Rev. Col. Anest. 15: 297, 1987 RELATO "MI VIAJE A

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Rev. Col. Anest. 15: 297, 1987
RELATO
"MI VIAJE A BUENOS AIRES"
Dr. Juan Marín Osorio
Secretario Perpetuo de SCARE
Una noche de Enero de 1949, estaba yo
en el Aeropuerto de Techo, despidiendo
a un amigo que se marchaba a Europa. De
pronto se oyó por el altoparlante: "Pasajeros
a Quito, Chiclayo, Lima, Santiago y Buenos
Aires, favor abordar el avión, próximo a
decolar".
Y pasaban los, días, y ellas me presionaban cada vez más, hasta cuando tuve que
confesarles mi amarga realidad: "Señoritas,
no tengo con qué".
Qué lejano repercutió en mis oídos gitanos la posibilidad, para mi menguado bolsillo, de la realización de tan seductor peregrinaje.
Súbitamente se levantó Sylvia Uribe y me
dijo con increíble decisión: "Profesor Marín.
Usted irá".
Pero el 12 de Septiembre del mismo año,
sorpresivamente me llegó una invitación para
asistir al Primer Congreso Latinoamericano
de Anestesiología, en Buenos Aires.
¿Cómo se enteró el Dr. ítalo J. Nunziata,
Secretario del Congreso, de mi vida y milagros? Ya despejaremos esta perturbadora
incógnita.
Lógicamente en la primera oportunidad
leí a mis alumnas la invitación de Nunziata
y entusiasmadas me dijeron: "Dr. Marín,
usted irá"?
Una sonrisa agradecida, pero con un trasfondo de desesperanza, fue mi respuesta.
Un par de días más tarde, Sylvia y dos de
sus condiscípulas estaban apostadas en el
corredor de entrada al Hospital, rifando una
caja de Whisky. Cuando llegó el Dr. Torres
Herrera, exdirector del San José, y se enteró
de lo que hacían, les dijo: "Señoritas, las
rifas están prohibidas dentro del Hospital"
"y, en la calle?" preguntó alguna de ellas,
"la calle es libre"; fué la respuesta.
Las rifadoras con su whisky se instalaron
en el andén, a la entrada de nuestra casa de
estudio y de trabajo.
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Marín, J.
A la semana siguiente, al final de una
clase, Sylvia me entregó un sobre. Su contenido era suficiente para medio pasaje.
Qué bello es sentir que en este mundo tan
a veces mezquino y egoista, se encuentran
seres de tan exquisita nobleza.
Gracias una vez más a mis alumnas y a
todos aquellos que hicieron posible mi anhelado viaje. El Hospital me obsequió el otro
medio pasaje.
Cerca del escritorio del empleado que revisó mi pasaporte, estaba un señor muy atento, quien al oír la despedida que me hizo
el Revisor: "Buena suerte, señor Diplomát i c o " , me ofreció sus servicios. Era un chofer
de taxi, quien muy acucioso me llevó la valija, que no la maleta, pues como acababa de
saberlo, yo era todo un Señor Diplomático.
Al preguntarme por la dirección, le dije:
"Hotel Colmena".
PASAPORTE. Una de mis alumnas era
buena amiga de un alto empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores y me consiguió
un Pasaporte Diplomático, que me llenó de
orgullosa prestancia y que agradecí calurosamente. Qué lejos estaba de saber lo exigente
que era semejante honor,
No bien acabó de oírme, cuando soltó la
más estridente carcajada que he oído en mi
vida. Me miró de h i t o en h i t o . Cómo me
miro? No sé cómo me miró, pero su mirada
nunca más se borró de mi memoria. Sorpresa?. . . B u r l a ? . . . Ironía?.. .Compasión?...
Desprecio?. . .
Con el dinero de la rifa, más la contribución del Hospital, compré el pasaje de ¡da a
Buenos Aires, pero por líneas domésticas.
Pan A m , era demasiado costoso.
Creo que fué un explosivo cocktail, con
una generosa porción de cada uno de estos
ingredientes.
Y llegó el viernes 14 de Octubre. Bien
pertrechado, con mi Pasaporte Diplomático,
con el saludo que en Nota de Estilo le enviaba al Congreso, mi recién fundada Sociedad
Colombiana de Anestesia, y con unos pocos
dólares entre el bolsillo, el don Quijote de la
Anestesia Colombiana emprendía su primera
salida, henchido de romanticismo, de optimismo y de entusiasmo.
"Profesor, usted debe ser el eje del Congreso". Semejante compromiso, fué la consigna que mis confiadas discípulas me impusieron durante su bullanguera despedida en
Techo. Y a Cali-Guayaquil, en A V I A N C A .
De Guayaquil a Lima por Pan-Am, por
falta de avión lechero, es decir doméstico.
En este trayecto, me tocó como compañero de al lado, un ingeniero peruano quien
me recomendó como muy distinguido, el
Hotel Colmena.
El aeropuerto de Lima-Tambo, era una
verdadera maravilla, comparado con nuestro
destartalado Techo.
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Y llegamos al Hotel. El chofer me dijo:
" A h í tiene su colmena, Señor D i p l o m á t i c o " y
dejó despreciativamente, ahora sí, mi maleta,
tirada en el andén.
Entré. Escalera angosta, hacia el Segundo
Piso, paredes sucias, desconchadas, olor a
casa descuidada. Después de algunas palabras
con el Recepcionista, me sentí tan tremendamente incómodo en ese, tan sórdido ambiente, como de casa de citas, pero de malísima
muerte, que tomé mi valija y salí, escaleras
abajo, como alma que lleva el diablo. Tenía
razón el chofer cuando explotó con tan
horrísona carcajada.
El Señor Diplomático aprendió la lección.
Tenía que vivir a la altura de su Pasaporte.
Y al chofer de t u r n o : " A l Gran Hotel Bolívar", que con el Grillón, eran los dos mejores
de la capital incaica.
Paseé durante el sábado y el domingo por
la Lima Virreinal, observando curiosidades.
Me llamó la atención el no ver desagües en
las calles y que algunas casas no tenían tejado
Relato
pues sólo había sobre las vigas del cielo raso,
unas tablas, y estás, mal acondicionadas,
tanto, que a través de sus rendijas se filtraban los rayos solares. Supuse que al llover
debería correr el agua por las paredes, pero
al mirarlas, no vi huellas de agua escurridiza.
Indagué, porqué no había tejado y me dijeron: "en Lima.no llueve".
Pero poco después comentaba el mismo
tema con otro transeúnte quien me afirmó
que en Lima sí llovía y me dijo: " n o vé que
está lloviendo?"
La calle estaba impenetrable por una lechada neblinosa, que llaman garúa y a la
garúa la tildan de aguacero. Qué le vamos a
hacer! Estaba lloviendo en Lima, es decir, el
ambiente estaba sobresaturado de neblina
espesa.
La manzana en donde estaba nuestra
Embajada había sido cercada con una zanja,
y en cada una de las esquinas había una garita
con sus soldados bien armados. Si uno quería entrar a la Embajada, tenía que someterse
al incómodo chequeo militar.
Era porque allá se asilaba V í c t o r Raúl
Haya de la Torre, fundador y Iíder del Aprismo, huyéndole al Dictador de turno. A l l í
permaneció por cinco años, durante los cuales ese especie de minimuro de Berlín, pero
en negativo, pues era un zanjón sucio y profundo, se burlaba de nuestra tan cacareada
soberanía colombiana.
En mi primera salida del Hotel, que queda en una de las cuatro esquinas de la Plaza
de Bolívar, me f u i , henchido de entusiasmo
patriótico a saludar de cerca a nuestro Padre
de la Patria, que estaba o mejor, debiera estar
en la mitad de su plaza, pero, oh desconcierto, quien cabalga allí en soberbio corcel no
es Bolívar, es su contertulio, el Generalísimo Roberto San Martín.
El General Bolívar está en la Plaza del
Congreso, montado sobre el caballo de cara
más atractivamente femenina que equino
alguno pueda relucir.
Por algo en el Perú, nuestro Libertador,
cabalgó las más apetecidas potrancas de la
Sociedad limeña. Por eso estuvo recluido
durante una semana, aduciendo que no podía concurrir a las Juntas Militares, por sufrir
una fuerte gripa, cuando en realidad esperaba
restañarse de los rasguños faciales que su
preciosa gatita Manuela, le propinó, en alguno de sus múltiples estallidos de incontrolables celos.
Escrito lo anterior, consulté un plano de
Lima para estar seguro de mis afirmaciones
y me encontré otra sorpresa, después de 37
años.
El Hotel Bolívar no está en la Plaza Bolívar, sino en la Plaza San Martín, de suerte
que el Libertador del Perú, está en su plaza y
el General Bolívar no está en la Plaza del
Congreso, sino que el Congreso está en la
Plaza de Bolívar y Bolívar en la mitad de su
plaza.
Cómo inconsultamente creemos, predicamos y defendemos a horca y hoguera nuestras verdades, que creíamos sagradas e intangibles, cuando en realidad no eran más que
errores garrafales.
El lunes, al alba, salí hacia Tacna en avión
peruano y desde allí, en bus, por entre extensos y desiertos arenales, frecuentemente
jalonados con osamentas de pájaros marinos,
hacia el puerto más septentrional de Chile,
la encantadora Arica. Me alojé en el Hotel
Pacífico, este sí, a la altura de mi altivez diplomática.
Estaba seguro, que al día siguiente, martes, llegaría a Buenos Aires, en donde justamente en este día se iniciaría el Congreso.
Su inauguración había sido el domingo y el
lunes quedó libre para el turisteo de los Congresistas.
Cuando f u i a la Compañía Chilena de
Aviación —LAN—, para confirmar mi vuelo,
me dijeron: " n o hay cupo, tal vez mañana"
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Marín, J.
y llegó el mañana que era martes, y tampoco
lo hubo: "tal vez mañana" y en ese otro mañana era miércoles y el Congreso marchando
y yo a 3.000 Kms. de distancia, y en Bogotá
mis hinchas, ilusionadas con mi triunfo atronador.
Ese martes, fué muy angustioso para ml.
Me acordaba de las recientes e hirientes cuchufletas que más de un K L I M capitalino le
endilgaron a un Diplomático colombiano
enviado por el Gobierno a Nueva York para
intervenir en una importante conferencia. En
Miami su señora se entusiasmó tan femeninamente con las vitrinas de los almacenes, que
por su window shopping se retrasó tanto el
itinerario, que cuando llegaron, laconferencia
había pasado.
Me iría a suceder a mí, lo mismo? No alcanzaré a llegar a tiempo? y si no llego, con
cual de mis avergonzadas caras me presentaré? Preferible el exilio, antes que regresar
derrotado.
Ese día, para menguar un poco mi angustia, escalé la arenosa colina de cuya cima se
goza en un vasto panorama. La sonriente
Arica al pié del cerro, que no es muy alto,
unos 150 metros. Las costas norte y sur que
se prolongan en la distancia, hasta perderse
en la turbia imprecisión de mi precoz miopía
y llenando los 180 grados de mi visión panorámica, el caleidoscópico mar. Qué bello mar.
Sentado, allá arriba, sobre las ruinas de
antigua trinchera defensiva, leía el capítulo
de turno de la Montaña Mágica y cavilaba.
Llegaré? No llegaré? y si no voy, cómo volver? Cómo no volver? Si no salgo mañana,
no estaré a tiempo, y el Despachador fué
enfático " n o hay c u p o " . Mi dinero se agota,
a duras penas podré cancelar el Hotel, hasta
mañana. Y después, qué voy a hacer?
Por qué no resuelvo el impase de una vez?
No es el suicidio una solución rápiday total?
Cuenta la crónica, que un pundonoroso
patriota General Chileno, derrotado, se lanzó,
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montado en su caballo a esta porción hirviente del océano llamado El Infiernillo.
Y t ú , porqué no haces lo mismo? Es tan
fácil. Un momento de. . . valor? de. . . cobardía? de. . . locura? Un buen impulso hacia
arriba y hacia adelante, como para un o l í m pico clavado, y al vacío. Vertiginoso descenso, un gran choque asordinado de tu cráneo
contra el arrecife comprensivo y compasivo
que te espera. No habrá dolor.
Vendrá un gran silencio y luego la oscuridad, pero será una oscuridad luminosa porque cintilla en una gama más sutil de vibraciones cromáticas. Y luego. . . la nada?. . .
el castigo?.. .o la felicidad incontaminada?...
absoluta?
Los tuyos, allá, en la brumosa Santa Fé,
qué dirán? Se preguntarán, por qué? Y les
llegará mi respuesta. Porque sí. Porque estaba escrito. Porque hice el mejor buen uso de
mi libre alvedrío.
Pero mi otro destino protestaba. Por qué
suicidarte? Por qué no luchar hasta el final?
Por qué solazarse en la derrota? Por qué no
triunfar?. . . A triunfar! ! !
Y como el loco tiene muchas maneras de
vivir su locura, ahora locamente, descendí la
suave ladera por donde había subido, a veces
a grandes zancadas y en muy largos trechos,
sobre el noble trineo de mis asentaderas,
pobres mis pantalones, hasta llegar a las encantadoras calles de la sonriente Arica.
Buscaré a mis Colegas. Les relataré mi
tragicomedia. Les pediré prestado dinero.
Pero, estaban muy ocupados, o estaban
ausentes, o no estaban, auncuando si estaban.
Placa de Doctora. Qué bueno. Pero su
salud no era óptima, sin embargo en su levantadora, color verde esmeralda o verde
esperanza? Me atendió galantemente. Pero
en tales circunstancias, cómo platicarle
acerca del odioso, aunque indispensable dinero? No era posible. Nuestro coloquio fue
internacionalmente amistoso y agradable. Y,
Relato
hasta siempre, gracias
benévola acogida.
Doctora,
por
su
el favor de traerme otra. Y serví dos copas y
brindamos por Chile y por Colombia.
Y me f u i a L A N , para hablar con el Jefe.
Lo intrigué, al relatarle mi angustiada situación. Le mostré mis pasajes hasta la lejana
Argentina. Le impuse de un pagaré a mi
favor cobrable a mi llegada allá. Puse encima
de su escritorio, mi exiguo patrimonio, hice
énfasis en mi urgencia de asistir al Congreso,
etc., etc.
A las cinco de la mañana Nelson tocaba a
la puerta de mi habitación, me llevó la valija
y me acomodó en el mejor puesto, según él,
del bus que me traladaría al aeropuerto.
Gracias Ruby Nelson. Tampoco y o , te he
olvidado.
Doctor Marín, usted se va mañana. Nuestras miradas se entrecruzaron y nuestros
estados emotivos se fusionaron, amalgamándose; la inesperada alegría de un angustiado,
súbitamente redimido, con la satisfacción de
un Dios benéfico, que destruyó, con una sola
plumada compasiva, lo imposible.
RUMBO AL SUR. Bello perfil de la convulsionada cordillera andina con su interminable serie de volcanes apagadosy bellamente
engalanados con su deslumbrante blancura.
Todo el litoral Chileno es impresionantemente arenoso. Los ríos, llegan sedientos al
mar, porque en sus riberas, han ¡do dejando
sus caudales, para colorear de fresco verde,
sus márgenes resecas.
Seguro de mi viaje, salí a deambular por
las soleadas calles de Arica, a respirar a pleno
pulmón, la alegría de vivir. De haber triunfado.
La única entretención, en tan largo y monótono recorrido, en avión propéler, es mirar
el nevado más lejano, verlo acercarse, cruzar
por nuestra izquerda y perderlo en la nebulosidad de nuestra visión retropineal astralica.
Llegué al Hotel. Saldé mi deuda y me
quedé restiao. Pero me iba.
Y llegamos a Antofagasta. Bajamos del
avión para almorzar. Yo me quedé en el jard í n , no era posible para mí el Yantar. De
pronto, observo que un equipajero trae mi
maleta. Le pregunto. Lo ordenó el Jefe. Me
f u i al Jefe. " L o lamento señor, pero nuestro
Alcalde tiene que viajar urgentemente a
Santiago y a usted le tocó, aún a regañadientes cederle su puesto en el avión".
En Bogotá se ponderaba al máximo la
bondad de los vinos chilenos. Desde mi llegada a Arica, ardía en ansias de tomarme una
botella, pero mi bolso protestaba.
Cuando llegué a mi mesa, para la última
comida, la encontré alegremente engalanada
con un bello florero, una botella de vino y
una copa. Dudé en sentarme a ella, pues
supuse que la habían reservado para algún
otro comensal. Mi sorpresa fué grande cuando
se acercó Ruby Nelson, el mesero, retiró un
poco la silla, y me instó a sentarme.
Pero. . . yo no tengo con qué pagar el
vino. " N o se preocupe. Accidentalmente me
enteré de la mala partida que hasta ahora le
ha jugado su destino y quiero ofrecerle este
pequeño obsequio, porque lo admiro, Doctor M a r í n " .
Nelson, no veo más que una copa, hazme
Mi respetado señor Jefe. No tengo dinero,
no he almorzado. Si usted me deja, me invita
al restaurante, me dá dormida y. . .
" D o c t o r Marín, qué calamidad, pero usted
se vá en el avión de la tarde. No se quien será
el próximo chivo expiatorio, porque el avión
viene a f u l l , pero usted se vá".
Y efectivamente, cuando yo subía la escalerilla, con mi valija a cuestas, un furibundo
pasajero bajaba, protestando y se perdió en
la distancia, protestando, mientras y o , volteriananmente sonreído, me arrellenaba en
su sillón.
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Marín, J.
Llegamos a Santiago a eso de las 8 p.m. y
me f u i a la Calle Nueva Y o r k 505. Subí al
quinto piso y al llegar, un señor hechaba
llave a la puerta de la oficina No. 505.
Me presenté, " D o c t o r Marín, lo he esperado toda la tarde, le tenía listo su puesto
para Buenos Aires, porque esta mañana muy
temprano recibí un telegrama desde Arica,
anunciándome su llegada y encareciéndome
lo despachara hoy mismo. En estos momentos su avión está aterrizando en Cistarini.
A b r i ó la puerta y nos sentamos a conversar. Le rodé el disco con lo que ya sabemos.
Hizo algunas llamadas telefónicas, revolvió
un poco sus archivos y al final me dijo: " l o gré reservarle cupo para mañana en la tarde".
Aprovechando su amabilidad, le propuse
que me prestase dinero. Yo le dejaría en
prenda una magnífica cámara Voitlander,
que me había prestado mi inapreciable amiga
Hilda Uribe Peralta, quien 8 años más tarde
me cobraría capital e intereses, cuando nos
casamos.
Doctor Marín. Esta noche duerme en el
Hotel tal. Le prestaré dinero suficiente hasta
su llegada a Buenos Aires. Desde allá me girará; conserve su cámara, porque sería una
gran lástima que no pudiera fotografár el
Aconcagua.
Este Jefe. . . Otro Chileno a la altura de
mi admiración sin límites, por ese noble pueblo austral.
Me levanté temprano. Caminé mucho por
las alegres calles de Santiago y f u i a descansar al Cerro de Santa Lucía, el Parque de los
enamorados.
Y en el avión de la tarde, camino al Congreso. Rápidamente estuvimos volando sobre
una planicie desolada y fría, de vegetación
raquítica. Creo que tardamos unas dos horas
para cruzar esta especie de tundra andina.
Llegó el crepúsculo y ya en plena noche
divisamos el inmenso mar luminoso del Gran
Buenos Aires.
302
Rápido ajetreo en extranjería, y en colectivo, era la primera vez que oía esta palabra,
aplicada a un vehículo de transporte, a la o f i cina muy cerca al Obelisco en la Avenida Primero de Mayo.
Crucé la Avenida y al Policía que vigilaba
en el andén, le pregunté cómo ir ala Facultad
de Medicina. . . " M u y fácil, che. Tomas el
subte, te bajas en Facultad, y ya estas".
En mi vida no había conocido la palabra
subte, relacionada con el transporte. El subte,
era para m í , el apócope de Subteniente.
Entonces pregunté: ¿Qué es el subte?
"Pero Che, es el tren subterráneo", yo no
sabía que en la capital Bonarense había
metro. Entonces le dije: ¿Y cómo lo cojo?
Me miró, me midió de arriba abajo y en medio de una sonrisita socarrona me dijo: "Ves
ese hueco?" estábamos al frente de una de
las bocas de la entrada al Subte, "métete por
ahí y cójelo si puedes".
Yo no sabía que en la Argentina, coger, es
el sinónimo pornográfico de hacer el amor.
Cuando lo supe, no pude por menos que
reírme.
A propósito. Con un amigo, en un café
de la Calle Florida, nos tomábamos un copet í n , cuando tres mesas más allá, una turista
antioqueña, de voz altisonante que torturaba
a más de un tímpano, relataba a sus contertulios el tamaño susto que se llevó una tarde,
cuando de pie, al borde de un abismo contemplaba un bello atardecer, y cuando menos
lo esperaba, de pronto su novio la cogió por
detrás. . . La unánime carcajada, la dejó
muda.
Pero es bien difícil sustituir o suprimir
las palabras que usamos diariamente.
Un mes después de mi famosa cogida del
subte, en la noche de mi llegada, comentaba
en el comedor del Instituto de Cirugía Haedo,
en donde tuve el honor de ser becario por un
mes, un caso de difícil venipunción. Habían
fracasado varios colegas y el último en turno,
se volvió hacia m í , y me entregó la aguja.
Relato
Estaba de suerte, porque sin mucho t i t u beo, Io logré.
Cuando refería la pequeña hazaña a mis
colegas argentinos y dije: "y estuve tan afortunado que rápidamente la c o g í " . . . Qué
sutileza.. . fué el comentario jocoso de alguno
de los que me escuchaban.
Pero volvamos a la seriedad. Agarré el
subte, me bajé en Facultad y al salir del hueco, me topé de frente con la Escuela de Medicina. Entré, subí escaleras, indagué, y por
f i n el Aula Magna de la Facultad de Ciencias
Médicas, donde a la sazón finalizaba la ú l t i ma conferencia del día. Grandes aplausos.
A poca distancia mía entre los que aplaudían, se irguieron dos brazos, en amplio paréntesis triunfal que me invitaban a recibir su
efusiva bienvenida y confundidos los dos, en
éste, uno de los abrazos rompehuesos más
emotivos de toda mi vida, encontré la solución al inquietante enigma que tanto me
había intrigado.
Era María Rosa Roig, una antigua discípula del año 48 en el San José, quien se marchó a la Argentina y allá fue alumna del Dr.
Juan Armando Nesi y a través de él, conoció
a Nunziata y por eso el Secretario del Congreso invitó a Juan Marín.
María Rosa, mi encantadora exalumna en
su tronco-móvil, llevó regocijadamente el
binomio Marín-valija al Alvear Palace Hotel.
Bien a mi altura.
Esa noche, en el hotel se festejaba una
boda. Qué mujeres más bellas, qué elegancia
de trajes, qué ambiente más perfumadamente distinguido.
En su alargada mesa, el Cocinero Mayor,
con su mostacho Daliniano y su gorro gigantesco, preparaba el postre final del agasajo.
Era todo un espectáculo sus acompasados
movimientos con cucharones y palas, la manera comedida como sus acólitos se acerca-
ban reverentes, y le ofrecían en pulidas fuentes de plata los variados ingredientes, el delicado t u f o que llegaba hasta nosotros y por
ú l t i m o , la explosiva llamarada azul verdosa al
incendiarse el Vestido de Gracia del espirituoso brandy, como toque final, sobre el
plum-pudín.
Yo no era del cortejo, pero fue tal el arrobamiento por todo lo que estaba contemplando, que el mesero, en algún momento
me dijo: "le gusta el espectáculo? Le agradaría saborear? Claro, y me trajo una apetitosa
porción.
Gracias Che. Todavía mis papilas gustativas me provocan abundante saliva con solo
el recordarlo.
El viernes muy temprano, en la mañana,
el colectivo del Congreso nos llevó al Hospital Rawson, cuyo Jefe de Anestesia era el
Dr. Nesi.
Nueve años más tarde, tendría yo el placer
de recibirlo en Venezuela, contratado por el
Hospital Universitario de Caracas, en donde
fuimos colegas de profesoado, durante 16
años.
En el Rawson, el Profesor Edward B.
T u o h y , una de las estrellas de USA, nos hizo
demostraciones con la aguja de bisel direccional, de su invención para la fácil introducción del catéter al espacio subaracnoideo.
Estábamos en la etapa de la cirugía vesicular y gástrica con raquianestesia continua
con catéter.
En Bogotá, estábamos un paso atrás en
cuanto a la técnica de la raqui continua, pues
la hacíamos con agua metálica, con todas las
incomodidades, e inseguridades inherentes.
Punción en decúbito lateral, inserción de
la aguja, cambio de posición del paciente a
decúbito dorsal, cuidando que el pabellón de
la aguja encajara en un boquete que tenía la
colchoneta, a nivel de la región lumbar del
paciente, etc., etc.
303
Marín, J.
Ese día operaba el Dr. Ricardo Finochietto, inventordel retractor costal más aceptado
en cirugía toráxica.
Estupendo cirujano, científico de gran renombre pero, cuando operaba se transmutaba en el más ordinario de todos los carreros pues putiaba por todo, a todas, y a todos,
inclusive a los visitantes. No lo resistí.
En la sesión de la tarde conocí y escuché
al Dr. Harold Randall Griffith, Jefe de Anestesia en el Queen Elizabeth Hospital de Montreal, por espacio de 35 años. En 1942 utilizó por primera vez el curare en la práctica
clínica de la anestesia para obtener relajación muscular. Su conferencia versaba precisamente sobre curare.
El Profesor Griffith en el año 1955, fué
nombrado Primer Presidente de la Federación Mundial de anestesiología, en Scheveningen, Holanda.
Otro trabajo importante, el de los Drs.
Gregorio Arañes y Bliske Castellanos intitulado: Breves consideraciones sobre anestesia con Pentothal sódico y procaina.
Fué para mi una revelación. Cuando yo
hacía una anestesia infiltrativa, antes de cada
jeringada de novocaína, aspiraba, para estar
seguro de no inyectar ni siquiera una mínima de droga en el torrente circulatorio,
por temor a la intoxicación aguda, a las convulsiones tetaniformes, y a la posible muerte.
Los doctores Aranés y Castellanos llegaron
a inyectar a un paciente hasta 19 gr. de
novocaína, en el lapso de una hora, sin ninguna complicación desagradable.
Con la presentación del Panifonoscopio,
cerré el programa científico.
Como cloroformista de niños en el Hospital de la Misericordia, durante 13 años ausculté ininterrumpidamente el corazón de
mis pequeños pacientes.
304
Así pude evitar más de una asistolia y supe
con certeza que el paro cardíaco no es súbito, sino que está bien auto-programado y es
previsible por el anestesiólogo, siempre y
cuando de continuo esté en sintonía con el
lenguaje cardíaco de su anestesia.
No controlaba tensión arterial, por falta
de un brazalete neumático infantil.
Cuando en el año 45 llegué al Hospital de
San José, prediqué y acostumbré a mis alumnos al monitoreo auditivo cardíaco permanente. Además, era de rigor la tensión arterial cada 5 minutos. Este doble monitoreo
era incómodo por tener que usar dos fonendoscopios.
En 1947 inventé una llave de paso de tres
vías y con ella fabriqué el Panfonoscopio.
Relato
Consta de la llave de paso, conectada a un
cabezal y a tres fonendoscopios: uno cardíaco, el otro para tensión arterial y el tercero
para fijarlo a la cara externa del cartílago t i roides, para oír, estudiar e interpretar el
lenguaje glótico durante la anestesia.
En ese entonces no sabía intubar. Solo
en octubre de 1948 el Profesor V o l p i t t o ,
Maestro sin egoísmos pequeños, nos enseñó
a manejar el curare, a intubar y a secar despiertos del quirófano a los pacientes.
Terminada mi exposición, alguno de los
ches comentó a sus vecinos: Pero Che, lo que
Marín debe oír por su panfonoscopio, es
una orquesta.
Finalizado el programa científico, el Dr.
Benajmín Bandera, de Méjico pidió la palabra. Se fué al negatoscopio, colocó el dibujo
coloreado, al rojo vivo de la Cruz de Santiago y habló del dolor espiritual que atormentó
a la Humanidad, hasta cuando el gran amor
de Cristo la redimió, al morir crucificado.
Luego nos recordó a William Thomas
Green Morton y cómo después de su primera
eterización científica en el Mass General
Hospital de Boston, en Octubre de 1846,
redimió a la Humanidad del dolor somáticoquirúrgico. Algo que hasta ese momento, se
consideraba como una quimera inalcanzable.
Tras breves comentarios del Presidente
del Congreso, el Dr. Federico J. Wright,
sometió el proyecto Bandera a votación.
Pedí la palabra. Se concede la palabra al
Honorable Representante de. .. No sabía mi
nombre y menos mi procedencia. No importa
de donde sea. Necesito la palabra. Concedida.
Mis primeras alumnas del año 47, recibieron la noche de su graduación el emblema
que yo había creado para ellas. Es curioso
que conmigo, no sé porqué, se fué el dibujo
original, y no supe porqué ese día me acompañó al Congreso. Ahora si sé porqué, tenía
que enfrentarse al de Bandera y permitirme
exponer su significado, que aún no era completo, le faltaba el lema, que sólo apareció
3 años más tarde.
Después de los aplausos de rigor, se abrió
la votación, ahora para escoger. Quedamos
empatados. Segunda vuelta, nuevo empate.
Pedí la palabra. Yo creo Sr. Presidente
que debemos ser cumplidos caballeros. Me
parece que si aplazamos la decisión para el
próximo Congreso, daremos la oportunidad
a más de un artista anestesiólogo para crear
su propio emblema y así, en Sao Paulo, el
certamen será más nutrido y el triunfo más
Latinoamericanamente justo y seguro.
Aprobada la proposición Marín.
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