El cautiverio africano de Cervantes Cervantes permanecía en el Tercio de don Lope de Figueroa, y todavía desde los no demasiado felices asaltos africanos del año del 73, en igual Tercio sirvió hasta el de 75. En este año solicitó licencia para volverse a España, y, en este punto origen de sus mayores desdichas, habría que penetrar psicológicamente en la motivación de su desgana de Italia. ¿Era cansancio de la vida militar? ¿Era añoranza de la Patria y añoranza de sus padres y deudos? ¿O era que renunciando a las glorias castrenses él intentaba ahora más merecer las glorias de Minerva? ¿Y el amor? ¿No habría en este mozo, que iba pronto a frisar en los treinta años, una como apetencia de amor y de hogar? Vino a España dotado con cartas que don Juan de Austria y el duque de Sessa le dieron para Felipe II. Eran cartas en que se recomendaba al rey que le otorgara el mando de una compañía, y así el regreso de Cervantes a España, más que por añoranza patria o por amor a las musas, parecía enderezado a mejorar y adelantar en su carrera militar. Su hermano Rodrigo era también soldado en Italia, y también se vino a España. Ambos partieron del puerto de Nápoles a bordo de la galera «Sol», el 20 de septiembre de 1575. La galera «Sol» iba en conserva con otras dos, llamadas «La Higuera» y «La Mendoza». Hoy todo esto nos parece, porque el nombre de Cervantes es de tan inmensa importancia humana e histórica, que también todo esto es acaecimiento de protagonistas de la historia. Que Cervantes partiera en cierto día de Nápoles nos parece suceso de tanto bulto como una batalla de Pavía; todos los reyes, cardenales y magnates que viajaban de Roma a Francia, o de Francia a Roma, y todo lo que hacían, y el espléndido séquito de brocados, corazas y penachos que llevaban, hoy nos parece nada, y, en cambio, el que un pobre soldado desconocido, como era Cervantes, partiendo de Nápoles a bordo de una galera, nos parece acaecimiento que nos cubre el interés y la expectación. Entonces esto era menos que nada, y si Cervantes llevaba cartas del general de la armada y del virrey siciliano para el rey de España, y esto nos parece suceso singularisimo, la verdad es que cartas iguales las traerían, no ya cientos, sino millares de soldados regresados, y ellas se harían montañas sobre las mesas oficinescas de Felipe II. Que no resultara cosa mayor de estas recomendaciones era de prever, pero acaeció mucho más infortunadamente, porque los corsarios argelinos, que cruzaban el Mediterráneo occidental al mando del Arnaute Mami, a bordo de tres galeras, de mucho andar y fuerte artillería, dieron caza a la galera «Sol» y la apresaron frente a Tres Marías, en la costa de Marsella, tras ruda pelea. Los dos hermanos, Miguel y Rodrigo Cervantes, quedaron cautivos de un renegado albanés, Dali Mami, que era hermano del dicho Arnaute. La captura por los berberiscos de la galera «Sol» se operó el 26 de septiembre, y como había partido de Nápoles el día 20 anterior, puede pensarse luctuosamente qué aglomeración de ásperas tristezas, de anhelos y de inquietud habría en el espíritu de Cervantes en esos seis días en que la galera perseguida por corsarios iba de Nápoles hacia las costas de Francia, perdiendo el rumbo de las levantinas costas españolas. Debajo del jubón de Miguel de Cervantes estaban aquellas cartas, ahora malhadadas, que le habían dado don Juan de Austria y el duque de Sessa para el rey. Leer estas cartas el fiero Dali Mami, que, al modo de todos los capitanes piratas de aquel tiempo, sabía tanto castellano como árabe o turco, y pensar que el hombre que traía tales cartas de tan altos personajes era también personaje muy principal, fué todo uno. De las cartas en que Cervantes confiaba para su fortuna, vino su desdicha, porque el albanés, creyendo a Cervantes sujeto de elevada condición, por el que se podía obtener un pingüe rescate, lo trató con cuidado y celo, pero a la vez lo puso en cadenas y lo introdujo en uno de sus «baños» o prisiones para así, con mayor dolor del cautivo, acelerar el pago del rescate por parte de los deudos y amigos que tuviere en España. No corría peligro la vida de Cervantes, pues como el albanés pensaba cobrarla a buen precio le importaba conservarla; pero, a la vez, el albanés le importaba que el cautiverio fuese doloroso para el prisionero, y adelantar el cobro del rescate. Sin duda, ahora se magnifica el espíritu de Miguel de Cervantes. No hay mejor piedra de toque que el infortunio para los grandes caracteres, y en el fondo del alma de todo español excepcional hay siempre un poso de senequismo, de fuerza estoica, de desprecio por el mundo, de arrebato espiritual. Cinco años estuvo en cautiverio Cervantes, y de las incidencias dramáticas de este cautiverio no hemos de hacer relación demasiado minuciosa. Queda la memoria de estos tratos de Argel en las obras mismas de Cervantes, en «Las Novelas Ejemplares», en el «Quijote» mismo, en «Los Baños» y en la obra que se llama «Los tratos de Argel», pero todas las alusiones, o bien relatos directos, que en estas obras se contienen del cautiverio cervantino son más bien apacibles que ásperas, más tratadas como recuerdo ilustre que como memoria de dolor, y en esta serenidad de la conmemoración que de su prisión hace Cervantes, se descubre aquella alteza estoica que hemos dicho, aquella serenidad ante el infortunio con que se prueba el alma grande, como les acaecía a las espadas toledanas que se doblegaban, pero no se partían. Cervantes y los otros cautivos hicieron una tentativa de fuga a los pocos meses de su cautiverio. Escaparon campo a traviesa hacia Orán, que les podía dar acogimiento, pero abandonados del moro guía que tenían por cómplice, hubieron de tornar a Argel, donde los más de los fugitivos fueron torturados y muertos y Miguel de Cervantes escapó del rudo drama con vida a causa de aquellas cartas principales, porque su amo, el albanés, no desesperaba de obtener por él un crecido rescate. En 1576 fueron rescatados varios cautivos, y entre ellos el alférez Gabriel de Castañeda, al que dió Cervantes cartas para sus padres. Rodrigo de Cervantes, el padre, llegó a empeñar el peculio de sus hijas Andrea y Magdalena para poder acudir al rescate, pero la suma reunida no bastó a satisfacer la codicia de Dalí Mami, que creía ser Cervantes sujeto que valía mucho dinero, y verdaderamente era así; Cervantes valía aún más de lo que pensaba Mami, pero éstas son las ironías que van insertas en los destinos humanos, lo que valía Cervantes era demasiado distinto a lo que imaginaba Dali Mami. Logró el rescate Rodrigo de Cervantes, el hermano de Miguel, quien llevó cartas para los virreyes de Mallorca y Valencia a fin de que enviasen a las costas de Argel una nave que facilitara la evasión de los prisioneros. Los virreyes dieron estas cartas a dos caballeros de San Juan: don Antonio de Toledo, de la Casa de los Duques de Alba, y don Francisco de Valencia, natural de Zamora. Por igual Rodrigo de Cervantes, que los oficiales de los virreyes, no se dieron al ocio y el 28 de septiembre de 1577, un marinero llamado Viana, que había sido rescatado juntamente con Rodrigo, llegó al mando de una nave a la costa de Argel. La nave libertadora fué avistada por los moros de las atalayas costeras, que dieron la alarma. Salieron naves argelinas en persecución de la de Viana, y éste infortunado marino, que iba a libertar a Cervantes, volvió él mismo, con toda su gente, a caer en cautiverio. Cervantes había dispuesto, en cuanto capitán de la conjura libertadora, que todos los cristianos que debían de embarcar en la nave de Viana se refugiasen en una cueva que había en el vergel o huerto de recreo del alcaide Azán, un renegado griego, que lo tenía muy cerca del mar y a unas tres millas de la ciudad de Argel. En un antiguo libro del Padre Aedo, publicado en Valladolid en 1612 y que se llama «Topografía de Argel», se explica cómo entraron en aquella espelunca quince cristianos, sin que nadie tuviese sospecha del hecho, salvo la complicidad del jardinero, que se había hecho muy amigo de Cervantes, y la de un sujeto, natural de Melilla y antes renegado, llamado «El Dorador», que parece que había vuelto a ser cristiano y que era el que traía el sustento a los de la cueva. El día 20 de septiembre escapó Cervantes de Argel para encerrarse en la cueva con sus amigos, y allí estaban todos en anhelo y zozobra, cuando, en el siguiente 30, el tal «Dorador» les hizo traición delatándolos al tal Azán, que era un renegado veneciano. Este Azán Bajá era bey o rey de Argel y recibió la delación con gran contento y encendiendo más lustros en su cámara, pues era ley mora que los cautivos que intentaban fugarse quedaban de propiedad del bey, y así se los quitaba a Mami, y envió una guardia de treinta turcos de a pie y de a caballo para recoger a los infelices. Cervantes, en esta ocasión, dió patente mostración de su alto ánimo heroico, porque convendrá observar que Cervantes no es sólo el excelso novelista del «Quijote», sino uno de los más altos tipos de serenidad estoica y de alto ánimo flameante en llamas de honor que ha dado de sí la raza española, por lo demás tan pródiga de ellos. Cervantes declaró a los aprehensores turcos que únicamente él era autor del intento de evasión. Cargado de cadenas, fué conducido a presencia de Azán Bajá, ante el que repitió Cervantes su afirmación de culpabilidad única. Azán lo oyó despectivamente, sin decir él mismo palabra alguna, mientras fumaba su narguilé, y lo mandó conducir al baño inmundo del barrio de Bib Azum. Ningún otro cautivo pensaba que Cervantes hubiera de vivir más de algunas horas, a causa de su arrogancia. No se pudo obtener de Cervantes la complicidad de ninguno de sus compañeros y tal vez porque el bey era hombre de guerra y tenía admiración por el valor ajeno, esta actitud de serenidad y fuerza de Cervantes más fué parte a conservar su vida que a perderla. Dali Mami, el primitivo amo de Cervantes, no veía con buenos ojos la apropiación que del cautivo se hacia Azán Bajá; lo quería para sí, porque después de la maravillosa actitud de Cervantes ante el bey, todavía pensaba más que Cervantes era un altísimo personaje en España. Acabó por dar al bey quinientos ducados por recobrar la propiedad del cautivo Cervantes. En los años infaustos del 77 al 79 se operaron por Cervantes nuevas tentativas de evasión. ¡Oh, Cervantes feliz que hacía versos en tan bajo circulo del infortunio! No se le ocurrió a Cervantes mejor cosa que enderezar a Felipe II una epístola en tercetos, enviada a Mateo Vázquez, secretario real, pensada para suscitar en el ánimo del rey el afán de conquistar Argel y liberar a los cautivos españoles. Según parece, tan peregrina misiva, o no la leyó el rey o no hizo mella en su ánimo. Cervantes, entretanto, no desmayaba en sus proyectos de evasión. La plaza de Orán era entonces española y don Martín de Córdoba era el general de la plaza, a quien pudo enviar Cervantes una carta sugiriéndole que destacara algunos espías para fugarse con ellos. El mensajero que conducía tal carta fué sorprendido y preso, y luego sencillamente empalado, es decir, ejecutado en tortura y muerto, y a Cervantes se le condenó a recibir dos mil palos, pena que no se cumplió, y de la que seguramente Cervantes hubiera muerto. Se dice que influyeron a favor de Cervantes en el ánimo de su amo los consejos de notables moros de Argel, pero es más probable que fuese la codicia causa de la misericordia, pues siempre fué salvaguardia de la vida de Cervantes la esperanza del gran rescate que por él se esperaba. Estos años de Cervantes en Argel son un pródigo drama de incidencias. Si Cervantes no hubiera sido nada más que el denodado cautivo de Argel, todavía, como ha ocurrido con el capitán Contreras y otros personajes de grandes hechos en colisión con los turcos del Mediterráneo, sería un personaje de bella y ejemplar recordación. En los años del 77 al 79 hizo Cervantes otras tentativas de evasión. Había en Argel un personaje trágico, era un cierto Girón, nacido en Granada, que había renegado de Cristo, adoptando el nombre musulmán de Abderramán. Este hombre tenía, como suele decirse, la serpiente enroscada al corazón. Padecía un gran dolor de alma; quería volver a la religión de sus padres. Cervantes trabajó dulcemente el ánimo de este hombre, lo reconfortó, le abrió las auroras futuras del arrepentimiento y del perdón, y así hizo de él un fervoroso amigo. Las trazas de Cervantes eran más ágiles que cualesquiera intrigas de sus futuras «Novelas Ejemplares». Logró que dos mercaderes valencianos, que comerciaban con los puertos de Argel, llamados Onofre Exarque y Baltasar de Torres empleasen 1.500 doblas en comprar una fragata armada y la pusieron a nombre del renegado Girón, que, como tal renegado, no inspiraba desconfianza a los moros argelinos. Girón zarparía, a toda vela, como si fuese a negocio de piratas, del puerto de Argel llevando a Cervantes a bordo, y esta navegación sería doblemente: para Cervantes, la libertad física, y, para el otro, la libertad espiritual. Pero cuando sólo faltaban dos días para que la fragata zarpara del puerto de Argel, otro renegado, y renegado atroz porque en España había sido religioso o fraile, llamado Juan Blanco de Paz, poniéndose al oído de otro que tal, de nombre Cayban, delató a Azán Bajá los proyectos de Cervantes. El bey se irritó tanto que amenazaba con degüello en multitud, y los cautivos, que andaban con fácil camino por las calles de Argel, hubieron de buscar guarida en cuevas y en prisiones. Había un alférez, de nombre Diego Castellano, cautivo también, pero que gozaba de ciertas ventajas, como la de tener puesta casa propia, y en ella buscó asilo Cervantes. Y he aquí de otra de las grandezas del espíritu de Cervantes, que convencido de que ponía en trance de muerte al alférez que lo protegía, abandonó la casa de este hombre generoso, y se fué derechamente al diván del bey, como en otra ocasión hiciera, a declararse autor único de toda la traza. Azán Bajá se torturaba la luenga barba; Azán Bajá era posiblemente un déspota, pero también era un guerrero, y tenía el sentimiento de admiración por el acto heroico, y así se maravilló de entereza tan sorprendente y no quiso ordenar la muerte de Cervantes, tal vez además porque creía que Cervantes poseía algún secreto que tocaba a la seguridad de su reino. ¡Ay, Cervantes, cuántos años de ingenio aguzado como punta de espada y el cautiverio que no concluía! ¿Cómo este hombre, Cervantes, pudo escapar a tantos riesgos? Se dice, y repetido está en los renglones anteriores, de su ánimo entero, de la serenidad admirable con que aceptaba el personal sacrificio en cubrimiento de sus amigos, y la explicación de que tanto ánimo heroico fuese ocasión de asombro en la gente mora, parece suficiente explicación. Pero a nosotros, no sabemos por qué, se nos ocurre otra más trascendente y misteriosa. ¿Es que Dios permite que muera un hombre llamado a altos destinos hasta que éstos destinos no se han cumplido? Cervantes tenía, en nuestro parecer, una especial protección divina, porque hacía falta a los designios del Espíritu en el mundo. Cervantes tenía que escribir el «Quijote», porque esto formaba parte del plan del espíritu en el mundo y podía morir después de hacerlo, pero no antes. La redención de Cervantes se operó, en fin, por los religiosos trinitarios, también llamados redentores de cautivos. La madre y la hermana de Cervantes llamaban todos los días a la puerta de la casa trinitaria que había en Madrid, para instar, pedir, sollozar el rescate del cautivo. Dos religiosos trinitarios, fray Juan Gil y fray Antonio de la Bella, llegaron a las playas de Argel el 29 de mayo de 1580. Estos buenos frailes tenían algo así como indemnidad diplomática; estaban en negocio de los rescates, y a este negocio se atenía la avaricia de los potentados argelinos. Pisaron los frailes las alcatifas de Azán Bajá, y el bey, que era tan buen logrero como cualquier negociante de feria, pidió por la libertad de Cervantes la suma de mil escudos de oro. La cantidad era demasiada para la delgada bolsa de los padres trinitarios, y Cervantes seguiría en cautividad porque no había bastante oro para él. Pero en este trance y angustia acaeció que Azán fué llamado al serrallo de Constantinopla para dar cuenta al Gran Turco de los acontecimientos de su reino vasallo. Azán Bajá estaba en tribulaciones de alma, porque siempre lo está el magnate que es llamado a presentar noticias y excusas por otro magnate mayor. Había de zarpar en lucida nave, con otras muchas velas de custodia, para navegar hacia Constantinopla; había estruendo de clarines y había una multitud espesa y multicolor en el puerto. Azán Bajá tenía prisas y, todavía más, tenía el ánimo turbado. Los frailes trinitarios llegaron en esta ocasión, casi retantes, junto al pretal de muchas borlas del caballo de Azán Bajá; pidieron el rescate de aquel cautivo, y Azán Bajá dio por bueno que se le entregasen solamente los 500 escudos que él habla pagado por Cervantes a Dali Mami en pasados años. La documentación de los archivos trinitarios, que tanto han escrutado los cervantistas, acredita que del dinero reunido, 300 ducados eran de la madre y hermana de Cervantes; 50 doblas las donó don Francisco Caramanchel, que era criado de don Iñigo de Cárdenas y Zapata; 50 doblas más, provenían de la limosna general que las buenas almas hacían a la Orden Trinitaria, y 220 escudos, los Padres Redentoristas Gil y Bella los pidieron prestados a los mercaderes de Argel. Y es curiosa noticia la de que los mercaderes moros de Argel acudiesen con préstamos a los frailes trinitarios; había una concomitancia de servicios entre unos y otros; los frailes lo hacían por el amor de Dios y por el cumplimiento de sus fines de la Orden; los mercaderes lo hacían por ese sentido comercial, que atiende al lucro y en cierta manera a la amistad, y que excede a credos y a fronteras, de manera que el comercio desde las navegaciones fenicias hasta nuestros días, es supranacional y sólo atiende al interés. Cervantes quedó, en fin, rescatado del poder de Azán el 19 de septiembre de 1580.