el golfista que prefirio perder

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BRIAN LESTER DAVIS, EL GOLFISTA QUE PREFIRIÓ PERDER
POR HONESTIDAD
Brian Davis entregó la victoria del Verizon Heritage, dotado
con un millón de dólares, al avisar al árbitro de que rozó un
junco al golpear la bola. Nadie se había dado cuenta
Brian Lester Davis (Londres, 1974) se despertó ayer un poco
angustiado. Todo el mundo hablaba de él. Las televisiones glosaban
su figura, los periódicos le solicitaban entrevistas, las radios repetían
con asombro su nombre. El contestador de su teléfono móvil yacía
exhausto, saturado de mensajes cariñosos. Brian, un tipo gris,
número 98 del golf mundial, acababa de perder el Verizon Heritage,
uno de los torneos más importantes del circuito americano; pero
había hecho algo mucho más difícil que ganar. Había sido honesto.
Terriblemente honesto.
El golfista londinense se vio el pasado domingo ante la gran ocasión
de su vida. Podía estrenar su palmarés en Estados Unidos, algo con lo
que soñaba desde hacía cinco años, cuando se afincó en Orlando
(Florida), unos metros más abajo de la residencia del fabuloso Tiger
Woods. Brian se jugaba el título del Verizon Heritage contra otro de
los grandes, Jim Furyk, actual número cinco del mundo. Tras un
espléndido fin de semana en el campo de Hilton Head, el deportista
británico había alcanzado la muerte súbita y había llegado a tener un
golpe de ventaja sobre Furyk. Pero, en el hoyo 18, mandó la bola a la
playa de arena que se abría frente al 'green'. Lo tenía difícil, aunque
Brian no se descompuso. Requirió el palo adecuado, contuvo la
respiración, golpeó con precisión y colocó la pelotita de nuevo en la
pradera. Aún tenía opciones de victoria.
De pronto, cuando todo el mundo giraba la vista para contemplar el
turno de Furyk, Brian Davis llamó al árbitro, Slugger White. Entre los
murmullos de los asistentes, que no comprendían bien qué estaba
pasando, el golfista cruzó unas palabras con el juez del torneo. Al
tocar la bola, le explicó, había notado como si algo se hubiera movido
por detrás. Según la norma 13.4 del reglamento del golf, el jugador,
en su maniobra de golpeo, no puede mover ningún objeto suelto que
exista en las trampas. Nadie lo había notado. Ni los árbitros, ni el
público, ni el rival, ni los comentaristas. Sólo al contemplar por
segunda vez, y en cámara lenta, las imágenes de televisión, se
comprobó que el palo de Brian Davis había rozado levemente un
junco que, en efecto, estaba suelto. White, el juez, torció el gesto,
miró a Davis, consultó con dos colegas y cumplió con su deber: le
impuso dos golpes de penalización. El modesto golfista inglés había
perdido el torneo de su vida, el faro que iba a iluminar todo su
palmarés. Jim Furyk, el vencedor final, embocó su bola, se quitó la
visera y estrechó la mano de su oponente. «No me gusta ganar así dijo-. Le respeto y le admiro por lo que ha hecho».
«Él cree en este juego»
Para Brian Davis la cosa no fue para tanto. Con flema británica,
recibió a los ansiosos reporteros sin darse importancia: «Bueno, es
una de esas cosas que hay que hacer. Así que la hice. Supongo que
eso es lo que hace tan especial a nuestro deporte». Sin mencionarlo,
Davis comparaba el golf con otras disciplinas de moral infinitamente
más laxa, como el fútbol. Yerno del legendario guardameta inglés Ray
Clemence, Davis no quiere para su deporte imágenes como aquella
'mano de dios' con la que Maradona tumbó a Inglaterra en México'86
o como la trampa de Henry que coló a Francia en el Mundial de
Sudáfrica.
Su mánager, Gary Evans, más atento a los números, no sabía bien si
maldecirle o abrazarle: «Si Brian no hubiera avisado al árbitro, nadie
lo habría visto. La victoria le habría reportado un millón de dólares y,
además, habría tenido plaza segura para el próximo Masters. Por eso
estoy tan disgustado. Pero -recapacitó-, también estoy muy, muy
orgulloso. Él cree en este juego».
Brian Lester Davis perdió un torneo y bastante dinero (recibió los
600.000 dólares del segundo clasificado), pero se ganó el respeto
universal. Algo que todavía busca su vecino, el fabuloso Tiger Woods.
Bobby Jones. En el Open USA de 1925, Jones, una leyenda del golf,
dio un codazo a su bola mientras se preparaba para golpearla. Lo
indicó a los árbitros, pero nadie le había visto. Así que el juez le pidió
que él se pusiese el castigo. Bobby Jones se autopenalizó con dos
golpes y perdió el torneo. Cuando le elogiaron, sólo dijo:
«¿Aplaudirían a un hombre por no robar un banco?».
LA CARA OPUESTA
COLIN MONTGOMERIE En el Open de Indonesia de 2005, el gran
golfista escocés colocó la bola en una posición más ventajosa. Los
árbitros no lo vieron, pero sus adversarios sí. Montgomerie siguió
adelante, pero aquella trampa le ha perseguido durante toda su vida
deportiva.
JUGANDO AL GOLF A SU MANERA
Durante un torneo de clasificación para el British Open de 1985, el golfista
David Robertson fue sorprendido colocando la bola donde mejor le iba en el
"green" (salía por delante de sus compañeros para arrojar la bola sin ser
visto). Le multaron con más de 30 000 € y fue suspendido del circuito
profesional... ¡Durante treinta años!
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