CATÓLICOS: MÁS ALLÁ DE LIBERALES Y CONSERVADORES Eduardo Silva Arévalo, S.J. En algunos medios es frecuente atribuir la etiqueta de conservador a los católicos en general, y de progresistas a quienes tienen un pensamiento liberal, laico, secularizante. El autor reflexiona sobre injusticia de este esterotipo. Se ha convertido casi en un lugar común sostener que las polaridades que antes nos suministraban identidad —vale decir que nos vinculaban o dividían— ya no tienen fuerza entre nosotros y han sido reemplazadas por otras. Así la distinción que dio origen a la Concertación y le suministró el motivo épico de su lucha, democracia-autoritarismo, ya no tendría vigencia, conforme seguimos transitando a la democracia y resulta más difícil ser partidario del régimen militar. También habría perdido vigencia la clásica distinción entre izquierda-derecha, pues la caída del socialismo y el triunfo del capitalismo nos obligan a adoptar el único modelo de desarrollo que nos permite subir al carro de la globalización y lograr el ansiado crecimiento económico. Sin alternativas, la discusión se restringiría al uso de determinados instrumentos, de uno u otro énfasis de política, a cuestiones de matices. Desechadas estas polaridades, Eugenio Tironi1 nos ofrece otra que pueda explicar mejor los nuevos ejes políticos y culturales del país y que denomina “confesional-secular”: por un lado, quienes defienden los valores religiosos (confesionales o conservadores); por otro, las posturas secularizantes (laicos o liberales). Los actuales debates valóricos parecieran dar vigencia a una polaridad que hacen revivir las querellas entre conservadores y liberales que caracterizaron el siglo 19 y comienzos del 20. La disputa entre quienes defienden valores religiosos y aquellos que enarbolan posturas secularizantes, pareciera enteramente superada a favor de los segundos con la llegada de la Ilustración y las propuestas de modernización. Quienes desean el progreso de los pueblos, el paso de la barbarie a la civilización, de lo tradicional a lo moderno, no comprenden cómo siguen vivas, en el umbral del tercer milenio, las fuerzas conservadoras. Sin embargo, tal división entre confesionales y seculares, que se asocia a conservadores y liberales sigue siendo usada para etiquetar fenómenos recientes. De muestra, solo dos botones. Comentando la actuación de Rocco Buttiglione en el parlamento europeo, un artículo de prensa concluye categórico: “No había que ser adivino para darse cuenta de que un personaje como Rocco Buttiglione, católico integrista e intransigente, no podía convivir en armonía con ese sector de Europa que se reconoce en valores progresistas, sean ellos laicos, 1 Eugenio Tironi, La Tercera, 22 de febrero de 2005, 2. luteranos, verdes o socialistas”2. Respecto de la supuesta participación del académico Carlos Peña en los discursos de la candidata Soledad Alvear, otro artículo se sorprende de este vínculo que se establece pese a que las ideas políticas de cada uno son distintas: “él es laico, liberal y de izquierda; ella, católica, más conservadora y de centro”. Este par de estereotipos nos ayuda a fijar nuestra pregunta: ¿existe un pensamiento confesional, en este caso católico, antagónico y contrapuesto a un pensamiento secular, laico y progresista? ¿Es justa esta división que asocia a los valores religiosos a quienes califica de ‘integristas, intransigentes, conservadores y de centro’, y vincula a las posturas secularizantes términos tan disímiles como ‘laicos, luteranos, verdes, socialistas, progresistas, liberales y de izquierda’? Estas etiquetas suelen ser, además, invitaciones a sumarse a un pensamiento progresista en lucha contra un pensamiento católico que se opone a sus empeños y renovadas banderas de emancipación. Una lucha que en nombre de la libertad aboga tanto por la píldora del día después, como por el acceso de la mujer al sacerdocio. Catolicismo social: más allá de conservadores y liberales En nuestros tres ejemplos, Tironi, Buttiglione y Alvear, se identifica sin más catolicismo con pensamiento conservador. ¿Será tan así? ¿No hemos conocido antes y después del Concilio un cristianismo que puede ser calificado de progresista? Bastaría la existencia de un caso que contradiga la vinculación entre lo confesional con sus valores religiosos y lo conservador para demostrar que ella no es esencial, y para negar que “las ideas progresistas” sean patrimonio exclusivo de los llamados secularizados o laicos. Ese caso existió y podemos llamarlo “catolicismo social”. Lo que justamente impide que la Iglesia en el siglo XX siga entrampada en la lucha conservador-liberal es la irrupción de las encíclicas sociales. Lo que altera el escenario y los alineamientos es la ‘cuestión social’. Ser fieles a esta nueva doctrina social de la Iglesia es lo que hace que un grupo de jóvenes del Partido Conservador funde la Falange. De allí en adelante dicho partido no coincidirá con la única posibilidad de ser católico en política. Serán las encíclicas, desde Rerum Novarum, las que alimentarán la reflexión del teólogo Fernando Vives, S.J., la pastoral del obispo Manuel Larraín, la mística social del Padre Hurtado3. Una enseñanza que seguirá siendo enriquecida por el magisterio papal de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Presente también en el Concilio, se convertirá en magisterio episcopal en Medellín y Puebla y en reflexión teológica con la teología de la 2 Pablo Mayorga, El Mercurio, 16 de octubre, 2004, A8. 3 Jorge Costadoat s.j., “Padre Hurtado : Su originalidad espiritual”, Mensaje, Nº 529, junio de 2004. liberación. La cuestión social, la doctrina social de la Iglesia, el catolicismo social: es lo que defenderán los Padres de la Iglesia latinoamericana, verdadero enjambre de gigantes que se dan muy de tarde en tarde en la Iglesia: Manuel Larraín, Helder Cámara, Óscar Romero, Enrique Angelelli, Juan Gerardi, Leonidas Proaño, Samuel Ruiz, Paulo Evaristo Arns, Sergio Méndez Arceo, Antonio Fragoso, Raúl Silva Henríquez, Enrique Alvear, y varias otros pastores, verdaderas catedrales del cristianismo 4 latinoamericano y conciliar . Como todo fenómeno histórico, en los comienzos del catolicismo social chileno confluyen tres factores no exentos de ambigüedad: la “vertiente social cristiana” que inspirada en el magisterio social quiere responder a la “desprotección de los obreros y los pobres”; “las organizaciones obreras que en su gran mayoría asumen posiciones socialistas que la Iglesia condena”; “la estrecha relación entre la Iglesia y el Partido Conservador que se remece como consecuencia de los nuevos desafíos sociales, más allá de las luchas antiliberales que forjaron históricamente su mutuo compromiso”5. El marxismo asustó a muchos y, sin duda, evitar ese peligro que atraía a las masas estuvo en el origen del cristianismo reformista que intenta una tercera vía entre capitalismo y marxismo. El marxismo entusiasmó a otros, entre ellos, a no pocos cristianos que abogaron por un cristianismo revolucionario que pudiera poner fin a los males e injusticias del capitalismo. El episcopado latinoamericano invitó a toda la Iglesia en Medellín a no desoír el grito de la inmensa mayoría del pueblo pobre y a participar en el proceso de transformación del continente. La teología de la liberación, los cristianos por el socialismo, las comunidades eclesiales de base que encarnaron la Iglesia en sectores populares fueron modos de comenzar a dar respuesta a ese llamado. Las diferencias entre los asustados y los entusiasmados quizás solo estaban en la velocidad y radicalidad con la que debían darse los cambios, inevitables en un continente en transformación. El catolicismo plural del Concilio Tras la caída del Muro de Berlín, que acabó tanto con los temores como con los entusiasmos, desperfilado el catolicismo social, sea en su forma reformada (social cristianismo) o en su forma revolucionaria (teología de la liberación), lo que queda es una Iglesia distinta. Católicos que habiendo abandonado el ghetto de la cristiandad se han expuesto a todos los vientos, inmersos en una sociedad plural, sin ya poder cerrar las ventanas que han abierto, que seguirán intentando ponerse al día, aggiornarse, estar 4 Cf. Joseph Comblin, “Los Santos padres de la Iglesia Latinoamericana”, en Esperanca dos Pobres Vive. Coletânea em Homenagem aos 80 Anos, Sao Pablo, 2003. 5 Carlos Gigoux, “La Iglesia Católica y la cuestión social en la primera mitad del siglo XX en Chile”, ponencia presentada en Padre Hurtado en febrero de 2004, 1, por publicar. a la altura de los tiempos, dialogar con el mundo de hoy. Lo que queda es el Concilio. Así nos lo reitera Juan Pablo II en su testamento: “en el umbral del tercer milenio” habiendo recibido la misión de “introducir a la Iglesia en él”, expresa su “gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, del que —junto a la Iglesia entera y todo el episcopado— me siento deudor”. El siglo XX que se cierra —y con él la guerra fría, la amenaza del conflicto nuclear, la experiencia marxista— conforme se abre el siglo XXI, nos legó “las riquezas proporcionadas por este Concilio”, un patrimonio que el Papa desea confiar “a todos aquellos que son y serán llamados a ponerlo en práctica en el futuro”6. Su aplicación podrá ser ingenua o cauta, entusiasta o prudente, pero será. Es la hoja de ruta que posee la barca de Pedro para seguir mar adentro en este nuevo siglo y milenio. Ya no hay refugio, ni vuelta atrás, no hay espacios preservados, partidos católicos, sindicatos católicos, escuelas católicas, diarios, revistas o TV católicas, amistades católicas. Roto el régimen de cristiandad, se es católico sin protección, discerniendo, buscando y hallando la voluntad para cada caso, disintiendo y llegando a compromisos distintos, y viviendo el evangelio de acuerdo a la diversidad de las situaciones y culturas. Karl Rahner sostiene que un asunto de fondo del Concilio es el fin de un único cristianismo, el europeo, y la apertura a una verdadera catolicidad. Si el Vaticano I reforzó el primado, señalando las condiciones de su infalibilidad, el Vaticano II insistió en la colegialidad y en el reconocimiento de las iglesias particulares. Si es cierto que debemos encontrar los modos de representar la unidad, de mantener la comunión, se trata de la unidad de los diversos, de la comunión de los distintos. El catolicismo hoy, como el mundo, es plural. Se es católico de muchas maneras, aparentemente tantas como contextos de inculturación del evangelio existen, tantas como situaciones culturales e iglesias particulares se den: hay un catolicismo europeo y un catolicismo norteamericano, un catolicismo africano y un catolicismo asiático. Nuestro mismo catolicismo latinoamericano es fruto de un mestizaje, de una mezcla o hibridación entre un catolicismo muy particular, el hispano lusitano del siglo XVI que fue impuesto o propuesto a nuestras culturas originarias, que sucesivamente lo rechazaron, recibieron, transformaron, asimilaron, adaptaron o apropiaron. De esa mezcla surge un catolicismo conservador en las elites y un catolicismo popular en la base, y de ambos surge un catolicismo que se renueva en la versión reformada-moderna o en la revolucionaria-liberadora7. 6 Testamento espiritual de Juan Pablo II, 17 marzo 2000. 7 Los cuatro tipos son descritos por Pedro Trigo en los años inmediatamente posteriores al Concilio. Hoy 35 años después nos ofrece una nueva tipología que distingue ocho tipos de catolicismo. Cf. Pedro Trigo, “Fenomenología de las formas religiones ambientales en América Latina”, en V.Durand, J.C.Scannone, E. Silva (comp.), Problemas de filosofía de la religión desde América Latina. De la experiencia a la reflexión, Siglo del Hombre, Bogotá, 2004, 37-121. ¿Podemos afirmar que se dan tantas versiones del catolicismo como posibilidades humanas? De hecho, observamos católicos liberales y católicos conservadores, católicos de izquierda y católicos de derecha, católicos verdes y católicos rosados, católicos “light” y católicos “verdaderos”. Lo que queda es un catolicismo plural, diversificado, fragmentario que ya no se alinea en una sola posición, pues ha experimentado el gusto por la libertad y sabe que la forma de creer en modernidad es creer en conciencia. Un catolicismo que al verse enfrentado a las propuestas liberales en lo valórico no siempre suscribe la voz de sus pastores, que es descalificada como conservadora. Católicos: más libertad que los liberales y más comunidad que los conservadores. Los católicos son acusados de conservadores por que no suscriben la agenda valórica de los liberales. Sin embargo la cuestión más determinante no está en las cuestiones que ella promueve con el eslogan liberty is choise: libertad de elegir medios anticonceptivos, antianidatorios o abortivos; libertad para tener pareja fuera del matrimonio (civil o religioso), por un tiempo (matrimonio disoluble) o del mismo sexo (matrimonio de homosexuales); libertad para poner fin a la propia vida en determinadas circunstancias, etc. La cuestión ética decisiva está en aquello que tienen que ver con la constitución de los sujetos en el seno de una comunidad histórica. El problema ético mayor tiene que ver con el reconocimiento y los vínculos sociales. No significa que los así llamados “temas valóricos” carezcan de importancia (en ellos se juegan cuestiones fundamentales, como el respeto a la vida, el “reconocimiento” de la persona humana y de la familia), sino que su solución está supeditada a la articulación de lo personal y lo social en el seno de una comunidad. La concepción de libertad del humanismo cristiano permite dicha articulación entre lo personal y lo comunitario y es más radical que el momento de la elección. Se funda en un don recibido creatural y redentor, pues la vida se recibe como regalo y la libertad como llamado que libera para ordenar las elecciones hacia el bien. Que la persona humana se autocomprenda como libre, dotada de razón, capaz de creación y de responsabilidad, es una genuina creación cristiana que proviene de ser hijos de Dios, adoptados en Cristo e inspirados por el Espíritu, siendo responsables delante del juicio del Dios trino. Una libertad así concebida es la de un sujeto que no se constituye a partir de sí mismo sino de otro, que no es una mónada cerrada y autónoma, sino abierto a los demás; no se trata de una independencia autárquica, sino de una interdependencia constitutiva que vive de los vínculos sociales y de lazos que parten como dados y llegan a ser libremente asumidos. El cristianismo afirma que la libertad se constituye a partir de otro, de otros y de Otro, y que por ello se transforma en amor y amistad, justicia y búsqueda del bien común, en solidaridad compasiva y en fraternidad de los hermanos de un mismo Padre8. En las mejores versiones del pensamiento moderno libertad y fraternidad se encuentran articuladas; en el liberalismo y el marxismo el imperio respectivo del individualismo y del colectivismo desequilibran la relación. Hoy tras la caída del marxismo y la imposición de un único modelo de desarrollo, lo decisivo está en el rol que se concede al mercado en la constitución de nuestras sociedades. Nadie discute su competencia como asignador de recursos, pero sí su capacidad para reconocer personas. Su protagonismo es tal que ocupa los espacios que le corresponden a otras instituciones en la construcción social de la realidad. Frente a su eficacia palidece el rol del Estado, de las iglesias, de las naciones y los pueblos, de los partidos políticos, de las comunidades, de la sociedad civil, de las organizaciones globales o locales, incluso el de las familias. Institucionalizar estos otros espacios, concederles poder, legislar para garantizar sus posibilidades es una tarea pendiente9. Chile ha sido un caso paradigmático de aplicación exitosa del modelo. La revolución económica que la dictadura impuso ha sido eficientemente administrada y mejorada por los gobiernos de la Concertación. Es discutible sostener que no habrían grandes diferencias entre Eyzaguirre y Büchi en el Ministerio de Hacienda. Pero sí es claro que en esta materia el triunfo fue de la derecha: la mayoría de los socialistas debieron renovarse y la Democracia Cristiana se quedó sin camino propio. Los partidos de la Concertación de centro izquierda ya han hecho los duelos respectivos y se han olvidado de ‘la revolución en libertad’ y de ‘la vía chilena al socialismo’. Una propuesta de otro modelo de desarrollo, de rechazo a los tratados de libre comercio, de que “otro mundo es posible” —que suscita mucho apoyo en el resto de América Latina— en Chile se reduce a la izquierda extraparlamentaria. Lo paradójico del asunto es que gracias al liberalismo hoy las banderas de la libertad económica, del mercado, del libre comercio y la globalización estarían siendo mejor enarboladas por la izquierda. Según David Gallagher10 el progresismo europeo así lo estaría demostrando y por el contrario a menudo la derecha puede significar paternalismo corporativista, proteccionismo y nacionalismo. La tensión podemos encontrarla también en la izquierda chilena, entre los liberales de Expansiva y los socialistas históricos y por supuesto en la DC entre los tecnócratas y quienes añoran “la justicia social, el socialismo comunitario y la redención proletaria” de la nostálgica marcha de la patria joven. 8 Cf. Raúl González, “Variables en el discernimiento histórico”, ITER No 33 (2004) 10-11. 9 Abogar por mas poder para todos es una de las tesis centrales del ultimo informe del PNUD, 2004: El poder: ¿para qué y para quién? 10 Cf. D. Gallagher, ¿Hacia un socialismo liberal?, El Mercurio, 15 de abril de 2005, A3. Si el mercado es bandera de liberales quienes manifiestan preocupaciones por las consecuencias que este tiene sobre los problemas de pobreza y equidad parece que deben ser calificados de conservadores. La cuestión social que pareció ser preocupación de los sectores mas progresistas y de izquierda hoy habría cambiado de signo. Pero la preocupación se vuelve todavía más conservadora si lo que se critica a este modelo de desarrollo, como lo hemos estado haciendo, es su incapacidad para construir el bien común y para reconocer sujetos. Los déficits en ese sentido han sido claramente documentados en los sucesivos Informes del PNUD, y particularmente los motivos del diagnosticado malestar, en el de 1998, no parecen haber desaparecido. Es lo que explica que de tiempo en tiempo se reedite la larga disputa entre autocomplacientes y autoflagelantes. Creemos que en ese debate no se trata de diferencias de énfasis, de matices, de meras discrepancias respecto de cuales instrumentos son los más adecuados frente a los ciclos económicos11. Pensamos que un espacio ilimitado al mercado contribuye a ahondar nuestro mayor problema: la disolución de las identidades colectivas en sociedades sin atributo. Ello sucede cuando se cree que el desarrollo del país coincide con el crecimiento económico, cuando se estima que el fortalecimiento de las instituciones, la regulación que las protege, las restricciones y el marco institucional son atentatorios contra el funcionamiento de un mercado perfecto. La mercantilización de las relaciones sociales va de la mano de los fenómenos de creciente despolitización e individualismo. El mercado que no reconoce sujetos sino solo poder de compra, exitoso en la asignación de recursos, no contribuye y a menudo dificulta la creación de vínculos, no ayuda, ni favorece la pertenencia social o comunitaria. “La revolución neoliberal es precedida y se da dentro de un caldo cultural propio, que se caracteriza como afirmaba P. Bordieu, por la sistemática ruptura de los lazos sociales”12. Si estamos pasando “de un modelo cultural que fundamenta el sentido en la Sociedad a otro que lo fundamenta en el Individuo13” reequilibrar es nuestro desafío. El consenso en torno a una democracia liberal y una economía de mercado abierta, no basta para constituir sujetos que se reconocen mutuamente ni para construir una comunidad histórica, política y cultural. El orden liberal individualista que promueve un funcionamiento del mercado con el mínimo de restricciones, 11 Es la postura minimizadora de toda diferencia entre liberales y socialistas que sostiene José Joaquín Brunner en una reciente entrevista. La izquierda chilena sería una socialdemocracia moderna (como la del PSOE, de Olivo, de Tony Blair) “que pone un fuerte acento en el ámbito de lo liberal tanto en el manejo económico como en la comprensión de los fenómenos del mercado o en la inserción del país en la globalización” (La Tercera. Reportajes, 10 de abril 2005, 10-11). 12 Ignacio Neutzling, S.J., “América Latina después de la revolución neoliberal. Desafíos para la Compañía de Jesús. Algunas notas” (São Leopoldo, julio 2002), en pag. webb Cpal, www.cpalsj.org. 13 Cf. Guy Bajjoit, Todo cambia. Análisis sociológico social y cultural en las sociedades contemporáneas, LOM, Santiago, 2003. no sirve para determinar el bien común y los rasgos de una vida buena, para generar tejidos sociales, identidades colectivas, pertenencias y vínculos comunitarios14. Son estos los déficits que experimenta la sociedad chilena, diagnosticados magistralmente por Eugenio Tironi en su último libro: “Después de la ruptura con el orden económico burocrático que dio origen a la economía de mercado en los ochenta, y de la ruptura con el orden autoritario de la cual nació la democracia actual, en los años recientes se ha producido una tercera ruptura, que afecta al orden cultural conservador y un sistema de gobierno (…) eminentemente oligárquico”. Después de estas tres rupturas, de estas tres revoluciones de la libertad en lo económico, lo político y lo cultural, postula que viene una cuarta ruptura: el resurgimiento de lo comunitario y la revaloración de la familia y la nación. “Esta no va dirigida contra la modernización, el mercado o la individuación, pero sí contra un orden individualista-mercantilista que socava los valores, certidumbres y sueños en los que se funda la vida en común”15. Con todo, el análisis de Tironi debe ser completado con dos afirmaciones. La primera es la desproporción entre las tres rupturas, pues hay un gran desequilibrio entre la revolución liberal económica que ha transformado el país y el camino todavía inacabado de transición a la democracia que todavía no logra una Constitución que todos reconozcamos como válida y un sistema electoral que permita una representación proporcional. Mas aún es la desproporción entre estas y los primeros e incipientes pasos que estamos dando para acabar con el orden oligárquico y clasista que nos rige. La segunda es que no son posibles los vínculos, ni la creación de comunidad, ni la pertenencia a identidades colectivas si no se modifica un modelo de desarrollo que acentúa por todas partes el individualismo de la autorrealización. La demanda por comunidad no se satisfará sin modificar una ideología, un orden y un modelo que no ofrece seguridad, ni protección, ni refugio, que disuelve los vínculos, que desconoce las identidades colectivas y que sostiene que cada individuo lucha en solitario o a lo más formando parte de alguna tribu de turno. Independientemente de las etiquetas que hoy están de moda, creemos que la preocupación del catolicismo por la cuestión social y por los vínculos comunitarios no merecen el calificativo de conservadoras. En ambos casos el asunto central es la libertad: liberar la libertad de quienes ven conculcados sus derechos; enraizar la libertad a los vínculos que la hacen posible. Desde este horizonte, la preocupación liberal por que en los temas valóricos el individuo pueda elegir y por que en la sociedad el mercado pueda funcionar, puede ser acogida por los católicos de un modo que 14 Cf. Sergio Micco y Eduardo Saffirio, “Comunitarios: ni liberales ni conservadores”, en Política & Espíritu. Revista de pensamiento humanista cristiano, Santiago, 2005, 33-37. 15 Eugenio Tironi con la colaboración de Tomás Ariztía y Francesca Faverio, El sueño chileno. Comunidad, familia y nación en el Bicentenario, Aguilar, Santiago, 2005, 26. quizás beneficie a los mismos liberales.