participación española en la ii guerra mundial

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PARTICIPACIÓN ESPAÑOLA EN LA
II GUERRA MUNDIAL
El 1 de abril de 1939 acabó la Guerra Civil Española y Francisco Franco se convirtió en
Jefe del Estado del nuevo régimen en España. Apenas medio año después, Adolf
Hitler desencadena la ofensiva sobre Polonia que producirá el estallido de la Segunda
Guerra Mundial. Frente a eso, Franco, que gobierna una nación en ruinas y con aún
enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y guerrilleros, tiene tres opciones: situarse
como enemigo de Alemania o Italia, cosa que no quiso hacer, puesto que tiene gran
afinidad política e ideológica con los gobiernos de esos países, que además
colaboraron de forma importante en su victoria en la Guerra Civil. Tampoco puede
situarse como enemigo de las potencias occidentales aliadas, al estar rodeado
de Francia y sus colonias y tener Gran Bretaña una poderosa flota que podría imponer
un bloqueo. No le queda más remedio que imponer la neutralidad, coincidiendo con la
misma posición que mantuvo España en la Primera Guerra Mundial. Pero las
diferencias entre ambos casos eran claras. Mientras que en la Primera Guerra Mundial
España se había
mantenido neutral en
la guerra debido al
aislamiento que había
sufrido tras el desastre
del 98, y por lo tanto,
había desfasado su
ejército, ahora se
mostraba neutral
debido a las
consecuencias de la
Guerra Civil, que había
devastado los nudos de
comunicaciones,
industrias y ciudades. A
pesar de que tenía un
ejército con gran cantidad de experiencia acumulada en la Guerra Civil y material
moderno de origen italiano, alemán y ruso. La única similitud que había entre ambos
casos era la gran agitación interna.
Ahora bien, desde los primeros momentos y más aún una vez que, a lo largo de 1940,
Alemania conquistaba –como si de un castillo de naipes se tratara– cada uno de los
países europeos que invadía, no faltaban las voces que sugerían a Francisco Franco que
se uniera a la ‘guerra relámpago’ de Adolf Hitler.
Precisamente su cuñado, el ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Súñer, era
quien mejor representaba a los germanófilos, entre quienes se contaban también
numerosos líderes falangistas. Aunque los falangistas no ocultaban sus distancias
respecto del racismo que impregnaba la ideología nazi, sentían gran fascinación por la
recuperación económica que Alemania había experimentado desde que Hitler
ascendió al poder y por el feroz anticomunismo que sus dirigentes despertaban. De
todos modos, los falangistas –y el resto del régimen– experimentaban mayor afinidad
ideológica con la Italia fascista de Benito Mussolini que con los nazis.
La entrevista de Hendaya en octubre de 1940 entre Hitler y el general Franco iba
encaminada a resolver el papel de España en la Segunda Guerra Mundial. Entonces
Hitler se encontraba en su mejor momento, con media Europa bajo su poder.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la historiografía franquista ha expuesto aquel
encuentro, como una hábil maniobra de Franco, en la que éste exageró sus
pretensiones ante Hitler, con el fin de que el Führer se viera obligado a rechazar la
participación de nuestro
país en la contienda.
Pero no parece que
realmente fuera así.
Ciertamente, ni para Franco
ni para Hitler la entrada de
España en la guerra era una
prioridad. Lo que España
hiciera o dejase de hacer
nunca le quitó el sueño a
Hitler. En aquellos días, lo
que verdaderamente le
preocupaba era obtener la
derrota definitiva de Reino
Unido y ultimar los
preparativos para la
invasión de la Unión Soviética. Derrotada y controlada Francia, España apenas poseía
valor estratégico para Hitler, si bien el concurso de nuestro país en la guerra le habría
ayudado a controlar el Estrecho de Gibraltar.
Lo más probable es que Franco acudiese a la estación de Hendaya a negociar
abiertamente la intervención de España en la guerra. El desacuerdo provino,
seguramente, de las exigencias de Franco sobre Marruecos, entonces bajo la autoridad
del gobierno francés de Vichy, firme aliado de Alemania.
El resultado fue que España finalmente no entró en la guerra como beligerante,
aunque hoy en día se discute si esto sucedió porque Hitler no estaba dispuesto a ceder
a las demandas formuladas por Franco como requisito para entrar a la guerra, si
Franco elevó sus peticiones en forma excesiva e intencional para desalentar a
Alemania y así lograr la neutralidad del país, o si ocurrió una mezcla de ambos
factores.
También se discute hasta qué punto la información secreta que le pasó Wilhelm
Canaris (quien le aseguró a Franco, a espaldas de Hitler, que Alemania no ganaría la
guerra), influyó en las decisiones que posteriormente tomara Franco. Las demandas
territoriales sostenidas como punto partida por ambas dictaduras para afrontar las
negociaciones eran:


Por parte de Hitler, la cesión de una de las Islas Canarias, una base naval
en Mogador o Agadir y, al parecer, la isla de Fernando Póo.
Por parte de Franco, además de la colonia británica de Gibraltar, la entrega a
España de Orán, Marruecos y Guinea, tres partes integrantes del imperio colonial
francés. Además se sugirió la posibilidad de entregar a los españoles también el
Rosellón francés.
Aun así, otros creen que si Hitler (o tal vez Mussolini) hubiera ejercido una firme
presión sobre Franco, es de prever que tarde o temprano se habría conseguido la
entrada de España en la guerra del lado del Eje. Pero Hitler cambió sus planes, tal vez
agobiado por asuntos más urgentes (preparar la Operación León Marino o
la Operación Barbarroja), o estimando que la entrada de España en la guerra no sería
decisiva ni de importancia ineludible.
Meses después, en 1941,
tras el inicio de la invasión
alemana en Rusia el 22 de
junio de 1941, en España se
ideó la creación de un
cuerpo expedicionario para
que luchase junto a los
alemanes en contra de la
URSS, mediante banderines
de enganche. Muchos se
inscribieron para poder
participar en la lucha entre
la civilización europea y la
barbarie comunista.
Mientras Serrano (ministro
AAEE) pretendía un control absoluto de la operación falangista, los militares
consiguieron hacerse con el mismo. El 28 de junio, empezó el ejército a organizar las
tareas. Más de la mitad de los integrantes, al igual que sus mandos, debían pertenecer
a las Fuerzas Armadas. El General Muñoz Grandes fue el que comandaba la operación,
mientras el General Moscardó (apodado “héroe del Alcázar”), dirigía los trabajos de
reclutamiento. El 20 de agosto, tras tomar juramento (que se modificó especialmente
para mencionar la lucha contra el comunismo), la División Azul fue enviada al frente
ruso. Fue transportada en tren a Suwalki, Polonia, desde donde tuvo que continuar a
pie. Después de avanzar hasta Smolensk, se desplegó en el asedio de Leningrado,
donde pasó a formar parte del XVI Ejército alemán.
Así, durante la contienda, Franco formuló la peculiar teoría de la ‘guerra de los tres
frentes’. Esta posición era pro-nazi en la guerra que sostenía Alemania con la URSS,
estrictamente neutral en la guerra entre Alemania y las potencias occidentales; y
proaliada en la guerra que sostenía Estados Unidos contra Japón.
Entretanto, soldados y oficiales alemanes cruzaban la frontera española con total
impunidad, con sus vistosos uniformes.
A principios de 1943, tras la victoria soviética en la batalla de Stalingrado y los avances
de los Aliados en el norte de África, todo hacía presagiar que Alemania no podía
vencer. El Gobierno español ordenó el regreso de la derrotada División Azul –
perdiendo la décima parte de sus efectivos– y declaró la estricta neutralidad. El nuevo
ministro de Asuntos Exteriores, el monárquico Francisco Gómez-Jordana, es el
encargado de pilotar el giro de la política internacional española. Quería ofrecer al
mundo la imagen de un régimen católico y anticomunista.
No faltaron, incluso, los acercamientos de España hacia los Aliados. En los últimos
meses de la guerra, las matanzas perpetradas por los japoneses en las islas Filipinas, en
las que murieron decenas de españoles, implicaron que España rompiese sus
relaciones diplomáticas con el ya debilitado país nipón e, incluso, que sopesara
declararle la guerra. No hacía cincuenta años que Filipinas había dejado de ser
territorio español y en aquel alejado archipiélago aún vivían miles de españoles –varios
cientos eran misioneros–, que simpatizaban, desde luego, más con los
norteamericanos que con los japoneses.
La declaración de guerra contra Japón sólo habría sido simbólica, ya que difícilmente
España habría sido capaz de trasladar tropas hasta Extremo Oriente, ni los Aliados lo
habrían permitido. Pocos años más tarde, Franco quiso también ponerse a disposición
de Estados Unidos, durante la Guerra de Corea, simplemente para ganar su simpatía
política y concluir su aislamiento internacional.
Debe apuntarse un hecho no muy conocido y es que en 1944, en pleno retroceso de
las tropas del III Reich, un grupo conformado por unos pocos miles de exiliados
republicanos penetraron en el valle de Arán, buscando precipitar una intervención de
los Aliados, para que éstos invadiesen España y lograsen deponer el régimen de
Franco. Pero esta operación fracasó estrepitosamente en todos los sentidos y,
enseguida, el ejército español controló la situación.
Mientras tanto, vemos que la política exterior española –durante la Segunda Guerra
Mundial– pivotó más sobre el oportunismo político que sobre la convicción ideológica.
Impresionado por los acontecimientos internacionales, el joven régimen de Franco
maniobró, fundamentalmente, con el único afán de sobrevivir. Y lo consiguió.
Si Franco quiso entrar en la II Guerra Mundial o no, es algo que hoy en día aún discuten
los historiadores. Lo que está claro es que quería sacar el máximo partido con la
mínima implicación en el conflicto. Nunca se implicó decisivamente en el Eje, entre
otros motivos, debido a las presiones de los Aliados, y a impedir la muerte de
españoles en la guerra. Las ayudas que les dio a los nazis, deben ser entendidas como
contraprestaciones a las ayudas que la Alemania Nazi dio a los sublevados durante la
guerra civil. La División azul y la Escuadrilla Azul son un claro ejemplo de
contraprestación a la Legión Cóndor que sirvió bajo órdenes de los sublevados en la
guerra civil.
Curiosamente, las ayudas que realizó a los aliados al final del conflicto, también deben
también de ser entendidas como contraprestaciones a las ayudas que previamente les
dio a los nazis. Al único al que no le devolvió su apoyo en tiempos de la guerra civil, en
forma de soldados o suministros, fue a Mussolini, que murió sin que Franco le pagara
la deuda que había contraído.
La política aliada de asistencia económica a España se basó en dos puntos básicos:
suministros de petróleo a cambio del control de las adquisiciones de volframio.
Alemania había comenzado a tener problemas de suministro de volframio cuando
Rusia entró en guerra, al cerrar los yacimientos de la frontera de China y Corea. Y la
zona de mayor producción de volframio a la que tenían acceso era precisamente el
noroeste ibérico. Cerca del 90% del volframio producido por España salía de Galicia:
Valdeorras, Xallas, Trasdeza, Barbanza y Bergantiños.
En marzo de 1940, la diplomacia inglesa había recibido informaciones de sus
homólogos franceses acerca del tránsito de grandes cantidades de volframio desde
Portugal hasta Vigo, donde el mineral era embarcado en submarinos alemanes para
transportarlo al país germano.
El espionaje inglés había calculado que si Alemania se veía privada durante tres meses
del suministro de wolframio se vería obligada a paralizar buena parte del material de
guerra” y el embajador americano, Carlton J.H. Hayes, señalaba sobre la compra
preventiva de este mineral para que no llegara al enemigo que también tenía el
objetivo de encarecerlos, llegando a afirmar que “el wolframio es para nosotros como
la sangre para el hombre”.
A partir de junio de 1940, la derrota de Francia permitió el transporte de mercancías
por vía férrea desde Portugal y España hasta Alemania.
Entre las aplicaciones que se han señalado para el volframio hay que destacar su
utilización para reforzar el acero (blindaje de las unidades de combate alemanas),, para
la elaboración de proyectiles con mayor capacidad de penetración e incluso como
refuerzo interno de las piezas de artillería.
La historia del suministro de volframio español al Tercer Reich hunde sus raíces en uno
de los momentos claves de la historia del periodo, como fue el viaje emprendido por el
militante del partido nazi en Marruecos Johannes Frantz Bernhardt hasta Alemania, en
los primeros días del golpe de Estado, ejerciendo de mensajero del general Franco
para conseguir el apoyo alemán al golpe militar. En la entrevista con Hitler surgió ya la
cuestión de que el suministro de materias primas (en aquel momento desde el norte
de África) sería la moneda de cambio de los golpistas.
Durante la II Guerra Mundial las ciudades de Vigo y Ferrol, fueron bases proalemanas
y foco de espías. Funcionaba una emisora militar alemana instalada en el petrolero
Max Albrech, permanentemente anclado frente a la boya de la Graña. Vigo procesa el
flujo marítimo, Ferrol es una base naval y Fisterra, un excelente observatorio.
Alexander Brendel, fue "el principal agente de la Alemania nazi en Ferrol, un ingeniero
que vivía en la calle Real, 151, y que hacía pagos a través de Banesto", y José
Reboredo, consignatario de la North German Lloyd de Vigo, trabajan para los
alemanes.
El 22 de Junio de 1943 se inicia un incendio en el polvorín de Caranza, Tras una primera
explosión a las 5.47 sobreviene otra mucho más potente a las 6 de la madrugada . Tras
la primera explosión, los mandos del polvorín habían dado órden de evacuar las
instalaciones y las casas de Caranza . La segunda explosión se escuchó en lugares tan
alejados como Monfero o Lugo. En San Pedro de Leixa, a varios kilómetros del
polvorín, la onda expansiva curvó algunas puertas hacia el interior de manera que
quedaron empotradas y los habitantes de estas casas tuvieron que salir por las
ventanas.
Las autoridades militares creyeron en los primeros minutos que habían sido invadidos
por los aliados y los soldados salieron apresuradamente de sus acuartelamientosalgunos en ropa interior- para acudir a los puestos asignados para la defensa.
La opinión generalizada de los ferrolanos fue que había sido un sabotaje. Las
autoridades dictaminaron que había sido un accidente. Los documentos militares de la
Zona Martítima del Cantábrica despachan la explosión, hace 65 años, del polvorín de
Caranza como un "accidente”.
La explosión empezó en el Polvorín grande, el número 9, donde actualmente están las
piscinas del Club de Sub-Oficiales.
Sin embargo, las investigaciones del historiador Enrique Barrera, apuntan en sentido
contrario.
El espionaje británico utilizó a los pocos ingleses que quedaban en la ciudad y también
a la guerrilla. Por medio de fuentes directas y documentales, Barrera incluye su
pesquisa sobre la explosión de los polvorines del Montón, en Caranza, en julio de 1943.
Está seguro de que no fue un accidente, como sostuvo la versión oficial, sino un
sabotaje de los británicos con ayuda de guerrilleros. William Gray, entonces vicecónsul
inglés, era el responsable de reclutar a los colaboradores.
El gobierno de Franco tuvo que tragarse la humillación. No podía revelar la verdad
porque era un claro “casus belli” y tendrían que haber entrado oficialmente en la II
Guerra Mundial justo cuando la derrota de Stalingrado marcaba el principio del fin
para sus aliados nazis.
Las instalaciones militares de la Ría servían para abastecer y reparar los submarinos
alemanes. Los ferrolanos recuerdan la presencia en nuestras calles de sus tripulantes y
como los submarinos estaban fondeados en la Ría", y era frecuente el traslado a
Mugardos a tomar tapas. Parte de estas tripulaciones eran los supervivientes de un
combate naval librado frente a Estaca de Bares el 10 de noviembre de 1943. Los
náufragos fueron rescatados por gentes de Ortegal.
La guerrilla antifranquista contaba con una importante infraestructura en Ferrolterra.
Muchas personas en pueblos de la proviencia de León y Sur de Galicia escaparon a las
montañas para no sufrir los agravios continuos de las autoridades de Falange y ello
hizo que el Gobierno declarase a esta región “Zona de guerra”.
La única "conquista" militar que Franco hizo en toda la guerra fue la toma de la Zona
Internacional de Tánger, en 1940, argumentando que la caída de Francia hacía
ingobernable esta ciudad. En 1945 el Ejército franquista abandonó la ciudad,
volviéndola a declarar ciudad abierta.
Tras el fin de la guerra la
situación internacional
obligó a Franco a cambiar
su gobierno. Desplazó un
poco la Falange y potenció
el sector católico con la
entrada de Martín Artajo
para el ministerio de
Asuntos Exteriores. Intentaba dar una imagen más próxima a las democracias
occidentales y para eso se suprimió por decreto (septiembre de 1945) el saludo brazo
en alto y el uso de la camisa azul. Se abandonó la simbología fascista y se tomaron
medidas de gracia para los presos. Incluso en marzo de 1954 se aprobó una nueva ley
electoral que era una fachada y que, en realidad, no cambiaba nada sustancial del
sistema.
Pero las denuncias surgieron desde diversos ámbitos. El heredero de la corona
española, don Juan de Borbón, publicaba el manifiesto de Lausana (1945), en que
señalaba la ilegalidad del régimen y reclamaba la restauración de la monarquía como
instrumento de concordia entre los españoles. Países como México y Polonia
denunciaron el carácter fascista del régimen. La Conferencia de San Francisco en junio
aprobaba una resolución de condena, similar a la que adoptó la Conferencia de
Postdam.
Todas las acusaciones se concretaron en la Asamblea General de la ONU de diciembre
de 1946 que excluía a España de las Naciones Unidas y recomendaba la salida de
Madrid a todos los embajadores. Las relaciones comerciales quedaron reducidas al
mínimo. Francia había cerrado sus fronteras en 1946 tras la ejecución del guerrillero
Cristino García.
Fueron los años más difíciles del régimen, que reaccionó despreciando la condena
internacional como una conspiración judeo-masónico-marxista. En respuesta, el 9 de
diciembre se celebraba una masiva concentración de apoyo a Franco en la Plaza de
Oriente.
España estaba aislada, sin amigos, excepto Portugal de Salazar y la Argentina de Perón.
Argentina, además de mostrar su amistad con el régimen, realizó cuantiosos envíos de
alimentos para mitigar la penuria.
Al mismo tiempo que se condenaba al régimen, la situación mundial empezó a cambiar
y las potencias aliadas percibieron el peligro que representaba la URSS. La guerra fría y
la división de bloques constituyeron la mejor ayuda para Franco, pues los Estados
Unidos vieron en España un firme aliado anticomunista. Contra todo pronóstico, el
franquismo sobrevivía a la Segunda Guerra Mundial.
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