EXPLORANDO A BIBLIOTECA DE WENCESLAO. Miguel Delibes

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EXPLORANDO A BIBLIOTECA DE WENCESLAO
El Camino
Por David Alexandre Meier Cácharo
“- Hijos, en realidad, todos tenemos un camino marcado en la vida.
Debemos seguir siempre nuestro camino, sin renegar de él […]. Algunos
pensaréis que eso es bien fácil, pero, en realidad, no es así. A veces el
camino que nos señala el Señor es áspero y duro. En realidad eso no
quiere decir que ése no sea nuestro camino. […] Algunos por ambición
pierden parte de la felicidad que Dios les tenía asignada en un camino
más sencillo. La felicidad no está, en realidad, en lo más alto, en lo más
grande, en lo más apetitoso, en lo más excelso; está en acomodar
nuestros pasos al camino que el Señor nos ha señalado en la Tierra.
Aunque sea humilde.”
Con estas palabras puestas en boca de don José, el cura, Miguel
Delibes nos proporciona la clave para entender una de sus novelas más
reconocidas, El camino, según la crítica “una de las obras maestras de
la narrativa contemporánea”. En la sesión de hoy pasearemos por el
pueblo de Daniel, el Mochuelo, conoceremos un poco más a sus
habitantes y a la persona que les dio vida.
Miguel Delibes nace en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Al no
poder ingresar en la Universidad debido al estallido de la Guerra Civil,
su padre lo matricula en la Escuela de Artes y Oficios. Una vez acabada
la contienda, estudia Derecho y Comercio.
En 1941 ingresa como caricaturista en el periódico El Norte de
Castilla y al año siguiente se matricula en un curso en Madrid para
obtener el carné de prensa. Publica en 1942 su primer artículo,
dedicado a la caza mayor.
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En 1945 obtiene por oposición la cátedra de Derecho Mercantil y
empieza a dar clases en la Escuela de Comercio de Valladolid. Ese
mismo año contrae matrimonio con Ángeles Castro, quien le anima a
escribir su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, publicada
en 1947 y con la que obtiene el Premio Nadal en 1948, ambientada en
Ávila y que narra la historia de Pedro desde que en su infancia lo dejan
al cargo de un maestro cuando se queda huérfano hasta su madurez. Al
año siguiente publica Aún es de día. Su siguiente novela será El camino
en 1950, cuya primera edición se conserva autografiada en esta casa,
donde retoma el protagonista infantil, esta vez en un ambiente rural.
En 1952 es nombrado subdirector de El Norte de Castilla.
En 1953 publica Mi idolatrado hijo Sisí, novela de tesis que analiza
la burguesía provinciana de una ciudad parecida a Valladolid, y la
novela corta El loco.
En 1955 publica Diario de un cazador, primera entrega de la
trilogía que completan Diario de un emigrante (1958) y Diario de un
jubilado (1990) y con la que obtiene el Premio Nacional de Literatura.
De 1958 a 1963 ocupa el cargo de director del periódico El norte de
Castilla.
En 1959 ve la luz La hoja roja, de tipo existencial, en la que un
fotógrafo a punto de jubilarse rememora su vida.
En 1962 se publica Las ratas, con tintes autobiográficos, donde se
recupera el ambiente rural.
En 1966 ve la luz la que la crítica considera su gran obra maestra,
Cinco horas con Mario, en la cual Carmen, una burguesa conservadora,
pasa toda la noche velando el cadáver de su marido, Mario, profesor de
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instituto de ideología izquierdista. Durante este tiempo, Carmen le
reprocha a su marido la “mala vida” que le dio, haciendo un fiel retrato
de la sociedad de los años 60. Uno de sus principales reproches, que se
repite a lo largo de toda la obra, es que su marido no le hubiera
comprado un “Seiscientos”.
Inspirado por la primavera de Praga, Delibes publica en 1969 la
novela Parábola del náufrago, apartándose de su temática habitual.
En 1973 Delibes recupera el tema infantil con El príncipe
destronado, que narra un día en la vida de Quico, un niño de tres años
que tiene la desgracia de que en su casa ha nacido una niña pequeña.
Retrata de nuevo la hipocresía burguesa.
En 1974 es elegido miembro de la Real Academia Española,
ocupando el sillón “e” minúscula. En noviembre de este mismo año
fallece su esposa Ángeles, dejando al escritor sumido en una depresión
durante más de tres años, aunque publica en este período una obra que
ya tenía terminada, La guerra de nuestros antepasados (1975).
En 1978 publica la novela El disputado voto del señor Cayo, y al
año siguiente su discurso de ingreso en la RAE bajo el título Un mundo
que agoniza.
En 1982 ve la luz otra de sus magnas obras, Los santos inocentes,
cuyo tema es la degradación de una familia rural explotada por los
caciques del lugar. Este mismo año es galardonado con el Premio
Príncipe de Asturias de las Letras.
En 1983 se publica Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso,
novela epistolar en la que el protagonista conoce a una mujer en una
página de contactos y de la que se va enamorando progresivamente
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hasta que la conoce en persona, momento en el cual se lleva una gran
decepción.
Nuevamente retoma un protagonista infantil en 377A Madera de
héroe, publicada en 1987. En 1991 ve la luz Señora de rojo sobre fondo
gris, en la que apreciamos una evocación de la figura de su esposa, y en
1998 sale al mercado su última gran novela, El hereje, ambientada en el
Valladolid del siglo XVI y con la que obtiene el Premio Nacional de
Narrativa. Desde entonces hasta hoy, Delibes no ha dejado de publicar
y de ser reconocido en muchos ámbitos. Algunos de los premios que ha
recibido son, por ejemplo, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo
(1999), ser investido Doctor Honoris Causa en las universidades de
Valladolid, la Complutense de Madrid, la alemana de El Sarre, Alcalá de
Henares y Salamanca, esta última en el año 2008, y un largo etcétera
de premios y galardones.
Cuando Miguel Delibes daba sus primeros pasos en el mundo de la
novela, Wenceslao Fdez. Flórez era uno de los autores más consolidados
en el panorama literario español. De ahí que su primera edición de El
camino esté dedicada al “gran escritor” Wenceslao Fdez. Flórez.
Debemos destacar, también, que el propio Delibes consideraba El
camino como su primera obra literaria “de interés”, tras las dos novelas
de aprendizaje que había escrito anteriormente (La sombra del ciprés es
alargada y Aún es de día).
La historia se desarrolla en una aldea situada en un valle, el cual
“era como una olla independiente absolutamente aislada del exterior. Y,
sin embargo, no era así; el valle tenía su cordón umbilical, un doble
cordón umbilical, mejor dicho, que le vitalizaba al mismo tiempo que le
maleaba: la vía férrea y la carretera. Ambas vías atravesaban el valle de
sur a norte, provenían de la parda y reseca llanura de Castilla y
buscaban la llanura azul del mar.” Vamos ahora a darnos un paseo por
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este valle, gracias a la adaptación cinematográfica dirigida por Ana
Mariscal en 1963. (Power point: Taberna, iglesia, escuela, plaza, río).
El eje vertebrador de esta historia es el joven Daniel, el Mochuelo,
un niño de 11 años que, en la víspera de su marcha a la ciudad para
iniciar sus estudios de Bachillerato, pasa la primera noche de insomnio
de su vida.
“Daniel, el Mochuelo, se revolvió en el lecho y los muelles de su
camastro de hierro chirriaron desagradablemente. Que él recordase, era
ésta la primera vez que no se dormía tan pronto caía en la cama. Pero
esta noche tenía muchas cosas en que pensar. Tal vez mañana no fuese
ya tiempo. Por la mañana, a las nueve en punto, tomaría el rápido
ascendente y se despediría del pueblo hasta las Navidades. Tres meses
encerrado en un colegio. A Daniel, el Mochuelo, le pareció que le faltaba
el aire y respiró con ansia dos o tres veces. Presintió la escena de la
partida y pensó que no sabría contener las lágrimas, por más que
Roque, el Moñigo, le dijese que un hombre bien hombre no debe llorar
aunque se le muera el padre.”
A lo largo de toda la novela, los pensamientos de Daniel, el
Mochuelo, desde su cama, fluctúan por los diferentes momentos que
vivió en aquella aldea, su casa, de la que su padre lo arrancará
cruelmente empeñado en la idea de que el chico debe ser algo en la vida
(power point). El Mochuelo no comprende esta decisión. Como narra
Delibes, “Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido,
escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas.
Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente
desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato
constaban, según decían, de siete años, y, después, los estudios
superiores, en la universidad, de otros tantos años, por lo menos.
¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce
años de esfuerzo, tres más de los que contaba ahora Daniel?
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Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo –pensaba el
Mochuelo- y, a fin de cuentas, había quien al cabo de catorce años de
estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero, o una boñiga
de un cagajón. La vida era así de absurda y caprichosa.”
Durante toda esta noche, como decíamos, el Mochuelo evocará sus
vivencias, el aprendizaje de la vida, acompañado en muchas ocasiones
por sus amigos, Roque, el Moñigo, el hijo del herrero, y Germán, el
Tiñoso, el hijo del zapatero. Estos tres chicos forman una pandilla muy
bien compenetrada, de la cual el líder es indiscutiblemente Roque, el
Moñigo, que en palabras de la madre de Daniel “sabía muchas
perrerías”, y al que su hermana Sara castigaba con frecuencia
encerrándolo en el pajar y leyéndole las recomendaciones del alma.
(Power point) Será el Moñigo el principal instructor de Daniel en el
saber extraacadémico, quien le explica lo que es un vientre seco y lo que
es un aborto, y todos los temas tabú de la sociedad del momento,
porque Roque, el Moñigo, sabía mucho de todo “eso”. El tercer vértice de
este triángulo es Germán, el Tiñoso, cuya principal característica es su
indiscutible amor por los pájaros. No llega a la misma intimidad con el
Mochuelo que Roque, el Moñigo, pero les enseña a ambos una
importantísima lección: que la muerte acecha en cualquier esquina.
(Power point). Como decimos, este es un trío bien compenetrado:
Tenemos a Roque, que encarna la fuerza física y el aprendizaje de la
vida, a Daniel, más cerebral y observador, que cuestiona todo lo que ve,
observándolo todo “lo mismo que un mochuelo”, como bien había
apuntado Germán, el Tiñoso, el primer día de escuela. Este último,
desde nuestro punto de vista, encarna la imaginación y la ensoñación, y
también la debilidad, razón por la cual busca la protección de Roque y
Daniel.
Además de los personajes infantiles, entre los que cabe destacar a
la Uca-Uca, eterna enamorada de Daniel, el Mochuelo, siempre
persiguiéndolo e intentando que se fije en ella, y siendo objeto de sus
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burlas (power point); además de estos personajes, decíamos, los adultos
también ocupan una parte muy importante de la obra. Sigue éste
siendo un mundo de adultos, en el que los niños tienen que acatar las
órdenes de sus padres, como hemos visto anteriormente. El libro está
repleto de personajes pintorescos, cada uno con su historia particular.
Tenemos, por ejemplo, a la Guindilla Mayor, encarnación novelesca del
falso puritanismo, presidenta de la comisión parroquial y defensora de
la moral y la decencia (power point). Como vemos, la Guindilla se
entrega a Quino, con el que acabará casándose, a pesar de que
anteriormente había impuesto a su hermana, por fugarse con otro
hombre, el castigo de vestir de luto toda su vida y de no asomarse a la
calle en cinco años (power point). Por su parte, Quino, acosado por las
deudas, decide casarse con ella para mejorar económicamente y, según
él, para que su hija Uca-Uca, huérfana desde su nacimiento, tuviera
una madre.
Otros personajes destacados en esta novela son don José, el cura,
“que era un gran santo”, encarnación de la fe, y su polo opuesto,
Pancho el Sindiós, que “no creía en Dios ni en los santos”. Cuco, el
factor, se encarga de difundir las noticias en el pueblo ayudado por las
Lepóridas, las telefonistas del lugar. Paco, el herrero, impresiona por su
enorme fuerza física, y Andrés, el zapatero, por su fertilidad, pues “el
hombre que de perfil no se le ve” tiene diez hijos. También aparecen los
emigrantes encarnados en Gerardo, el Indiano, que salió de España
considerado “medio tonto” y volvió con un coche “que casi no metía
ruido al andar” y con una gran fortuna… y con una mujer yanqui y una
hija que será el primer gran amor (y el primer gran desengaño) del
Mochuelo, la Mica. No faltan personajes ridículos como don Moisés, el
maestro, al que llaman el Peón porque “avanza de frente y come de
lado” y que acabará convirtiéndose en tío político del Moñigo gracias a
un ardid de Daniel, el Mochuelo, que le escribe una carta haciéndose
pasar por Sara. (power point)
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También aparecen muchos otros personajes que simplemente son
nombrados y que no protagonizan ninguna de las historias paralelas a
la del Mochuelo. Son, por ejemplo, Chano, el otro tabernero, Ramón, el
boticario, Pascualón el del molino, la Chata, don Antonino el Marqués, y
un largo etcétera de personajes cuya aparición se limita a su nombre y
algún pequeño detalle. Pero todos estos personajes dan vida al pueblo,
son por así decirlo las células de este macropersonaje que, al fin y al
cabo, es el protagonista indiscutible de toda la obra. Podríamos decir
que El camino constituye un homenaje a esos antiguos pueblos
castellanos en los que el tiempo parecía detenerse, que tenían su propio
código de costumbres y normas, y en los que la invidualidad se
convierte en colectividad.
Novela de aprendizaje, de evolución del personaje, de evocación de
la naturaleza, de defensa del medio rural, son algunas de las etiquetas
que podríamos poner a El camino. Pero la principal de ellas, y la más
importante desde nuestro punto de vista, es la de novela de la
frustración. Daniel, el Mochuelo, considera que su camino está en su
pueblo, con su gente, haciendo la vida que había hecho durante los
once años anteriores, y no estudiando el Bachillerato en la ciudad. Pero
debe acatar la autoridad paterna, que le obliga a marcharse; la
autoridad moral de don José y de la Guindilla, etc.
“Daniel, el Mochuelo, recordaba con nostalgia su última noche en
el valle. Dio media vuelta en la cama y de nuevo atisbó la cresta del Pico
Rando iluminada por los primeros rayos del Sol. Se le estremecieron las
aletillas de la nariz al percibir una vaharada intensa a hierba húmeda y
a boñiga. De repente, se sobresaltó. Aún no se sentía movimiento en el
valle, y, sin embargo, acababa de oír una voz humana. Escuchó. La voz
le llegó de nuevo, intencionadamente amortiguada:
-¡Mochuelo!
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Se arrojó de la cama, exaltado, y se asomó a la carretera. Allí abajo,
sobre el asfalto, con una cantarilla vacía en la mano, estaba la Uca-uca.
Le brillaban los ojos de una manera extraña.
-Mochuelo, ¿sabes? Voy a La Cullera a por la leche. No te podré
decir adiós en la estación.
Daniel, el Mochuelo, al escuchar la voz grave y dulce de la niña,
notó que algo muy íntimo se le desgarraba dentro del pecho. La niña
hacía pendulear la cacharra de la leche sin cesar de mirarle. Sus
trenzas brillaban al sol.
-Adiós, Uca-uca –dijo el Mochuelo. Y su voz tenía unos trémolos
inusitados.
-Mochuelo, ¿te acordarás de mí?
Daniel apoyó los codos en el alféizar y se sujetó la cabeza con las
manos. Le daba mucha vergüenza decir aquello, pero era ésta su última
oportunidad.
-Uca-uca…-dijo al fin-. No dejes a la Guindilla que te quite las
pecas, ¿me oyes? ¡No quiero que te las quite!
Y se retiró de la ventana violentamente, porque sabía que iba a
llorar y no quería que la Uca-uca lo viese. Y cuando empezó a vestirse le
invadió una sensación muy vívida y clara de que tomaba un camino
distinto del que el Señor le había marcado. Y lloró, al fin.”
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