crucifixión, resurrección, comisión

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CAPÍTULO 13
(Mateo 27, 28)
CRUCIFIXIÓN,
RESURRECCIÓN,
COMISIÓN
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18)
E
n mi primera visita a Jerusalén, leí sobre lo fascinante que era ir de excursión del Monte de los Olivos al Monte Templo, a la luz de la mañana. La noche anterior a mi recorrido por esos montes, Morgan, mi hija
de ocho años de edad, tras haber tenido un extraño sueño con María y José,
despertó con un terrible dolor de estómago. Así que, en lugar de ir de excursión, tomamos un taxi hasta la Puerta de las Ovejas.
Mientras pasábamos por la puerta de seguridad del Monte del Templo, alguien gritó: “¿Son ustedes musulmanes?”.
Al responder que no era musulmán, me di cuenta de que aquella era una
entrada exclusiva para musulmanes.
El guardia nos hizo señas y nos dijo: “Sigan caminando por la Vía Dolorosa, luego doblen a la izquierda”.
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MATEO – SÁLVANOS AHORA, HIJO DE DAVID
El camino era empedrado y cuesta arriba, y Morgan empezó a tirar de mi
mano. Por lo general, a ella no le gustaba que yo la cargara mucho.
“Cariño, ¿quieres que te lleve?”.
Asintió con la cabeza, y la cargué.
Apoyando su mano en mi nuca, tomó un sorbo de agua de su botella mientras caminábamos. Finalmente, doblamos a la izquierda, encontramos la entrada destinada para nosotros, y pasamos dos horas en el Monte del Templo.
Más tarde, mientras veía a las chichas jugar en la piscina, reflexioné en que la
calle donde había cargado a Morgan era la Vía Dolorosa, el camino de la cruz. Sí,
sabía que esa era la calle, pero no estaba pensando en eso cuando pasé por ahí.
Solo pensé en mi niñita, en abrazarla, en aliviar su carga; pensaba en el inaudito,
pero agradable, amor que ayuda a un padre a entender mejor el amor de Cristo.
De alguna manera, cargar a mi hija se sentía más ligero que no cargarla.
EL VERDADERO HIJO DEL PADRE
Cuando Jesús salió del jardín de Getsemaní, tenía el aspecto de un padre
que está dispuesto a salvar a sus hijos perdidos. Estaba resuelto a completar
su misión, porque nos amaba. No había nada que lo pudiera detener.
Aunque todo parecía indicar que Jesús había perdido el control, en realidad, él lo tenía todo bajo control. En la cruz del Calvario, Cristo cumplió
con las estipulaciones de algo tan estricto y sistemático como lo era la antigua alianza. Él llegó a ser tanto nuestro Rey Eterno y Sumo Sacerdote como
nuestro Cordero y Salvador.
Como los judíos no tenían la autoridad para condenar a muerte, después
de ser interrogado por Caifás, Jesús fue enviado a Pilato, el gobernador romano. Ese viernes se suponía que Barrabás, el asesino, iba a ser crucificado
en la cruz del centro. Barrabás no era un nombre, sino un apellido. Bar
significa “hijo de”. Así como Simón bar Jonás significa “hijo de Jonás”, Barrabás significaba “hijo de Abbas”, que quiere decir “hijo del padre”. Varios
manuscritos antiguos dicen que el primer nombre de Barrabás era Yeshua
(Jesús). Yeshua era un nombre común en aquella época, y significa “Yahveh
salva”. Así que el nombre de Barrabás era “Yahveh salva, hijo del padre”.
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Aquel día habría un sustituto para Yeshua Barrabás. El verdadero Hijo del
Padre tomaría el lugar del criminal, y sería colgado de un árbol desnudo la
mañana de aquel viernes.
CUMPLIENDO LAS ESCRITURAS
Películas como “La Pasión de Cristo” se han centrado en gran medida en
el sufrimiento físico de Jesús. Ciertamente, el Señor sufrió mucho. Ser azotado implicaba que le desgarraran la espalda. Los látigos que los soldados utilizaron estaban incrustados con pequeñas rocas dentadas que destrozaban la
piel; muchos de los que fueron azotados no lograron sobrevivir. Que le clavaran una corona de espinas en la cabeza y que se burlaran de uno, constituía
una experiencia espeluznante. No obstante, ni por un momento Cristo vaciló,
ni trató salvar su vida. En realidad, él condujo a la multitud por el camino
que llevaba a la cruz, aun cuando ellos pensaban que lo llevaban a él.
En la cruz, dos veces le ofrecieron de beber algo. Alrededor de las nueve
de la mañana, poco justo antes crucificarlo, los soldados le ofrecieron vinagre mezclado con hiel (ver Mateo 27:34). La hiel tenía un sabor amargo que
amortiguaba el dolor. Jesús lo rechazó. Seis horas más tarde, a las tres de la
tarde, dijo que tenía sed, y le dieron vinagre en una esponja atada a un ramo
de hisopo (ver Juan 19:28, 29).Todo eso sucedió para que se cumpliera lo
dicho en las Escrituras.
Mil años antes, cuando Israel salía de Egipto, se tomó la sangre de un cordero y la colocaron en las puertas de sus hogares a fin de librarse del ángel
de la muerte. La orden fue: “Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre que estará en un lebrillo, y untad el dintel y los dos postes con la sangre...
Pues Jehová pasará... cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes,
pasará Jehová de largo por aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en
vuestras casas para herir” (Éxodo 12:22, 23). Jesús era el verdadero Cordero
de Dios que quita los pecados del mundo.
El Salvador colgó de la cruz durante seis horas. Sorprendentemente, durante las primeras tres horas, entre las nueve de la mañana y las doce del
mediodía, Jesús continuó su ministerio: Se aseguró del futuro terrenal de su
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madre; evangelizó al ladrón crucificado junto a él y oró para que Dios perdonara a los que lo crucificaron.
Pero al mediodía todo cambió. “Hubo tinieblas sobre toda la tierra” (Mateo 27:45) y alrededor de las tres tarde Jesús exclamó: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?” (versículo 46). Durante ese tiempo el Salvador experimentó sus horas más sombrías. Su Padre lo abandonó. “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos
justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Al morir, exclamó: “¡Consumado es!” (Juan 19:30), una frase que literalmente significa: “pagado por completo”. El velo del templo se rasgó de arriba
a abajo, indicando que tendríamos acceso directo a la presencia de Dios por
medio de Cristo, nuestro Sumo Sacerdote. El templo ya no era un lugar santo;
nada más era eso: un lugar. En la actualidad sobre el Monte del Templo ya
no hay indicio alguno de un templo; fue destruido completamente por los
romanos. Aun así, la mayoría de los judíos ortodoxos no caminan sobre el
monte; pues temen pisar donde una vez estuvo el lugar santísimo.
Había una instrucción adicional sobre el cordero pascual: sus huesos no
debían quebrarse. Puesto que Jesús ya había muerto, los soldados no necesitaron romper sus piernas para hacer más difícil la respiración y apresurar la
muerte. Pero para asegurarse de que ya había muerto, un soldado clavó una
lanza en el costado de Jesús (ver Juan 19:33-37), y salió sangre y agua. “Estas
cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura: ‘No será quebrado hueso suyo’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’” (Juan
19:36, 37).
Ya muerto, Jesús fue colocado en una tumba en las afueras de las murallas de la ciudad.
LA TUMBA VACÍA
La fe cristiana no solo gira en torno de la cruz, sino también en la tumba
vacía. La mayoría de las personéis, incluyendo los no cristianos, creen que
un hombre llamado Jesús de Nazaret murió en una cruz. Incluso fuera de las
Escrituras, encontramos referencias históricas como la que hizo Tácito (57-
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117 d. C.), un historiador romano: “Nerón atribuyó la culpa de iniciar el incendio [que destruyó a Roma] e infligió las más intensas torturas a un grupo
odiado por sus abominaciones, llamados cristianos por el populacho. Cristo,
de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado
de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato”. 1
Hay muy poca discusión con respecto al hecho de que Jesús fue condenado y crucificado.
La parte difícil, la piedra de tropiezo, es la resurrección, la idea de que Jesús de Nazaret, el que murió un viernes por la tarde, resucitó el domingo en
la mañana. Pero sin la doctrina de la resurrección, no hay fe cristiana. Pablo
escribió: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana
es también vuestra fe... Si solamente para esta vida esperamos en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres” (1 Corintios 15:14, 19).
Al analizar la resurrección de Jesús, tenemos dos opciones. La primera
opción es ver esta historia como propaganda sentimental escrita por unos
cuantos seguidores de Jesús para mantener viva su memoria, como lo hacemos cuando un personaje muy conocido muere. La segunda opción es
aceptarla literalmente, como el informe de un hecho extraordinario.
Al leer el relato de la resurrección en Mateo 28, al igual que en Marcos 16,
Lucas 24 y Juan 20, hemos de tomar en consideración los muchos detalles
que se dan: la confusión inicial de María; dos discípulos compitiendo entre sí
para llegar a la tumba; otro discípulo que no quería creer; una comprensión
gradual de lo que estaba sucediendo. ¿Parece esto una elaborada propaganda o un informe auténtico de acontecimientos verídicos?
En esos tiempos, el que estuviera inventando una historia falsa de la resurrección de Jesús, tenía que haber evitado hacer dos cosas.
En primer lugar, no hubiera usado mujeres como testigos. En la sociedad
del primer siglo, el testimonio de una mujer no era confiable. Utilizar a María
Magdalena y a otras mujeres como testigos principales, como hacen todos los
Evangelios, no habría tenido sentido si se estuviera tratando de engañar a tus
lectores. La única razón para haber usado a las mujeres como testigos es que
el relato fuera verídico.
En segundo lugar, si la historia de la resurrección era solo propaganda, no
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hubiera diferencias en tus relatos. Habría que ser muy coherente. Los críticos
han señalado varias variantes en las cuatro narraciones de los Evangelios. En
Mateo y Marcos, solo se menciona un ángel en la tumba; en Lucas y Juan,
hay dos ángeles. En el Evangelio de Juan, María Magdalena es la única mujer
que llega a la tumba. En los otros Evangelios, hay un grupo de mujeres. ¿Qué
hacer con todas esas diferencias?
Nos ayudará a entender eso lo que hizo durante una clase, el profesor
universitario Chris Blake. La secretaria del departamento, Jana, entró con
unas fotocopias que Chris había solicitado. Al entregarle las copias a Chris,
las copias cayeron accidentalmente al suelo.
“Yo las recogeré”, dijo Chris.
“No —replicó Jana—, yo las recogeré”.
El torpe intercambio entre el profesor y la secretaria continuó, todo enfrente de los estudiantes anonadados. Por último, la secretaria salió del salón
de clases, y Chris les dijo a sus estudiantes:
“Está bien, quiero que describan exactamente lo que pasó aquí, lo que dijimos, lo que Jana llevaba puesto, la secuencia exacta de los hechos y el diálogo”.
Chris había preparado todo de antemano.
Aunque parezca increíble, a pesar de que nada más había transcurrido
unos cuantos minutos, cada relato fue distinto. Yo he hecho ese mismo experimento en mis clases; nunca dos relatos han sido idénticos.
En lugar de sembrar dudas en cuanto a la fiabilidad de la resurrección, las
diferencias le añaden credibilidad. De hecho, cuando colocamos juntas en
un solo cuadro, estas supuestas diferencias se complementan entre sí. Nunca
he visto a nadie conciliar los cuatro relatos de la resurrección tan bien como
lo hace Elena de White su libro El Deseado de todas las gentes, en el capítulo
82 y en las páginas 725-768.
Jon Paulien señala que hubo un total de once apariciones después de la
resurrección de Jesús:
“Él se le apareció a María Magdalena sola (Marcos 16:9-11; Juan 20:10-18),
y, posiblemente en otra ocasión, en compañía de otras mujeres (Mateo 28:810). Se apareció a Pedro en Jerusalén (Lucas 24:34; 1 Corintios 15:5). Se apawww.escuela-sabatica.com
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reció a dos viajeros en el camino a Emaús (Lucas 24:13-35; Marcos 16:12, 13).
“Se apareció a 10 discípulos a puertas cerradas (Marcos 16:14; Lucas
24:36-43; Juan 20:19-25), y luego al mismo grupo con la incorporación de
Tomás (Juan 20:24-29; 1 Corintios 15:5). Se apareció a siete discípulos mientras estaban pescando en Galilea (Juan 21:1-23) y a los once discípulos en
una montaña (Mateo 28:16-20). Por último, se apareció a los que le vieron
ascender al Cielo (Lucas 24:44-49; Hechos 1:3-11). Además de estas historias,
Pablo afirma que Jesús también se le apareció en privado a su hermano Santiago (1 Corintios 15:7) y a una multitud de 500 personas (1 Corintios 15:6)”. 2
Hoy la tumba vacía de Cristo probablemente se encuentra dentro de la
Iglesia del Santo Sepulcro. Mis hijas y yo visitamos ese lugar un miércoles de
noche, justo antes de que cerraran. Los pasillos oscuros de la iglesia nos desconcertaron, y después de varios giros a la izquierda, nos quedamos quietos,
perdidos por completo. Frente a nosotros estaba algún tipo de altar con velas
en su entrada. Me encontré con viajero solitario que caminaba y le pregunté:
“Disculpe, ¿qué es eso?”.
“Eso —dijo lentamente— es el sepulcro de Cristo”.
Me quedé anonadado. ¿Estábamos aquí en la tumba, solos?
Conduje a las chicas a la habitación, donde más velas arrojaban una luz
tenue sobre una gran roca plana en el lado derecho de la tumba. Las chicas
no dijeron nada mientras nos acurrucábamos juntos.
De algún modo supe que este era el lugar.
LA GRAN COMISIÓN
En cierto modo, es más fácil de comprender la resurrección de Jesús que
lo próximo que hizo: delegar su ministerio a sus imperfectos discípulos. En
Galilea, les dio la más grande de las comisiones: “Toda potestad me es dada
en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:18-20).
No fue solo a los doce discípulos a quien Cristo confió la comisión evangélica; antes de ascender al Cielo desde el Monte de los Olivos, se apareció a
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más de quinientos creyentes. Elena de White escribió: “Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas solo depende del ministro ordenado. Todos aquellos a quienes llegó la inspiración celestial, reciben el evangelio en
cometido. A todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena trabajar
para la salvación de sus semejantes. La iglesia fue establecida para esta obra,
y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ello a colaborar con Cristo”. 3
Es verdad que a veces a lo largo de la historia, los seguidores de Cristo
han hecho más daño que bien. Annie Dillard escribió en cierta ocasión:
“¡Qué lástima que pisándole los talones a Cristo vinieron los cristianos!”. Las
cruzadas de la Edad Media fueron un capítulo oscuro en la historia cristiana,
que contrastó mucho con el ministerio del amable Sanador de Nazaret. No
obstante, por cada mensajero de terror, ha habido miles de mensajeros de fe,
los que proclaman las buenas nuevas de Jesucristo por todo el mundo.
Años algunos años estuve en el Mar de Galilea, donde una vez dos parejas
de hermanos pescaban, y un recaudador de impuestos miraba.
Abajo a la orilla de la playa, vi a dos hombres asiáticos entrar en el agua,
los pantalones remangados hasta las piernas. De repente me di cuenta: el
mensaje de Cristo había llegado a su tierra también.
Ahí estábamos, creyentes de mundos distintos, coincidiendo en Galilea
para profundizar nuestro entendimiento de nuestra fe en y nuestro amor por
Aquel que llamó desde esta misma orilla: “Venid en pos de mí” (Mateo 4:19).
Me remangué mis pantalones y me metí en el agua con los otros discípulos.
¡Hoshana lo-Ben David! Hosanna al hijo de David.
1
Cornelius Tacitus, The Complete Works of Tacitus, William Jackson Brodribb y Moses Hadas.
editores, Alfred John Church y William Jackson Brodribb, traductores (Ann Arbor, MI: The Modern
Library, 1942), p. 380.
2
Jon Paulien, The Abundant Life Bible Amplifier: John; Jesus Gives Life to a New Generation (Nampa, ID:
Pacific Press, 1995), p. 223.
3
Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Bs. As.: ACES, 2008), cap. 86, p. 761
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