LA CULTURA DE LA QUEJA: UNA PERSPECTIVA ADOLESCENTE

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LA CULTURA DE LA QUEJA:
UNA PERSPECTIVA
ADOLESCENTE
PREMIO FILOSOFÍA HOY: VERDAD Y LIBERTAD
Jaime Stein González
LA CULTURA DE LA QUEJA
JAIME STEIN GONZÁLEZ
Estarán de acuerdo en que no es lo mismo para un adolescente dedicar una
tarde de sábado a salir con sus amigos que ir a visitar a sus primos pequeños en un
plan familiar. Cuando ves que el plan va en serio, no es raro que se te escape un: “Yo
me quedo” “¡Yo tengo mi vida!”…”Que sepáis que no os pienso dirigir la palabra”.
Esto supone en el fondo un ejemplo muy simple de una fiel garrapata que nos visita
con el despertador, y nunca se va realmente hasta que tienes la voluntad suficiente
para echarla de tu casa, cuando te das cuenta de que no todo es perfecto y no tiene por
qué serlo. Con este trabajo mi intención es desgranar lo que compone a la queja
adolescente y ofrecer una salida orientada a la verdad. La queja es una crítica
apelativa a nuestra realidad. En el momento en que uno acepta libremente los
supuestos de su vida, sus circunstancias personales, es cuando se adapta mejor al
medio.
Tenía razón Ramón Llul cuando afirmaba: “El que no se posee a sí mismo es
extremadamente pobre”, y es que el correcto ejercicio de la libertad orientado a la
verdad requiere autodominio. Requiere el previo conocimiento de que los actos son
más redondos si se piensa antes de llevarlos a cabo, requiere saber que toda conducta
tiene sus consecuencias, y que un hacer lo que me da la gana lleva a un desorden vital
que nunca conseguirá ajustarse a nuestros objetivos de felicidad.
Es de sentido común pensar que si una persona va a un restaurante en el que
sabe que tardan en atender y servir disfrutará más de su estancia si charla con su
pareja tranquilamente, que si está constantemente llamando la atención al camarero
por la tardanza, nervioso por una situación que tiene poco remedio. La cultura de la
queja está plenamente relacionada con la libre elección y con cómo nos posicionamos
frente a las cosas. Una persona que vive sujeta a lo material nunca estará del todo
contento pues sus deseos egoístas, aun cumplidos, nunca llenarán un alma que ansía
mucho más. Sin embargo, el camino de la simplificación, el camino del que vive
frente a las cosas limitará la queja a aquello que pueda hacer la convivencia más feliz
a todos.
Distinguimos por tanto distintos tipos de queja. Las no fundamentadas, que
protestan sobre algo desde una postura opuesta a la verdad, y las fundamentadas, que
protestan sobre algo desde la verdad. Estas últimas son las más frecuentes porque,
como regla general, la gente no es imbécil. Todo suele tener un componente de
veracidad. El elemento que determina el carácter de la queja es nuestra
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argumentación. Por ejemplo, en el caso descrito al comienzo de este trabajo el
argumento que aporta el adolescente a sus padres no se ordena a la verdad. Ya que
una de sus obligaciones es el obedecer y honrar a sus padres. No habla en vano la
Declaración Universal de los Derechos Humanos cuando dice: “Los padres tendrán
derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.”1.
Aunque no hace falta recurrir a la ONU para conocer un derecho al que se llega con el
sentido común.
De todas formas, hay francamente un abismo entre los dos subtipos de queja
fundamentada. La queja por situaciones que consideramos no se corresponde con el
orden esperado de la realidad o de nuestros objetivos - un examen, la hora de llegada
a casa, el plan familiar, etc.-. Y la queja que, siendo crítica, aporta una solución
optimista al problema y está abierta al diálogo; a la que denominamos queja
constructiva.
Con frecuencia se nos presentan en el día a día sucesos que merezcan
posiblemente reproche, protesta, reivindicación. El mundo en general, y nuestro
mundo adolescente en concreto, está lleno de imperfecciones y desencuentros con
nuestras expectativas de independencia. A esto se le une una potente capacidad de
llevar la contraria que misteriosamente se desarrolla en esta etapa, y que nos aporta
una rapidez de respuesta a las contrariedades que da pie a constantes situaciones de
protesta.
“-¡Mamá! ¡Ellas no han hecho nada en todo el día! Y yo encima de que
estudio toda la mañana ¿tengo que lavar los platos ahora? Venga ya… +Te he dicho
que pongas el lavavajillas hace ya media hora ¿Cuándo piensas empezar? ¿Eh? - Y yo
digo que no es justo, mamá. Espero que ellas lo pongan por la noche…”. En este caso
puede sí estar fundamentada, pero la queja sigue sin aportar ninguna “solución” al
dilema de lavar los platos. Y lo único que hemos conseguido es una mala
conversación con nuestra madre y tener que limpiar la vajilla a regañadientes. Otra
actitud similar puede darse en el colegio, cuando nos avisan de un examen el día
antes. “- ¡Pero Don Pablo! ¡Qué injusticia! ¡Es que no vamos a tener suficiente tiempo
para estudiar!
– Esto ya es bachillerato, deberías estar preparado… tú verás cómo te
organizas”. ¿Quién tiene razón en este caso?
1
Artículo 26, punto nº3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU.
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El denominador común de ambas situaciones es un ejercicio de la libertad que,
ordenado o no a la verdad, no nos aporta nada y va en detrimento de nuestra situación
en casa o el colegio. Y lo que se echa de menos es una actitud de aceptar lo impuesto
en primer lugar. En el fondo de la queja constructiva debemos buscar un ingrediente
de agradecimiento. Aristóteles decía que “el agradecimiento envejece rápidamente”,
y darse cuenta de lo que uno debe a la persona a la que está replicando –nuestros
padres, por ejemplo– es el camino a una queja libre más veraz. Obviamente exige
también humildad y una disposición generosa.
Nos daremos cuenta entonces de que quizá nuestra queja es inútil o
caprichosa, o quizá refuerza nuestra teoría, y nos ayuda a llevar a cabo una propuesta
inteligente que siempre conlleva esfuerzo. Me gustaría citar aquí el caso de una amiga
mía que vive en el Estado de Michigan, y que un día decidió protestar por algo que se
le antojaba injusto. Tiene 16 años y atiende clases en un Instituto público americano,
donde era testigo del acoso que recibían algunos compañeros suyos – lo que en inglés
se llama “bullying”-. Se quejó al director de su Instituto, pero este le dijo que ya
hacían todo lo posible por frenar esto. Ella tenía la ilusión de poder acabar con esto y
se lanzó a montar una campaña por las redes sociales. Grabó un vídeo con el lema
“Everyone is someone” en el que instaba a todos a parar esta corriente de maltrato
escolar cada cual desde sus circunstancias, que comenzaba con dejar de criticar a las
espaldas, evitando un ambiente frívolo. Consiguió ir a enseñárselo al senador de su
estado y al alcalde de su ciudad. La campaña está todavía en desarrollo.2
Es justo en el momento en que participas para que tu queja se materialice en
práctica eficaz cuando la denominación de protesta se identifica con la de iniciativa.
Tu libre búsqueda de lo mejor, lo justo, la verdad es perfecta cuando no sólo
reivindicas que el cuadro se ha caído, sino que lo recoges del suelo.
2
Adjunto un link de la página en Facebook de la campaña:
https://www.facebook.com/everyoneissomeonecampaign?fref=ts
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