Rev. Col. Anest. 15: 297, 1987 RELATO "MI VIAJE A BUENOS AIRES" Dr. Juan Marín Osorio Secretario Perpetuo de SCARE Una noche de Enero de 1949, estaba yo en el Aeropuerto de Techo, despidiendo a un amigo que se marchaba a Europa. De pronto se oyó por el altoparlante: "Pasajeros a Quito, Chiclayo, Lima, Santiago y Buenos Aires, favor abordar el avión, próximo a decolar". Y pasaban los, días, y ellas me presionaban cada vez más, hasta cuando tuve que confesarles mi amarga realidad: "Señoritas, no tengo con qué". Qué lejano repercutió en mis oídos gitanos la posibilidad, para mi menguado bolsillo, de la realización de tan seductor peregrinaje. Súbitamente se levantó Sylvia Uribe y me dijo con increíble decisión: "Profesor Marín. Usted irá". Pero el 12 de Septiembre del mismo año, sorpresivamente me llegó una invitación para asistir al Primer Congreso Latinoamericano de Anestesiología, en Buenos Aires. ¿Cómo se enteró el Dr. ítalo J. Nunziata, Secretario del Congreso, de mi vida y milagros? Ya despejaremos esta perturbadora incógnita. Lógicamente en la primera oportunidad leí a mis alumnas la invitación de Nunziata y entusiasmadas me dijeron: "Dr. Marín, usted irá"? Una sonrisa agradecida, pero con un trasfondo de desesperanza, fue mi respuesta. Un par de días más tarde, Sylvia y dos de sus condiscípulas estaban apostadas en el corredor de entrada al Hospital, rifando una caja de Whisky. Cuando llegó el Dr. Torres Herrera, exdirector del San José, y se enteró de lo que hacían, les dijo: "Señoritas, las rifas están prohibidas dentro del Hospital" "y, en la calle?" preguntó alguna de ellas, "la calle es libre"; fué la respuesta. Las rifadoras con su whisky se instalaron en el andén, a la entrada de nuestra casa de estudio y de trabajo. 297 Marín, J. A la semana siguiente, al final de una clase, Sylvia me entregó un sobre. Su contenido era suficiente para medio pasaje. Qué bello es sentir que en este mundo tan a veces mezquino y egoista, se encuentran seres de tan exquisita nobleza. Gracias una vez más a mis alumnas y a todos aquellos que hicieron posible mi anhelado viaje. El Hospital me obsequió el otro medio pasaje. Cerca del escritorio del empleado que revisó mi pasaporte, estaba un señor muy atento, quien al oír la despedida que me hizo el Revisor: "Buena suerte, señor Diplomát i c o " , me ofreció sus servicios. Era un chofer de taxi, quien muy acucioso me llevó la valija, que no la maleta, pues como acababa de saberlo, yo era todo un Señor Diplomático. Al preguntarme por la dirección, le dije: "Hotel Colmena". PASAPORTE. Una de mis alumnas era buena amiga de un alto empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores y me consiguió un Pasaporte Diplomático, que me llenó de orgullosa prestancia y que agradecí calurosamente. Qué lejos estaba de saber lo exigente que era semejante honor, No bien acabó de oírme, cuando soltó la más estridente carcajada que he oído en mi vida. Me miró de h i t o en h i t o . Cómo me miro? No sé cómo me miró, pero su mirada nunca más se borró de mi memoria. Sorpresa?. . . B u r l a ? . . . Ironía?.. .Compasión?... Desprecio?. . . Con el dinero de la rifa, más la contribución del Hospital, compré el pasaje de ¡da a Buenos Aires, pero por líneas domésticas. Pan A m , era demasiado costoso. Creo que fué un explosivo cocktail, con una generosa porción de cada uno de estos ingredientes. Y llegó el viernes 14 de Octubre. Bien pertrechado, con mi Pasaporte Diplomático, con el saludo que en Nota de Estilo le enviaba al Congreso, mi recién fundada Sociedad Colombiana de Anestesia, y con unos pocos dólares entre el bolsillo, el don Quijote de la Anestesia Colombiana emprendía su primera salida, henchido de romanticismo, de optimismo y de entusiasmo. "Profesor, usted debe ser el eje del Congreso". Semejante compromiso, fué la consigna que mis confiadas discípulas me impusieron durante su bullanguera despedida en Techo. Y a Cali-Guayaquil, en A V I A N C A . De Guayaquil a Lima por Pan-Am, por falta de avión lechero, es decir doméstico. En este trayecto, me tocó como compañero de al lado, un ingeniero peruano quien me recomendó como muy distinguido, el Hotel Colmena. El aeropuerto de Lima-Tambo, era una verdadera maravilla, comparado con nuestro destartalado Techo. 298 Y llegamos al Hotel. El chofer me dijo: " A h í tiene su colmena, Señor D i p l o m á t i c o " y dejó despreciativamente, ahora sí, mi maleta, tirada en el andén. Entré. Escalera angosta, hacia el Segundo Piso, paredes sucias, desconchadas, olor a casa descuidada. Después de algunas palabras con el Recepcionista, me sentí tan tremendamente incómodo en ese, tan sórdido ambiente, como de casa de citas, pero de malísima muerte, que tomé mi valija y salí, escaleras abajo, como alma que lleva el diablo. Tenía razón el chofer cuando explotó con tan horrísona carcajada. El Señor Diplomático aprendió la lección. Tenía que vivir a la altura de su Pasaporte. Y al chofer de t u r n o : " A l Gran Hotel Bolívar", que con el Grillón, eran los dos mejores de la capital incaica. Paseé durante el sábado y el domingo por la Lima Virreinal, observando curiosidades. Me llamó la atención el no ver desagües en las calles y que algunas casas no tenían tejado Relato pues sólo había sobre las vigas del cielo raso, unas tablas, y estás, mal acondicionadas, tanto, que a través de sus rendijas se filtraban los rayos solares. Supuse que al llover debería correr el agua por las paredes, pero al mirarlas, no vi huellas de agua escurridiza. Indagué, porqué no había tejado y me dijeron: "en Lima.no llueve". Pero poco después comentaba el mismo tema con otro transeúnte quien me afirmó que en Lima sí llovía y me dijo: " n o vé que está lloviendo?" La calle estaba impenetrable por una lechada neblinosa, que llaman garúa y a la garúa la tildan de aguacero. Qué le vamos a hacer! Estaba lloviendo en Lima, es decir, el ambiente estaba sobresaturado de neblina espesa. La manzana en donde estaba nuestra Embajada había sido cercada con una zanja, y en cada una de las esquinas había una garita con sus soldados bien armados. Si uno quería entrar a la Embajada, tenía que someterse al incómodo chequeo militar. Era porque allá se asilaba V í c t o r Raúl Haya de la Torre, fundador y Iíder del Aprismo, huyéndole al Dictador de turno. A l l í permaneció por cinco años, durante los cuales ese especie de minimuro de Berlín, pero en negativo, pues era un zanjón sucio y profundo, se burlaba de nuestra tan cacareada soberanía colombiana. En mi primera salida del Hotel, que queda en una de las cuatro esquinas de la Plaza de Bolívar, me f u i , henchido de entusiasmo patriótico a saludar de cerca a nuestro Padre de la Patria, que estaba o mejor, debiera estar en la mitad de su plaza, pero, oh desconcierto, quien cabalga allí en soberbio corcel no es Bolívar, es su contertulio, el Generalísimo Roberto San Martín. El General Bolívar está en la Plaza del Congreso, montado sobre el caballo de cara más atractivamente femenina que equino alguno pueda relucir. Por algo en el Perú, nuestro Libertador, cabalgó las más apetecidas potrancas de la Sociedad limeña. Por eso estuvo recluido durante una semana, aduciendo que no podía concurrir a las Juntas Militares, por sufrir una fuerte gripa, cuando en realidad esperaba restañarse de los rasguños faciales que su preciosa gatita Manuela, le propinó, en alguno de sus múltiples estallidos de incontrolables celos. Escrito lo anterior, consulté un plano de Lima para estar seguro de mis afirmaciones y me encontré otra sorpresa, después de 37 años. El Hotel Bolívar no está en la Plaza Bolívar, sino en la Plaza San Martín, de suerte que el Libertador del Perú, está en su plaza y el General Bolívar no está en la Plaza del Congreso, sino que el Congreso está en la Plaza de Bolívar y Bolívar en la mitad de su plaza. Cómo inconsultamente creemos, predicamos y defendemos a horca y hoguera nuestras verdades, que creíamos sagradas e intangibles, cuando en realidad no eran más que errores garrafales. El lunes, al alba, salí hacia Tacna en avión peruano y desde allí, en bus, por entre extensos y desiertos arenales, frecuentemente jalonados con osamentas de pájaros marinos, hacia el puerto más septentrional de Chile, la encantadora Arica. Me alojé en el Hotel Pacífico, este sí, a la altura de mi altivez diplomática. Estaba seguro, que al día siguiente, martes, llegaría a Buenos Aires, en donde justamente en este día se iniciaría el Congreso. Su inauguración había sido el domingo y el lunes quedó libre para el turisteo de los Congresistas. Cuando f u i a la Compañía Chilena de Aviación —LAN—, para confirmar mi vuelo, me dijeron: " n o hay cupo, tal vez mañana" 299 Marín, J. y llegó el mañana que era martes, y tampoco lo hubo: "tal vez mañana" y en ese otro mañana era miércoles y el Congreso marchando y yo a 3.000 Kms. de distancia, y en Bogotá mis hinchas, ilusionadas con mi triunfo atronador. Ese martes, fué muy angustioso para ml. Me acordaba de las recientes e hirientes cuchufletas que más de un K L I M capitalino le endilgaron a un Diplomático colombiano enviado por el Gobierno a Nueva York para intervenir en una importante conferencia. En Miami su señora se entusiasmó tan femeninamente con las vitrinas de los almacenes, que por su window shopping se retrasó tanto el itinerario, que cuando llegaron, laconferencia había pasado. Me iría a suceder a mí, lo mismo? No alcanzaré a llegar a tiempo? y si no llego, con cual de mis avergonzadas caras me presentaré? Preferible el exilio, antes que regresar derrotado. Ese día, para menguar un poco mi angustia, escalé la arenosa colina de cuya cima se goza en un vasto panorama. La sonriente Arica al pié del cerro, que no es muy alto, unos 150 metros. Las costas norte y sur que se prolongan en la distancia, hasta perderse en la turbia imprecisión de mi precoz miopía y llenando los 180 grados de mi visión panorámica, el caleidoscópico mar. Qué bello mar. Sentado, allá arriba, sobre las ruinas de antigua trinchera defensiva, leía el capítulo de turno de la Montaña Mágica y cavilaba. Llegaré? No llegaré? y si no voy, cómo volver? Cómo no volver? Si no salgo mañana, no estaré a tiempo, y el Despachador fué enfático " n o hay c u p o " . Mi dinero se agota, a duras penas podré cancelar el Hotel, hasta mañana. Y después, qué voy a hacer? Por qué no resuelvo el impase de una vez? No es el suicidio una solución rápiday total? Cuenta la crónica, que un pundonoroso patriota General Chileno, derrotado, se lanzó, 300 montado en su caballo a esta porción hirviente del océano llamado El Infiernillo. Y t ú , porqué no haces lo mismo? Es tan fácil. Un momento de. . . valor? de. . . cobardía? de. . . locura? Un buen impulso hacia arriba y hacia adelante, como para un o l í m pico clavado, y al vacío. Vertiginoso descenso, un gran choque asordinado de tu cráneo contra el arrecife comprensivo y compasivo que te espera. No habrá dolor. Vendrá un gran silencio y luego la oscuridad, pero será una oscuridad luminosa porque cintilla en una gama más sutil de vibraciones cromáticas. Y luego. . . la nada?. . . el castigo?.. .o la felicidad incontaminada?... absoluta? Los tuyos, allá, en la brumosa Santa Fé, qué dirán? Se preguntarán, por qué? Y les llegará mi respuesta. Porque sí. Porque estaba escrito. Porque hice el mejor buen uso de mi libre alvedrío. Pero mi otro destino protestaba. Por qué suicidarte? Por qué no luchar hasta el final? Por qué solazarse en la derrota? Por qué no triunfar?. . . A triunfar! ! ! Y como el loco tiene muchas maneras de vivir su locura, ahora locamente, descendí la suave ladera por donde había subido, a veces a grandes zancadas y en muy largos trechos, sobre el noble trineo de mis asentaderas, pobres mis pantalones, hasta llegar a las encantadoras calles de la sonriente Arica. Buscaré a mis Colegas. Les relataré mi tragicomedia. Les pediré prestado dinero. Pero, estaban muy ocupados, o estaban ausentes, o no estaban, auncuando si estaban. Placa de Doctora. Qué bueno. Pero su salud no era óptima, sin embargo en su levantadora, color verde esmeralda o verde esperanza? Me atendió galantemente. Pero en tales circunstancias, cómo platicarle acerca del odioso, aunque indispensable dinero? No era posible. Nuestro coloquio fue internacionalmente amistoso y agradable. Y, Relato hasta siempre, gracias benévola acogida. Doctora, por su el favor de traerme otra. Y serví dos copas y brindamos por Chile y por Colombia. Y me f u i a L A N , para hablar con el Jefe. Lo intrigué, al relatarle mi angustiada situación. Le mostré mis pasajes hasta la lejana Argentina. Le impuse de un pagaré a mi favor cobrable a mi llegada allá. Puse encima de su escritorio, mi exiguo patrimonio, hice énfasis en mi urgencia de asistir al Congreso, etc., etc. A las cinco de la mañana Nelson tocaba a la puerta de mi habitación, me llevó la valija y me acomodó en el mejor puesto, según él, del bus que me traladaría al aeropuerto. Gracias Ruby Nelson. Tampoco y o , te he olvidado. Doctor Marín, usted se va mañana. Nuestras miradas se entrecruzaron y nuestros estados emotivos se fusionaron, amalgamándose; la inesperada alegría de un angustiado, súbitamente redimido, con la satisfacción de un Dios benéfico, que destruyó, con una sola plumada compasiva, lo imposible. RUMBO AL SUR. Bello perfil de la convulsionada cordillera andina con su interminable serie de volcanes apagadosy bellamente engalanados con su deslumbrante blancura. Todo el litoral Chileno es impresionantemente arenoso. Los ríos, llegan sedientos al mar, porque en sus riberas, han ¡do dejando sus caudales, para colorear de fresco verde, sus márgenes resecas. Seguro de mi viaje, salí a deambular por las soleadas calles de Arica, a respirar a pleno pulmón, la alegría de vivir. De haber triunfado. La única entretención, en tan largo y monótono recorrido, en avión propéler, es mirar el nevado más lejano, verlo acercarse, cruzar por nuestra izquerda y perderlo en la nebulosidad de nuestra visión retropineal astralica. Llegué al Hotel. Saldé mi deuda y me quedé restiao. Pero me iba. Y llegamos a Antofagasta. Bajamos del avión para almorzar. Yo me quedé en el jard í n , no era posible para mí el Yantar. De pronto, observo que un equipajero trae mi maleta. Le pregunto. Lo ordenó el Jefe. Me f u i al Jefe. " L o lamento señor, pero nuestro Alcalde tiene que viajar urgentemente a Santiago y a usted le tocó, aún a regañadientes cederle su puesto en el avión". En Bogotá se ponderaba al máximo la bondad de los vinos chilenos. Desde mi llegada a Arica, ardía en ansias de tomarme una botella, pero mi bolso protestaba. Cuando llegué a mi mesa, para la última comida, la encontré alegremente engalanada con un bello florero, una botella de vino y una copa. Dudé en sentarme a ella, pues supuse que la habían reservado para algún otro comensal. Mi sorpresa fué grande cuando se acercó Ruby Nelson, el mesero, retiró un poco la silla, y me instó a sentarme. Pero. . . yo no tengo con qué pagar el vino. " N o se preocupe. Accidentalmente me enteré de la mala partida que hasta ahora le ha jugado su destino y quiero ofrecerle este pequeño obsequio, porque lo admiro, Doctor M a r í n " . Nelson, no veo más que una copa, hazme Mi respetado señor Jefe. No tengo dinero, no he almorzado. Si usted me deja, me invita al restaurante, me dá dormida y. . . " D o c t o r Marín, qué calamidad, pero usted se vá en el avión de la tarde. No se quien será el próximo chivo expiatorio, porque el avión viene a f u l l , pero usted se vá". Y efectivamente, cuando yo subía la escalerilla, con mi valija a cuestas, un furibundo pasajero bajaba, protestando y se perdió en la distancia, protestando, mientras y o , volteriananmente sonreído, me arrellenaba en su sillón. 301 Marín, J. Llegamos a Santiago a eso de las 8 p.m. y me f u i a la Calle Nueva Y o r k 505. Subí al quinto piso y al llegar, un señor hechaba llave a la puerta de la oficina No. 505. Me presenté, " D o c t o r Marín, lo he esperado toda la tarde, le tenía listo su puesto para Buenos Aires, porque esta mañana muy temprano recibí un telegrama desde Arica, anunciándome su llegada y encareciéndome lo despachara hoy mismo. En estos momentos su avión está aterrizando en Cistarini. A b r i ó la puerta y nos sentamos a conversar. Le rodé el disco con lo que ya sabemos. Hizo algunas llamadas telefónicas, revolvió un poco sus archivos y al final me dijo: " l o gré reservarle cupo para mañana en la tarde". Aprovechando su amabilidad, le propuse que me prestase dinero. Yo le dejaría en prenda una magnífica cámara Voitlander, que me había prestado mi inapreciable amiga Hilda Uribe Peralta, quien 8 años más tarde me cobraría capital e intereses, cuando nos casamos. Doctor Marín. Esta noche duerme en el Hotel tal. Le prestaré dinero suficiente hasta su llegada a Buenos Aires. Desde allá me girará; conserve su cámara, porque sería una gran lástima que no pudiera fotografár el Aconcagua. Este Jefe. . . Otro Chileno a la altura de mi admiración sin límites, por ese noble pueblo austral. Me levanté temprano. Caminé mucho por las alegres calles de Santiago y f u i a descansar al Cerro de Santa Lucía, el Parque de los enamorados. Y en el avión de la tarde, camino al Congreso. Rápidamente estuvimos volando sobre una planicie desolada y fría, de vegetación raquítica. Creo que tardamos unas dos horas para cruzar esta especie de tundra andina. Llegó el crepúsculo y ya en plena noche divisamos el inmenso mar luminoso del Gran Buenos Aires. 302 Rápido ajetreo en extranjería, y en colectivo, era la primera vez que oía esta palabra, aplicada a un vehículo de transporte, a la o f i cina muy cerca al Obelisco en la Avenida Primero de Mayo. Crucé la Avenida y al Policía que vigilaba en el andén, le pregunté cómo ir ala Facultad de Medicina. . . " M u y fácil, che. Tomas el subte, te bajas en Facultad, y ya estas". En mi vida no había conocido la palabra subte, relacionada con el transporte. El subte, era para m í , el apócope de Subteniente. Entonces pregunté: ¿Qué es el subte? "Pero Che, es el tren subterráneo", yo no sabía que en la capital Bonarense había metro. Entonces le dije: ¿Y cómo lo cojo? Me miró, me midió de arriba abajo y en medio de una sonrisita socarrona me dijo: "Ves ese hueco?" estábamos al frente de una de las bocas de la entrada al Subte, "métete por ahí y cójelo si puedes". Yo no sabía que en la Argentina, coger, es el sinónimo pornográfico de hacer el amor. Cuando lo supe, no pude por menos que reírme. A propósito. Con un amigo, en un café de la Calle Florida, nos tomábamos un copet í n , cuando tres mesas más allá, una turista antioqueña, de voz altisonante que torturaba a más de un tímpano, relataba a sus contertulios el tamaño susto que se llevó una tarde, cuando de pie, al borde de un abismo contemplaba un bello atardecer, y cuando menos lo esperaba, de pronto su novio la cogió por detrás. . . La unánime carcajada, la dejó muda. Pero es bien difícil sustituir o suprimir las palabras que usamos diariamente. Un mes después de mi famosa cogida del subte, en la noche de mi llegada, comentaba en el comedor del Instituto de Cirugía Haedo, en donde tuve el honor de ser becario por un mes, un caso de difícil venipunción. Habían fracasado varios colegas y el último en turno, se volvió hacia m í , y me entregó la aguja. Relato Estaba de suerte, porque sin mucho t i t u beo, Io logré. Cuando refería la pequeña hazaña a mis colegas argentinos y dije: "y estuve tan afortunado que rápidamente la c o g í " . . . Qué sutileza.. . fué el comentario jocoso de alguno de los que me escuchaban. Pero volvamos a la seriedad. Agarré el subte, me bajé en Facultad y al salir del hueco, me topé de frente con la Escuela de Medicina. Entré, subí escaleras, indagué, y por f i n el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Médicas, donde a la sazón finalizaba la ú l t i ma conferencia del día. Grandes aplausos. A poca distancia mía entre los que aplaudían, se irguieron dos brazos, en amplio paréntesis triunfal que me invitaban a recibir su efusiva bienvenida y confundidos los dos, en éste, uno de los abrazos rompehuesos más emotivos de toda mi vida, encontré la solución al inquietante enigma que tanto me había intrigado. Era María Rosa Roig, una antigua discípula del año 48 en el San José, quien se marchó a la Argentina y allá fue alumna del Dr. Juan Armando Nesi y a través de él, conoció a Nunziata y por eso el Secretario del Congreso invitó a Juan Marín. María Rosa, mi encantadora exalumna en su tronco-móvil, llevó regocijadamente el binomio Marín-valija al Alvear Palace Hotel. Bien a mi altura. Esa noche, en el hotel se festejaba una boda. Qué mujeres más bellas, qué elegancia de trajes, qué ambiente más perfumadamente distinguido. En su alargada mesa, el Cocinero Mayor, con su mostacho Daliniano y su gorro gigantesco, preparaba el postre final del agasajo. Era todo un espectáculo sus acompasados movimientos con cucharones y palas, la manera comedida como sus acólitos se acerca- ban reverentes, y le ofrecían en pulidas fuentes de plata los variados ingredientes, el delicado t u f o que llegaba hasta nosotros y por ú l t i m o , la explosiva llamarada azul verdosa al incendiarse el Vestido de Gracia del espirituoso brandy, como toque final, sobre el plum-pudín. Yo no era del cortejo, pero fue tal el arrobamiento por todo lo que estaba contemplando, que el mesero, en algún momento me dijo: "le gusta el espectáculo? Le agradaría saborear? Claro, y me trajo una apetitosa porción. Gracias Che. Todavía mis papilas gustativas me provocan abundante saliva con solo el recordarlo. El viernes muy temprano, en la mañana, el colectivo del Congreso nos llevó al Hospital Rawson, cuyo Jefe de Anestesia era el Dr. Nesi. Nueve años más tarde, tendría yo el placer de recibirlo en Venezuela, contratado por el Hospital Universitario de Caracas, en donde fuimos colegas de profesoado, durante 16 años. En el Rawson, el Profesor Edward B. T u o h y , una de las estrellas de USA, nos hizo demostraciones con la aguja de bisel direccional, de su invención para la fácil introducción del catéter al espacio subaracnoideo. Estábamos en la etapa de la cirugía vesicular y gástrica con raquianestesia continua con catéter. En Bogotá, estábamos un paso atrás en cuanto a la técnica de la raqui continua, pues la hacíamos con agua metálica, con todas las incomodidades, e inseguridades inherentes. Punción en decúbito lateral, inserción de la aguja, cambio de posición del paciente a decúbito dorsal, cuidando que el pabellón de la aguja encajara en un boquete que tenía la colchoneta, a nivel de la región lumbar del paciente, etc., etc. 303 Marín, J. Ese día operaba el Dr. Ricardo Finochietto, inventordel retractor costal más aceptado en cirugía toráxica. Estupendo cirujano, científico de gran renombre pero, cuando operaba se transmutaba en el más ordinario de todos los carreros pues putiaba por todo, a todas, y a todos, inclusive a los visitantes. No lo resistí. En la sesión de la tarde conocí y escuché al Dr. Harold Randall Griffith, Jefe de Anestesia en el Queen Elizabeth Hospital de Montreal, por espacio de 35 años. En 1942 utilizó por primera vez el curare en la práctica clínica de la anestesia para obtener relajación muscular. Su conferencia versaba precisamente sobre curare. El Profesor Griffith en el año 1955, fué nombrado Primer Presidente de la Federación Mundial de anestesiología, en Scheveningen, Holanda. Otro trabajo importante, el de los Drs. Gregorio Arañes y Bliske Castellanos intitulado: Breves consideraciones sobre anestesia con Pentothal sódico y procaina. Fué para mi una revelación. Cuando yo hacía una anestesia infiltrativa, antes de cada jeringada de novocaína, aspiraba, para estar seguro de no inyectar ni siquiera una mínima de droga en el torrente circulatorio, por temor a la intoxicación aguda, a las convulsiones tetaniformes, y a la posible muerte. Los doctores Aranés y Castellanos llegaron a inyectar a un paciente hasta 19 gr. de novocaína, en el lapso de una hora, sin ninguna complicación desagradable. Con la presentación del Panifonoscopio, cerré el programa científico. Como cloroformista de niños en el Hospital de la Misericordia, durante 13 años ausculté ininterrumpidamente el corazón de mis pequeños pacientes. 304 Así pude evitar más de una asistolia y supe con certeza que el paro cardíaco no es súbito, sino que está bien auto-programado y es previsible por el anestesiólogo, siempre y cuando de continuo esté en sintonía con el lenguaje cardíaco de su anestesia. No controlaba tensión arterial, por falta de un brazalete neumático infantil. Cuando en el año 45 llegué al Hospital de San José, prediqué y acostumbré a mis alumnos al monitoreo auditivo cardíaco permanente. Además, era de rigor la tensión arterial cada 5 minutos. Este doble monitoreo era incómodo por tener que usar dos fonendoscopios. En 1947 inventé una llave de paso de tres vías y con ella fabriqué el Panfonoscopio. Relato Consta de la llave de paso, conectada a un cabezal y a tres fonendoscopios: uno cardíaco, el otro para tensión arterial y el tercero para fijarlo a la cara externa del cartílago t i roides, para oír, estudiar e interpretar el lenguaje glótico durante la anestesia. En ese entonces no sabía intubar. Solo en octubre de 1948 el Profesor V o l p i t t o , Maestro sin egoísmos pequeños, nos enseñó a manejar el curare, a intubar y a secar despiertos del quirófano a los pacientes. Terminada mi exposición, alguno de los ches comentó a sus vecinos: Pero Che, lo que Marín debe oír por su panfonoscopio, es una orquesta. Finalizado el programa científico, el Dr. Benajmín Bandera, de Méjico pidió la palabra. Se fué al negatoscopio, colocó el dibujo coloreado, al rojo vivo de la Cruz de Santiago y habló del dolor espiritual que atormentó a la Humanidad, hasta cuando el gran amor de Cristo la redimió, al morir crucificado. Luego nos recordó a William Thomas Green Morton y cómo después de su primera eterización científica en el Mass General Hospital de Boston, en Octubre de 1846, redimió a la Humanidad del dolor somáticoquirúrgico. Algo que hasta ese momento, se consideraba como una quimera inalcanzable. Tras breves comentarios del Presidente del Congreso, el Dr. Federico J. Wright, sometió el proyecto Bandera a votación. Pedí la palabra. Se concede la palabra al Honorable Representante de. .. No sabía mi nombre y menos mi procedencia. No importa de donde sea. Necesito la palabra. Concedida. Mis primeras alumnas del año 47, recibieron la noche de su graduación el emblema que yo había creado para ellas. Es curioso que conmigo, no sé porqué, se fué el dibujo original, y no supe porqué ese día me acompañó al Congreso. Ahora si sé porqué, tenía que enfrentarse al de Bandera y permitirme exponer su significado, que aún no era completo, le faltaba el lema, que sólo apareció 3 años más tarde. Después de los aplausos de rigor, se abrió la votación, ahora para escoger. Quedamos empatados. Segunda vuelta, nuevo empate. Pedí la palabra. Yo creo Sr. Presidente que debemos ser cumplidos caballeros. Me parece que si aplazamos la decisión para el próximo Congreso, daremos la oportunidad a más de un artista anestesiólogo para crear su propio emblema y así, en Sao Paulo, el certamen será más nutrido y el triunfo más Latinoamericanamente justo y seguro. Aprobada la proposición Marín.