M. PARRIZAS * * * En mi despacho particular, a la hora de consulta

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M. PARRIZAS
* * *
En mi despacho particular, a la hora de consulta, se me
anuncia un compañero. Se trataba de un señor que, entre otras
cosas, había publicado un folleto en el que enumeraba las en­
fermedades que decía haber tratado en su consultorio en un
semestre; véase la muestra: albuminurria, afonía, ronquera,
palidez, glándulas, inflamaciones, catarro, tos, ensueño, bilis,
ceños, orina, período, ombligo, emorroides, cojera, hinchazo­
nes, sudor, etc., etc. Creo que basta con esta muestra para
hacer la presentación del protagonista, y vamos al caso:
Como siempre que un compañero me honra con su visita
le recibo muy gustoso y me pongo a su disposición, al anun­
ciarme que había un médico, me apresuré a recibirle. Entra
y con cara feroche me dice:
— Vengo a que arreglemos la cuestión, sea como sea.
— Usted dirá de qué se trata.
— Se trata de la patente que me ha impuesto el Colegio.
— Es asunto que no me incumbe, ni al Colegio ya ahora,,
puesto que hace meses se celebró la Junta de agravios.
— Acabo de decirle que vengo a arreglarlo sea como sea
y estoy dispuesto a aumentar los pupilos del Colegio de Huér­
fanos de Médicos.
— ¿Piensa suicidarse, señor? Sería una gran pérdida para
la ciencia.
Comprendió que no me intimidaba y cambió de disco cuan­
do le dije que a la más encubierta amenaza le pondría en la
puerta de la calle.
K ★★
Estando una tarde en mi despacho de la Secretaría, entra
el Conserje y me dice que hay unos señores que desean verme,
— Que pasen.
Entran hasta una docena de individuos, capitaneados por
una mujer, y toman asiento en círculo alrededor de mi mesa.
Microcéfalos unos, con oxiccfalia otros y todos con expre­
sión de iluminados, me di cuenta en el acto de que se trataba
de una colección de anormales sugestionados por una enferma
de la mente.
Toma la palabra la directora y me dice que ella es la in­
ventora de la reacción del cuerpo humano; que “ la muerte es
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