LOS TRES CONSEJOS Era un matrimonio [de] recién casaos. Y no sé si se llevarían bien. No se llevarían bien cuando se marchó él. Se marchó él de casa, y la dejó embrazada. Pero él no sabía que la mujer estaba embrazada. Él se marchó. Anda que anda, que anda, se fue bastante lejos. Y llegó a un pueblo, y pidió trabajo, claro. Y le salió un amo, y se quedó allí, en la casa de aquel señor, de criao pa toda la vida. Y estando allí, pues la mujer no supo jamás de la vida [del marido], aunque pasaron muchos años que no supo nada de él, ni él sabía nada de la mujer, ni del pueblo, ni de ninguno. Pero ella dio a luz y tuvo un hijo. Y [este hijo] se metió cura, o sacerdote, como usted quiera llamar. Le metieron sacerdote. Eran pobres y se hizo sacerdote de pobres. Y a este chico le dejaron en el pueblo de sacerdote con la madre. Los dos solos. Y ya se pasaron los años, los años… Y ya el hombre se cansaba ya de trabajar y se hacía viejo, y pensó: —Pues me voy a ir para mi pueblo. Un día, le dijo al amo: —Mire, fulano. Como se llamaría, [porque] cómo se llamaba el amo no se lo puedo decir, porque no lo sé. Le dijo: —Me voy a ir ya para mi casa. Y le dijo al dueño —porque le querían mucho, que eran un matrimonio también solos—, dice: —Ah, pues mira —dice—, eso tú verás —dice—, cuando quieras. Dice: —Pues sí, tengo pensao de marcharme a mi pueblo. Dice: —Bueno, como quieras —dice—. ¿Cómo quieres que te pague? ¿En qué quieres que te pague, en consejos o en dinero? Y entonces dijo él —se quedó un poco pensativo—: —Pues me lo pagan en consejos. Pues entonces, la mujer, el día antes de marcar, coció y hizo una hogaza muy grande, y allí le metieron todo el dinero de todos [los] años que había estao allí en su casa trabajando. Y, cuando fue a marchar, le dijo: —Toma esta torta para que la comas en casa con la mujer. Ya cogió la torta, y la metería en un saco. Pero dice: —Mira, te voy a dar tres consejos. Dice: —Pues usté me dirá. Como le había dicho que le pagaría en consejos… Le querían mucho, porque había sido un hombre muy bueno. Y dijo, dice: —Mira: el primero —dice—, no dejes la carretera por camino muerto. El segundo —dice—, no te metas nunca en cosas que no te importan. Y el tercero, antes de hacer una cosa, piénsala bien. Con éste, ya llegó la hora de que se marchaba. Se cogió la ropa y la torta, y se marchó. Por el camino, anda que anda, anda que anda, iba por la carretera y vio —como aquí, que bajamos al pueblo de Bentretea, y en bajando hay una peña y un camino que atraviesa un poco, y se sale antes al otro pueblo— y dijo, dice: —¡Ay, por este camino voy a ir antes! Y de repente dice: —¡Ay, no! —dice—, que me ha dicho el amo que no deje la carretera por camino muerto. Y él, anda que anda, iba andando. Y a otro día oyó en otro pueblo donde le tocó llegar, que por aquel camino todas [las] personas que habían ido, que las habían matao. Y dijo él, dice: —Mira —dice—, pa qué valen los consejos que me ha dao el amo. Conque ya, él, anda que anda, anda que anda. Y la casa estaba lejos del pueblo, estaba lejos. El hombre veía que se le anochecía, que se le echaba encima la noche, y no veía. Y decía: —¡Esta va a ser, que no veo! Pero a lo lejos vio una luz, y dijo, dice: —Pues allí tiene que haber una casa, voy a ir a ella, a ver si me admiten para pasar la noche. Él iba siempre derecho a la luz. Llegó, y era una casa. Llamó a la puerta y salió un señor. Y dice: —¿Qué deseaba usted? Dice: —Mire usté, vengo de camino —dice—, y se me ha anochecido, y no puedo llegar a mi pueblo —dice—, porque no veo —dice—. Si usté me hospedaría aquí esta noche… Dice: —¡Sí, hombre, sí! ¡Entra, pasa, pasa, pasa! Pasó el hombre, y le dijo, dice: —Bueno, ahora vamos a la cocina. Subieron a la cocina… Y no sé si habrá visto usté las cocinas de antes. Eran de campana, que llamaban, y alrededor, cuando se hacía la matanza, se colgaban los chorizos, la carne, todo alrededor, para que se secaría y se orearía. Y cuando llegaron allí, mira, y se quedó asustao: en cada punta [había] una calavera [colgada] de persona. Y dice que toda la chimenea estaba rodeada de calaveras. —Buena me espera, [en] buena me he metido —dice que decía él— . De aquí no salgo esta noche, éste me va a matar. Dice que estuvo a punto de preguntarle que cómo tenía aquello allí, pero de repente se acordó, y dijo: —Me ha dicho mi amo que no me meta en cosas, que no pregunte cosas que no me importan (se lo decía entre él). Y no le preguntó nada. Le dio de cenar y no le hizo al cuerpo muy bien, porque tenía mucho miedo. Con que ya cenaron, y dice: —Vaya, pues vamos a la cama —le dijo el señor. Y dijo él: —No señor, no. Dice: —Váyase usté, que [yo] no me voy a la cama, que me quedo aquí encima el banco. Porque antes teníamos los bancos allí alrededor de la cocina, para sentarnos para la lumbre y comer. Dice: —Que no, señor, no, que me quedo aquí yo, en la cocina. Dice: —¡No señor, que va usté a descansar mejor, bájese a la cama! Dice: —Que no señor, no, que me quedo aquí esta noche! Dice: —Bueno, pues si tú te quedas, yo me voy a la cama. Se fue el amo a la cama, y el otro se quedó en la cocina; pero no le preguntó por qué tenía allí las calaveras. Amaneció y, ya, subió el amo y dice: —¿Qué tal ha pasao la noche? Dice: —Muy bien, bien gracias (pero se estaba temblando, ji, ji, ji) —Y dice—: Bueno, bueno, ya me voy a ir, me voy a marchar —dice—, dígame lo que le tengo que dar. Y entonces le dijo aquel señor. Dice: —Nada, váyase usté con Dios, no me tiene que dar nada —dice—; eso por no preguntar usted de eso que está viendo aquí —dice—, que si usté me hubiera hecho alguna pregunta, estaría ahora ya como están ésos —le dijo. Y dijo él: —Mira para qué han valido los consejos que me ha dao el amo. Ya se marchó. Y anda que anda, anda que anda, anda que anda, y llegó al pueblo. No le conocía nadie, ni él tampoco conocía a nadie. Conque llegó al pueblo y dio una vuelta por el pueblo. Y claro, ya sabe usté que los pueblos cada día los van reformando mejor, y la casa de él estaba la última. Y estaba la mujer sentada en la calle, y el cura; y el cura la estaba peinando a la madre allí. Y él la conoció: Dice: —¡Si está la mujer [mi mujer]! ¡Y el cura peinándola! ¡Le voy a matar, le voy a matar! —Dice— ¡El cura peinando a la mujer! Conque, de repente, se acordó de lo que le había dicho el amo. Cogió, [y] se marchó sin decir nada a dar otra vuelta por el pueblo. Y él andaba preguntando a la gente que qué tal la gente del pueblo, que qué tal la iglesia, que qué cura tenían, cómo se entendían, que por aquí que por allí. Y ya le dijeron, cuando dio la última vuelta, le dijeron, dice: —Tenemos un cura muy majo, muy majo —dice—, muy bueno pa todos del pueblo, muy bueno —dice—. Ese cura, ¿sabe qué? — dice—, está con la madre —dice—. La madre ya es anciana — dice—, [y] él la peina y todo —le dijeron los vecinos. Pero antes de eso, decía cuando le vio que [la] estaban peinando, dice: —No sé si le pegue un tiro… —dice—. Le voy a pegar un tiro y me mato. Pero se acordaba de lo que le había dicho el amo. Y ya se sostenía, se quedaba p’atrás. Cuando ya, la última vez que fue por allí, estaban todavía en la calle. Y ya, pues se tenía que acercar, claro, para hablar con ellos. Se acercó a ellos. Y hablando, diciendo cosas, ya le explicaron que el marido que se había marchao, y que por aquí y que por allí. Y decía él: —Mira, qué buenos son los consejos que me ha dao el amo — dice—. Si tiro el tiro, mato a la mujer y al hijo. Porque ese cura le tuvo la mujer del que se marchó —dice—, pero él no sabía que estaba embrazada la mujer —dice—, no lo sabía. Y dice él: —Mira qué consejos me ha dao. Conque ya se acercó, y estuvo hablando, y se dio a conocer. Y entonces ellos, todos, los tres, muy contentos, el cura, la mujer, todos [juntos]. Dice: —Bueno, pues hala —dice—, vamos a cenar. Y dijo la mujer —dice: —Cena ya tenemos —dice—, lo que tenemos es poco pan. Y dijo entonces él: —Por pan no os apuréis —dice—, que el amo mío me ha dao a mí una [torta]. He traído yo una torta grande —dice—, y sobra pan. —Ah, bueno, pues entonces ya está todo, porque cena ya tenemos —dijo la mujer. Cuando se pusieron a cenar, sacó la torta, y fueron a partirla y vieron que estaba allí todo el dinero que había ganao. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Narrado por C. A., Cantabrana (Burgos). Recogido por Elías Rubio en 1998 y publicado en Elías Rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y César Javier Palacios, Cuentos burgaleses de tradición oral (Teoría, etnotextos y comparatismo), Burgos: Elías Rubio Marcos, 2002, núm. 51, págs. 155-158.