La muerte de Allende - El Chileno

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“La muerte de Allende”
Rogelio de la Fuente en su artículo sobre la muerte de Allende insiste en darle un carácter
testimonial absoluto a „los testigos“ que poco menos que vieron como el Presidente Allende se
suicidaba.
Los hechos, ratificados por testimonios distintos; separados en el tiempo, arrojan demasiadas
dudas sobre los „testigos“ presenciales del „suicidio“ de Allende como para pasar la hoja y
dejar todo como estaba, como lo fijaron y dejaron los que hoy mandan en Chile y sus
amanuenses que gobernaron en su nombre por 20 años.
El tema, en el fondo, no es si Allende se suicidó materialmente o no.
Bien se puede calificar -desde una esquina reaccionaria – la decisión del Presidente de
arrinconarse en una verdadera ratonera como era La Moneda y combatir la subversión desde
allí, sin buscar otras alternativas, como una decisión errónea, militarmente, por lo tanto bien se
puede -repetimos- calificar de „suicidio“ la sola presencia de Allende en sus oficinas del palacio
presidencial.
Sin embargo, en este tema no se trata de eso. Es fácil deshacerse de la molestia que causa
Allende y su muerte en el palacio en llamas por la vía de calificar de „suicidio“ su actitud. Y lo
mas importante: esa calificación sirve para soslayar, oscurecer el hecho grande, el histórico: el
magnicidio cometido por los golpistas al atacar con cohetes La Moneda y asesinar a los que
defendían el palacio.
El „suicidio“ sirve también para acercarse a lo que querían los golpistas: que Allende
renunciara, asumiera lo que ellos querían mostrar (y de hecho han insistido en ello desde el
mismo día del golpe), „Allende y la Unidad Popular fracasaron“.
Con ello querían esconder la verdad: la Unidad Popular y Salvador Allende no fracasaron;
fueron derrotados.
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“La muerte de Allende”
Chile fue derrotado en un intento histórico de independizarse, en la búsqueda de un camino
que nos habría llevado a tener lo que hoy dicen que tenemos, pero nunca hemos tenido: un
país soberano, libre de tomar las decisiones que mejor le convengan a sus ciudadanos; un país
democrático en el que los mandatarios habrían estado al servicio del pueblo y no de un clan de
oligarcas; secretarios a sueldo y extranjeros, como es hoy.
La muerte heroica de Allende en La Moneda si puede ser calificada de suicidio como lo puede
ser el sacrificio de Prat en Iquique o la decisión suicida de O`Higgins en el sitio de Rancagua,
pero Chile sabe que no fue así, que el sacrificio de Allende fue una consecuencia de su vida y
su discurso: “me tendrán que sacar muerto de la sede de Gobierno”.
Esa coherencia entre los actos y los dichos sólo es propia de los grandes.
Insistir en la tesis del suicidio es querer arreglar su propia conveniencia, acomodarse con lo
que hay; es aceptar la derrota y calificarla de definitiva. Es matar los sueños de Chile.
La desesperación que obliga a algunos a usar una retórica retorcida para probar lo improbable,
para cubrir todas las dudas, interrogantes, testimonios contradictorios; dichos mentirosos;
intenciones de asesinato como las manifestadas por Pinochet en las grabaciones de
conocimiento público; todos los detalles contradictorios que cubren lo acontecido el martes 11
de septiembre de 1973 en La Moneda, todo ello, no es mas que un intento desesperado para
tapar el sol con un dedo: Allende cayó defendiendo con las armas en la mano la democracia
chilena, la lucha por transformar a Chile en un país independiente y soberano, capaz de darse
la forma de gobierno coherente con sus intereses.
Dicen que los esclavos le tienen terror a la libertad y que muchos de ellos cuando fueron
liberados rogaron que no los liberaran.
Insistir majaderamente en que Allende “se suicidó” es lo mismo que insistir en que “renunció” o
que “fracasó”, ambas ideas convenientes y deseadas por los ladrones que se tomaron el poder
y que siguen robando hoy en Chile. Es estar de parte de los criminales; es sumarse a ellos, a
sus mentiras y a toda su parafernalia de prostitutas del imperio.
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No afirmo que la tesis del suicidio no es verdadera, sólo que no se sabe como murió Allende en
La Moneda. Debe haber alguien o hubo alguien que si lo sabe y nunca se atrevió a decirlo
(somos tan pusilánimes en Chile) y mientras no haya una investigación seria, exhaustiva,
completa no sabremos como cayó el Presidente. Mientras, insistir en aceptar la cacareada
versión del suicidio es sumarse a los golpistas y ser moralmente igual que ellos: mentirosos,
fanáticos y criminales.
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