EL TEATRO ESPAÑOL DE POSGUERRA (años 40 y 50) (Introducción) (Siempre que se plantee una pregunta sobre el género teatral, corresponda a la época a la que corresponda, conviene advertir de la peculiaridad de este género literario, que no es sólo un texto, sino que es un verdadero acto comunicativo sólo cuando se completa con una puesta en escena, con la representación, que supone inscribirse en el circuito comercial. El éxito o fracaso de una obra de teatro no depende, por lo tanto, exclusivamente de su dimensión literaria, sino del interés y aceptación que haya provocado en el público, en caso de haber sido representada. Se puede decir, tanto del teatro anterior a la Guerra Civil Española como del de posguerra, que las obras teatrales más conservadores y tradicionales, tanto en forma como en ideología, suelen obtener mayor favor de público que aquellas que plantean mayor dificultad en su estética o en su contenido, por ser más innovadoras y críticas). (Breve mención al panorama teatral español antes de la Guerra Civil) Antes del conflicto bélico, en España dominaban dos tendencias teatrales muy claras: a) un teatro comercial, de éxito, un teatro que triunfa y obtiene el favor del público. Se trata de la “alta comedia” o “comedia de salón”, de J. Benavente; el teatro poético, en verso, de influjo modernista (Villaespesa y Marquina, los hermanos Machado); el teatro costumbrista, que en torno a personajes populares construye una trama humorística y de ambientación local (Madrid, para C. Arniches y Andalucía, Álvarez Quintero) y el teatro cómico o “astracanada”, cuyo creador es Pedro Muñoz Seca. b) Un teatro innovador, original y crítico tanto en la forma como en el contenido. Es el teatro de Valle-Inclán (el esperpento o una visión grotesca y deformada de la realidad) y otros autores de la Generación del 98. También se incluye en el mismo grupo el teatro “poético” de la Generación del 27, cuyos autores más destacados son García Lorca y Alberti. Esta corriente innovadora del género tuvo graves dificultades a la hora de ser representada: no se trataba de espectáculos comerciales porque el público solía rechazar los cambios. Este obstáculo se vio acrecentado por el estallido de la Guerra Civil, porque el nuevo camino que abrieron en el género Valle-Inclán o Lorca quedó interrumpido no sólo por la guerra, sino por la muerte de algunos autores, su exilio o la censura ideológica a la que fueron sometidos sus obras y ellos mismos. Durante la propia Guerra Civil, incluso en los frentes de lucha, se representaba teatro, un “teatro de guerra”, al servicio de la ideología de los dos bandos combatientes. En el bando republicano, los autores representados eran Alberti, Miguel Hernández, Max Aub o R. J. Sender y en el bando “nacional”, José Mª Pemán, Eduardo Marquina, Agustin de Foxá, R. García Serrano. (Desarrollo) Al final de la guerra se produjo la mutilación del teatro más innovador, el que seguía las aportaciones del teatro de Lorca y otros autores de la Generación del 27. El exilio, la censura o el silencio fueron el camino impuesto para muchos autores y obras. El teatro que se representaba debía respetar las limitaciones ideológicas de un régimen político que negaba la libertad de expresión. Además, España sufrió un profundo aislamiento cultural respecto a Europa y el resto de la literatura mundial; este aislamiento le impidió verse influido por el teatro de vanguardia, antirrealista, simbólico, político y expresionista de los años 20 y 30 (B. Brecht) y por el “teatro del absurdo”, que se desarrolló en Francia en torno a los años 50 (A. Artaud). La influencia del teatro de vanguardia europeo llegó a España, por lo tanto, de forma tardía, en el teatro de los años 60 y 70, pero en el de los años 40m y 50 no hay de él huellas visibles en el teatro español. En el exilio siguieron escribiendo por ejemplo autores como Rafael Alberti, Max Aub, Alejandro Casona, Pedro Salinas. Años 40: El teatro de esta década puede denominarse “neobenaventino”, es decir, continuador del teatro de J. Benavente, que había creado la “lata comedia” o “comedia burguesa” anterior a la GCE: en estas obras se daba una visión ligeramente crítica hacia la burguesía, sin pretender poner el tela de juicio el orden social, pero sí ironizando sobre los valores burgueses; los personajes eran “tipo”, moldes al servicio del retrato social, no interesa de ellos el análisis psicológico; uno de sus valores esenciales es la naturalidad en los diálogos. Los continuadores de Benavente, en los años 40, se agrupan en dos corrientes: a) Drama ideológico, que plantea temas morales y sociales sobre el individuo y la colectividad, desde valores conservadores, de defensa de la situación política y social impuesta tras la GC. Se exaltan valores como la familia, la autoridad. Se afirma la división en clases sociales como un orden natural y justo de la sociedad. En muchos problemas se pone de manifiesto un punto de vista católico. Es el teatro que confirma el punto de vista del bando vencedor en la GC. b) Comedia de entretenimiento: es un teatro comercial, de éxito entre el público. Presenta una visión superficial y “amable” de la realidad, un mundo feliz, sin profundizar en los conflictos; es una especie de “realismo idealizado” . Su tono es ingenioso y sus temas, “universales”, “al alcance de todos”. Sus temas: el amor, los celos, el adultero. El valor de esta corriente es que sus obras suelen tener una buena estructura dramática y construyen bien la tensión de la trama. Autores: Edgar Neville, Alfonso Paso, J. López Rubio, Víctor Ruiz Iriarte El drama ideológico y la comedia de entretenimiento se revitalizan y se desarrollan a lo largo de los años 40 pero son sustituidos, conforme va avanzando la década, por un teatro con mayor carga ideológica, de fuerte contenido social y crítico, “comprometido”, cuyos principales autores son A. Buero Vallejo y Alfonso Sastre en los años 50. También en los 50 se desarrolla un teatro humorístico, alimentado por el irracionalismo, un “humor del absurdo” y de situaciones inverosímiles y disparatadas, cuyo influyo son las Vanguardias de los años 20. Sus autores principales son E. Jardiel Poncela y Miguel Mihura. Años 50: Como se acaba de mencionar, la década está marcada por dos tendencias: a) Teatro humorístico: Son autores vinculados a la revista satírica y humorística “La Codorniz”. Su humor es intelectual y de cierto contenido político, supera en la cuerda floja las prohibiciones de la censura de la época. El humor de sus autores, E. Jardiel Poncela y M. Mihura, está basado en la comicidad del lenguaje: equívocos, juegos de palabras disparatadas... Expresan también una visión amarga y escéptica de la realidad. La aportación de estos autores es renovar el teatro cómico a través de un humor inteligente, que apela a la inteligencia y no a la vulgaridad o a lo costumbrista, como hacían Arniches o los Álvarez Quintero. Obras significativas: E. Jardiel Poncela, Eloísa está debajo de un almendro (1940) y M. Mihura, Tres sombreros de copa (escrita en 1932, pero estrenada en 1952). b) Teatro social, de testimonio y compromiso, que pretende denunciar la situación política y social de España, bien burlando la censura a través del símbolo y la metáfora (A. Buero Vallejo y su “posibilismo”) o desafiándola abiertamente, con contenidos subversivos y revolucionarios, la obra resultaba prohibida y su autor en la cárcel (A. Sastre) La obra de Buero Historia de una escalera, a pesar de su contenido crítico, fue estrenada en 1949 sin problemas con la censura, porque ésta la interpretó ingenuamente como “un sainete un poco triste, sin entender que era un verdadero drama de contenido social y una metáfora de la España de la posguerra, rota por la GC y sometida al miedo, a la desesperanza y al fracaso. A través de este camino, el de la metáfora o el del símbolo, o de la referencia a una pasado histórico que podía interpretarse fácilmente como un ejemplo del propio presente de la nación, aunque sin mencionarlo explícitamente, Buero logró estrenar muchas de sus obras, que burlaron la censura y lograron transmitir al público y a la sociedad amordazada de su época un profundo mensaje trágico y crítico sobre la situación del país. La pretensión de Buero es que el público que asiste a su teatro llegue a la inmersión en el espectáculo y que tome conciencia del fondo trágico de la existencia y de la sociedad en la que vive. Su teatro, por lo tanto, tiene un fondo existencial y un fondo social. Como este autor considera que la función del teatro es cumplir una función social, prefiere adaptar sus textos para sortear la censura, plantear los conflictos no de forma abierta, sino simbólica. Representar supone actuar sobre el público; esta actitud según la cual Buero se “acomoda” a la situación de falta de libertad para comunicar sus mensajes se denomina “posibilismo”. Haber sido más radical o más explícito en sus obras le habría condenado al silencio, a la prohibición o a la cárcel, como le ocurrió a otro autor de esta corriente: Alfonso Sastre. Sastre, frente a Buero negaba que fuera posible hacer teatro bajo el régimen franquista, bajo una dictadura. Por eso era partidario de mostrar su oposición radical al régimen, de hacer propaganda de sus ideales revolucionarios y subversivos. Buero, sin embargo, era “posibllista”, pretendía estrenar sus obras a pesar de la censura. Según Buero, el radicalismo de Sastre anulaba toda la capacidad revulsiva del teatro, porque lo condenaba a no ser representado. Así que la prohibición anulaba la función social, educativa del público, que debía desempeñar el teatro. (Conclusión) Sastre y Buero ponen las bases de un teatro “de protesta y denuncia”, para un público minoritario y crítico, muy inquieto, generalmente universitario. En la década de los 60 el teatro “realista”, social y comprometido, va a ser sustituido por un nuevo teatro, que se libra del realismo como técnica predominante para construir sus obras y va asimilando progresivamente un planteamiento “experimental”.