Bioética y sexualidad - Escuela de Salud Pública

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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA
ESCUELA DE SALUD PÚBLICA
D R . S A LVA D O R A L L E N D E G .
2012
Nº 8 / AGOSTO
Bioética y sexualidad
Miguel Kottow L.
Yuri Carvajal B.
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
MIGUEL KOTTOW LANG
Médico oftalmólogo. Magíster en Sociología (Hagen,
Alemania) y Doctor en Medicina (Bonn, Alemania).
Profesor Titular de la Universidad de Chile. Académico de
la Escuela de Salud Pública de esa casa de estudios.
Integrante del Directorio de la Sociedad Chilena de
Bioética y miembro honorario de la Sociedad de Bioética
de Brasil y Sociedad de Bioética de Río de Janeiro.
Autor de seis libros y numerosos artículos sobre bioética en
revistas nacionales e internacionales. Editor y colaborador
de varias antologías de bioética y filosofía de la medicina.
[email protected]
YURI CARVAJAL BAÑADOS
Médico salubrista. Magíster en Salud Pública (Universidad
de Chile), Magíster en Gerencia Pública (Universidad de
Chile) y Doctor en Salud Pública (Universidad de Chile).
Profesor asistente de la Universidad de Chile. Académico
de la Escuela de Salud Pública de esa casa de estudios.
Integrante del Directorio de la Sociedad Chilena de
Historia de la Medicina.
Autor de un libro de historia de la salud rural chilena y
artículos sobre medicamentos, acuerdos comerciales e
historia de la salud pública.
[email protected]
2 Bioética y sexualidad
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA
2012
Nº 8 / AGOSTO
Bioética y sexualidad
Bioética y sexualidad
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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA
Nº 8, AGOSTO DE 2012
Editado por la Escuela de Salud Pública
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4 Bioética y sexualidad
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
Índice
I. Bioética y sexualidad, por Miguel Kottow...............................................7
Introducción ............................................................................................... 7
Aspectos antropológicos ............................................................................. 7
Marcos regulatorios . ................................................................................... 8
El aspecto relacional de la sexualidad . ....................................................... 9
Sexualidad trunca ....................................................................................... 9
La revolución sexual ................................................................................. 10
Matrimonio y sexualidad .......................................................................... 11
“Relaciones extramatrimoniales” .............................................................. 12
Homosexualidad . ..................................................................................... 13
Transexualidad .......................................................................................... 14
Sexualidad y afectividad ........................................................................... 15
Incesto ...................................................................................................... 17
Salud pública y sexualidad ....................................................................... 17
Moral sexual, ¿un cajón de sastre? ............................................................ 18
Teorías sociales feministas . ....................................................................... 20
Conclusión . .............................................................................................. 21
II. Crianza de hijos, homosexualidad y salud pública, por Yuri Carvajal . .23
1. Introducción ......................................................................................... 23
2. Sexualidad como dispositivo . ............................................................... 23
3. Adopción homosexual basada en las evidencias .................................. 24
4. Tener una identidad sexual ................................................................... 25
5. Rol de la salud pública en el dispositivo ............................................... 25
Bioética y sexualidad
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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
6 Bioética y sexualidad
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
I. Bioética y sexualidad
Miguel Kottow
Introducción
Aspectos antropológicos
La sexualidad es la dimensión biológica
del ser humano que como ninguna otra
ha sido sometida a reflexiones culturales
y controversias morales, comprometiendo
una diversidad de valores que sitúan el
tema centralmente en la bioética, en
tanto esta sea entendida latamente como
la reflexión sobre los valores que se
comprometen al realizar intervenciones
humanas decisivas en procesos vitales1.
Esta caracterización de la bioética
distingue y desatiende aquellos aspectos
de la sexualidad humana que no le
corresponde abordar por cuanto no
entrañan intervenciones en procesos
vitales. En cambio, la presencia de la
bioética es indeclinable en acciones
humanas que tienen efectos profundos,
por lo general determinantes, sobre la
vida de los seres humanos.
Los animales tienen un estro o período de
celo en que el instinto sexual despierta
periódicamente, regulando que la
reproducción se produzca en forma
cíclica. En el ser humano no existe tal
periodicidad, de manera que durante
toda su vida sexual activa se encuentra
en disposición a ejercerla, más allá de
los límites de su fertilidad. Hay, pues, una
disociación biológica entre sexualidad
y reproducción. La sexualidad humana
es un proceso de maduración individual
que precede al de su funcionalidad
social. Por otra parte, el interés sexual
se prolonga substancialmente más allá
del cese de la capacidad reproductiva.
En otras palabras, la maduración sexual
precede al empoderamiento social y se
mantiene vigente más allá de su función
reproductora.
Presenta la sexualidad rasgos antropológicos que la distinguen de ser entendida
solo en sus aspectos biológicos, llevando
a una impronta cultural de tal magnitud
que las prácticas sexuales se encuentran
en la mira moral y jurídica de todas
las sociedades y en los más diversos
momentos históricos. Pese a ello, el interés
de la bioética por la temática sexual ha
ocupado un lugar muy marginal en el
universo de publicaciones, marcando la
notable diferencia que existe entre moral
sexual y la bioética de la sexualidad.
La hembra animal tiene una función
sexual pasivamente receptora, a lo más
desplegando ciertos rasgos morfológicos
destinados a atraer al macho o a mostrar
su disposición al apareamiento. En los
seres humanos, la participación de la
mujer entraña la existencia del deseo
sexual y del orgasmo como culminación
del acto, que en los animales solo se
da en los machos. Esto significa que la
disposición por la satisfacción sexual se
da en forma similar en todos los seres
humanos, haciendo que el apareamiento
1
La calificación de “decisivo” indica la inducción de modificaciones definitivas e irreversibles.
Bioética y sexualidad
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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
sexual tenga elementos de consenso y
mutua complacencia que faltan en la
complementariedad de la sexualidad
animal.
Los rasgos señalados corresponden a
lo que se entiende como antropología
biológica, que ha de ser tomada en cuenta
por cuanto las disposiciones sociales, las
exigencias religiosas y las normas morales
entran en roces y acusan divergencias
con las características fisiológicas de la
sexualidad, creando conflictos insolubles.
Las desavenencias entre el supuesto bien
común y la autonomía individual se
exacerban a pesar de que su variabilidad
en el tiempo indica que son visiones
con injustificada pretensión de verdad,
del todo contextuales y culturalmente
inestables. Lo que en una época es
penalizado, en otras es visto como
permisible, vanguardista, o moralmente
indiferente. La dogmática sexual que se
han arrogado los más diversos actores
sociales carece de toda sustancia y
credibilidad, invariablemente siendo más
condenatoria que orientadora, flameando
la bandera del pecado y la desmesura,
antes que celebrar la satisfacción y el
bienestar.
y morales, que crean tensiones con la
autonomía
individual,
manifestadas
principalmente en discordias y conflictos,
acusando con ligereza desviaciones
contra natura y conductas contra cultura.
En tanto función biológica de reproducción, la sexualidad se da en forma natural
como un apareamiento heterosexual
destinado a la fertilización por fusión de
gametos (óvulo y espermatozoide). De allí
nace la preferencia cultural de aceptar las
uniones heterosexuales y solo considerar
como legítima la sexualidad genital. Las
diversas culturas han tenido actitudes de
reprobación, punición o tolerancia, que es
una forma pasiva de discriminación, frente
a prácticas que divergen de las biológicas
reproductivas. La designación de estas
prácticas “desviadas” como sodomía -en
recuerdo de Sodoma descrita como el
antro del vicio-, muestra la enorme carga
reprobatoria de prácticas consideradas
como no naturales, en sociedades que
albergan sanciones penales o medidas
disciplinarias.
Marcos regulatorios
De un acto eminentemente privado, se
ha convertido la sexualidad en tema
público cargado de tensiones que, más
temprano que tarde, debió interesar a la
salud pública. Para la doctrina católica
la “sexualidad no es asunto meramente
individual; ni siquiera un asunto que
ocurre entre dos. El comportamiento
sexual se ha de abrir al “nosotros” social.
Por eso considera imperioso insistir en la
necesidad de una institucionalización de
la sexualidad. Sin esta dimensión social,
la sexualidad humana se desintegra y se
convierte en una fuerza de destrucción
personal y social” (Vidal,1991, cursivas
en original).
Más que otras funciones del organismo
humano, la sexualidad es sometida a
marcos normativos culturales, sociales
Es esta una declaración unívoca de que la
sexualidad no se limita al ámbito privado,
como pudiera pensarse, quedando sujeta a
La sexualidad es un instinto biológico
que en el ser humano se articula como
una pulsión, vale decir, un impulso que
nace del cuerpo pero es modulado por la
razón, en lo que se denomina un deseo de
segundo orden. La fisiología sexual queda
supeditada a lo que determina la razón, el
superego, la inteligencia social, la pauta
cultural, el compromiso religioso.
8 Bioética y sexualidad
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
normas sociales y religiosas que la regulan,
en general obedeciendo a intereses
simbióticos que se proponen cuidar
tanto el bien común como la relación del
ser humano con la trascendencia divina.
Lo mundano y lo religioso convergen en
reforzar el matrimonio como el eje de la
sexualidad, pero cuidando que no sea la
sexualidad el eje del matrimonio.
Es imperativo distinguir entre el discurso
de la moral sexual y la pertinencia
de someter la sexualidad a reflexión
bioética. La moral sexual, muy dispar en
diversas culturas y momentos históricos,
traza un trayecto normativo sinuoso,
contradictorio, conflictivo y coercitivo. La
bioética no participa en estas turbulencias
pues no le corresponde elaborar normas
morales; centra, en cambio, su atención
en prácticas sexuales e intervenciones
humanas sobre la sexualidad en tanto
causan daño potencial o real a los
afectados. La bioética, a diferencia de la
moral, no tiene la función de permitir o
prohibir el ejercicio de la sexualidad en
cualquiera de sus variantes, su cometido
sigue siendo salvaguardar a las personas
de ser lesionadas y proteger a quienes
están en riesgo de sufrir daño.
El aspecto relacional de la
sexualidad
La vida humana se desarrolla a lo largo
de dos ejes fundamentales, el primordial
siendo la ‘ex-istencia’ o salida de sí, lo
que Heidegger llama el estar arrojado
en el mundo y, de igual trascendencia,
la conectividad del sujeto humano con
su entorno. Hablar del sujeto humano
solo tiene sentido si se le entiende
como trascendiendo hacia el mundo
circundante que le es externo. En rigor,
el Dasein heideggeriano no es arrojado
en el mundo, ¿desde dónde lo sería?,
sino que desde su nacimiento está
posicionado, instalado en el mundo,
es decir, orientado y relacionado. El ser
humano nace, madura y se socializa en
medio de sus relaciones con otros, es
por necesidad gregario (Kottow, 2012).
Trascendencia y relación se pueden
considerar como caras de una misma
moneda, el individuo trascendiendo
hacia otros, creando relaciones y vínculos
que son el entramado fundamental de su
estar-en-el-mundo.
La sexualidad solo puede entenderse
como una relación entre dos seres
humanos que es, por tradición y no por un
orden natural, estrictamente heterosexual
y genital. La bioética se centra en la
calidad y plenitud de esta relación, no en
sus peculiaridades morfológicas.
Obviamente, la sexualidad preocupa en
forma desmedida al mundo teológico y al
social, no siendo de extrañar que en las
culturas occidentales haya coincidencia
entre la mirada religiosa y la moral en estas
materias, pasibles de ser forzadamente
resumidas en las así llamadas funciones
de la sexualidad -la unitiva, la relacional
y la reproductiva-, quedando excluida
la función recreativa, lúdica, que se da
de hecho, y que no puede ser ignorada,
requiriendo una reflexión más fina
que el mohín de disgusto o la diatriba
condenatoria.
Sexualidad trunca
La sexualidad es ejercida en forma trunca
en aquellas prácticas que prescinden de
la relación yo-tú: masturbación, sexo
grupal, bestialidad. Aunque a lo largo de
la historia han desencadenado oprobio
moral, medidas disciplinarias e incluso
Bioética y sexualidad
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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
represión legal, estas prácticas no tienen
connotaciones morales muy definidas, de
ningún modo constituyendo materia de
deliberación bioética, ya que ninguna de
ellas conlleva coerción ni lesión.
La masturbación se inscribe en el anhelo
frustrado de unión con otra persona,
siendo testimonio de la imposibilidad
de una relación, no de su rechazo. La
masturbación fue una preocupación
obsesiva de las familia y las escuelas
en el siglo XIX, gatillando castigos
severos, así como tejiendo mitos que
describían alteraciones somáticas y
psíquicas en niños que practicaban el
autoerotismo. Una visión histórica de
las actitudes morales y sociales sobre
masturbación se lee como una colección
impresionante de estupideces, que
podrían ser motivo de diversión si no
incluyesen prácticas médicas horrendas
destinadas a coartar la masturbación,
como fueron la clitoridectomía y la
castración propuestas y eventualmente
practicadas. La masturbación no dejó
de ser clasificada como enfermedad
neurológica, psíquica, genitourinaria
o “funcional” hasta la década de los
30´ (Engelhardt, 1981), y se lee en el
documento Sexo y moral, editado
por la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe en 1975 (con cursivas
originales): “sin ninguna duda que la
masturbación es un acto intrínseca y
gravemente desordenado.” Tal vez sea
uno de los efectos menos visibles de
la revolución sexual restarle el matiz
de pecado y culpa, reconociendo la
masturbación como una sexualidad
vicariante que se desarrolla en el
ámbito íntimo de las personas por
necesidad más que por predilección,
donde ninguna instancia mundana o
trascendente tiene acceso legítimo ni
potestad normativa alguna.
10 Bioética y sexualidad
El sexo grupal es una forma trunca de
practicar la sexualidad, donde la relación
entre dos personas no se produce a
cabalidad o queda interceptada por otras
personas, todo el ejercicio reduciéndose
a espectáculo y contactos epidérmicos.
Los protagonistas encontrarán estas
prácticas más o menos satisfactorias, pero
desde el observatorio moral podrá, a lo
más, emanar extrañeza por la conversión
de la relación sexual en una situación
deportiva donde, no habiendo agresión a
la autonomía de las personas, no puede
haber sanción moral.
La bestialidad ocupa un lugar peculiar
en el mosaico de la sexualidad. Es una
práctica sexual trunca que, si bien puede
acompañarse de afecto humano por el
animal, carece de la reciprocidad que es
elemento fundamental de satisfacción y
plenitud. La bestialidad genera rechazo
visceral, desagrado hasta la repugnancia,
mas de allí no se deriva sanción moral
legítima, debiendo entenderse como una
sexualidad orgánica inducida en forma
vicariante por aislamiento y falta de
contactos humanos.
La revolución sexual
La lujuria (porneia para los griegos,
fornicatio para san Juan Careo, que fuera
uno de los pioneros en describir los 7
vicios malvados), encabeza la lista de
los pecados capitales, así llamados por
su tendencia a arrastrar a la práctica de
otros pecados. Cada uno de los pecados
capitales se asocia con un demonio, mas
la lujuria, cuyo demonio es Asmodeo,
tiene además una cohorte de ayudantes
que tientan al pecado sexual: los íncubos
masculinos que tientan a las mujeres,
los súcubos o fantasmas que seducen
a varones. La lujuria es el único de los
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
pecados que invariablemente lleva al
rechazo social y a la penalización.
El debilitamiento de los referentes
doctrinarios que proclaman permisiones
y prohibiciones de acuerdo a cánones
que son dogmáticos y cuestionables,
así como la disponibilidad y el acceso a
medidas contraceptivas, han llevado a lo
que se denomina la revolución sexual,
que ha sido mal interpretada como
liberación y desenfreno. Según Hobbes,
las leyes regulan la vida social ordenando
aquellos quehaceres humanos que no han
sido, o no pueden ser, satisfactoriamente
normados por la ética y el sentido común.
Esta visión autoritaria desconfía y teme que
la disolución de las restrictivas normas que
tradicionalmente vigilaban y sancionaban
la sexualidad devuelva a la ética y al
sentido común la ponderación de lo que
puede hacerse sin producir daño, o lo que
debe omitirse para evitar herir a otros. Por
el contrario, la abrogación de normativas
sociales reintroduce la necesidad de
ordenar las conductas de acuerdo a nuevos
cánones morales y distinguir lo que pueda
ser materia de moral sexual, de los aspectos
que compete reflexionar desde la bioética.
Una salud pública esclarecida evitará
los prejuicios moralistas, prefiriendo
participar en la deliberación bioética que
pondera sobre la necesidad, conveniencia
y extensión de políticas públicas referidas
a la sexualidad humana.
La revolución sexual tuvo como
característica más consistente la ruptura
de vínculos que supuestamente regulan
y legitiman la sexualidad humana,
tradicionalmente uncida al matrimonio,
la heterosexualidad, la genitalidad y la
emotividad. Los profundos cambios de
conducta, al desvincular sexualidad y
reproducción, separan la sexualidad de
instituciones civiles y culturales como el
matrimonio, liberan la homosexualidad
de culpa y discriminación, y divorcian
sexualidad y emotividad.
Matrimonio y sexualidad
A lo largo de la historia, se establece
y predica el matrimonio de un varón
y una mujer como institución garante
de un proyecto de vida común en el
cual se desarrolla la única sexualidad
legítima destinada a la reproducción,
y al fortalecimiento de la relación
interpersonal a objeto de dar mayor
estabilidad a la relación matrimonial
y afirmarla en su función de procrear y
socializar a los nuevos ciudadanos. Así
es que el matrimonio recibe un doble
sello, civil -en tanto contrato de derechos
y obligaciones- y como pacto religioso
de mutua preocupación y disposición
al cuidado y bienestar: “Las exigencias
de un amor total, exclusivo y definitivo
-tal como debe ser el amor que exija
una expresión tan elevada como es la
relación sexual- únicamente puede tener
cabida en la institución matrimonial”
(Vidal, 1991). La sexualidad es un vínculo
poderoso pero, por otro lado, la fidelidad
monogámica es tan débil que debe ser
enmarcada estrictamente y disciplinada
al interior del matrimonio.
Para fortalecer la indisolubilidad de
matrimonio y sexualidad, se insiste en que
la relación sexual, junto con su intención
reproductiva, tiene una función unitiva en
tanto fortalece el compromiso de mutua
fidelidad. Esta visión es a todas luces
asexuada, ignorando que la sexualidad
mutuamente satisfactoria no se decreta
ni se regula, y que las desavenencias
en este ámbito afectan la estabilidad del
Bioética y sexualidad
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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
matrimonio y tienen vastas consecuencias
más allá de esta institución social. Aunque
disfrazado, el mensaje transmitido es
una degradación de la sexualidad a una
función de soporte del matrimonio y
de la familia, tanto que para la mirada
conservadora y doctrinaria sería deseable
si se pudiese dispensar de la sexualidad
para la procreación: “el matrimonio, digno
de la felicidad, debiese haber alcanzado
el fruto deseable sin la vergüenza de la
pasión”, enseñaba san Agustín, añadiendo
que, de no haber mediado el pecado
original, “el hombre habría sembrado su
semilla y la mujer haberla recibido, como
fuese necesario, movilizando los órganos
generatrices de acuerdo a la voluntad y no
excitados por la pasión.”
Es de notar que el cristianismo, que
recalca su continuidad con el judaísmo
del cual origina, tenga en materia de
sexualidad diferencias importantes con
sus raíces. En el Antiguo Testamento
y en las enseñanzas talmúdicas, hay
frecuente mención de que una “de las
diez obligaciones que un hombre debe
cumplir con su mujer es la satisfacción
de sus derechos conyugales…haciéndola
feliz durante el acto”, una sentencia
que se vuelve más notable aún cuando
justifica que la mujer insatisfecha pueda
solicitar el divorcio (Steinberg, 2003).
El aspecto unitivo de la sexualidad se
refiere a la legitimidad de ejercer la
sexualidad exclusivamente en el marco
de un compromiso formal de convivencia
sancionado por dos instancias, la jurídica
y la religiosa, haciendo del matrimonio
un vínculo definitivo e indisoluble. Bajo
esta condición, ningún encuentro sexual
que ocurra fuere del matrimonio será
moralmente válido. Tanto la moral secular
tradicional como la religiosa proscriben
las relaciones prematrimoniales, el
12 Bioética y sexualidad
adulterio y, por extensión, el ejercicio
de la sexualidad para quienes no son
casados.
Desde la sociología se constata que
el vínculo conyugal ha perdido toda
estabilidad, las uniones matrimoniales
siendo frágiles al transcurso del tiempo,
demasiado débiles para sustentar la
cohesión familiar y el cobijo biparental
de los niños. A la par se establecen
parejas indiferentes a los compromisos
legales y a la norma de heterosexualidad.
Queda mostrada que la relación entre dos
personas se enriquece pero no depende
del modo cómo viven su sexualidad, ni
da señales de desorden o inestabilidad
que tradicionalmente se asocian con
relaciones íntimas fuera del matrimonio.
“Relaciones extramatrimoniales”
Esta nomenclatura delata la pleitesía
rendida al matrimonio como la
única forma legítima de convivencia
existencial y sexual. Usos y costumbres
se han preocupado de derrumbar este
autoritarismo, pero persisten resabios de
moralidad y legalidad que discriminan
entre relaciones sexuales dentro o fuera
del matrimonio.
Hablar de relaciones prematrimoniales
es, a todas luces, un intento de tolerar
la sexualidad como una relación que en
breve será legitimada por la realización
del matrimonio, es un adelantar una
permisión que prontamente será del todo
permitida. Sin embargo, las tradiciones
de la virginidad y de diversos rituales
que históricamente acompañan la
“prima nocte” dejan intranquilas a las
mentalidades más conservadoras. Después
de un ir y venir de argumentos al respecto,
una obra de ética teológica concluye que,
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
“[T]eniendo en cuenta la doctrina oficial
de la Iglesia, se pueden [sic} señalar las
siguientes pautas conclusivas [sobre
las relaciones prematrimoniales]: -La
solución normal debe ser la abstinencia
sexual prematrimonial. Y esto no por
razón de unos inhumanos tabúes morales
y sociales, sino por una razón interna a
la naturaleza antropológica del amor.”
(Vidal, 1991, cursivas en original).
La razón de destacar aquí, y en otras partes
del texto, las enseñanzas doctrinarias, se
da por cuanto existe en nuestro país la
institución llamada “enseñanza sexual”
en los colegios, premunida de textos,
educadores especializados y elaborados
programas. La salud pública no queda
indiferente a la educación sanitaria y
sexual, ni a sus consecuencias en la
moral común, así como a su carga de
regulaciones y discriminaciones
en
aspectos relacionados con políticas
públicas del ámbito sanitario (vide infra
acápite sobre levonorgestrel).
Las relaciones extramatrimoniales, castigadas con el nombre adulterio -cuya raíz
latina significa falsificación y deshonrano es, por cierto, una transgresión sexual,
debiendo ser entendida y evaluada en el
marco de las relaciones interpersonales. Si
el acuerdo de pareja autoriza escapadas,
no serían infidelidades por cuanto no
violan compromisos de lealtad ni producen
daño, salvo mostrar posiblemente que
la relación diádica no sea tan plena y
satisfactoria como para desincentivar
triangulaciones que suelen estar teñidas
de ciertas opacidades para alguno de los
involucrados, pese a lo cual son situaciones
donde la moral, menos aún la bioética,
tienen muy poco que decir.
Cuando la interposición de una tercera
persona en la relación de pareja se
acompaña de engaños que fracturan
la confianza y la emotividad de una de
las partes, se puede hablar de un daño
moral, pero que no corresponde al
comportamiento sexual sino a la fisura
en compromisos interpersonales que
la moral podría enjuiciar desde valores
heridos de veracidad, lealtad, fidelidad,
mas no deben, como lamentablemente
ocurre, ser utilizados como baremo de
moral sexual y armas de conflictividad
judicial.
Podría pensarse que al apagar el faro
matrimonial como guía de sexualidad
respetable se eliminaría del todo las
intromisiones morales en torno al sexo,
pero no es así precisamente porque el
debate sobre matrimonio es de orden
social y doctrinario, no sexual, como se
reconoce en la pueril discusión sobre el
estatus civil de parejas homosexuales,
donde lo que importa no es acaso se
legalice con el nombre de matrimonio o
algún neologismo, sino que el conjunto
de derechos y deberes que anclan en
el matrimonio sean igualmente válidos
y certificados para emparejamientos
estables diversos.
El respeto por las relaciones interpersonales por encima de convenciones y leyes
derrumba, asimismo, cualquier valoración
moral que pretenda legitimarse en la
sacralidad del matrimonio. La bioética da
la espalda a todas las discusiones sobre
la materia, deplorando que relaciones
satisfactorias entre dos personas sean
motivo de crítica, discriminación y
rechazo.
Homosexualidad
La relación sexual entre personas del
mismo sexo comienza por crisparse en
lo semántico, cuando unos entienden
el prefijo homo como igualdad, otros
Bioética y sexualidad
13
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
como falta de masculinidad o traición al
propio género, y se recurre a preferir el
término gay para varones, lesbianismo
para mujeres, recordando cómo no hace
mucho que se hablaba del “amor que no
osa decir su nombre”.
Se conocen múltiples leyes, contemporáneas o solo recientemente derogadas, que han penalizado no solo la
homosexualidad sino también toda
práctica catalogada de sodomía. La
prematura muerte de Oscar Wilde y el
suicidio de Turing2, ambos encarcelados
por prácticas homosexuales, ilustra
la intolerancia agresiva conque las
sociedades han rechazado modos
de vivir la sexualidad consideradas
antinaturales. No es de extrañar la
existencia de documentos eclesiásticos
que condenan la homosexualidad
como una orientación deplorable que
se convierte en pecado si es ejercida
porque, “los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados y que no
pueden exhibir aprobación en ningún
caso” (Sexo y moral, texto publicado
en 1975 por la Congregación para la
Doctrina de la Fe; cursivas en original).
La asociación entre homosexualidad .y
la aparición del VIH y el SIDA potenció la discriminación social con la
preocupación de la salud pública
ante el carácter epidémico que esta
nueva enfermedad de transmisión
sexual desencadenaba. Condenada a la
clandestinidad, la homosexualidad se
desplegaba en una especie de mercado
negro del sexo, dominado por relaciones
fugaces, compradas, albergadas en
ambientes sórdidos y muchas veces
violentos, marcados por la promiscuidad
que proviene de las dificultades de
establecer relaciones estables. Los
efectos de la revolución sexual, que
ayudaron al reconocimiento público
de la condición homosexual (“salida
del clóset”), ayudaron a una progresiva,
aunque precaria, normalización social
de la homosexualidad, movilizando la
epidemiología de la infección VIH a una
incidencia cada vez más heterosexual.
Si la aceptación social de la homosexualidad reduce en forma importante
las prácticas sexuales promiscuas, la
salud pública debiera abogar por la
legalización del matrimonio homosexual,
dando prioridad a las ventajas sanitarias
de parejas estables por sobre los residuos
morales que insisten en reservar el estatus
matrimonial a las parejas heterosexuales.
Desde la reflexión bioética, la salud
pública falta a su cometido y cae en
inconsistencias éticas si permite que
consideraciones morales se interpongan
con medidas sociales que favorecen una
vida sexual liberada de los peligros y
riesgos patogénicos que persisten en la
clandestinidad descontrolada.
Como en otros temas de la bioética, el
ejercicio de la homosexualidad no merece
discusión ética siempre que ocurra entre
adultos que consienten voluntariamente,
estableciendo relaciones libres de abusos,
violencias o engaños.
Transexualidad
Transexuales son aquellos individuos que
presentan la anatomía normal de un sexo
pero se sienten pertenecientes al sexo
opuesto. Los órganos genitales de estas
2 En el caso de Turing, las acusaciones incluían
pederastia. Las condenas se aplicaron con toda
2
En
el caso
de Turing,
acusaciones
incluían
pederastia. Las condenas se aplicaron con toda dureza a pesar
dureza
a pesar
de loslas
recientes
servicios
de Turing
de
recientes servicios
Turing en la
decodificación
de documentos bélicos y su creación de las máquinas
en los
la decodificación
de de
documentos
bélicos
y su
computadoras.
creación de las máquinas computadoras.
14 Bioética y sexualidad
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
personas son inequívocos, a diferencia
de los hermafroditas que tienen genitales
de aspecto ambiguo. Los transexuales
sienten una pertenencia sexual tan fuerte,
que consideran sus órganos como una
malformación, un error de la naturaleza
que los hace anhelar una congruencia
entre anatomía y disposición sexual.
La transexualidad se ha convertido en
asunto de bioética a medida que la
medicina desarrolló las competencias
quirúrgicas para intervenir en la
transexualidad y adaptar los órganos
genitales a la identidad sexual. El
dilema ético de la transexualidad fue
construido a lo largo de tres ejes: 1) Acaso
efectivamente existe la transexualidad
genuina; 2) ¿Es legítima la intervención
quirúrgica en casos que los padecimientos
sean predominantemente psicológicos y
sociales?; ¿Puede la medicina justificar la
audacia de quirúrgicamente remodelar la
anatomía que biológicamente es normal
aunque rechazada por los transexuales
como aberrante?
Hay similitudes entre las polémicas éticas
sostenidas entre la homosexualidad y
la transexualidad. Algunos sostienen
que la homosexualidad es una
enfermedad, tal vez con base genética,
aunque es más prevalente, sobre todo
entre homosexuales, considerar su
orientación sexual como una disposición
o preferencia. En el caso de la
transexualidad, hay quienes niegan que
sea una anomalía patológica más allá
de ser un desorden mental. Tanto la una
como la otra pueden producir estados
de angustia y depresión que, aceptados
como
disforias,
son
susceptibles
de tratamiento si el afectado así lo
desea, sea para volver con asistencia
psicológica a una orientación “normal”,
o sea para adaptarse sin sufrimientos y
vivir la sexualidad en las condiciones
que considera de su elección.
Para las posiciones doctrinarias, la
homosexualidad debe ser revertida a
una orientación heterosexual pero, si
la fuerza de voluntad y la psicoterapia
no lo logran, el homosexual debe
abstenerse de practicar su “anomalía”
so pena de cometer falta ética, social y
legal. Desde esta misma rigidez moral,
la transexualidad puede y debe recibir
tratamiento psicológico, pero la cirugía
que se proponga remodelar órganos
anatómicamente normales es inaceptable
por violar los principios religiosos de
la totalidad e integridad del cuerpo.
Bajo estas premisas, la intervención se
encuentra ”intrínsecamente más allá de la
ética médica.” (Springer, 1987).
La bioética racional y ecuménica condena
estas premisas por el afán doctrinario de
anteponer sus principios morales a las
decisiones autónomas de las personas y
a las competencias médicas que pudiesen
aliviar su situación. La transexualidad
es vivida como angustia generalmente
resistente a la psicoterapia, de modo
que no hay motivos éticos válidos para
rechazar intervenciones técnicamente
resolutivas del problema anatómico,
cuyos resultados han sido evaluados
por quienes se operaron como “entre
aceptables y excelentes en términos
de alivio subjetivo”. La rehabilitación
social ha sido menos satisfactoria, lo cual
no es un problema abordable desde la
medicina, menos aún desde la bioética,
sino que desde la sociología.
Sexualidad y afectividad
En Génesis 4, 9 se lee: “Conoció el hombre
a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a
Bioética y sexualidad
15
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
luz a Caín”, donde el conocimiento no es
mero eufemismo, por cuanto la tentación
de la serpiente que termina con la
expulsión del Paraíso, se expresa en algo
más trascendente, según anticipa Génesis
3, 5: “se os abrirán los ojos y seréis como
dioses, conocedores del bien y del mal.”
No toda relación sexual puede disfrazarse
de cognitiva, pero sí queda insinuado que
esta compromete a las personas más allá
de lo estrictamente carnal.
Nuevamente es el matrimonio donde
se ratifica, pero también se niega,
la relación sexual con compromiso
afectivo: la sexualidad afectiva fuera del
matrimonio no debe ser, la estabilidad
del matrimonio no ha de sufrir merma
aun cuando afectividad, sexualidad o
ambas se vuelvan insatisfactorias, se
marchiten o petrifiquen. El vínculo entre
emotividad y sexualidad puede florecer
sin que exista lazo matrimonial, como
puede faltar o erosionarse dentro de
él. La revolución sexual ha dejado en
claro que la sexualidad no puede ser la
argamasa que sustente un matrimonio
y asegure la estabilidad de una relación
donde convivencia y comunidad han
de expresarse en la cohesión material
y un ambiente de calidez y estímulo
favorable a la maduración de los hijos.
Las relaciones sexuales en el matrimonio
pretenden legitimarse por el afecto mutuo
y reforzarse por la intimidad compartida,
aceptando que la sexualidad es más que
el frotamiento de los cuerpos.
La relación entre afecto y sexualidad
tradicionalmente
defendida
como
evidente y necesaria, ha revertido hacia
la opinión opuesta, insistiendo que el
encuentro sexual puede ser casual,
libre de afectos y que su satisfacción
posiblemente sea mayor desde que
ha sido liberado de compromisos y
16 Bioética y sexualidad
regulaciones. Ambas posturas son
presentables, ninguna de ellas puede
pretender validez general, debiendo ser
reconocido y respetado que la valoración
de la sexualidad difiere entre las
personas. La moralidad de los encuentros
sexuales en cualquier constelación y
forma que sea, requiere un compromiso
de respeto, de veracidad, de no imponer
valores de unos sobre otros, ni justificar
desavenencias recurriendo al derecho
de cada uno a decisiones autónomas y
espontáneas sin consideración de su
efecto sobre el otro.
Esta vez es el discurso de la liberación
sexual el que termina siendo víctima de
sus argumentos. Al celebrar la sexualidad
sin compromiso afectivo, la recreación
sexual espontánea y desinteresada en
otra relación que la epidérmica fugaz,
deja escapar y disuelve el argumento que
legitima los vínculos afectivos genuinos
entre homosexuales.
En suma, la gran mayoría de las
disquisiciones sobre moral sexual se
atomiza al reconocer que la sexualidad
es ejercida por personas que concuerdan
en la forma que han de relacionarse y, si
así lo desean, estableciendo un pacto de
mutuo respeto y cuidado. Es aceptable,
y deseable, además,
que frente al
desacato de compromisos y de ruptura de
pactos exista un fundamento contractual
destinado ante todo al resguardo de que
la parte más débil no sufra prejuicios
injustificados.
En ese mismo sentido se vuelven ociosos
los debates sobre las improcedentes
y anacrónicas legislaciones acerca
de prácticas sexuales que no sean
estrictamente genito-genitales. Todo lo
contrario, forma, frecuencia y variaciones
del encuentro sexual son materia de
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
acuerdo, tácito o explícito, que sirven
para fortificar el vínculo sexual y son, por
ende, de celebrar como estabilizadoras
de la relación de pareja.
Incesto
Definido como la relación sexual entre
personas de consanguineidad proximal,
el incesto es descrito como el único
tabú sexual de carácter absoluto y
universal. Aun cuando ocurren episodios
y convivencias incestuosas, no hay
argumentos muy sólidos que expliquen
su condena irrestricta. La Biblia relata
el recurso al incesto ante la amenaza
de extinción de la humanidad. Cuando
Yahveh decide destruir a las pecaminosas
ciudades Sodoma y Gomorra, permite
la salida de Lot con sus dos hijas que
no habían conocido varón, y cuyos
prometidos, creyendo que la amenaza de
destrucción era falsa, no les acompañaron.
Génesis 19, 31-32: “La mayor dijo a la
pequeña: ‘Nuestro padre es viejo y no
hay ningún hombre en el país que se
una a nosotras, como se hace en todo el
mundo. Ven, vamos a propinarle vino a
nuestro padre, nos acostaremos con él y
así engendraremos descendencia’”.
Interesante es que las hijas de Lot no
son mencionadas por su nombre, pero sí
los hijos del acto incestuoso: Moab, de
quienes descienden los moabitas, y Ben
Ammí, que es el padre de los actuales
ammonitas.
Quedan fuera del ámbito moral los
episodios incestuosos protagonizados
por individuos mentalmente alterados,
donde el problema no reside en la
transgresión de un tabú sexual, sin en la
falta de discernimiento para legitimar la
satisfacción de apremios corpóreos.
Salud pública y sexualidad
Para la salud pública es prioritario
reconocer aquellos aspectos de la
sexualidad humana que se relacionan con
su quehacer preventivo y promocional,
un tema que puede ser especialmente
sensible por enfrentar la intimidad sexual
que es dominio privado de los individuos,
con políticas públicas que, en forma
legítima o no, dictaminan intervenciones
y regulaciones de lo sexual. ¿Es legítima
una biopolítica de la sexualidad? Y, en caso
afirmativo, ¿cómo determinar los límites
de las políticas públicas respectivas?
La salud pública no puede servir de agente
regulador de la moralidad. Su función
tampoco reside en apoyar la sanción
jurídica de prácticas sexuales solo porque
la sociedad, o un segmento significativo
de ella, las mira con desconfianza o
disgusto. Su tarea se circunscribe a
regular prácticas sexuales en la medida
que con ello previene enfermedades. Ya
la promoción de salud sexual entra en un
terreno demasiado polémico y cargado
de valores diversos para ser abordado
en forma ecuánime por un organismo
gubernamental. La otra cara de la moneda
es que la salud pública debe oponerse a
biopolíticas que coarten la libertad cívica
y la autonomía de las personas, a menos
que ello sea demostradamente necesario
para salvaguardar a los ciudadanos de
agresiones patológicas.
Al emplear la óptica de la biopolítica,
es conveniente recordar el llamado a
transformar la biopolítica de la vida o
sobre la vida, en una biopolítica para
la vida (Esposito, 2009), Esta biopolítica
afirmativa, postulada pero hasta ahora
no elaborada, busca distanciarse de la
biopolítica tanatológica que justifica
defender la vida autorizando la muerte,
Bioética y sexualidad
17
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
en otras palabras, proteger la vida de unos
a costa de sacrificar a otros (ver Nuevos
Folios Nº 2, 2010).
En la medida que lo sexual ha invadido
la salud pública, es imperioso el debate
bioético sobre la legitimidad de estas
invasiones y de las intervenciones
que desencadenan. La prostitución es
un tema de salud pública, no por sus
connotaciones morales, sino por ser un
foco de trasmisión de enfermedades
infecciosas, donde las medidas deben
ser propiamente sanitarias -control,
tratamiento, pesquisa de contactos-, y
no de biopolítica supresora que entra
en el circulo vicioso de represión y
clandestinidad.
La salud pública no tiene otra opción
que enfrentar éticamente los desafíos
planteados, lo que significa proponer
cursos de acción que acepten la
realidad cultural, y negarse a participar
en programas que pretenden respetar
una moralidad que ha caducado. La
intervención de la salud pública también
deben remozarse, abandonando el
camino de las biopolíticas represivas para
dar paso a las disposiciones avaladas por
decisiones participativas.
Moral sexual, ¿un cajón de
sastre?
Con frecuencia y desde diversas
perspectivas, se sostiene que el mundo gira
en torno a la sexualidad y, en efecto, no es
difícil encontrar reflexiones que otorgan
posición central a la sexualidad, ejemplo
de lo cual son los textos de Freud y las
doctrinas religiosas que han comandado
la poligamia o, a la inversa, proponen
restringir la actividad sexual condenando
ciertas prácticas, condicionando otras, y
18 Bioética y sexualidad
requiriendo la abstinencia sexual absoluta
fuera del matrimonio.
Desde una vertiente deconstructiva, se
oye el llamado a la libertad sexual que
desatiende toda norma social y moral,
desde las agresivas impertinencias del
Marqués de Sade, hasta los campeones del
“amor libre” donde queda sin explicación
el alcance de la liberación sexual de
reglamentos y prohibiciones, y de la
libertad para explorar ilimitadamente el
mundo de la sexualidad. Hay evidencias
sociológicas y sugerencias psicológicas
que hodierno la satisfacción sexual es
huidiza, o -tal vez- solo más visible y
explícita que antaño, pero en todo caso
la revolución sexual no ha sido una
bendición sin sombras: “el deseo de gozar
de una absoluta y desenfrenada libertad
[…] empuja constantemente a sojuzgar
al prójimo […]” como escribe H. Broch,
citado por Esposito, quien añade: “todos
los regímenes políticos, comprendido el
democrático que, pese a todo lo preferible
que sea respecto a otros, no hacen
sino fragmentar la servidumbre en una
cadena de microservidumbres locales”
(Esposito, 2006). Acaso las narrativas
textuales y fílmicas, jaspeadas de escenas
explícitas de una intimidad sexual
violada en su privacidad correspondan
a una herida infectada en la sexualidad
contemporánea, una sospecha que obliga
a entrar con extrema cautela en un campo
tal vez minado de insatisfacciones y
penurias.
Que la vida humana se centre en la
sexualidad es tan improbable como
el empecinamiento en lo religioso, la
entrega incondicional a la política, la
pasión por juegos de azar o los deportes
aventura, la exploración psicodélica,
o cualquier obsesión monotemática
que pone toda una vasta gama de
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
experiencias y percepciones humanas
bajo la égida del becerro de oro elegido.
Así se entiende que el feminismo en sus
formas más obcecadas no reconozca
cómo sus luchas por la igualdad cívica
-de deberes y derechos-, social -de tareas
y oportunidades-, corporal -de dominio
y posesión- son instancias que tienen
códigos de regulación muy diversos y
diferenciados.
el reclamo que la exposición del cuerpo
es una reificación degradante.
La violación, las víctimas siendo
mayoritariamente
mujeres
es,
no
obstante, una instancia de naturaleza
similar a otros actos de violencia no
sexual con daño psíquico y corpóreo.
Sin descalificar el indecible drama que
significa sufrir una violación es, por otro
lado, una vivencia catastrófica como lo
es la ceguera provocada por un ataque
con ácidos o la paraplejia a raíz de un
balazo. Lo inadmisible es la violencia
como signo de desajuste social severo y
no, como pretenden algunos, un ejemplo
específico de menosprecio a la mujer.
Del mismo modo, la discriminación
machista o la negación de derechos a
homosexuales son instancias de desacato
a normas éticas básicas de igualdad
moral, de reconocimiento y respeto
mutuo, que desencadenan indignación
contra la injusticia que priva a los
individuos del sustento de sobrevivencia
y del empoderamiento para organizar
libremente sus vidas.
La medicalización voluntaria de la
sexualidad, la calificación de disfunción,
enfermedad, perversión, son asuntos
que atañen a las personas que se sienten
necesitadas de ayuda, y de la medicina
que asume funciones terapéuticas. Sobre
estos asuntos se ha dicho y se seguirá
diciendo mucho, mas la bioética hace un
corte nítido: aquellas prácticas sociales
que lesionan o coartan, no son legítimas
y deben ser modificadas, sea por la vía
jurídica o por la médica. La bioética
denunciará la inaceptabilidad de los
abusos sexuales perpetrados por violencia
o coerción; se opondrá, asimismo, a
discriminaciones contra toda forma de
vida o práctica sexual que se oponga a
los cánones morales vigentes.
La sexualidad explícita en la literatura
y en el cine se ha convertido, por su
frecuencia e inserción inmotivada en
la narrativa, en un ingrediente que
contradice su supuesta apertura y libertad,
porque tiene intenciones pruriginosas que
la acercan a la pornografía, y esta es, a su
vez, un acercamiento a la violencia y a la
sexualidad mecanizada en desmedro de
lo relacional. Desde el feminismo viene
Hay suficiente moralismo en marcha
para censurar la publicidad de lo íntimo,
pero la bioética no puede hacerse eco ni
portavoz de materias que no le incumben,
y donde inmiscuirse le resta credibilidad
para aquellas áreas en que no puede estar
ausente.
El tema más complejo es el conjunto
de situaciones que ha producido la ya
mencionada separación de sexualidad
y reproducción- Doctrinas y creencias
conservadoras ven como única solución
el retorno a fusionar estas dos áreas,
de manera que la sexualidad se ejerza
exclusivamente al interior del matrimonio
heterosexual. Con ello, los problemas se
reducen a enfrentar el puñado de conflictos
que persisten aunque se insistiese en
fomentar el sexo autorizado por unión
matrimonial, debiendo serenamente
debatirse, al menos, sobre aborto por
violación o peligro de muerte para la
madre. Estas premisas dejan en claro lo
Bioética y sexualidad
19
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
estéril que es la discusión del aborto si no
se enfrenta el profundo cambio cultural
que se ha producido en la sexualidad en
independencia de la reproducción que
también enfrenta nuevos desafíos desde
que la reproducción humana puede ser
técnicamente controlada.
Proponer un curso de acción que vaya
contra la dinámica histórica y cultural
de los cambios sociales, termina por
ser éticamente inaceptable porque
genera tensiones y rigideces que
agudizan las inquietudes en vez de
resolverlas. Corolario de esta rigidez
es seguir en pertinaz oposición a todas
las consecuencias que se imputan
a la destrucción de la santidad del
matrimonio.
Teorías sociales feministas
Cuando Lawrence Kohlberg presentó sus
estudios empíricos a objeto de sustentar
la teoría de la maduración moral de niño
a lo largo de 3 etapas: preconvencional,
convencional y posconvencional, cada
una a su vez subdividida en dos niveles,
equiparó esta maduración con una
progresiva sensibilidad hacia la justicia
social. Su discípula Carol Gilligan
publicó un conocido libro en el cual
criticaba los resultados de su maestro
como provenientes de observaciones
empíricas realizadas en escolares
masculinos. Si estos estudios se aplicaban
a la maduración moral del sexo femenino,
concluían Gilligan y sus colaboradoras,
emergían dos realidades diversas: los
varones desarrollan una moral basada en
equidad y justicia, en tanto las mujeres
tienden a preferir una ética de relaciones y
cuidados interpersonales. Con el tiempo,
quedó demostrado que no se trata de
visiones éticas excluyentes, sino que de
20 Bioética y sexualidad
tendencias, cuyo origen no es natural
biológico sino en gran medida histórico
social.
Las diferencias de género basadas
en adscripciones sociales y no en
características
sexuales
biológicas,
llevaron a desarrollar una sociología
feminista según la cual la dicotomía
sexual
masculino-femenino
–visión
maximalista-, es a su vez artificial, ya que
existiría una multiplicidad de formas de
entender la sexualidad: homosexualidad,
transvestismo, transexualidad, hermafroditismo, bisexualidad, dando origen a
una visión minimalista “que insiste en
las grandes similitudes entre los géneros
sexuales y en el hecho que las distinciones
sexuales vigentes no son inamovibles sino
que históricamente variables y por ende
socialmente construidas.” (Epstein, 1988).
Judith Butler se adscribió a la tesis de la
desconstrucción del sujeto, de modo que
el “sujeto femenino” se debía entender
como una construcción social artificial,
donde los conflictos no se reducen
a una reivindicación de derechos
femeninos sino a la construcción de
nuevos derechos emanados de estas
concepciones minimalistas de las
distinciones de género y sexo (Joas y
Knôbel, 2004). Posiblemente la más
radical de las conclusiones proviene de
Donna Haraway, quien postula el futuro
de una especie biológica poshumana, o
un ser híbrido entre biológico y artificial
-cyborg-, en los cuales las distinciones
discriminatorias de cualquier orden
simplemente desaparecerán.
Estas ideas son altamente polémicas
y estimulan muchas controversias y
detractores, pero en visiones sociológicas
y bioéticas que pretenden ser vigentes y
atentas, no pueden dejar de ser mencionadas.
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
Conclusión
En el artículo final de los dos tomos de
la serie Filosofìa y medicina, dedicados
a Sexualidad y Medicina, el filósofo y
Profesor del Departamento de Religión
(Darmouth College), resume el tema de
bioética y sexualidad, de una manera
inmejorable (Green, 1987):
“A mi modo de ver, la mayoría de los
aspectos de las tradicionales éticas
sexuales y las teología tradicionales
sobre sexualidad asociadas con las
tradiciones religiosas de Occidente,
pudieran estar muertas.”
Hay “cuatro ideas sobre sexualidad
ancladas en el corazón del pensamiento
bíblico, que han sido desafiadas por
los desarrollos de nuestro tiempo: Ellas
son: (1) La idea que la conducta sexual,
especialmente la sexualidad genital, es en
sí moral y religiosamente significativa; (2)
La idea que la sexualidad humana solo es
apropiadamente expresada en el contexto
de una relación personal de por vida, (3)
La idea que la sexualidad humana es
normativamente heterosexual, y (4) La
idea que los seres humanos pueden ser
sometidos a categorización y asignación
de roles sociales en base a género.”
Bioética y sexualidad
21
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
Referencias
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12. Vidal M. Diccionario de ética teológica.
Estrella (Navarra): Verbo Divino; 1991.
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
II. Crianza de hijos, homosexualidad
y salud pública
Yuri Carvajal
“Esta ley antidiscriminación no conlleva el matrimonio de los
homosexuales ni la posibilidad de que adopten, sino que es una
pequeña salida consensuada, como quien dice para evitar que
el balón estalle le sacamos un poco de aire sin conceder nada
sustancial.”
Miguel Soto Piñeiro, The Clinic 448; 2012. p. 14.
1. Introducción
Entre las múltiples solicitaciones que
pueden venir a la salud pública respecto de
los hijos y la homosexualidad, escogemos
dos. La primera, de los jueces que
preguntan qué efectos puede tener sobre
los hijos convivir bajo el mismo techo
(mas no sea los fines de semanas) con la
homosexualidad del padre y/o la madre o
la constitución de una pareja homosexual
o ser adoptados por un matrimonio así
constituido. La segunda, aquella que
proviene de los colectivos de derechos
sexuales que en pos de la legalización
del matrimonio de una pareja del mismo
sexo, buscan evidencia del escaso o nulo
impacto sobre el desarrollo del hijo que
esa condición tiene.
En ambos casos, creo que la salud
pública haría mal en dar una respuesta
a la pregunta. No solo porque al hacerlo
callaría acerca de enormes interrogantes
de la salud pública sobre sí misma como
aquellas referidas a la enfermedad,
la normalidad y la salud; sino porque
moviéndose estas preguntas desde
distintas condiciones del dispositivo
sexualidad, la respuesta ha de ser un
diálogo necesariamente a varias voces y
no un monólogo.
2. Sexualidad como dispositivo
“busco las razones por las cuales
la sexualidad, lejos de haber
sido reprimida en la sociedad
contemporánea, es en cambio
permanentemente suscitada.”
Michel Foucault
Usamos la expresión dispositivo para
referirnos a la sexualidad, haciendo
uso del análisis de Foucault sobre el
surgimiento de la sexualidad en la
época moderna. Y su aparición como un
agenciamiento en el cual poder, saber y
ética se unen para producir verdad. Para
Foucault este dispositivo contemporáneo,
no es sino una conjunción de cristianismo,
confesión y población, en el cual emerge
la sexualidad como un conjunto de
elementos discursivos y no discursivos,
que organizan cuatro grandes conjuntos
estratégicos a propósito del sexo:
- Histerización del cuerpo de la mujer.
Bioética y sexualidad
23
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
- Pedagogización del sexo del niño.
- Socialización de las conductas
procreadoras.
- Psiquiatrización del placer perverso.
Cada uno de estos conjuntos posee
dimensiones materiales, expresadas por
ejemplo -en el caso del sexo del niño
y, en particular, la sexualización de la
masturbación- en colegios e internados:
“El espacio de la clase, la forma
de las mesas, los arreglos de los
patios de recreo, la distribución
de los dormitorios (con tabique o
sin ellos, con cortinas o sin ellas),
los reglamentos previstos para la
vigilancia a la hora de acostarse y
de dormir, todo ello, remite, del
modo más prolijo, a la sexualidad
de los niños”1 (pag. 30-31).
La expresión dispositivo, que toma
fuerza justamente a partir de este libro,
produce en el trabajo de Foucault dos
importantes inflexiones. La primera, es la
incorporación de los aspectos materiales
en la producción de la sexualidad y su
verdad, que ponen a lo discursivo como
uno de sus aspectos constitutivos, pero
no el único. El segundo, su oposición a
los discursos liberacionistas o críticos de
la opresión sexual, tipo Herbert Marcuse y
en general anti alienación, frankfurtianos y
marxistas. Foucault intentaba cuestionar el
dispositivo sexualidad, pues consideraba
que se trataba de una construcción
que alejaba el debate muchísimo más
interesante para él, acerca de los cuerpos
y los placeres: “quizás un día, en otra
economía de los cuerpos y los placeres,
ya no se comprenderá cómo las astucias
de la sexualidad y del poder que sostiene
su dispositivo, lograron someternos a la
austera monarquía del sexo”1 (pag 152).
24 Bioética y sexualidad
En un párrafo que parece tener mucho de
personal, señaló:
“Es preciso que uno mismo haya
caído en la celada de esta astucia
interna de la confesión para que
preste un papel fundamental a
la censura, a la prohibición de
decir y de pensar; también es
necesario haberse construido una
representación
harto
invertida
del poder para llegar a creer que
nos hablan de libertad todas esas
voces que en nuestra civilización,
desde hace tanto tiempo, repiten la
formidable conminación de decir lo
que uno es, lo que ha hecho, lo que
recuerda y lo que ha olvidado, lo
que esconde y lo que se esconde, lo
que uno no piensa y lo que piensa
no pensar”1 (pag. 61).
Pronunciarse por un sí o por un no (y ya
nos pronunciaremos categóricamente en
este mismo texto) sin preguntarnos por
este dispositivo en salud pública, tan
íntimamente ligado a ese otro dispositivo
llamado población (y de la mano de la
sexualidad, la eugenesia), que tantas
veces aparece en la misma definición de
salud pública, sería negarnos a pensar no
solo las dificultades de otros, sino aquellas
propiamente nuestras.
3. Adopción homosexual basada
en las evidencias
Pero, para los amantes de las evidencias,
podemos contar dos casos.
El primero, nuestro Premio Nacional
de Literatura 1963, alumno de nuestra
Escuela de Medicina, talentoso visionario
de Chile, primer hippie y revolucionario
activo en París mayo del 68: Benjamín
NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
Subercaseux. Considerado a nivel
latinoamericano como uno de los mejor
dotados representantes de una literatura
“queer” avant la letre por su obra Santa
Materia, Subercaseux adoptó un hijo,
lo crió, lo llevó a la Sorbona para que
de algún modo siguiera su itinerario
intelectual. Nadie alzó la voz para
enjuiciar esa adopción, cuestionando las
preferencias sexuales de nuestro escritor.
El segundo caso, nuestra Premio Nobel
1945, cuya sexualidad parece haberse
movido de manera aún más fluida,
nada de lo cual fue obstáculo para la
crianza de Yin-Yin, como hijo o sobrino
adoptivo, cuestiones que permanecen en
suspenso desde el infortunado suicido del
muchacho en Petrópolis2.
Ambos ejemplos muestran que han
existido márgenes para la crianza de hijos
bajo reglas legales oficiales en medio
de los avatares de una sexualidad no
identificada plenamente.
4. Tener una identidad sexual
“Prescribir una actividad es
prescribir un mundo: eludir una
prescripción puede implicar eludir
una identidad”
Erwin Goffman3
Porque uno de los problemas o
interrogantes que surge al entender
la sexualidad como un dispositivo, es
la cuestión de aceptar una identidad
producida por ese dispositivo, afincada
justamente en este “inexistente pero real”
que es la sexualidad. Y transcurrir por
la vida con esa identidad y responder
a las demandas de la medicina, de las
leyes y de la salud pública a partir de esa
identidad.
De las dificultades de vivir cargando esa
identidad, de los problemas del dispositivo
como si se tratara de un agua que moja
todo, habla el poeta cuando dice:
“Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada
y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría,
pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas,
empapando lo oscuro.”
(Agua sexual en Residencia en la Tierra4)
Prescribir una actividad o prohibirla,
como la crianza o no crianza de los hijos,
es producir a partir de una práctica, una
identidad. El dispositivo sexualidad y
la posibilidad de que la salud pública
actué en él como fuerza organizadora
de normalidad y anormalidad, es la
condición de que la salud pública sea
coproductora de la sexualidad como
patrón u origen de identidad, asignando
a ella o haciendo que ella resigne de
actividades arbitrariamente vinculadas a
la producción del dispositivo.
5. Rol de la salud pública en el
dispositivo
El despliegue de verdad médica en la
sexualidad ha sido abundante. Sobre la
masturbación, sobre el histerismo, sobre
la reproducción y las perversiones.
Todos sabemos que hasta inicios de
los años 70´ la homosexualidad era
Bioética y sexualidad
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NUEVOS FOLIOS DE BIOÉTICA / Nº 8 / AGOSTO 2012
una enfermedad psiquiátrica con su
correspondiente código DSM. Hoy
persisten quienes preconizan terapias
para curar esta “patología”.
De ahí que nuestra primera actitud en
lo que podamos decir desde la salud
pública al respecto, sea prudencia. Pero,
secundariamente, recordamos que la
salud pública es política y que debería
ser política democrática. Entonces, esa
misma prudencia nos llama a acompañar
a los protagonistas de las múltiples
reorganizaciones de la vida privada y de
la familia que hoy se están produciendo,
que consideremos que en ellas se están
incubando nuevas experiencias, que
pueden ofrecer condiciones distintas,
recomposiciones de los dispositivos. Y, en
ese sentido, decimos sí a la crianza de hijos
en estas nuevas familias. Sí con prudencia,
con diálogo, con nuestra disposición
para esforzarnos por comprender lo que
allí ocurre, con acompañamiento, con
reflexión y verdad.
Lo que hoy está sucediendo con el
dispositivo sexualidad no es ajeno a la
salud pública. Pero nuestro abordaje
no puede ser el de una oferta normativa
o de la producción de una supuesta
evidencia para los decisores. Por ahora
insistimos en considerar la sexualidad
no como un existente o esencial, sino
como algo producido, inmanente. Frente
a esta evanescencia y transitoriedad de
sexualidades, es mejor acompañar los
requerimientos de quienes anhelan o
producen mediante sus vidas, creaciones
y afectos, estas nuevas condiciones de
vida familiar. Afortunadamente la familia
no es una pequeña sociedad, aislada por
un pequeño muro.
Requerimos teorías del colectivo que
nos permitan entender esta fluidez de
las vidas colectivas. La antropología
neoclásica que acentúa sus esfuerzos
en proponer un individuo autosuficiente
y libre, dotado de sexualidad, no
comprende las transformaciones ni tiene
la humildad suficiente para reconocer su
escasa teoría al respecto. Responde con
un neoconservadurismo dogmático y
autoritario, que ha terminado por dañar la
palabra misma moralidad y religión.
Si el apelativo de pública, en nuestra
denominación alude a las posibilidades
constructivas de lo público mediante la
democracia, entonces la construcción
de nuevas familias que cuestionan
el dispositivo sexualidad es también
problema nuestro.
Referencias
1. Foucault M. Historia de la sexualidad.
Segunda ed. Buenos Aires: Siglo Veintiuno
Editores; 2002.
3. Goffman E. Internados. Ensayos sobre la
situación social de los enfermos mentales.
Buenos Aires: Amorrortu; 1984.
2. Mistral G. Niña errante. Cartas a Doris
Dana. Santiago de Chile: Lumen; 2009.
4. Neruda P. Residencia en la Tierra. Barcelona: Seix Barral; 1976.
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E S C U E L A D E S A LU D P Ú B L I C A
D R . S A LVA D O R A L L E N D E G .
Escuela de Salud Pública. Facultad de Medicina, Universidad de Chile
Av. Independencia 939, Santiago Chile. Fonos: (56-2) 9786146 -9786860
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