Direccin: Takeshi Kitano

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27 de octubre
FICHA TÉCNICA
Dirección: François Truffaut
País: Francia.
Año: 1976
Duración: 105’
Interpretación: Marcel Berbert, Corinne Boucart, Pascale Bruchon, Jean-Marie Carayon, Claudio Deluca, Franck Deluca,
Georges Desmouceaux, Francis Devlaeminck, Laurent Devlaeminck, Michel Dissart.
Guión: François Truffaut, Suzanne Schiffman.
Música: Maurice Jaubert. Sonido: Michel Laurent
Productores: Marcel Berbert, Roland Thénot.
EN POCAS PALABRAS
"-Pero, ¿qué significa efímera?- repitió el Principito que, en toda su vida, no había renunciado a una pregunta, una vez
que la había formulado."
Le Petit Prince, Antoine de Saint Exupery
SINOPSIS
En el pueblo francés de Thiers, unos alumnos pasan sus últimos días de clase instruidos por los profesores JeanFrançois Richet y Mlle. Petit. Una multitud de sucesos acontecen y nos hacen redescubrir el mundo de los niños: Julien
Leclou, pequeño maltratado por su madre y su abuela aterriza a la escuela poco antes de terminar el curso, Patrick
Desmouceaux se enamora de la mujer del peluquero y madre de su amigo Laurent, Grégory cae desde un sexto piso
sin consecuencias, Sylvie escandaliza al ser castigada por sus padres, en un campamento de verano Patrick y Martine
se dan su primer beso...
TOMA NOTA
Truffaut, siempre gustoso de poder rodar con niños, dedica por enésima vez al universo infantil una película, pero aquí
la novedad estriba en la ampliación de las tramas y los personajes que produce un mosaico luminoso y amable de ese
mundo de la inocencia, donde el espectador asiste al modo en que los niños van inventando la vida.
En su intento por capturar una representación realista de la niñez, Truffaut invirtió una buena cantidad de tiempo y
esfuerzo en estudiar y analizar a cada uno de los pequeños actores durante el rodaje; partiendo de estas observaciones
empleó sus comportamientos para construir la historia. Como resultado tenemos un film en gran parte levantado por
sus propios protagonistas, un retrato genuino y móvil de la vida en su estadio más inocente. Como el propio Truffaut
señaló: “Todo lo que hace un niño en la pantalla parece que lo hace por primera vez, y es precisamente eso lo que
convierte tan valiosa la película dedicada a filmar jóvenes rostros en transformación”.
En otro punto, Truffaut comentaba: “La infancia es el mundo que mejor conozco. Me siento mejor con un niño que con
un adulto. Las personas están demasiado impresionadas por un papel social para ser verdaderamente sinceras. No
puedo tener una conversación con ellas más que cuando hablamos de cine. Con los niños, por el contrario, puedo
hablar de todo”.
COMENTARIO, por Sergio Vargas
Como un eco cercano, a pesar del tiempo transcurrido desde Los 400 golpes, en esta película de 1976,
Truffaut retomó el tema de la infancia, con ciertas variaciones, pero una vez más con un profundo sentimiento de
respeto y reverencia hacia los más jóvenes. Es un auténtico homenaje a la niñez, a esos pequeños grandes olvidados
con frecuencia por todos, desde los políticos, como les anuncia el profesor Richet a sus alumnos, hasta lo que es más
grave, los profesores y los propios padres.
Si en el filme del 59 nos contaba la historia de un único chico, Doinel, y su familia, siendo sus compañeros
simplemente un elemento más que se integraba en el marco de la narración, aquí las peripecias de los chavales se
convierten en el núcleo principal de la película, que como ocurría por ejemplo en el resto de filmes de Doinel, está
construida a base de pequeños episodios mostrando diversos tipos de niños y de infancias, entre los cuales, el
espectador siempre se puede sentir identificado con alguno, no sin cierta nostalgia. Una película coral, con unos actores
principales lo suficientemente jóvenes para que no se note lo más mínimo lo impostado de sus actuaciones, que
destilan naturalidad y frescura, prestando momentos de comedia ejemplares, como los dos hijos del peluquero
emulando a su progenitor con Golfier como conejillo de indias, o la pequeña Sylvie, anunciando por el megáfono que
sus padres la matan de hambre, poco más o menos, a pesar de lo distante de la realidad que pueda ser esta
afirmación.
Aún con algunos momentos cómicos, Los 400 golpes era un auténtico drama con mayúsculas. Aquí de
repente todo cambia, nos encontramos con una comedia salpicada con un par de toques dramáticos. ¿Se había vuelto
Truffaut más optimista con el tiempo?
El epílogo, que enlaza de forma natural con el prólogo es una forma perfecta de cerrar la historia de historias,
con Patrick y Martine dando el primer paso hacia la madurez, con la complicidad de sus compañeros de campamento
jugando un importante papel. Y es que aquí, a pesar del carácter episódico del filme, y superando a mi modo de ver a
la serie Doinel en este aspecto (y si la cito continuamente es por lo similar de la construcción en todas ellas), Truffaut
logra imprimir un sello personal en el filme, compensando el aspecto comercial de la película con su faceta de autor,
más ausente en otros filmes, hablo de la carta inicial de Martine que sirve como nexo de unión con su primo en la clase
de Richet (y con el epílogo), el acertado mini-flashback empleado para contar el corte de pelo de Golfier, intercalando
el episodio tras la bronca de su padre al peluquero, o la inserción del divertidísimo minidocumental que se proyecta en
el cine sobre el pequeño Oscar, que se comunica mediante silbidos, haciéndose también necesario destacar la
brillantez de un guión que logra dotar de unidad a la película, que no tiene altibajos, siendo la naturalidad el elemento
principal que permite la fluidez de la transición de unas secuencias a otras.
La historia de Leclou, el pequeño con problemas familiares, clara reminiscencia de la que cuenta Los 400
golpes, como también de la infancia del propio director en parte, aunque aquí es una historia bastante más dura, nos
es mostrada desde un punto de vista externo, como todas las pequeñas historias que configuran el entramado de la
película, lo que reduce al mínimo su crudeza, siendo sólo al final cuando se expone el problema a las claras, dando
pie al momento culminante de la película, aquel en que el profesor Richet lanza un pequeño discurso a sus alumnos, a
los que trata como los adultos que serán algún día, dedicándoles atención y respeto, tratándolos como a iguales. Esto
puede parecer una tontería, porque, usted estará pensando: No son iguales. Cierto, son más bajos, más jóvenes y más
inexpertos, pero esas tres diferencias fundamentales no implican que sean imbéciles, que es como muchas veces se les
trata. Precisamente hablándoles como les habla el profesor Richet es como se consigue que no lleguen nunca a serlo. Y
es exactamente eso, que no es tan fácil pero tampoco imposible, lo que no saben hacer muchos padres (porque
lamentablemente puede tener hijos cualquiera, todavía no se hacen exámenes de aptitudes paternales), ni muchos
profesores, que se dedican a la docencia sin vocación alguna, sino simplemente por la comodidad de las vacaciones,
el horario, el sueldo, etc.…
También hay niños que son auténticos demonios con los que se puede hacer bastante difícil tratar para un
profesor, es cierto, pero en gran medida esa actitud viene determinada por la enseñanza que se les da en los hogares.
Voy a dejar este camino porque es posible que mi discurso destile aparentemente cierto aire fascistoide (eso de prohibir
ser padres a ciertas personas), nada más lejos de mis intenciones, lo cual indica que quizá no me esté explicando bien,
y este es un tema bastante más complicado de lo que puede parecer a simple vista. Baste decir que hay que evitar
escudarse en aquello de que los niños son de goma, tienen "la piel dura" y prestarles un poco más de atención, lo que
tampoco implica mimarlos en exceso, con lo que se les debilita. Y al contrario, como dice Richet, tienen que hacerse
fuertes ante la vida, que no es lo mismo que endurecerse. En definitiva, educar un niño requiere paciencia y
responsabilidad, y protegerlos de la vida de hoy en día se hace cada vez más difícil. Se me están quitando las ganas
de tener descendencia. Supongo que cuando encuentre una voluntaria que me ayude volverán a mí, pero ¿aprobaría
yo el examen?.
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