EL MUCHACHO QUE LOGRÓ QUE LOS CIEGOS PUEDAN LEER Y ESCRIBIR I Luis Braille –el inventor del alfabeto para ciegos–, nació a comienzos del siglo antepasado en un pueblito de Francia. Fue el hijo menor de una familia de artesanos que elaboraban artículos de cuero para los campesinos de su región. Sus hermanos –Simón, de quince años, Catalina de doce, y María de diez– le contaban cuentos, le cantaban y le leían cuanto podían. A los tres años, lo llevaban a la talabartería familiar. Le gustaba ver cómo cortaban el cuero con una filuda cuchilla y cómo lo cosían para hacer bolsos, botas u otro artículo. Y un, al imitarlos jugando, se clavó una lezna en un ojo. Sus padres lo llevaron a diversos hospitales, mientras Simón, Catalina y María atendían el negocio. Pero los oculistas nada pudieron hacer. Luis perdió la visión con el ojo herido y luego también con el sano. II Luis tuvo que aprender a vivir a oscuras. Su madre ordenó mantener siempre los muebles y objetos en un mismo lugar. Gracias a ello, Luis memorizó su ubicación y pudo caminar por su casa sin tropezar ni equivocarse. Aprendió a usar mejor sus otros sentidos. Así, por el ruido reconocía cuál puerta se abría o cerraba. Volteaba la cabeza hacia la persona que le hablaba y la reconocía. Y descubrió que los la gente se diferenvcia por el ruido que hace al caminar. Los pasos de papá eran lentos y fuertes. Los de Simón, fuertes pero rápidos. Los de mamá, lentos y firmes. Los de Catalina, firmes pero rápidos. Y los de María, suaves y ligeros. En la talabartería reconocía las botas, riendas y monturas tocándolas. Y si eran muy parecidas, las diferenciaba pasando sus dedos sobre su superficie, para identificar sus adornos repujados o sus rasguños y desgastes. Sus hermanas lo sacaban a pasear y le describían y explicaban lo que veían. Así llegó a conocer por su canto muchas aves, y por su olor diversas flores, frutos y plantas. Gracias a ello, un día en que paseaban por las afueras del pueblo, Luis se detuvo en determinado sitio, señaló hacia arriba y dijo: –En ese alto manzano hay un nido con tres pichones, pero sus padres no están. –¡Oh! ¿Cómo admiradas. lo sabes? –exclamaron ellas, muy sorprendidas y –Porque huele a hambre... manzanas, y los tres pichoncitos están piando de III Al cumplir seis años, comenzó a ser llevado a la escuela por su hermana María. Aunque era ciego, su maestra se empeñó en enseñarle a leer. Para tal fin, le preparó con cartón letras recortadas de seis centímetros de alto. Así, mediante el tacto aprendió el alfabeto y practicó la unión de las letras en sílabas para formar palabras. Apenas supo leer, le dijo a su maestra: –Hay libros con letras así, para que yo pueda leerlos, ¿no? Me prestará usted algunos, ¿verdad? –Sí, hay libros con letras en relieve, para leerlos con los dedos. Pero están en París. Quizás algún día irás allá–, le respondió, pensando en la escuela especial para ciegos creada por Valentin Hauy, el inventor de esos libros. Al cumplir diez años, Luis fue llevado a París. Ahí leyó su primer libro. Era un libro enorme, de gruesas páginas y grandes letras abultadas. Luis deslizó sus dedos sobre los renglones. Se sintió inmensamente feliz. Leer en un libro de tal tamaño era incómodo..., pero era leer. Se necesitaban varios de esos librotes para decir lo mismo que sus hermanas le leían en un texto escolar. Muchos ciegos se aburrían con tales librotes. Pero Luis era buen alumno y leyó los catorce volúmenes que había en la escuela. Luego pidió otros. Se quedó tremendamente triste y pensativo al oír la respuesta: "No hay más. Esos son todos. Publicarlos cuesta mucho". Todos los años, al llegar el verano, Luis iba a su casa a pasar las vacaciones. Durante esos tres meses se afanaba en aprender cada día algo nuevo. Por eso sus padres y hermanos conversaban largamente con él y le leían cuanto libro conseguían, hasta que regresaba a la escuela. ¡Cuánto deseaba Luis que los libros para ciegos no fueran tan caros! Decía que debería haber una mejor manera de enseñar a los ciegos, y él tenía esperanza de lograrlo. IV Un día, un capitán francés fue a su escuela a mostrar la "escritura en cartones con puntos y rayas en relieve" que usaba el ejército en sus operaciones nocturnas. Así, a oscuras, los soldados "leían" las órdenes y avisos de sus oficiales. El capitán pensó que ese sistema podría ser útil para los ciegos. Luis estuvo encantado con esa escritura nocturna. Después le halló defectos y quiso corregirlos. Pero sus propuestas no fueron aceptadas por el ejército. Entonces decidió buscar él mismo un mejor método. Imaginó varias soluciones y las experimentó con sus compañeros. Durante tres años buscó una forma fácil de leer y escribir para los ciegos. Tenía apenas quince cuando dio a conocer públicamente la solución que hasta hoy se usa: representar cada letra y número mediante puntos en relieve colocados en diferentes posiciones. Para leerlos, los ciegos pasan las yemas de sus dedos sobre esos puntos en relieve. Luis Braille estaba feliz. "Ahora sólo es cuestión de tiempo. Pronto habrá muchos libros para todos los ciegos", exclamó. Esos deseos se cumplieron. Hoy existen miles de libros y revistas escritos con el alfabeto que con justicia lleva su nombre. Luis Braille inventó un sencillo aparatito portátil con el cual los ciegos pueden escribir presionando por atrás una especie de clavo sobre un papel. De esa manera marcan en alto relieve los puntos en distinta posición que diferencian una letra de otra. Elmo Ledesma Zamora