La cena de Trimalción Encolpio, uno de los invitados describe la

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La cena de Trimalción
Encolpio, uno de los invitados describe la fiesta con esta palabras: "Ocupó cada
cual el sitio que le correspondía, excepto Trimalción, al cual, contra toda
costumbre, se había reservado el puesto de honor, y empezaron a servir
suntuosamente la cena.
En una bandeja destinada a los entremeses veíase un borriquillo de bronce de
Corinto provisto de alforjas llenas de aceitunas, verdes o blancas, las de una
bolsa, y negras las de la otra. El animal aparecía además, cargado con dos
escudillas de plata en cuyos bordes se leía el nombre de Trimalción y el peso del
metal. Unos arcos a modo de puentecillos, unidos unos a otros, sostenían
lirones condimentados con miel y amapolas. Salchichas humeaban todavía
colocadas sobre parrillas de plata, debajo de las cuales ciruelas de Siria y granos
de granada, imitaban rojas y encendidas ascuas.
Admirando estábamos tanta magnificencia cuando a los acordes de una
sinfonía apareció Trimalción, conducido por dos esclavos que le colocaron
sobre un lecho formado con pequeños y ricos cojines. Sirvieron luego una gran
fuente en la cual venía una canastilla llena de paja y encima una gallina de
madera con las alas extendidas a modo de clueca que está empollando huevos.
Al instante se presentaron dos esclavos y, al son de sonoros instrumentos se
pusieron a rebuscar en la paja, de entre la cual sacaron, uno a uno muchos
huevos de pava que distribuyeron entre los convidados. Entonces dirigiéndose
Trimalción a éstos, les dijo: "Amigos he ordenado que pusieran debajo de esta
gallina huevos de pava, ¡y por Baco!, temo que no sean ya de provecho.
Probemos, sin embargo, si pueden sorberse". Al terminar estas palabras recibió
cada comensal una cuchara que no pesaba menos de media libra y cascamos los
huevos que estaban hechos de pasta de harina. Yo estuve a punto de tirar el
mío, pero no lo hice por haberme advertido uno de los convidados, viejo
parásito, que algo bueno podría haber allí dentro; continué, pues, rompiendo el
cascarón que encubría nada menos que una suculenta chocha rebozada con
yema de huevo salpimentada.
A una nueva señal de la orquesta los manjares fueron retirados por los mismos
músicos... Entraron luego dos etíopes de larga cabellera, cargados con odres
pequeños, semejantes a los que servían para regar la arena del anfiteatro, y nos
sirvieron vino en abundancia... El plato siguiente superó todas nuestras
esperanzas y admiramos sobre todo su novedad. Consistía en un plato montado
en forma de globo, alrededor del cual estaban representados los doce signos del
Zodíaco. Sobre cada uno de los signos el cocinero había colocado un manjar
propio de la figura; sobre Aries, garbanzos; una tajada de búfalo sobre Tauro;
sobre Géminis, criadillas y riñones; una corona sobre Cáncer; sobre Leo, higos
de África; una vulva de marrana de leche sobre Virgo; sobre Libra una balanza,
uno de cuyos platillos contenía una torta y el otro un pastel; sobre Escorpio, un
pescado pequeño de mar llamado escorpión; una liebre sobre Sagitario; sobre
Capricornio, una langosta; sobre Acuario un ánade y sobre Piscis dos barbos.
En el centro veíase un panal de miel sobre un montoncillo de hierba recortada.
En esto, un esclavo egipcio repartía pan a los convidados en un horno portátil
de plata, mientras cantaba con ronca voz un himno en loor de no sé qué
infusión de laserpicio y vino. Como nosotros recibiéramos con notable frialdad
semejante pantomima, Trimalción dijo: "Creedme, comamos, porque éste es el
orden de la cena".
Acto seguido se oyó una nueva sinfonía, entraron cuatro bailarines y levantaron
la parte superior del globo, presentando a nuestros ojos aves cebadas, ubres de
lechona y una liebre adornada con dos alas, de modo que figurase el caballo
Pegaso. Todos aplaudimos y asaltamos alegremente aquellas viandas... Luego
unos esclavos extendieron, sobre nuestros lechos y en el suelo, alfombras en las
que había pintados monteros armados de venablos y todo el aparato de una
cacería. Aún no sabíamos qué conjeturar de aquellos preparativos, cuando fuera
de la sala se levantaron grandes aullidos y súbitamente aparecieron grandes
perros de Laconia, que comenzaron a correr en torno de la mesa. Perseguían
una fuente donde venía echado un jabalí con el gorro de liberto en la cabeza, y
llevando colgados de los colmillos dos cestitos, tejidos con hojas de palma, uno
lleno de dátiles de la Siria y el otro de dátiles de la Tebaida. Estaba rodeado de
tres jabatos de modo que parecieran buscar las mamas indicando así que el
animal era hembra; los invitados a quienes fueron ofrecidos los jabatos los
tomaron para llevárselos.
Esta vez no se presentó el que antes había trinchado, sino una especie de
gigante barbudo, con las piernas vendadas, envuelto en un traje abigarrado y
armado de un cuchillo de monte. Blandió el arma dando un golpe furioso en el
flanco del animal, y por la herida que abrió, surgió un enjambre de tordos. A
punto los pasajeros, los cogieron con cañas untadas de liga, y los ofrecieron a
los convidados...
En tanto yo no hacía más que pensar en el motivo de estar el jabalí cubierto con
un gorro, y no pudiendo dar con él, se lo pregunté a mi intérprete, el cual me
contestó: "Habiendo quedado este jabalí intacto en la última cena de ayer, y
habiéndole perdonado los convidados, vuelve hoy al banquete como liberto...".
Levantadas las mesas al son de la música, trajeron al triclinio tres puercos
blancos, adornados de cintas y campanillas, de los cuales decía el maestro de
ceremonias que el uno tenía dos años, el otro tres, y el tercero era ya viejo.
Trimalción preguntó entonces: "¿Cuál de estos animales queréis ver aderezado
y servido al instante?". Y tras estas palabras mandó llamar al cocinero, el cual,
sin esperar a que nosotros eligiésemos, ordenó que matase al más viejo. A los
pocos momentos presentaron el animal en una gran fuente. Lo miró
atentamente Trimalción y exclamó: "¡Este puerco no está destripado, por los
dioses, llamad pronto al cocinero!". Entró este con tristeza, y su amo mandó que
lo desnudasen para azotarlo en castigo de su olvido; mas todos intercedimos
por él y entonces Trimalción, perdonándole dijo: "Pues bien, ya que tienes tan
mala memoria, destrípalo aquí delante de nosotros". Se vistió de nuevo el
cocinero el mandil, empuñó el cuchillo, y con mano temblorosa hirió a uno y
otro lado el vientre del puerco por cuyas heridas salieron chorizos y salchichas
en abundancia...
De pronto sentimos crujir el techo y estremecerse todo el triclinio. Yo me
levanté asustado, y los demás convidados, no menos sorprendidos, alzaron la
cabeza esperando la novedad que había de venir de arriba. Y ésta fue que,
abriéndose el artesonado, se vio un gran círculo que, como destacándose de una
ancha cúpula, fue descendiendo; colgaban de él todo alrededor varias coronas
de oro y cajitas de alabastro llenas de pomadas olorosas. Invitados a aceptar los
presentes, volvimos la vista a la mesa, que estaba ya cubierta con una ancha
fuente llena de torta y bizcochos, en medio de la cual se levantaba un Príapo de
pasta con el regazo atestado de manzanas y uvas de todas las clases. Alzamos
las manos con avidez a aquellas frutas, y de pronto los bizcochos y las
manzanas, a la presión de nuestros dedos, despidieron tal olor a azafrán, que
casi nos molestaba. Entraron, a la sazón, tres jóvenes envueltos en blancas
tunecillas, dos de los cuales pusieron en la mesa los dioses lares coronados de
flores mientras el tercero gritaba: "Séante propicios los dioses". Estos tres
jóvenes llevaban el retrato de Trimalción, el cual besaron tiernamente, ejemplo
que no pudimos excusarnos de imitar...
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