto mismo de esta
teoría, restringiendo ahora el interés en el aislamiento y reserva de tintes,
brillos y valores para filtrar y clasificar las distintas formas de personalidad.
A priori vale señalar que el resultado de la utilización de esta rueda cromática
de la personalidad no es nunca un color sino una gama, más o menos definida.
Este recortado abanico muestra un tinte dominante que se ubica en el centro
de su banda cromática, citando las cualidades imperantes que gobiernan la
personalidad. Del mismo modo que en un cuadro, la presencia de matices por
fuera de la gama seleccionada en la paleta es no sólo una posibilidad sino una
necesidad, que con pequeños detalles y puntos precisos acercan el resultado a
la infinita diversidad de la naturaleza, añadiendo una cuota de dramatismo en la
obra terminada. La gama de personalidad evidencia entonces: un tinte
dominante que gobierna la composición por su amplia proporción de uso
(ligado a los esquemas preponderantes), ubicado en el centro del dinámico
sector escogido para señalar sus modos; colores mediadores, allegados al matiz
y cualidad dominante; y otros tónicos o complementarios, opuestos en la rueda
cromática, dueños de cualidades que suelen brillar por su ausencia en la
organización observada (pautas infradesarrolladas).
Aparecerán en primer orden los meridianos, arbitrarias y absurdas
construcciones teóricas que trazarán un corte diametral de la rueda cromática.
En su nítida distinción, el primer meridiano quiebra la continuidad circular en
dos medias lunas que se interesan por valores disímiles. Cada una de ellas es
dueña de un atributo polar, antagónico al de la opuesta, difuminando para sus
costados cualidades de decreciente intensidad que buscan fundirse en lo más
suave del semicírculo opuesto. Tras la selección de uno de ellos, de acuerdo a
las características identificables en la dimensión que la titula, el dibujo del
segundo meridiano exige una nueva decisión. Con la misma mecánica, esta
línea que cruza a la anterior, determina una división que permite la
identificación ahora con un cuarto del semicírculo ya escogido. La tercera
dimensión, denominada eje en cruz, buscará por su lado especificar aún más el
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sector enfocado: así, el cuarto seleccionado reducirá su superficie en un intento
de conseguir mayor precisión.
Antes o después -el orden de los factores no altera el producto- podrán ser
identificadas las cualidades básicas predominantes de la personalidad,
señaladas en los tres colores primarios como hielo (azul), fuego (rojo) o
equilibrio/estabilidad (amarillo). Cada uno de estos títulos abarca un espectro
de atributos ilustrados desde la sublime sensibilidad de Goethe en su Teoría de
los Colores, añadiendo los valores de otros autores y los propios. Toda
personalidad es construida obligadamente por los tres colores primarios: no
existe, por ejemplo, la posibilidad de un rojo absoluto, sin presencia de cuotas
de amarillo y azul. Los tres fundamentales están siempre presentes, aunque en
variables proporciones en la mezcla, permitiendo sólo un señalamiento de
mayor proximidad a la cualidad hielo, fuego o equilibrio, vinculado a las
secuencias predominantes de emoción, pensamiento y conducta.
Finalizado este rápido esquema orientador e ilustrativo de la personalidad en
estudio, se considerarán otras cualidades del color. La saturación tiene estrecha
relación con el grado de pureza del tinte seleccionado. Una gran proporción de
azul, claramente superior a la mínima participación de los otros primarios, deja
una impresión de azul puro, recordando que la saturación de un color va
disminuyendo en la medida en que éste es ensuciado por otros. Como resaltara
anteriormente, no es factible encontrar un color en la naturaleza que sea
absolutamente puro; no es posible tampoco determinar una personalidad que
muestre un repertorio de ideas, afectos y comportamientos tan estrecho y
rígido como para ser simbolizado con tanta pureza. La última cualidad del color
ponderada en esta revisión es el tono o valor del resultado de la mezcla, en
función de la claridad u oscuridad, de la cantidad de blanco o negro que se
añada en la paleta. Aquí reside una cuarta dimensión no considerada
directamente en las particularidades manifiestas por el cruce de los meridianos,
que otorga una significación aparte de los atributos antes señalados. Así, el
tono agregará una calificación a los matices advertidos, adjetivando con mayor
precisión la disposición global.
En la anunciada invitación a jugar, podrán reconocerse por fuera de la rueda
algunos pensamientos, emociones y comportamientos, todos entreverados en
complejos esquemas de procesamiento que hacen a particularidades del sentido
de sí mismo. Sumando dificultad a la comprensión del objeto de estudio, estos
fenómenos se disponen en los márgenes del contorno circular, como
desprendidos de un efecto centrífugo. Con cierto desorden y arbitrariedad,
confeso de antemano para evitar irreprimibles objeciones, se disponen cercanos
a los terrenos de la rueda que más los contienen. No obstante, su presencia
ligada a gamas más o menos definidas no quita la posibilidad de su utilización
en áreas disímiles del aro. Es un criterio estadístico, en referencia a la
frecuencia de su aparición, el que termina determinando la posición que les
atribuyo en la periferia del círculo cromático.
Finalmente, y con la misma mecánica que los esquemas recién repasados, los
dispositivos adictivos participarán con la inequívoca intención de mantener el
resultado de la mezcla sin alteraciones, estable, imperturbable. La síntesis de
las ideas, las sensaciones, las emociones, los afectos y las conductas
transforma su nominación a trampa adictiva solamente cuando su utilización
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denote una repetitiva disposición que escapa del poder de la voluntad, un
fenómeno recursivo que eluda el análisis, una extrema rigidez que busque
prescindir de alternativas, y una sustancial dificultad de cambio. Su producto,
invariablemente, hace a una debilidad de la personalidad que entiende un
severo obstáculo a la adaptación flexible, perpetuándose en reconocidos
rasgos, hábitos y vicios que tenazmente se afirman en la personalidad. Los
dispositivos adictivos no son fenómenos señalados en la rueda graficada, ya
que ellos no son más que los esquemas mencionados con un alto drive y una
elevada cuota de agarrotamiento que, a pesar de un reconocido o no resultado
desfavorable o maladaptativo, no puede ser modificado. Su presencia es un
disparador a apretar el mismo pomo de color de manera recurrente, impidiendo
el cambio de tinte y la variación de la gama, manteniendo su cualidad con
inusual perseverancia y, considerando otra de las cualidades descritas,
sosteniendo una saturación llamativamente exagerada.
Del mismo modo que en el resto del libro, no pretendo superar otras teorías u
ordenamientos en cuanto al acabado y minucioso estudio de sus elementos
constituyentes sino, por el contrario, acercar la intuición y sensualidad del arte
a una disciplina que parece querer emanciparse, renunciando con implícita
cobardía a la sabia invitación de Goethe a articular asignaturas para observar la
totalidad de un fenómeno. Siempre más cercana a los flexibles contornos de la
pintura que a las duras aristas de la ciencia, la paleta de esta colorida
propuesta dejará lugar a la riqueza, al ingenio y a la creatividad del artesano,
para elegir los matices que plasmarán aquello que observa en la naturaleza: en
este caso, en una forma de personalidad, sin posibilidad alguna de que el
resultado no sea siempre distinto de otros. Es obvia la confesión de asumidas
falencias y puntos a discutir (¡y por suerte esto siempre va a ser así!), por lo
que sin mayor cautela comenzaré a volcar un colorido abordaje que se ajusta
con comodidad a la silueta de este informal libro.
LOS CRUCES DE LOS MERIDIANOS
Ese conjunto de esquemas de procesamiento y características distintivas que
hace a los rasgos, la actitud y conducta de cada personalidad determina las
condiciones de los vínculos interpersonales, los modos de comunión con el
entorno en el que actúa y la relación particular de la persona consigo mismo,
distorsionando todas estas formas de alianza de acuerdo a las posibilidades de
su organización. Su estilo de afrontamiento varía en función a los atributos y
valencias de cada una de sus dimensiones de estudio. Estas extensiones serán
ahora facilitadas por ejes que cruzan la rueda cromática y reconocen y separan
características diametralmente opuestas de una misma cualidad. Como primera
medida entonces, para ubicar de modo rápido la gama con la que mejor
podríamos describir a una persona, encontramos estas distinciones, dibujadas
por el cruce de los tres meridianos.
Los atributos apreciados en cada uno de los sectores marginados varían en su
forma e intensidad, en su calidad y su cantidad, y, tras la combinación con
otras particulares cualidades, en su expresión final. Y si bien sus formas saben
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distinguir características específicas de cada organización de personalidad, la
relativamente estable noción de rasgo que ellos bosquejan puede dejar lugar a
variaciones inconstantes compatibles con el concepto de estado. De este modo,
las cuotas de cada uno de los fenómenos señalados detrás de cada cisura
pueden ser modificadas en cortes puntuales transversales de su biografía, sin
cambiar el cuadro general, las formas, pero sí su grado de funcionalidad o
disfuncionalidad.
El primer meridiano (imagen 8) nace de un color primario, el amarillo, para
terminar su recorrido en uno secundario, el violeta, por supuesto, encontrando
una estación de paso obligado en el centro del círculo, en ese punto donde se
trenzan estos tres ejes.
El segundo meridiano (imagen 9) une dos colores terciarios: el azul verdoso
(color intermedio ubicado entre el azul y el verde) y el rojo anaranjado (situado
en la rueda entre el rojo y el naranja).
El tercer meridiano (imagen 10) es aquel descrito por Goethe, que separa los
pasivos de los activos. En su teoría conecta el rojo con el azul, haciendo del
centro de la rueda el tercer vértice del triángulo que identifica los colores
negativos o pasivos. Pero en mi propuesta es necesaria una modificación que
pierde la precisión del impacto cromático en la sensibilidad del observador, pero
que suma practicidad, celo y detalle a esta descripción de la personalidad. Una
vez dibujadas las líneas del alemán, debe pensarse un trazo imaginario (el del
segundo meridiano) que adquiere las características de un espejo: las dos
mitades separadas por esta banda reflejarán así la una a la otra. La disección
enseñada por Goethe, ese triángulo que liga centro con rojo y azul, se
refractará en otro trilátero cuyos vértices serán el centro, el naranja y el verde.
Entonces este meridiano, denominado eje en cruz, quedará finalmente
constituido por tres líneas rectas que van de lado a lado y se cruzan en el
centro de la rueda. Una une el rojo con el verde, la otra el azul con el naranja,
y la restante el azul verdoso con el rojo anaranjado.
El primer meridiano (imagen 8) separa dos medias lunas, tal como lo hace
también el segundo, pero esta línea conlleva la distinción del clima de los
colores, discriminando así la gama fría de la cálida. Como ya hemos visto, los
matices de un lado y del otro del eje poseen características diferentes que
imprimen en el observador una sensación cualitativamente distinta. Ahora las
ligaré más firmemente al examen de la personalidad.
La gama cálida encuentra a aquellas personas con tendencia a la sociabilidad y
gregarismo, con ganas y necesidad de relacionarse con otros. Son individuos
que suelen tener el sentido de exploración más manifiesto, representado en su
costado más exagerado en interminables búsquedas de emociones que
encuentran en el objetivo apuntado el inicio de una nueva partida. Comenzando
su sendero en el amarillo del equilibrio, sus tonos van aumentando de
temperatura a medida que se acercan al fuego; así, por ejemplo, el adjetivo
sociable muta en frenéticamente gregario y espontáneo en histriónico y
exhibicionista. El rojo se viste de polo en cuanto al ardor del color, así como
también al calor de la personalidad. En este punto suelen detectarse cualidades
agobiantes y asfixiantes de expresión emocional, tanto como de demanda de
contención y urgencias afectivas. Presentan una clara tendencia a amplificar
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aspectos perceptuales y afectivos de la experiencia, manteniendo así su sentido
de realidad. Son muy sensibles a sus vivencias internas, emociones,
motivaciones y necesidades, orientando la mira casi de manera excluyente
hacia el interior. No es frecuente que su conciencia por las experiencias del otro
gane el foco de atención, menos cuanto más se acerca al violeta y un poco más
cuado se corre hacia el amarillo. Enardecidos de entusiasmo, sus intereses
pocas veces se limitan a actividades solitarias o individuales, sino que necesitan
de un público o personas que lo sigan o acompañen; raramente orientan su
tiempo hacia las tareas o intereses particulares. Finalizando el viaje imaginario
iniciado en el amarillo, tras el encuentro del punto máximo de temperatura en
el rojo, el sendero de los cálidos lleva hasta el violeta, que suma a estos
encendidos sentidos una dificultad para hacerlos consistentes en la propia
trama narrativa, desordenando el producto y haciéndolo desconcertante.
Las personas que habitan la gama cálida son fácilmente equiparables con los
extravertidos descritos por Eysenck en una de las dimensiones de estudio de su
teoría de la personalidad, que aquí comportará parte de las luego definidas
infraestructuras.
La predominancia de los colores cálidos, por ejemplo, no excluye mezclas con
los colores fríos, de hecho éstos son necesarios para producir sombras y para
matizar algunas composiciones excesivamente puras. Esta combinación, sin
embargo, no resta protagonismo a la tendencia cálida del conjunto, a la vez
que la enriquece y permite posibles notas de contraste que dramatizan y
realzan el resultado.
Los colores cálidos están cortados por el segundo eje (imagen 11), que separa a
los luminosos de los oscuros, y por el tercer eje (imagen 12), que señala la
posibilidad de que los cálidos y oscuros o cálidos y luminosos sean, a su vez,
activos o pasivos.
La gama fría, en cambio, hospeda a aquellos individuos de estilo más intelectual
que afectivo, más cerebrales que viscerales, esas personas que expresan un
restringido y contenido abanico de emociones, más controlados en la
manifestación de sus afectos. Estas personas parecen ser más duras, menos
conmovibles y mucho más reservadas, permitiéndose expresiones pasionales
solamente en contadas ocasiones y con personas determinadas, cuando no por
algún raro accidente que le quita el pie del freno cognitivo al mundo emocional.
En general se trata de personas que escogen largamente las actividades
individuales, aquellas en las que puede manejarse y arreglárselas solo, y,
preferentemente, las de corte intelectual. No busca tener muchas amistades y
no goza de las reuniones sociales, pero tampoco es un ermitaño ni un
desadaptado. De la misma forma que en cualquiera de los otros atributos
señalados en los distintos cortes, cada cualidad, en sí misma, es dueña también
de un abanico que presenta mayores y menores intensidades: así, la reserva de
los tonos fríos se puede transformar en una glacial pared que parece castigar al
otro implicado en un vínculo, de igual modo que una sutil preferencia por
solitarias actividades puede virar en una supremacía casi excluyente. No es su
objetivo destacarse en los grupos de gente y menos aún transformarse en el
centro de atención. Las caricaturas de este tipo podrían ser, sólo
ilustrativamente, un erudito, un pensador, un investigador, un filósofo o quizás
un músico. Este sector del círculo nace, para comprender mejor la descripción
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cromática propuesta, en el amarillo y viaja por todas las tonalidades
intermedias hasta el violeta. Su punto de partida no es un dato irrelevante, ya
que, al tratarse del color asignado al equilibrio y la estabilidad (esto será mejor
explicado en el punto siguiente) considera el sitio menos exagerado y más
adaptativo del continuo de los colores fríos. Este recorrido, que no tiene
correlato con la Teoría del Color, ya que ésta no hace la presente distinción,
encuentra en el azul el más frío de sus tintes, aquel que de manera más
sobresaliente expresa las cualidades atribuidas a la gama. En cambio, a medida
que se acerca más al amarillo, sus cualidades se ven más disipadas, mostrando
rasgos más tibios. El hielo del azul congela la gama, y en el resto del sendero
hasta el violeta, no gana en frío sino en desorganización, en desorden
emocional.
Esta media luna se condice con los intravertidos de Hans Eysenck, con quienes
comparte muchas características y, posiblemente, una base biológica o de
temperamento determinada, como señalara también en la franja cálida.
Si consideramos ahora el cruce del segundo eje (imagen 11), veremos entonces
que los colores fríos pueden ser luminosos u oscuros, de acuerdo a su ubicación
con respecto al azul verdoso como frontera. Mil veces más haré esta aclaración,
y espero no hostigar al lector, pero es sumamente necesaria: los límites
señalados por cada una de las rectas que cruzan la rueda deben ser vistos con
absoluta flexibilidad y comprendiendo que, así como en el arte, en el estudio de
la personalidad estas distinciones nunca serán tan netas y precisas, sino más
difusas y movibles, cuando no hasta confusas. Los fríos y luminosos, del mismo
modo que los fríos y oscuros, pueden a su vez ser distinguidos en activos o
pasivos de acuerdo al lado en que se encuentren del límite presentado por el
tercer eje (imagen 12).
Antes de pasar al segundo meridiano, refuerzo un punto de singular
importancia: la nota más atenuada de frío o calor es el amarillo, ese tono donde
nacen tanto la gama fría como la cálida. A medida que éstas se alejan de su
dominio, caminando el contorno de la rueda hacia el violeta, sus temperaturas
se hacen más extremas. Los fríos encuentran su punto más gélido en el azul, al
mismo tiempo que los cálidos hallan su sitio más abrasador en el rojo.
Siguiendo sus respectivos viajes hacia el violeta, y terminando así el recorrido
del perímetro, la pérdida de la capacidad de integración y la incoherencia
aparecen como cualidades que se suman a la exaltada temperatura manifiesta,
dificultando la noción de equilibrio o estabilidad.
El segundo meridiano (imagen 9), a su vez, abre el mar de las personalidades en
dos aguas: las luminosas y las oscuras, gamas que obtienen su nombre de
acuerdo a la cualidad de luz que obtienen sus colores integrantes. La selección
formada por los oscuros se condice con aquella dimensión señalada por
Eysenck como neuroticismo, siendo ésta señalada como otra infraestructura de
la personalidad en mi propuesta. Un alto nivel de neuroticismo se pinta aquí
con tonalidades oscuras, mientras que un bajo nivel de este elemento utiliza
tintes luminosos. En esta partición, si bien las cualidades agrupadas detrás de
la línea divisoria hablan de características de rasgo, de formas estables y hasta
relativamente perennes, un efecto embolsa poder: sus atributos saben
modificar grandemente sus intensidades, fundamentalmente del lado de los
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oscuros. Así, estados puntuales transitorios se convierten en un gobierno que
parece condenar los rasgos habitualmente dominantes en fenómenos
solamente secundarios. Pero por ahora dejo pendiente esta observación, para
ser aclarada en el momento más pertinente.
Los colores luminosos conforman un reino del cual el amarillo es el rey. Como
centro de su poblado, el color del sol abre sus rayos hacia uno y otro lado del
semicírculo, perdiendo intensidad mientras los tintes se alejan más de su
núcleo, viajando hacia los extremos del meridiano. Así, el rojo anaranjado y el
azul verdoso, tienen menos luz que el naranja o el verde, por ejemplo,
mostrando en sus particulares características menor proporción de equilibrio y
estabilidad, del mismo modo que van sumando también otras cualidades. Estas
valencias sugieren mayor calidez o frío a medida que su travesía se orienta
hacia el rojo anaranjado o azul verdoso, inclinando la aún vigente ecuanimidad
hacia los estilos más pasionales o cerebrales respectivamente. En la gama de
los luminosos, entonces, cuanto más se aprieta el pomo del amarillo, mayor
equilibrio tiene la mezcla de la personalidad, ganando en armonía y nivelando la
proporción de esquemas de procesamiento de tipo racionales y emocionales. La
música de este contrapeso resulta en una melodía suave, tranquila, tenue, sin
mayores sobresaltos, una cadencia que raramente encuentra grandes
sorpresas. Su amplia capacidad de abstracción, su pensamiento claro y su
pasión mesurada generan habitualmente un clima de bienestar, relajado y
distendido. Pero si su prolija armonía llega a hacerse casi invariablemente
inalterable y excesivamente previsible, reconociendo en la humana estabilidad
la posibilidad y necesidad de ciertos desniveles en circunstancias puntuales que
la exijan, entonces es probable que un amarillo saturado esté impregnando
toda la muestra. De no ser así, entonces es probable que esa falsa ecuanimidad
esté escudada detrás de tonos lindantes con el hielo.
Los colores oscuros presentan un gobierno de leyes opuestas al anterior. Su
primer mandatario es el violeta, color complementario en la rueda cromática al
rey de los luminosos. También el rigor de su constitución va perdiendo
intensidad mientras los matices se separan de su cetro. De este modo, para un
lado o para el otro de este violeta saturado, los matices disipan la carga de
violeta para llegar en sus extremos al rojo anaranjado y al azul verdoso,
pasando por el rojo y el azul como estaciones intermedias en cada uno de los
senderos. Por el contrario de los luminosos, que se jactan de ser equilibrados y
estables, los oscuros son más inestables e inseguros, cargando de tinta sus
cualidades tanto más cuando se acercan al violeta. En este punto de máxima
oscuridad en la gama presentada y prestada a la descripción cromática, otras
cualidades suelen hacerse aparentes como resultado de una profunda
inestabilidad del sentido de sí: la oscilación entre supravaloraciones narcisísticas
e infravaloraciones melancólicas ilustran una destacada volatibilidad. La
inhibición y la excitación en todos los niveles de expresión del aparato psíquico
son fenómenos que conviven permanentemente, sin conciliaciones, peleando
por un lugar. Son en el mismo día tanto autónomos e independientes, sin
querer ni precisar nada de nadie, como absolutamente dependientes y
necesitados de un apoyo y consejo excesivo. Al encontrarse en el punto medio
entre el hielo y el fuego, pueden presentar manifestaciones emocionales tan
altamente expresadas, como gélidas respuestas que disfrazan su enorme y
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contenida carga afectiva en la cuidadosa y sesuda elección de sus palabras. Los
estados de ánimo pueden fluctuar de un lado al otro, en fugaces trances desde
lo eufórico hasta lo depresivo. Finalmente, esta desintegración de la propia
identidad y estas alternancias en los niveles de la autoestima los hacen más
intranquilos de sus capacidades que sólidos y seguros. En circunstancias
puntuales, todas las cualidades residentes en este espacio parecen ganar en
intensidad, incrementando sus fenómenos en un espiral que aparenta ser
irrefrenable: aquí se entra en una escalada que, de manera pasajera, sabe
modificar la forma global de la personalidad, llegando en ocasiones a grados
llamativos de desorganización. Bajo este denso manto de desconcierto las
desbordadas emociones se confunden y aturden al individuo que, preso de este
trance de perturbación, no puede discriminar entre sus propias sensaciones y
las contingencias externas, entre las valoraciones internas y los juicios
foráneos. La capacidad de abstracción y juicio parece debilitarse dejando sitio a
un nivel más concreto que imposibilita una visión panorámica de la experiencia
y la posibilidad de arrinconar los problemas puntuales. Así, vestido de violeta
saturado, sometido y azorado por el capricho de sus desenfrenadas emociones
y sus inconsecuentes pensamientos, por momentos disparatados y hasta
absurdos, la contradictoria e incoherente amalgama de vehementes cualidades
cálidas y frías es una condena transitoria que dificulta una conveniente
adaptación. En cambio, la insondable sensación de pérdida de control deja
lugar a una mayor participación de la razón cuando, por propias aptitudes o por
el solo paso del tiempo, lo excesivo de sus anárquicas emociones se disuelve y
permite al sistema hallar una explicación suficiente de su experiencia. La
inestabilidad se va perdiendo a medida que el violeta se diluye al caminar por el
perímetro de la medialuna, encontrando mayor equilibrio y definiendo con un
poco más de precisión su tendencia fría o cálida, de acuerdo a la elección del
sendero que lo guía al azul verdoso o al rojo anaranjado respectivamente.
A su vez, tanto los oscuros como los luminosos podrán ser valorados como
positivos o negativos por el tercer quiebre (imagen 12), el del eje en cruz,
adquiriendo detalles dispares.
El tercer meridiano (imagen 10), por su lado, separa también propiedades
disímiles; así, los colores positivos o activos tendrán particulares diferencias con
sus pares del otro lado de la rueda, los negativos o pasivos. A diferencia de los
demás cortes, esta distinción creada por Johann Goethe, que va del centro del
círculo al rojo y al azul, suma en mi propuesta otras características. Si
continuamos la línea que une el rojo con el centro (como un radio del círculo)
hasta el verde, entonces quedará plasmada una recta que cruza de lado a lado
la rueda transformando la noción geométrica de radio en diámetro. Otro eje
perpendicular al primero unirá dos puntos distantes entre sí, el azul con el
naranja, una secante que muestra en la cruz resultante cuatro ángulos, dos
agudos y dos obtusos. Como anticipara en párrafos anteriores, puede notarse
que los sectores definidos son una imagen reflejada de un espejo que une
ilusoriamente el rojo anaranjado con el azul verdoso. Esta adición de mi autoría,
pidiendo disculpas a la falta que origina en la teoría de los colores del famoso
pensador alemán, tiene solamente una intención práctica que facilita la
comprensión y mayor precisión de la descripción cromática de la personalidad.
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Ensayaré una explicación que aclare esta transitoria confusión. Goethe ofreció
esta «V» imaginaria para separar las gamas positiva o activa de la negativa o
pasiva, sentenciando los atributos ya señalados para cada una de ellas. Tras el
trazado de esta figura, invito a repetirla del lado opuesto, con un vértice
clavado nuevamente en el centro. El resultado es el de una cruz que abre la
rueda en cuatro porciones dispares, dos grandes y dos chicas.
Este meridiano debe proyectarse sólo una vez que los dos primeros hayan sido
ya bosquejados en la rueda. De acuerdo a la suma de los dos primeros ejes,
una persona va a ser ubicada en un cuarto de la rueda, entre las coordenadas
que separan estos dos carriles. Hasta aquí las posibilidades son solamente
cuatro, de acuerdo a las gamas elegidas: cálidos y luminosos, cálidos y oscuros,
fríos y luminosos o fríos y oscuros. Ahora es tiempo de trazar la tercera línea y
ubicar la personalidad en los dos sectores remanentes dentro del cuarto ya
elegido. Este corte en cruz abre cada uno de los cuartos que generan los dos
primeros meridianos en dos terrenos que permiten mayor precisión de las
cualidades hasta entonces elegidas. Así, esta doble frontera separa cuatro
espacios, que se reducen en dos en función de las características que
describen, de acuerdo al sentimiento de valía personal, de autoestima y
confianza en sí mismo, enlazados finalmente con los conceptos de
autodirección, autotrascendencia (que modelan el carácter según Cloninger) y
persistencia (relativo al temperamento, de acuerdo a los escritos del
norteamericano). En esta partición se homologan también las polaridades activa
y pasiva de Millon (2001), una de cada lado, uno de los tres grandes aspectos
que permiten, de acuerdo a sus escritos, el análisis de los distintos tipos de
personalidad.
Por el lado de los negativos o pasivos están entonces las personas que tienen
bajos estos sentidos, con mayor inclinación a la dependencia de otros, a la
búsqueda de apoyo y toma de decisiones en otros de supuestas mayores
capacidades. Pierden en autonomía e independencia y se sienten más inseguros
y vulnerables que el resto. A la vez suelen ser más inconstantes y abandonan
sus emprendimientos precozmente, al no confiar en su sentido de
autodirección. Les resulta más difícil enfocar la atención y delimitar los
problemas presentes con la mira puesta en hallar una resolución, lo que señala
un estilo atencional difuso. Coincidente con lo último mencionado, suelen
recostarse en orientaciones temporales que viajan al pasado, donde residen
preocupaciones y reproches por lo no vivido o aprendido, mientras que les es
más difícil sopesar el presente y prever las consecuencias futuras del actual
comportamiento. Puede notarse también que de su sector se van
desprendiendo solapadamente emociones más aciagas, desfavorables o
desafortunadas, esto referido solamente en el sentido en que son percibidas
internamente, como ajenas al placer, pero de ninguna manera inútiles,
perjudiciales o nefastas; ni mejores ni peores, aclaro. Así, tanto los cálidos
como los fríos de la gama oscura, pueden presentar en su inseguridad,
inestabilidad y falta de confianza, oscilaciones del sentido de sí mismo que
llevan a la ocasional emergencia de sentimientos más cercanos a la inutilidad,
culpa, falta de valor, autodesprecio y disposiciones depresivas. Pero, como en
las otras especificaciones, todo y nada, siempre y nunca, son calificativos
prohibidos. Lo negativo de una gama fluctúa de acuerdo a un rango de
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
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posibilidades más o menos intensas de cada atributo señalado, por ejemplo, de
confiado a crédulo y compasivo, de afable a condescendiente, de cooperador y
solícito a indulgente y devoto, de dócil a servil, o de dubitativo a indefenso,
atemperando o exagerando el mote de la cualidad en función de una menor o
mayor percepción de necesidad y dependencia de un otro fuerte y capaz. Es
posible que con incrementada frecuencia las magnitudes más exorbitadas de
cada una de las condiciones aquí detalladas se reconozcan del lado de los
oscuros del segundo corte.
En general, estos estados suelen ser más breves y superficiales en la medialuna
luminosa (separada por el segundo eje) que los manifestados en las gamas
oscuras, al encontrarse sus tendencias siempre más cercanas a la nivelación del
equilibrado amarillo. Esta precisión hacia los tonos negativos que presta el
tercer eje, acentúa entonces estos caracteres cuando se traten de
personalidades dentro de la gama de los oscuros, sean cálidos o fríos,
potenciándose y coronándose en inclinaciones hielo o fuego un profundo
desequilibrio que empuja el sistema a la desorganización.
Por el otro lado, los matices más positivos o activos pintan a las personas que
son más seguras de sí mismas, con mayor autoestima y confianza en sus
capacidades. Son en general individuos más independientes, emprendedores,
competitivos y con tendencia a la búsqueda de dominancia. Como fuera
apuntado anteriormente, también en esta delimitación existe un rango que se
balancea entre importes leves, moderados y excesivos. Así, de seguro y
confiado puede virarse hacia arrogante y rígidamente autónomo, de competitivo
a ambicioso, de crítico hasta rivalizante y desdeñoso, o de dominante a
controlador y dictatorial. En líneas generales, pero no de manera uniforme e
inequívoca, abundantes cuantías de los elementos en este sector apreciados
suelen estar más presentes en los cortes oscuros, mientras en los luminosos las
dosis de estas cualidades suelen ser más leves y mesurados.
De este lado del corte son más frecuentes las emociones de carga positiva
como la satisfacción y la plenitud, sostenidas en la posibilidad de perpetuar la
voluntad y la constancia. Es por estas cualidades que su estilo atencional es
focalizado, sin presentar dificultades para concentrarse en un problema y su
posible resolución, y su orientación temporal no suele demorarse en rumiar
sobre el pasado sino que coteja las contingencias presentes con los objetivos
futuros. Son personas persistentes en sus tareas y fines, afirmados en una
sólida constancia construida sobre su seguridad y confianza en sí mismos. En
ocasiones, esta tendencia también puede perder el equilibrio. Aún así, está
claro a esta altura que de ambos lados de la línea que divide se pueden
encontrar emociones y estados similares; lo que cambia es fundamentalmente
la proporción en la que hacen su aparición en el escenario de la experiencia.
Refuerzo algunos puntos más de este complejo meridiano en cruz. En la
división que marca el segundo meridiano (imagen 12), la que señala las gamas de
colores luminosos y oscuros, hay una distinción importante de destacar: en el
abanico de los luminosos existe una proporción dominante de matices positivos
con respecto a los negativos del tercer cruce. Esto se corresponde con una
mayor probabilidad de presentar las cualidades señaladas del lado de las
positivas del tercer eje en los espectros luminosos de la personalidad, sumando
cuatro porciones de las seis que propone esta mitad de la rueda, y dejando
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solamente dos fracciones negativas. Por el contrario, en aquellos inestables del
lado oscuro de la rueda cromática, de acuerdo a la segunda dimensión
presentada, la chance de ubicar las disposiciones de la rama negativa del eje de
Goethe es mayor a su par opuesta. De este modo, cuatro lotes negativos
dominan la estadística contra los dos positivos que admite la medialuna de los
oscuros.
Con respecto a la división trazada por el primer meridiano, la sumatoria de los
segmentos positivos es igual a la de los negativos, pero con una distribución
despareja a lo largo de su superficie que concentra las cualidades negativas o
pasivas tras los márgenes del rojo y del azul, en el recorrido que parte desde el
amarillo contorneando hacia uno y otro lado. Dicho de otra manera, alrededor
del violeta se condensan preferentemente las constituciones más negativas o
pasivas.
LAS CUALIDADES DE LOS COLORES PRIMARIOS
De acuerdo a la Teoría Tradicional del Color, como ya he expuesto, existen tres
colores fundamentales a partir de los cuales pueden formarse los restantes
tintes encontrados en la naturaleza. En este punto haré referencia en forma
exclusiva a la primera cualidad del color, a aquella que lo define como tal: el
matiz o tinte. No existe la posibilidad de concebir una personalidad formada con
uno solo de estos primarios, ya que, en más o en menos, una carga de cada
color es siempre obligada. Si la proporción de azul (cerebralidad) es muchísimo
mayor a la del rojo y el amarillo, entonces puede ser aparente para el
observador una gama monocromática como la del período azul de Picasso, que
no dejaba de tener otros tonos logrados a partir de la mezcla con los otros
primarios. También hemos visto que los detalles de estos otros distintos al tono
dominante resaltan aún más su presencia. Mucho rojo (visceralidad) en la
composición de un cuadro genera, en cambio, una sensación cualitativamente
distinta, con destellos de mayor intensidad en la medida en que otros tonos
refresquen su presencia y dominio en la mezcla. El amarillo (equilibrio), por su
lado, es el que se encuentra en el medio de ambos, separado de ellos de
manera equidistante. Es el elegido en mi descripción cromática de la
personalidad como aquel que también se encuentra en su cualidad en un punto
de contrapeso, de ecuanimidad.
Haciendo de las dos líneas que unen el centro del círculo con el rojo y con el
azul, una barrera impermeable, entonces la única vía que permite la conexión
del rojo con el azul es a través del amarillo (imagen 13). Disfrazado de mediador,
será el punto en el que la cantidad de los otros primarios es templada y
balanceada. En la medida en que el amarillo se abra camino hacia uno u otro
lado, su carga de rojo o azul se hará más significativa, virando hacia el naranja
y el verde respectivamente, para llegar finalmente a tintes más saturados de los
primarios que conforman los otros vértices. El viaje virtualmente interrumpido
desde el rojo hasta el azul encuentra en esta teoría una fusión de ambos
matices en forma desordenada, no como un tono homogéneo y continuo sino
como una apariencia lograda solamente por la visión a la distancia, como si
fueran píxeles que en la medida en que se acerca el ojo pueden diferenciarse
Descripción cromática de la personalidad. Lucas Raspall.
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mejor en secuencias de rojo y azul alternados; hielo y fuego conviven y se
turnan entre sí sin ligarse. En realidad, todos los colores que pierden la pureza
del primario serán compuestos de este modo, pero a fines prácticos de la
descripción de la personalidad, y ya no de la teoría del color, la intención es
señalar este efecto de heterogeneidad en aquella recta trazada solamente entre
el rojo y el azul, y no en aquellas sostenidas entre el rojo y el amarillo, y entre
éste y el azul.
El rojo es el nombre de la visceralidad y el fuego (imagen 14). Su color enciende
al máximo los atributos distinguidos en la gama de los cálidos, incinerando con
sus ardientes cualidades los papeles de los restantes elementos de la paleta.
Cuando su saturación y pureza lo definen con total nitidez, entonces su tinte
visceral domina el estilo en la gran mayoría de las circunstancias, perturbando
con seguridad otras alternativas de afrontamiento de las situaciones. Cuanto
más se acercan los colores al fuego, más se queman con estas propiedades de
cargada intensidad. El rojo está lleno de amor y pasión, así como de ira,
agresión y guerra. El humo de sus brasas funde estos elementos y los presenta
de manera alterna en períodos de tiempo indeterminables, tan breves como
una fusa o tan largos como las todas las composiciones de Mozart juntas. En la
hoguera del fuego reside una fuente de incansable fuerza, acción y agitación,
siempre encendida por ese peón de la impulsividad, pieza rebelde remota al
relegado cerebral tablero de ajedrez. La reflexión raramente sofoca su
inacabable y ambiciosa llama, así como suele ser baja la predisposición para las
tareas solitarias o intereses intelectuales. El rojo como color, y el fuego como
cualidad, roban la atención y no tardan en dominar la escena, pero con
frecuencia y sin demora suelen agotar con su exaltada potencia a todo
observador, que pasará de ser objeto de amor de su pasión al blanco de su
cólera.
Su opuesto no es el azul, bandera del hielo en este estudio de la personalidad,
sino el verde, aquel que le es complementario en la rueda cromática de
Chevreul. Esto puede ser entendido ya que el azul le es semejante en cuanto a
la intensidad y pureza de sus atributos. Y es quizás esta característica una de
las más importantes a la hora de definir una cualidad de color primario, sea
ésta fuego/visceralidad (rojo), hielo/cerebralidad (azul) o equilibrio/estabilidad
(amarillo). Como he intentado señalar, el amor y el odio se funden en el fuego,
por lo que su luz no se hace antitética en la calidad del sentimiento sino en la
intensidad de la emoción, y en la menor participación del juicio en su pigmento.
El verde, como hemos ya repasado, es un color de mayor equilibrio y armonía
por su situación transicional en el espectro de los colores vinculados a la
emoción y al juicio, pero su mayor proximidad en la rueda cromática con el azul
lo acerca a las nociones de razón, lógica y realidad. El ruso Kandinsky no
dudaba en señalarlo como una esencia energética estructurada y organizada.
Es vinculado directamente a la naturaleza, a la humedad y al aire libre; es
fresco y reconfortante. Pero de acuerdo a la composición, y en situaciones
particulares, este color puede sugerir también angustia y ansiedad, sobre todo
cuando su tinte se inclina más hacia el lado de los oscuros del tercer meridiano.
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El azul nomina a la cerebralidad y al hielo; es, como ya hemos revisado en la
Teoría Tradicional del Color, el más frío e inmaterial de los colores. Simboliza
cualidades cercanas a la serenidad, la paciencia y la frialdad. En su costado más
frío parece vincularse con sensaciones de pasividad, anestesia emocional,
frigidez y vacío. Su gélido efluvio parece congelar la posibilidad de disfrute con
los otros, creando un mundo volcado hacia el interior. Introvertido y tímido,
representa una forma de personalidad centrípeta que poco manifiesta hacia
fuera, reservando con recelo sus profundas emociones, siempre calladas y
atenuadas en su reflejo social. Estos atributos lo acercan con firmeza a la
cualidad de cerebralidad, recostándose con claridad sus preferencias en
actividades individuales y preferentemente intelectuales. Si bien aparenta
tranquilidad, su calma es muy distinta a la del verde, más relacionada con la
falta de sinceridad en la exposición de sus afectos, o en un aplanamiento
aparente, que con un sosiego real.
Su complementario es el naranja, color opuesto en la escala cromática.
Resultado de la mezcla de amarillo y rojo, tiene cualidades atenuadas de estos
dos: es tan dueño de una dosis de mesura como de una cuota de pasión,
ambos atributos opuestos al hielo. Puede indicar informalidad, visceralidad y
sociabilidad, de fuerza centrífuga. Su expansividad se diferencia notablemente
de lo centrípeto y retraído del hielo, aunque también separado de la notable
exaltación del pasional rojo. Del mismo modo, a pesar de no llegar a la
extraordinaria intensidad del fuego, puede crear una impresión impulsiva por su
espontaneidad. Del mismo modo que en la díada rojo-verde como
complementarios, el naranja sabe distinguirse como antagónico del hielo más
por su ligereza que por las cualidades de su dominio.
El amarillo pinta las cualidades de equilibrio y estabilidad. Este color es asociado
frecuentemente con la inteligencia, la imaginación y la creatividad; en función
de los atributos de la personalidad, esta inteligencia, tanto emocional como
estrictamente intelectual, permite mayor flexibilidad y equilibrio entre las
polaridades del fuego y del hielo. Sugiere estímulo, entusiasmo, acción, ingenio,
voluntad y constancia para trazar objetivos y consolidar los proyectos. Su
posición entre los otros dos colores primarios simboliza la independencia de sus
excesos, dominándolos con su sentido de equilibrio y manteniéndolos en las
proporciones necesarias para generar comodidad y bienestar. Su tendencia es
hacia la superficialidad y la falta de intensidad, contrapeso que lo aleja de la
profundidad y exceso del fuego y del hielo, pero que a la vez le impide saborear
la vehemente pasión de sus frutos. Sabe leer el peligro y responder con
creatividad y delicadeza.
Su color complementario en la rueda cromática, aquel que más contrasta con
su tinte, es el violeta, resultado de la mezcla de rojo y azul. El violeta está lleno
de excesos, oscilaciones y perturbación. Independientemente de la forma de los
atributos que componen su naturaleza, su resultado es siempre exagerado y
desorganizado. Es generalmente asociado, del lado de los azules, con profunda
tristeza, melancolía, aflicción y hasta martirio, desorganizando la experiencia en
su punto más antagónico con el amarillo. Señalado como de débil vitalidad y
conformismo, el violeta confunde el autocontrol y la temperancia con la
pasividad y la sumisión, alejándose siempre del equilibrio. Este color esconde
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también un lado enigmático y místico, donde la fantasía se pierde en los
estados del sueño para acercarse a las pesadillas y a la locura. Asimilado
muchas veces con el engaño, este matiz, cuando se acerca al rojo parece
evocar cierta (falsa) tranquilidad, disimulando la frivolidad, la deslealtad, la
artificialidad y el implícito severo egoísmo de su inestimable e inocultable
pasión. Cuando llega a instancias de verdadera desesperación, su rigidez y falta
de creatividad lo sumergen en un desorden y desequilibrio que lo hacen sentir
miserable.
Finalmente, el punto neto de cada cualidad en su estado puro es una utopía
que presta su letra a esta teoría descriptiva, pero, a fines prácticos, es
conveniente considerar siempre los intermedios. Estos colores, que no serán
más precisados por dificultades técnicas que exceden las intenciones de esta
propuesta (denominados anteponiendo el color primario y seguido por el
secundario adyacente: rojo-naranja, por ejemplo), son dueños de cualidades
cercanas a los contiguos, con elementos propios pero siempre coherentes con
sus colindantes. La franja que se dispone alrededor del rojo, y con tendencia
hacia el naranja, contiene a los viscerales. La banda que rodea al azul, volcada
fundamentalmente hacia el verde, a los cerebrales. En torno al amarillo domina
el equilibrio, de igual manera hacia uno u otro lado. El espacio pendiente entre
el rojo y el azul, involucra cualidades de ambos confundidas en un clima de
mayor desorganización, inestabilidad y desequilibrio.
OTROS ATRIBUTOS DEL COLOR: TONO Y SATURACIÓN
- Los cambios del tono o valor
La cantidad de luz u oscuridad, esa segunda cualidad de un color que es
convenida por la carga de blanco o negro y su proporción, permite distinguir el
color o gama elegida como claro, medio u oscuro. Su posición en la escala
blanco-(gris)-negro mostrará respectivamente valores más altos o más bajos de
acuerdo al grado de reflexión de la luz: de este modo un tono claro,
independientemente del matiz o color, reflejará más la luz que uno oscuro, que
parecerá absorverla.
Llevado al campo de estudio de este ensayo, el tono o valor de una gama tiene
relación con esa dimensión que Hans Eysenck proponía como psicoticismo, con
puntos en común con la esquizotaxia que fuera inicialmente presentada por
Meehl, en la década del ´60. Este concepto, referido en su origen como un
defecto integrativo neural, fue ulteriormente utilizado para describir la labilidad
premórbida que se encuentra en la base de la esquizofrenia. Algunos de los
elementos que pretendo señalar en las variaciones del tono subyacen a esta
condición de peculiaridad, continuidad entre el comportamiento normal y el
psicótico, considerando también la conducta psicopática.
En esta descripción, el mayor valor de un color o claridad, considera un bajo
nivel de esta dimensión, mientras que un menor valor, menor claridad o mayor
oscuridad, relfexionará sobre mayores condiciones de psicoticismo. Así, un alto
valor (más carga de blanco) tiene mayor grado de reflexión de la luz (en la
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teoría de los colores) y de la realidad (en la descripción de la personalidad).
Cuanto más negro se aporte a la mezcla, desvinculado esto de esa primera
cualidad del color que hace referencia al tinte, será creciente la participación de
las cualidades asignadas a esta medida, que tienen como cara visible una
interpretación cuanto menos muy particular de la realidad y, por momentos,
hasta extravagante.
Sin más demoras, intentaré describir los contornos de este atributo de
peculiaridad, que hacen referencia, cuando se encuentran en un alto nivel,
fundamentalmente a una irregular apreciación de la realidad (tomada aquí sin
paréntesis, para ilustrar mejor la condición) y una llamativa
interpretación/explicación de las contingencias internas y externas. También
aluden al descontrol de los impulsos, la falta de empatía, lo inconmovible, la
agresividad, la conducta antisocial, un incierto grado de inadecuidad en la
expresión de las emociones y los afectos, el defecto en la esfera volitiva y la
constancia, la despreocupación por el sentido común y las convenciones, lo
excéntrico, peculiar y desconcertante. La menor fluidez en las relaciones
interpersonales y su confeso desinterés, la escasa competencia social y la
tendencia al aislamiento contribuyen a la observación de la rareza de este
modo, que de ninguna manera se presenta como un camino obligado hacia la
psicopatía o la psicosis (ni mucho menos), sino que comparte con ellos más o
menos características descriptivas. Como fuera señalado ya en nutridas
ocasiones, la adición de azabache no se mide con la vara de todo o nada,
siempre o nunca; de esta manera, la reserva puede girar hacia la
desvinculación y la evitación de las personas, como la inhibición y retracción
puede mutar en insensibilidad. A medida que el tinte negruzco incrementa su
dosis, también el perfil antagonista gira hacia rencoroso y hostil, del mismo
modo que la desconfianza se transforma en suspicacia, resentimiento y
paranoia. Este rasgo puede entenderse en parte como un bajo sentido de
cooperación, como lo propusiera Cloninger (una de las tres dimensiones que
definen el carácter), reflejando un particular modo de adaptación interpersonal
que parece ubicar al sí mismo como una parte ajena a la sociedad,
desconociendo o indiferentemente descuidando cualidades como la tolerancia,
el altruismo, la empatía y la caridad.
De este modo, la adición de color negro a la gama elegida en el círculo
cromático sugiere un mayor grado de peculiaridad, de confusa o desacertada
impresión de la realidad (en un criterio estadístico de esta noción), de
desinterés por alcanzar un relativo consenso con los demás en los modos de
sentir su experiencia o de explicarla. La suma de blanco vale ser considerada en
esta teoría como la carencia de negro, y no en sí mismo como un color. Esta
condición, por el contrario, evidencia una tendencia a la normalidad, a la falta
de las características mencionadas con anterioridad.
Este gesto dice sin dudas mucho de la personalidad, y su guiño no es menor a
la hora del análisis de los modos con que una persona se relaciona consigo
mismo, con los demás y con el entorno que crea y en el que vive. Es factible
que esta modalidad sea tan constante como el resto de las características hasta
aquí descritas, pensada como una noción de rasgo, pero también puede ser
que tenga que ver con formas de funcionamiento puntuales y transitorias en la
biografía de un individuo, destacadas aquí bajo el manto de estado. En esos
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lapsos, reversibles y discontinuos, las propiedades apuntadas en otros cortes
pueden realizar un giro cuando se añade negro a la mezcla. En esta instancia, a
diferencia de lo apreciado en las cualidades cerebralidad, visceralidad y
ecuanimidad, la elección del tono tendrá mucho que ver con el corte transversal
en la historia, considerando oportunamente las circunstancias que se están
sucediendo en esos momentos del reloj de arena.
- Los cambios de la saturación o intensidad
Creo haber ya anticipado alguna de las notas que ahora intentaré pormenorizar.
Esta cualidad, definida como la tercera en lo que hace a la descripción del color,
suma un detallista capricho de esta particular forma de desmenuzamiento de la
personalidad. Una gran pureza de color está definida por un potencial cromático
completo e inalterado. Es mayor la intensidad de un matiz en la medida en que
éste sea menos ensuciado o mezclado con otros, aunque sea esto tan difícil de
detectar en la naturaleza como en una persona. Quiero decir, es poco frecuente
distinguir un color notablemente puro en la mezcla de una personalidad, lo que
estaría indicando de alguna manera un clarísimo predominio de un carril
preciso, dueño de una emoción, un surco ideico y un comportamiento
determinados. Esta pétrea supremacía corresponde al par antitético de la
flexibilidad (y por ende al de salud), por lo que, en su casi excluyente
participación, comporta una alarma o hasta un indicador de impedimento al
restar elasticidad y alternativas a los modos de funcionamiento. Y si bien es
absolutamente imposible una descripción en función de un solo matiz puro e
inalterado, es útil la reflexión a la hora de la lectura de una organización que
parece ser gobernada casi de manera autárquica por un cargado pigmento
único. En cambio, la menor saturación de un color entiende proporciones más
equitativas de colores diversos en la mezcla de la personalidad, involucrando
modos y esquemas de funcionamiento dispares, más abiertos y flexibles.
LOS ESQUEMAS DE PROCESAMIENTO BUSCAN SU MATIZ
Ya se ha explicado el modo de elección del sector de la rueda cromática que
mejor parezca describir una personalidad determinada, en base a la
consideración de los meridianos. A partir de aquí, ya se pueden reconocer
algunas cualidades combinadas en los aspectos de la paleta como cálidos o
fríos (allegados a la disímil cuota de extraversión/intraversión), claros u oscuros
(concernientes al grado de equilibrio y armoniosidad de sus componentes) y
positivos o negativos (relativos al sentimiento de valía personal, de autoestima,
de confianza en sí mismo, de autodirección y de persistencia). Pero así como
una sola flor es dueña de un interminable juego de colores y luces, la
personalidad no lo es menos. Luego de haber elegido uno de los sectores de la
rueda cromática, otras características del color serán entonces sopesadas para
ajustar un poco más la observación: el tono o valor de la gama perfilada
apreciará el valor de peculiaridad (término ligado al psicoticismo de Eysenck),
mientras que la saturación se limitará a reparar en la pureza del color y al
eventual predominio de un pigmento que pretenda excluir a los otros de la
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paleta (patente de los dispositivos adictivos). Arrimada de este modo la mirada
a una personalidad, quedan aún muchos elementos por definir.
Hasta aquí, y aunque no haga falta precisarlo, el desarrollo volcado hace
únicamente a una descripción estática de la personalidad. Este inventario de
características y elementos no da cuenta de lo explicativo, de lo relativo a los
motivos de su particular detalle. Como sucede con la mayoría de los abordajes
de la personalidad como objeto de estudio, los modos de gestación de esta
organización no son considerados, pero existen excepciones. Quizás pueda
enumerar solamente unas pocas teorías de la personalidad que, con coherencia
intrínseca, intentan explicar cómo es que se llega a conformar una disposición
determinada: el psicoanálisis, aunque con el tiempo me haya distanciado de
algunas de sus explicaciones, y el posracionalismo, enfoque con el cual me
siento actualmente más ligado, son dos de mis preferidas. De un modo distinto,
el modelo eysenckiano, por su parte, intenta dar explicaciones desde un punto
de vista biologicista, pero su réplica se parece más a la justificación de un
cuadro que a una interpretación de los motivos por los cuales se generó. Sus
disímiles lenguajes y casi antagónicas epistemologías parecen exigir una suerte
de incompatibilidad, pero, en cambio, resulta exquisita la labor de
compaginación que persigue sus puntos de contacto. A partir de este punto,
algunos de los conceptos presentados comenzarán a explicar el sistema interno
que diagrama la individual configuración de la personalidad, habiendo sujetado
ya los fundamentos de cada diseño en la dinámica vincular temprana.
Los colores primarios y secundarios se presentan como las aristas de un
hexágono que mucho dicen del individuo, cualidades indefinidas que encierran
un claro predominio de determinadas disposiciones, percepciones, emociones,
pensamientos y comportamientos. Todos éstos se fusionan en distintas
combinaciones que hacen al diagramado de los singulares esquemas de
procesamiento. Y cada uno de estos recurrentes esquemas explica la tendencia
a la finalización de dispares situaciones en una misma secuencia determinada,
como si las variables mediadoras (intervinientes) entre el estímulo y la
respuesta ajustaran el contorno del primero (variable independiente) a las
formas del segundo (variable dependiente). Los invito a pensarlo así, aceptando
a priori que la repetición de esa secuencia, de alguna manera, cancela una
necesidad. Y ahora vamos a cuestionar ese «a priori» y a pensarlo con mayor
recato y sensatez.
Un nuevo dato en este recorrido es ahora vital de ser considerado para intentar
acercarse a un criterio más explicativo de la personalidad, aunque sin ninguna
garantía de precisión. La emoción es el núcleo de este punto (aunque de
ninguna manera excluye la participación de las otras esferas referidas), el nexo
entre lo descriptivo y lo explicativo, el corazón de la trampa adictiva y la reina
de la posibilidad de cambio. Y si bien las emociones son entidades
independientes de las diferentes gamas de personalidad y pueden aparecer
indistintamente tanto en una como en otra, existen ciertas recurrencias en el
modo de sentir frente a disímiles situaciones que marcan una tendencia
emocional. También habitan ciertas características propias de cada persona en
el modo de sentir una emoción y de explicarla. De esta manera, podemos notar
que la lectura que una persona hace de sus emociones puede acercarse más a
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una óptica sensorial, racional o de estados corporales, teniendo mayor o menor
conciencia inmediata de su impresión en el alma. Si bien son solamente unas
pocas las emociones descritas como básicas, pasibles de ser contadas con los
dedos de las manos, éstas dan lugar, de acuerdo al cortejo cognitivo que busca
estabilizarlas, a tantas otras, ahora más complejas. Su inicial asalto, desprovisto
de conciente sentido, llevará entonces a una particular lectura que encuentra
en el depósito de la memoria una explicación. Su descripción encierra palabras
que sopesan el exabrupto emocional y lo reducen tendenciosamente a vagas a
exaltaciones del tono afectivo, intelectualizados esclarecimientos o imprecisas
sensaciones corporales, exposiciones que se alejan de la experiencia para
acercarse a la interpretación de la vivencia. Así, en torno a cada una de las
contadas emociones básicas se abre un abanico de posibilidades, con distintos
matices y significados.
Por ejemplo, la rabia es una emoción no desconocida para ningún ser humano,
sea cual fuere su virtual ubicación en la rueda cromática de la personalidad.
Pero su tonalidad varía notablemente: la calidad y claridad de su percepción, la
delimitación de su intensidad, la capacidad de contención de su inmediata
manifestación, la particular explicación de su origen, la concepción de su
naturaleza y su singular tendencia de conducta hacen de ésta una entidad
siempre diferente. No será igual, seguramente, si se percibe como el chispazo
que arranca el irrefrenable motor de la violencia o como un nudo en el
estómago, opuestas condiciones de apreciación de esta emoción. Tampoco se
parecerá si alude en su percepción a una inmerecida agresión a su inmaculada
persona o a un justo agravio a su inútil existencia, esquemas recostados sobre
distintos perfiles de atribución del conflicto. De este modo, son los distintos
estilos de personalidad los que modelan las emociones con un criterio que es
coherente al sentido de su sistema, encontrándose en las explicaciones de la
experiencia las palabras que intentan definir su cualidad e intensidad. Voy a
pormenorizar un poco más esta ilustración, ya que la comprensión de esta
sentencia es decisiva para mantenerse en la senda propuesta en este módulo.
Enfocando ese giro que hace el sentido de atribución interna, la irritación o el
fastidio percibidos bajo el manto de la rabia, serán seguramente explicados en
forma de reproches hacia sí mismo y en sentimientos de culpa que agudizan
aún más su baja autoestima y el desprecio de su persona. Esta modalidad de
afrontamiento internalizante, siempre muy autocrítica e hipervigilante, hallará
justificada entonces la implementación de respuestas autopunitivas, mesuradas
o francamente exageradas, llegando a la contemplación de ideas suicidas. La
inusual obstinación de sus pensamientos, puede así verse respaldada en esa
necesidad de sentir ira hacia sí mismo, buscando constantes humillaciones y
reacciones negativas de las personas que refuercen la calidad de esa
experiencia. En orientaciones de personalidad hacia la atribución externa del
problema, por el contrario, ante la percepción de esta clase de emoción la
escalada puede llegar a una actividad psicomotriz muy incrementada que busca
hacer justicia contra el culpable. Su final comportamiento podrá encontrar a la
silenciosa y calculada venganza en los más cerebrales y fríos de sus
protagonistas, mientras que en los más emocionales e impulsivos podrá
desencadenar una reacción violenta inmediata, un estallido de ira. Tampoco la
conducta reactiva a la percepción de la rabia será igual en todos aquellos que
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se manifiesten hacia afuera: aquellos que encuentren en su exteriorización un
obstáculo en el objetivo de su sendero de autodirección y autotrascendencia
preferirán callarlo, mientras que sujetos más impulsivos y con una lectura más
difusa y débil de la meta no encontrarán en la apagada pasión de la meta una
mordaza. En individuos que utilicen una óptica de estados corporales internos
en la lectura de las emociones será factible notar un persistente dolor de
estómago, que no reconoce en la experiencia la posibilidad de haber padecido
una injusticia. No será entonces admisible en su discurso una descarga hacia
otra persona por la solapada agresión perpetrada ni hacia sí mismo por callar.
Finalmente, puede evidenciarse que, definidos todos sus profundos matices de
una forma más superficial como rabia, en un artilugio artificial y casi arbitrario
del lenguaje, su pigmento será modificado, del mismo modo que su tono y
saturación, de acuerdo a la precisión que la personalidad haga de su potestad.
De esta manera, cada uno de los modos de sentir una emoción, de explicarla y
de organizar un comportamiento en función de su contenido, volcará sus tintes
en la paleta que pinta la personalidad. Y de la misma forma, pero en sentido
inverso, cada gama de personalidad tenderá a generar recursivamente un tipo
predeterminado de emociones que, en busca del inapelable requisito de
afianzar con coherencia y consistencia una trama narrativa, gatillará el inicio de
una secuencia ya conocida. La insistente agitación de este melodrama hará de
determinados esquemas de procesamiento un fiel esclavo que sabrá siempre
responder a las exigencias del sí mismo. Y es este carácter autoorganizante de
la experiencia el carril explicativo de la fundación de un modo de personalidad
como sistema: la realidad va sucediendo de acuerdo a la propia lectura,
observación siempre sesgada por las necesidades de las singulares cualidades
emocionales y racionales de la organización. Así, las escenas que suceden en la
tira de una persona no son simplemente situaciones azarosas e imprevisibles
que se van interponiendo en el correr de la vida, como obstáculos en una
carrera, sino que los actos son programados en forma dinámica en la constante
interacción con los otros actores y con uno mismo. La modalidad de
funcionamiento que permite señalar una personalidad en el cuadrante cálido,
oscuro y negativo, por ejemplo, no es una foto solamente favorecida por un
caprichoso y efímero guión, sino que es generado por un sistema dominado por
la abrasadora cualidad visceral del fuego (rojo), con notas acercadas a la
inconsistencia y falta de integración de la identidad, con tendencia clara a una
dificultad o imposibilidad de encontrar un equilibrio en el sentido de sí,
oscilando
permanentemente
en
sensaciones
de
autodesprecio
y
supravaloración, de inutilidad y eficacia, con enormes trabas a la autodirección
y a la trascendencia en una meta. Sólo con un sistema gobernado por estas
leyes (esquemas preponderantes y dispositivos adictivos) una personalidad
podrá ser pintada en forma perenne con estos tonos, saturados e irreprimibles.
Y estas normas no son diagramadas sino desde los primeros momentos de
ensamblado de la personalidad, en los que estos dictámenes alcanzaban los
objetivos planteados. Cierro con una última distinción: la presencia de
esquemas de procesamiento preponderantes es absolutamente esperable, ya
que su estampa es la que define todo estilo de personalidad. Lo que sucede con
los dispositivos adictivos (esquemas rígidos, irreflexivos, automáticos e
irreprimibles) es que el fin adaptativo de su estatuto, en algún momento de su
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biografía redactado, parece haber caducado, quizás porque han cambiado los
actores de reparto, porque se ha modificado la manera de observarse, porque
se han hecho mucho más complejas las carencias a suspender, porque se ha
reformado el guión, o acaso por todas ellas juntas, calificando hoy la
persistencia de estas herramientas de manejo como inútiles, insuficientes o
aberrantes, pero, en última instancia, siempre maladaptativas.
LOS DISPOSITIVOS JUGANDO EN LA PALETA
La trampa adictiva no es más que una estrategia de procesamiento que, por
alguna razón, se vuelve perniciosa. El dispositivo es una secuencia patológica y
patologizante que camina los mismos pasos que los esquemas apuntados como
normales; solamente es por su forma y resultado cambia su destino nosológico.
Y no es el resultado medido en términos de la conducta emergente su principal
característica, sino su insensata recursividad cuando se lo mira en la línea del
tiempo. Por otro lado, es la inflexibilidad de su talante el corazón de su destino
maladaptativo, rigidez que impide un dócil acomodamiento a las presentes
circunstancias, funcionando de la misma manera casi en forma independiente a
la calidad y cantidad del estímulo. A pesar de sus justos calificativos de
patológico, por cuanto su mecanismo es severo e inquebrantable, y
patologizante, por su capacidad de generar un daño que excede su espacio, la
trampa adictiva es finalmente un mecanismo que persigue el objetivo mismo de
todo esquema preponderante de la personalidad: la adaptación.
Dentro de cada uno de los espacios señalados por los ficticios meridianos, ejes
que arbitrariamente intentan señalar imposibles puntos de corte, podemos
ubicar un puñado de dispositivos adictivos gatillo que generan ante un estímulo
determinando una explosión y un inevitable corrimiento, torciendo
inexorablemente sus tendencias hacia un lugar ya conocido y transitado. Cada
uno de estos fusibles es el catalizador de un movimiento de ideas, emociones y
comportamientos, de final traducción interpersonal, intrapsíquica y biológica.
Como se ha remarcado ya con los esquemas de procesamiento de tipo
normales, los dispositivos adictivos advierten en las emociones un lugar de
privilegio, pero también existen indudablemente otros elementos que hacen
más complejo su funcionamiento y comprensión.
El motivo de la génesis de cada particular dispositivo puede hallarse solamente
en la dinámica de las relaciones primarias. Y en este sentido, dado que la
experiencia está atrás en la historia del consultante, este encuentro es siempre
un trabajo de exploración, observación, interpretación y redimensionamiento de
lo sucedido. Originada y modelada por las singulares vivencias del individuo, la
trampa adictiva, cuando ésta puede ser identificada, puede ser ahora
visualizada en su modo de funcionamiento. Intentaré entonces graficar
tibiamente su recorrido en la rueda cromática, plasmando su obstinado fin de
conservar la gama alcanzada, confundiendo con su inflexible metodología la
atención y percepción, los matices emocionales, los contenidos de pensamiento
y los ulteriores comportamientos.
Cada meridiano es, como hemos visto, un eje que separa dos polos opuestos
de un continuo con un sentido determinado. Al mismo tiempo, otro eje
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imaginario se ubica en este plano bidimensional cortándolo y generando una
separación en el área cruzada. A partir de un núcleo común, el centro de la
rueda, parecen así abrirse diversos meridianos que, a pesar de mostrarse como
ejes
independientes,
terminan
siendo
siempre
absolutamente
interdependientes. En ese punto de intersección se encuentra la caja negra que
los conductistas se propusieron no considerar, esa que por primera vez el
psicoanálisis abrió de par en par. La psicología de la conducta, en sublevación
al flamante modelo freudiano, negó la importancia de la subjetividad y,
retirándole todo rigor científico, con ironía relegó su potestad a los magos. En
abierto disenso a la psicología de la conducta que buscaba imponerse desde la
década del ´20, de la que él se desprendía, Eduard Tolman consideraba que el
propósito revestía un aspecto objetivo de la conducta, y dio curso a la distinción
de las variables intervinientes entre el estímulo y la respuesta. En última
instancia, toda escuela, y cada observador en particular, que se animó a mirar
el interior de la caja negra notó una cosa incuestionable: su lenguaje no era
claro. Ciencia o no, el análisis de su contenido es, a mi criterio, indispensable,
pero es cierto que los afectos, emociones, ideas, recuerdos y experiencias no
hablan un idioma despejado, por lo que el trabajo de quien busque indagar su
tesoro consistirá en una suerte de interpretador de jeroglíficos, y nunca más
que eso. En uno de sus incandescentes destellos, yo creí ver una trampa
adictiva, como si fuera un torpe mecanismo recurrente... (Freud había visto ya
algo similar, y él era sin dudas mucho menos miope que yo).
Como si se tratara de un nivelador de burbuja de aire (artefacto utilizado
comúnmente en albañilería), en la esencia de esta caja negra imaginaria viajan
de una punta a la otra estas escasas burbujas que parecen señalar una
ubicación al modo de coordenadas. En las infinitas combinaciones posibles de
movimiento en el espacio, las burbujas van adoptando posiciones determinadas
en cada uno de los ejes trazados, dibujando su perfil y preferente destino en el
mapa de la personalidad que esboza el círculo cromático. Un disparo será
generado por una situación externa, un estímulo cualquiera, en ese indefinido
núcleo central de donde parten las ramificaciones que llevan el nombre de los
meridianos. Y si bien la particular circunstancia existe en sí misma, nada
significa si no encuentra quien le dé un significado, falta que reluce en la
simplista óptica conductista. A partir de esta inflexión la situación ya pierde
toda posibilidad de objetividad para empantanarse en el terreno de la
subjetividad de quien la lee, procesador ubicado en un lugar preferencial del
núcleo. La interpretación de este estímulo, con toda la puesta en marcha que
esto supone, generará desde leves e imperceptibles movimientos hasta grandes
sacudidas que llevarán la nunca calma agua de este artefacto y sus
dimensiones a tendenciosas oscilaciones de las burbujas que la navegan. Bien
puede ser que este navío se desplace casi sin poder ser detectado, como
también puede darse que inicie un más o menos veloz viaje entre los polos de
su hoja de ruta, escribiendo a puño y letra en su bitácora las propias
explicaciones de su nuevo destino. Por supuesto, tras el desencadenante, la
cara de esta situación ya no será la misma; sus facciones habrán tomado los
rasgos propios de la estación en la que sus burbujas se encuentren.
La noción de trampa adictiva enseña que, por más diversos que puedan parecer
los estímulos desencadenantes, un modo de lectura, interpretación y posterior
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respuesta será claramente predominante, en forma más o menos independiente
del disparador, ya que se trata de un engranaje, de un mecanismo, y no de una
respuesta particular. Y si bien esta cualidad propia de todo esquema de
procesamiento es la que define la estabilidad de la personalidad, en estos casos
su particular corrimiento destaca menor flexibilidad, mayor necedad y,
generalmente, menor conciencia de situación, provocando finalmente una
dificultad en la adaptación y una calificación con valencias negativas de la
experiencia vivida. Aquí, el nivelador de burbuja ilustra un momento en que la
caja negra es sacudida y, casi independientemente del tipo de golpe, el
movimiento de la rueda cromática señala un repetido destino para la burbuja,
marcando nuevamente una reiterativa posición en el círculo que dibuja las
gamas de la personalidad. Es entonces el dispositivo adictivo, como una
compleja estrategia de funcionamiento, el fenómeno que recurrentemente
escoge los mismos tonos de paleta, impidiéndole al artista salir de una
determinada gama. Incluso cuando la situación así lo convoque, la posibilidad
de cambio se verá siempre dificultada por su persistente vinculación con los
pocos tonos que integran su estructura, generando interpretaciones y
comportamientos que otorguen consistencia al sentido de sí mismo y
coherencia a su trama narrativa. A mayor obstinación de un esquema, y
alcanzando así la rigidez necesaria que lo califica con el mote de adictivo,
mayor será la recidiva a determinados espacios de la rueda, reduciendo el
abanico de posibilidades (emocionales, de pensamiento y conductuales) a una
cualidad pintada con un saturado color. Pero así como en la vida, en el arte de
la psiquiatría, no hay cuadros (el deslumbrante resultado de la obra acabada: la
personalidad) buenos o malos, pinturas bien o mal hechas, imágenes lindas o
feas... eso dependerá de cada observador: éste sabrá decir si lo que le toca ver
(vivir) se ve (siente) bien o no.
Sin desconocer que en este punto quedan aún muchos puntos confusos, voy a
seguir adelante, ya que en las páginas siguientes estos conceptos serán más
profundamente desarrollados.
BAJO EL MISCROSCOPIO: LAS INFRAESTRUCTURAS
Pudo traslucirse en puntos anteriores que existen estructuras que subyacen al
campo que surcan los meridianos y otras cualidades del color. De este modo,
los lotes separados por el primer meridiano como cálido y frío esconden la
dimensión de extraversión/intraversión del alemán Hans Eysenck. Bajo las
tierras divididas como oscuras o luminosas por el segundo meridiano descansa,
por su lado, la dimensión de neuroticismo. El eje en cruz trazado por el tercer
corte, encubre una infraestructura más imprecisa y de menor anclaje biológico
que las anteriores, relativa a las subjetivas valencias de autoestima y su final
orientación hacia la autodirección y autotrascendencia del norteamericano
Cloninger. El psicoticismo de Eysenck es la infraestructura que pinta con negro
la cualidad de peculiaridad, enterrando en las posibilidades dispares de la carga
de azabache en la mezcla, el cofre del valor o tono.
Los colores cálidos de la inicial división de Oswald, los veo bajo el microscopio
emparentados con los extravertidos de Eysenck. Así, sus pigmentos
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amarillentos, rojizos y tierra muestran al zoom una mayor inhibición cortical
vinculada a una baja activación del sistema activador reticular ascendente
(SARA), resultando su acción en una menor planificación de la respuesta frente
a un estímulo dado. En el polo opuesto, los fríos quedan ligados a los
intravertidos, revelando contrarias evidencias bajo la lente.
Las cualidades tendientes a la desorganización alineadas en los altos niveles de
neuroticismo, por su lado, habitan la gama de los oscuros, dejando paso a los
equilibrados luminosos para los bajos niveles de esta dimensión. Los oscuros de
este campo se traducen biológicamente en un alto tono del componente
simpático del sistema nervioso autónomo (SNA), que se muestra vulnerable a
disparar inusuales descargas ante estímulos leídos desde su subjetividad como
de tensión, preocupación o peligro.
Los señalamientos de Cloninger sobre ciertas propiedades del carácter podrían
barnizar en subidos escalones de autodirección y autotrascendencia a los
positivos o activos de la franja pensada por Goethe, guiados por un alto
sentimiento de valía personal hacia el objetivo señalado por las cualidades de
las otras gamas. Entretanto, sus negativos o pasivos quedarían relegados a
pobres cuotas de estos atributos. A pesar de la posibilidad de entramado con la
facultad de persistencia, asimismo señalada por Cloninger como la cuarta a ser
considerada en el estudio del temperamento, dominio de predisposiciones
estables asociadas a definidos sistemas cerebrales, en este escalón puede
destacarse con claridad una menor traducción en el idioma de la biología y una
baja heredabilidad.
Finalmente, elevadas cuotas de psicoticismo hacen a tonos oscuros, de bajo
valor y absorción de la luz, mientras que pobres niveles de este señalamiento
describen a los tonos claros, de alto valor y reflexión de la luz. Puesta debajo
del microscopio, esta infraestructura muestra en uno de los extremos de su
dimensión el producto de un sistema nervioso central (SNC) que fracasa en el
reflejo de la realidad objetiva, es decir, que se separa de la apreciación regular
de las situaciones (en términos estadísticos de normalidad) y dificulta el
cumplimiento de sus funciones de adaptación al medio. Biológicamente se
trataría de un particular desequilibrio del sistema, manejado por un patrón de
covariación de medidas de arousal incoherente.
Con excepción de la distinción delimitada por el eje en cruz, el resto de las
divisiones encuentra en su infraestructura una explicación en el terreno de las
neurociencias, nociones escritas con la tinta de la biología. Pueden así ser
consideradas como una base que sostiene lo fenomenológico, dueña de
aquellas complejas estrategias llevadas a cabo en el terreno de las moléculas,
células, sistemas y demás. Su invisible trabajo culmina en singulares formas de
percepción de las experiencias y conductas abiertas que permiten al observador
aglomerar fenómenos para llegar a una descripción de la personalidad,
construcción teórica necesaria para ordenar nuestro accionar.
De
este
modo,
enmarañados
circuitos
neurológicos,
caprichosos
neurotransmisores y eléctricos impulsos que pretenden despolarizaciones e
hiperpolarizaciones servirán como sustrato biológico-científico, de acuerdo al
trabajo de los autores que pertinentemente sean señalados, a las gamas que la
pintura presta para este desarrollo. Pero como sus intenciones exceden la
somera presentación que en este capítulo me propuse, dejaré pendiente para la
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segunda parte del libro su profundización. Eso sí, una reflexión es a estas
alturas inevitable. El bagaje de miles de años de aprendizaje que arrastra en
forma codificada el mapa genético implica que esta forma de predestinación
sabe del fin: es en este sentido teleonómica. Y el hecho de que exista un
trazado del camino de antemano, una receta del destino de la morfogénesis es
un dato muy significativo: da por supuesto que existe un objetivo determinado,
un proyecto que debe ser cumplido. En esa dirección corre el modelado de la
personalidad, encajando sus formas con esa meta impuesta; pero las mudas
trazas orgánicas gozan de la siempre variable impronta de las experiencias y de
la posibilidad de cambio.
4- ANEXO: GRÁFICOS
Presento en este último apartado algunos gráficos que, a pesar de su primitivo
y heterogéneo concepto de diseño, soportan lo transmitido en el texto. Este
anexo está aún en proceso en la edición final del libro.
La Teoría Tradicional del Color
Im. 1: la rueda cromática
Im. 2: dominante, tónico y mediador
Im. 3: sustractivo y aditivo
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Im. 4: gamas fría y cálida
Im. 5: gamas luminosa y oscura
Im. 6: gamas negativa y positiva
Im. 7: el espectro luminoso según Goethe
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Personalidad: una compleja mezcla de colores
Im. 8: Gamas de los colores cálidos y fríos
Im. 9: Gama de los colores luminosos y oscuros
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Im. 10: Colores negativos y positivos
Im. 11:Primer y segundo meridiano
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Im. 12: El corte de los ejes en cruz
Im. 13: Las cualidades de los colores primarios
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Im. 14: De acuerdo a los colores primarios
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