En Memoria (académica) de Joaquín Ruiz Giménez

Anuncio
En Memoria (académica) de
Joaquín Ruiz Giménez
LIBORIO L. HIERRO
Universidad Autónoma de Madrid
1. El 27 de agosto de 2009 falleció el profesor Joaquín Ruiz-Giménez Cortés.
Había nacido el 2 de agosto de 1913 así que, a su fallecimiento, contaba con noventa
y seis años y, también, con un impresionante recorrido personal. Es sabido que Don
Joaquín, como solíamos llamarle sus discípulos y colaboradores, era hijo de un
político liberal que fue varias veces alcalde de Madrid y en alguna ocasión ministro
con Romanones. Le venía, pues, de casta y fue, siendo muy joven, Director del
Instituto de Cultura Hispánica (1946-1948), Embajador en la Santa Sede (19481951) y Ministro de Educación Nacional (1951-1956), todos ellos cargos en las
tempranas épocas del régimen de Franco. En este régimen, sin embargo, no encontró
un espacio cómodo y, aunque consiguió nombrar rectores de Salamanca y Madrid,
respectivamente, a dos intelectuales falangistas de claro talante liberal —Antonio
Tovar y Pedro Laín Entralgo, respectivamente— tuvo que dimitir finalmente
sobrepasado por los incidentes universitarios de 1956. Luego se fue distanciando
del régimen y, en 1963, fundó la revista y la editorial “Cuadernos para el Diálogo”.
Más adelante fue el primer Defensor del Pueblo (1982-1987) y Presidente del
Comité español de UNICEF (1989-2007), aparte de su permanente ejercicio como
abogado. Es este abultado curriculum y su indiscutible aportación a la transición
democrática lo que ha oscurecido bastante su personalidad académica, de la que
quiero brevemente ocuparme.
2. Ruiz Giménez era catedrático de Filosofía del Derecho desde 1943. Lo fue
sucesivamente en Sevilla, Salamanca y Madrid. Alguno de sus discípulos directos
y algunos investigadores más jóvenes han intentando recuperar y revalorizar algo
de su obra escrita, principalmente en las etapas iniciales de su carrera académica1.
1
Eusebio Fernández ha señalado que las obras académicas de Ruiz-Giménez son “deudoras de unos
planteamientos filosóficos muy tradicionales” y que, por ello, Ruiz-Giménez nunca quiso reeditarlas
posteriormente, pero que, a pesar de ello, “se trata de libros rigurosos y bien trabajados y escritos”
(FERNÁNDEZ, EUSEBIO, “Pensamiento y preocupación política en Joaquín Ruiz Jiménez” en Horizontes de la
Filosofía del Derecho. Homenaje a Luis García San Miguel (2). VIRGILIO ZAPATERO (ED.), Alcalá de Henares,
Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 2002, pp. 464-465). Vid. también sobre la evolución intelectual
de Ruiz-Giménez, el balance que ofrece Elías Díaz: (DÍAZ, ELÍAS, De la Institución a la Constitución.
Política y cultura en la España del siglo XX, Madrid, Trotta, 2009, pp. 84-86), donde se subraya cómo “las
categorías y dimensiones que van a ir paso a paso en él abriéndose camino y fortaleciéndose serán las de
su identificación con la conciencia y la razón de la modernidad, la tolerancia, el pluralismo, los derechos
humanos, la filosofía política liberal y realmente democrática” (ibíd., p. 85). Además contamos hoy con
dos estudios que abordan la aportación de Ruiz-Giménez a la Filosofía del Derecho española en distintos
momentos (GARCÍA MANRIQUE, RICARDO, La filosofía de los derechos humanos durante el franquismo,
Revista de Hispanismo Filosófico
n.º 15 (2010): 221-225
221
ISSN: 11368071
222
LIBORIO L. HIERRO
Sin negar, desde luego, lo que en su momento pudo aportar no creo yo que se
encuentre en ella la parte más memorable de su aportación académica. Hay grandes
científicos y grandes pensadores que han sido malos profesores o no han sido en
absoluto profesores. Hay también grandes profesores que no han legado una gran
obra científica o filosófica. Ruiz Giménez era un gran profesor; fui alumno suyo y
recuerdo que era un profesor brillante, claro, sugerente, comprometido y amable,
enormemente amable. Además de su propia enseñanza directa él configuró en la
Universidad Complutense un grupo muy amplio de filósofos del Derecho. Sus
dos brazos eran Elías Díaz y Gregorio Peces-Barba; el primero vino con él desde
Salamanca; el segundo, poco más joven, se incorporó aquí en Madrid. Junto a ellos
y a Don Joaquín se fue integrando aquel grupo del que formaron parte Joaquín
Almoguera, Emilio Lamo, Francisco J. Laporta, Julio Rodríguez Aramberri, Luís
Rodríguez Zúñiga, Leopoldo Torres, Virgilio Zapatero y yo mismo. Pero creo que,
más allá de la mera formación de un grupo más o menos cualificado de filósofos
del Derecho, algunos de los cuales pasaron pronto a la Filosofía Política y a la
Sociología, hay algo más que recordar.
3. Recordarlo es recordar lo que la Filosofía del Derecho española debe a Ruiz
Giménez y así intenté hacerlo en las páginas que escribí para su homenaje hace trece
años2 y que ahora trataré de resumir.
Recordaba yo allí que otro catedrático de Filosofía del Derecho, Luís García
San Miguel, también hoy fallecido, gustaba decir, medio en broma, medio en
serio, que nuestra asignatura estaba “asolada por dos escuelas rivales” a las que él
llamaba de Trento y de Ferraz3. Y lo decía ya a punto de terminar el siglo XX. A
ello repliqué entonces, y sigo replicando ahora, que tal afirmación era en esas fechas
—afortunadamente para nosotros— rigurosamente falsa. Que, muy al contrario, la
Filosofía del Derecho en España gozaba, por la década de los noventa del siglo pasado,
de una envidiable buena salud que, por cierto, no ha perdido en la primera década del
siglo XXI. Están presentes en ella prácticamente todas las orientaciones relevantes con
vigencia en el panorama del pensamiento occidental. La investigación y la reflexión
producen continuamente un abundante material y las relaciones con los grupos
homólogos de otros países, desde el norte de Europa hasta el sur de Latinoamérica,
son intensas y plurales. La presencia de los filósofos del Derecho españoles en
publicaciones extranjeras es frecuente y respetada. Todo ello no tendría nada de
particular dadas nuestra tradición cultural, nuestra capacidad económica y nuestra
hoy casi total normalidad democrática pero sí que tiene algo de particular, y es ello
que la filosofía del derecho española estuvo efectivamente y durante muchas décadas
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1996; RIVAYA, BENJAMÍN, Filosofía del Derecho y primer
franquismo (1937-1945), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1998). Tienen también interés,
aunque de forma menos directamente relacionada con la Filosofía del Derecho, la tesis doctoral de Muñoz
Soro sobre la revista “Cuadernos para el Diálogo” (MUÑOZ SORO, JAVIER, «Cuadernos para el Diálogo» Una
historia cultural del segundo franquismo, Madrid, Marcial Pons, 2003).
2
HIERRO, LIBORIO, L., “Nota demasiado breve sobre lo que la Filosofía del Derecho española debe al Prof.
Ruiz Giménez” en La fuerza del diálogo. Homenaje a Joaquín Ruiz-Giménez, pp. 113-122, Madrid, Alianza
Editorial, 1997.
3
GARCÍA SAN MIGUEL, LUIS, Hacia la justicia, Madrid, Tecnos, 1993, p. 14.
Revista de Hispanismo Filosófico
n.º 15 (2010): 221-225
En Memoria (académica) de Joaquín Ruiz Giménez
223
“asolada” por Trento (que es una forma de decir por el integrismo más reaccionario).
No condicionada, influida, protagonizada...; no: sencillamente “asolada”. Asolada
como muy pocas otras disciplinas universitarias y casi ninguna de las jurídicas.4 Lo
cierto es que del “saludable estado de la filosofía jurídica española el 18 de Julio de
1936” (Rivaya 1996, p. 88) se pasó, tras la Guerra Civil, a un panorama dominado en
el interior de España por dos corrientes con sólo relativas diferencias entre sí y con
estrechas interrelaciones, la de los católicos y la de los falangistas. La leve tensión que
pudo haber entre ambas se resolvió pronto en favor del predominio de los católicos
en esta disciplina. En efecto, fracasado el intento de establecer una filosofía fascista
del Derecho y del estado de nuevo cuño, intento que representó Legaz Lacambra, se
alzó con la hegemonía el iusnaturalismo católico. Hacia el final de la Segunda Guerra
Mundial —como señala Benjamín Rivaya al final de su referido trabajo— “España
había dejado de ser totalitaria y se preparaba para ser sólo católica”5. Es una forma
abreviada y gráfica de decirlo, aunque no cabe entender que dejara por ello de ser
totalitaria sino más bien que el proyecto totalitario hubo de ser remozado. Pero lo
cierto es que, en la Filosofía del Derecho, el iusnaturalismo católico se impuso como
doctrina académica oficial y así permaneció durante las dos siguientes décadas. Con
gente como Luís Recaséns Siches, Alfredo Mendizábal Villalba (el único filósofo del
Derecho tomista que se opuso al “alzamiento” militar), José Medina Echevarría, y
Blas Ramos desplazados al exilio, y con Felipe González Vicén sometido a un cierto
“exilio interior”, la Filosofía del Derecho académica quedó dominada por Miguel
Sancho Izquierdo, Mariano Puigdollers Oliver, Wenceslao González Oliveros, José
Corts Grau, Enrique Luño Peña y Luís Legaz Lacambra. Todos ellos, con matices poco
relevantes, compartían una única y excluyente ortodoxia: el iusnaturalismo católico.
Luís Legaz fue la excepción en cuanto había pretendido construir un “humanismo
totalitario” más explícitamente fascista (e inicialmente antiiusnaturalista) pero terminó
por adherirse, aun con matices, a la ortodoxia dominante.
4. Joaquín Ruiz Giménez perteneció a la siguiente generación; accedió a la cátedra
en 1943, en una de las siete oposiciones celebradas entre 1940 y 1945. El largo período
de actividad política que se abrió a continuación para Ruiz Giménez —desde 1946
hasta 1956— le descentró de la actividad estrictamente académica pero, al mismo
tiempo, marcó el inicio de su continuada y radical evolución. Él mismo ha señalado
que el tiempo al frente del Ministerio fue el momento de distanciamiento del “régimen”
(cuando nombró rectores a Pedro Laín y Antonio Tovar y cuando apoyó la cátedra de
José Luís López Aranguren con un enfrentamiento -que él recuerda dolorosamentecon los dominicos), distanciamiento que se acentuó especialmente entre 1954 y 1955.
Cuando volvió a ocupar su cátedra en Salamanca Ruiz Giménez estaba ya lejos de
la ortodoxia dominante en la disciplina. Él mismo lo ha descrito con estas palabras:
“Desde ver el Derecho como un gran orden, con Ley Eterna, Ley Natural, Leyes
Positivas y todo lo demás, pasé a ahondar más en la dignidad de la persona humana, las
4
No puedo ahora extenderme en demostrar afirmación conscientemente tan rotunda, aunque por lo
demás lo que afirmo sea bastante notorio, por lo que me remito sin más al trabajo de RIVAYA, BENJAMÍN “La
Filosofía jurídica en los comienzos del nuevo Estado español” en Sistema, 131, Marzo 1996, pp. 87-103.
5
RIVAYA, BENJAMÍN, o.c., p. 103
Revista de Hispanismo Filosófico
n.º 15 (2010): 221-225
224
LIBORIO L. HIERRO
libertades y la igualdad, como dimensión básica de la justicia. Y un sistema donde todo
ello fuera realmente posible”6.
Acabo de utilizar, muy conscientemente, el calificativo de radical para la
paulatina evolución que Ruiz Giménez sufrió, y creo que ello exige y merece
una explicación pues supongo que muchos buenos conocedores de Ruiz Giménez
—aparentemente encarnación misma de la moderación ética y política— podrían
sorprenderse legítimamente ante tal calificativo. Ciertamente Ruiz Giménez ha
sido siempre —lo afirmo en cuanto directamente o indirectamente le he conocido—
moderado en las formas y moderado en los medios, pero ha sido radical en las
convicciones. Y, en lo que ahora me compete, creo que fue radical en su evolución
académica como iusnaturalista. Porque parece claro que el Ruiz Giménez que
se reincorporó en 1956 a la cátedra de Salamanca no era —académicamente o
intelectualmente— el mismo Ruiz Giménez que, una década antes, había obtenido la
oposición. Él mismo ha atribuido su radical evolución a su propia convicción cristiana;
ello no obstante, una elemental aplicación de la distinción, hoy habitualmente
utilizada, entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación obliga a
reconocer que —más allá de su legítima reivindicación de continuidad biográfica— la
ruptura de Ruiz Giménez con el iusnaturalismo escolástico fue una ruptura radical,
si no en la intención desde luego en las consecuencias. En la España de finales de los
cincuenta, y más en concreto en el mundillo de la Filosofía del Derecho de aquellos
años, abandonar el “ius naturae” para abrazar los “derechos del hombre” era tanto
como salir del convento para enfrentarse al mundo, salir de la tradición para abrazar la
modernidad, salir del mundo de las respuestas incontestables para abrirse al mundo de
las preguntas y los desafíos, salir del mundo de la intolerancia para entrar en el mundo
del diálogo. Y Ruiz Giménez, que nunca hasta el día mismo de su jubilación dejó de
profesar como iusnaturalista, abrazó sin embargo las exigencias de ese desafío de la
libertad y los derechos humanos (iusnaturalismo moderno o “protestante”, solemos
decir a los estudiantes) y de sus consecuencias, y arrastró “a” y se dejó arrastrar “por”
sus discípulos en esa impredecible aventura.
5. Creo que, desde su venida a Madrid, su trabajo académico fue predominantemente
de enseñanza, promoción y divulgación. Cabría decir que Ruiz Giménez renunció a
“interpretar” la Filosofía del Derecho y se dedicó a “transformarla” o, si se prefiere, a
realizarla. El centro de esta actividad fue, por supuesto, “Cuadernos para el Diálogo”,
proyecto que concibió en Salamanca y realizó en Madrid, pero su cátedra formó
también parte de singular importancia en esa labor de transformación. Los dos adjuntos
que unió a su cátedra de Madrid —Elías Díaz y Gregorio Peces Barba— desarrollaron
los dos polos de interés que Ruiz Giménez atribuía entonces a la disciplina: de un
lado la recuperación del diálogo con el pensamiento filosófico jurídico heterodoxo,
principalmente con el pensamiento de la “otra” España lo que principalmente llevó
a cabo Elías Díaz; de otro lado el polo de atención más importante —para el que
el anterior era posiblemente un instrumento o una condición necesaria pero no
suficiente— era la filosofía del derecho entendida como teoría de la justicia, esto es
6 RUIZ GIMÉNEZ, J. , El camino hacia la democracia, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985,
tomo II, p. 402 (corresponde a la entrevista que le hicieron José A. Gimbernat y Teresa Rodríguez de Lecea).
Revista de Hispanismo Filosófico
n.º 15 (2010): 221-225
En Memoria (académica) de Joaquín Ruiz Giménez
225
como teoría del estado y del derecho justos. A esta elaboración, a la teoría del estado
de derecho y a la teoría de los derechos humanos —y a la práctica política en defensa
de lo uno y de los otros— dedicó Ruiz Giménez a partir de 1963 la mayor parte de
su esfuerzo, y a lo uno y a los otros Elías Díaz y Gregorio Peces Barba dedicaron la
mayor parte de su obra.7
Lo que cabe discutir es si Ruiz Giménez formó y dirigió una “escuela” en la Filosofía
del Derecho española y, si así fue —como creo— cuál fue su rasgo característico
y cuál su aportación. La idea de que en torno a Ruiz Giménez se constituyó algo
así como una “escuela” no sería en todo caso mía. García San Miguel —a quien
antes he recordado— señaló expresamente que, frente a la escuela de Trento, la que él
denominaba insólitamente de Ferraz “procede de los profesores disidentes, agrupados
en torno a Ruiz Giménez” (García San Miguel 1994, p. 33). Hubo, en efecto, una
escuela o quizás sería mejor decir un movimiento. Un movimiento académico y
científico no exclusivo, ni excluyente, caracterizado más por su disidencia respecto
al iusnaturalismo católico imperante que por un método o unos contenidos propios.
Quizá el rasgo positivo en común era compartir una agenda de modernización y
normalización de la disciplina: poner la filosofía del derecho española en sintonía con
su propia historia y con la filosofía del derecho europea, y comprometer a la filosofía
del derecho española con la lucha práctica por el estado de derecho y los derechos
humanos.
La escuela o movimiento que Ruiz Giménez encabezó en la Filosofía del Derecho
española dejó hace ya mucho tiempo de existir; probablemente desapareció de la
asignatura el mismo día en que la otra, la de Trento, perdió su posición oficialmente
hegemónica porque lo que hasta entonces había caracterizado a aquel movimiento
fue la alternativa de racionalidad, libertad, pluralidad y diálogo (diálogo con el
pasado, con el exterior, con el positivismo, con el marxismo, ...) y la lucha intelectual
—aunque no sólo intelectual— por el estado de derecho y por los derechos humanos.
Cuando el país entró en la normalidad democrática y la filosofía del derecho dejó
de ser el feudo de una determinada corriente intelectual en su mayor parte ligada a
sostener la legitimación oficial de la dictadura, aquel movimiento se hizo innecesario.
Había cumplido su función. La Filosofía del Derecho vivió a partir de entonces en
España con normalidad. Pero sigo creyendo que, para entonces, había contraído una
deuda impagable con Joaquín Ruiz Giménez.
7 Baste recordar ahora a DÍAZ, ELÍAS, Estado de Derecho y Sociedad democrática, Madrid, Cuadernos
para el Diálogo, Madrid, 1966; PECES-BARBA, GREGORIO, Derechos Fundamentales, I: Teoría general, Madrid,
Guadiana, 1973.
Revista de Hispanismo Filosófico
n.º 15 (2010): 221-225
Retrato de Mariano Quintanilla (1896-1969) realizado por Jesús Unturbe. Se halla en la Casa-Museo
Antonio Machado (Segovia).
Descargar