54 M. PARRIZAS * * * En mi despacho particular, a la hora de consulta, se me anuncia un compañero. Se trataba de un señor que, entre otras cosas, había publicado un folleto en el que enumeraba las en­ fermedades que decía haber tratado en su consultorio en un semestre; véase la muestra: albuminurria, afonía, ronquera, palidez, glándulas, inflamaciones, catarro, tos, ensueño, bilis, ceños, orina, período, ombligo, emorroides, cojera, hinchazo­ nes, sudor, etc., etc. Creo que basta con esta muestra para hacer la presentación del protagonista, y vamos al caso: Como siempre que un compañero me honra con su visita le recibo muy gustoso y me pongo a su disposición, al anun­ ciarme que había un médico, me apresuré a recibirle. Entra y con cara feroche me dice: — Vengo a que arreglemos la cuestión, sea como sea. — Usted dirá de qué se trata. — Se trata de la patente que me ha impuesto el Colegio. — Es asunto que no me incumbe, ni al Colegio ya ahora,, puesto que hace meses se celebró la Junta de agravios. — Acabo de decirle que vengo a arreglarlo sea como sea y estoy dispuesto a aumentar los pupilos del Colegio de Huér­ fanos de Médicos. — ¿Piensa suicidarse, señor? Sería una gran pérdida para la ciencia. Comprendió que no me intimidaba y cambió de disco cuan­ do le dije que a la más encubierta amenaza le pondría en la puerta de la calle. K ★★ Estando una tarde en mi despacho de la Secretaría, entra el Conserje y me dice que hay unos señores que desean verme, — Que pasen. Entran hasta una docena de individuos, capitaneados por una mujer, y toman asiento en círculo alrededor de mi mesa. Microcéfalos unos, con oxiccfalia otros y todos con expre­ sión de iluminados, me di cuenta en el acto de que se trataba de una colección de anormales sugestionados por una enferma de la mente. Toma la palabra la directora y me dice que ella es la in­ ventora de la reacción del cuerpo humano; que “ la muerte es