A Cien Años de la Gran Guerra - Academia de Historia Militar de Chile

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A Cien Años de la Gran
Guerra
Colección de Documentos Explicativos con motivo de su
centenario.
Academia de Historia Militar
A CIEN AÑOS DE LA GRAN GUERRA
Introducción
En el presente año se cumple el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial,
conocida también como la Guerra de 1914, o simplemente como la Gran Guerra.
La Academia de Historia Militar, conforme a su misión y a su afán de cultivar y difundir el
conocimiento de esta rama de la ciencia histórica, ha querido sumarse a esta
conmemoración, realizando un aporte propio y original.
Durante este año se hará un seguimiento a los hechos que tuvieron lugar hace casi un
siglo, de forma de ir rememorando acontecimientos que se fueron sucediendo en forma
vertiginosa y que desembocaron en un conflicto armado nunca antes visto en la historia
del hombre.
Cada diez días iremos informando a nuestros seguidores acerca del contexto europeo,
tanto en su historia anterior como en el mismo año de 1914, para luego pasar a los hechos
que fueron transcurriendo a partir del mes de julio de dicho año.
Esperamos, con esta iniciativa, contribuir a conformar una memoria histórica entre
nuestros seguidores, de manera que entiendan el por qué se originó una guerra cuyas
consecuencias, en cierta forma, continúan percibiéndose hasta el día de hoy; y, también,
para que tengan en cuenta que el conocimiento del pasado nos debe ayudar, a los seres
humanos de la actualidad, a ser mejores personas y a no caer en errores acerca de los
cuales las fuentes históricas nos hacen clara advertencia.
CAPÍTULO UNO:
Factores Geográficos y Culturales
Europa en 19141
Geográficamente hablando, Europa aparece como una península del gran continente
euroasiático. Su extensión no es mayor que el actual territorio norteamericano; sin
embargo, a lo largo de su historia ha cobijado en su seno a una increíble variedad de
pueblos y culturas, lo cual se ha mantenido hasta el día de hoy. Pensemos tan sólo en los
pueblos celtas, mediterráneos, germanos, eslavos, nórdicos, etc.
Este abigarrado panorama antropológico ha estado acompañado de una fuerte impronta
militar. La mayor parte de la historia de Europa ha tenido un carácter bélico, lo cual ha
otorgado a esta civilización un sello muy particular que posteriormente le permitió su
expansión por el resto del mundo.
Europa nace como civilización producto de la confluencia de tres corrientes culturales:
una corresponde a la Antigüedad grecorromana, la cual aportó el componente netamente
1
http://teo-teoblog.blogspot.com/2011/03/cambios-en-el-mapa-de-europa-1914-y.html
cultural; la segunda corresponde a los pueblos germánicos, los que entregaron la
dimensión institucional; por último, está el Cristianismo, el cual aportó su sentido
espiritual.
Teniendo como antecedente a la cultura grecorromana, ya en la Antigüedad se aprecia
ese carácter bélico plasmado en lo que fueron la falange griega y la legión romana,
unidades de combate muy estructuradas y efectivas para esa época. A lo anterior se sumó
el espíritu guerrero de los pueblos germánicos, dando como resultado una civilización
bastante proclive a la violencia.
En el período medieval se aprecian la guerra y la violencia (tanto internas como externas)
en sus variadas manifestaciones: tan sólo hay que pensar en las invasiones de los pueblos
bárbaros, las guerras entre señores feudales, las Cruzadas, la Guerra de los Cien Años, etc.
Era tal el nivel de agresividad en las sociedades medievales, que la misma Iglesia tuvo que
acudir a su autoridad moral y espiritual, para procurar una pacificación en las costumbres:
de ahí nacieron instituciones tales como la Paz de Dios y la Tregua de Dios. De hecho, las
Cruzadas fueron una manera de encauzar la violencia latente en el mundo medieval y de
llevarla fuera de Europa.
A partir del siglo XV, los europeos comenzaron a salir de su nicho geográfico medieval, a
través de la navegación y de las exploraciones; entonces comenzó la conformación de
imperios ultramarinos y fueron los mismos pueblos conquistados (tanto americanos,
como africanos, asiáticos y oceánicos) los que experimentaron el rigor de las armas
occidentales; en ese sentido su sorpresa fue mayúscula al advertir la agresividad de los
“hombres blancos”.
Este continente reúne en sí mismo la paradoja de ser el gran difusor de la cultura cristiano
occidental y, a la vez, el de ser el gran promotor de la agresión armada. Además de las
enormes guerras continentales que se produjeron en Europa entre los siglos XVII y XIX, en
su territorio se dará origen a las dos guerras mundiales que, de una u otra forma,
afectaron a toda la humanidad durante el siglo XX.
De esa evolución de la violencia continental y mundial nos ocuparemos en nuestro
próximo apartado.
CAPÍTULO DOS:
EUROPA ANTES DEL DESENCADENAMIENTO DE LA GUERRA
DE 1914
Principales imperios coloniales
Una vez finalizadas las guerras revolucionarias y napoleónicas en el año de 1815, Europa
conoció un largo período de relativa paz (en el sentido de que no hubo guerras
involucraran a la mayor parte del Viejo Continente) comúnmente conocido como la “Paz
Europea”, el cual duró hasta 1914. Durante esos casi cien años hubo guerras más bien
localizadas, que no perturbaron mayormente la marcha de los Estados europeos.
Durante el período 1815 – 1914, Europa se fue industrializando y, posteriormente,
comenzó su expansión ultramarina, lo que se concretizó en la formación de vastos
imperios coloniales. Este punto es muy importante para entender las pugnas que se
fueron produciendo entre los Estados europeos y que desembocaron en la crisis de 1914.
Como se sabe, la revolución industrial partió en Gran Bretaña en la segunda mitad del
siglo XVIII; desde la isla pasó al continente, siendo los primeros receptores Bélgica,
Holanda y Francia; y desde estos Estados se fue propagando al resto de Europa. Durante
buena parte del siglo XIX, las mayores potencias industriales fueron Gran Bretaña, en
primer lugar, y Francia, en el segundo. Sin embargo, en la segunda mitad del mencionado
siglo, el recién unificado Imperio Alemán desplazará a esas dos potencias y se instalará
como la primera economía del Viejo Continente. Desde la unificación, acontecida en el
año 1871, Alemania tuvo un desarrollo demográfico y económico realmente
sorprendente, por lo cual no tardó en ser la primera potencia terrestre; esto no dejó de
causar suspicacias tanto a los británicos como a los franceses (especialmente a estos
últimos, luego de la derrota sufrida en la Guerra Franco – Prusiana, en la cual sufrieron la
pérdida de los territorios de Alsacia y Lorena).
Por otra parte y como ya se dijo, a lo largo del siglo XIX y especialmente en sus últimas
décadas, se fueron conformando los imperios coloniales europeos. La misma
industrialización impulsó a estos países a ir más allá de sus fronteras, con el fin de
asegurar sus abastecimientos de materias primas y de obtener mercados consumidores
para sus manufacturas. El imperio más grande correspondió al británico, seguido por el
francés, y después por sus homólogos holandés y belga. Estos cuatro Estados lograron
forjar extensos dominios, debido a que ya estaban conformados como tales cuando
comenzaba el siglo XIX. Sin embargo, hubo dos potencias que se formaron (o más bien se
unificaron) en la segunda mitad de esa centuria, Italia y Alemania, lo que se tradujo en el
hecho de que llegaran tarde a “la repartición del mundo”. Tanto los italianos como los
alemanes pudieron obtener unas pocas colonias, por lo cual quedaron resentidos y con el
anhelo de poder alcanzar a tener imperios como los de Gran Bretaña y Francia.
De esta forma se llega al siglo XX, cuando Europa se constituyó en el centro del mundo;
desde África, Asia y Oceanía afluían las riquezas al Viejo Continente, en el cual la
industrialización avanzaba más y más. Prácticamente los europeos dominaban el mundo.
Sin embargo, toda esta riqueza y todo este poder no evitaron las pugnas y desconfianzas
entre las potencias europeas, las cuales se tradujeron en una paz armada que comenzó a
fines del siglo XIX y que duró hasta el desencadenamiento de la Gran Guerra. La situación
no dejaba de ser paradójica: los Estados europeos dominan el mundo, pero entre ellos hay
relaciones cada vez más tirantes.
Producto de lo anterior, se fueron conformando dos sistemas de alianzas que fueron
rivales entre sí: la Triple Alianza, conformada por el Imperio Alemán, por su par AustroHúngaro y por Italia; y la Triple Entente, integrada por Gran Bretaña, Francia y el Imperio
Ruso. La seguidilla de dificultades bilaterales y de desconfianzas mutuas entre las
potencias europeas desembocó en este mapa político, el cual, tarde o temprano, llevaría a
una guerra global. La Paz Británica del siglo XIX había dejado de existir y surgió una
potencia alemana que desafiaba directamente a los británicos, tanto en lo político, como
en lo económico y en lo militar. Cualquier hecho accidental (o incluso periférico) podía
constituir el detonante de una guerra general, debido a que podía tomársele como
pretexto para movilizar hombres y recursos; los resquemores recíprocos llegaron a
conformar una verdadera telaraña en Europa, ya que estaban encadenados unos con
otros.
CAPÍTULO TRES:
Tres Emperadores
El inicio de la Primera Guerra Mundial tuvo varias causas y hasta el día de hoy los
historiadores no se ponen de acuerdo acerca del gran responsable del comienzo de dicha
contienda fratricida. En vista de la anterior situación, uno podría centrar la atención en
algún aspecto particular, que puede ayudar, junto con el concurso de varios otros, a
explicar ese desencadenamiento bélico.
Para 1914, había en el mundo europeo y mediterráneo siete grandes actores políticos: el
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, Francia, Italia, el Imperio Otomano, el Imperio
Alemán, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso. Llaman la atención estos tres
últimos Estados, gobernados por monarquías en una época en la cual las ideas liberales y
democráticas habían logrado grandes progresos en el Viejo Continente. Tales monarcas
fueron Guillermo II (de Alemania), Francisco José (de Austria – Hungría) y Nicolás II (de
Rusia).
Resulta interesante indagar acerca de las personalidades de estos tres hombres, con la
finalidad de contribuir a explicar el origen de la Gran Guerra (pero, de ninguna manera,
tomándolas como las causas determinantes de dicho conflicto).
Guillermo II era una persona muy inteligente y preparada para su rango de Kaiser; de
hecho, se tomó muy en serio esta responsabilidad política. Sin embargo, no tenía mucho
tacto a la hora de tratar a las demás personas, en especial a sus colaboradores. Esto se
tradujo en sus desencuentros con el gran Canciller Otto von Bismarck, cuya destitución
trajo consigo una seguidilla de nuevos cancilleres. A diferencia del anterior Kaiser,
Guillermo I, a nuestro personaje no le gustaba solamente reinar, sino que también
administrar (siendo que su antecesor dejaba las labores de administración a su Canciller).
Por otra parte, era un hombre muy impulsivo y no controlaba bien sus palabras; esto le
trajo diversas complicaciones, debido a discursos pronunciados y declaraciones a la prensa
muy desafortunados. Una faceta interesante de su personalidad la constituye el hecho de
haber sido nieto de la Reina Victoria de Inglaterra, lo que aparentemente influía en su
relación con el Reino Unido, que se puede resumir en una mezcla de admiración y
rivalidad. Por último, no contaba con una apreciación real de la política y de la diplomacia
en el teatro europeo, creyendo que existía una confabulación internacional contra el
engrandecimiento del Imperio Alemán. De todas formas, no se puede afirmar que él
deseaba una guerra general en Europa. De hecho, cuando Austria – Hungría se enfrentó
con Serbia, Guillermo II tenía la esperanza de que se tratara de un conflicto localizado.
Francisco José tuvo uno de los reinados más largos de la historia de Europa, durante el
cual, sin embargo, fue haciéndose evidente el deterioro de la potencia austríaca, debido a
que gobernaba un imperio multinacional, cuyos pueblos tenían intereses contrapuestos.
El monarca era de ideas muy conservadoras, y no se adaptó bien a las corrientes
nacionalistas y liberales que se propagaron por Europa durante el siglo XIX y los comienzos
del XX. Austria – Hungría, en forma casi inevitable, se vio involucrada en la tensa situación
de los Balcanes, que constituía un nido de nacionalidades y de conflictos; en ese contexto
terminó enfrentándose con Serbia a raíz del asesinato del Archiduque Francisco Fernando
(heredero del trono imperial austríaco), Estado detrás del cual se hallaba el Imperio Ruso,
que había asumido el papel de defensor del mundo eslavo en Europa. La vida familia de
Francisco José llamó mucho la atención de su época, debido a su matrimonio con Isabel de
Wittelsbach (más conocida como “Sissi”). Sin embargo, los conflictos dentro de la familia
imperial no estuvieron ausentes, causando gran desazón en el emperador; de hecho, su
vida se vio sacudida por sucesivas desgracias, tales como la controvertida muerte de su
único hijo, heredero del trono imperial y la de su hermano Maximiliano en México. Pese a
todos los obstáculos, Francisco José pudo mantener en su integridad el Estado que
gobernaba, el cual, sin embargo, para comienzos del siglo XX, era una construcción política
muy anacrónica que tarde o temprano iba a colapsar.
Nicolás II llegó al trono ruso a muy temprana edad. Si bien tuvo una educación muy
esmerada y era muy culto, todavía no había recibido la preparación para gobernar un
imperio tan extenso. Él mismo confesó su falta de dotes políticas y administrativas. Estuvo
muy dispuesto a escuchar consejos, lo cual le trajo varias complicaciones; de hecho, las
sugerencias del emperador alemán Guillermo II lo involucraron en la guerra contra Japón,
aparte de otras decisiones muy desafortunadas. Al igual que en el caso de Francisco José,
tenía una visión muy conservadora de la política, y no apreció en buen grado los cambios
que acontecían en Europa y en la misma Rusia. Le costó mucho despojarse de su rango de
autócrata y de admitir reformas políticas que llevaran a su país a un sistema
semiconstitucional. Luego de varias decisiones políticas y militares erradas, vino la última
que fue la peor: involucrar al Imperio Ruso en la Gran Guerra, lo que fertilizó el terreno
para su destitución y también para el triunfo de la Revolución Bolchevique. Este sombrío
cuadro contrató fuertemente con la vida privada de Nicolás y su familia, ya que fue un
esposo cariñoso y un padre ejemplar.
No se puede afirmar que estas tres personalidades hayan causado la Gran Guerra, sino
que se sumaron a un cúmulo de situaciones desafortunadas que llevaron a Europa a una
contienda de la cual no se repondría fácilmente. De hecho, la opinión pública de los países
europeos consideró que la guerra era inevitable, y por eso mismo los europeos marcharon
al combate con un fuerte espíritu bélico y nacionalista. No obstante lo anterior, se puede
decir que sus líderes políticos, en general, no deseaban la guerra, debido a que temían sus
implicancias. Sin embargo, terminaron primando los sentimientos colectivos.
CUARTO CAPÍTULO:
EL ASESINATO DE FRANCISCO FERNANDO
El 28 de junio de 1914, el heredero del trono del Imperio Austro - Húngaro, el archiduque
Francisco Fernando, moría junto a su esposa como víctimas de un atentado terrorista
perpetrado por el bosnio Gavrilo Princip, miembro de una organización nacionalista
radical denominada “Mano Negra”.
¿Qué había detrás de este hecho? Hacía poco tiempo que Austria – Hungría había
anexado el territorio de Bosnia – Herzegovina, creando una tensa situación en los
Balcanes, debido a que la monarquía danubiana se enfrentaba al nacionalismo sudeslavo.
La mayor potencia eslava de los Balcanes era Serbia y las autoridades austrohúngaras no
tardaron en culpar a este último país de aquel asesinato. En realidad, tanto Princip como
sus cómplices era todos bosnios; si bien tuvieron participación oficiales del servicio
secreto serbio, no estaba involucrado el gobierno de este último país, el cual incluso tuvo
que enfrentarse a corrientes políticas internas que propugnaban por una actitud más dura
en torno a la cuestión nacional. Pero igual se puede afirmar que el gobierno serbio no hizo
mayores esfuerzos por evitar las acciones de terrorismo de parte de la oposición nacional
en un Estado vecino.
No obstante todo lo anterior, las autoridades austro – húngaras no tardaron en culpar a
Serbia de este atentado, y tanto la prensa como la opinión pública del imperio exigieron
una acción enérgica de parte de las primeras. Varios políticos austríacos pensaban en
desencadenar una guerra contra ese país, en la cual se venía pensando desde 1908, como
una manera de terminar con el asunto de los Balcanes. Se pensaba que sólo una acción
militar podría restablecer el prestigio del Imperio Austro - Húngaro. Pero este tema no
era muy simple, porque detrás de los eslavos del sur estaba el Imperio Ruso, que se tenía
como el protector y el líder del mundo eslavo, y que no toleraría una agresión hacia
Serbia. Por otro lado, el aliado de Austria – Hungría, el Imperio Alemán, no veía con
buenos ojos el desencadenamiento de una guerra. Sin embargo, los políticos austro –
húngaros estaban decididos a concretizar sus propósitos, sin medir el peligro de
desencadenar una guerra europea general. Confiaban en que su aliado alemán podría
contener a Rusia. Pero no fue así.
De hecho, Alemania había tratado de disuadir a Austria – Hungría de efectuar acciones
precipitadas en los Balcanes. Sin embargo, esa posición cambió a comienzos de julio de
1914, cuando el Kaiser Guillermo II apoyó la pretensión de la monarquía danubiana de
saldar las cuentas con Serbia. Detrás de esa decisión pesaban razones complicadas
respecto de la situación política y militar de los imperios centrales de Europa, y no tanto
una solidaridad pangermana. Mientras la Triple Alianza se iba debilitando, su rival, la
Triple Entente, se iba fortaleciendo. Para los militares alemanes, una guerra contra Rusia
debía desencadenarse tarde o temprano.
De esta forma, los acontecimientos se fueron precipitando durante el mes de julio de
1914.
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QUINTO CAPÍTULO:
LOS ACONTECIMIENTOS SE VAN PRECIPITANDO
Theobald von Bethmann-Hollweg, Canciller de Alemania entre 1904 – 1917.
Luego del atentado de Sarajevo, se veía la llegada de un gran conflicto europeo. Alemania,
en el marco de la Triple Alianza, no podía dejar solo a su aliado austro – húngaro. Pero, si
había de desencadenarse un conflicto, éste debía ser localizado, vale decir, circunscrito a
los Balcanes, en la forma de una guerra sólo entre Austria – Hungría y Serbia. El problema
es que detrás de este último país estaba el gran Imperio Ruso, que se consideraba el
defensor del mundo eslavo ¿Cómo poder contener la entrada de Rusia a la guerra?
Este asunto no era fácil de abordar para el canciller alemán Bethmann – Hollewg, quien,
además, tenía que contener al estamento militar de su propio país, el cual presionaba por
una guerra contra Rusia. Para los militares alemanes, era necesario actuar pronto, debido
a que con el paso del tiempo iban progresando tanto el armamento de los rusos, como la
red de ferrocarriles de este país, todo lo cual iba minando los fundamentos del Plan
Schlieffen, el cual había sido preparado cuidadosamente por el Estado Mayor General
alemán.
Por otro lado, el canciller alemán había pensado en un acercamiento hacia Inglaterra,
como una forma de dividir la coalición enemiga, pero ya era evidente que aquel Estado
estaba dispuesto a apoyar a los franceses y a los rusos.
El 5 de julio de 1914 el emperador alemán Guillermo II comprometió la ayuda alemana a
Austria – Hungría, en caso de que un conflicto de este último país con Serbia desbordara
el ámbito de los Balcanes; y aún a riesgo de que interviniera el Imperio Ruso. Si esto
último ocurría, los alemanes confiaban en estar a tiempo para derrotar a esta última
potencia. Además, esperaban que Francia y Gran Bretaña no intervinieran, ya que ambos
países no tenían mayores intereses en los Balcanes.
La posibilidad de una guerra localizada entre Austria – Hungría y Serbia era grande, pero
se corría el riesgo de estar al borde de una conflagración general europea. La apuesta de
Alemania era peligrosa.
No obstante lo anterior, pasaba el tiempo y el Imperio Austro – Húngaro no concretaba la
acción contra Serbia, lo cual iba impacientando al aliado alemán. Era probable que las
grandes potencias enemigas hubieran tolerado una acción militar contra Serbia
inmediatamente después del atentado de Sarajevo, pero no por mucho tiempo. No había
total acuerdo entre las autoridades austro – húngaras y también sus fuerzas militares no
se hallaban listas para entrar en combate.
Una tensa espera embargaba a los estadistas europeos.
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SEXTO CAPÍTULO:
LA ACTITUD DE LA TRIPLE ENTENTE
Despedida de un soldado en la estación de tren Victoria (Londres) en 1914
Mientras el Imperio Alemán esperaba impaciente que su aliado austro – húngaro actuara
en los Balcanes ¿Cuál fueron las reacciones de las demás potencias europeas ante el
atentado de Sarajevo?
Para el Imperio Ruso la situación era grave, por lo cual sus autoridades aconsejaron a sus
homólogas de Serbia que evitaran cualquier acción que pudiera ser tomada como
pretexto por Austria – Hungría para desencadenar un conflicto en los Balcanes. De todas
formas Rusia estaba dispuesta a defender a su aliado balcánico, e incluso se consideró la
posibilidad de una movilización parcial a mediados de julio de 1914, con el fin de hacer
presión sobre la monarquía danubiana. Por su parte, los militares rusos ya se habían
hecho la idea de una guerra contra los imperios centrales y presionaban por una
movilización general. Para ellos, el verdadero enemigo no era el Imperio Austro –
Húngaro, sino que Alemania.
En cuanto a Francia, en julio de 1814 no deseaba la guerra. El ejército francés estaba en un
proceso de reorganización interna, mientras que tanto el Presidente francés como el
Primer Ministro de este país estaban de visita en las capitales de Rusia, Suecia y
Dinamarca. El mismo Presidente Poincaré había asegurado a las autoridades rusas la
fidelidad de su país para con ellos, en caso de que se desatara una guerra en los Balcanes.
Para Francia era muy importante que su alianza con el Imperio Ruso no se debilitara.
Por su parte, Gran Bretaña tenía sus propios problemas internos y en un principio no
prestó mucha atención a lo ocurrido en Sarajevo; de hecho la autoridades británicas
consideraban que la monarquía danubiana tenía derecho a una satisfacción. Sin embargo,
cuando apareció el peligro real de una guerra, Gran Bretaña comenzó a hacer esfuerzos
para frenar a Austria – Hungría, con el fin de evitar que Rusia actuara. De todas formas, si
la guerra era inevitable, las autoridades británicas del Foreign Office estaban decididas a
actuar a favor de Francia y de Rusia. Pero fue necesario disimular esta actitud, para evitar
oposiciones internas y para no empujar a las demás potencias europeas a una
conflagración general. Cuando la guerra finalmente estalló, Gran Bretaña hizo esfuerzos
infructuosos para evitar las movilizaciones militares y para mediar entre las potencias.
Por el momento, Europa estaba expectante ante los cursos de acción que podía tomar el
Imperio Austro – Húngaro.
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Oficina de Reclutamiento
SÉPTIMO CAPÍTULO:
LAS REACCIONES DE LOS IMPERIOS CENTRALES
POSTERIORES AL ATENTADO DE SARAJEVO
El mariscal francés Joffre pasa revista a tropas rumanas.
El 23 de julio de 1914, el gobierno austro – húngaro, con el apoyo alemán, envió a Serbia
un ultimátum en el cual exigía plenas satisfacciones por el asesinato de Francisco
Fernando y también medidas contra el movimiento responsable de ese hecho. Este texto,
de carácter muy enérgico, causó una mala impresión en los demás gobiernos europeos,
los cuales estaban dispuestos a comprender la excitación de la monarquía danubiana
debida a los hechos de Sarajevo.
Serbia respondió el 25 de julio con una nota en la cual aceptaba las exigencias de Austria –
Hungría, manifestando algunas reservas respecto de ciertos puntos. Esto fue realizado
siguiendo los consejos de las potencias de la Entente, sobre todo de Rusia. Sin embargo,
tanto en Berlín como en Viena se deseaba seguir con porfía la línea política ya diseñada y
el 28 de julio el Imperio Austro – Húngaro rompió sus relaciones con Serbia. Inglaterra
había propuesto someter la cuestión serbia a una conferencia de las grandes potencias, lo
cual fue rechazado por Alemania, país que hasta ese momento no estaba dispuesto a
frenar a su aliado austro – húngaro.
Sólo el 27 de julio, el canciller alemán Bethmann – Hollweg decidió cambiar la línea
política de los imperios centrales, en vista de la buena acogida que la nota serbia tuvo en
las capitales europeas, pero también por presiones de Gran Bretaña. Entonces se aconsejó
a Austria – Hungría actuar con moderación, sugiriendo a este país que negociara
directamente con Rusia; que se pusiera de acuerdo con ese Estado respecto de la acción
militar contra Serbia, renunciando a emprender operaciones militares de gran
envergadura y que declarara que no pretendía anexarse territorios serbios. Este viraje
político fue apoyado por Guillermo II, quien consideró que su aliado debía conformarse
con la ocupación de Belgrado (la capital serbia), así también como de algunos puntos
estratégicos.
Durante los días siguientes, las autoridades alemanas se enfocaron en convencer a sus
homólogas austro – húngaras de que abandonaran su línea política inicial, lo cual resultó
estéril, principalmente porque el gobierno de Viena ya no estaba dispuesto a renunciar a
la guerra contra Serbia.
De esta forma los acontecimientos se fueron precipitando.
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OCTAVO CAPÍTULO:
LAS DECLARACIONES DE GUERRA
Oficial Alemán lee la declaración de Guerra.
Las tentativas diplomáticas de evitar el desencadenamiento de la guerra se vieron
frustradas por la intervención de los militares en la movilización parcial de Rusia contra
Austria – Hungría y en la completa movilización de este último país, que comenzó el 29 de
julio de 1914. El estamento castrense consideró que ya las negociaciones eran inútiles y
que había que poner en marcha el Plan Schlieffen. El mismo canciller alemán Bethmann –
Hollweg tuvo que lidiar con los militares de su país para ganar tiempo. En Londres se creyó
que Alemania tenía voluntad de hacer la guerra. Entre el 29 y el 30 de julio el canciller
alemán continuó con su afán de aislar la guerra austro – servia y de comprometer a Rusia.
Sin embargo, el día 31 de julio se supo en Alemania de la movilización rusa; los militares
de este último país desecharon toda posibilidad de aplazamiento de dicha acción, lo cual
desencadenó el fatal automatismo de las movilizaciones militares en Europa, frente a las
cuales los políticos ya no tuvieron márgenes de negociaciones. Tanto Francia como
Inglaterra no hicieron demasiados esfuerzos para contener a su aliado ruso.
El gobierno alemán presentó ultimátum a Rusia y a Francia, pero, al no recibir
contestación, al mediodía del 1º de agosto Alemania declaró la guerra al primero de estos
países. El 2 de agosto Alemania inicia su movilización militar en el oeste, lo que implicaba
la invasión de Francia; esto determinó que Inglaterra aprobara su entrada a la guerra al
lado de Francia y de Rusia; por lo tanto, el 4 de agosto el gobierno inglés declaró la guerra
al Imperio Alemán. Finalmente, durante la semana siguiente fue declarado el estado de
guerra entre Austria - Hungría y los países de la Entente.
Como se puede observar, la iniciativa se les fue de las manos tanto a los políticos, como a
los diplomáticos, y pasó a las de los militares. En todo esto no se observa mucha voluntad
de conciliación de parte de las potencias europeas; en otro contexto, todas estas
negociaciones diplomáticas pudieron haber sido fácilmente solucionadas, pero, en la
situación presente, se estima que en ambos lados se estaba esperando la señal de ataque.
El nacionalismo exacerbado hizo que los europeos marcharan eufóricos a la guerra, sin
prever lo que esta traería consigo.
La guerra ya estaba declarada.
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NOVENO CAPÍTULO:
LOS CAMBIOS POLÍTICOS DENTRO DE LAS POTENCIAS
EUROPEAS
En un primer momento, la guerra trajo consigo la estabilización interna en los países
contendientes. En la mayor parte de estos últimos, los parlamentos procedieron a
aprobar los presupuestos de guerra y dejaron obrar libremente a los poderes ejecutivos.
En el caso de Francia, la iniciativa pasó al Jefe de Estado Mayor, general Joffre, quien pudo
concentrar en sus manos la administración de gran parte de ese país. De todas formas,
esto no implicó que los políticos franceses se dejaran desautorizar por completo; de
hecho, actuaron cuando la situación militar del país se volvió crítica.
En Gran Bretaña, pudo mantenerse en el poder el gobierno liberal que existía al principio
de la guerra, el cual supo tomar medidas para ganarse el apoyo de la opinión pública.
En Alemania, la renuncia de los partidos políticos a favor del poder ejecutivo y, sobre
todo, de los militares, tuvo un carácter aún más acentuado. De hecho, se promulgó una
ley de estado de sitio que dio mucho poder a estos últimos, los que podían intervenir en
los procedimientos administrativos de las autoridades civiles. A comienzos de agosto, el
Reichstag aprobó los créditos de guerra, renunció a una buena parte de su poder
legislativo y aplazó su convocatoria hasta el último mes del año de 1914. El poder
ejecutivo tuvo el predominio mientras se iba decidiendo la guerra por la acción de las
armas.
En el imperio austro – húngaro, la vida del Estado ya se hallaba paralizada desde marzo de
1914. El gobierno se hallaba en las manos del conde Stürgkh, el que contaba con la
colaboración de la burocracia centralista. Este personaje se consideraba ejecutor de las
órdenes provenientes de los mandos militares, aun en los casos en que estos últimos se
dejaran llevar hacia excesos y acciones arbitrarias.
En el caso de Rusia, la burocracia del Zar tenía de por sí mucho poder, por lo cual no se
necesitó tomar medidas para que la clase política del país fuera fiel al gobierno; de hecho,
de por sí esa clase era muy nacionalista y apoyaba la guerra.
En fin, lo que se observa, es que las potencias europeas readecuaron los funcionamientos
políticos y administrativos de sus respectivos Estados, con el fin de enfrentar de la mejor
forma posible el esfuerzo de guerra que debían efectuar. La idea era despejar el campo de
impedimentos que pudieran trabar las decisiones políticas y militares. En cierta forma,
esto recuerda a las medidas que se tomaban en la antigua Roma, cuando, durante el
período republicano, también el Estado sufría cambios internos con el fin de hacer frente
a amenazas provenientes del exterior.
Por
Eduardo Arriagada Aljaro.
Historiador PUC
Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico.
Academia de Historia Militar.
DECIMO CAPÍTULO:
LOS CAMBIOS POLÍTICOS DENTRO DE LAS POTENCIAS
EUROPEAS
La atención de los europeos se concentró en lo que sucedía en los campos de batalla.
En un principio, la iniciativa perteneció a los imperios centrales. Pese al poderío militar
germano, el Imperio Alemán no podía igualar a las potencias de la Entente, en cuanto al
número de hombres (3,8 millones de efectivos alemanes contra 5,7 millones de soldados
aliados).
No obstante lo anterior, los alemanes confiaban en la eficacia de su aparato castrense,
especialmente en su plan militar, el cual había sido creado por el conde Alfred von
Schlieffen. Según dicho plan, se esperaba dar un golpe decisivo a Francia en seis semanas,
antes de que Rusia pudiera mover su maquinaria bélica a plena velocidad. El plan alemán
había sido modificado parcialmente por el general Helmuth von Moltke (conocido como
“el Joven”) y consideraba una ofensiva envolvente de parte de los ejércitos alemanes, con
su centro en el flanco derecho y dirigida hacia el norte de Francia, pasando por Bélgica y
Luxemburgo. Luego de un rápido avance hasta los ríos Somme y Oise, se esperaba
converger hacia el sudeste en un inmenso arco (que comprendía a París por el oeste), de
forma de rechazar a las fuerzas francesas hacia el triángulo fortificado de Verdún, Metz y
Belfort. Este plan consideraba necesariamente la violación de la neutralidad de Bélgica y
Luxemburgo, lo que era visto por los mandos alemanes como un mal menor.
El 2 de agosto de 1914 tuvo lugar la ocupación de Luxemburgo y en el día siguiente
comenzó el avance hacia el oeste. Poca resistencia pidieron ofrecer los belgas y el 16 de
agosto caía la ciudad de Lieja. Por su parte, los franceses no esperaban una operación
envolvente de esta magnitud; de hecho, ellos confiaban en su propio plan militar, el cual
contemplaba una ofensiva en la región de Lorena, donde, de hecho, tuvieron lugar duras
batallas en las cuales los franceses lograron hacer conquistas territoriales, pero no
lograron romper el frente alemán.
Hacia el 20 de agosto, la situación en el frente occidental era incierta, aunque las batallas
se decidieron en forma satisfactoria para Alemania. En Bélgica los alemanes perseguían a
las fuerzas tanto francesas como inglesas, por lo cual parecía que el plan de guerra
germano se estaba realizando plenamente.
Mientras tanto, en el frente oriental, la ofensiva del imperio austro – húngaro contra
Serbia había fracasado y un ejército ruso había penetrado en la Prusia oriental, lo que hizo
que el VIII Ejército alemán se retirara detrás del río Vístula. La sorpresa del alto mando
alemán fue grande, ya que se vio que los rusos habían iniciado su ofensiva antes de lo que
ellos pensaban. Entonces, el general Erich Ludendorff fue nombrado comandante en jefe
de las fuerzas en el frente oriental (pero estando bajo el mando del general Paul von
Hindenburg) y logró derrotar a las fuerzas rusas en la batalla de Tannenberg, ocurrida
entre el 26 y el 30 de agosto de 1914.
Pese a esa gran victoria, el curso de la guerra dependía de los acontecimientos en el frente
occidental.
¡¡PRÓXIMA ENTREGA!!
Incluirá capítulo
“La Guerra se estanca en el Frente Occidental”.
UN DECIMO CAPÍTULO:
“LA GUERRA SE ESTANCA EN EL FRENTE OCCIDENTAL”
Hacia fines de agosto de 1914, los alemanes avanzaban rápidamente en el frente
occidental. Por todas partes se retiraban las tropas francesas e inglesas, pero aún no se
daba una batalla decisiva. Lo que sí se iba haciendo evidente, es que el ejército alemán no
era capaz de realizar una acción envolvente que rodeara a la capital francesa por el oeste:
esto significaba que no se podía cumplir con el Plan Schlieffen. El 27 de ese mismo mes,
Alexander von Kluck (comandante del Primer Ejército alemán) y Helmuth von Moltke
dispusieron que el ala derecha germana se dirigiera hacia el sudeste, en dirección a París,
en lugar de concretizar la mencionada maniobra envolvente. Esto significaba abandonar el
referido plan de guerra, pues el objetivo estratégico consistía ahora en perseguir a un
ejército en retirada y no librar una batalla de grandes proporciones. Moltke esperaba
ahora realizar una ofensiva simultánea en todo el frente, especialmente desde las
posiciones alemanas de Lorena.
Por el lado francés, su situación a fines del mes de agosto de 1914 era muy difícil. La
vanguardia del ala derecha alemana estaba a sólo 40 kilómetros de París y el día 2 de
septiembre el gobierno galo consideró la posibilidad de abandonar la capital francesa. Se
formó un nuevo ejército que trató de atacar el flanco del ala derecha alemana desde el
noroeste y el 4 de septiembre el general Joseph Joffre ordenó contraatacar en todo el
frente. En los dos días siguientes la situación fue muy tensa. El Primer Ejército alemán
pudo defenderse bien de los ataques franceses; sin embargo, en el ala derecha alemana,
entre la anterior fuerza militar y el Segundo Ejército alemán, se abrió una brecha por la
cual penetró el cuerpo expedicionario inglés. El 4 de septiembre, Moltke ordenó al
Segundo Ejército que se replegara hacia el este y se retirara; con esto, la gran ofensiva del
ejército alemán quedaba rechazada. El 8 de septiembre Moltke aconsejó una retirada de
todo el frente, iniciativa que terminó siendo ejecutada. El fracaso del plan militar alemán
fue de importancia decisiva para el curso de la guerra.
Posteriormente, en el mismo frente occidental se produjo una carrera hacia el mar,
que fue ganada por los ingleses y los franceses. De esta manera, para el mes de octubre
de 1914, todo ese frente, desde los Vosgos y hasta el Mar del Norte, se transformó en una
guerra de posiciones. También las contraofensivas de Joffre eran rechazadas en los frentes
alemanes con grandes pérdidas. Por ambos bandos se llegó a la conclusión de que la
estrategia más adecuada para ese momento era la defensiva. El general Erich von
Falkenhayn, quien había sustituido a Moltke, optó por realizar un último intento para
alcanzar la victoria con la ofensiva alemana de Ypres. Los ataques germanos fueron
repetidos y sangrientos, con lo cual se sacrificó toda la reserva alemana. Esta iniciativa
duró hasta el 18 de noviembre y debió ser interrumpida.
Con estos hechos se daba inicio a la conocida “guerra de trincheras” en el frente
occidental.
Por
Eduardo Arriagada Aljaro.
Historiador PUC
Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico.
Academia de Historia Militar.
DÚO DECIMO CAPÍTULO:
“LAS POTENCIAS EUROPEAS MENORES Y LA GRAN
GUERRA”
Apenas comenzadas las operaciones militares, los bandos contendientes empezaron a
hacer esfuerzos por ganar el apoyo de los países neutrales.
De parte de los imperios centrales, Alemania alcanzó un triunfo diplomático
cuando logró firmar con Turquía un tratado de alianza. Para octubre de 1914, la guerra
entre este país y las potencias de la Entente estaba declarada.
La situación en los Balcanes era complicada, ya que las disputas entre los Estados
de esa península causaban serias dificultades a las diplomacias de ambos grupos de
potencias. Ya en agosto de 1914 Montenegro se colocó del lado de Serbia. Las relaciones
entre este último país y Bulgaria no eran buenas y, en septiembre del mismo año, el
Estado búlgaro concluyó una alianza defensiva con Austria – Hungría, aunque los búlgaros
se cuidaron bien de atacar a los serbios. En Rumania, si bien el rey Carol I estaba
emparentado con la casa imperial alemana, la opinión del país no estaba del lado de
intervenir en favor de las potencias centrales; de hecho, el primer ministro de ese país,
Bratinau, estaba más inclinado del lado de loa países de la Entente. Los dos bloques
recurrieron al recurso del dinero para inclinar a su favor a la opinión pública rumana, pero
no lograron cambios importantes en la postura de este país. En el caso de Grecia, mientras
el rey Constantino I simpatizaba con las potencias centrales, el primer ministro Venizelos
estaba del lado de la Entente. Como las relaciones entre griegos y turcos eran de por sí
tirantes, la entrada de Turquía a la guerra movió a las potencias de la Entente a presionar
a Grecia para que se pusiera de su lado; sin embargo, ese objetivo no fue alcanzado.
Pero el principal objetivo de la Entente era Italia, país que, si bien originalmente
pertenecía a la Triple Alianza, había mantenido estrechas relaciones con las potencias
occidentales. De hecho, ya en agosto de 1914 este país emprendió negociaciones con
Rusia y Gran Bretaña con el fin de obtener ganancias territoriales en caso de que entrara a
la guerra del lado de la Entente. Sin embargo, la opinión pública italiana no era proclive a
una participación en el conflicto y el país mismo no se hallaba preparado para este último
cometido, por lo cual optó por seguir negociando con ambos grupos de potencias.
Por otro lado, las otras potencias europeas menores, como Holanda, Suiza y los
países nórdicos, optaron por la neutralidad; sólo Portugal intervino a favor de la Entente.
DÉCIMO TERCER CAPÍTULO:
“SE EVIDENCIA UNA NUEVA FORMA DE HACER LA
GUERRA”
Tanto en el este como en el oeste, las ofensivas fueron perdiendo intensidad y
debieron detenerse debido a la enorme cantidad de bajas. Ocurría entonces que
las fuerzas atacantes, al momento de avanzar, se alejaban demasiado de sus
redes telefónicas y telegráficas, como también de los ferrocarriles que las
abastecían
de
recursos
logísticos.
(esto
le
sucedía
a
ambos
bandos
contendientes). Por otra parte, en cuanto al fenómeno de la guerra misma, esta
fue mostrando aspectos desconocidos para los generales, tanto al momento de
interpretar la gran cantidad de información que les iba llegando, como al momento
de maniobrar en respuesta a esa información, con unos ejércitos que habían
alcanzado dimensiones nunca vistas. Se notaba que desde la última gran guerra
civil europea (vale decir, las guerras revolucionarias y napoleónicas del período
1792 – 1815) la forma de combatir había cambiado en forma brutal. Los
comandantes se vieron en graves dificultades a la hora de dirigir a sus subalternos
y la estrategia resultaba ser producto de los acuerdos alcanzados en pugnas
burocráticas. El control de los mandos radicaba más que nada en ordenar donde y
cuando sus hombres debían hacer fuego, pero nada más que eso. Además, la
nueva potencia del fuego cobró un número de vidas inusitado entre las tropas
situadas a campo abierto, las cuales estaban adiestradas bajo una doctrina
referida a abrir trincheras y a atacar en orden disperso. De lo anterior resultaba
que la nueva situación favorecía a los defensores en detrimento de los atacantes;
pero también se dio una equivalencia numérica entre las tropas enfrentadas en los
frentes occidental, oriental y de los Balcanes.
El resultado más importante de la campaña terrestre fue el fracaso de los
alemanes respecto a conseguir una rápida victoria en el oeste; sin embargo,
aquellos quedaron dueños de un territorio que franceses e ingleses no podían
abandonar. Entonces se dio una situación en la que los invasores permanecían a
la defensiva, mientras sus enemigos se agotaban atacando las posiciones
preparadas; esto constituyó la regla en los tres años siguientes.
Los alemanes habían conseguido una victoria con paliativos, pero seguía vigente
la posibilidad de que a la larga se impusieran por el agotamiento de los aliados;
especialmente teniendo en cuenta de que el ejército ruso se mostró incapaz de
conquistar territorio alemán. Pero también una guerra larga podía ir de detrimento
de los alemanes, debido a que los aliados podían proveerse de recursos desde el
mundo exterior, ya sea desde sus colonias, o desde los países neutrales; para
esto último, los aliados lograron el control de los mares durante los primeros
meses de la guerra.
En fin, el choque decisivo que se esperaba en todos los países contendientes
finalmente no tuvo lugar, y el año de 1914 terminaba en un punto muerto tanto en
la tierra como en el mar.
DÉCIMO CUARTO CAPÍTULO:
“LA NAVIDAD DE 1914”
El verano de 1914 dio paso a un otoño inusualmente frío y lluvioso. En las guerras
anteriores, los ejércitos contendientes solían retirarse a sus cuarteles de invierno;
pero ahora, en una Europa industrializada, en la que los suministros estaban al
alcance de todos, aquellos permanecían en contacto. Era otro síntoma de que
había cambiado la forma de combatir, pues el avance tecnológico había producido
su efecto.
En Polonia, los Cárpatos y los Balcanes, los combates continuaron hasta bien
entrado el mes de diciembre. En cuanto al frente occidental, el general francés
Joffre lanzó una nueva ofensiva en Champagne que partió en este último mes y
que se prolongó hasta marzo de 1915.
En medio de todo este panorama desolador, tuvo lugar la Tregua de Navidad de
1914. El día 24 aparecieron en las trincheras alemanas árboles de navidad muy
bien iluminados, mientras que los efectivos de ambos bandos entonaban
villancicos. Durante el día 25, los soldados británicos y alemanes hicieron
camaradería, jugaron fútbol, se tomaron fotografías y enterraron a sus muertos. En
varias partes el alto al fuego duró varios días, hasta que los altos mandos
presionaron por su término. Se observaba que entre los soldados de los ejércitos
contendientes no había un mayor sentimiento de rencor, sino que estaban
atrapados en una maquinaria de la muerte accionada desde las altas esferas de
sus respectivos países.
Durante el año de 1915 las treguas extraoficiales y los intentos de moderar la
violencia caracterizaron el ambiente en el frente occidental. Pero a fines de ese
año, el abismo que separaba a los bandos era aún más profundo que en el mes
de agosto. Las diferencias que condujeron a la guerra seguían sin resolverse y a
ellas se les agregaron nuevos obstáculos para la reconciliación.
En el horizonte, la guerra no presentaba alternativas de solución, pero llama la
atención el contraste entre las actitudes de los hombres de tropa, y aquellas
mostradas por los líderes políticos y militares. En ese sentido, la Navidad de 1914
hizo muy evidente esa diferencia.
¡¡PRÓXIMA ENTREGA!!
Incluirá capítulo
“Las primeras bajas en la Gran Guerra”.
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