4. Fantasmas que rondaron las habitaciones de Shakespeare

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Fantasmas que rondaron
las habitaciones de Shakespeare
1
Prólogo
Fantasma es “la representación de alguna figura que aparece, o en
sueños o por flaqueza de la imaginación, o por arte mágica” (Aut.). Pero a
veces, “permitiéndolo Dios, el demonio suele causar estas visiones
interiormente en la potencia imaginativa y exteriormente tomando cuerpo
fantástico” (Cov.).
El fantasma de Humphrey, el Duque de Gloucester, asusta al Cardenal
Beaufort, que había arruinado su nombre, y perseguido su muerte, hasta
enfermarlo, desquiciarlo y perderlo para el Cielo.
El espíritu de Julio César se aparece dos veces a Bruto, su asesino
principal, para decirle la hora y la manera de su final, y anda por ahí
horrorizando a los demás confabulados hasta arrastrarlos al suicidio.
El fantasma de Banquo es algo travieso, que le quita la silla a Macbeth,
que ha ordenado su muerte, y le mete miedo, capándolo figuradamente.
El fantasma del Viejo Hamlet, en cambio, cansa a su hijo, el príncipe,
para que lo vengue.
Los fantasmas familiares de Póstumo Leonato (el de su padre, el de su
madre, el de sus dos hermanos) descubren en corro su falla trágica, y luego
interceden por él delante de Júpiter.
Por último, el espíritu de Hermíone (pero vive todavía) le sale en
sueños a Antígono para pedirle que abandone a su hijilla en Bohemia, y le dé
el nombre de Perdita.
1
Manuel Palazón Blasco, Juguetes que he fabricado revolviendo en los armarios de Shakespeare.
Valencia, Obrapropia. ISBN 978-84-16048-20-5. Depósito Legal: V-3164-2013.
El fantasma de Humphrey
(En La Segunda Parte de El Rey Enrique VI)
El Cardenal Beaufort, Obispo de Winchester, con otros, buscaba
amenguar a Humphrey, Duque de Gloucester, tío del rey y, por ahora, su
Protector (I, I, 146 – 163; 169 – 170; I, III, 94 – 96; 118 - 137).
A Gloucester lo entristecieron algunos “sueños pesados” (“troublous
dreams”) (I, II, 22):
--Me pareció que esta vara, símbolo de mi oficio en la Corte,
La partían en dos: quién lo hacía, lo he olvidado,
Pero creo que el Cardenal…
(I, II, 25 – 27)
Gloucester y Beaufort riñeron, y se desafiaron esa noche a las espadas,
en la parte oriental del bosquecillo (II, I, 13 - 55). Pero descubrieron a
Eleonor, la mujer del Duque, que adelanta a Lady Macbeth, tratando con
brujos, averiguando “la vida y la muerte del Rey Enrique” (II, I, 158 – 169) y,
aunque Humphrey la desterraba, por eso, de su cama y de su compañía (II, I,
189), ya (su arma despuntada) no acudiría a su duelo (II, I, 170 – 173). Era
“príncipe virtuoso” y “bueno” (II, II, 73). Desterraron a Eleonor a la Isla de
Man, y quitaron a Gloucester el protectorado, aunque el Rey lo amaba aún (II,
III, 9 – 27). Ya no era Gloucester, casi, él mismo, andaba tullido, rengueba sin
el bastón, señal de su honor (II, III, 40 – 43). Sacaron en procesión, descalza,
envuelta en una sábana blanca, con una vela encendida en la mano y papeles
que publicaban sus vergüenzas cosidos a su espalda, a Eleonor. Ésta advirtió a
su marido que Suffolk, y York, y “el impío Beaufort, ese falso sacerdote”, le
cortarían las alas (II, IV).
Acusaron a Gloucester la Reina, Suffolk, el Cardenal, York. El Rey lo
defendió todavía. El Duque sabía que se habían confabulado para acabar con
él, y afirmó que, si su muerte pudiese traer la felicidad a “esta isla”, con gusto
se daría a ella.
--Pero mi muerte es el prólogo de su obra:
Las de otros miles, que no sospechan aún peligro alguno,
No concluirán la tragedia que ellos han armado.
(III, I, 151 – 153)
El Rey se rindió a sus torcidos consejeros. Gloucester sería el
“prisionero” del Cardenal (III, I, 187).
Gloucester: ¡Ah! Así, el Rey Enrique arroja a un lado sus muletas
Antes de que sus piernas tengan la firmeza suficiente para sostener su cuerpo.
Con esto apartan al pastor de tu lado,
Y los lobos gruñen, por ver cuál te devora primero.
¡Ay! ¡Ojalá fueran falsos mis temores! ¡Ay! ¡Ojalá lo fueran!
Porque, mi buen rey Enrique, temo tu caída.
Rey: Señores, siguiendo lo que parezca mejor a vuestras sabias personas,
Haced y deshaced como si Nos estuviésemos aquí.
(III, I, 189 – 196)
Enteraron al Rey del final de su tío, y se desmayó, que lo sentía mucho.
El Cardenal la glosó:
Cardenal: Ha sido el juicio secreto de Dios: anoche soñé
Que el Duque se volvía mudo, y no podía pronunciar palabra alguna.
(III, II, 30 – 31)
La muerte de Gloucester había sido dudosa, y el Rey mandó que la
investigasen (III, II, 121 – 132). Warwick descorrió las cortinas, y descubrió
teatralmente el cadáver del Duque. Examinó su rostro, “negro, hinchado de
sangre”, sus ojos salidos, los de un hombre estrangulado, sus pelos de punta,
sus narices extendidas, los dedos de sus manos rígidos, sus barbas
desaseadas…todo apuntaba a que había sido asesinado (III, II, 148 – 177).
Aquella “tragedia” era “sospechosa” (III, II, 193). El Rey desterró a Suffolk
(III, II, 241 – 287). Con eso hacía “algún servicio al fantasma del Duque
Humphrey” (III, II, 229 – 230).
El Cardenal Beaufort había enfermado repentinamente y estaba “a
punto de muerte”. Boqueaba, se quedaba mirando el vacío, reñía con el aire,
blasfemaba contra Dios y maldecía a los hombres terrenales. “Unas veces
habla como si el fantasma del Duque Humphrey / estuviese a su lado; otras,
llama al Rey, / y dice, murmurando, a su almohada, como si fuese él, / los
secretos de su pesada alma” (III, II, 368 – 375).
Enrique lo visitó.
Cardenal: Si eres la Muerte, te daré el tesoro de Inglaterra,
Lo suficiente para que puedas comprar otra isla semejante,
Con tal de que me dejes vivir, y sin dolor.
Rey: ¡Ah, señal es ésta de una vida llena de pecados,
Cuando la proximidad de la muerte parece tan terrible!
(III, III, 2 – 6)
El Cardenal, alucinado, pidió que lo juzgasen:
--¿No murió en su cama? ¿Dónde iba a morir?
¿Puedo yo hacer que los hombres vivan, quieran ellos o no?
¡Oh, no sigáis atormentándome! Confesaré.
¿Vivo otra vez? Entonces mostradme dónde se encuentra:
Daré mil libras por verlo.
Le faltan los ojos: el polvo los ha cegado.
Peinad sus cabellos: ¡mirad, mirad! Los tiene de punta,
Como ramas untadas con liga para que quede, atrapada en ellas, mi alma alada.
Dadme algo de beber; y pedid al boticario
Que me traiga el fuerte veneno que le compré.
(III, III, 8 – 18)
El demonio cercó el “alma” del “desgraciado” y la ganó (III, III, 19 –
28).
El Cardenal Beaufort hace El Orgullo y La Ambición, figuras de autos
morales (Morality Plays), y es otro Bastardo (II, I, 40 – 41). El Fantasma de
Gloucester lo tara hasta acabarlo, pero no pisa el escenario.
El espíritu de César
*
Bruto quiso que durmiesen con él, en su tienda, la víspera de la batalla,
sus criados, y que tocase para él, mientras llegaba el sueño, Lucio. Cogió un
libro que estaba leyendo y ahí vio que entraba el Fantasma de César…
Bruto:
¡Esta cera no arde bien! ¿Qué? ¿Quién entra?
Creo que será la debilidad de mis ojos
La que forma esta aparición monstruosa.
Viene hacia mí. ¿Eres algo?
¿Eres algún dios, algún ángel, algún diablo,
Que haces que se me congele la sangre y miren, pasmados, mis cabellos?
Dime qué eres.
Fantasma: Tu espíritu malo [evil], Bruto.
Bruto:
¿A qué vienes?
Fantasma: A decirte que me verás en Filipo.
Bruto:
Bien, entonces ¿volveré a verte?
Fantasma:
Sí, en Filipo.
Bruto:
Vale, te veré en Filipo entonces.
[El Fantasma desaparece]
Ahora que me he armado de valor desapareces:
Espíritu enfermo [ill], quisiera seguir conversando contigo.
(IV, III, 243 – 286)
Los otros no soñaron, ni vieron, nada.
*
Ya se han dado muerte Casio y Titinio. Bruto sabe quién anda por ahí.
“¡Oh, Julio César! ¡Eres todavía poderoso! / Tu espíritu se pasea, y hace que
busquemos con las espadas / nuestras propias entrañas” (V, III, 94 – 96).
*
Volumnio: ¿Qué dice mi señor?
Bruto:
Esto, Volumnio:
Que el fantasma de César se ha aparecido ante mí
Dos veces: una, en Sardis,
Y esta última noche en los Campos Filípicos.
Sé que mi hora ha llegado.
(V, V, 16 – 20)
*
A Bruto le parece una “aparición monstruosa” (IV, III, 276). Quiere
saber qué es. Es, contesta el Fantasma, su “espíritu malo” (“evil spirit” [IV, III,
281]), parte o criatura suya (o nacida para él). Bruto confirma su condición: es
un “espíritu enfermo” (“ill spirit” [IV, III, 286]), o sea, “no sano, ni seguro,
corrompido, viciado” (Aut.), y por fin lo conoce: es el “espíritu” (V, III, 95) y
“fantasma” (V, V, 17) de César. El espíritu o fantasma de César “se pasea”
(“walks abroad” [V, III, 95]) (quiere decir, pasea el mundo terrenal, este lado
de las cosas) para cansar al capitán de sus asesinos y citarlo con la Muerte.
El Fantasma de Banquo
Se sentó el Fantasma de Banquo en la silla de Macbeth, que había
ordenado su muerte, espantándolo. “La mesa está llena” (III, IV, 46). Imaginó
alguna conspiración: “¿Quién de vosotros ha hecho esto?” (III, IV, 49) Y se
dirigió al espíritu: “Tú no puedes decir que yo lo hiciera, y no sacudas / tus
rizos sanguinolentos, terribles, hacia mí” (III, IV, 50 – 51). Lady Macbeth, que
no lo veía, observando a su marido asombrado, se lo reprocha: “¿Sois
hombre?” (III, IV, 58) Él se defiende: “Sí, y valiente, que me atrevo a mirar
algo / que encogería al diablo” (III, IV, 59 – 60).
-¡Ay, nonadas!
Es la pintura misma de vuestro miedo,
Es la daga flotante que dijisteis
Que os conducía hasta Duncan. ¡Ay! Estas fallas, estos ataques
(Impostores del verdadero miedo) casarían bien
En un cuento de dueñas junto a un fuego, en invierno,
Autorizado por la abuela. ¡Vergüenza!
¿Por qué hacéis esos gestos? Miráis,
Nada más, un taburete.
(III, IV, 60 – 68)
Macbeth: ¡Te lo ruego, mira ahí! ¿Lo ves? ¡Mira! ¡Ay! ¿Qué decís?
¿Y qué me importa? Si puedes asentir con la cabeza, habla, también.
Si los osarios y nuestras sepulturas van a devolvernos
A aquéllos que hemos enterrado, nuestros monumentos serán
Los estómagos de los buitres. [El Fantasma desaparece.]
(III, IV, 69 – 73)
“¡Qué! ¿Os roba la hombría la locura?” (III, IV, 74) Macbeth se
quejaba, que “en los viejos tiempos” corría la sangre, y los muertos no
regresaban con veinte heridas mortales, y le quitaban a uno su silla (III, IV, 75
– 83).
Otra vez salió el Fantasma.
Macbeth: ¡Fuera! ¡Y quita de mi vista! ¡Que la tierra te esconda!
No tienes tuétano en el hueso, y tu sangre se ha enfriado,
Y a esos ojos con los que me miras
Les falta la especulación.
(…)
Me atreveré a tanto como cualquier otro hombre:
Acércate como un tremendo oso ruso,
Como el armado rinoceronte, o el tigre hircano,
Adopta la figura que te plazca, excepto ésta, y mis firmes nervios
No temblarán nunca. Vive otra vez,
Y desafíame en un desierto, con tu espada:
Si me vieses temblar entonces, asegura que soy
Una niña pequeña. ¡Fuera, sombra horrible!
¡Burla irreal, fuera! [El Fantasma desaparece.]
Ah, sí, ahora que se ha ido
Soy, de nuevo, hombre.
(III, IV, 93 – 108)
Sólo Macbeth veía al Fantasma de Banquo. Ni Lady Macbeth ni sus
convidados lo notaron.
El fantasma de Hamlet el Viejo
*
La “aparición” (I, I, 31) es “fantasía” de los centinelas (I, I, 26),
“historia” (I, I, 35) (cuento). La han “visto” ya, Barnardo y Fancisco, dos veces
(I, I, 28). “Mira [Look] por dónde viene de nuevo” (I, I, 43). “Obsérvala
[Mark it], Horacio” (I, I, 46). Entra luego el Fantasma “en la misma figura del
Rey muerto” (I, I, 44). “¿No se parece al Rey?” (I, I, 46) La figura: el “rostro”,
o la “representación o semejanza que se halla en alguna cosa, respecto de
otra”, o, en plural, “los personajes que representan los Comediantes, fingiendo
la persona del Rey, de la dama, y de otros diferentes estados” (Aut). “It would
be spoke to” (I, I, 48). Quiere que le hablen. Pero cuando Horacio lo
interroga y quiere saber “qué” es, y por qué usurpa la “forma” de Dinamarca,
se va, “no quiere responder” (I, I, 48 – 55). Era “como el Rey”. Llevaba “la
misma armadura” con que combatió a Noruega, miraba con el mismo ceño
tremendo que mostró a los polacos cuando los derrotó. “Es extraño” (I, I, 61
– 67).
Poco después regresa. “Alto, ilusión.” Horacio vuelve a interpelarlo.
Marcelo lo amenaza con su lanza. “Esta aquí.” “Está aquí.” “Se ha ido.” Es
que ha cantado el gallo, “la trompeta de la mañana”, y aquel “espíritu
extravagante, errante”, ha vuelto a su “confín” (I, I, 128 – 161).
Informarán a Hamlet. “Este espíritu, mudo [dumb] para nosotros, hablará
con él” (I, I, 176).
Hasta ahora el Fantasma ha representado una pantomima (a dumb show).
Ha sido “mudo” mimo: con la “figura” y la “forma” del antiguo Rey, y su
traje, ha usado sólo, para comunicarse, “visajes y ademanes” (Aut).
*
Horacio:
Hamlet:
Horacio:
Hamlet:
Mi señor, creo que lo vi anoche.
¿Lo viste? ¿A quién?
Mi señor, al rey, vuestro padre.
¿Al rey, mi padre?
(I, II, 188 – 191)
Horacio pidió a su amigo que suspendiese su “admiración un poco” (I,
II, 192) y le describiría la “maravilla” (I, II, 195): la “aparición” (I, II, 211) de
“una figura parecida a vuestro padre” (“a figure like your father” [I, II, 199]).
“Es muy extraño” (I, II, 220), comenta Hamlet. “Quisiera haber estado allí.”
“Os habría asombrado mucho.” “Seguramente” (I, II, 234 – 235). “Si asume
la persona de mi noble padre…” (I, II, 244) Su persona: su máscara. “¡El espíritu
de mi padre…armado! Todo no va bien. / Sospecho que ha habido juego
sucio [foul play]” (I, II, 255 – 256). Quiere decir, en su final.
*
El fantasma o espíritu del Rey Viejo se aparece primero con “un gesto
que revela más la pena que la furia” (I, II, 231), “muy pálido” (I, II, 232). Por
ahora calla. Porque si se entra en nuestro mundo, lo hace para contar a su hijo
la escena de su mala muerte, y exigir su venganza.
*
Velaban Hamlet, Horacio y Marcelo. Dieron las doce. Entra, puntual, el
Fantasma, en una “forma cuestionable”, o sea incierta, dudosa, pero que a la
vez invita a la inquisición (I, IV, 43). “Te llamaré Hamlet, / Rey, padre, Danés
real” (I, IV, 44 – 45). Todos esos nombres, o títulos, le da su hijo.
--...¿Qué querrá decir esto,
Que tú, cuerpo muerto, armado de nuevo con todo tu acero,
Visites así otra vez los reflejos de la luna,
Volviendo espantosa la noche y haciendo que en nosotros, pobres juguetes de la
naturaleza,
Tiemble nuestra disposición tan horrorosamente,
Con pensamientos que traspasan los límites del alma?
(I, IV, 51 – 56)
El Fantasma, con gestos y ademanes, indica que quiere apartarse, a
solas, con su hijo (I, IV, 58 – 60). Horacio y Marcelo hacen al Coro: “Algo
está podrido en el estado de Dinamarca.” “El Cielo lo enderezará” (I, V, 90 –
91). Por fin habla. Confirma, primero, quién es: “Soy el espíritu de tu padre”
(I, V, 9). Y dice la historia de su “asesinato”, “el más turbio, extraño, y
antinatural” (I, V, 28), exigiendo venganza (I, IV, 25), pero advirtiéndole, en
una cláusula adicional, que su “acto” no toque a su madre, que Dios, y su
conciencia, la castigarán (I, IV, 86 – 88). “Acuérdate de mí” (I, V, 91).
Termina, y se va.
--...¿Acordarme de ti?
Sí, sí, pobre fantasma: mientras la memoria tenga asiento
En este globo distraído. ¿Acordarme de ti?
Sí: de la tabla de mi memoria
Borraré todos los recuerdos triviales, o tontos,
Todo cuanto dicen los libros, todas las formas, todas las impresiones del pasado
Que la juventud y la observación copiaron en ella,
Y tu mandamiento vivirá solitario
En el libro y volumen de mi cerebro,
Sin mezclarse con materia más baja.
(I, V, 95 – 104)
“En lo que toca a esta visión, / dejadme deciros que se trata de un
fantasma honrado” (I, V, 143 – 144). “La hora se ha salido de quicio. ¡Oh,
maldita pesadez, / haber nacido para corregirla!” (I, V, 196 – 197).
Sin embargo, Hamlet, escrupuloso, no se fiará. “Decid, ¿qué es esto? ¿A
qué ha venido? ¿Qué deberíamos hacer?” (I, IV, 57)
--…El espíritu que he visto
Puede ser demonio, y el demonio tiene el poder
De adoptar una forma agradable, sí, y, quizás,
Aprovechando mi debilidad, mi melancolía,
Puesto que su fuerza crece cuando uno se ve poseído por estos espíritus,
Me engaña para condenarme. Encontraré fundamentos
Más firmes que éste.
(II, II, 594 – 602)
Hamlet sólo creerá verdadera la historia del Fantasma cuando espante al
Rey Claudio con la representación de La ratonera.
*
La otra vez que “entra” el Fantasma es en la escena donde Hamlet
visita a su madre en su habitación (“the closet scene”). Sólo lo ve, y oye, el
príncipe: “¿Qué quiere vuestra graciosa figura?” (III, IV, 104 – 105) La Reina,
observando a su hijo “inclinando su mirada hacia el vacío” (III, IV, 117), los
pelos de punta, “como excrementos de la vida” (III, IV, 121 – 122), pide saber
qué mira (III, IV, 124), con quién habla (III, IV, 131), y corrobora sus recelos:
“¡Ay, está loco!” (III, IV, 106) Hamlet señala al antiguo Rey: “¿Qué? Mirad
ahí, mirad cómo se aleja. / ¡Es mi padre, en el hábito que llevaba cuando vivía!
/ Miradlo ahí, ahora mismo, en el portal” (III, IV, 136 – 138).
Gertrudis, apesadumbrada, contesta: “Esto es acuñación de tu cerebro.
/ Tiene el éxtasis mucho ingenio / para armar estas creaciones incorpóreas”
(III, IV, 139 – 141).
En esta ocasión el Fantasma del Viejo Hamlet se aparece, por lo tanto,
en representación privada, secreta, sólo a su hijo: su “visitación” busca nada
más “afilar” su “propósito casi embotado” (III, IV, 110 – 111).
Fantasmas familiares de Póstumo Leonato
(En Cymbelino)
“Lo siento. ¿Es eso suficiente?” (V, IV, 11) Sí. Asombran a Póstumo
Leonato en un sueño los fantasmas de su padre (Viejo, con armadura
guerrera), de su madre (“matrona antigua”) y de sus dos hermanos (enseñan
las heridas que los terminaron), acompañados de música solemne, rodeándolo.
Se presentan primero, y revelan luego su error trágico, que ha desgraciado a
Imógena, su buena esposa, y piden el socorro de Júpiter (V, IV, 30 – 92). Dios
Padre, que había presidido su boda, baja ex machina, tronando, anuncia
felicidades, coloca sobre su pecho una “tablilla” que encierra “toda su
fortuna”, monta su águila y se va por el aire (V, IV, 93 – 113). Los fantasmas,
que han contemplado la escena de rodillas, “se desvanecen” satisfechos (V,
IV, 114 – 122).
--Sueño, has sido abuelo, y has engendrado
Un padre para mí: y has creado
Una madre, y dos hermanos: pero ¡ay, era burla!
¡Se han ido! Se han marchado nada más nacer,
Y ahora estoy despierto. Los pobres desgraciados, que dependen
Del favor de los grandes, sueñan como yo lo he hecho y,
Despertando, no encuentran nada…
(V, IV, 123 – 129)
Ve entonces la tablilla, con profecías íntimas y generales. “¿Qué hadas
rondan estos suelos?” (V, IV, 133) Lee el libro, pero así y todo duda:
--Es, todavía, un sueño: o, si no, materia que los locos
Dicen, y no comprenden: o ambas cosas, o ninguna,
O palabras sin sentido, o palabras
Que el entendimiento no puede desatar.
(V, IV, 146 – 149)
A Póstumo Leonato la escena (la aparición de sus fantasmas, y de
Júpiter, la tablilla) le parece sueño, cosa de hadas, alucinación.
El fantasma de Hermíone
Es un Cuento de invierno. Antígono ha traído a Perdita hasta Bohemia,
para abandonarla, como manda su padre, el Rey de Sicilia, en los montes.
Antígono:
Ven, mi pobre pequeña.
Yo he oído, sin creerlo, que los espíritus de los muertos
Pueden caminar de nuevo. Si fuera así, tu madre
Se apareció a mí anoche: nunca hubo un sueño
Tan parecido a la vigilia. Viene hacia mí una criatura,
Meneando la cabeza ahora hacia un lado, ahora hacia el otro
(Jamás vi un bajel tan triste,
Con las velas así desplegadas, espléndido), su túnica era blanca y pura,
Como la santidad misma, se acercó entonces
A mi camarote, donde yo estaba descansando. Tres veces se inclinó ante mí
Y, tomando aire para comenzar algún parlamento, sus ojos
Se transformaron en dos torrentes; gastada su furia, luego
Surgió esto de ella: “Buen Antígono,
Puesto que el destino, contradiciendo tu mejor disposición,
Te ha escogido para que te deshagas
De mi pobre pequeña, cumple tu propio juramento:
Lugares lo suficientemente remotos hay en Bohemia,
Entrégate allí al llanto, y déjala llorando y, ya que a la niña
La cuentan perdida para siempre, Perdita,
Te lo ruego, llámala. Por este oficio poco gentil,
Que mi señor te ha encargado, no volverás a ver
A tu mujer Paulina nunca más.” Y así, entre chillidos,
Se disolvió en el aire.
(III, III, 15 – 37)
“Los sueños son juguetes” (III, III, 39); sin embargo,
“supersticiosamente”, Antígono seguiría las instrucciones de éste (III, III, 40 –
41).
Pero Hermíone vive aún, escondida. Que la sueñe Antígono, que la cree
(como nosotros) muerta, ¿no prueba acaso que los fantasmas son criaturas
nuestras, hijos de nuestros miedos o de nuestro amor?
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