Las lavanderas nocturnas El cacique indio Caraire, jefe de la tribu hipoana de la Guajira, tenía una bella sobrina llamada Irúa, a quien quería como si fuera hija suya. La destinaba a casarse con su amigo Jarianare, rico poderoso, pero ella estaba enamorada del intrépido indio Arite, desprovisto de toda fortuna y rechazado cuando fue a pedirle su mano al cacique Caraire. Ante la negativa, su amor se acrecentó y decidió aceptar el ofrecimiento del cacique para luchar contra las tribus vecinas, con la esperanza de conseguir un gran botín que le hiciera merecedor de Irúa. Pero la intención del cacique era hacerlo perecer, y así, dijo a su sobrina: “Arite no volverá. En breve, te casarás con Jarianare” La joven se tambaleó y cayó desmayada. Al día siguiente fue a pedirle consejo a su venerado mago, el más sabio de los viejos de la Guajira, quien sus preguntas contestó: “El indio Ardite no volverá. Su espíritu estará vagando en el espacio y tú estarás lavando ropa hasta que él regrese, y entonces lo envolverás en tu amor y volveréis a las lagunas ignoradas”. La joven, presa de gran tristeza; se consumió y falleció de dolor. El cacique derramó abundantes lágrimas y mandó enterrarla cerca del lago con gran esplendor; pero Arite no había muerto y luchaba con dulce esperanza de poseer a Irúa. Al conocer la noticia de su muerte, regresó a la tribu y subió al monte donde se divisa la laguna. Se acercó a ella y lanzó un grito al ver a Irúa entre las siluetas blancas de mujeres etéreas que, con el cabello al viento, lavaban y tendían ropa entre las penas. Se aproximó a ellas y, abrazados, Irúa le dio un beso de ultratumba que le devolvió las entrañas y sembró en ellas el frio de la muerte. Todos los habitantes contemplaron al siguiente día el cadáver de Arite junto a la laguna y lo sepultaron al lado de Irúa. El cacique murió a los pocos meses, y desde entonces los indios ven vagar su alma por los montes y llanuras, huyendo de las lavanderas nocturnas. Fuente: Pablo Bravo. Castellano. Editorial Biosfera.1992, página 45