La experiencia revolucionaria húngara, 1918-1939

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La experiencia revolucionaria húngara, 1918-1939
CARLOS A. PÉREZ (1994)
INTRODUCCIÓN
Payne acaba por dar una explicación al fracaso
de este movimiento a la hora de conquistar el
poder. Pese a su carácter poderosamente popular, la ausencia de un sistema auténticamente
liberal y parlamentario, junto al férreo y represivo gobierno del regente Horthy impidió cualquier acción revolucionaria que se apoyara en
la movilización de su masa de simpatizantes.
De todos los movimientos fascistas que aparecieron en la Europa de entreguerras, el caso
húngaro contiene unos determinados rasgos
que lo caracterizan especialmente. Probablemente presentó la mayor diversidad per cápita
de grupos fascistas, semifascistas, radicales de
derecha o nacionalistas. Stanley Payne cita
hasta cinco posibles causas a la hora de buscar
una razón a la amplia movilización, con estas
características, de la sociedad húngara:1
Con este trabajo pretendo estudiar y analizar
este peculiar caso húngaro. La situación de la
sociedad, del país, el proceso de formación de
una opción revolucionaria fascista y su fracaso
en la consecución del poder.
Primero. El final de la Gran Guerra y el consiguiente tratado de Trianon redujo de forma
considerable el antiguo reino de Hungría. Estas
pérdidas demográficas y territoriales propiciaron un amplio sentimiento irredentista.
Para acabar esta introducción quisiera aclarar
que por comodidad y claridad me referiré a los
movimientos fascistas como un conjunto de
diferentes movimientos con más elementos
comunes entre sí que no diferenciadores. Pese
a todo, al referirme al fascismo genérico, lo
hago consciente de las diferencias que en cada
caso existieron.
Segundo. En 1919, el país sufrió breve pero intensamente un periodo revolucionario de la
mano de comunistas y socialistas dirigidos por
Béla Kun.
Tercero. Pese a ser una sociedad especialmente
atrasada en cuanto a la industrialización, su
anterior papel de soporte básico del Imperio
Austro-Húngaro había desarrollado una numerosa clase media nacional burocrática, que
ahora padecía las consecuencias de la desintegración del Imperio. Desempleados, proporcionaban militantes a estas opciones políticas.
EL FINAL DE LA GRAN GUERRA Y
LA NUEVA HUNGRÍA
En 1918, los Imperios Centrales estaban al borde de la derrota. La situación militar, la crisis
interna de cada uno de estos Estados y la política desarrollada por las potencias de la Entente anunciaban el fin. Mientras las nuevas autoridades soviéticas firmaban la paz con Alemania y hacían frente a la oposición interna, en
marzo, Béla Kun, un periodista comunista
constituía la sección húngara del Partido Bolchevique. En enero, la huelga vienesa de los
trabajadores de la industria bélica se extendió
por los territorios del reino húngaro: costó tres
días restaurar el orden sobre el medio millón
de huelguistas. El 20 de mayo se amotinaron
algunas tropas en Pécs y se sucedieron huelgas
que paralizaron, cada vez más gravemente, la
Cuarto. Los intelectuales participaban en los
diferentes procesos culturales de carácter nacionalista radical, tan de moda en la Europa de
esos momentos.
Quinto. La dominación de la política y de la
sociedad de la derecha nacionalista y la supresión de la alternativa de izquierda tras la revolución de 1919, permitía a los grupos fascistas
representar la opción revolucionaria.
1
Stanley G. Payne, El fascismo, Alianza, Madrid,
1986.
1
producción. Las autoridades declararon la ley
marcial y disolvieron organizaciones de carácter izquierdista como el Círculo Galileo. Pese a
los intentos de dimisión del gobernador
Sándor Wekerle, el monarca se negó a entregar
el poder a la oposición reunida en torno al
conde Mihály Károlyi. El 8 de abril, diferentes
representantes de las minorías nacionales
anunciaron en Roma su intención de no permanecer en el seno de la monarquía austrohúngara. Formaron diferentes consejos nacionales que acabaron por dar vida a los nuevos
Estados. Durante el verano, la Entente reconoció al checoslovaco la condición de aliado beligerante.
introducción del sufragio secreto e igualitario,
garantía constitucional de los derechos democráticos y realización de una profunda reforma agraria, además de otras medidas para el
bienestar social. Con objeto de mantener el
orden, se crearon milicias armadas. El conde
István Tisza, máximo representante del viejo
sistema, fue asesinado. El 16 de noviembre se
proclamaba la nueva república de Hungría.
EL PERIODO REVOLUCIONARIO
El gobierno del conde Károlyi gozó en un primer momento de un amplio apoyo popular: la
entusiasmada sociedad esperaba de su nuevo
dirigente un final favorable de la guerra. En
favor de éste contaba su conocida simpatía por
la Entente que le había llevado incluso a contactos con la misma. Sus últimos y desesperados intentos por persuadir a las potencias vencedoras fracasaron. Si bien en un principio
accedieron a mantener el statu quo en esta
parte de Europa, las minorías nacionales rechazaron la propuesta del gobierno húngaro.
Pese al armisticio con los italianos en Padua
del 3 de noviembre y con los franceses en Belgrado el 7 del mismo mes mediante el que se
reconocía la independencia húngara, tropas
rumanas invadieron Transilvania el día 10 después que el consejo nacional rumano anunciara su secesión. A esta acción le siguieron otras
parecidas: el 24, los serbios ocupaban las regiones de la actual Voivodina: Bácska, Baranya
y el Bánato occidental; tropas checas avanzaban sobre Eslovaquia (la antigua Hungría superior) y la dieta del Reino de Croacia y Eslavonia
anunciaba su fusión con Serbia. Tropas francesas también intervinieron y ocuparon el sur de
Hungría con la ciudad de Szeged. Este desmembramiento territorial repercutió sobre la
población magiar: un sentimiento de amargura
envenenó la confianza en Károlyi. Los hechos
demostraban que pese a las esperanzas,
Hungría era considerada como una nación
derrotada, que no se reconocía al nuevo gobierno democrático, considerado como una
mera continuación del anterior.
La situación militar empeoraba. A los desastres
del frente italiano para los austro-húngaros, se
añadieron los avances de las tropas aliadas
hacia Hungría y las capitulaciones de Bulgaria
en septiembre y de Turquía en octubre. El emperador Carlos intentó salvar la situación y
proclamó el Estado federal el 16 de octubre en
su «Manifiesto a los pueblos». Pero el 25 del
mismo mes, mucho después que el resto de
nacionalidades del Imperio, Mihály Károlyi
creó en Budapest el Consejo Nacional Húngaro
y se presentó un programa de doce puntos para
la independencia húngara, un acuerdo de paz
separado, sufragio universal, reforma agraria y
reconocimiento de las minorías nacionales.
Entre el 27 y el 30, las diferentes nacionalidades del Imperio anunciaron sus respectivas
secesiones. El rey eligió un nuevo primer ministro, el conde János Hadik, pero el pueblo ya
no lo aceptó. En Budapest, el día 28, se echó a
la calle sólo para ser tiroteado por la policía:
era el inicio de la Revolución del Crisantemo.
Durante la noche del 31 de octubre, las tropas
del ejército territorial –el Hónved– que ya se
habían puesto de parte del Consejo Nacional,
salieron a la calle y ocuparon los edificios
públicos. El proceso revolucionario era un
hecho bien claro, y el emperador-rey encargó a
Károlyi formar un nuevo gobierno. En él se
encontraron los grupos políticos que habían
precipitado esta revolución democrática, burguesa y nacional. Anunció cuáles serían sus
prioridades: proclamación de independencia
de los territorios de la Corona de San Esteban,
La consolidación del nuevo estado se ralentizaba. El fracaso exterior hacía imposible la
concepción multiétnica y liberal del mismo. En
2
el interior, para unos la revolución había finalizado, pero para otros no había hecho más que
comenzar. El gobierno inició una serie de reformas, como una nueva ley electoral muy
próxima al sufragio universal. Se garantizaba la
libertad de prensa, de reunión y de asociación
y se prometió una autonomía a la población
rutena del norte del país. Se preparó una reforma agraria y se introdujo una vieja aspiración trabajadora: la jornada laboral de ocho
horas. La situación económica se deterioraba
día a día. El bloqueo aliado, la ruptura de los
lazos comerciales con Austria y la pérdida territorial, contribuyeron a la paralización de la
industria. El retorno de los prisioneros, la desmovilización del Ejército y los refugiados que
huían de las regiones ocupadas disparó el
número de parados y desposeídos que deambulaban sin hogar. La guerra había arruinado
las finanzas del país y en el campo muchos
terratenientes se negaron a cultivar sus tierras
ante la inminente reforma agraria, mientras la
desesperación de los más pobres aumentaba al
no ver indicios de la misma. La tensión crecía
en un clima de violencia entre rumores de acaparamiento de alimentos básicos por parte de
magnates y campesinos acomodados.
pest, no crecían ni expandían su influencia.
Desde un primer momento, el Partido Comunista concentró sus actividades en la capital
para pasar después a las provincias. Pese a su
escaso tamaño, su propaganda tuvo un amplio
eco: pretendían acabar con la contrarrevolución expresada en la traición a la revolución de
la mayoría de los socialdemócratas e implantar
un régimen bolchevique. Quería romper con
los últimos restos del feudalismo, con la colaboración con los partidos burgueses y reorientar la política exterior hacía la naciente URSS
en perjuicio de la Entente. Para afirmar el apoyo conseguido en este ambiente de desespero
entre la población, comenzaron a realizar demostraciones de fuerza en forma de manifestaciones y huelgas. El gobierno reaccionó enviando tropas para restaurar la situación en
fábricas y poblaciones controladas por los consejos revolucionarios.
Mientras, los socialdemócratas se debatían
entre el abandono del gobierno o una mayor
participación en él. El 11 de enero de 1919, el
conde Mihály Károlyi era investido presidente
de la república húngara y Dénes Berinkey formaba un nuevo gobierno. Los socialdemócratas
participaban con cinco carteras y también el
Partido de los Pequeños Propietarios del popular István Nagyatádi y con el propósito de acelerar la reforma agraria. A la vez que los socialdemócratas amansaban a su sector izquierdista, entraba en vigor la Ley para la Protección
de la República. Fue la oposición de derechas
la que sufrió en primer lugar el poder del ministro del interior. Se purgó la burocracia estatal y el poder de la anterior oligarquía mediante los consejos populares. Los condes József
Károlyi e István Bethlen no pudieron organizar
un nuevo partido conservador. Y el 16 de febrero se anunció una reforma agraria con la que se
esperaba calmar el descontento en el campo: se
expropiaron unas 300 hectáreas con las que se
crearon pequeñas granjas. Esta medida abrió
un nuevo frente de oposición para el gobierno.
Los terratenientes no estaba por la labor y
ofrecieron una enconada resistencia, mientras
que el proletariado campesino no estaba del
todo satisfecho por las características de la
reforma: ni el tamaño de las nuevas explota-
Las reformas democráticas eran a su vez criticadas por la oposición de derechas y de izquierdas que se organizaba. Por un lado, la
oficialidad conservadora recelosa se organizaba
en secretas organizaciones patrióticas como la
creada por Gyula Gömbös. Por el otro, aparecía
el Partido Comunista constituido en torno a un
pequeño núcleo de activistas, la mayoría ex
prisioneros de guerra en Rusia y que dirigía un
periodista, Béla Kun, el cual había tomado parte en la revolución bolchevique de Octubre
como colaborador de Lenin. Éste, rápidamente,
entró en contacto con los socialistas revolucionarios y con el sector más izquierdista del Partido Socialdemócrata, grupos que habían participado en la pasada Revolución del Crisantemo, pero que se habían alejado posteriormente
de la línea oficial de colaboración con el nuevo
gobierno. Esta izquierda radical vio la necesidad de organizar un nuevo partido, al apreciar
como los consejos de obreros y soldados, que
espontáneamente habían aparecido en Buda-
3
ciones, ni la duración del proceso, ni la forma
de realizarlo les satisfacía. La situación empeoró y acabó por degenerar en ocupaciones de
tierras e intentos de colectivización entre los
campesinos. Cabe señalar, como lo hace Zsuzsa
L. Nagy,2 que los dirigentes campesinos concebían esta colectivización como un primer
paso hacia una posterior individualización,
algo muy distinto de los deseos de socialdemócratas y comunistas. Con objeto de reducir el
ambiente revolucionario que se vivía, el gobierno procedió a detener a los dirigentes comunistas aunque no consiguió paralizar a este
partido.
para Asuntos Exteriores, ejercería el papel predominante.
El 22 de marzo, se proclamaba a Hungría como
república y el nuevo gobierno expresaba su
intención de convertirla en una dictadura del
proletariado. Además de manifestar sus buenos
deseos respecto al resto de pueblos y naciones,
los instaba a la común lucha contra el imperialismo y la burguesía, anunciaba la construcción
de una sociedad socialista y de una alianza con
la Unión Soviética. La sociedad húngara casi al
completo, no manifestó disgusto o desagrado
por este cambio: no se registró apenas oposición. La mayoría lo entendió como la oportunidad para enderezar el rumbo del país, tanto
en el aspecto exterior como en el interior. Nagy
ve en la humillante oferta de la Entente, el motivo fundamental para la aceptación del nuevo
régimen.3 El número de comunistas seguía
permaneciendo bajo, pero la mayoría de los
socialdemócratas, muchos de los burgueses
radicales y parte de los liberales reformistas
respaldaron los cambios introducidos por el
nuevo gobierno. Éste, adoptó en breve tiempo
una serie de medidas que reflejaban el paulatino incremento de poder por parte de los comunistas. Comenzó por la creación de un Ejército Rojo húngaro controlado por comisarios
políticos comunistas y de una Guardia Roja con
las típicas labores policiacas. El aparato judicial
fue reemplazado por tribunales revolucionarios
fieles a la dirección del Partido. Se nacionalizó
gran parte de la industria y los sectores de la
minería, el transporte y el inmobiliario, además
de la banca y las aseguradoras. Entre las medidas sociales, se buscó acomodo para los miles
de refugiados, se aumentaron los salarios, se
prohibió el trabajo infantil, se igualaron los
derechos de la mujer, etc. Buscando una mayor
separación Iglesia-Estado, éste se hizo cargo de
la enseñanza, feudo tradicional eclesiástico; se
intentaba mejorar las condiciones en la educación y en la cultura. Para finalizar; se introdujo
el racionamiento de alimentos y bienes de
primera necesidad. Todo esto en apenas cuatro
días. Aun así, se sucedieron otras medidas como la tan esperada reforma agraria. El 3 de
El nuevo fracaso en política exterior del gobierno contribuyó a su caída. Ante la Conferencia de París, se intentó reclamar la atención
de las potencias vencedoras sobre su problemática: territorial y económica. En un principio las esperanzas húngaras parecían cumplirse; se les incluiría en el programa estadounidense de ayuda económica y el peligro de
una radicalización izquierdista en Hungría,
cuando la Entente se encontraba en pleno intervención contra la Unión Soviética, les hacía
concebir esperanzas en cuanto al problema
territorial. La propuesta aliada fue demoledora:
se crearía una zona neutral entre las tropas
húngaras y las rumanas en Transilvania que
obligaba al gobierno de Károlyi a replegar sus
fuerzas unos cincuenta kilómetros, zona que
sería controlada por unidades aliadas. La aceptación de esta propuesta hubiera exacerbado la
situación interna del país, más ahora que la
agitación izquierdista alcanzaba grandes proporciones y que los socialdemócratas intensificaban sus contactos con los dirigentes comunistas en vista a la fusión de ambos partidos.
Ésta se anunció el 21 de marzo en forma de un
Partido de los Trabajadores Unidos de Hungría. Károlyi, tras rechazar el plan aliado, transfirió el poder al Consejo de Gobierno Revolucionario. Pese al carácter de coalición del nuevo
poder –el presidente del Consejo era un socialdemócrata; Sándor Garbai– el comunista Béla
Kun desde su puesto de Comisario Popular
2
Péter Hának (ed.), One thousand years. A concise
history of Hungary, Corvina, Budapest, 1988.
3
4
Péter Hának (ed.), One thousand years, p. 181.
abril se nacionalizaron todas las grandes y medianas propiedades, incluidas las de la Iglesia,
sin compensar a sus propietarios. Con ellas se
crearon grandes granjas colectivas, a las que se
consideraban más rentables y productivas. Con
este fin, se colectivizaron las pequeñas posesiones ocupadas no hacía muchos meses por
los campesinos más pobres. Pese a todo, en
algunos distritos, las protestas les hicieron volverse atrás. Esta reforma no proporcionó tranquilidad al campo: los más pobres continuaban
sin poseer tierras y los que sí tenían, temían de
las futuras acciones nacionalizadoras del régimen. La oposición conservadora se aprovecharía más tarde de esta situación.
tarios de todas las condiciones e ideologías se
apresuró a defender la patria por encima de
diferencias ideológicas, al mismo tiempo que
se desataba una violenta ola de terror contra
todos los considerados simpatizantes de la
oposición conservadora, reunida en torno al
conde István Bethlen. Béla Kun redobló el esfuerzo de guerra y el Ejército Rojo lanzó a mediados de mayo una ofensiva en Rutenia con
objeto de abrir un corredor hacia el territorio
soviético. El éxito les acompañó y pronto recuperaron en esta zona lo perdido, llegándose
incluso a proclamar una república soviética en
la localidad de Kassa (actual Kosice).
Mientras esto sucedía, en Szeged –controlada
por tropas francesas– se creaba un gobierno
contrarrevolucionario compuesto por aristócratas, ex funcionarios, militares y políticos
burgueses. El conde Pál Teleki figuraba como
ministro de Asuntos Exteriores y el contralmirante Miklós Horthy como ministro de la Guerra. Este último tomó el mando del Ejército
Nacional formado por Gyula Gömbös. El malestar en el campo aumentaba ante la política
gubernamental y la resistencia se incrementaba día a día fomentada por esta oposición contrarrevolucionaria. Los disturbios y huelgas
eran brutalmente reprimidas por la Guardia
Roja comunista. A nivel político, el malestar
también aumentaba entre quienes daban soporte al régimen. Los socialdemócratas se distanciaban cada vez más de los comunistas al
comprobar cómo éstos se hacían paulatinamente con todo el poder: estos anunciaban su
proyecto de Constitución. En esto, el gobierno
de Szeged levantó en armas la parte oriental
del país. Fueron las tropas rojas quienes restablecieron de nuevo la situación, quedando patente en esta ocasión el distanciamiento existente entre los trabajadores y el partido comunista. Como señala Jörg K. Hoensch, los primeros si bien no respaldaron a los insurgentes,
tampoco se decantaron por el gobierno. Las
bases del régimen se tambaleaban.4
Con objeto de granjearse legitimidad se celebraron elecciones bajo la Constitución provisional entre el 7 y el 10 de abril. Las condiciones de las mismas –lista única– y la orientación
que adquiría la política exterior húngara, llevaron a los socialdemócratas a cuestionar la
constante violación de las leyes y la persecución de la oposición por los comunistas. Las
primeras notas discordantes sonaban en la
coalición gubernamental.
Mientras y como medida de presión, las potencias participantes en la conferencia de paz decidían mantener el bloqueo económico.
Hungría sólo podía comerciar con Austria y
pese al reconocimiento soviético del nuevo
régimen, ninguna ayuda llegó de la URSS. Ante
el ofrecimiento de Kun para negociar, británicos y norteamericanos se opusieron al duro
planteamiento francés del cordón sanitario en
Centroeuropa. Mientras preparaban a rumanos
y checoslovacos para hacer frente a la amenaza
roja húngara o soviética, se entablaron conversaciones que no llevarían a ningún resultado
concreto: los aliados persistían en su idea de la
zona neutral y Kun no conseguía una conferencia que discutiese la problemática planteada en la cuenca del Danubio. En vista de la
situación, el consejo real rumano decidió la
utilización de la fuerza como medio de dirimir
las diferencias con sus vecinos húngaros. El 16
de abril, tropas rumanas ocupaban la región
húngara al este del río Tisza. Checoslovaquia
adoptaba una medida semejante e intervenía el
27. En Hungría, un auténtico aluvión de volun-
Las potencias de la Entente abandonaron su
política intervencionista en favor de una mayor
4
Jörg K. Hoensch, A history of modern Hungary.
1867-1986, Longman, Londres, 1988.
5
presión diplomática y económica. Ofrecieron al
consejo revolucionario de Kun la reapertura de
las negociaciones. Para ello, el Ejército Rojo
debía retroceder hasta una línea de demarcación a lo que le seguiría la evacuación del territorio ocupado por las tropas rumanas al este
del río Tisza. La aceptación de este plan por el
gobierno acabó por romper la frágil unidad en
torno al régimen: fueron muchos los que se
sintieron traicionados por los comunistas
cuando estaban combatiendo por su patria.
Tras anunciar Rumanía no estar dispuesta a
retirarse hasta el desarme total de las tropas
húngaras: el 20 de julio, Béla Kun ordenó atacar. Después de once días, los rumanos avanzaban sobre Budapest. Ya para entonces, los
sindicatos y los socialdemócratas habían anunciado que sólo expulsando del poder a los comunistas se podía poner fin a la situación existente. Pese a que éstos se negaron en un principio, fueron obligados a abandonar el gobierno el 1 de agosto de 1919. El sindicalista Gyula
Peidl formaba un gobierno de transición y ponía fin a 133 días de experiencia comunista.
ver con el anterior régimen: comunistas, comisarios, trabajadores o judíos. Estos destacamentos blancos estaban constituidos principalmente por oficiales de la reserva, estudiantes y refugiados de las antiguas regiones magiares del reino, ahora en poder de otros Estados.
Este periodo de venganza, que duró hasta la
primavera de 1920, provocó unas 5.000 víctimas y más de 70.000 detenidos.
Pese al intento gubernamental de restaurar el
orden interno, los terratenientes habían recuperado su poder en las provincias y estaban
dispuestos a restaurar su tradicional autoridad,
desechando cualquier reforma democrática o
liberal. Respaldados por todos aquellos que
habían sufrido los excesos comunistas; los
aristócratas, los militares y los pequeños y medianos propietarios, ya habían decidido que
opción política iban a seguir pese a los deseos
expresados por las potencias de la Entente de
que se desarrollasen unas elecciones libres y
secretas que diesen paso a una democracia
parlamentaria. Si los húngaros aceptaron esta
propuesta fue con el único objetivo de desprenderse de la ocupación militar rumana de
Budapest.
LA ERA HORTHY
El 16 de noviembre, Horthy entraba en la capital a la cabeza de sus 25.000 hombres y el 25
del mismo mes se constituía un gobierno de
concentración nacional presidido por un socialcristiano; Károly Huszár. El reorganizado
Partido Socialdemócrata tenía su representante
en el ministerio de Bienestar Social. Pero este
nuevo gobierno no satisfizo a casi nadie: la
estabilidad económica y política no llegó mientras el terror blanco no cesaba. Así, los socialdemócratas abandonaron el gobierno poco
antes de las elecciones de enero y anunciaron
su decisión de boicotearlas. Fiel reflejo del peso
que aún poseía el campo en la sociedad húngara, el Partido de los Pequeños Propietarios
(agrario) venció con un 40% de los sufragios. A
continuación se situó la Unión Nacional Cristiana (representante de la pequeña burguesía y
de los terratenientes fieles aún a los Habsburgo) con el 35,5%. Otros tres pequeños partidos
se repartieron lo que quedaba sin que los trabajadores obtuviesen un solo representante. El
nuevo gobierno introdujo diferentes reformas
EL INICIO CONTRARREVOLUCIONARIO
Durante las siguientes semanas, el país se encaminó hacia el caos. El 3 de agosto entraban
en Budapest las tropas rumanas y el gobierno
de Peidl –sólo respaldado por los socialdemócratas– inició, con la restauración de la propiedad privada, una serie de reformas encaminadas a desmontar el anterior aparato comunista.
El 6 del mismo mes, un golpe de estado derrocaba a Peidl. El nuevo gobierno dirigido por un
industrial, István Friedrich, no fue reconocido
ni por las potencias de la Entente ni por el gobierno paralelo de Szeged. Éste, a través del
Ejército Nacional de Miklós Horthy, iba apoderándose de las regiones del sur y del este del
país que quedaban libres de fuerzas de ocupación extranjeras. De acuerdo con este avance,
se desató un denominado terror blanco, en el
que las fuerzas contrarrevolucionarias se tomaban la justicia por su mano con aquellos que
real o supuestamente habían tenido algo que
6
en al campo en interés de sus seguidores y
plantearon la cuestión del rey. Todos los partidos reconocían en la monarquía el nexo de
unión entre los diferentes territorios del reino
de Hungría. Pero también difirieron a la hora
de decidir quién sería el nuevo monarca. Los
legitimistas defendían al anterior reyemperador: Carlos de Habsburgo, los demás
deseaban elegir otro soberano. Ante su incapacidad para llegar a un acuerdo, ambos sectores
decidieron recuperar una antigua figura: la del
regente. El 1 de marzo de 1920, Miklós Horthy
de Nagybánya, fue elegido para este cargo: le
respaldaba su ejército de 50.000 hombres. Sin
tener un gran talento como militar o político,
sabría contentar a todos y ganarse la confianza
de los representantes de la Entente. Una vez en
el poder persiguió sus propios intereses,
llegándosele a acusar de ambicionar la corona
real.
problema de la cohesión social. Eso sí, ahora
las minorías nacionales representaban apenas
un 10% de la población: más de medio millón
de germanos y 150.000 eslovacos. Los judíos
eran 473.000.
La población húngara permaneció firme en sus
posturas revisionistas. Su identidad nacional
basada en la historia de su reino de mil años
hacía evidente la superior civilización magiar y
su misión cultural. La humillación del Tratado
y la situación económica confirmó la injusticia
que padecían. Su patriotismo se expresaba en
el lema «¡Nem, nem, soha!» [no, no, nunca].
Según Hoensch, este revisionismo sirvió también para desviar la atención de la sociedad de
los problemas internos. La aristocracia, las tradicionales clases gobernantes, que bien pronto
volvieron a dirigir el país, sólo tenían un interés: mantener el orden feudal evitando cualquier reforma agraria y obtener compensaciones por sus posesiones ahora en otros estados.5
El principal objetivo del nuevo gabinete encabezado por Sándor Simonyi-Semadam fue el de
concluir un acuerdo de paz. El 4 de junio de
1920 se firmaba un Tratado de Trianon que
reunió a todo el pueblo húngaro en su frontal
rechazo. El reino de Hungría pasaba de 325.411
kilómetros cuadrados en 1914 a tener 92.963; de
los 20,9 millones de habitantes, ahora quedaban 7,6 millones. Por el sur perdía el 6,44% del
territorio y un millón y medio de ciudadanos;
por el este, el 31,59% y más de cinco millones y
cuarto; y por el norte el resto del territorio amputado y más de tres millones y medio de habitantes. Quedaban fuera de territorio húngaro
más de tres millones de magiares, de ellos,
unos setecientos mil en Rumanía, medio
millón en Yugoslavia y otro en Checoslovaquia.
Además de esto, se expresaba claramente su
culpabilidad en la guerra, por lo que debía pagar una alta indemnización a los vencedores y
se reducía drásticamente su Ejército. En toda
Hungría se consideró este acuerdo como una
imposición y desde un primer momento surgieron anhelos revisionistas. La única diferencia dentro de la sociedad estaba en el alcance
de esta necesaria revisión. Este desmembramiento desmontó todas las relaciones económicas del anterior Estado. La guerra, el periodo
soviético y los 350.000 refugiados acuciaron el
CONSOLIDACIÓN DEL NUEVO ESTADO
HÚNGARO
El 19 de julio de 1920, el conde Pál Teleki formó
un nuevo gobierno plagado de distinguidas
personalidades y que sería de transición. Equilibrar el presupuesto y frenar la galopante inflación, además de realizar la tan necesaria
reforma agraria, detener el auge del antisemitismo y poner fin al terror blanco, eran las
prioridades del nuevo ejecutivo. Su actuación
se ciñó a la ley constitucional en su intento por
restaurar el orden ante la agitación política y
social que fomentaba ahora una derecha radical que adquiría en sus manifestaciones características semifascistas. Un tercio de los trabajadores se encontraban desempleados y la producción industrial alcanzaba apenas el 30% del
nivel de preguerra. La situación en la agricultura era similar, existía una escasez de alimentos
que se manifestaba más en las ciudades. Los
judíos vieron como se les restringía el acceso a
la universidad: si en 1917-1918 constituían el
34% de los estudiantes, en 1935-1936 sólo serán
el 8%. Además, sufrirán arbitrarias expropia5
7
Hoensch, A history of modern Hungary, p. 104.
ciones de tierras, la prohibición de ejercer determinados negocios o ser funcionarios del
Estado.
tamente: en 1922 se alcanzaba el 52% del nivel
de preguerra y en 1924 el 60%.
La participación política era muy controlada. El
Partido Comunista fue prohibido y no consiguió reconstruirse en la clandestinidad. El reconstruido Socialdemócrata sufrió impedimentos de toda clase desde el poder y sus sindicatos perdieron fuerza ante los nuevos socialcristianos, promovidos éstos por el régimen de la
misma forma que otros partidos alternativos
para los trabajadores. Pese a esta pérdida de
poder, siguieron siendo imprescindibles para
cualquier tipo de acuerdo. Pero no sería esta
explosiva situación social la que provocó la
caída de Pál Teleki. Fue el primer intento fallido de retorno del rey Carlos IV de Habsburgo y
el apoyo que le prestó lo que le apartaría del
poder. La oposición del regente Horthy y la
amenaza de intervención de los países vecinos
obligaron al rey a retornar al exilio y a Pál Teleki a dimitir. El conde István Bethlen, partidario ahora de una monarquía elegida libremente, formó gobierno el 14 de abril de 1921. Este
político hábil, pragmático y con una amplia
visión caracterizó esta inicial era Horthy. Influyente conservador no adscrito a ningún partido, reunió en un mismo bloque a los Pequeños
Propietarios y a los socialcristianos. Gozó del
apoyo de las clases acomodadas y medias, así
como de todos aquellos considerados contrarrevolucionarios. Tras un segundo intento de
Carlos de Habsburgo, Bethlen presentó al Parlamento una ley por la que se le destronaba
(noviembre de 1921) y Horthy lo enviaba para
siempre al exilio. Con este nuevo fracaso, la
causa legitimista recibió su golpe mortal y su
partido, la Unión Nacional Cristiana, se desintegró en grupúsculos.
La situación en el campo permanecía siendo
explosiva. Los terratenientes con un puñado de
posesiones mayores de 50 hectáreas controlaban el 44% del terreno cultivable. El 95% de la
población campesina era campesinado pobre o
proletario que poseían un 3%, no siempre cultivable, del total de tierras. Aunque se revocó
la reforma de 1919 se prometió otra y para ello,
el gobierno entabló negociaciones con los Pequeños Propietarios. Los grandes propietarios
aceptaban redistribuir unas 450.000 hectáreas
de un total de 8 millones y medio y más de
400.000 campesinos (3/4 partes no tenían ninguna tierra) accederían a ellas pagando una
compensación. Esta medida de poco sirvió: a
los tres años, el 80% de estos nuevos propietarios habían tenido que vender su posesión. Al
mismo tiempo, los fieles al régimen eran recompensados. Se constituyó una Orden de
Héroes (Vitézi Rend) a través de la cual recibieron tierras. En 1940, sus 18.000 miembros
poseerán casi medio millón de hectáreas. Las
promesas de estabilidad, redistribución y ayudas para el campo contentaron a los Pequeños
Propietarios, pero la oligarquía impidió cualquier tipo de reforma, afirmando que de llevarse a cabo, la producción y la competitividad del
sector agrícola húngaro se verían dañadas. En
esos momentos, la agricultura representaba el
62% del Producto Interior Bruto y sufría las
consecuencias de la pérdida de sus tradicionales mercados con el colapso del Imperio. Pese a
la introducción de maquinaria y fertilizantes, la
producción apenas se incrementaba, y los diversos partidos, mientras, planteaban sus propuestas. Los trabajadores fueron otro de los
colectivos que más perdieron con este régimen.
Fueron privados de las mejoras sociales que
habían ido consiguiendo desde 1918: a los parados se les retiró el subsidio, se incrementó la
jornada laboral hasta las 10 horas y pese al aumento de la inflación, no crecieron sus salarios.
Con unas relaciones comerciales exteriores casi
inexistentes, apenas llegaban materias primas.
Así, la producción industrial creció muy len-
Bethlen actuó de forma contundente contra el
terror blanco. Sabedor de que sólo la restauración del orden constitucional le proporcionaría
el reconocimiento internacional, reforzó el
aparato policial y judicial, mientras reprimía
con dureza los restos de la extrema izquierda y
de la derecha radical. Un conservador tradicionalista como Bethlen restauró el orden público
y redujo la privilegiada posición del Ejército: su
poder y su influencia sobre el Estado. Ante la
resistencia que encontraba se buscó un apoyo
8
político. Pactó con los socialdemócratas: a
cambio de una menor presión sobre este partido, éstos se comprometían a colaborar en la
consolidación del régimen. Se controlaba así a
los trabajadores. Tras el hundimiento de los
socialcristianos, sólo los Pequeños Propietarios
quedaban como única fuerza política fuera del
alcance de Bethlen. Infiltrando partidarios suyos en este partido, para las elecciones de mayo-junio de 1922 ya lo controlaba. Para éstas se
redujo la cantidad de gente capacitada para
votar: de un 39,2% en 1920 a un 27,3% ahora.
Con el voto secreto sólo en las ciudades, venció
el Partido de la Unidad (bloque mayoritario
socialcristiano) con el 45,4% de los votos. Esto
le supuso 143 diputados sobre 245 frente a los
19 que obtuvieron los Pequeños Propietarios.
Los socialdemócratas consiguieron un 15,3%
alcanzando en la capital el 39,1%, lo que evidenciaba la fuerza con la que todavía contaban.
Tras estos resultados, las viejas clases dominantes, los ricos no arruinados y la clase media
nacionalista y no judía contaban con un grupo
político capaz de hacer frente a toda la oposición: los socialdemócratas, los demócratas
burgueses, los Pequeños Propietarios y los diferentes grupos nacionalsocialistas. Desde este
momento, el gobierno se encargó de reducir el
poder del Parlamento y de limitarlo a refrendar
las medidas gubernamentales.
canzaría un nivel importante, pero estableció
contactos con otros movimientos fascistas europeos de los que adoptó determinados aspectos externos. La ruptura no fue total con el
Partido de la Unidad y así en 1928 volvieron a
su disciplina. Mientras estuvieron separados,
este último adquirió un talante más liberal y
llegó a verse apoyado por la izquierda ante el
peligro que representaba la derecha radical.
Durante estos años Horthy se reafirmó en el
poder. El Parlamento estuvo compuesto casi
exclusivamente por miembros de las élites dirigentes y la oposición careció de fuerza, aunque pudiera exponer sus críticas. La arbitrariedad del sistema de seguridad ignoraba muchos
de los preceptos constitucionales, mientras
crecía el aparato burocrático del Estado. Desde
el poder se fomentaba un sentimiento irredentista, con un mensaje chovinista y racista que
despreciaba el liberalismo, la democracia o el
comunismo. Pese a que carecía de poder, la
extrema derecha poseía una gran capacidad de
propaganda y uno de los objetivos de ésta era
la comunidad judía. Contribuyó a crear un
ambiente de opinión antisemita que se vio
reflejado en las medidas de este tipo adoptadas
por el gobierno. Según Hoensch, no sería
apropiado calificar a este régimen como fascista, pese a las condiciones arriba descritas. Era
un sistema ultraconservador, aristócrata, casi
feudal, en el que unas no movilizadas masas
vivían al margen del poder. Era similar al de
casi todos sus vecinos.6
El victorioso Partido de la Unidad proponía en
su programa reconstruir Hungría en base a
valores nacionales y cristianos. Prometía una
nueva ley electoral y de prensa, una nueva reforma agraria, protección para los trabajadores,
una regresiva reforma municipal, etc. Su presidente era István Szábo y su vicepresidente
Gyula Gömbös. Las organizaciones de la derecha radical contaban con simpatizantes entre
los nuevos dirigentes como Gömbös o Eckhardt. Éstos comenzaron a manifestar su descontento con el proceso de consolidación del
gobierno. Hicieron hincapié en la cuestión
agraria con objeto de granjearse apoyo popular
y fueron distanciándose paulatinamente de un
Horthy cada vez con mayor prestigio. En agosto de 1923, Gömbös y otros abandonaron el
partido para crear el suyo propio: el Partido de
Defensa Racial. De carácter racista, nunca al-
Sólo la lentitud de la mejora económica amenazó la consolidación del poder político. La
inflación aumentaba y el Estado estaba arruinado. Bethlen tuvo que acudir a la Liga de Naciones en busca de ayuda. Tras ingresar en la
misma a principios de 1923, recibió préstamos
destinados a estabilizar la situación. Pese a los
altos intereses y a las reparaciones, Hungría se
aprovechó de la situación mundial e inició un
periodo de lenta recuperación. Una reforma
monetaria y las ayudas a los diferentes sectores
posibilitaron un modesto progreso económico.
Pero esta situación adolecía de problemas básicos. El 15% de los trabajadores continuaron en
6
9
Hoensch, A history of modern Hungary, p. 114.
el paro y la mala situación de los mismos acabó
por estallar en una serie de huelgas entre 1926
y 1928. Aun así, los comunistas seguían sin
contar con poder entre el proletariado. El auge
económico se basó en sucesivos préstamos:
sólo una quinta parte se invirtió en la industria,
la mitad iba destinada a pagar intereses y reparaciones y el resto a la adquisición de combustibles. La dependencia del capital exterior se
manifestaría claramente con la crisis del 29.
Durante estos años de limitada prosperidad, la
oposición liberal burguesa intentó presionar
sobre el gobierno. Bethlen no tuvo muchos
problemas cuando legitimistas, socialdemócratas y liberales aunaron fuerzas en un Bloque
Democrático: en noviembre de 1926 se reinstituía con amplios poderes la cámara alta del
Parlamento, controlada naturalmente, por los
magnates. En diciembre se desarrollaron nuevas elecciones en las que su partido obtuvo el
60,1% de los votos, reduciendo la oposición a la
insignificancia. El régimen adquiría en su apariencia una mayor similitud con épocas pasadas: el culto a la corona de San Esteban, los
ritos nacionales y el montaje de espectaculares
ceremonias mantenían vivo el recuerdo del
tradicional reino húngaro. El revisionismo fue
aplazado hasta la llegada de tiempos mejores.
Cuando no se dependiese del dinero extranjero
y Hungría hubiese recuperado su potencial
económico y militar, sería el momento de plantear las reclamaciones. Hasta entonces, las
relaciones con sus vecinos se mantendrían bajo
mínimos.
sólo el 2,7% provenía de familias campesinas o
trabajadoras. La cultura seguía firmemente
anclada en el sistema. Escritores nacionalistas
o reaccionarios ignoraban la situación real. Los
más comprometidos; liberales, izquierdistas…
se habían exiliado aunque permanecían en
contacto con la situación de su país. El 65% de
la población húngara era católica, el 27,8%
protestante y el 6,2% judía. La iglesia católica
estaba detrás del régimen: compartía sus valores y sus tesis revisionistas. Mientras aumentaba el número de trabajadores no practicantes,
en el campo se mantenía el culto y la tradición.
Con sus trece periódicos y 33 semanarios, la
iglesia católica, ejercía un amplio poder sobre
la sociedad.
LA CRISIS DEL 29
El crac del 24 de octubre de 1929, el viernes
negro, causó la paralización del sistema monetario internacional y sumió a la economía
mundial en una de sus peores crisis. Hungría,
evidentemente, se vio tremendamente afectada
por la nueva situación.
El fundamental sector agrícola fue uno de los
más afectados. Los pequeños propietarios, sin
mercados donde colocar sus productos, tuvieron que hacer frente a sus deudas subastando
sus tierras: unas 60.000 propiedades de menos
de dos hectáreas se vieron en esta situación.
Medio millón de trabajadores del campo se
encontraron sin trabajo y otro medio millón se
vio obligado a trabajar por unos mínimos salarios que apenas les permitían sobrevivir. El
hambre y la muerte alcanzaron a muchas familias campesinas. En las ciudades, la situación
no era muy distinta. El 15% de las fábricas detuvieron su producción y más del 30% de los
trabajadores fueron despedidos. Éstos no disfrutaban ni de subsidios ni de asistencia social.
Los demás, los que tenían la suerte de poder
trabajar, vieron como les rebajaban los sueldos
y les aumentaba la duración de la jornada laboral. Los funcionarios no escaparon a estas medidas. El número de maestros sin empleo alcanzó los 2.500 y el de los arquitectos los 2.000.
A partir de 1932, muchos pequeños comerciantes y detallistas tuvieron que cerrar sus negocios.
Hungría entraba lentamente en la era moderna. Tras la Gran Guerra, la mayoría de las ciudades contaban con servicio de agua, electricidad y teléfono. El campo en cambio, desconocía estos logros: en 1939, dos tercios de los pueblos aún carecían de electricidad. El cine o la
radio también eran exclusivas de la ciudad, lo
mismo que la prensa, poderosa sólo en Budapest: más de un millón de adultos eran analfabetos. Se crearon 5.000 escuelas rurales y se
impuso un periodo obligatorio de seis años de
enseñanza. La dura situación económica forzaba a los hijos de campesinos y trabajadores a
renunciar a la enseñanza secundaria, cuando
no a la primaria. De los 11.700 universitarios,
10
El gobierno Bethlen intentó hacer frente a la
crisis solicitando más créditos al extranjero
mientras la deuda nacional alcanzaba límites
exorbitados. Éstos no solamente no llegaron,
sino que la devolución de otros anteriores le
fue solicitada. El Estado caminaba hacia la
bancarrota. Pese al intento de distraer a la opinión pública interna mediante la exaltación
nacionalista, el hambre y la miseria existente
desataron huelgas y disturbios duramente reprimidos: se impuso la ley marcial. A la vez,
estallaban las disputas entre los tres grupos
sociales que respaldaban al gobierno (terratenientes, grandes burgueses y burócratas): querían diferentes cambios en la política económica. Los medianos propietarios agrarios abandonaban el gobierno para constituir su propio
partido. Bethlen reaccionó convocando elecciones en junio del 31 para reafirmar su poder:
venció con un 45,3% de los votos y obtuvo la
mayoría absoluta en el Parlamento. Aun así, la
situación se hizo insostenible y presentó su
renuncia el 19 de agosto.
su país y poder plantear la cuestión revisionista
de la mano de unos poderosos aliados. Su
carácter extremadamente popular, su reconocida aversión por las ideas liberales, por el radicalismo de izquierdas y su extremo patriotismo lo hicieron aceptable para casi todos,
incluso para la aristocracia, aunque se esperara
de él una apertura de la arcaica estructura social húngara en favor de la clases medias.
Según el censo de 1930, de los 8,7 millones de
húngaros, 4,5 millones aun vivían de la agricultura. La mitad de la tierra cultivada la reunían
7.500 terratenientes, mientras un tercio del
total de la población vivía de forma incierta:
existía un millón doscientos mil jornaleros,
seiscientos mil asalariados en las grandes fincas y más de un millón doscientos mil pequeños propietarios. Gömbös intentó con su Plan
de Trabajo Nacional contentar a todos los sectores sociales: proponía reformas en el campo y
en los impuestos, generosos préstamos agrícolas y fomento de estos productos, prometía la
creación de puestos de trabajo, elecciones secretas y medidas sociales que se pueden calificar como progresistas. Deseaba establecer una
dictadura de estilo fascista: su modelo varió
entre Mussolini y Hitler. Gömbös se aprovechó
del desencanto y de la frustración de la sociedad: se deseaba un verdadero cambio revolucionario. Miembros de la clase media comenzaron a copar puestos directivos del Estado. Se
creó una poderosa máquina propagandística y
se intentó constituir un amplio movimiento de
masas a través del Partido de la Unidad Nacional. Constantemente atacó a la plutocracia, a
los judíos, a los liberales, a los socialdemócratas, a los extranjeros y a los comunistas. Esto le
granjeó enemistades y apoyos para su nuevo
partido. Con la recuperación económica iniciada a partir de 1934, Bethlen y sus partidarios se
enfrentaron con Gömbös. Deseaban un retorno
al anterior orden de cosas e iniciaron acciones
encaminadas a desbancarle. Como respuesta,
se convocaron elecciones para abril del 35, que
sin muchos problemas ganó Gömbös con un
43,6% de los votos. Su promesa de convertir
Hungría en una dictadura de partido único se
vio truncada por su prematura muerte en octubre de 1936. Como afirma Carsten, pese a las
Otro conservador, el conde Gyula Károlyi subió
al poder. La ayuda económica francesa evitaría
el colapso de las finanzas húngaras, pero a
cambio, el gobierno de Budapest perdió libertad de acción respecto al exterior. El rechazo
impuesto de un plan de unión aduanera con
alemanes y austriacos le granjeó al gobierno el
disgusto de los círculos industriales y financieros, así como la indignación de los grupos nacionalistas ante lo que consideraban una traición a los intereses nacionales: el revisionismo,
por culpa de la dependencia francesa. Achacaban la culpa de la situación económica al injusto tratado de paz de Trianon. Tras la renuncia
de Károlyi, Horthy tuvo que ceder ante la presión de la opinión pública y nombró primer
ministro a Gyula Gömbös en octubre del 32.
Gömbös era visto como el representante de
una nueva clase media que ganaba terreno a
costa de las viejas castas dominantes y de la
burguesía judía. Autocalificado como un nacionalsocialista húngaro, Gömbös rompería
con Francia y su influencia en Centroeuropa
para aproximarse a Alemania y a Italia. Su deseo de crear un eje de cooperación BerlínBudapest-Roma tenía como fin el recuperar a
11
reformas introducidas para esta fecha, Hungría
se encontraba tan cerca del fascismo como lo
estaba en 1932.7
ción gala lo había hecho tan duro), las relaciones franco-húngaras no se rompieron del todo:
los préstamos procedentes de París constituyeron un factor importante en la reconstrucción
de la economía magiar. Por el contrario, las
relaciones con sus inmediatos vecinos se mantuvo casi todo este periodo bajo mínimos. No
se consiguió romper esta Pequeña Entente.
El éxito de estas medidas fue muy limitado. A
partir de 1934 se produjo la recuperación
económica. Aunque aumentó el número de
empleados en la industria y en el campo,
Hungría fue el último país europeo en introducir la jornada laboral de ocho horas, entre otras
medidas sociales, y en 1938, los sueldos reales
eran todavía un 10% más bajos que en 1929.
Pese a las medidas adoptadas por los gobiernos, las condiciones de las clases bajas húngaras durante la década de los treinta fueron peores que las del resto de sus vecinos. En cambio,
los magnates supieron guardar bien sus propiedades de los intentos de reforma: en 1938,
80 familias controlaban 10.000 kilómetros cuadrados y otros 16.000 pertenecían a otro millar
de pequeños terratenientes. Dos bancos controlaban el 60% de la industria húngara. La
economía del país estaba controlada por un
puñado de familias. A la vez, la dependencia
respecto de Alemania aumentaba paulatinamente: para 1939 la mitad de las exportaciones
húngaras tenían a este país como destino y la
mitad del capital extranjero invertido era también germano.
Desde el comienzo de la era Horthy, se depositaron las esperanzas en Italia. En 1927, Bethlen
firmaba un tratado de amistad con Mussolini
en la primera acción de política exterior independiente del régimen. Pero la llegada al poder
de Adolf Hitler trastocó el equilibrio de poderes en Europa. Los círculos nacionalistas
húngaros tenían donde fijarse; en una nueva
Alemania que se remilitarizaba y repudiaba el
tratado de Versalles. El gobierno húngaro siguió fiel a una Roma que actuaba como contrapeso al auge nazi. Esta situación cambió a
partir de 1938: la influencia alemana en la
cuenca del Danubio se hizo dominante y
Hungría se subió al carro del poderío germano.
Esperaba con ello, poder dar respuesta a sus
tesis revisionistas. La política de debilidad
mostrada por las democracias occidentales y la
consecución de un mercado para sus productos
agrícolas en el Tercer Reich influyeron en esta
decisión. Tras el Anschluss, Hungría entró en
el posterior reparto de Checoslovaquia.
Ninguno de los países que surgieron de la descomposición del Imperio Austro-Húngaro poseía la suficiente capacidad individual para
desarrollar su política de forma autónoma.
Todos y cada uno de ellos fueron cayendo bajo
la influencia de alguna de las grandes potencias
y así, su destino, se unió al de éstas. La política
exterior húngara estuvo marcada desde el
principio por el revisionismo. Su propia debilidad le obligó a buscarse aliados en el exterior
que se lo garantizasen. Desde 1920, sus vecinos,
Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania, constituyeron la denominada Pequeña Entente con
el objetivo declarado de mantener el statu quo
aislando a Hungría y a su peligroso revisionismo. Esta alianza se transformó en una herramienta de la política exterior francesa. Pese a
esto y al tratado de Trianon (al que la obstina-
A la muerte de Gömbös, Horthy buscó un
hombre que restableciese el orden anteriormente existente; que controlase a los turbulentos elementos de derecha e izquierda y que
disminuyese la febril propaganda pro germana
y pro italiana. Este hombre era Kalman Darányi, quien tuvo que hacer frente al aumento de
la agitación fascista en el interior del país y de
la presión alemana en el exterior. Desde un
primer momento acometió una limpieza dentro del partido de los seguidores de Gömbös.
Éstos se agruparon en diferentes partidos fascistas que aparecieron y desaparecieron durante estos años. Pese a esta disposición, la actitud
de Darányi respecto a estos grupos fascistas fue
cuando menos ambigua. Limitó sus actividades
pero actuó sin dureza. La izquierda intentó
agruparse ante este avance del fascismo, pero
los socialdemócratas prefirieron la alianza con
7
F. L. Carsten, The rise of fascism, Londres, 1967, p.
173.
12
la burguesía antes que con los comunistas. En
cambio, los diferentes grupos fascistas si alcanzaron la unidad en torno al nuevo partido de
Ferenc Szálasi.
Trabajadores Húngaros Nacional-Socialistas,
más conocido como Movimiento de la Cruz
Escita, y dirigido por un periodista; Zoltán
Böszörmeny. En 1932 al Partido NacionalSocialista Húngaro del conde Sándor Festetics
y en 1933 al Partido Nacional-Socialista Unido
del conde Fidél Pálffy. En marzo del 35 se constituyó el grupo más importante de todos: las
Cruces Flechadas de Ferenc Szálasi.
El acercamiento a Alemania reorientó la política interior. El 15 de marzo se anunció el programa de rearme húngaro, mientras que el
éxito del Anschluss provocó un espectacular
auge del partido de Szálasi. El gobierno pactó
con él y obtuvo una representación parlamentaria. Esto asustó a todos, empezando por el
propio regente: la opción Szálasi era demasiado radical para ellos: el Movimiento Hungarista realizaba la política en la calle. Horthy presionó a Darányi para que dimitiera y éste, poco
antes de hacerlo, introdujo el sufragio secreto
en todo el país y aplicó la primera ley marcadamente antijudía, consecuencia lógica del
paulatino aumento de la presión antisemita. El
13 de mayo de 1938, Béla Imrédy fue nombrado
nuevo primer ministro.
Es necesario dejar bien claro lo que supuso esta
súbita aparición de expresiones fascistas en la
sociedad húngara del momento. Fue algo nuevo, muy influenciado por los acontecimientos
que se desarrollaban en el resto de Europa, y
muy especialmente en Alemania: la influencia
nazi en todo esto es bien patente. Desde el
comienzo de la era Horthy había existido un
radicalismo de derechas caracterizado por su
racismo y extremado nacionalismo. Era la expresión radical, la voz crítica (en ciertos aspectos) de quienes se habían reinstalado en el poder, del régimen oligárquico y ultraconservador. Pero a diferencia de los grupos fascistas
que aparecieron posteriormente, a éstos se les
puede calificar de contrarrevolucionarios. Eran
las dos caras de una misma moneda, que nacieron de la mano en Szeged y así continuaron
durante los años del régimen: sólo los más disconformes se apuntaron a otras expresiones
más radicales. El más claro ejemplo de esta
actitud lo constituyó Gyula Gömbös: cuando
Horthy le propuso el cargo de primer ministro
no dudó en desechar de su exaltado discurso
su antisemitismo y sus posturas más recalcitrantes. Y fue precisamente con él, con quien
se produjo este auge fascista.
LA EXPERIENCIA FASCISTA
HÚNGARA
Creo adecuado señalar el año 1932 como el
momento clave en la experiencia fascista
húngara. Fue a partir de esta fecha cuando se
dio a conocer e intervino de forma decisiva en
la sociedad, una alternativa revolucionaria de
esta índole. Obsérvese que ya desde ahora he
adelantado una de mis principales conclusiones al calificarla de revolucionaria. Stanley
Payne, en la obra ya citada, señala a finales de
los años veinte y principios de los treinta el
momento de aparición de los grupos fascistas.
Mária Ormos considera al Partido de los Trabajadores y Campesinos Nacional-Socialistas,
fundado en junio del 32 por Zoltán Meskó,
como el primer partido que seguía un modelo
fascista extranjero en su programa y organización.8 Aunque esta apreciación no es del todo
correcta, es sintomática la fecha que indica. J.
Hoensch en su obra ya citada, fecha en diciembre del 31 la aparición del Partido de los
Hungría vivió en 1919 la experiencia de una
guerra civil y de un régimen marxista. Posteriormente, los vencedores desataron su odio
sobre los vencidos y consiguieron defenestrar
dos de las opciones de organización política
que se planteaban para el nuevo país: la liberal
y la soviética. Ambas fracasaron principalmente por sus propios errores. La primera no supo
mantener la integridad territorial de Hungría
ante la descomposición del Imperio. Los propios excesos de la segunda sobre una sociedad
que quizás no deseaba, o no conocía, realmente esta opción, la acabaron por hacer insufrible
8
Peter F. Sugar (ed.), A history of Hungary, Indiana
University Press, 1990, p. 331.
13
para los ciudadanos. La opción vencedora, la
tradicionalista, se amparó en el sentimiento
nacionalista del pueblo magiar para consolidarse. Con ella, todo siguió igual, por lo menos
en lo que respecta a quien mandaba: los de
siempre, la vieja oligarquía del Imperio. Diferentes autores lo califican como el último estado feudal de Europa.
de una opción revolucionaria. La primera de
ellas, la comunista, demostró su incapacidad.
Su derrota, que desterró la alternativa de izquierdas del panorama húngaro hasta el final
de la Segunda Guerra Mundial, dejaba expedito
el camino a cualquier otra opción radical frente
a la situación existente. El régimen del almirante Horthy se vistió con las apariencias de un
sistema liberal democrático. En realidad, el
Parlamento poco poder tenía y las elecciones
que periódicamente se desarrollaban estaban
totalmente condicionadas y controladas. El
verdadero poder residía en el regente, en el
gobierno que él nombraba y en las clases sociales que le respaldaban.
La derrota de estas dos alternativas despertó
un sentimiento sobre el que en el futuro se
apoyaron los radicales de derecha y los fascistas: la cuestión judía. El desprecio por los vencidos se tornó en odio, y entre ellos se incluyó
a los judíos. No se puede olvidar que la mitad
de los dirigentes comunistas eran de origen
semita y que esta comunidad (el 6,2% de la
población) tenía un poder fundamental en la
sociedad húngara. Predominaban en ciertos
sectores: constituían la mitad de los abogados,
el 60% de los médicos, el 53% de los comerciantes independientes, el 80% de los financieros y banqueros, y de entre los ejecutivos, en la
industria eran el 39%, en las finanzas el 44% y
en el comercio el 48%. Además, abundaban
también entre los periodistas y los artistas. Era
fácil culparlos de todos los males, y así, liberales y comunistas fueron acusados de estar manipulados por ellos. Esta concepción, al igual
que en otros países con similar situación, condicionó a las jóvenes generaciones de la pequeña y mediana burguesía. Pese a todo, había
quien sabía exactamente cuál era la situación.
El conde Pál Teleki afirmó que la expulsión de
los judíos causaría una completa parálisis en la
vida económica del país. Cabe señalar que
mientras Hungría gozó de su soberanía, esto
es, hasta finales del 44, la población judía no
sufrió ningún tipo de persecución. Sufrió eso
sí, medidas y leyes discriminatorias.
En el radicalismo de derechas destacó Gyula
Gömbös. Participó en la contrarrevolución del
19 y desde un primer momento estuvo dentro
de los círculos del poder. Creó su propio partido y acabó siendo primer ministro. Admirador
de Mussolini primero, y de Hitler después, no
se cansaba de anunciar que transformaría
Hungría en un estado fascista: sólo se quedó en
una concepción cosmética del mismo. Aunque
lo intentó, careció del apoyo popular. Detrás
de él, como del resto de radicales derechistas,
nunca hubo ningún movimiento de masas. Con
él, con el fracaso de la vía colaboracionista
frente al régimen aparecieron grupos fascistas
y nazis, todos ellos más radicales.
Otra de las características de esta experiencia
húngara fue la cantidad de grupúsculos que
aparecieron, que rivalizaron entre ellos y que
no lograron formar un bloque homogéneo.
Entre ellos, cabe distinguir dos grupos: los que
fueron imitaciones de los nacionalsocialistas
alemanes (ya he citado algunos de ellos anteriormente) y quienes constituyeron un ejemplo
de nacionalismo revolucionario más caracterizado: las Cruces Flechadas, más tarde Movimiento Hungarista. De los primeros se puede
destacar a los de la Cruz Escita, el más radical
de estos partidos según Carsten. Su líder,
Böszörmeny, abogaba por una reforma de la
tierra y justicia para los pobres. Atrajo a antiguos comunistas y era violentamente antijudío.
Carsten lo califica de un genuino movimiento
En realidad, el tratado de paz de Trianon acabó
por consolidar el sistema, provocó la unidad de
la sociedad ante esa injusticia. Despertó los
profundos sentimientos nacionalistas de los
húngaros, su irredentismo; hizo aparecer un
victimismo que daría lugar a unos sentimientos
de rechazo hacia los demás, a un sentimiento
de superioridad magiar. La depresión, el estancamiento y la frustración de la sociedad húngara fueron el campo abonado para la aparición
14
popular del proletariado agrario.9 Un periodista describió una de sus reuniones: los entrevistados afirmaban luchar por la Idea, aunque no
supieran exactamente cuál era ésta, pero en
cambio, si tenían claro sus sentimientos respecto a los comunistas y a los señoritos: los
odiaban. En mayo de 1936 el movimiento fue
disuelto. El partido de Zoltán Meskó era menos
revolucionario que el anterior aunque luciera
la esvástica como símbolo. Fue siempre leal al
regente y no ejerció influencia sobre las masas.
Estos dos ejemplos demuestran las diferencias
que existían entre los diferentes grupos nacionalsocialistas. Cabe señalar que la minoría
germana también gozó de su partido nazi: el
MEM.
tió en la vía constitucional para alcanzar el
poder y permaneció leal al regente. Para finales
de los años 30, este partido se había convertido
en un auténtico movimiento de trabajadores y
campesinos. De los 8.000 miembros de 1935
pasó a obtener en las elecciones de 1939 más
del 35% de los sufragios. Su concepción del
papel a desarrollar por el Ejército le valió simpatías entre los militares, sobre todo, los más
jóvenes. Estaban representados en el partido la
clase media baja y los intelectuales, además de
una gran proporción de trabajadores industriales y campesinos. Este crecimiento le fue enfrentando con el gobierno. En julio del 38,
Szálasi fue encarcelado y juzgado, y el partido
se vio más perseguido, especialmente tras el
nombramiento del conservador conde Pál Teleki como primer ministro a principios de 1939.
En las elecciones de ese año, el partido obtuvo
un resultado espectacular pese a las condiciones en las que se desarrolló. En Budapest,
dobló en votos a los socialdemócratas y venció
en los barrios de trabajadores.
Un ex oficial del ejército, Ferenc Szálasi, creó la
única fuerza popular de importancia: llegó a
ser el segundo partido fascista de Europa (tras
el NSDAP alemán) en cuanto a número de seguidores. No se asemejó a ningún modelo extranjero previo, presentó sus propias características y que eran su racismo, al que denominaba hungarismo; la renuncia, cuando menos teórica, a la violencia; su carácter asemita
(que no antisemita) y su solución económica:
un corporativismo revolucionario que afectaría
principalmente a grandes terratenientes y capitalistas. Convencido de haber sido elegido por
la divina autoridad, concebía a su partido como el instrumento práctico para la realización
del hungarismo: o sea, la restauración de las
fronteras del antiguo reino de Hungría (en el
que la población no-magiar recibiría una autonomía allí donde fuese mayoría) que iban desde los Cárpatos hasta el Adriático. Para la consecución de esta Gran Madre Patria CárpatoDanubiana confiaba en el Ejército, al que incitó
a tomar el papel predominante del Estado. Éste
se cimentaría en tres pilares: la religión, el patriotismo y la disciplina. Entendía como grandes peligros al liberalismo y al marxismo, y
apeló a los trabajadores aunque nunca les planteara un programa social. Siempre se movió en
cuestiones superiores como eran las derivadas
de su concepción hungarista y olvidó otras más
terrenales y pragmáticas. Szálasi siempre insis9
La cada vez más estrecha colaboración con
Alemania hizo aumentar la presión antijudía
protagonizada por los grupos nazis, pero el
Movimiento Hungarista no la incrementó sustancialmente durante los años de guerra: fluctuó según la situación. Una vez fuera de la prisión, Szálasi volvió a tomar el control del partido pero no alcanzó el poder hasta que en
octubre del 44, los alemanes invadieron
Hungría y lo colocaron en él. Pero no fue más
que un títere de los intereses de Hitler.
El fracaso de la experiencia liberal y comunista
abocó al país a un régimen conservador y tradicionalista, donde la democracia brillaba por
su ausencia. Ante la estructura feudal de la
sociedad se hacía necesaria una opción más
revolucionaria, más incluso durante los duros
años treinta que tuvieron que padecer tras la
crisis económica. Así, desechada la opción revolucionaria de izquierdas sólo quedaba la
fascista. Pero el sistema dictatorial y la ausencia de libertades democráticas recortaron las
posibilidades de acción de la principal alternativa dentro de esta opción: la del partido de
Ferenc Szálasi. La capacidad política de este
último tampoco dice nada en su favor. El poder
F. L. Carsten, The rise of fascism, p. 174.
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estaba bien asido por las clases dominantes y
así lo mantuvieron.
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