SUCEDIÓ EN ESTA COMARCA Aquel día llovía plácidamente. Fabián, mozo heredero, iba en la mula “Moreta”, de reluciente piel zahína. Iba pasando por un valle de campos color esmeralda y pensó: “El agua que verde es”. En el confín, reptando los montes color tizón, se veían pueblos de color ceniza, puestos cerca de las nubes. Fabián procedía de una villa situada al otro costado de la sierra. Por el firmamento pasaron unas grajas, que emitían silbos épicos, evocadores. Fabián dijo: “Buen signo de llover”. Iba a conocer a una mesacha de la aldea de Grasa, a ver si se apalabraba en matrimonio con ella. Como era bien dispuesto, con buen patrimonio, y con el don de la palabra se había evitado los servicios del atrazador (casamentero). En la romería de San Úrbez de Nocito le habían dicho que en Grasa había una moza llamada Jimena que para la casa era una estraleta de mano, (cabal, laboriosa y buena administradora), la más hacendosa y ahorradora del contorno de la Sierra de Guara y por eso la buscaban los herederos de todos esos pueblos como lobos. Casa Alcay donde vivía la moza estaba un poco aislada de las demás, aunque todas tenían un trecho de campos entre sí que las mantenía separadas. La casa era de piedra color plomo, sobre la que contrastaban los halos de cal que rodeaban las ventanas y la puerta de ingreso. Toda la aldea tenía un aspecto enmohecido. Fabián, en un rapto de sentimiento, pensó ”será guapa la moza, además de ahorradora?; la moza núbil y su madre, mientras esperaban a que llegara el heredero cortejador, urdían unas estratagemas para encandilar la voluntad del heredero. Llegó Fabián y el padre de la moza llevó la mula a los establos. El mozo venía aterido por la lluvia y se sentó en el canto del fuego, que chascaba litúrgico. Fabián reconfortado oyó que acudían la madre y la hija, aureoladas de misterio. Sus pasos, pudorosos, sonaban a zuecos sobre las baldosas de barro cocido. La madre y la hija, recatadas saludaron al heredero pretendiente, que estaba con el amo de la casa en la cadiera. Jimena, pudorosa y bien mandada, dijo a su madre: “Madre ¿qué le hago al convidado?” Y la madre le contestó: Fele un güego frito”. Tras el silencio cómplice y una mirada de asentimiento la hija dijo con tono enfático: “¿Pero entero?” Y la madre simulando desprendimiento, concluyó “Si hija, que en tiempo de bodas todo va a rayas”. En la sociedad tradicional montañesa, de economía autárquica, pues por un común se trabajaba para sobrevivir con cierta dignidad, las cualidades personales más altas eran la de la laboriosidad y el ahorro. MAC