EURÍPIDES TRAGEDIAS ALCESTIS • MEDEA LOS HERACLIDAS

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EURÍPIDES
TRAGEDIAS
ALCESTIS • MEDEA
LOS HERACLIDAS • HIPÓLITO
ANDRÓMACA • HÉCUBA
INTRODUCCIÓN GENERAL DE
CARLOS GARCÍA GUAL
INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
ALBERTO MEDINA GONZÁLEZ
Y
JUAN ANTONIO LÓPEZ FÉREZ
BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000
A.
Medina González ha traducido Alcestis. Medea e Hipólito,
y J. A. López Férez, Los Heraclidas, Andrómaca y Hécuba.
Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas
por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, así como su distribución
mediante alquiler o préstamo público sin la autorización
escrita de los titulares del copyright.
Diseño: Brugalla
ISBN 84-249-2465-7. Obra completa.
ISBN 84-249-2466-5. Tomo 1.
Depósito Legal: B. 13520-2000.
Impresión y encuadernación:
CAYFOSA-QUEBECOR, Industria Gráfica
Santa Perpétua de la Mogoda (Barcelona).
Impreso en España — Printed in Spain.
INTRODUCCIÓN GENERAL
Una antigua anécdota griega contaba que Eurípides
nació el mismo día de la victoria sobre los persas en Salamina. En la lucha de los atenienses contra los ejércitos
invasores del bárbaro Jerjes, Esquilo se distinguió como
heroico combatiente, mientras que el joven Sófocles actuó en las danzas y los cantos corales con que se celebró
el triunfo. Este dato nos sirve para señalar la distancia
generacional entre los tres grandes autores trágicos: Esquilo había nacido hacia el 524 a. C., Sófocles hacia el
496, y Eurípides en ese año 480. (La inscripción del
Mármol de Paros nos da como año de nacimiento otra fecha próxima: la del 484; y recuerda que en ese mismo año
Esquilo representó sus primeras tragedias).
Sea una u otra la fecha, nos interesa prestar atención
a la distancia de edad entre los tres autores: Esquilo pertenece todavía a una etapa arcaica, ha vivido la instauración de la democracia en Atenas y ha peleado gloriosamente contra los persas, como recordará su epitafio;
Sófocles es un coetáneo de Pericles (nacido hacia 490) y
de los primeros sofistas. Eurípides, nacido hacia 480, no
ha vivido personalmente el gran conflicto ni la solemne
victoria de los griegos sobre los persas, y se ha educado
en el ambiente ilustrado y en el esplendor de Atenas en la
etapa periclea, y, ya en su madurez, presenciará la crisis
cívica en la Guerra del Peloponeso (429-404). Eurípides
resulta, por otro lado, unos diez años mayor que Sócrates
y que Tucídides, nacidos hacia el 470. Pertenece, por tanto, a la misma generación que el sofista Protágoras (na-
INTRODUCCIÓN GENERAL
cido en Abdera, hacia 482) y que el historiador Heródoto
(nacido en Halicarnaso, en 482), es decir, a la que se ha
llamado «la gran generación», la que tuvo la conciencia
más clara de los avances de la democracia y la ilustración
ateniense. Como veremos, Eurípides parece, sin embargo,
más cercano a Sócrates y Tucídides que a Protágoras y
Heródoto, por sus críticas al pensamiento tradicional, su
desencanto de la política y su mirada un tanto amarga
sobre el imperialismo de Atenas.
Vivió en la época del mayor esplendor político y económico de Atenas, asistió a la construcción del Partenón
y los más hermosos monumentos de la Acrópolis, y compartió con sincero patriotismo el orgullo de los ideales
democráticos. Pero, a diferencia de Sófocles, que fue estratego y tesorero, nunca ocupó cargos de relevancia en la
ciudad, y se mantuvo apartado de la política y el bullicio
callejero. De su vida tenemos pocos datos fiables. Algunos
autores de comedias, como Aristófanes, aludieron en
burlas al oficio de su madre, como una verdulera de la
plaza, pero esos chismorreos son cómicas calumnias. Su
familia era de clase acomodada. Su padre, Mnesarco, era
originario del demo ático de File, y tenía tierras en Salamina. Eurípides se casó dos veces. (De ahí los autores
cómicos sacaron otros motivos de burla, suponiendo que
de sus problemas conyugales venían sus ideas sobre las
mujeres y sus peligros). Tuvo tres hijos: Mnesárquides,
Mnesíloco, y Eurípides el Joven.
Al parecer frecuentaba los círculos intelectuales de
Atenas, y allí escuchó algunas lecciones de Anaxágoras y
Protágoras, entre otros sofistas y filósofos. Una anécdota
relata que fue precisamente en su casa donde el escéptico
Protágoras leyó su Tratado sobre los dioses, un texto escandaloso para los creyentes más ingenuos. Se decía
también que poseía una biblioteca propia, una de las
primeras privadas de la ciudad, y que meditaba y componía sus tragedias en una cueva de Salamina, solitario
XI
frente al mar. Esta imagen del poeta solitario, con sus libros propios (por entonces rollos de papiro), frente a un
paisaje marino y agreste, es sugestivamente romántica.
F. Nietzsche subrayó la afinidad espiritual entre él y Sócrates, como racionalistas y críticos del saber mítico,
aunque muy poco sabemos de su relación personal. (Con
todo, no caben dudas de que Sócrates resulta más optimista que Eurípides en su creencia del poder de la razón
frente a las pasiones).
Presentó sus primeras obras trágicas en el año 455,
cuando Esquilo acababa de morir, Conocemos el nombre
de una de esas primeras piezas: las Pelíades. (Por ese titulo sabemos que se trataba de las hijas de Pelias, que,
engañadas por la maga Medea, dieron sin quererlo muerte a su propio padre). En esa primera ocasión obtuvo el
tercer premio del certamen, es decir, el último.
Por espacio de cincuenta años Eurípides escribió para
la escena dionisíaca. Compitió frecuentemente con Sófocles, y con otros dramaturgos cuyas obras se nos han
perdido. Compuso cerca de cien tragedias, cosechando en
su puesta en escena numerosas desilusiones y unos pocos
éxitos. Ya viejo, aceptó la invitación del rey de Macedonia, Arquelao, para acudir a su corte en Pella. (Como
otros tiranos, gustaba de albergar en su corte a artistas de
prestigio. Allí fueron también el músico Timoteo y el
dramaturgo Agatón, por los mismos años). Y fue allí, en
la nórdica y semibárbara Macedonia, donde Eurípides
murió, en 406, unos meses antes de que concluyera, con
la batalla de Egospótamos, la larga Guerra del Peloponeso. Así se ahorró la noticia triste de la derrota de Atenas.
Al conocer su muerte, Sófocles, el fecundo y anciano
Sófocles, hizo desfilar a sus actores en el teatro ático de
Dioniso vestidos de luto y sin coronas festivas, para rendir homenaje a su gran rival. Como Esquilo — que muno
en Sicilia—, también Eurípides había perecido lejos de su
ciudad, como si con esto quisiera marcar su distanciax
EURIPIDES
XII
EURIPIDES
miento final de ella. Pronto sus compatriotas le echaron
de menos y levantaron en su honor un cenotafio junto a
los l..argos Muros. Y también sobre su muerte circuló una
versión pintoresca, acaso forjada por algún espíritu devoto Y malintencionado. Se contó que, allí en la boscosa
Macedonia, unos perros salvajes y enfurecidos, de la jauría de Arquelao, lo hablan atacado y destrozado. Así se le
fabricó, con una anécdota tópica, una muerte digna de su
carácter irreligioso y crítico, una muerte digna de un
blasfemo o un sacrílego, un final ejemplar tan sangriento
coTt~0 el de Penteo o el de Acteón.
Tras la desaparición de Eurípides, y la muy cercana (en
404) de Sófocles, ya nonagenario, la escena trágica de Atenas se quedó falta de grandes autores. Los volubles e inqu1e~os atenienses lo echaron pronto de menos, y el mejor
testimonio de su nostalgia es la comedia de Aristófanes Las
rano~. En ella se relata el sorprendente viaje del dios del
teatro, Dioniso, al Hades infernal con la intención de rescaa un autor trágico del mundo de los muertos. El dios
mismo se confiesa gran adn-iiz-ador de Eurípides, y cruza la
lag~~ Estigia, entre el croar del coro de las ranas, y penetra en el mundo tenebroso de los muertos para traérselo
comigo a Atenas. Allí tiene lugar la disputa o agón entre
Esqu~ío y Eurípides sobre cuál de los dos ha sido más valioso al pueblo de Atenas como educador. (Y éste será el
criterio decisivo para dirimir la cuestión, un criterio que
revela bien la importancia del autor trágico en la educación
de la polis). La balanza se incina a favor de Esquilo, que
fue, con sus dramas bélicos y su insistencia en la justicia
divina, el educador del pueblo en tiempos heroicos, y será,
al fin, a éste a quien se traiga consigo Dioniso. El dramaturg0 más moderno y más crítico y más psicológico, queda así vencido. Pero, incluso así, la comedia constituye un
curi050 homenaje a la memoria de Eurípides por parte de
Aristófanes, quien tan a menudo se burló y parodió sus
obras más espectaculares.
1
INTRODUCCIÓN GENERAL
XIII
Por otro lado, no deja de ser un rasgo interesante contrastar la popularidad y el atractivo que tuvo tras su
muerte, y a lo largo de los siglos posteriores, frente a los
escasos triunfos que obtuvo en vida. Desde su primera
representación, en 455, hasta la última, que fue póstuma,
en 404, el trágico concursó en las fiestas dionisíacas en
veintitrés ocasiones, y sólo cinco veces, si incluimos esa
última representación póstuma, obtuvo el primer premio.
(Sófocles lo había obtenido más de veinte veces). En el
404 fue su hijo Eurípides, el Joven, quien se encargó de
poner en escena sus últimos dramas (Bacantes, I/igenia en
Áulide, Alcmeón en Corinto). En cada día de teatro se representan tres tragedias y un drama satírico, así que el total de sus obras se elevó al menos a noventa y dos, como
constata algún catálogo antiguo.
En vida, como decíamos, los atenienses le regatearon
sus aplausos, pero apenas desaparecido se convirtió en el
trágico predilecto, y fue para muchos el más profundo intérprete de la existencia, un poeta que unía la fuerza de la
expresión a la visión más lúcida de una humanidad doliente en la que los espectadores reconocían sus propias
angustias e inquietudes. Esa predilección de los griegos
por Eurípides, desde comienzos del siglo iv y en todo el
período helenístico en general, se refleja en la multitud de
citas, alusiones, reposiciones e imitaciones constantes de
sus obras. Y ha influido en el hecho de que conservemos
más tragedias de él que de ningún otro autor dramático antiguo. Esta simpatía del público helenístico se debe,
probablemente, al hecho de que Eurípides se anticipó a
las maneras de sentir y pensar de la época postclásica, y
fue un precursor de la nueva concepción del mundo y del
individuo, angustiado y doliente, cuando los valores colectivos de la polis y del saber mítico entraron en una cnsis decisiva. Su patetismo y su sentido de la acción trágica, por otro lado, justifican que Aristóteles lo calificara,
en su Poética, como «el más trágico de los trágicos».
L
INTRODUCCIÓN GENERAL
***
Hemos conservado dieciocho tragedias de Eurípides
(frente a las siete de Esquilo y las siete de Sófocles que
tenemos). Este mayor número se debe a que se ha sumado a una selección de finalidad escolar, realizada en época del emperador Adriano (mediados del siglo u), que
comprendía diez dramas, una serie de ocho más conservados en dos códices medievales (que denominamos con
las siglas L y P). Éstas eran un resto de una edición com-
pleta de las tragedias de Eurípides, ordenadas con criterio alfabético. Los dos códices pues conservan piezas cuyo titulo empezaba por las letras griegas E, H, e L (Se les
añadió, al final, las Bacantes, que también figura en la
elección de las diez tragedias, pero el texto final, en esta
última pieza de la selección, está bastante dañado por un
azar de la transmisión de los manuscritos).
De las dieciocho piezas una, el Reso, es de autoría
muy discutible, y muy discutida. Tal vez fuera obra de algún otro trágico contemporáneo de Eurípides, y, por casualidad, quedó luego agregada a la lista de las suyas. De
todas ellas una sólo, el Cíclope, es un drama satírico. Así
que tenemos, por un lado, las diez tragedias de la selección: Cíclope, Hécuba, Orestes, Fenicias, Hipólito, Medea,
Alcestis, Andrómaca, Troyanas, y Reso. Y de los dos códices vienen Helena, Electra, Heracles, Heraclidas. Suplicantes (en griego Hikétides), Ifigenia en Áulide, Ifigenia entre
los Tau ros, y, ya fuera del orden alfabético, Bacantes.
Conocemos, además, una serie numerosa de fragmentos de Eurípides, que viene de citas hechas por diversos
autores y, sobre todo, de fragmentos encontrados en restos papiráceos en Egipto. Citas y breves textos en papiro
atestiguan el dato ya reseñado de que Eurípides fue el autor dramático más leído en la época helenisticoromana.
De entre las piezas fragmentariamente conocidas por paL
piros merecen destacarse las de Alejandro, Antíope, Cretenses, Erecteo, Faetonte, Hipsípila y Téle fo.
Es interesante observar el orden cronológico de las
piezas conservadas, porque nos ayuda a comprender la
evolución del teatro de Eurípides, evolución que refleja
no sólo un desarrollo estilístico, sino también su propia
evolución espiritual, como pensador y como escritor muy
receptivo en su circunstancia histórica. No es díficil, en
conjunto, establecer ese orden. Debemos comenzar por la
Alcestis, que se puso en escena en 438. (Al respecto de ésta, sabemos que figuró como cuarta pieza del día, es decir, tras otras tres tragedias, en el lugar habitual del drama satírico). Vienen luego Medea, del 431, Hipólito, del
428, Heraclidas, probablemente del 426, Andrómaca y Hécuba, cercanas al 425. Es más díficil precisar las fechas
exactas de Suplicantes, Heracles e Jón, pero deben de situarse en torno al 420. Troyanas es seguramente del 415.
Electra e Ifigenia entre los Tau ros vienen a ser de entre
414 y 412. Helena es del 412. Las últimas tragedias de la
serie son Fenicias, de entre 412 y 409, Orestes, del 408, y,
finalmente, Bacantes e Ifigenia en Áulide, que fueron representadas en el 405, llevadas a escena por su hijo Eurípides el Joven.
Los estudiosos que admiten Reso como obra de Eurípides le asignan una fecha más bien temprana, lo que ayudaría
tal vez a explicar sus diferencias frente a las otras piezas,
que, como hemos señalado, pertenecen a una época bastante
avanzada de su vida. Recordemos que su primera representación fue en 455, y, por tanto, muy poco sabemos de sus
primeros veinte años, ya que la Alcestis es del 438, y Medea, que viene luego, del 431. Todas las demás obras conservadas están compuestas en los años de la Guerra del Peloponeso. (Es decir, en plena madurez del trágico, ya con
más de cincuenta años).
Por otro lado, El Cíclope, que, siendo un drama satírico, se diferencia en su construcción de las obras auténtiXIV
EURIPIDES
1
XV
XVI
EURÍPIDES
camente trágicas, puede seguramente admitirse como
una pieza temprana. Sus notas cómicas nos dan una idea
de las características peculiares del drama satírico en el
período clásico. Este es el único ejemplo que tenemos
conservado por entero de ese breve género. (Un género de
carácter cómico, cuyos rasgos distintivos eran que, situado tras tres tragedias, concluía con su tono cómico la serie de obras representadas en un mismo día, y que tenla
un coro de sátiros). Pero podemos completar nuestra idea
comparando El Cíclope con otros dos dramas satíricos que
conocemos parcialmente por importantes fragmentos,
que son Los rastreadores de Sófocles y Los que arrastran
las redes (o Dictiulcos) de Esquilo. En la comparación
vemos que Eurípides no descollaba por su vis cómica. El
Cíclope escenifica el famoso episodio de la Odisea del encuentro entre Polifemo y Ulises, con el motivo central de
la borrachera del feroz ogro, al que el astuto héroe vence
con ayuda del vino. Junto a Polifemo aparecen aqui los
sátiros, semisalvajes, grotescos, bulliciosos. La recreación
del episodio es más interesante por su singularidad que
por su fuerza dramática o su comicidad.
***
Se suele subrayar en las tragedias de Eurípides la influencia de la sofística o, mejor dicho, de la ilustración
ateniense. Hay, en efecto, en sus dramas numerosas reflexiones y críticas sobre los mitos y creencias tradicionales, en un intento de analizar, con ayuda de la razón,
las situaciones trágicas. Los personajes se enfrentan en
discusiones de principios, acuden a una retórica que nos
recuerda las disputas de la asamblea, se rebelan contra la
tradición y exigen una explicación justa y una actuación
racional. Esa perspectiva racionalista es muy propia de su
teatro, en contraste con el de Esquilo o el de Sófocles. El
empeño en someter a examen los motivos de la acción y
L
INTRODUCCIÓN GENERAL
XVII
el análisis de las pasiones, la crítica de los viejos mitos y
de las creencias tradicionales va unida a una cierta desconfianza en la justicia divina, y a una demanda de moralidad superior exigida a los dioses. La mayor hondura
en la psicología de los personajes nos presenta sobre la
escena unos héroes complejos, más escépticos, más vacilantes, y más próximos al hombre corriente, justamente
por esas angustias ante la acción y el destino. Una famosa
frase antigua decía que «Sófocles presenta a sus perso-
najes tal como deben ser, Eurípides tal como son en realidad». En sus parlamentos y polémicas sobre la escena
percibimos los ecos del desasosiego espiritual y la crisis
moral que inquietaba a Eurípides y a muchos de sus conciudadanos.
Los atenienses, que en un comienzo se escandalizaban de tales reflejos, acabaron luego por reconocerse
en ellos. Es característica de Eurípides esa marcada tendencia a la descripción psicológica y a una exposición
más realista (aunque el teatro trágico no es, por su esencia, ni psicológico ni realista), lo que lleva, en definitiva, a
una crítica del universo mítico, tradicional y arcaico, del
que surgían los argumentos de la tragedia. Esa crítica del
mito, unida a una progresiva humanización de los héroes,
es un rasgo del ilustrado dramaturgo, a quien Nietzsche
llamó «un decadente», acusándolo de ser el destructor de
la sabiduría trágica del repertorio mítico.
Todo se discute en sus dramas y abundan en ellos los
agones o enfrentamientos dialécticos, que a veces parecen
un eco de las antilogías retóricas de los sofistas. (También
se dan en los discursos contrapuestos que intercala en su
obra histórica su contemporáneo Tucídides). Eurípides es
un intelectual — y así lo vio Aristófanes en sus burlas y
parodias—, que busca la verdad a través de discusiones y
reflexiones.
Sus personajes tratan de analizar su situación y decidir su acción a partir de ese examen. Así Medea o Fedra,
XVIII
EURÍPIDES
en sus famosos monólogos, escudriñan su angustiosa situación y deciden su acción después de la reflexión. La
pasión no aniquila la capacidad de razonar y de enfrentar
el destino con una voluntad lúcida, pero las pasiones
pueden influir en la decisión con más fuerza que la mera
razón. Las pasiones arrastran a esos personajes a la catástrofe y la muerte, sea la de uno mismo o la de sus seres
más queridos. La reflexión no garantiza una elección feliz, pues el carácter apasionado impone muchas veces un
final desastroso. Recordemos el monólogo famoso de Medea, en el que ella afirma que su pasión es más fuerte que
su razonamiento. Medea sabe qué terribles daños va a
cometer, y sin embargo no evita sus crímenes. Es dificil
no advertir en esa escena una oposición a la tesis socrática de que el mal procede sólo de la ignorancia. A la idea
optimista de Sócrates sobre el triunfo de la razón, la heroma de Eurípides opone su ejemplo; su lúcido razonamiento no esquiva su dolorosa ruina, no le evita avanzar,
impulsada por su afán de venganza, hacia la destrucción
de lo que más ama.
Es curioso notar que a Eurípides se le han podido aplicar los epítetos opuestos de «racionalista» (A. W. Verrail) e
«irracionalista» (E. R. Dodds). En su afán de someterlo todo a discusión racional podemos percibir un reflejo de la
época de la ilustración sofistica, como ya hemos dicho.
Como discípulo de Anaxágoras y de Protágoras, como casi
coetáneo del escéptico Sócrates, se empeña en la búsqueda
de unos valores morales auténticos, desconfiado de la retórica política, ambigua y engañosa, y de los prejuicios de la
sociedad tradicional. Como si creyera en la razón como el
método más humano para buscar una salida a los conflictos trágicos, pero advirtiendo luego su insuficiencia real y
práctica. Sus personajes reflexionan y buscan, en sus monólogos, una salida para huir de su conflicto, pero ese esfuerzo no les sirve para escapar a un fatal destino, porque
los conflictos trágicos no tienen clara solución.
INTRODUCCIÓN GENERAL
XIX
Obcecados por su misma grandeza trágica, los héroes
de Sófocles avanzaban hacia la catástrofe impulsados por
su propia contextura heroica, por su noble e inflexible carácter, incapaces de doblegarse y ceder ante la adversidad. Los de Eurípides, en cambio, son muy distintos. Se
ven abocados a un conflicto insuperable, que tratan de
vencer aun a costa de su propia entereza. Son humanos,
demasiado humanos, ceden y vacilan, dudan con respecto
a sus decisiones y las imposiciones divinas, censuran a los
mismos dioses, cuyos designios oscuros son dificiles de
interpretar. Encontramos en estos dramas ejemplos de la
crueldad divina, como en Sófocles. Pero mientras el piadoso Sófocles veía en esa enigmática presencia del dolor
un signo de la insondable decisión divina, los personajes
de Eurípides piden cuentas de tales angustias.
A un nivel puramente teatral, se halla a veces una solución mediante la intervención de un dios, un personaje
divino que acude cuando ya todo parece perdido, para
dar una conclusión benévola al drama. Es el llamado deus
ex machina, que se aparece al final de una obra para ofrecer una hábil componenda. (Se le llama deus ex machina
porque el tal dios aparecía introducido por una máquina del teatro, una especie de grúa, que lo traía «volando»
desde el Olimpo para concluir la pieza). La frecuencia
con que Eurípides usa este recurso es una indicación de
cuán a menudo no sabe dar con una solución intrínseca a
la desesperada situación final del conflicto dramático.
Por eso, otros estudiosos han destacado el «irracionalismo» de Eurípides, insistiendo en qué inquieto, complejo y desconfiado en la razón se muestra Eurípides en
algunas obras; tal como sucede en Bacantes, por ejemplo.
Así E. R. Dodds subrayó cómo se esforzaba por reflejar
los aspectos íntimos y oscuros del alma humana, cómo
avanza hacia una nueva religiosidad personal, cómo insinúa una apertura al misterio. Se puede advertir en él, en
efecto, como ha comentado A. J. Festugiére, una nueva
XX
EURÍPIDES
sensibilidad en la aproximación a lo divino, en un anhelo
que tiene su expresión más notable en ciertos cantos corales de las Bacantes, que exaltan una comunión casi mís-
tica con la naturaleza dionisíaca. Lo cierto es que parecen
coexistir en él ambos aspectos: críticas aguzadas contra la
inmoral conducta de los dioses, crueles, volubles, despiadados, y a veces inicuos, y recelos frente al mito y la piedad tradicional, y, en la línea opuesta, un sentir religioso
que se expresa de pronto en versos que parecen reflejar
una profunda y emotiva piedad.
Al escribir, en su Poética, que Eurípides era «el más trágico de los trágicos», Aristóteles se refería al patetismo y la
acción espectacular de sus escenas más logradas. En ese
afán efectista Eurípides parece mas cercano al viejo Esquilo que a Sófocles, que se centra más en la construcción
del carácter de sus héroes y heroínas. Pero Aristóteles hacía
notar también la decadencia que podía percibirse en la
composición de algunos de sus dramas, de escasa tensión
trágica. No sólo por la derivación del drama hacia lo novelesco o el melodrama, bien visible en piezas como Helena o
Ifigenia entre los Tauros, sino por la más débil conformación heroica de los protagonistas. Es significativo también
el menor papel que tiene el coro en muchas de sus obras,
en especial de las más tardías, como en Fenicias o en la Ifigenia en Áulide. Esos estásimos corales, de gran belleza
formal muchas veces, pero de escaso rendimiento dramático, desvinculados de la acción trágica, reflejan la evolución
de la tragedia hacia un drama sin coros. Pero, recordemos
que Eurípides es un autor de extraordinaria complejidad,
y siempre puede sorprendernos. Y así en Bacantes, su última tragedia, deja al coro un papel muy relevante, y ese espléndido coro resulta imprescindible para el desarrollo de la
tragedia. Ahí reelabora el viejo Eurípides un argumento
dionisíaco muy antiguo, ya tratado por Esquilo, pero con
una trama de corte arcaizante, formidable y paradigmática,
tan canónica como la trama del Edipo rey de Sófocles.
INTRODUCCIÓN GENERAL
*
**
XXI
Entre las novedades aportadas por Eurípides acaso la
que más escándalo e irritación suscitó entre sus contemporáneos —y la que luego más moderno lo hace a los ojos
de otros públicos y lectores posteriores — es su interés en
dejar un primer plano escénico a mujeres de inolvidable
fuerza pasional. Con esos personajes femeninos de enorme audacia anímica, apasionados y decididos, sorprendió
a su auditorio y abrió una nueva perspectiva sobre la sociedad. Éste es un rasgo que han destacado todos los historiadores de la literatura antigua. Citaré, al respecto,
unas lineas de Gilbert Murray (en su Historia de la Literatura Griega, escrita hace un siglo):
«Le llamaban el enemigo de las mujeres, y Aristófanes hace que las de Atenas conspiren para vengarse de él
(en su comedia Las mujeres en las tesmoforias). Por supuesto que, en realidad, sucedía todo lo contrario. Amaba, estudiaba y pintaba las mujeres que los socráticos ignoraban y que Pendes aconsejaba conservar en las casas
en silencio. Pero el crimen es mucho más llamativo y
palpable que la virtud. (Al menos en la escena trágica).
Heroínas como Medea, Fedra, Estenebea, Aérope, Clitemnestra, llenan acaso más la imaginación que las figuras angélicas o adorables: como Alcestis, que muere por
salvar a su marido; Evadne y Laodamla, que no quieren
sobrevivir a los suyos, y toda la lista de doncellas m~rtires (como Macaria en Los Heraclidas e Ifigenia en Ifi gema en Áulide). Sin embargo, es un hecho significativo que, al igual que Ibsen, Eurípides rehúsa idealizar al
hombre y, en cambio, idealiza a las mujeres... Y, además,
Eurípides no nos permite tomar aversión a sus mujeres
peores. Nadie puede defender a Medea (que escapa,
victoriosa, sin recibir su castigo); y algunos aman a Fedra, aun cuando ha hecho perder la vida a un hombre
inocente.
EURíPmEs
Hay un paso desde esa defensa de las mujeres a otro
que excitó no poca furia contra Eurípides: su interés por
las cuestiones del sexo femenino en todas sus formas.
Hay obras basadas en asuntos de adulterio, como el Hipólito y la Estenebea, en la cual la heroína obra con Belerofonte como la mujer de Putifar con José. Otra, el Crisipo, condenaba las relaciones entre hombres y jovencitos,
que en la época se consideraban sólo como un pecado
leve, y que Eurípides permitía únicamente a los Cíclopes.
Había otra pieza, el Eolo, que presentaba un problema
del viejo e ingenuo dios del viento, con sus doce hijos y
doce hijas casados entre sí, viviendo en su isla ventosa y
errante. En esta obra, Macario plantea la famosa alegación siguiente: ‘¿Qué cosa es vergonzosa, si el corazón
del hombre no siente verguenza por ello?’.
Pero más importante aún que esos dramas singulares es la constante afición del poeta a presentar sus experimentos respecto a relaciones entre personajes que él
trata de comprender (con nueva visión crítica), especialmente las de las dos clases de personas que la sociedad consideraba de segundo orden: mujeres y esclavos.
No es extraño que el público en general no supiera qué
hacer con él. ¿Pues, cómo tenían que considerar a un
hombre tan severo con los placeres del mundo, y que, sin
embargo, no reflexionaba que muchos de sus héroes
eran bastardos? A la sacerdotisa Auge, cuyo voto de virginidad había sido violado y a quien se había dirigido en
términos de adecuado horror la virgen guerrera Atenea,
la hace contestar blasfemando:
Las armas negras de sangre enrojecidas,
y la desdicha de los que mueren, no son malas para ti.
Con certeza disfrutas con esas cosas. Pero, en cambio,
de una niña desamparada, Auge, te asustas y averguen[zas».
Hasta aquí, el texto de G. Murray. Añadamos alguna
precisión. No me parece que Eurípides idealice a la mujer, lo que sucede es que le concede un primer plano y la
deja hablar para exponer sus penas y sus quejas. Lleva a
.1
INTRODUCCIÓN GENERAL
XXIII
la escena trágica a muchas figuras femeninas, que muestran una grandeza de ánimo y una lucidez superior con
frecuencia a los hombres con que se enfrentan. Ellos
quedan en un plano moral inferior, ya sea cuando como
Admeto han aceptado el sacrificio de AJcestis para salvar
su propia vida (y el sincero dolor posterior no puede borrar esa imagen previa de su mezquindad), ya sea cuando,
como Jasón, traicionan su matrimonio para medrar con
una nueva boda, abandonando a Medea a su desdichado
exilio. Tanto Alcestis como Medea dan pruebas de su
ánimo heroico. Medea, la bárbara y desdichada maga,
que asesina a sus hijos, y lo hace tras proclamar desde la
escena los infortunios comunes de las mujeres en la sociedad griega, debió de causar una fuerte impresión en el
auditorio. Fedra, víctima de la pasión, víctima de una
cruel Afrodita, arrastra a la muerte al casto Hipólito, inocente del crimen; pero, aun así, es una figura de cierta
nobleza. La joven Ifigenia (en Ifigenia en Áulide) acepta el
sacrificio por salvar la expedición de los aqueos, con un
valor ejemplar, mientras que su padre Agamenón y su tío
Menelao, los grandes soberanos, al frente de sus fieros
guerreros, parecen a su lado mezquinos y taimados.
Por otra parte, Eurípides se atreve a presentar en escena las penas de amor, las pasiones de algunas mujeres,
que los mitos narraban de modo distante, pero que sobre
la escena adquieren acentos conmovedores, por su realismo y su hondura psicológica. Hay varios dramas donde
se expresa la fuerza del eros sobre el corazón femenino.
La más clara leyenda de amor mitico quedó plasmada en
la Andrómeda. (Obra que hemos perdido, de cuyo éxito
hay ecos en parodias de Aristófanes y, muy a lo lejos, en
Luciano. Contaba las aventuras de la desdichada y bella
princesa salvada por el raudo Perseo, y era muy espectacular). De desdichas amorosas trataba también en su Protesilao, donde Laodamía, la recién desposada del héroe,
que fue el primer muerto en la guerra de Troya, se hacia
XXII
XXIV
EURíPIDES
fabricar una estatua de su amado esposo, y con ella
duerme hasta ser descubierta y suicidarse. En Fénix, Ftía,
rechazada por el joven Fénix, lo acusa de violación ante
su padre, y éste lo deja ciego. En Estenebea tenemos un
punto de partida semejante: ella, esposa del rey Preto,
acusa a su huésped Belerofontes de acoso sexual, y éste, al
final, tiene que matarla. (Como en el Hipólito, donde Fedra acusa a Hipólito ante Teseo, se repite el esquema del
motivo mítico de Putifar). En Las Cretenses se ponía en
escena la pasión erótica de Pasífae, la esposa de Minos,
hacia el maravilloso toro blanco enviado por Poseidón,
con el que ella se une amorosamente y del que nace el
Minotauro. Minos se propone matar a la adúltera, pero el
dios acude a salvarla.
Otros dramas, perdidos para nosotros, trataban de
mujeres seducidas por un dios o un héroe, cuyo destino, a
consecuencia de esa relación sexual, se volvía trágico para
ellas y sus hijos. Así en la trama de Melanipa, que dio a
luz dos mellizos de sus amores con Poseidón. (A su mito
dedicó dos obras Eurípides: Melanipa la sabia y Melanipa
cautiva). También Álope tuvo un hijo de Poseidón, y sus
peripecias y reconocimiento se contaban en la tragedia de
su nombre: Álope. En Hipsípila los hijos de ésta y Jasón
salvaban a su madre de un grave apuro. En la Dánae se
escenificaban los sufrimientos y angustias de la madre de
Perseo, seducida por Zeus. En Auge, la protagonista, sacerdotisa de Atenea, es violada por Heracles en una fiesta
nocturna. Por otro lado, el llamado «motivo de Putifar»,
es decir, la mujer despechada que-acusa al joven al que
no ha logrado seducir, se reiteraba, como ya dijimos, en
Fedra, en Estenebea, en la también perdida Peleo, etc.
Esas figuras femeninas fueron una novedad en la temática trágica, y en la comedia de Aristófanes, Las ranas
(vv. 1043 y ss.), el viejo Esquilo se lo echa en cara a Eurípides:
j
INTRODUCCIÓN GENERAL
XXV
Esquilo.— Por Zeus, yo no introducía en mis dramas
prostitutas como Fedra o Estenebea, ni puede decir nadie que yo sacara a escena a ninguna mujer enamorada.
Eurípides.— No, por Zeus, en ti no había nada de
Afrodita.
Esquilo.— Ni ojalá nunca lo haya. En cambio sobre
ti y sobre los tuyos se imponía a lo alto y lo ancho, y a ti
en persona, en efecto, te dominó.
Eurípides.— ¿Y qué daño causan, oh infeliz, mis Estenebeas a la ciudad?
Esquilo.— Que has persuadido a mujeres nobles, esposas de hombres nobles, a beber la cicuta, deshonradas
por tus Belerofontes.
Eurípides.— ¿Es que puse en escena una leyenda
inexistente?
Esquilo.— No en verdad, existía. Pero el poeta debe
ocultar lo malo.
También en otros aspectos expresa Eurípides una
postura muy crítica frente a los valores admitidos. Siempre estuvo a favor de la democracia ateniense, y se mostró un patriota ferviente al recordar mitos en los que se
exaltaba el talante hospitalario de Atenas con los refugiados y los suplicantes. Así, por ejemplo, en los Heraclidas,
y en Las Suplicantes, y en dramas perdidos como Teseo,
Erecteo, o Cres fontes. Supo elogiar la grandeza moral del
héroe ático Teseo (por ejemplo, en Heracles) y, por el contrario, presentó como un taimado y ruin, en más de una
ocasión, al rey de Esparta Menelao (como en su Orestes y
en Ifigenia en Áulide).
Fue siempre un partidario fervoroso de la paz entre
los griegos, y, al pasar los años, testigo de los desastres de
la Guerra del Peloponeso, una.y otra vez insiste en el tema de los sufrimientos crueles que ésta produce. No exalta el furor épico de los combates, sino que recuerda los
sufrimientos de los vencidos, y recuerda cómo la guerra
produce la degradación moral de los vencedores. Es el ca-
INTRODUCCIÓN GENERAL
so de las llamadas «tragedias troyanas», como Hécuba y
Las Troyanas. El dramaturgo pone en primer plano a los
que sufren, las víctimas dolorosas, como esas pobres
mujeres, que son ahora el botín de los vencedores después de haber perdido a sus maridos, muertos, y su ciudad, saqueada e incendiada. La guerra exige el sacrificio
absurdo de muchachas inocentes, como Ifigenia o como
Políxena, ofrecida como víctima sobre la tumba de Aquiles. Insensatez es el culto heroico que se expresa en tan
crueles ritos. El destino final de Casandra, Andrómaca,
Hécuba, se escenificaba en Las Troyanas como una terrible acusación de barbarie contra los aqueos victonosos.
(Y la representación de esta tragedia, en el año 415, después de la terrible matanza de la isla de Melos, donde los
atenienses mostraron su aspecto más implacable, pasando a cuchillo a los hombres, y esclavizando a las mujeres,
no pudo ser más oportuna. Justo por entonces los atemenses se embarcaban en otra expedición de conquista,
con una gran flota, hacia Sicilia, en una aventura de final
funesto).
Eurípides desconfía del poder político, y de aquellos
que lo detentan sin someterse a una conciencia moral, sino movidos por los imperativos del imperialismo más
despiadado. A esa luz examina la actuación de algunos
famosos héroes, y nos muestra al taimado Ulises como un
oportunista y un pragmático sin escrúpulos, un tipo calculador preocupado tan sólo del éxito, en Hécuba y en Las
Troyanas (y todavía era peor, traicionero y falso, en Palamedes, otro drama perdido). Ya Sófocles en Filoctetes había dado una imagen poco noble, atento sólo a triunfar a
toda costa, pero Eurípides recarga las tintas. En otros
caudillos famosos destaca la ambición unida a una notable ausencia de principios, como es el caso de Agamenón
en la Ifigenia en Áulide. O de Menelao, personaje muy
turbio, tanto en esta obra como en el Orestes, donde traiciona la lealtad familiar, y desampara a su sobrino, por
cobardía o por provecho propio. A sus héroes les falta
grandeza, y la generosidad moral que, en otros casos,
muestran los jovenes dispuestos al sacrificio por la patria,
como las ya mencionadas Macaria e Ifigenia o Meneceo
en Fenicias.
Otras veces la manera de recrear el mito introduce detalles realistas que desacreditan o enturbian la acción de
los héroes. Así, por ejemplo, en su Electra hace que ésta y
Orestes maten a su madre Clitemnestra, cuando ella acude para ayudar a su hija en un fingido parto. Es decir, es
el afecto de Clitemnestra hacia Electra lo que propicia y
facilita la implacable venganza de sus hijos. En el Orestes, las Furias que persiguen al matricida están en su propia imaginación, y el héroe acosado por las diosas de la
venganza aparece como un enfermo, enloquecido y epiléptico.
Pero las críticas al mito alcanzan también a los grandes dioses. El ilustrado Eurípides les exige un comportamiento digno de la justicia divina. Y esas críticas, como
las de Jenófanes antes, chocan con la conducta mítica de
los dioses, que con los héroes comparten el espacio dramático. Recordemos una vez más que la tragedia no hace
sino recrear escénicamente los mitos. Los dioses se muestran crueles y vengativos — como Afrodita en Hipólito y
Dioniso en Bacantes — y tienen amoríos furtivos de tristes
consecuencias — como Apolo en Ion—. En fin, no están a
la altura moral que la nueva conciencia crítica reclama.
En algunas tragedias los personajes alzan sus duras.
criticas contra ellos o manifiestan su incredulidad. (Y
atacan la creencia en la adivinación a menudo). «Que los
dioses condesciendan a amores ilícitos, que se encadenen
los unos a los otros, eso yo no lo he creído nunca, como
no creeré jamás que un dios pueda someter a otro a su
dominio. Dios, si hay un dios, en verdad está libre de
cualquier defecto, y todo el resto no es más que mentirosas fantasías de los poetas», se dice en el Heracles. «Ni los
XXVI
EURIPIDES
XXVII
XXVIII
EURíPIDES
dioses, que se llaman sabios, son menos engañosos que
los leves sueños. Grande es la confusión que reina en las
cosas divinas y humanas. Sólo me duele que, por hacer
caso a adivinos, perezca quien no carece de cordura», dice Orestes en la Ifigenia entre los Tau ros. Podríamos citar
otras sentencias semejantes.
La crítica sofística había hecho vacilar la fe en los
dioses, y la desconfianza en las creencias religiosas tradicionales se deja sentir en estos personajes de Eurípides,
tan atrapados en su desdicha, tan angustiados por lo extremado de su peripecia. No pueden sentir la antigua piedad en los dioses, han perdido esa confianza en la justicia
divina que impulsa a los de Esquilo, se sienten perdidos
ante los embates de la Fortuna, la T~che, que con sus vaivenes los zarandea y lleva a la destrucción o a un éxito
inesperado. (Que, paradójicamente, puede venir de la
mano de una divinidad aparecida de improviso, en un
milagro de último momento, en forma de un deus ex machina).
Euripides se hace eco de las protestas de algunos filósofos. Esos dioses tan poco ejemplares desde el punto de
vista moral, ¿cómo pueden en verdad ser dioses? Jenófanes y Heráclito habían mostrado que, frente a las figuras
divinas demasiado humanas de los mitos, la razón reclamaba otra divinidad más abstracta y más justa. Son esos
dioses que, según denunciaba Jenófanes, cometen adulterios, roban y se engañan unos a otros, las figuras míticas
que reaparecen en los dramas. ¿Es que los dioses pueden
ser tan inmorales, tan caprichosos, tan crueles, como los
humanos? Este ataque de Eurípides a los relatos miticos,
hecho desde la escena teatral, cobra una especial resonancia. No hay que suponer como opiniones personales
de Eurípides todo cuanto dicen los personajes trágicos;
pero es evidente que esas dudas, quejas y censuras de sus
héroes y heroínas expresan el pensamiento de su autor.
En líneas generales se hacen eco de un modo de pensar
INTRODUCCIÓN GENERAL
XXIX
que iba extendiéndose entre los contemporáneos ilustrados del dramaturgo. Esa visión desencantada y crítica de
los dioses míticos va acorde con la presentación de unos
héroes muy humanizados, impulsados por pasiones y
anhelos muy próximos a los del hombre y la mujer de la
calle, bajados de su noble pedestal arcaico. Y lo uno y lo
otro, la crítica teológica y la psicología realista, amenazan
la solemne prestancia de unos dioses y héroes excesivamente humanos.
La humanización de los héroes acerca sus figuras al
presente de los espectadores. Su alma dolorida y vacilante parece un lugar de lucha tan decisivo para su destino
azaroso como el ámbito externo donde se dan las luchas
sangrientas. Dubitativos, movidos por las pasiones y los
recelos, los protagonistas de sus dramas han perdido la
arcaica solidez de las figuras encumbradas de la leyenda.
Tomemos como ejemplo a Orestes y Electra, tal como
aparecen en las tragedias que llevan su nombre. El hijo de
Agamenón, que, cumpliendo su lastimosa tarea, ya ha dado
muerte a su madre, en el Orestes aparece como un joven
enfermizo y vacilante, perseguido por unas Furias alojadas en su propia imaginación, y ansioso de sobrevivir,
sobrevivir a toda costa. Esta Electra, la antigua princesa,
que aquí está casada con un modesto campesino, está
agriada por el rencor y el odio hacia su madre, la reina
que ha logrado una vida más cumplida según sus deseos.
El conflicto no se presenta aquí como en Esquilo. No se
trata ahora de los dos principios sociales enfrentados. No
importa discutir si es más grave el- asesinato de un esposo
o el de una madre, sino que lo que el drama resalta es la
actitud psicológica de madre e hija, enfrentadas en una
amarga discusión, y la de los dos hermanos planeando su
despiadada vendetta.
Para destacar el lado más humano del crimen, Eurípides nos presenta aquí una Clitemnestra muy distinta de
la esquilea. No es la reina feroz, ambiciosa y varonil, que
XXX
EURIPIDES
ha usurpado el trono con una audacia leonina, sino una
madre que siente remordimientos por su pasado y acude a mostrar su afecto por sus hijos, justo ese afecto que
la lleva a la trampa mortífera preparada por Orestes y
Electra. Era una manera nueva de presentar el famoso
matricidio, poniendo en primer plano la psicología de los
personajes. Es probable que muchos espectadores se sintieran inquietos ante esta interpretación, que presentaba a
la malvada Clitemnestra tan humanizada y a los vengadores tan implacables, a la vez que pensarían: «pudo ser así».
***
Es muy comprensible que estas tragedias de Eurípides conmovieran y, a la vez, escandalizaran a los espectadores. Su reinterpretación de los vetustos mitos — introduciendo a veces curiosas variantes de detalle — su crítica
social y sus avances psicológicos debieron de causar un
cierto asombro, y quizás una sensación de incómoda
inquietud, en la conciencia de sus conciudadanos. Su teatro indagaba en los conflictos perennes de la condición
humana, a través de las figuras de los mitos, reactualizadas. La «purificación del terror y la compasión», esa katharsis sentimental de la que escribió Aristóteles, se realizaba aquí acompañada seguramente de esa inquietud. Al
hurgar en el interior de las figuras trágicas, las acerca a
los hombres y mujeres reales. Planteaba así dramas sobre
la condición humana y la injusticia social, y al hacerlo en
los moldes trágicos, con intención realista, desafiaba las
convenciones tradicionales. Recordemos de nuevo, desde
esta perspectiva, la vieja sentencia: «Sófocles presenta a
los héroes tal como deben ser; Eurípides tal como son».
Pero en su idea acerca de los héroes de guerra, Eurípides era bastante pesimista. De un lado, los desastres de
la Guerra del Peloponeso le habían empujado a escribir
obras como Las Troyanas y Hécuba. De otro, tal vez como
L
INTRODUCCIÓN GENERAL
XXXI
contrapunto a esa visión desesperada, compuso dramas
<de evasión» y melodramas de final feliz, como son Ifigenia entre los Tauros, Helena e Ion. Estas piezas reelaboran
variantes míticas sorprendentes. (Lo hace, por ejemplo, al
tomar de Estesícoro la leyenda de que Helena no fue a
Troya, sino a Egipto, mientras que los dioses engañaron a
Paris entregándole un doble fantasmal de la bella esposa
de Menelao, y fue en Egipto donde Helena y el Atrida,
que volvía de Troya, tras la destrucción de ésta, se reencontraron y desde allí juntos regresaron a Esparta). Y tienen en común un hábil desarrollo argumental, con notables peripecias, emotivas escenas de reconocimientos o
anagnórisis, y un final nada trágico, como decíamos. La
acción sucede en parajes lejanos, como son el delta del
Nilo y la bárbara región de los Tauros, hay momentos de
emotivo suspense, y, a la postre, todo acaba bien. Eurípides se muestra como un precursor de la Comedia Nueva,
e, incluso, de la novela de aventuras. Con estos melodramas se aleja de las angustias de la guerra y, en cierto modo, también de la tragedia en su sentido más estricto.
De entre las tragedias de Eurípides quizás la más clásica, en el sentido de la más ajustada a un esquema canónico, según la Poética de Aristóteles, es Bacantes. Fue una
de sus últimas obras, y se representó póstumamente, como dijimos. Ya muerto obtuvo el gran dramaturgo el
primer premio, con evidentes méritos. Es curioso observar que se representó a la vez que la Ifigenia en Áulide,
una obra de características muy diferentes. Esta Ifigenia
es, en claro contraste, una típica tragedia tardía, con unos
coros muy líricos y alejados de la acción, y unos personajes de sorprendentes cambios anímicos (rasgo que ya
criticó Aristóteles).
Bacantes refleja la grandeza de miras y la intensa potencia dramática que el viejo Eurípides sabe infundir a un
argumento tradicional, un tema dionisíaco ya llevado a
escena por Esquilo. Ninguna de sus obras ha sido tan
INTRODUCCIÓN GENERAL
comentada y discutida. Ninguna ha suscitado tantas controversias respecto a su mensaje último. Pues esta tragedia, cuya construcción dramática es todo un paradigma clásico, arcaizante y de grandeza esquilea, con un coro
que es esencial en la acción y que tiene, a la vez, una
magnífica belleza lírica, se funda sobre un mito de impresionante patetismo y rara perfección. Como si el viejo Eurípides retornara aquí a un drama sacro, donde el dios
Dioniso se presenta como el antagonista del héroe. Éste,
el protagonista, es el rey Penteo, un teómaco víctima de
su propia intolerancia, mártir de la razón y defensor de
las leyes de la polis. Por su rigor al frente de la ciudad, el
puritano Penteo, primo del dios festivo que retorna a Tebas, sufrirá la peor muerte, despedazado a manos de su
propia madre y de las frenéticas Bacantes. Como Eteocles
en Los Siete contra Tebas, Penteo es el rey que defiende
con todo su coraje y su tiránico poder su ciudad contra el
invasor. Pero el extraño que ahora se enfrenta a él, seguido del tropel de sus ménades, es el dios Dioniso, hijo de la
tebana Sémele, y divinidad terrible contra sus enemigos.
Eurípides escenifica un gran mito dionisíaco, y las Bacantes es la única tragedia conservada que presenta a
Dioniso, el dios del teatro, actuando en escena. Pero Eurípides ha dotado de un profundo sentido ese enfrentamiento de Penteo y Dioniso. En su tremendo choque se
enfrentan principios opuestos de la cultura antigua — lo
griego y lo bárbaro, lo masculino y lo femenino, la familia
y el grupo religioso, la ciudad y el monte, la serenidad civica y el frenesí báquico, es decir, lo apolíneo y lo dionisíaco, en el sentido de estos términos en Nietzsche —.
Penteo, entrampado bajo el poder de Dioniso, es el cazador cazado de una terrible cacería de sangriento final.
¿Qué mensaje pretende dar aquí el viejo Eurípides? ¿Es
un nuevo ataque a la crueldad de cultos religiosos bárbaros y orgiásticos, o bien es la confesión de la invencible y
extraña grandeza religiosa de ese dios que invita a sus
adeptos a la fiesta comunal del vino y la danza montaraz,
lejos de las normas represivas de la civilización griega?
Desde la nórdica Macedonia Eurípides envía su enigmática despedida, un apasionado testamento espiritual,
en este drama a la antigua, con su espléndida construcción y su religioso mensaje. Eurípides nos sorprende de
nuevo con su dominio de los recursos escénicos, con la belleza de los cantos corales, con la intensidad de sus diálogos dramáticos, con la vivacidad de su lenguaje.
Nietzsche acusó a Eurípides —en su libro juvenil El
origen de la tragedia— de ser, en compañía de su compadre Sócrates, el causante de la decadencia del arte trágico, al arruinar con su crítica el saber del mito arcaico. La
acusación parece, cuando uno atiende no a alguna pieza
suelta, sino al conjunto de los dramas del trágico, sumamente injusta. Es cierto que los viejos mitos parecen, a
veces, cuartearse en sus manos, pero él no es el causante
del derrumbe, sino tan sólo el testigo de una evolución
que precipita ese final.
Eurípides fue el dramaturgo decisivo para el teatro
posterior. Tanto en el griego —incluso en la Comedia
Nueva— como en el roniano. Séneca se inspiró en él
constantemente. Y luego su huella ha resurgido en cualquier intento de teatro neoclásico, en Racirie, por ejempío. Muchos han visto en él, con muy clara razón, no sólo
al trágico más moderno, humano y realista, sino al más
trágico de los trágicos, como va dijo Aristóteles, un buen
conocedor del género.
CARLOS GARCÍA GUAL
XXXII
EURíPIDES
XXXIII
SIIS3ZYJV
y
1
INTRODUCCIÓN
La tragedia Alces tis fue representada en el año
438 a. C., bajo el arcontado de Glaucino. Ocupaba el
cuarto lugar de la tetralogía formada por Las Cretenses, Alcmeón en Psófide, Télefo y la misma Alces tis,
lugar que solía estar destinado al drama satírico, lo
cual, unido a la circunstancia del análisis valorativo
del segundo de los Argumentos, ha llevado a los críticos modernos a detectar rasgos satíricos hasta donde
no los hay. A pesar de ser la primera obra que se
nos ha conservado de Eurípides, es evidente que no
estámos ante un logro de juventud, ya que el poeta
llevaba ya diecisiete años produciendo para la escena.
La leyenda. — La leyenda en la que se inspiró Eurípides para componer su obra es eminentemente popular y debe situarse en el mareo de dos temas muy
familiares entre los antiguos: el de la esposa amante
que ofrece el sacrificio de su vida para salvar la de
Su esposo y, unido. a éste, el de la lucha victoriosa del
héroe mítica con el genio de la muerte. La saga parece
ser de origen tesalio, igual que la de Protesilao y
Laodamía, y este hecho es muy significativo, si tenemos en cuenta que Tesalia fue probablemente la cuna
del culto popular de Deméter, en cuyo ámbito estaban
encuadrados los mitos que narraban el rapto de Core,
4
TRAGEDIAS
hija de Deméter, por Plutón y su posterior regreso a
la luz del sol, coincidiendo con la germinación de las
cosechas.
La primera mención de Alcestis y Admeto aparece
ya en los poemas homéricos (Ilíada II 711 y sigs. y
763; XXIII 376 y sigs., etc.). En el verso 766 del
canto II de la Ilíada se ha pretendido ver ya una
alusión al mito de Apolo sirviendo de jornalero en
casa de Admeto.
En las Eeas o Caldiogos de las Mujeres, que la
Antiguedad atribuyó a Hesíodo, ambos temas, el del
sacrificio de Alcestis y el de las peripecias de Apolo,
debieron de ser tratados con pormenor; aunque los
restos que poseemos son escasísimos, éstos, unidos a
una serie de fuentes posteriores, permiten hacernos
una idea bastante exacta de la leyenda. El punto de
arranque es el castigo que recibió Asclepio de Zeus
por haber resucitado a un muerto. Por acto semejante
el rey del Olimpo lo niató con su rayo. En venganza
de ello, Apolo, padre de Asclepio, quitó la vida a los
Cíclopes, que eran los encargados de fabricar el fuego
de Zeus. A pesar de que el sumo dios quería precipitar
a Apolo en las profundidades del Tártaro, la intervención mediadora de su madre Leto hizo que sólo fuera
castigado a servir como jornalero durante un año en
la mansión de un mortal, Admeto, hijo de Feres. El
trabajo de Apolo en casa de Admeto consistía en ocuparse de los rebaños, pero los servicios que en seguida
le prestaila serían muy superiores. Admeto estaba enamorado de Alcestis, pero Pelias, el padre de la joven,
exigía como condición para conceder la mano de su
hija que le llevasen unos leones y jabalíes que estaban
uncidos a un carro. Con la ayuda de Apolo, Admeto
realizó la proeza y pudo casarse con Alcestis. El día
de su boda se olvidó de hacer sacrificios a Ártemis
y, en venganza de ello, fue castigado con la muerte.
ALCESTIS
5
Mediante la intercesión de Apolo, las Parcas aceptan
que una persona muera en su lugar. Su esposa Alcestis
es la única que se brinda a realizar el sublime sacrificio. Alcestis muere, pero Core, la esposa de Hades
e hija de Demeter, compadeciéndose de la muchacha,
la devuelve a la vida. ~sta debió de ser, poco más o
menos, la versión popular del mito.
Con estos materiales miticos, el poeta trágico Fnnico, que pertenecía a la misma generación que Esquilo, compuso su drama Alcestis. Por escasísimos testimonios indirectos, con la única excepción de un
verso original conservado por Hesiqujo, sabemos que
Frínico representaba a Tánato, la Muerte, armada de
una espada y hacía mención, al parecer, de la lucha
entablada por Heracles contra la Muerte, a fin de salvar a la muchacha. Si esto último es cierto, Frínico
habría innovado ya el tema tradicional, haciendo que
fuera Heracles y no Core quien devolvía a Alcestis al
mundo de los vivos. Dicha innovación fue aceptada por
Eurípides, pero no podemos aventurar nada respecto
al desarrollo que dio Frínico a la acción, debido a la
información casi nula que poseemos sobre el tratamiento del tema por este autor.
Valoración general de la obra. — Alcestis es una
tragedia que ha sido interpretada de modo muy diverso. Si a la sensibilidad antigua le chocaba ya su carácter, por estar muy alejado de la esencia de lo trágico,
no nos puede extrañar que críticos modernos, como
Kitto 1, la consideren una especie de tragicomedia,
junto con Ifigenia en la Táurica, Jón y Helena. La
realidad es que la obra, aparte dc no profundizar apenas en las motivaciones que impulsan a los personajes
Cf. H. D. F. Kino, Greek Tragedy, 3a cd., reimp., Londres,
1966, págs. 311 y sigs.
6
TRAGEDIAS
a actuar, plantea una serie de dificultades a los críticos meticulosos que buscan una mayor coherencia y
hasta una mayor seriedad en algunas escenas (piénsese
en el festivo tratamiento de Heracles, por citar el
ejemplo más relevante). Como ha notado muy bien
Lesky 2, habría que preguntarse en qué lugar del drama
habla Alcestis del amor que le impulsa a sacrificarse
por su esposo, y si merece ser tomado en serio un
hombre que deja que su esposa acepte morir en su
lugar, un hombre que, por otra parte, es descrito con
luces tan vulgares, con una cobardía que no es que
sea impropia de un héroe, sino hasta de un hombre
que verdaderamente lo sea y esté realmente enamorado de su esposa.
Todos estos problemas y otros similares han hecho
que los investigadores derramasen ríos de tinta al
respecto. No es nuestra intención mediar en esta polémica. Nos contentamos con esbozarla y expresar nuestra opinión, más o menos personaL sobre la cuestión.
En relación con el carácter tragicómico de la obra, no
debemos perder de vista que la misma ocupaba el
lugar reservado tradicionalmente al drama satírico;
algún motivo tendría Eurípides para incluirla ahí. Debe
tenerse en cuenta, además, que con Eurípides la tragedia griega evoluciona en el sentido de que los personajes empiezan a perder o han perdido por completo
su temperamento heroico y se convierten en seres de
carne y hueso, acechados por las pasiones y por los
problemas humanos, en los que la alegría y el dolor
se entremezclan constantemente. En una palabra, la
tragedia ha perdido ya su carácter venerable y se
aproxima ya, a grandes pasos, a los ideales que informan la Comedia Media y la Nueva, en la cual el des2 A. LESICY, Hisioria de la Literatura Griega. Madrid. 1968.
pág. 394.
ALCESTIS
7
enlace suele ser un final feliz, como sucede en Alcestis.
Si tenemos en consideración todo esto, no debe causarnos extraneza la caracterización antiheroica de los
personajes del drama; ni siquiera Alcestis, aunque destaque sobremanera sobre la cobardía, mezquindad y
cálculo de Admeto y Feres, puede ser considerada una
heroína del temple de la Electra o la Antígona de
Sófocles.
Apuntemos, por último, que el lector de hoy no
hará bien tratando de hallar una coherencia y armonía
totales ni en el desarrollo de la obra ni en la delineación psicológica, muy incipiente aún en Alcestis, de los
protagonistas del drama. La razón fundamental radica
en la enorme distancia que media entre el espectador
griego del siglo y y el contemporáneo. Resulta evidente
que la brusca transición desde una situación patética
al rigor lógico de la fría argumentación, tan frecuente
en Eurípides, apenas asombraría al ateniense medio,
acostumbrado a las peroratas de los tribunales y al
influjo enorme de la Sofística y su gusto por la dialéctica sutil. ¿Comprendería un ateniense de la época
•
de Eurípides el psicologismo, rayano a veces en lo
•
enfermizo, de gran parte de nuestro teatro contemporáneo?
Estructura esquemática de la obra. —
PRÓLOGO (1-76). Expuesto por Apolo, con la aparición de la
Muerte que dialoga con la divinidad.
P.~ROOo (77-140). Primera aparición del Coro en la escena.
Episoo¡o lo (141-212). Diálogo de un sirviente con el Coro.
EsTAsiMO 1.~ (213-279). El Coro sc lamenta dc la situación en
que se encuentran Alcestis y Admeto.
EPIsouio 2.o (280-392). Dcspcdida dt Alcestis y Admeto.
KoMMOS (393-415). Diálogo lírico entre cl hijo de Alcestis y su
madre, con intervención de Admeto y el Coro.
8
TRAGEDIAS
ESTÁSIMO 2.0 (435-475). El Coro canta la abnegación de Alcestis.
Episooío 3•o (476-568). Aparición de Heracles que dialoga con el
Coro y, posteriormente, con Admeto.
EST~SIMO 3•o (569-605). El Coro ensalza la hospitalidad de su
senor.
E~ssooio 4o (606-860). Enfrentamiento de Admeto con su padre
Feres. Diálogo entre el Sirviente y Heracles.
KOMMOS (861-961). Lamentos de Admeto con el Coro sobre su
desgracia. Anuncio de Admeto de solemnes funerales.
EsTAsIMo 4.o (962-1005) Exaltación, por el Coro, del imperio de
la Necesidad.
E~isooIo 5o (1006-1158). Heracles rescata a Alcestis de la Muerte.
Exoro (1159.1162). Versos sentenciosos del Coro.
ARGUMENTO (POR DICEARCO)1
Apolo había pedido a las diosas del Destino que
Admeto, a punto de morir, pudiese presentar a alguien
que quisiera morir voluntariamente en su lugar, con la
finalidad de que pudiese vivir un tiempo igual al que
había vivido. Alcestis, la esposa de Admeto, se ofreció
ella misma, puesto que ninguno de sus padres aceptaba
morir por su hijo. Poco después de haber acontecido
este hecho, se presenta Heracles y, habiendose enterado por un sirviente de lo sucedido a Alcestis, se
encamina hacia la tumba y, obligando a la Muerte a
alejarse, cubre con un vestido a la mujer y a Admeto
le pedía que la acogiese y la protegiese. Pues decía
que la había recibido como premio de una competición
de lucha. Ante la negativa de aquél a acogerla, le mostro que era la mujer por la que se lamentaba.
La Hypothesis o Argumento parece haber sido, en sus
origenes una explicación de la base mítica sobre la que se~
asienta el drama, como sucede en el caso de este primer argumento de Alcestis, atribuido a Dicearco, discípulo de Aristóteles
Y contemporáneo de Teofrasto.
TRAGEDIAS
(DE OTRO MODO)2
Alcestis, hija de Pelias, habiendo aceptado morir
en lugar de su propio esposo, es salvada por Heracles
que se encontraba entonces en Tesalia, obligando a
los dioses infernales y arrebatándoles a la mujer. El
tema no es tratado por ningún otro de los trágicos.
Ocupa en la producción de Eurípides el lugar decimoséptimo. Se representó bajo el arcontado de Glaucino
(483 a. C.)... Sófocles obtuvo el primer premio y el
segundo Eurípides con Las Cretenses, Alcm eón en
Psófide, Télefo y Alcestis... El desenlace del drama es,
más bien, cómico. La escena del drama tiene lugar en
Feras, una ciudad de Tesalia. El coro está formado
por algunos ancianos del lugar, que se presentan para
compartir el dolor de las desgracias de Alcestis. Apolo
recita el Prólogo [...] era corego.
El drama es, más bien, satírico, pues tiene un desenlace alegre y placentero, contrario a la esencia de lo
trágico. Se rechazan, como impropios de la poesía trágica, Orestes y Alces tis, ya que comienzan por una
desgracia y concluyen en felicidad y alegría, lo cual
es más adecuado a la comedia.
2 La segunda Hypothesis es de un carácter totalmente diferente, es del tipo de las atribuidas en nuestros manuscritos
a Aristófanes de Bizancio. Consta de una información muy
exigua sobre el tema, seguida de una parte didascálíca, con
datos sobre la fecha de composición, títulos que formaban la
tetralogía, lugar obtenido en el certamen, el nombre del corego
(aquí corrupto) y apreciaciones más o menos personales sobre
el carácter de la obra.
PERSONAJES
APOLO.
LA MUERTE.
CoRo.
Una SIRVIENTE de Alcestis.
ALCESTIS.
ADMETO.
EUMELO, hijo de Alcestis.
HERACLES.
PERES.
Un SIRVIENTE.
lo
Saliendo de la casa de Admeto, Apolo
recita el Prólogo de un modo retórico.
APOLO ~. — 10h moradas de Admeto, en las que soporté con resignación estar sentado a la mesa de los
jornaleros, aun siendo un dios! Zeus, al matar a mí
hijo Asclepio, clavándole un rayo en el pecho, fue el
responsable de ello. Irritado yo por esto, maté a los 5
Cíclopes, constructores del fuego de Zeus ~. Y mi padre
me obligó, en represalia, a servir como asalariado en
casa de un mortal. Y, viniendo a esta tierra, apacentaba las vacas a mi huésped y, hasta hoy, ejercía una
protección sobre esta casa. Un santo como yo vino a ío
topar con un hombre santo, el hijo de Feres, a quien
salvé de morir, engañando a las diosas del Destino ~.
Ellas me permitieron que Admeto escapase, por el
El Prólogo informativo, en este caso recitado por una divinidad, es típico de las tragedias de Eurípides y cumple la
función de informar sobre la situación previa a la acción. Al
parecer, no se trata de una innovación, sino que formaría
parte de las manifestaciones más antiguas del verso griego.
~
En la mitología griega los Cíclopes son los forjadores de
los rayos que lanza Zeus. En una ocasión incurríeron en la
cólera de Apolo, al fulminar Zeus con sus rayos a su hijo
Asclepio, por haber resucitado a los muertos. No pudiendo
ejercer su venganza sobre Zeus, Apolo dio muerte a los CicloPes; en castigo de esta acción se vio obligado a servir como
jornalero en casa de Admeto.
~
Las Moiras o diosas del Destino son la personificación
de la suerte que a cada ser, animado o inanimado, le corresPonde en esta vida.
14
TRAGEDIAS
momento, de Hades, si entregaba a cambio otro cadá15 ver a los de abajo 6~ Ha ido sondeando, uno a uno, a
todos los suyos, a su padre y a la anciana madre que
lo trajo al mundo, y a nadie encontró, excepto a su
mujer, que quisiera dejar de contemplar ya la luz del
sol, muriendo en su lugar. A ella la lleva ahora en
20
sus brazos por la casa, con el alma rota, pues en este
día le ha sido decretado morir y abandonar la vida k
Y yo, para evitar que la impureza me alcance8 en la
casa, abandono el cobijo queridísimo de estos muros.
25
Estoy viendo que se acerca ya la Muerte, sacerdotisa
de los muertos, que está a punto de conducirla a la
morada de Hades. Ha llegado con puntualidad, guardiana de este día en que ella debe morir 8a~
A parece en escena la Muerte.
MUERTE. — ¡Ah ah! ¿Por qué tú ante estos muros?
30 ¿Por qué merodeas por aquí, Febo? ¿Pretendes delinquir de nuevo, recortando y aboliendo los honores de
los de abajo ~? ¿No te bastó con impedir el destino
6 Hades, hijo de Crono y Rea, es la divinidad de los infiernos y de los muertos, de “los de abajo~, como suele decirse
en griego. Es uno de los tres soberanos que, juntamente con
Zeus y Posidón, se repartieron el mando del Universo, después
de derrotar a los Titanes.
7 Expresiones tautológicas de este tipo son muy frecuentes
en la poesía griega y sirven para dar una mayor intensidad y
solemnidad a la frase. Cf., por ejemplo, 18: morir y dejar de
ver la luz del sol.
8 Apolo no quiere contamínarse con la vecindad de un
muerto; como Artemis que abandona al moríbundo Hipólito
por la misma razón en Hipólito, vv. 1437-9.
Sa Metáfora tomada del lenguaje militar, mediante la cual
se compara a la Muerte con un atento centinela, al que ninguna
víctima le puede pasar desapercibida.
9 La acusación evidencia el uso de un vocabulario estrictamente judicial. La Muerte presupone que Apolo pretende meterse en su terreno, ahorrando una víctima que corresponde a
las divinidades infernales. Este lenguaje debía de ser muy
familiar al público ateniense tan habituado a los procesos, cirALCESTIS
15
de Admeto, engañando a las diosas del Destino con
embaucador arte? Y ahora, de nuevo, la mano armada 35
del arco, montas la guardia junto a ella, la hija de
Pelias, que se ofreció ella misma a morir en lugar de
su esposo para salvarlo.
APOLO 10. — No temas. Poseo la justicia, sin duda, y
buenas razones.
MUERTE. — ¿Para qué necesitas el arco, si posees la
justicia?
AYoLo. — Tengo por costumbre llevarlo siempre. 40
MUERTE. — Sí, y también ayudar injustamente a esta
casa.
APOLO. — Estoy abrumado por las desgracias de un
amigo.
MUERTE. — ¿Vas a robarme este segundo cadáver? “.
APOLO. — El primero no te lo quité por la fuerza.
MUERTE. — ¿Y cómo está aún sobre la tierra y no 45
bajo el suelo?
APOLO. — Ha hecho un cambio con su esposa, la
que tú ahora has venido a buscar.
MUERTE. — A ella me la llevaré bajo la profunda
tierra, tenlo por seguro.
APOLO. — Tómala y vete. No sé si llegaría a persuadirte.
MUERTE. — ¿A matar a quien debe morir? Ése es
oficio.
APOLO. — No, sino a aplazar la muerte de los que so
IStén a punto de morir.
~“1Stancia que ridiculizaría ARIsTÓFANEs en Las Avispas. Cf. una
~na semejante en -Esouíw, Las Euménides, 179-234, en la
•
Apolo litiga con las Erínis sobre el destino que le corres•de a Orestes, tras su horrible crimen.
~
Se inicia un cortante diálogo esticomítico (línea a línea),
le constituye una de las características más notorias de las
Igedias de Eurípides, autor muy influido por la retórica sofísSa Y el lenguaje usado en los tribunales de Atenas.
~
El primero había sido Admeto.
16
TRAGEDIAS
MUERTE. — Ahora comprendo tus palabras y tu celo.
APOLO. — ¿No hay ninguna posibilidad de que Alcestis llegue a la vejez?
MUERTE. — Ninguna. Piensa que yo también me gozo
con mis honras.
APOLO. — Aun así, no podrás llevarte más que un
alma.
55 MUERTE. — De los que mueren jóvenes obtengo mayor ganancia.
APOLO. — Aunque muriera vieja, sería enterrada con
lujo.
MUERTE. — Estableces tal ley, Febo, teniendo en
cuenta a los ricos.
APOLO. — ¿Cómo has dicho? Mira que no haberme
dado cuenta de que eras una ilustrada...
MUERTE. — Los que tuvieran posibles comprarían
morirse de viejos.
60 ApoLo. — En resumidas cuentas, ¿no quieres hacerme este favor?
MUERTE. — No, ya conoces mi manera de ser.
APOLO. — Odiosa para los mortales y, para los dioses, abominable.
MUERTE. — No puedes poseer todo lo que no debes.
APOLO. — Tú has de ceder, tenlo por seguro, por muy
65 cruel que seas; a la casa de [Feres] un hombre tal
vendrá, enviado por Euristeo, a buscar un carro de
caballos desde los helados lugares de Tracia ~ el cual,
recibido como huésped en esta casa de Admeto, por la
12 Alusión a las ideas igualitarias de la Sofística avanzada.
basadas en un racionalismo naturalista, en virtud del cual no
tiene por qué haber diferencias entre los hombres. ThanatOS
es, en griego, un personaje masculino; en castellano, la Muerte
se personifica como femenina.
13 Se trata del trabajo impuesto a Heracles por Euristeo,
rey de Argos, de conquistar los caballos de Diomedes, rey de
Tracia, cuyo clima en invierno era muy riguroso.
ALCESTIS
17
fuerza te arrebatará a esta mujer. Y, sin obtener ningún 70
agradecimiento por mi parte, tendrás que acabar ha-
ciendo eso y serás objeto de mi odio. (Apolo sale de
escena.)
MUERTE. — Por mucho que hables, no conseguirás
nada. Esta mujer descenderá a la morada de Hades.
Me dirijo hacia ella, para comenzar el sacrificio con la
espada. Sagrado es a los dioses infernales aquel de 75
quien esta espada un cabello corte. (Entra en Palacio.)
El Coro, compuesto por quince ancianos de Feras, entra en la orquestra.
CORO 14~
—¿Por qué este silencio delante de los muros?
—¿Por qué está callada la casa de Admeto?
—No veo cerca a ninguno de los suyos que pudiera SO
decirme si debo llorar a mi reina como muerta, o si,
wva aún, ve esta luz la hija de Pelias, Alcestis, celebrada por mí y por todos como la mejor mujer que
~u esposo haya podido tener. 85
Estrofa 1.”.
—¿Oyes tú gemido o golpear de manos por el palaCZO, o lamento, como si todo hubiera concluido?
—Nada oigo, ni en derredor de las puertas criado
iguno está. ¡Ojalá te presentases como respiro entre 90
ms olas de la desgracia, oh Apolo sanador! 15
—No estarían en silencio, si hubiera perecido.
—Ya es un cadáver.
14 El coro entona la Párodo, dividido en dos grupos. Los
~nes, siguiendo la edición de Oxford, indican las posibles
Visiones y reparto de los versos, que no todos los editores
diniten del mismo modo.
~
El oscuro adjetivo metakúmios del y. 91 parece hacer
“‘-3ón al respiro que se produce entre el embate de dos olas.
que significa ~sanador., es el epíteto típico con el que
aesigna a Apolo, en cuanto dios de la medicina.
18
TRAGEDIAS
—Es evidente que aún no ha sido llevada fuera de
la casa 16
95 —¿Qué te induce a pensar así? Yo no estoy tan
confiado. ¿Qué te da ánimo?
—¿Cómo iba a haber realizado Admeto un funeral
en soledad ( ) a su digna esposa?
Antistrofa l.a.
—Delante de la puerta no veo el agua clara de las
íoo purificaciones que se acostumbra a colocar en el umbral de los muertos.
—Ningún cabello cortado hay a la puerta, arrojado
al suelo en señal de duelo por los muertos; tampoco
resuena la mano joven de las mujeres 17
los —y sin embargo éste es el día señalado. —¿A qué día te refieres?
—En que ella debe ir bajo tierra.
—Me has herido el alma, me has herido la mente.
—Cuando los buenos sufren tormento, menester es
íío que sufra quien desde siempre goza de buena reputación.
Estrofa 2.a.
—No hay lugar de la tierra adonde pueda enviar
íís
una nave, ya a Licia, ya a la árida sede de Amón 18, para
liberar la vida de la infortunada, pues el destino funes120 to, cortado a pico 19, se aproxima, y dc los altares de
16 Para ser expuesta, según el ceremonial fúnebre.
17 Golpeándose el pecho en señal de duelo, se sobreentiende.
18 Se refiere al templo y oráculo de Apolo en Licia (HER45D.,
1 282), así como al templo y al oráculo de Zeus Amón, en un
oasis de Libia, cerca de Cirenaica. El culto, trasplantado desde
Beocia, se había fundido con el del famoso dios egipcio
Amón-Ra.
19 Bella metáfora, por medio de la cual el destino es comparado con una roca cortada a pico. Ni que decir tiene que
ese destino inminente es aquí la muerte.
ALCESTIS
19
los dioses en que se sacrifican los rebaños no sé ya a
encaminarme.
Antistrofa 2.~.
—Sólo si esta luz pudiese ver con sus ojos el hijo
de Febo, regresaría ella, abandonando las moradas 125
sombrías y las puertas de Hades. Él resucitaba a los
domeñados por la muerte, antes de que a él mismo le
alcanzase el golpe del fuego fulmíneo lanzado por Zeus.
Mas ahora, ¿qué esperanza de vida puedo concebir? 130
—El rey ha realizado todos los ritos. Los altares de
todos los diosés están repletos de sacrificios sangrantes. Ya no hay remedio de los males. 135
Una sirvienta sale de palacio y el Corifeo se dirige a ella.
CORIFEO. — He ~tquí que una sirvienta sale de la
casa derramando lágrimas. ¿Qué acontecimiento voy a
ofr? Sentir pesar, si algo les ocurre a los señores, es
comprensible; mas nos gustaría saber si la reina está 140
aún viva o ya no existe.
SIRvIENTE. — Puedes decir que está viva y muerta.
CORIFEO. — ¿Y cómo podría una misma persona estar
muerta y ver la luz?
SIRVIENTE. — Ya está con la cabeza inclinada y el
ma derrama.
CORIFEO. — ¡Oh desgraciado, qué mujer va a echar
falta un hombre como tú!
SIRVIENTE. — Antes de que lo sienta en su carne no 145
de saberlo.
CORIFEO. — ¿Ya no hay esperanza de salvar su vida?
SIRVIENTE. — El día fatal le impone su violencia.
CORIFEO. — ¿Cómo no se han hecho los preparativos
Invenientes?
SIRVIENTE. — Dispuesta está la gala mortuoria con
íe ha de enterrarla su esposo.
20
TRAGEDIAS
150 CORIFEO. — ¡Que ella sepa que ha de morir llena
de gloria, mujer la mejor con mucho de las que viven
bajo el sol!
SIRVIENTE. — ¿ Y cómo no habría de ser la mejor?
¿Quién lo negará? ¿Qué debe ser la mujer que destaque sobre todas? ¿Cómo podría dar mayor prueba de
155 amor por su esposo que aceptando voluntariamente
morir en su lugar? Es evidente que esto lo sabe toda
la ciudad, mas te asombrarás al oír lo que hizo en su 1
160 casa. Cuando se dio cuenta de que había llegado el
día decisivo, lavó su blanca piel con agua del río ,yE
sacando de la habitación de cedro un vestido 20, puso
todo su empeño en adornarse como convenía, y situándose delante del altar hizo la siguiente súplica: «Señora 21, ya que marcho bajo tierra, postrándome ante ti
165 por última vez, voy a suplicarte que te cuides de mis
niños huérfanos, y a uno le unzas esposa que lo ame
y a la otra un noble esposo. Y que no mueran sin
madurar 22, como ahora sucumbe su madre, sino que,
felices en la tierra paterna, vivan por entero una vida
170 agradable.» Todos los altares que acoge la casa de Admeto recorrió, ornó con coronas y oró ante ellos, despojando de retoños la rama de mirto ~, sin llanto, sin
gemido, sin que el funesto futuro cambiase el buen
175 color de su piel. Después, entrando en su habitación
nupcial y echándose sobre su lecho, rompió a llorar y
dijo: « ¡Oh lecho, en el que yo solté mi doncellez virginal por este hombre, causa de mi muerte, adiós! No
~1 Preferimos con M~RXDIER traducir dómón por habitación,
en lugar de arca, como hacen otros traductores como DIA~4o.
Cf. comentario de A. M. DAi.a ad loc.)
21 Con esta invocación se alude a Hestia, diosa protectora
del hogar familiar.
22 Bella metáfora tomada del lenguaje campesino. El adjetivo aórous se aplica a los frutos que están aún sin madurar.
23 Sobre el carácter purificador del mirto y sus usos en las
ceremonias fúnebres, cf., también, Electra 334, 512.
ALCESTIS
21
te odio, aunque me perdiste a mi sola. Muero, por no iso
haber querido traicionaros a ti y a mi esposo. A ti
alguna otra mujer te poseerá, dudo que más sensata,
pero quizá más afortunada.» Después de postrarse, lo
besa y la calcha toda se impregna con la ola que humedece sus ojos 24, Una vez que se sació de tanto llanto, 185
arrancándose de la colcha, echa a andar, la cabeza
abatida y, saliendo muchas veces de su habitación,
volvió a entrar y se arrojó de nuevo sobre el mismo
lecho. Sus hijos, agarrados al vestido de su madre,
prorrumpían en llantos y ella, tomándolos en brazos, 190
los cubría de besos, ora a uno, ora a otro, como quien
ve próxima su muerte. Y todos los criados por la casa
sollozaban de compasión por su señora. Y ella daba la
mano a cada uno y no había hombre tan vil a quien 195
no concediese la palabra y él, a su vez, no le respondiera. Tales desgracias hay en la casa de Admeto; si
hubiese muerto, habría desaparecido, pero, al escapar
a la muerte, tiene un dolor tal que nunca olvidará.
CORIFEO. — ¿Llora Admeto, sin duda, ante estas desgracias, ya que ha de verse privado de tan noble 200
esposa?
SIRVIENTE. — Si, llora con su querida esposa en sus
brazos y suplica que no le abandone; busca lo impo&ible, pues ella se consume y desfallece por el mal, sin
fuerzas, fardo desdichado de su brazo ~ (...). Sin cm- 205
bargo, aunque no tenga más que un poco de aliento,
quiere mirar los rayos del sol, que nunca volverá a
Ver, sino ahora por última vez ~. Ahora me voy y anunHipérbole metafórica para expresar el llanto incontenible
Alcestis.
25 Bella imagen, mediante la cual se indica el lamentable
Cstado de abatimiento en que se encuentra Alcestis. La maxoría
de los editores ven una laguna en este pasaje.
~
Hemos prescindido del y. 209 por considerarlo un añadido.
Hay autores que incluso atetizan el verso anterior.
22
‘tRAGEDIAS
210 ciaré tu presencia, pues no todos miran bien a los
soberanos, hasta el punto de asistirles benévolos en
sus desgracias, pero tú eres un viejo amigo de mis
señores.
CoRo.
Estrofa.
—¡Ay, Zeus! ¿Qué salida, cómo y por dónde, habría
de los males y qué liberación de la desgracia que cae
sobre mis soberanos?
215 —¡Ay, ay! ¿Saldrá alguien? ¿Debo cortar mi cabello
y revestirme con la negra túnica de luto?
—Manifiesto, amigos, manifiesto es, mas, sin embargo, supliquemos a los dioses, pues su poder es inmenso.
220 —¡Oh soberano Sanador, hállale a Admeto un remedio de sus males! ¡Proporcionáselo, of réceselo, pues
también antes lo encontraste ~‘t, y sé ahora también
225 liberador de la muerte y haz retroceder a Hades funesto!
Antistrofa.
—¡Ay, ay, hijo de Feres! (...). ¿Qué hiciste para
verte privado de tu esposa?
—¡Ay, ay! ¿No es el hecho digno dc la espada, mót
230 aún, de que un nudo corredizo, flotando en el cielo,
rodee el cuello?
—Pues en este día vas a ver morir no a la mujer
querida, sino a la más querida.
(Admeto sale de palacio sosteniendo a
su esposa.)
—Mira, mira, e lía misma y su esposo salen de pa-
lacio.
27 El texto de esta parte coral está evidentemente corrupto
y es de muy difícil interpretación. Ninguna de las correcciones
ofrecidas parece satisfactoria. Se alude al engaño anterior de
Apolo a las diosas del Destino.
ALCESTIS
23
—¡Grita, gime, oh tierra de Feras, por la mujer 235
excelente consumida por el mal, que se dirige bajo
tierra junto a Hades subterráneo!
CORIFEO. — Nunca afirmaré que el matrimonio proporciona más alegrías que penas, a juzgar por las 240
pruebas anteriores y viendo este infortunio del rey,
que, privado de la mejor esposa, vivirá en el futuro
una vida que no es vida.
ALcEsTís.
Estrofa.
¡Sol y luz del día, celestes torbellinos de una nube 245
errante! ~.
ADMETO.
Nos ve a ti y a mí, dos infortunados, que no han
hecho nada a los dioses para que tú mueras.
ALcEsrís.
Antistrofa.
¡Tierra y techos de palacio, virginales lechos de mi
Yolco! ~.
ADMETO.
¡Vence tu abatimiento, desdichada, no me abandomes! ¡Suplica a los dioses poderosos que tengan coniuión de ti!
ALCEsí-Is.
Estrofa.
Veo la barca de dos remos en la laguna y al bar¿ero de los muertos, Caronte ~, teniendo la mano
~
Algunos han querido ver aquí una alusión a las teorías
Sislogónicas de Anaxágoras, Empédocles y Leucipo, pero pen-
DIOS que es preferible interpretar esta frase como una bella
Igen poética, en la que las nubes errantes contrastan con
radiante claridad del cielo dominado por el sol.
~
Ciudad de Tesalia, célebre como patria de Jasón y punto
partida de la expedición de los Argonautas.
~
Caronte es una divinidad del mundo de los inflemos,
250
24
TRAGEDIAS
255 sobre el varal, que me llama ya. ¿Qué esperas? ¡Apresúrate, me estás haciendo retrasar! Ya a su lado me
insta y me apremia.
ADMETO.
¡Ay de mí, amarga es la travesía que me has mencionado! ¡Oh infeliz de ti, qué desgracias estamos padeciendo!
ALcEsTIs.
Antistrofa.
Alguien me lleva, alguien me lleva —¿no lo ves?—
260 hacia la morada de los muertos, mirando bajo sus
cejas de azulado reflejo, con alas, Hades 3¡. [...] ¿Que
haces? ¡Dé jame! ¡Sobre qué camino, infelicísima de
mí, tengo ya el pie!
ADMETO.
Sobre un camino amargo para los tuyos, sobre todo
265 para mí y para tus hijos, que compartimos este dolor.
ALcEsTís.
¡De jadme, dejadme ya! Echadme en el lecho, no
me tengo en píe. Hades se aproxima y la noche som-
270 bría resbala sobre mis ojos. ¡Hijos míos, hijos míos,
a las claras está que vuestra madre ya no existe! ¡Que
podáis, hijos míos, seguir viendo felices esta luz!
ADMETO.
¡Ay de mi! Amarga es esta palabra que oigo, más
275 dura para mí que muerte alguna. ¡Por los dioses, no
cuya misión consiste en conducir a las almas en su barca, a
través de los pantanos de Aqueronte, pero sin tocar el remo.
ya que son las almas las que reman. Se le representa como Ufl
anciano feo, con barba, vestido con harapos y con un sombrero
redondo.
31 Muchos editores consideran sospechoso este pasaje. basáfl
dose en que los datos que nos da el poeta sobre la divinidad
corresponden más a Tánato o a Hermes.
ALCESTIS
25
~as el valor de abandonarme, no lo hagas, por tus
a los que dejas sin madre! ¡Arriba, valor! Muerta
yo ya no podría vivir. En tus manos está nuestra
vida y nuestra muerte, pues respetamos el lazo de
amor que contigo nos une
ALCEsTIs ~‘. — Admeto, ves en qué situación me en- 280
cuentro. Quiero referírte, antes de morir, lo que deseo.
te he honrado y he cámbiado mi vida por la tuya,
ira que puedas ver esta luz. Muero por ti, aunque
ie habría sido posible no hacerlo, y haber encontrado 285
stre los Tesalios el esposo que hubiera querido y
ibitar una próspera mansión real. No he querido vivir
~parada de ti con los niños huérfanos, ni he escatimado mi juventud, guardando los goces con que yo
ic deleitaba. Y, sin embargo, el que te engendró y 290
que te trajo al mundo te han traicionado, en un
momento de su vida en que habría sido hermoso para
los morir, salvar a su hijo y aceptar una muerte glóosa. Eras su único hijo y ninguna esperanza tenían,
muerto tú, de procrear otros hijos. Tú y yo podríamos 295
vivido el resto de nuestros días y no gemirías,
verte privado de tu esposa, ni tendrías que cuidar
tus hijos huérfanos; mas estas cosas algún dios
que fueran así. Bien está. Tú ahora mantén en
recuerdo la gratitud que me debes por ello. Una 300
plica te voy a hacer, mas no equivalente, pues nada
y más preciado que la vida, pero justa, como tú
~onocerás, pues tú quieres a estos hijos no menos
Le yo, si estás en tu sano juicio. Soporta que ellos
De muy difícil interpretación es el sentido preciso de
verso. Las distintas opiniones de los críticos no llegan a
Convincentes.
~
Siempre ha causado asombro a los comentaristas el
IISCo cambio que experímenta Alcestis, de la tremenda angusanterior, a la fría lógica de su monólogo, penetrada de
¿Onalismo sofistico.
26
TRAGEDIAS
305 sean los amos en la casa y no des una madrastra a
estos hijos, volviéndote a casar, la cual, siendo una
mujer peor que yo, por envidia, se atreviera a poner
la mano encima de estos hijos tuyos y míos. Eso, al
menos, no lo hagas, te lo ruego. La madrastra es odiosa
310 para los hijos del matrimonio anterior, en nada más
dulce que una víbora. Un niño, sin duda, tiene en su
padre una torre poderosa34 [.1, pero tú, hija mía,
~cómo vas a ser una muchacha feliz? ¿Qué clase de
mujer vas a encontrar como compañera de tu padre?
315 ¡Que no se lance sobre ti algún vergonzoso rumor y
en la flor de la edad destruya tu matrimonio! Tu
madre no será tu compañera en el día de tu boda, ni
te dará ánimos en tus partos, hija, con su presencia,
en los que nada hay más reconfortante que una madre.
320 Yo debo morir, en efecto, y este mal no me llegará
mañana ni el tercer día del mes ~, sino que, al instante,
se me contará entre las que no existen. ¡Adiós, que
la vida os sea agradable! Tú, esposo mio, puedes
325 ufanarte de haber tenido la mejor esposa y vosotros,
hijos, de haber nacido de una madre semejante.
CoRIFEO. — Tranquilízate. No temo hablar en su nombre. Así lo hará, si es que no ha perdido la cabeza.
ADMETO. — Será así, será así, no tenias. Del mismo
modo que eras mía viva, muerta también serás lía330 mada mi única esposa y nunca mujer tesalia alguna
me llamará esposo en lugar de ti. No existe mujer
de padre tan noble, ni tan hermosa de aspecto. Me
335 basta con los hijos que tengo. A los dioses suplico
poder disfrutar de ellos, pues de ti ya no podemos
gozar. Tu dolor no lo soportaré un año, sino mientras
dure mi vida, esposa mía, odiando a la que me dio el
34 Metáfora de rancio abolengo en la poesía griega, aparece
ya en Odisea II 556.
35 Se trata, al parecer, de una frase de carácter proverbial
ALCESTIS
27
y detestando a mi padre, pues me querían de pala~ y no con obras. Tú, en cambio, entregando lo más 340
querido por mi vida, me has salvado. ¿No he de llorar
al perder una esposa cual eres tú? Haré que terdimen los banquetes, las conversaciones de los invitados, las coronas y los cantos de las Musas que se
mpoderaban de mi palacio. Ya nunca desearé pulsar 345
lira, ni elevar mi voz al son de la flauta libia ~, pues
me has arrebatado la alegría de vivir. Esculpida
or hábil mano de escultores la imagen de tu cuerpo
uedará extendida sobre mi lecho ~ Junto a ella me 350
costaré y, rodeándola con mis manos y llamándola
ir tu nombre, creeré que en mis brazos está mi que~a esposa, aunque esté ausente: frío goce, pienso
mas así conseguiré aliviar el peso de mi alma y,
iitándome en sueños, me alegrarás, pues a los seres 355
~ridos, aun de noche, dulce es verlos, sea el tiempo
sea. Y si tuviese la lengua y el canto de Orfeo,
conmover con mis canciones a la hija de Deméo a su esposo y poder sacarte del Hades, descen- 360
~ía allí y ni el perro de Plutón, ni Caronte sobre
emo, conductor de almas, podrían retenerme, antes
volver a llevar tu vida hacia la luz ~. Pero, al meespérame allí, cuando muera, y prepara la casa,
mo si la fueras a compartir conmigo. Recomendaré 365
mis hijos que me depositen sobre la misma caja de
~
La flauta libia estaba tallada en madera de loto, que era
árbol típico de Libia, según TEOFRASTO, Historia de las
bitas 4, 34.
~
Una idea semejante aparece en el Pro tesilao de EURÍPIDES.
morir Protesilao luchando contra los Troyanos, su esposa
Odamía mandó que hicieran una estatua de su marído para
~carla en su lecho nupcial.
‘~ Orfeo es un complicado personaje mitológico de origen
rio, músico y poeta por excelencia. La hija de Deméter es
léfone, divinidad infernal esposa de Hades, conocido también
m el sobrenombre de Plutón.
28
TRAGEDIAS
cedro que a ti y que extiendan mi costado junto al
tuyo. ¡Que nunca, ni aun muerto, esté separado de
ti,
la única que me ha guardado fidelidad!
CORIFEO. — Ten bien seguro que yo, como un amigo
370 con un amigo, compartiré contigo el penoso dolor por
ella, pues se lo merece.
ALcEsTIs. — Hijos, vosotros mismos habéis escuchado a vuestro padre que dice que nunca esposará a
otra mujer que mande sobre vosotros ni me hará este
ultraje.
ADMETO. — Lo afirmo ahora y k llevaré a cabo.
375 ALcEsTís. — Bajo esa condición recibe de mi mano•
a mis hijos.
ADMETO. — Los recibo, regalo querido de una mano
querida.
ALCEsTIS. — Ahora sé tú una madre para ellos en
mi lugar.
ADMETO. — Es muy necesario que así sea, sobre todo
ahora que van a estar privados de ti.
ALCEsTIS. — ¡Hijos míos, cuando debía vivir, me
voy bajo tierra!
380 ADMETO. — ¡Ay de mi! ¿Qué haré solo sin ti?
ALcEsTís. — El tiempo te tranquilizará. El que mucre ya no es nada.
ADMETO. — Llévame contigo, por los dioses,
abajo ~.
ALcEsTIs. — Basta con que yo muera por ti.
ADMETO. — ¡Oh destino, de qué esposa me privas!
385 ALCESTIS. — Mi mirada empieza a recibir el peso d.
la sombra.
A~.DMET0. — Estoy perdido si me abandonas, mujef~
ALcESTIS. — Puedes decir que ya no soy nada.
ADMETO. — Levanta el rostro, no abandones a tUI
hijos.
39 El cinismo de Admeto alcanza aquí una altura inusitada’
ALCES ‘lIS
29
ALcESTIS. — Contra mi voluntad os digo adiós, hijos
AS~METO. — ¡Miralos, míralos!
ALCESTIS. — Ya no existo.
ADMETO. — ¿Qué haces? ¿Nos abandonas?
ALCESTIS. — ¡Adiós!
ADMETO. — ¡Estoy perdido, infeliz de mí!
CORIFEO. — Ha partido, ya no existe la esposa de
Imeto.
390
EUMELO.
Estrofa.
¡Ay de ;n suerte! Ya mamá se ha ido bajo tierra;
no existe, padre mío, bajo la luz del sol. Nos ha 395
andonado dejándonos huérfanos, ¡desdichada! Mira,
~ra sus párpados y sus manos inermes. (Se arroja
escúchame, 400
yo, madre,
‘re el cadáver de Alcestis.) ¡dyeme,
2dre mía, te lo ruego! ¡Te llamo, te llamo
hijo, que cae sobre tus labios!
ADMETO. — Ni nos oye ni nos ve. A mi y
nos ha golpeado una grave desgracia.
a vosotros 405
EUMELO.
Antistrofa.
Yo, tan joven como soy, padre mío, debo hacer la
ovegación de mi vida solo 40, privado de mi querida
idre. ¡Cruel es el destino que he tenido! [...] Y tú, 410
:Tmana, tan pequeña como eres, también lo has com‘tido [...] ¡Oh padre, en vano, en vano contrajiste
rimonio! Ni siquiera alcanzaste con ella el término
la vejez, pues murió antes y, al haber desaparecido
madre mía, nuestro hogar se ha destruido. 415
El adjetivo monóstolos se aplica con propiedad a una
que realiza sola la navegación, sin escolta. Este uso meta~o ha sido plasmado en nuestra traducción.
30
TRAGEDIAS
CORIFEO. — Admeto, es necesario que soportes estas
desgracias, pues no eres ni el primero ni el último
los mortales que ha perdido una excelente esposa.
Hazte a la idea de que todos nosotros debemos pagar
el tributo de la muerte.
420 ADMETO. — Lo sé y esta desgracia no se ha abalan-
zado sobre mi desde el cielo de repente. La conocía
y hacía tiempo que me torturaba. Mas, ya que debo
llevar a cabo la conducción de este cadáver, permaneced ahí y, mientras esperáis, entonad un peán en
respuesta al dios de abajo, el que no admite libacio425 nes ~ A todos los tesalios, en quienes mando, les or•
deno que participen en el dolor por esta mujer, con
el cabello rasurado y la túnica negra. Los que uncís
cuadrigas o ponéis el frontal a caballos de silla, con
430 el hierro cortad la crin de sus cuellos 42~ Que por la
ciudad no haya sonido de flautas ni de lira, hasta que
hayan transcurrido doce lunas. Pues ningún otro cadáver más querido enterraré que éste, ni mejor para mí.
Me es merecedora de estas honras, puesto que es la
única que ha muerto en mi lugar.
Los sirvientes, Admeto y sus hijos
vuelven a entrar en palacio acompañando
el cadáver de Alcestis.
CoRo.
Estrofa.
436 ¡Hija de Pelías, que habites alegre la casa sin sol
en las moradas de Hades! ¡Y que sepa Hades, dios de
41 Difícil es comprender aquí la alusión a un peán, que es
un canto de triunfo en honor de Apolo e inadecuado para divinidades que, como las infernales, no admiten libaciones, ya que
no puede influirse sobre ellas. DIANO opina que la expresión
hace una referencia anticipada al triunfo de Alcestis sobre la
muerte, pero esta explicación no deja de ser una ingeniosa
conjetura.
42 Esta señal de dolOr no es invención del poeta, sino que
era usual entre los tesalios, macedonios y persas.
ALCESTIS
31
‘a cabellera, y el anciano que se sienta junto al 440
mo y el timón como conductor de muertos, que a
mejor mujer con mucho ha hecho pasar la laguna
Aqueronte con su barca de dos remos!
Antistrofa.
Muchas veces te cantarán a ti los servidores de las
as sobre la concha montaraz de siete cuerdas ~, 446
rificándote con himnos sin lira en Esparta, cuando
el giro de las estaciones regresa el mes Carneo,
la luna llena permanece toda la noche en el cielo, 450
la brillante y esplendorosa Atenas ~. Tal es el canto
e dejaste al morir a los aedos.
Estrofa 2.a.
¡Ojalá estuviera en mi poder y pudiera a ti traerte 456
la luz desde las moradas de Hades y las corrientes
Cocíto con el remo que golpea el agua infernal!
‘orque tú has sido la única, oh querida, entre las 460
ujeres, que te has atrevido a rescatar a tu esposo
Hades, dando tu vida a cambio! ¡Que tenue la tierra
~ma te caiga, mujer! «a~ Si tu esposo tomara. un
~i’o lecho, objeto de enorme odio sería para mí y 465
ira tus hijos.
~3 Traducción literal que hace referencia al hecho de que la
estaba hecha de un caparazón de tortuga sobre el que se
lendia una piel de buey, como testimonia el Himno a Hermes
32). Los caparazones más famosos procedían del monte Parmio, en la Argólide (PAUsANIAs, VIII 54, 7).
~ Co~i alyrois hÑmnois, se alude, probablemente, a recita~neS épicas sin acompañamiento musical. Las Carnéades se
ebraban todos los años en Esparta en honor de Apolo, en
mes Carneo (agosto-septiembre) y duraban nueve días. La
~rPn~-ia a Atenas es más difícil de entender, pero, quizá,
~s alude a su propio drama o a los dramas que, en su
UlPO, estaban dedicados a la memoria de Alcestis en Atenas.
44& Aquí está testimoniada por primera vez esta expresión,
1 repetida, luego, en los epitafios griegos y latinos, como
Iflula: Sit tíbi terra levis.
32
TRAGEDIAS
Antistrofa 2.a.
La madre no quiso ocultar su cuerpo bajo tierr
por su hijo, ni su anciano padre [...] Y no se atrevi~
470 ron a salvar al hijo que engendraron, ¡crueles ambo,
a pesar de su cabeza cana. Mas tú, en cambio, en
flor de la juventud, muriendo en lugar de tu esposc
te has ido. ¡Ojalá encontrara yo semejante amor e
la unión con una esposa! ¡Suerte rara es eso en
475 vida! De ser así, sin duda, toda la vida la compartí,
con ella.
Aparece en escena Herach
HERAcLES. — Extranjeros, aldeanos ~ de esta tierr
de Feras, ¿puedo encontrar a Admeto en palacio?
CORIFEO. — El hijo de Feres está en palacio, Hera
cíes. Pero dinos si alguna necesidad te trae a ti a
480 tierra de los tesalios y a acercarte a esta ciudad a
Feras.
HERACLES. — Un trabajo realizo para Euristeo d
Tirinto ~.
CORIFEO. — ¿Y hacia dónde te encaminas? ¿A
andar errante estás uncido? ~‘.
HERACLES. — Voy en busca de la cuadriga de
medes el Tracio.
CORIFEO. — ¿Y cómo vas a conseguirlo? ¿Conoces
al extranjero?
485 HERACLES. — No le conozco. Nunca llegué a la tier
de los Bistones ~.
~5 Hemos traducido kóm~tai por ~aldeanos», ya que ~
esta palabra los Tesalios aludían a los miembros de una con
nidad rural.
~
El trabajo que Heracles tenía que realizar para Eurist4
rey de Tirinto, consistía en traerle los caballos de Diomed
rey de Tracia.
<7 El continuo peregrinar de Heracles realizando los trabal
encomendados por Euristeo es comparado metafóricamente
la unión a un yugo, en la idea de que no puede sustraerse
ellos.
~
Habitantes de Tracia.
ALCESTIS
33
CORIFEO. — No puedes apoderarte de los caballos
lucha.
HERACLES. — Ni a uno solo de mis trabajos puedo
~nunciar.
CORIFEO. — Si matas, regresarás; si mueres, quedaallí.
HERACLES. — No es la primera vez que voy a correr
riesgo semejante.
CORIFEO. — ¿ Y qué vas a ganar con vencer al amo? 490
HERACLES. — Llevar los potros al señor de Tirinto.
CORIFEO. — No es fácil ponerles el freno en las quidas.
HERACLES. — Con tal que no soplen fuego por las
inces.
CORIFEO. — Pero destrozan hombres con sus ligeras
andibulas.
HERACLES. — De fieras montaraces es el pasto que 495
ces, no de caballos.
CoRIFEo. — Podrás ver sus pesebres manchados de
Ingre.
HERACLES. — ¿Y de quién se jacta ser hijo el que los
nienta?
CORIFEO. — De Ares, de la áurea Tracia, un guerrero
~or del escudo ~.
HERACLES. — Este trabajo que refieres tiene también
sello de mi destino, pues siempre es duro y se enca- 500
una hacia lo escarpado, si es que debo entablar comcon los hijos que Ares engendró, primero con
u, después con Cicno, y ahora voy a medirme,
ercera vez, con estos caballos y con su amo. Pero sos
verá s~unca al hijo de Alcmena temblar ante la
O
de un enemigo. (Admeto sale de palacio.)
CORIFEO. — He aquí en persona al soberano de esta
ra, a Admeto, que sale de palacio.
Nueva alusión a Diomedes.
34
TRAGEDIAS
ADMETO. — ¡Salud, oh hijo de Zeus y de la sangre
de Perseo! ~.
510 HERAcLES. — También yo te la deseo, Admeto, rey
de los Tesalios.
ADMETO. — Así lo quisiera yo, pues sé que en ti
tengo un amigo.
HERACLES. — ¿Qué te ha sucedido para llevar la cabeza rasurada en señal de duelo?
ADMETO. — En este día me dispongo a enterrar un
cadáver.
HERACLES. — ¡Que un dios aparte la desgracia de
tus hijos!
515 ADMETO. — Vivos están en casa los hijos que yo engendré.
HERACLES. — Si se trata de tu padre, ya era tiempo
de que partiera.
ADMETO. — También vive aquél y la que me engendró, Heracles.
HERACLES. — ¿No habrá muerto tu esposa, Alcestis?
ADMETO. — Sobre ella puedo darte una doble respuesta.
520 HERACLES. — ¿Dices que ha muerto o que está viva?
ADMETO. — Vive y no vive, éste es mi dolor.
HERACLES. — No sé más que antes. Dices cosas sin
sentido.
ADMETO. — ¿No conoces el destino que ella debía
afrontar?
HERACLES. — Sé que ha consentido morir en tu lugar.
525 ADMETO. — ¿Cómo va a vivir, si consintió en ello?
HERACLES. — ¡Vamos! ¡No te adelantes en llorar a
tu esposa, déjalo para su momento!
ADMETO. — Muerto está el que tiene que morir y ya
no vive el que pereció.
50 Perseo era abuelo de Alcmena, madre de Heracles.
ALCESTIS 35
HERACLES. — Ser y no ser se consideran cosas distintas.
ADMETO. — Tú lo juzgas de una manera, Heracles,
yo de otra.
HERACLES. — ¿Por qué lloras? ¿Quién de los allega- 530
dos ha muerto?
ADMETO. — Una mujer. De una mujer hemos hablado hace un momento.
HERACLES. — ¿Era extraña, o unida a ti por lazos de
parentesco?
ADMETO. — Extraña, mas, en otro sentido, ligada a
la casa.
HERACLES. — ¿Y cómo perdió la vida en tu casa?
ADMETO. — Desde que murió su padre, estaba aquí 535
como huérfana.
HERACLES. — ¡Ay, ojalá te hubiera encontrado, Admeto, exento de dolor!
ADMETO. — ¿ Con qué intención tejes estas palabras?
HERACLES. — Me encaminaré al hogar de otros hués~des.
ADMETO. — No lo hagas, señor. Que no venga tan
rande desgracia.
HERACLES. — Para los que están apenados, molesto 540
que se presente un huésped.
ADMETO. — Los muertos están muertos. Entra en la
isa.
HERACLES. — Vergonzoso es ser invitado en casa de
higos que lloran.
ADMETO. — Aparte están las habitaciones a las que
Lmos a llevarte.
HERACLES. — Déjame y te deberé mil gracias.
ADMETO. — Tú no puedes ir al hogar de otro hom- 545
(A un esclavo.) Condúcele y ábrele las habitacioapartadas de la casa y di a los que las tienen a
cargo que le sirvan abundante comida. (A otros
Vido res mientras Heracles se marcha.) Cerrad bien
36
TRAGEDIAS
por dentro las puertas de los patios. No es conve.
550 niente que los invitados a un banquete oigan sollozos
ni que los huéspedes estén apenados.
CORIFEO. — ¿Qué haces? ¿Te atreves a recibir a u~
huésped, teniendo delante una desgracia semejante,
Admeto? ¿A qué esta locura?
ADMETO. — Si de mi casa y de la ciudad hubiera
expulsado a un huésped que se presenta, ¿me hubiesss ras elogiado más? Es evidente que no, puesto que mi
desgracia en nada habría menguado y yo habría quebrantado el deber de hospitalidad y a mis males otro
mal habría añadido: que mi casa fuera llamada inhós560 pita. Yo mismo hallo en éste el mejor huésped, cada
vez que me encamino a la sedienta tierra de Argos ~‘.
CORIFEO. — ¿Cómo le has ocultado la desgracia presente, si ha llegado un amigo, como tú mismo dices?
ADMETO. — No habría querido entrar en casa, si hu565 biera sabido alguna de mis desgracias. Sé que a alguno,
al hacer esto, le pareceré loco y no aceptará mi acción,
pero mi casa no sabe rechazar ni deshonrar a los
huéspedes.
CORO.
Estrofa l.a.
¡Oh morada de mi señor, siempre liberal y abierta
570 a todos los huéspedes! A ti también Apolo Pítico, de
buena lira, se dignó habitarte. Y soportó ser pastor en
575 tus dominios, por las sinuosas laderas modulando pab
toriles himeneos para tus rebaños.
580
Antistrofa 1.a.
Y para disfrutar de tus cantos se unían a los reba
ños abigarrados linces y, abandonando el valle d¿
Otris 52, venía la amarillenta tropa de leones. Y al SOl
~‘ Sobre el epíteto aplicado a Argos, cf. Ilíada IV 171.
52 Monte de Tesalia.
ALCESTIS
37
de tu citara, Febo, danzó el manchado cervatillo,
dejando atrás, con ligera carrera, los abetos de altas sss
copas, alegre con tu dulce canto.
Estrofa 2.a.
Pues habitas una casa muy rica en rebaños, junto
• la laguna Bebía, de hermosas aguas. Las tierras de s~o
labor y los suelos de las llanuras poseen como límite,
hacia el tenebroso establo de los caballos del sol, el
~ de los Molosos, y sobre la inhóspita costa marina 595
.~el Egeo domina sobre el Pelión ~.
Antistrofa 2.a.
Y hoy, abriendo de par en par la casa, ha acogido
un huésped con párpado húmedo, mientras lloraba
cadáver de su querida esposa, muerta en la casa 600
re un instante. Pues la nobleza de espíritu impulsa
al respeto de lo que es sagrado M• En los buereside toda sabiduría. Le admiro y en mi alma se
~nta la confianza de que el hombre piadoso será 605
(Admeto sale de palacio acompañado del cortejo
nebre.)
ADMETO. — Benévola presencia de los hombres de
ras, los servidores llevan en alto el cadáver, con
XIas las ofrendas, hacia el túmulo y la pira. Vosotros
la muerta, como es ritual, despedid, ahora que em- 610
rende su último camino.
Entra Feres, seguido de los servidores
con las honras fúnebres.
Alusión al territorio de Tesalia sobre el que domina
~“‘eto. Esta estrofa es de muy difícil interpretación, sobre
en el aspecto sintáctico. Cf., al respecto, DAUS, Alcestis
101-102.
En este caso, el deber de hospitalidad, tan arraigado en
mentalidad griega.
38
TRAGEDIAS
CoRIFEO. — Veo a tu padre que avanza con paso
anciano y a los acompañantes que llevan en sus manos
ofrendas para tu esposa, ornamentos de difuntos.
FERES. — Vengo a participar en tus desgracias, hijo.
áís Has perdido una noble y prudente esposa, nadie lo
pondrá en duda. Pero hay que soportarlo, por duro
que sea. Acepta esta ofrenda y que vaya bajo tierra:
620 Su cuerpo debe ser honrado, ya que se ofreció a salvar
tu vida, hijo, y no me dejó sin descendencia ni consintió que yo muriese, privado de ti, en una vejez
penosa. A todas las mujeres ha dado la mayor gloria,
atreviéndose a acción tan noble. (Dirigiéndose al cadd625 ver.) ¡Oh tú, que has salvado a mi hijo y nos has levantado a nosotros ya caídos, adiós! ¡Que seas feliz en
las moradas de Hades! Afirmo que matrimonios tales
benefician a los mortales; si no, no merece la pena
casarse.
ADMETO. — No has venido a este entierro invitado
630 por mí, ni considero tu presencia como la de un allegado. Ella nunca vestirá tu ofrenda, porque será enterrada sin necesitar nada de lo tuyo. Debías haber
compartido el dolor, cuando yo estaba a punto de morir. Pero tú que te has escabullido y has consentido,
635 a pesar de ser un anciano, que muera una persona
joven, ¿te atreves a llorar este cadáver? ¿Es que no
eras realmente el padre de mi cuerpo? ¿No me engendró la que dice haberme engendrado y se llama ini
madre? ¿Hay que creer que, como si hubiese sido d
sangre servib a escondidas fui confiado al pecho de tU
640 esposa? En la prueba has demostrado qué clase
hombre eres, y no me considero hijo tuyo. En verdl
que, por tu cobardía, sobresales por encima de todc
tú que, siendo de tal edad y habiendo llegado al lir
645 de la vida, no te atreviste a morir por tu hijo. Su
que permitiste que lo hiciera ella, que era una extrl
ña, única a la que yo podría considerar con justicil
ALCESTIS
39
y madre verdaderos. Bella batalla habrías libratú, si hubieses muerto en lugar de tu hijo. Al fin
[cabo breve era el tiempo que te quedaba de vida. 650
y yo hubiéramos vivido el resto de nuestros días
no hubiera gemido solo ante mis desdichas.] Tú, en
aznbio, has goza.do de toda la felicidad que un hombre puede gozar. En la flor de tu edad fuiste rey y
en mí un hijo como heredero de este palacio, 655
in peligro de morir sin descendencia y de dejar la
msa huérfana a la rapiña de otros. No dirás que me
as entregado a la muerte porque yo he deshonrado
vejez, yo que he sido siempre muy respetuoso con- 660
>; y, a cambio de todo eso, tú y la que me dio el
:r me habéis dado esta recompensa. Vamos, no te
esnores en tener hijos que alimenten tu vejez y que,
na vez muerto, vistan y expongan tu cadáver. Yo no 665
~ré quien te entierre con esta mano mía, para ti me
~nsidero ya muerto. Y si, gracias a otro salvador, veo
rayos del sol, de él yo me digo hijo y querido
stentador de su vejez ~. Con palabras vanas los andesean morir y se quejan de la vejez y de la 670
duración de su vida ~, pero, cuando la muerte
erca, nadie quiere morir y la vejez ya no es una
para ellos.
CORIFEO. — Admeto, ya basta con la desgracia premte. ¡Calla, no atormentes el alma de tu padre!
F~it~s. — Hijo mío, ¿a quién te ufanas de maltratar 675
~n tus injurias? ¿A un lidio o a un frigio comprado
~
Los comentaristas hacen notar lo absurdo del adjetivo
~Otrdphon, referido a Alcestis. Podría tratarse, quizá, del
ea desesperado de que acontezca un milagro que le devuelva
I~i4a de Alcestis (como así sucederá), en cuyo caso si podría
r de la vejez de Alcestis.
Probable alusión a la fábula de Esopo del viejo leñador
muerte, en la cual el anciano, después de llamar con
Stencia a la muerte, cuando ella acude a su llamada, la
baza.
40
TRAGEDIAS
con tu dinero? ~‘. ¿No sabes que soy tesalio, hijo
legítimo de tesalio y libre? Te insolentas en demasía
680 y, después de haberme herido lanzando sobre mí palabras de jovenzuelo, no te irás así como así. Yo te he
engendrado y te he criado para que seas señor de esta
casa, pero no es mi deber morir en tu lugar. Yo no
he recibido esta ley de mis padres, que los padres
deban morir en lugar de sus hijos, ni es costumbre
685 griega. Tú has nacido para ti solo, ya feliz, ya desgraciado. Posees lo que debías obtener de mi. Mandas
sobre muchos y te he de dejar tierras muy extensas,
pues las recibí de mi padre antes. ¿En qué te he fal690 tado? ¿De qué te privo? No mueras tú por mí, que yo
tampoco lo hago por ti. Gozas viendo la luz, ¿piensas
que tu padre no goza con verla? Muy largo es, esa
cuenta me echo, el tiempo que hay que estar bajo
tierra, y la vida es corta, mas, aun así, agradable.
Tú luchaste a brazo partido, sin pudor, por no morir
695 y vives, habiendo esquivado el destino fijado, después
de haber matado a tu esposa. ¿Y me acusas a mí de
cobardía, tú, el mayor de los cobardes, derrotado por
una mujer que ha muerto por ti, por un muchacho
hermoso? Buena artimaña has hallado para no morir
700 jamás, si logras convencer siempre a la mujer que tengas de que muera por ti. ¿Y luego echas en cara a los
tuyos que no quieran hacerlo, tú que eres un cobarde?
Calla, piensa que, si tú amas tu propia vida, todos
705 la aman. Si nos lanzas esas injurias, tú oirás muchas
y verdaderas ~.
CORIFEO. — Muchos denuestos se han dicho ahora y
antes. Cesa ya, anciano, de lanzar injurias contra tu
hijo.
57 En la Atenas del siglo y la mayoría de los esclavos eran
lidios o frigios.
~
El cinismo, la frialdad y el rigor lógico de toda la exposición de Feres son realmente asombrosos.
ALCESTIS
41
ADMETO. — Habla, que yo ya he terminado de hablar.
Si te duele oir la verdad, no tienes por qué faltarme.
FERES. — Si hubiera muerto por ti, falta mayor ha- 710
bría cometido.
ADMETO. — ¿ Es lo mismo que muera un hombre
joven que un anciano?
FERES. — Debemos vivir una sola vida, no dos.
ADMETO. — ¡Pues vive más tiempo que Zeus! ~.
FERES. — ¿Maldices a tus padres que nada injusto
te han hecho?
ADMETO. — Es que me di cuenta de que te gustaba 715
una vida larga.
FERES. — ¿ Es que no vas a enterrar tú este cadáver en tu lugar?
ADMETO. — Prueba evidente de tu cobardía, malvado.
FERES. — Por mí no ha muerto. Eso no lo podrás
decir.
ADMETO. — ¡Ay, si algún día tuvieses necesidad de
mí!
FERES. — Pretende a muchas, para que mueran más. 720
ADMETO. — Ese reproche es para ti, pues no quisiste
morir.
FERES. — Querida es la luz de la divinidad, querida ~.
ADMETO. — Mala es tu voluntad e indigna de un
hombre.
-FERES. — No te has burlado de un anciano arrastrando su cadáver.
ADMETO. — Morirás con mala fama, cuando mueras. 725
FERES. — La mala fama no me importa, una vez
muerto.
~
Esta maldición está lanzada con mucha ironía, ya que el
Pueblo emparentaba Zi$3~ con tF~v. con lo cual quiere decir:
iVive más que la vida misma!
~
Referencia a la vida, bajo la metáfora frecuente de la
luz, concedida por los dioses.
42
TRAGEDIAS
ADMETO. — ¡Ay, ay, qué desvergonzada es la vejez!
FERES. — (Dirigiéndose al cuerpo de Alces tis.) esta
no es desvergonzada, sino insensata.
ADMETO. — Vete y déjame enterrar este cadáver.
730 FERES. — Me voy. Tú que la has matado serás su
enterrador y pagarás el da ño a sus parientes. En verdad que Acasto no es un hombre, si no castiga en ti
la sangre de su hermana.
ADMETO. — Idos a paseo tú y la que contigo vive.
735 Envejeced sin hijos, aunque tengáis uno, como os tenéis
merecido. No pongáis más el pie bajo este mismo
techo. Y si pudiera repudiar por medio de heraldos
tu hogar paterno, lo repudiaría. (A los hombres del
740 cortejo fúnebre.) Y nosotros, ya que tenemos que soportar el mal presente, encaminémonos a poner el
cadáver en la pira.
CORIFEO.
¡Ay, ay, desgraciada por tu audacia, alma noble
y generosa, adiós! ¡Que Hermes subterráneo 61 y Hades
745 te reciban benévolos! Si alguna cosa hay allí para los
buenos, que participes de ella y seas del cortejo de
la esposa de Hades ~. (El cortejo se encamina hacia la
tumba acompañado por el coro.)
Salen todos. Luego entra un sirviente.
SIRVIENTE 62a• — Bien sé que muchos huéspedes y
de todos los confines del mundo vienen a la morada
61 Entre las muchas atribuciones de Hermes, una de las
más importantes consistía en guiar a las almas de los muertos
a las moradas infernales de Hades, de aquí que recibiera el
epíteto de «psycopompo~~, conductor de álmas.
62 Perséfone. Nótese la alusión un tanto escéptica a una
posible recompensa a la virtud en el más allá.
62a Este monólogo del sirviente —como el de Heracles poco
después (vv. 837-66)—, en la escena vacía, es algo inusual en
las tragedias, pero que tiene frecuentes paralelos en escenas
de la Comedia Nueva.
ALCESTIS
43
de Admeto; a todos ellos he servido a la mesa. Pero 750
a uno peor que éste jamás recibí en este hogar. De
buenas a primeras, a pesar de ver a mi señor apenado,
entró y se atrevió a franquear las puertas. Luego, no
ha aceptado con cordura la hospitalidad que se le
podía ofrecer, a pesar de estar enterado de la desgracia, sino que, si algo no le llevábamos, nos apremiaba 755
para que lo hiciéramos. Coge en sus manos un gran
vaso de hiedra y bebe el licor puro de la madre negra ~,
hasta que, al empaparle, le calentó la llama del vino.
Se corona la cabeza con ramos de mirto, ladrando 760
sonidos discordantes. Así que podían oírse dos músicas: él cantaba sin respetar en absoluto las desgracias de la casa de Admeto, y nosotros, los criados,
llorábamos a la señora y, cubriéndonos el rostro, no
se lo mostrábamos al huésped, pues Admeto así lo
había ordenado. Ahora yo obsequio en casa a un hués- 765
ped, probablemente a un astuto ladrón y a un bandido,
y ella ha salido de la casa sin que yo la haya podido
acompañar ni extender mi mano, como señal de lamento por mi señora, que era una madre para mi y
pará todos los sirvientes, pues nos protegía de innu- 770
merables males, suavizando las iras de su esposo. ¿No
odio con razón a este huésped, llegado en medio de
desgracias?
Heracles sale de palacio con una corona de mirto en su cabeza y una copa en
la mano.
HERACLES. — Oye, tú, ¿a qué vienen esas miradas
graves y preocupadas? El criado no debe poner a los
huéspedes mala cara, sino recibirlos con ánimo afable. 775
Tú ves ante ti a un amigo de tu señor y lo recibes
COn rostro enfadado y cejijunto, por tomarte en serio
un dolor ajeno a la casa. Ven aquí, para que yo te
63 Se refiere a la uva negra.
44
TRAGEDIAS
780 haga más sabio. ¿Conoces tú cual es la naturaleza de
las cosas mortales? Creo que no. ¿De dónde ibas a
saberlo? Óyeme, pues: todos los mortales deben pagar
el tributo de la muerte y no hay ninguno que sepa si
785 vivirá al día siguiente. Oscuro es saber adónde se encamina la fortuna y no es posible enseñarla ni aprenderlo por la práctica”. Una vez que has oído esto y
lo has aprendido de mí, alégrate, bebe, preocúpate
sólo de tu vida de cada día, lo demás déjalo en manos
790 de la fortuna. Honra también a la más agradable de
las diosas para los mortales, a Cipris 65, pues es una
divinidad benévola. Manda a paseo lo demás y haz
caso de mis palabras, si te parece que hablo con sensatez, y así lo creo. ¿No vas a dejar el dolor en dema795 sia y a beber con nosotros, saltando por encima de
estas desgracias, con la cabeza a rebosar de coronas?
Bien sé yo que de tu estado de ánimo sombrío y que
atenaza tu corazón te sacará, llevándote a otro anclaje,
el balanceo de la copa”. Siendo mortales debemos
800 tener pensamientos mortales, de modo que para todos
los graves y cejijuntos, a tenerme a mi por juez, la
vida no es realmente vida, sino desgracia.
SIRVIENTE. — Eso lo sabemos, pero nuestra situación
presente no admite ni fiesta ni risa.
64 La fortuna, el azar, no puede conocerse ni por aprendizaje ni por la práctica, en cuanto que es algo incontrolable.
Nótese que la fortuna es un componente predominante del teatro de Eurípides, por lo cual ha sido considerado, con razón,
un precedente de la Comedia Media y Nueva, en la cual lo
imprevisible de los golpes de la fortuna lo domina todo.
65 Cipris es Afrodita, la diosa del amor.
~
Estamos en presencia de una complicada metáfora, con
interrelación de palabras procedentes del léxico marino, para
explicar el efecto que el vino produce en los hombres. PítyloS
designa el golpear cadencioso de los remos en el agua; methorme! indica el cambio de anclaje, de puerto, desde la pena a la
alegría; empesón, siguiendo a DALE, lo hemos traducido por
,‘salir de un estado~.
ALCESTIS
45
HERACLES. — Una mujer extraña es la que está 805
muerta. Que no haya demasiado duelo, pues los señores de esta morada están vivos.
SIRVIENTE. — ¿Que están vivos? ¿No conoces tú las
desgracias de la casa?
HERACLES. — Si tu amo no me ha mentido, si.
SIRVIENTE. — Demasiado, demasiado hospitalario
es él.
HERACLES. — ¿Y no iba a recibir yo un trato hospi- 810
talario por un cadáver ajeno a la casa?
SIRVIENTE. — En verdad que era ajeno a la casa, no
lo sabes bien.
HERACLES. — ¿No me habrá ocultado alguna desgracia que haya ocurrido?
SIRVIENTE. — Vete tranquilo. A nosotros atañen las
desgracias de los señores.
HERACLES. — Tus palabras presagian penas no ajenas a la casa.
SIRVIENTE. — De no ser así, no me hubiera irritado 815
al ver como comías en el banquete.
HERACLES. — ¿Es que mi huésped se ha burlado
cruélmente de mi?
SIRVIENTE. — No viniste en un momento oportuno
para ser recibido en la casa, pues el dolor está con
nosotros. Puedes ver nuestro cabello cortado y nuestras negras vestiduras.
HERACLES. — ¿Quién ha muerto? ¿ Ha partido alguno 820
de sus hijos o su anciano padre?
SIRVIENTE. — Ha perecido la mujer de Admeto, extranjero.
HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Y aun así me habéis concedido hospitalidad?
SIRVIENTE. — Le dio vergilenza alejarte de la casa.
HERACLES. — ¡Oh infeliz, qué compañera has perdido!
u
46
TRAGEDIAS
825 SIRVIENTE. — Todos hemos perecido, no ella sola.
HERACLES. — Ya lo había presentido, al ver sus ojos
derramando lágrimas, su cabeza rasurada y su rostro,
pero me convenció, diciendo que llevaba al sepulcro
un funeral ajeno. A mi pesar, después de atravesar
830 estas puertas, me puse a beber en la morada de este
hombre hospitalario, estando él en una situación tan
dolorosa. ¡Y mira que darme yo un banquete con la
cabeza coronada! Culpa tuya es no habérmelo indicado, sumida como estaba la casa en semejante desgracia. ¿Dónde la está enterrando? ¿Dónde le encontraré y por qué camino?
835 SIRVIENTE. — Derecho por el camino que conduce a
Larisa. Una tumba bien labrada verás al salir del
arrabal.
HERACLES. — ¡Oh corazón y mano mía que tanto
habéis soportado, muestra ahora qué clase de hijo la
tirintia Alcmena, hija de Electrión, le dio a• Zeus!
840 Tengo que salvar a la mujer que acaba de morir e
instalar de nuevo a Alcestis en esta casa y dar a Admeto una prueba de mi agradecimiento. Me voy a ir
a acechar a la reina de los muertos, de negra túnica,
845 a la Muerte ~. Creo que la encontraré cerca de la tumba,
bebiendo la sangre de sus víctimas”. Y si, lanzándome
desde mi escondrijo, consigo atraparla y la rodeo con
mis brazos, nadie conseguirá arrebatarme sus costados
850 doloridos”, hasta que me entregne a esta mujer. Pero
67 Téngase en cuenta que en griego Muerte (Thanaros) es
masculino y, por- ello, es caracterizada en griego como ~~señor
de muertos’., aunque en castellano lo - hemos traducido por
<reina de los muertos’..
68 Ya en la Nekya (Odisea XI 23) las sombras de los muertos van a beber la sangre de los animales sacrificados por
Odíseo.
~
Costados doloridos por la presión de los brazos de Heracles. No se olvide, una vez más, que la lucha es entre un
ALCESTIS
47
si yo fallo esta presa y no se aproxima a la sangrienta
ofrenda, descenderé a las moradas sin sol de los de
abajo, de Core y del Soberano ~ y la reclamaré, y tengo
confianza en que conduciré arriba a Alcestis, para
poder dejarla en los brazos de mi huésped, que me 855
recibió en su casa y no me expulsó, a pesar de estar
golpeado por una pesada desgracia; sino que me la
ocultó, como noble que es, en consideración a mi.
¿Quién de los tesalios más hospitalario que él? De seguro que no tendrá que decir que un hombre noble 860
como él se ha portado generosamente con un hombre
vil.
Heracles se va y aparece Admeto seguido del corte jo fúnebre.
ADMETO. — ¡Ay, umbrales odiosos, vista odiosa de mi
casa viuda, ay de mí! ¡Ay, ay! ¿Dónde iré? ¿Dónde me
detendré? ¿Qué diré? ¿Qué no diré? ¿Cómo podría
morir? Mi madre me engendró para un pesado destino. 865
Envidio a los muertos, siento pasión por ellos, deseo
habitar sus moradas. Ya no gozo viendo los rayos del
sol, ni poniendo el pie sobre la tierra. Tal es el rehén 870
que la Muerte me ha arrebatado, para entregó rselo
a Hades 71
CoRo.
Estrofa.
Avanza, avanza, entra en tu oculta casa ~.
hombre y una divinidad masculina, Thanatos, no entre el héroe
Y una mujer, la Muerte.
~
Core es Perséfone, la hija de Deméter; el Soberano es
Hades, señor de los dominios infernales.
~
Thanatos, la Muerte, es una divinidad que consiste en la
Personificación del hecho natural de morir, Hades, por el contrario, es el dios de los infiernos.
~
Keuthos oikón es una perífrasis por oikos y alude a lo
oculta que se encuentra la morada infernal de Hades, de la
Cual no se puede volver nunca a la luz del sol.
48
TRAGEDIAS
ADMETO. — ¡Ay, ay!
CoRo. — Tu desgracia es merecedora de lamentos.
ADMETO. — ¡O Ji, oh!
CoRo. — Estás en el camino del dolor, lo sé bien.
ADMETO. — ¡Ay, ay!
CoRo. — Pero nada ayudas a la que está abajo.
ADMETO. — ¡Ay, ay de mí!
876 CoRo. — ¡No ver ya más el rostro de una esposa
querida, qué dolor!
ADMETO. — Acabas de recordar lo que tortura mí
880 mente. ¿Qué mayor desgracia para un hombre que
perder a su fiel esposa? ¡Ojalá que nunca hubiera ha-
bitado casado con ella en esta casa! De los mortales
envidio a los solteros y sin hijos. Una sola es su vida,
885 sufrir por ella es moderada carga; pero ver las enfermedades de los hijos y el lecho de la esposa asolado
por la muerte no es soportable, sobre todo pudiendo
vivir siempre soltero y sin hijos.
CoRo.
Antistrofa.
El destino, el destino que te ha llegado es difícil
de afrontar.
ADMETO. — ¡Ay, ay!
890 CoRo. — y tú no pones límite alguno a tu dolor.
ADMETO. — ¡Oh, oh!
CoRo. — Pesado de soportar, mas...
ADMETO. — ¡Ay, ay!
CoRo. — sopórtalo. No eres tú el primero que ha
perdido...
ADMETO. — ¡Ay, ay de mí!
CoRo. — a su esposa. La desgracia, unas veces de
una forma, otras de otra, oprime siempre a los mortales.
ALCESTIS
49
ADMETO. — ¡Oh pesares sin fin y dolores por los 895
seres queridos bajo tierra! ¿Por qué me impediste ~3
arrojarme al cóncavo hoyo de la tumba y yacer muerto
con aquella mujer incomparable? Dos almas fidelísi- 900
mas, en vez de una, tendría Hades consigo, habiendo
atravesado juntos la laguna infernal.
CORO.
Estrofa 2.a.
Había un hombre en mi familia que perdió un hijo
digno de ser llorado, el único que tenía en la casa, 905
mas soportaba. con entereza la desgracia, aun privado
de hijos, cuando se encaminaba ya a la época de los
cabellos blancos y había avanzado mucho en el camino 910
de su vida.
ADMETO. — ¡Oh figura de mi casa! ~. ¿Cómo franquearé tu entrada? ¿Cómo voy a habítarte ahora que
mi destino ha cambiado? ¡Ay de mí! Mucha es la dif e-
rencia ‘~. En aquella ocasión entraba en ella con las 915
teas del Pelión y los cantos de boda, sosteniendo la
mano de mi esposa querida. Bulliciosa comitiva nos
seguía, deseándonos felicidad a la muerta y a mí por
habernos unido, nobles como éramos y de padres no- 920
bles por ambas ramas. Hoy, en cambio, el lamento
contesta a los cantos de boda, y negras vestiduras,
en lugar de blancas, me acompañan dentro, hacia un 925
túlamo nupcial solitario.
‘3 El cambio del sujeto plural de la exclamación al singular de la pregunta podría explicarse con facilidad, si pensamos
que las exclamaciones de dolor se refieren a un pesar singular
que engloba todo en un concepto unitario.
~4 Este tipo de perífrasis, en lugar del simple casa, es característico de Euripides y de la poesía griega en general y sirve
Para insistir en la emoción de la persona que habla, Que, en
este caso, imagina todos y cada uno de los rasgos de la casa.
5 Entre cuando la franqueó por primera vez, en medio de
cantos de boda, con Alcestis y el momento presente.
50
TRAGEDIAS
CoRo.
Antistrofa 2.a.
En tu feliz destino te llegó este dolor, a ti, no
curtido en la desgracia, pero has salvado tus días y tu
930 vida. Tu esposa murió, abandonó tu amor. ¿Qué hay
de nuevo en esto? A muchos ya les robó la muerte a
sus esposas.
935 ADMETO. — Amigos, considero más afortunado el des-
tino de mi esposa, aunque parezca de otro modo, pues
ya nunca la alcanzará ningún dolor; a sus muchos
pesares puso fin con gloria. Yo, en cambio, que no
debería vivir, habiendo escapado a mi destino de muer940 te, arrastraré una vida lamentable. Acabo de darme
cuenta de ello. ¿Cómo podré soportar entrar en esta
casa? ¿A quién saludaré al entrar y quién contestará
a mi saludo, de modo que mi entrada en la casa sea
agradable? ¿Adónde dirigiré mis pasos? La soledad
945 interior me echará fuera, cuando vea vacíos el lecho
de mi esposa y las sillas en que se sentaba y por las
habitaciones el suelo polvoriento y a mis hijos que,
abrazados a mis rodillas, lloran a su madre, y a los
criados que gimen por su señora, que se les ha ido
950 de la casa. Esto es lo que sucederá en mi hogar. Fuera
me atormentarán las bodas de los tesalios y las reuniones a las que asistan mujeres, pues no podré soportar ver a las compañeras de mi esposa. Y cualquier
955 enemigo mío dirá: «He aquí a quien vive con verguenza, aquel que no se atrevió a morir, sino que, por
cobardía, entregó a cambio a su esposa y escapó a
Hades. ¿Creerá que es un hombre? Odia a sus padres,
cuando él mismo no quiso morir..» Tal fama se aña960 dirá a mis males. ¿Qué ganaré con vivir, amigos,
abrumado por la mala fama y la desgracia?
ji
ALCESTIS
51
CoRO.
Estrofa ~ 76
Yo, por medio de las Musas, llegué a las alturas
celestes ~, y, después de aferrarme a innumerables doctrinas, nada hallé más poderoso que la Necesidad ~. 965
Contra ella no hay remedio alguno en las tablillas
tracias en las que se encuentra incisa la palabra de
Orfeo ~, ni en cuantos remedios dio Febo, cortándolos 970
de las raíces, a los Asclepiadas, para los mortales de
muchas enfermedades ~.
Antistrofa 1.a.
Es la única diosa que no tiene altares ni imágenes
a que acudir, es sorda a los sacrificios. ¡Ojalá que no 975
caigas sobre mí, venerable 81, con más peso que en mi
vida pasada! Pues lo que Zeus decide con un gesto,
con tu ayuda lo lleva a cabo. Incluso dominas con tu 980
76 Se inicia un coro pesimista sobre el poder inexorable de
la Necesidad. Como hace notar el escoliasta, es el propio
Eurípides quien habla por medio del Coro. Se trata, probablemente, de una alusión al esfuerzo baldío de sus estudios con
Protágoras, Anaxágoras, Arquelao, Sócrates, etc.
~7 Se hace referencia aquí a los estudios de astronomía y a
las especulaciones físicas del siglo y.
~
Ananke corresponde aquí a la Moira de Homero, en su
formulación filosófica, y representa las leyes eternas e inmutables de la naturaleza.
~
La tradición asigna el nombre de Orfeo a una mezcla
heterogénea de escritos filosóficos o que tratan de la curación
de las enfermedades del cuerpo y del alma. Según el físico Heracides Póntico (s. iv a. C.), citado por el escoliasta, existía una
Colección de estas tablillas en el santuario de Dioniso que había
en Tracia.
~
Los Asclepiadas son los descendientes de Asclepio, el dios
de la medicina.
~1 La Necesidad (Ananke) es llamada con el epíteto que se
aplica a las diosas, es decir, Potnia, soberana, señora.
L
52
TRAGEDIAS
fuerza al hierro de los cálibes 82~ A tu resolución tajante
imposible es oponer reverencia alguna ~.
Estrofa 2.a.
A ti también te cogió la diosa en las inevitables
985 cadenas de sus manos. ¡Valor! Con gemidos nunca
harás regresar de abajo a los que han perecido arriba.
990 Hasta los hijos de los dioses perecen y se diluyen en
la sombra. Querida fue cuando estaba entre nosotros,
994 querida será también estando muerta. Unciste a tu
lecho a la más noble de las esposas.
Antistrofa 2.».
Que la tumba de tu esposa no sea considerada
como un montón de tierra de cadáveres desaparecí.
dos, sino honrada como si de dioses se tratara, veneíooo ración de los caminantes. Y alguno, desviándose de su
ruta, dirá: «He aquí la que una vez murió por su esposo y hoy es divinidad bienhechora, ¡salud, veneratoes ble señora! ¡Que nos seas propicia!» De este modo le
hablarán.
CORIFEO. — Pero he aquí, según parece, al hijo de
Alcmena, oh Admeto, que camina hacia tu casa.
HERACLES. — A un amigo hay que hablarle a las
claras, Admeto, y no mantener los reproches bajo las
íoío entrañas, acallándolos. Lo que yo pretendía, asistiendo
de cerca a tu desgracia, era probarte que soy un
amigo, pero tú no me revelaste que estaba expuesto
el cadáver de tu esposa, sino que me acogiste en tu
casa, como si estuvieras ocupado en un dolor ajeno.
82 Los cálibes eran un pueblo de Armenia, muy próximo al
Ponto Euxino, famosos por su destreza en trabajar el fuego.
83 Es la conclusión lógica de lo dicho anteriormente. La
resolución de la Necesidad no se puede torcer ni con súplicas
ni con sacrificio alguno, ni con el respeto religioso aidós, en
este caso. Como quiera~ que sea, es dificilisimo, por no decir
imposible, verter el sentido de esta frase a nuestra lengua.
ji
ALCESTIS
53
Y yo me coroné la cabeza y ofrecía libaciones a los íoís
dioses en esta morada tuya sumida en la desgracia.
Yo te lo reprocho, te reprocho que haya ocurrido
esto, si bien no deseo apenarte en tus males. Voy a
decirte por qué he venido aquí, volviendo sobre mis
pasos. 1020
Toma a esta mujer que ves aquí y guárdamela,
hasta que regrese aquí trayendo los caballos tracios,
después de haber matado al rey de los Bistones. Pero
si me aconteciese lo que no deseo 2 ¡pueda yo regresar de nuevo! —, te la doy para que viva en tu casa.
Con mucho esfuerzo ha llegado a mis manos. La razón 1025
es que he hallado por el camino a algunos que organizaban un certamen público, esfuerzo apropiado para
atletas; de allí vengo trayendo a esta mujer como premio de mi victoria. Los vencedores en pruebas de poca
monta podían llevarse caballos; para los vencedores 1030
en pruebas más importantes, como el pugilato y la
lucha, había cabezas de rebaño. Una mujer venía a
continuación. Hubiera sido vergonzoso que, encontrándome allí, hubiera dejado escapar esta ganancia gloriosa. Mas, como te dije, tú debes cuidarte de esta
mujer. No es fruto de robo, sino que aquí llegó, des- 1035
pués de haberla conseguido con esfuerzo. Con el tiempo quizá tú también me lo agradecerás.
ADMETO. — Ni por deshonrarte ni por ponerte en
una situación vergonzosa te oculté la suerte de mi
desgraciada esposa, sino que este dolor se habría añadido a mi dolor, si te hubiese dirigido a la morada de 1040
algún otro huésped. Bastante tenía yo con llorar mi
desgracia. En cuanto a esta mujer, te suplico, si es
posible, señor, que se la des a guardar a algún otro
tesalio que no haya sufrido lo que yo. Muchos huéspedes tienes en~tre los de Feras. ¡No me recuerdes mis 1045
desgracias! No podría, al verla en mi casa, contener
mis lágrimas. No añadas otra enfermedad a un enferL
54
TRAGEDIAS
mo; bastante estoy apesadumbrado por la desgracia.
Y además ¿en qué lugar de mi morada iba a alojarse
íoso una mujer joven? Pues es joven, a juzgar por su vestido y su adorno. ¿Acaso va a vivir bajo el mismo
techo que los hombres? ¿Cómo permanecerá pura,
yendo y viniendo entre jóvenes? No es fácil contener
al que está en la flor de la edad, Heracles. Yo trato
íoss de velar por tus intereses. ¿Quieres que la aloje en
la habitación de la muerta? ¿Y cómo la hago entrar
en el lecho de aquélla? Temo un doble reproche: el
de la gente de aquí, no sea que alguno me eche en
cara que, traicionando a mi bienhechora, caigo en el
io6o lecho de otra joven, y el de la muerta: ella es digna
de todo mi respeto, debo tenerlo en cuenta siempre.
Y tú, oh mujer, quienquiera que seas, sabe que tienes
el mismo aspecto que Alcestis y te asemejas a ella en
1065 el cuerpo. Aparta, por los dioses, a esta mujer de mi
vista. No triunfes sobre uno que está derrotado.
Viéndola creo estar viendo a mi esposa. Me turba el
corazón y fuentes manan de mis ojos. ¡Oh desgraciado de mí, sólo ahora empiezo a saborear mi amargo
dolor!
1070 CORIFEO. — Yo no sabría decir qué bien podría derivarse de este acontecimiento, pero, sea cual sea, hay
que aceptar el don de la divinidad.
HERACLES. — ¡Si tuviera tanto poder como para llevar a tu esposa hacia la luz desde la moradas subterráneas y ofrecerte a ti este favor!
íois
ADMETO. — Bien sé que lo habrías querido. Pero ¿a
qué viene este deseo? Los muertos no pueden regresar
a la luz.
HERACLES. — No te excedas, soporta lo que te ha
deparado el destino.
ADMETO. — Es más fácil aconsejar que soportar,
cuando se sufre.
ALCESTIS
55
HERACLES. — ¿Qué vas a adelantar con estar gimien-
do siempre?
ADMETO. — Yo mismo me doy cuenta, pero es como 1080
wi deseo que me arrastra.
HERACLES. — Amar a quien está muerto invita al
llanto.
AIPMETO. — Me ha destruido, más no puedo decir.
HERACLES. — Has perdido una excelente mujer,
¿quién lo negará?
ADMETO. — Hasta el extremo de que este hombre
que ves ya no gozará de la vida.
HERACLES. — El tiempo suavizará tu mal, ahora aún íoss
está en sazon.
ADMETO. — El tiempo, sí, si es tiempo la muerte.
HERACLES. — Una mujer te calmará, y los deseos de
un nuevo matrimonio.
ADMETO. — ¡Calla! ¿Qué dices? Nunca lo hubiera
creído.
HERACLES. — ¿Cómo? ¿No te casarás? ¿Mantendrás
viudo tu lecho?
ADMETO. — No habrá mujer que vaya a dormir a ío~o
mi lado.
HERACLES. — ¿Esperas causar algún provecho a la
muerta?
ADMETO. — Donde quiera que esté, mi deber es honrarla.
HERACLES. — Te aplaudo, te aplaudo, pero te obligas a una locura.
ADMETO. — Nunca me llamarás novio.
HERACLES. — Te alabo por el amor fiel hacia tu 1095
esposa.
ADMETO. — ¡Muera yo si la traiciono, aunque ella
esté muerta!
HERACLES. — Pues bien, recibe a ésta en tu noble
morada.
56
TRAGEDIAS
ADMETO. — ¡No! ¡Te lo ruego por Zeus que te engendró!
HERACLES. — Mira que te equivocas, si no lo haces.
ííoo ADMETO. — Si lo hago, sentiré en mi corazón la mordedura del pesar.
HERACLES. — Obedéceme, quizá obtengas un beneficio del favor.
ADMETO. — ¡Ay de. mí! ¡Ojalá que nunca la hubieras ganado en el certamen!
HERACLES. — Habiendo vencido yo, tú también compartes mi victoria.
ADMETO. — Bien dicho, pero que se vaya esta mujer.
1105 HERACLES. — Se irá, si es necesario, pero mira primero si debe irse.
ADMETO. — Debe, si es que con ello no vas a irritarte conmigo.
HERACLES. — Tengo una razón para insistir tanto.
ADMETO. — Salte con la tuya, pero lo que estás haciendo no es de mi agrado.
HERACLES — Llegará la ocasión en que me elogies.
Limítate a obedecer.
1110 ADMETO. — (A los siervos.) Lleváosla dentro, si es
preciso aceptarla en esta casa.
HERACLES. — Yo no confiaría esta mujer a servidores.
ADMETO. — Introdúcela tú mismo en la casa, si
quieres.
HERACLES. — Yo deseo confiaría a tus manos.
ADMETO. — Yo no deseo tocarla. Es libre de entrar
en la casa.
1115 HERACLES. — Sólo tengo confianza en tu mano derecha.
ADMETO. — Señor, me obligas a hacer esto sin yo
quererlo.
HERACLES. — Atrévete a extender la mano y tocar a
la extranjera.
ALCEStIS
57
ADMETO. — Bien, la extiendo.
HERACLES. — Como si fueses a degollar la cabeza
de la Gorgona ~. ¿La tienes?
ADMETO. — Sí, la. tengo.
HERACLES. — Guárdala, pues, y un día dirás que el 1120
hijo de Zeus fue un noble huésped. (Se acerca a la
mujer y le quita el velo.) Dirige tu mirada hacia ella,
si en ella ves algo digno de tu esposa y, feliz, deja
a un lado tu dolor.
ADMETO. — ¡Oh dioses! ¿Qué decir? Prodigio inesperado es éste. ¿Esta que estoy viendo es realmente mi
esposa? ¿O es una alegría engañosa enviada por la 1125
divinidad la que me saca de mí?
HERACLES. — No, no te engañas, sino que estás viendo a tu propia esposa.
ADMETO. — Mira, no vaya a ser esto una aparición
infernal.
HERACLES. — El huésped que has tenido no es un
evocador de almas.
AnMETo. — ¿Estoy viendo a mi esposa, a la que deposité en la tumba?
HERACLES. — Tenlo por seguro, pero no me extraña í 130
tu desconfianza ante lo que sucede.
ADMETO. — ¿ Puedo tocarla, hablarle como a una esposa viva?
HERACLES. — Háblale. Ya tienes todo lo que deseabas.
ADMETO. — ¡Oh rostro y cuerpo de mi queridísima
esposa, te tengo cuando ya no lo esperaba, cuando
creía que no te había de ver nunca más!
84 La expresión <como si fueras a degollar a la Gorgona<
alude a la cabeza de la Gorgona degollada por Perseo y que
Convertía en piedra a quien la miraba. Similar reacción va a
experimentar Adineto, cuando vea que la extranjera que le
confía Heracles es su propia esposa.
58
TRAGEDIAS
1135 HERACLES. — Es tuyo. ¡Ojalá que no te venga la envidia de los dioses!
ADMETO. — ¡Oh hijo bien nacido del poderosísim4
Zeus, que seas feliz, y que el padre que te engendn
te conserve! ¡Tú eres el único que has enderezadi
mi casa! ¿Cómo has conseguido traerla desde abaj~
hasta esta luz?
1140 HERACLES. — Entablando combate con el dios qu
la tenía en su poder.
ADMETO. — ¿Dónde dices que trabaste ese comt
con la muerte?
HERACLES. — Junto a la tumba misma, afei
con mis brazos desde el escondrijo.
ADMETO. — ¿Por qué esta mujer está ahí quieta, su
voz?
HERACLES. — La ley divina no permite que oigas su
1145 palabras, antes de que se haya purificado de su consagración a los dioses infernales y haya llegado la tercera aurora. Ahora acompáñala dentro y en el futuro
continúa mostrando a tus huéspedes la piedad de un
uso justo ~. ¡Adiós! Me apresuro a cumplir el trabajo asignado para el rey, hijo de Esténelo ~.
ADMETO. — Permanece con nosotros y comparte nUeStra casa.
HERACLES. — En otra ocasión será, ahora debo apresurarme.
ADMETO. — ¡ Que te acompañe la fortuna y regrese
de nuevo a nuestra casa! (Volviéndose hacia el
mientras Heracles inicia la marcha.) Ordeno a los clii
1155 dadanos y a las cuatro provincias ~ que preparen corOd
85 La hospitalidad es la única prenda que ha exhibid<
Adnieto a lo largo de toda la tragedia.
86 Padre de Euristeo.
~
Tesalia estaba dividida en cuatro provincias: Beba, Peri
Yolco y GlaIIra.
ALCESTIS
59
a celebrar estos momentos tan felices y que los
•es humeen con la carne de vacas propiciatorias,
s
hemos cambiado a una vida mejor que la anteNo negaré que soy feliz. (Entra en palacio.)
CoRo.
Muchas son las formas de lo divino y muchas cosas 1í60
speradamente concluyen los dioses. Lo esperado no
cumplió y de lo inesperado un dios halló salida.
se ha resuelto esta tragedia ~.
U Estas palabras finales del Coro se repiten en Andrómaca,
llena, Las Bacantes y en Medea, si bien en forma algo diversa.
~bablemente fueron escritas originariamente para Alces fis.
rT-I
INTRODUCCIÓN
Medea se representó bajo el arcontado de Pitodoro,
primer año de la Olimpíada ochenta y siete, es
~ir, el año 431 a. C. El trágico Euforión obtuvo el
mier premio en este certamen y Sófocles el segundo.
~¡rípides tuvo que conformarse con el último puesto,
ia muestra más de la escasa aceptación de que gozó
teatro entre sus contemporáneos. El drama formaba
Irte de la tetralogía Medea, Filoctetes, Dictis y el
urna satírico Los Recolectores, que ya se había perdo, a juzgar por la información del <Argumento.,
la época alejandrina.
La leyenda. — El armazón mítico de la tragedia
z es el resultado de una variada tradición legen., no siempre concordante en algunos detalles,
~rada en la famosa expedición de los Argonautas,
rada en época helenística por el poeta Apolonio de
Las y cuya finalidad consistía en la conquista del
~cix.o de oro. En los poemas homéricos, especial¡
[te en la Odisea, hallamos ya mención de Esón,
e de Jasón, y de Pelias, tío del mismo, que tanta
Portancia jugaron en la leyenda. También, y dentro
la saga de la maga Circe, se nos habla del reino
~~etes, que era hermano de la hechicera. Es indu~, por tanto, que, en la época de composición de
64
TRAGEDIAS
los poemas homéricos y probablemente antes, los asil
tentes á las recitaciones de los aedos conocían a
perfección las peripecias de los Argonautas a borc
de la nave Argo y su búsqueda del vellocino de 01
en la Cólquide. El nombre de Medea, no obstante,
aparece documentado hasta la Teogonía de Hesíodo
(956 y sigs.). Medea era hija de Eetes y de Idia, que,
a su vez, era hija del Océano. Jasón era hijo de Esón
y, después de haber culminado con éxito las duras
pruebas impuestas por su tío y usurpador del trono
paterno Pelias, se llevó a Medea a su patria de Yolco,
se casó con ella y tuvo un hijo.
La leyenda de los Argonautas aparece reflejada
también en las composiciones de los poetas líricos, y
en la IV Pítica de Píndaro encontramos la primera
exposición detallada de la expedición, desde la apari.
ción de Jasón a su tío y usurpador Pelias hasta el
regreso victorioso de los expedicionarios a la isla de
Lemnos, acompañados ya por Medea. Los detalles pro.
cisos referidos en el Epinicio pindárico evidencian que
la leyenda estaba ya en un estado de madurez total.
El mito de Jasón no se concluía, no obstante, con
el regreso a su país natal, en posesión del vellocino
de oro. La muerte de su tío Pelias habria obligado
a Jasón a abandonar Yolco y huir hacia otros lugares
en compañía de su esposa Medea y de su hijo Mérmero. Cárcino nos ha dejado en sus Naupáctica el
testimonio de que en la isla de Corcira, en la que
se había refugiado, su hijo había sido despedazado por
una leona. Pero la tradición relacionaba los acOntecimientos posteriores al abandono de Yolco especialmente con la ciudad de Corinto. Según las Cori ntíaca
del poeta Eumelo, Eetes había recibido de su padre
el Sol la ciudad de ~fira (luego Corinto), a donde irla
Medea a recoger la herencia paterna, acompañada por
Jasón, que reinaría compartiendo el trono con ella.
MEDEA
65
juzgar por los datos de que disponemos, parece que
leyenda primitiva era completamente independiente
p la muerte de Pelias a manos de sus hijas por instiIción de Medea, para vengar, de este modo, a Jasón
al padre de éste, Esón, a quien Pelias había asesiido para arrebatarle el trono de Yolco. Posteriormente, ambas tradiciones serían puestas en relación,
•
la estancia de Jasón y de Medea en la ciudad de
orixito se considerana originada por este asesinato,
consecuencia del cual los esposos se habían visto
ligados a exiliarse desde Yolco a Corinto. Además,
poetas de ciclos épicos, como Creófilo en La
goma de Ecalia, nos procura información sobre la
muerte de Creonte, rey de Corinto, envenenado por
Medea, y la posterior huida de ésta a Atenas, con otra
acile de datos sobre la suerte de sus hijos.
Teniendo en cuenta lo que acabamos de exponer,
resulta evidente que la tradición situaba la venganza
de Medea en la ciudad de Corinto. Cuando Pausanias
recorrió Grecia, se enseñaba aún en Corinto la fuente
a la que Glauce se arrojó, intentando liberarse de los
efectos del terrible veneno, así como la tumba de los
hijos de Medea, Mérmero y Feres, apedreados por los
corintios como castigo por haber llevado a Glauce
los funestos dones. En lo que toca a Medea, Creófilo
afirmaba que se había refugiado en Atenas, y, según
Pausanias, vivió en casa de Egeo y, después, por haber
conspirado contra Teseo, se vio obligada a huir con
su hijo Medo, fruto de sus amores con Egeo.
Es claro que en el siglo y la leyenda estaba perfectamente fijada y que el único punto de divergencia
lo constituían las distintas versiones sobre la muerte
de los hijos de Medea. Según unos, murieron a manos
de los parientes de Creonte, según otros, asesinados
Por los corintios, y algunos, por último, atribuían su
flhuerte a la despechada Medea.
66
TRAGEDIAS
A pesar de que Esquilo y Sófocles se ocuparon, e
varias tragedias, de diversos aspectos del mito de lc
Argonautas, sólo el poeta Neofrón, al decir del
mento», parece haber tratado el tema con anterio
dad a Eurípides. Aunque alguna fuente sitúa a Neofró
en el siglo iv, parece seguro que este poeta debió de
vivir a mediados del siglo y. Los fragmentos que con.
servamos de su obra nos permiten deducir que Eur
pides se inspiró casi por completo en la tragedia d
su predecesor. Estobeo nos ha legado quince verso
importantísimos que constituían un fragmento del ni
nólogo de Medea, en el cual describía la vacilación
la heroína entre colmar su sed de venganza, o
padecerse de sus amados hijos. La semejanza con
célebre .monólogo euripideo (1021 y sigs.) ha llama
la atención de los críticos, que han expresado opinic
nes diversas sobre tan sorprendente hecho, en la
cuales nosotros no podemos entrar.
Valoración de la obra. — Sin la menor duda, Medei
supera con mucho a Alcestis, por su estructura, fuerz¡
dramática y análisis profundo de los motivos que ini
pulsan a obrar a los protagonistas. Probablemente
forma con Hipólito la cima del drama euripideo. Coir”
observa muy finamente Lesky 1, en ninguna otra cre
ción del .teatro griego se han presentado con tantl
nitidez las fuerzas oscuras e irracionales que puedel
brotar del complejo corazón humano. Esta agonía con
tinua entre sentimientos contrapuestos, entre razón
irracionalidad, adquiere una formulación definitiva
bellísima en tres monólogos, en los que Medea expreSa
sus atormentados pensamientos (364; 1021; 1236). E
deseo de venganza por la traición sufrida, el aY
por sus hijos, la catástrofe que su acción ocasiona
Cf. LESKY, Historia. pág. 398.
MEDEA
67
psi palacio, se debaten, como dice Lesky, en el campo
le batalla del alma de la infeliz Medea. Conviene desLcar, una vez más, cómo Eurípides ha centrado todo
~l problema sobre seres humanos de carne y hueso,
>n sus pasiones violentas. Como ha notado muy bien
Eéridier 2, un trágico como Esquilo habría hecho hinapié, de acuerdo con la concepción tradicional griega,
e exigía lavar con sangre los delitos de sangre, en
problema religioso y hubiese llegado a la conclusión
orno en la Orestía) de que las tribulaciones de Medea
>n la secuela lógica de los actos impíos que cometió
atando a sus hermanos para huir en pos de Jasón.
n Medea de Eurípides no hay nada semejante. No
interesa al poeta ni detenerse en problemas de corte
ológico, como a Esquilo, ni tampoco ahondar en el
[or humano como demostración de los peligros que
acechar al hombre que, traspasando su límite,
ace la ilusión de acercarse a la grandeza divina,
) nos lo hubiera presentado Sófocles. Eurípides
ropuso escudriñar los recovecos de un alma femeatormentada por el sufrimiento y la pasión, que
Iza los sensatos dictados de la razón; con esta
:a intención, legó a nuestra civilización una obra
aestra de la escena que ejercería un influjo secular
el patrimonio literario y musical (piénsese en
dea de Cherubini) de toda Europa.
Estructura esquemática de la obra. —
~LOGO (1-95). Monólogo de la nodriza y aparición en escena
del pedagogo con la noticia del destierro de Medea.
ROllo (96-213). Después de la entrada del Coro en escena,
Sigue la párodo, propiamente dicha, entre el Coro, la
nodriza y Medea.
2 ~ M6RIDIER, Euripide..., pág. 117.
68
TRAGEDIAS
E~isooxo 1.0 (214-409). Lamentación de Medea sobre la condi
de la mujer y diálogo con Creonte.
EsT~.sn.so 1.~ (410-445). El Coro filosof a sobre la violación
los juramentos y lamenta la situación de Medea.
Episooio 2.0 (446-626). Diálogo entre Medea y Jasón.
ESTÁsIMo 2.0 (627-662). El Coro exalta el poderío de Cipris, d
del amor.
EPISODIO 3~o <663-823). Encuentro y diálogo entre Medea y Egu
Medea, a continuación, expone su terrible proyecto.
ESTA.SIMO 3o (824-865). El Coro hace un encendido elogio
Atenas.
Epxsooío 4•o (866-975). Nuevo diálogo entre Medea y Jasón.
Esi~4sn~&o 4o (976-1001). El Coro llora la suerte de los niños
de Medea.
Epísonto 5o (1002-1250). Diálogo entre Medea y el pedagogo,
le refiere la desgracia de palacio. A continuación, el ni
sajero describe con detalle lo ocurrido.
EsTAsIMo 5•o (1251-1292). El Coro presagia la catástrofe que
avecina sobre los niños.
Exooo (1293-1419). La primera escena es entre Jasón y el Cor
La segunda, entre Jasón y Medea.
ARGUMENTO
Lbiendo venido Jasón a Corinto en compañía de
a, se promete en matrimonio con Glauce, hija
rey de Corinto. A punto de ser desterrada
Corinto por Creonte, Medea suplica permanecer un
más y obtiene su pe•tición. Para compensar este
>r envía a Glauce, por medio de sus hijos, como
lentes, un vestido y una corona de oro; nada más
~r uso de ellos, Glauce muere. Creonte muere tamal estrechar a su hija entre sus brazos. Medea,
de haber matado a sus propios hijos, montada
ni carro de dragones alados, que recibió del Sol,
hacia Atenas y allí se casa con Egeo, hijo de
~.
Ferecides y Simónides dicen que Medea rejua Jasón, haciéndolo cocer. Sobre su padre
~, el autor de los Regresos dice lo siguiente:
Uflttó, volvió a Eson un amable muchacho en la flor de la
dole la vejez con sus sabios recursos, [edad,
indo muchas drogas en calderas de oro.
Squilo, en Las nodrizas de Dioniso, cuenta que
Iveneció también a las nodrizas de Dioniso hacién18 cocer con sus esposos. Estáfilo dice que Medea
Perecer a Jasón del siguiente modo: ella misma
ivitó a acostarse bajo la popa de la nave Argo,
70
TRAGEDIAS
que estaba a punto de despedazarse por el paso
tiempo; al caer la popa sobre Jasón, perdió la vió¡
El drama parece haber sido tomado de Neofrón, nu
diante una adaptación, como dice Dicearco en su Vi4
de Grecia y Aristót -‘~ - en sus Memorias. Le reprc
chan no haber conservado fiel el carácter de Medea
sino hacerle caer en llanto, cuando tramaba su pla,
contra Jasón y su esposa. Se elogia, sin embargo, e
comienzo por su carácter patético y su desarrol
«y ni en los valles. - - >~, y lo que viene a continuaci.
Timáquidas lo ha comprendido y piensa que
trata de una inversión del orden lógico, como Hom
«Habiéndose puesto vestidos perfumados y hal
lavado».
ARGUMENTO DEL GRAMATICO ARISTÓFANES
DRIZA.
~ONTE.
vos de Medea.
IAGOGO.
ÓN.
w de mujeres.
Ho.
DEA.
I4SAJERO.
PERSONAJES
Medea, sintiendo odio hacia Jasón, por haber:
casado con la hija de Creonte, mató a Glauce,
Creonte y a sus propios hijos. Luego se separó
Jasón y se fue a vivir con Egeo. El argumento no
sido tratado por ningún otro de los trágicos.
El drama se desarrolla en Corinto. El coro es:
compuesto de mujeres de la ciudad. Recita el Prólc
la nodriza de Medea.
La representación tuvo lugar bajo el arcontado C
Pitodoro, el primer año de la Olimpiada ochenta
siete.
Euforión obtuvo el primer puesto, Sófocles el S
segundo, Eurípides el tercero con Medea, Filoct cte
Dictis y el drama satírico Los Recolectores, que
se ha conservado.
NODRIZA. — ¡Ojalá la nave Argo no hubiera volado
robre las sombrías Simplégades hacia la tierra de Cólide’, ni en los valles del Pelión hubiera caído el
cortado por el hacha 2, ni hubiera provisto de
~mos las manos de los valerosos hombres que fueron 5
buscar para Pelias el vellocino de oro! Mi señora
no hubiera zarpado hacia las torres de la tierra
de Yolco, herida en su corazón por el amor a Jasón,
ni, habiendo persuadido a las hijas de Pelias a matar
su padre ~, habitaría esta tierra corintia con su es- io
poso y sus hijos, tratando de agradar a los ciudadanos
de la tierra a la que llegó. como fugitiva y viviendo
1.
En este prólogo informativo de la Nodriza se narran los
principales acontecimientos de la famosa expedición de los
Argonautas en la nave Argo, en busca del vellocino de oro a la
Cólquide, región situada en el Ponto Euxino, al sur del Cáucaso,
cual se accedía por entre dos rompientes rocosQs muy peligrosos, las Simplégades. El comienzo contiene ya una bella
metáfora, en la que las velas del navío son comparadas con
las alas de un pájaro.
2 El Pelión es un monte de Tesalia famoso por sus bosques
de pinos. Obsérvese la imagen que se conoce por el nombre de
hysteron~proreron, que consiste en anticipar linguistícamente
Una acción que lógicamente ha tenido que acontecer después,
Pero que es considerada más importante desde el punto de
Vista psicológico. Es evidente que el pino tuvo que caer a tierra
Bates de que el navío surcase la mar.
~ Para vengar la muerte del padre de Jasón a manos de
Pelias, Medea convenció a sus hijas de que descuartizaran a su
Padre y lo pusieran a cocer, asegurándoles que de este modo
recobrana la juventud, pero Pelias no volvió a recobrar la vida.
74
TRAGEDIAS
en completa armonía con Jasón: la mejor salvaguarda
15 radica en que una mujer no discrepe de su marido.
Ahora, por el contrario, todo le es hostil y se duele de
lo más querido, pues Jasón, habiendo traicionado a
sus hijos y a mi señora, yace en lecho real, después
de haber tomado como esposa a la hija de Creonte,
20
que reina sobre esta tierra. Y Medea, la desdichada,
objeto de ultraje, llama a gritos a los juramentos 4,
invoca a la diestra dada, la mayor prueba de fidelidad,
y pone a los dioses por testigo del pago que recibe
de Jasón. Ella yace sin comer, abandonando su cuerpo
25
a los dolores, consumiéndose día tras día entre lágrí..
mas, desde que se ha dado cuenta del ultraje que ha
recibido de su esposo, sin levantar la vista ni volver
el rostro del suelo y, cual piedra u ola marina, oye
30
los consuelos de sus amigos ~. Y si alguna vez vuelve
su blanquisimo cuello, ella misma llora en sí misma
a su padre querido, a su tierra y a su casa, a los que
traicionó para seguir a un hombre que ahora la tiene
en menosprecio. La infortunada aprende, bajo su des35
gracia, el valor de no estar lejos de la tierra patria.
Ella odia a sus hijos y no se alegra al verlos, y temo
que vaya a tramar algo inesperado, [pues su alma
es violenta y no soportará el ultraje. Yo la conozco
40
bien y me horroriza pensar que vaya a clavarse un
afilado puñal a través del hígado, entrando en silencio
en la habitación donde está extendido su lecho, o que
vaya a matar al rey y a su esposa y después se le
venga encima una desgracia mayor], pues ella es de
45
temer. No será fácil a quien haya incurrido en su odio
que se lleve la corona de la victoria.
Alusión a los juramentos dados por Jasón a Medea respecto a su fidelidad, en los momentos de peligro de su viaje a
la Cólquide.
5 Con esta comparación, se resalta lo inflexible del temperamento de Medea.
MEDEA
75
Pero he aquí a los hijos que vienen de ejercitarse
en la carrera, sin preocuparse en absoluto de las desgracias de su madre, pues a una mente joven no le
gusta sufrí.
PEDAGOGO. — Antigua esclava de mi señora 6, ¿por so
qué estás junto a las puertas tan solitaria, lamentando
contigo misma desgracias? ¿Cómo consiente Medea en
estar sola sin ti?
NODRIZA. — Anciano compañero de los hijos de Jagén. para los buenos esclavos es una calamidad que
rueden mal las cosas de sus amos, y hace mella en ss
sus corazones. Yo he llegado a un grado tal de sufrimiento, que el deseo me ha impulsado a venir aquí
a confiar a la tierra y al cielo las desgracias de mi
señora.
PEDAGOGO. — ¿No cesa aún la desgraciada en sus
gemidos?
NODRIZA. — Envidio tu ingenuidad. El dolor está en 60
su principio y aún no ha llegado a su mitad.
PEDAGOGO. — ¡Insensata!, si es lícito dirigirse así a
los señores. ¡Cuán lejos está de conocer sus nuevas
desgracias! ~.
NODRIZA. — ¿Qué sucede, anciano? No rehuses hablar.
PEDAGOGO. — Nada. Bien arrepentido estoy de lo que
acabo de decir.
NODRIZA. — No, por tu mentón ~, no ocultes nada a 65
tu compañera de esclavitud, pues yo guardaré silencio
si es necesario.
6 En el texto original griego dice literalmente: antigua poseSión de 1a casa de mi sdiora.
~
Hemos seguido al editor italiano VALGIGLIO en la traducCión de la frase introducida por hós con valor exclamativo,
CD lugar de causal.
‘ Gesto habitual de súplica que se dirige a los ancianos.
76
TRAGEDIAS
PEDAGOGO. — He oído a alguien, haciendo que no
prestaba atención, y acercándome a los jugadores de:
dados allí donde los más ancianos están sentados aíre.
70 dedor de la augusta fuente de Pirene-9, que Creonte,
soberano de esta tierra, iba a expulsar de este suelo
a estos niños con su madre. Mas ignoro si este rumor
es verdadero. Desearía que no lo fuese.
NODRIZA. — ¿Y Jasón va a permitir que sus hijos
75 sufran esto, aunque no se lleve bien con su madre?
PEDAGOGO. — Las antiguas alianzas ceden el paso a
las nuevas y aquél ya no es amigo de esta casa.
NODRIZA. — Estamos perdidos, si un nuevo mal afia.~
dimos al antiguo, antes de haber apurado este pre.
sen te 10
80 PEDAGOGO. — Tú, al menos —pues no es momentY
de que lo sepa la señora~—, tranquilízate y guarda si.
lencio.
NODRIZA. — Hijos, ¿oís cómo se porta vuestro padre
con vosotros? Que no perezca, pues es mi señor, pero!
no hay duda de que es un malvado con los suyos.
85 PEDAGOGO. — ¿Y quién no de los mortales? Acabas
de comprender que todo el mundo se ama más a sI~
mismo que a su prójimo”, [unos con razón y
por interés], si te fijas en que su padre no los ama ~
causa de su lecho 12
9 La fuente de Pirene, famosa por la dulzura de sus aguaS,
fue donada por Asopo (dios del no homónimo) a Sísifo, rey,
de Corinto, por haberle revelado el rapto que habla llevado 5,
cabo Zeus de su hija Egina.
¡0 En este verso hay una bella metáfora basada en el 115<
de un verbo que se emplea específicamente en la vida mali
nera. En nuestra traducción no ha podido ser reflejada con nlC
nitud, si tenemos en cuenta que el verbo exantleó
vaciar de agua la sentina de la nave’ y, de aquí, ‘apurar.
11 El verso 86 se convirtió en proverbial.
12 Se refiere al lecho de su nueva esposa.
MEDEA
77
NODRIZA. — Entrad, todo irá bien, dentro de la casa,
~s. Y tú, tenlos lo más apartados que puedas y no 90
~s acerques a su irritada madre, pues ya la he visto
mirarlos con ojos fieros de toro, como tramando algo.
~ cesará en su cólera, lo sé bien, antes de desencanana sobre alguien. ¡Que, al menos, cause mal a 95
us enemigos y no a sus amigos!
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, desgraciada de mí e
feliz por mis sufrimientos! ¡Ay de mí, ay de mi!
dmo podría morir?
NODRIZA. —Cemo os decía, niños queridos, vuestra ioo
sadre excita su corazón y su cólera D~ Apresuraos a
ntrar en casa y no os acerquéis a su vista ni os aproxiPI¿iS a ella, guardaos del carácter salvaje y de la
íturaleza terrible de su alma despiadada. ¡Vamos, los
liTad cuanto antes! (Los nifios y el pedagogo entran
la casa.) Es evidente que esta nube de lamentos
empieza a levantarse pronto estallará con más
‘r ~ ¿Qué podrá llegar a hacer un alma orgullosa, no
de dominar y mordida por la desgracia?
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, sufro, desdichada, su-
infortunios que merecen grandes lamentos! ¡Ay,
s malditos de una odiosa madre, así perezcáis con
lestro padre y toda la casa se destruya!
NODRIZA. — ¡Ay de mí, ay desgraciada de mí! ¿Qué íos
Irte tienen tus hijos en los errores de su padre? 15
~
Estamos ante una hendíadis típica de las lenguas clásicas,
1 lugar de la expresión más engarzada la cólera de su corazón.
~
Algunos comentaristas consideran este pasaje un tanto
.1.1ro y de difícil interpretación, si bien creemos que no hay
“‘es dificultades para captar el juego de bellas metáforas que
Paran la pasión de Medea con el progresivo desencadenarse
‘fla tempestad. Sobre la frase néphos andpsei .la nube estacon resplandor., cf. Fenicias 250 néphos phtégei, con un
flificado similar.
~
Interrogante de rancio abolengo en toda l~ literatura
¡a, documentado ya en Homero y posteriormente en autores
TAO Solón, Teognis, etc.
78
TRAGEDIAS
¿Por qué los odias? ¡Ay de mí, hijos, cómo me angustía la idea de que vayáis a sufrir algo! Terribles son
120 las decisiones de los soberanos; acostumbrados a obedecer poco y a mandar mucho, difícilmente cambian
los impulsos de su carácter. Mejor es acostumbrarse
a vivir en la igualdad; en lo que a mí toca, ¡ojalá enve125 jezca, no entre grandezas, sino en lugar seguro! Moderación es la palabra más hermosa de pronunciar, y ser.
virse de ella proporciona a los mortales los mayores
beneficios. El exceso, por el contrario, ningún provecho procura a los mortales y devuelve, a cambio, las
130 mayores desgracias, cuando una divinidad se irrita
contra una casa.
CoRo.
He oído la voz, he oído el grito de la desdichada
mujer de Cólquide. Aún no está tranquila. Pero habla,
135 anciana: sobre mi umbral he oído un grito dentro
de palacio. No me alegro, mujer, con los dolores de
la casa, pues he llegado a tomarle cariño.
NODRIZA. — La casa ya no existe. Ha desaparecido
140 ya por completo, pues a él lo posee un lecho real ~,
y ella, mi señora, consume su vida en su habitación
nupcial, sin que las palabras de ningún ser querido
lleven alivio a su espíritu.
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, que la llama celeste
145 atraviese mi cabeza! ¿Qué ganancia obtengo con seguir
viviendo? ¡Ay, ay! ¡Ojalá me libere con la muerte, abandonando una existencia odiosa!
CoRo.
Estrofa l.~.
150 ¿Has oído, oh Zeus, tierra y luz, qué canto de dolor
entona la infeliz esposa? ¿Qué deseo del terrible lecho ‘~
16 La expresión lecho real alude a la circunstancia de qUC
Jasón, traicionando su fidelidad a Medea, se acaba de casar
con Glauce, hija de Creonte, rey de Corinto.
17 El terrible lecho es el de muerte, es decir, Hades.
MEDEA
79
te tiene cogida, oh insensata? El fin de la muerte vendrá pronto. ¡No hagas esta súplica! Si tu marido
honra un nuevo lecho, responsabilidad suya es, no te íss
irrites. Zeus te hará justicia en esto. No te consumas
en exceso llorando a tu esposo.
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Gran Zeus y Temis au- 160
gusta! 18~ ¿Veis lo que sufro, encadenada con grandes
juramentos a un esposo maldito? ¡Ojalá que a él y a
su esposa pueda yo verlos un día desgarrados en sus
palacios, por las injusticias que son los primeros en 165
atreve rse a hacerme! ¡Oh padre, oh ciudad de los que
me alejé, después de matar vergonzosamente a mi hermano!
NODRIZA. — ¿Ois lo que dice y con qué gritos invoca
a Temis, guardiana de las súplicas, y a Zeus, que es 170
considerado por lc~s mortales custodio de los juramentos? No será posible que mí señora calme su cólera
con poco.
CoRo.
Antistrofa l.~.
¿Cómo podría venir ante nuestra vista y aceptar
el sonido de nuestras palabras, por si ‘pudiese renun- 175
ciar a la cólera que abruma su corazón y al propósito
de su mente? ¡Que mí celo al menos no falte a mis
amigos! Entra y tráela aquí fuera de la casa. 1-láblale iso
de nuestra amistad. Apresúrate, antes de que cause
algún mal a los de dentro, pues su dolor se desencadena con más violencia.
‘~ Todos los manuscritos dan aquí la lección Oh gran Temis
Y venerable Artemis, pero debido a la contradicción con el
Verso 169, en el que la Nodriza nos dice que su señora invoca
a Zeus y Temis, hemos aceptado la corrección de WEIL, que
Siguen MÉRIDIER y otros. La diosa Temis es la representación
de la justicia divina; realmente es un atributo personificado de
Zeus, supremo garante de la justicia entre los dioses y los
hombres.
80
TRAGEDIAS
185 NODRIZA. — Lo haré, aunque temo no convencer a mí
señora; sin embargo, me echaré esta pena sobre mis
espaldas para agradarte, a pesar de que lanza a sus
criadas fieras miradas de leona que acaba de parir,
cada vez que alguno se acerca a dirigirle la palabra.
190 Uno no se equivocaría, si llamara ciegos y necios a los
hombres que nos han precedido, pues inventaron himnos para las fiestas, los banquetes y los festines, que
195 alegran la vida de quien los escucha, pero ninguno
inventó el medio de calmar los dolores odiosos a los
mortales con la música y los cantos de muchos acordes; de ellos vienen las muertes y los terribles infortunios que abaten las casas. Sin embargo, sería prove200 choso que los hombres los sanaran con cantos. ¿A qué
viene alzar la voz en vano en los banquetes opíparos?
La abundancia del festín basta para llevar alegría a
los mortales.
CoRo.
Epodo.
205 He oído el clamor gemebundo de los lamentos y los
gritos penosos y penetrantes que lanza contra su malvado esposo, traidor a su lecho. Ella invoca, como testimonio de la injusticia padecida, a Temis ~ hija de
210 Zeus, cus todia de los juramentos, que la condujo a la
costa opuesta de Grecia, a través del mar nocturno,
hasta la salina llave 21 del mar infinito.
19 En la Teogonía de Hesíodo, Temis es hija de Urano y Gea
(y. 135) y la segunda esposa de Zeus (y. 901). Posteriormente
Dice o Justicia, hija de Zeus y Temis (y. 902) fue identificada
con Temis, de donde se originó el hecho de que Temis fuera
considerada hija de Zeus en lugar de su esposa.
20 Se han propuesto muchas explicaciones del epíteto ‘obscuro’ aplicado al mar; quizá hace referencia a la visión del mar
por la noche, como piensa el escoliasta, pero probablemente
hace alusión a la oscuridad de las profundidades marinas.
21 Alusión al estrecho del Bósforo tracio, mejor que a los
Dardanelos.
MEDEA
81
MEDEA. — (Aparece en escena y se dirige al Coro.)
ijeres corintias, he salido de mi casa para evitar 215
tros reproches, pues yo conozco a muchos homsoberbios de natural —a unos los he visto con
propios ojos, y otros son ajenos a la casa— que,
por su tranquilidad, han adquirido mala fama de mdi-ferencia.
Es evidente que la justicia no reside en los ojos
de los mortales, cuando, antes de haber sondeado con 220
el temperamento de un hombre, odian sólo
con la vista, sin haber recibido ultraje alguno. El extranjero debe adaptarse a la ciudad, y no alabo al
ciudadano de talante altanero que es molesto para
sus conciudadanos por su insensibilidad. En cuanto 225
a mí, este acontecimiento inesperado que se me ha
venido encima me ha partido el alma. Todo ha acabado para mí y, habiendo perdido la alegría de vivir,
deseo la muerte, amigas, pues el que lo era todo para~
mi, no lo sabéis bien, mi esposo, ha resultado ser el
más malvado de los hombres.
De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, 230
las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio
de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste
es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside 235
en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres
no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo U• Y cuando una se enCuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, hay
que ser adivina, aunque no lo haya aprendido en casa,
para saber cuál es el mejor modo de comportarse con 240
~
Ejemplo de la situación de inferioridad en que se encontraba la mujer en Atenas, si bien Eurípides evidencia aquí un
flotorio anacronismo, ya que en el siglo y la mujer podía
davorciarse del marido con el patrocinio del arconte, aunque
esto la desacreditaba.
82
TRAGEDIAS
su compañero de lecho. Y si nuestro esfuerzo se ve
coronado por el ‘~xito y nuestro esposo convive con
nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra
vida es envidiable, pero si no, mejor es morir. Un
hombre, cuando le resulta molesto vivir con los suyos,
245 sale fuera de casa y calma el disgusto de su corazón
[yendo a ver a algún amigo o compañero de edad].’
Nosotras, en cambio, tenemos necesariamente que mirar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una
vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la
250 lanza. ¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme
con un escudo, que dar a luz una sola vez.
Pero el mismo razonamiento no es válido para ti
y para mí. Tú tienes aquí una ciudad, una casa paterna, una vida cómoda y la compañía de tus amigos.
255 Yo, en cambio, sola y sin patria, recibo los ultrajes
de un hombre que me ha arrebatado como botín de
una tierra extranjera, sin madre, sin hermano, sin
pariente en que pueda encontrar otro abrigo a mi
desgracia ~. Pues bien, sólo quiero obtener de ti lo
260 siguiente: si yo descubro alguna salida, algún medio
para hacer pagar a mi esposo el castigo que merece,’
[a quien le ha concedido su hija y a quien ha tomado
por esposa], cállate. Una mujer suele -estar llena dc
temor y es cobarde para contemplar la lucha y el lije
265 rro, pero cuando ve lesionados los derechos de su
lecho, no hay otra mente más asesina.
CORIFEO. — Así lo haré. Tú tienes derecho a castigar
a tu esposo, Medea. No me causa extrañeza que te
duelas de tu infortunio. Pero estoy viendo a Creonte,
270 señor de esta tierra, que se acerca, mensajero de’.
nuevas decisiones.
23 Típica metáfora eu’ripidea basada en la comparación COD
el lenguaje marinero.
MEDEA
83
CREONTE. — A ti, la de mirada sombría y enfurecida
contra tu esposo, Medea, te ordeno que salgas desterrada de esta tierra, en compañía de tus dos hijos y
que no te demores. Ya que yo soy el árbitro de esta
orden, no regresaré a casa antes de haberte expulsado 275
fuera de los límites de esta tierra.
MEDEA. — ¡Ay, estoy completamente perdida, desgraciada de mi! Mis enemigos despliegan todas las
velas y no hay desembarco accesible para escapar a
esta desgracia ~. Mas, a pesar de mi situación desfa- 280
vorable, voy a hacerte una pregunta. ¿ Por qué me
expulsas de esta tierra, Creonte?
C1t~OnTE. — Temo que tú, no hay por qué alegar
pretextos, causes a mi hija un mal irreparable. Muchos
notivos . contribuyen a mi temor: eres de naturaleza 285
y experta en muchas artes maléficas, y sufres
verte privada del lecho conyugal. Oigo decir que
mmenazas, así me lo refieren, con hacer algo contra
padre que ha concedido en matrimonio a su hija,
el esposo y la esposa. Antes de que esto suceda,
~omaré mis precauciones. Preferible es para mí atraer- 290
me ahora tu odio, mujer, que llorar luego amargamente
mii blandura.
MEDEA. — ¡Ay, ay! No es ahora la primera vez, sino
ie ya me ha ocurrido con frecuencia, Creonte, que
te ha dañado mi fama y procurado grandes males ~.
[unca hombre alguno, dotado de buen juicio por naluraleza, debe hacer instruir a sus hijos por encima 295
~e lo normal, pues, aparte de ser tachados de holgamnería, se ganarán la envidia hostil de sus conciuadanos. Y si enseñas a los ignorantes nuevos conomtos, pasarás por un inútil, no por un sabio.
por el contrario, eres considerado superior a los 300
Cf. la nota anterior.
‘~ Medea tenía merecida fama de sabia y de maga.
84
TRAGEDIAS
que pasan por poseer conocimientos variados, parecerás a la ciudad persona molesta ~. Yo misma participo
de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para
305 unos 1... (304>] y para otros hostil. Y la verdad es
que no soy sabia en exceso. Como quiera que sea, tú
tienes miedo de que yo te proporcione algún daño.
No tiembles ante mí, Creonte, no estoy en condiciones
de cometer un error contra los soberanos. Y además,
310 ¿en qué me has ofendido tú? Diste a tu hija a quien
te placía. A mi esposo es a quien odio, pero tú, así
lo creo, has obrado con sensatez. No siento envidia
ahora de que todo te salga bien. Celebrad la boda,
que os acompañe la felicidad, pero permitidme habi315 tar esta tierra. Mantendré en silencio la injusticia recibida, pues he sido vencida por quienes son más poderosos.
CREONTE. — Dices cosas dulces de oír, pero temo que
dentro de tu mente maquines contra mí algún mal
y ahora confío en ti menos que antes, pues de una
mujer de ánimo irritado, lo mismo que de un hombre,
320 es más fácil guardarse que de un sabio silencioso.
¡Vete lo más rápido que puedas y no hables más! Así
se ha decidido y ningún artificio te valdrá para quedarte entre nosotros, ya que eres enemiga nuestra.
MEDEA. — (Abrazándose a sus rodillas en señal de
súplica.) ¡No, te lo suplico por tus rodillas y por tu
hija recién casada!
325 CREONTE. — Gastas palabras. No lograrás convencerme nunca.
En todo este pasaje hallamos claras alusiones al peligro
que corre el filósofo en su actuación ante el vulgo, argumento
que era tratado también en su tragedia Antiope. En el fondo
se debate el problema de la utilidad o inutilidad del sabio para
la comunidad, lo cual prueba lo cercano que estaba ya el divorcio de la unión sabio-comunidad. Esto lo sabia pei-fectamente
Eurípides, llamado, con razón, el filósofo de la escena.
MEDEA
85
MEDEA. — ¿Vas a echarme sin tener en consideración mis súplicas?
CREONTE. — No te quiero a ti más que a mi casa.
MEDEA. — ¡Oh patria, cómo me embarga tu recuerdo!
CREONTE. — Fuera de mis hijos, nadie hay más querido para mí.
MEDEA. — ¡Ay, ay, qué gran mal son los amores 330
para los mortales!
CREONTE. — Depende, creo, de cómo se presenten
las circunstancias.
MEDEA. — ¡Zeus, ojalá no te pase desapercibido el
culpable de estas desgracias!
CREONTE. — ¡Vete, insensata, y librame de este sufrimiento!
MEDEA. — Yo soy la que sufro sin tener necesidad
de ello.
CREONTE. — (Haciendo un gesto a los hombres de su 335
escolta.) Rápido, si no quieres ser expulsada a la fuerza por mis servidores.
MEDEA. — Eso no, Creonte, te lo ruego.
CREONTE. — Vas a ocasionarnos molestias, según parece, mujer.
MEDEA. — Me marcharé. No es eso lo que suplico
conseguir de ti.
CREONTE. — ¿Por qué opones resistencia y no te alejas de esta tierra?
MEDEA. — Déjame permanecer un solo día y pensar 340
de qué modo me encaminaré al destierro y encontrar
recursos para mis niños, ya que su padre no se digna
ocuparse de sus hijos. ¡Compadécete de ellos! Tú
también eres padre y es natural que tengas benevo- 345
lencia. Por mí no siento preocupación ni por mi destierro, pero lloro por aquéllos y por su infortunio.
CREONTE. — La naturaleza de mi voluntad no es la
de un tirano y la piedad muchas veces me ha sido
perjudicial. Ahora veo que me equivoco, mujer, y, sin 350
86
TRAGEDIAS
embargo, obtendrás lo que deseas. Pero te prevengo
que, si mañana la antorcha del dios 27 te ve a ti y a
tus hijos dentro de los confines de esta tierra, mori.
355 rás. Lo que te acabo de decir no es falso. Y ahora,
si debes quedarte, quédate un día, pues no podrás
llevar a cabo ninguna de las acciones que me aterran.
Creonte abandona la escena.
CORIFEO. — ¡Desgraciada mujer! ¡Ay, ay, triste por
tus pesares! ¿A dónde te dirigirás? ¿A qué hospitalidad
360 vas a recurrir? ¿En qué casa o tierra hallarás la salvación de tus desgracias? ¡Cómo te ha sumergido la
divinidad en un oleaje infranqueable de males! ~.
MEDEA. — La desgracia me asedia por todas partes.
365 ¿Quién lo negará? Pero esto no se quedará así, no lo
creáis todavía. A los recién casados aún les acechan
dificultades, y a los suegros no pequeñas pruebas.
¿Crees que yo habría adulado a este hombre, si no
370 fuera por provecho personal o maquinación? Ni siquiera le hubiera dirigido la palabra ni tocado con
mis manos. Pero él ha llegado a tal punto de insensatez que, habiendo podido arruinar mis proyectos
expulsándome de esta tierra, ha consentido que yo
375 permaneciera un día, en el que mataré a tres de mis
enemigos, al padre, a la hija y a mi esposo.
Tengo muchos caminos de muerte para ellos, pero
no sé, amigas, de cuál echaré mano primero. Prenderé fuego a la morada nupcial o les atravesaré el
380 hígado con una afilada espada, penetrando en silencio
en la habitación en que está extendido su lecho. Un
solo inconveniente me detiene: si soy cogida en el momento de atravesar el umbral y dar, el golpe, mi muerte
será el hazmerreír de mis enemigos. Lo mejor es el
Se refiere al Sol.
~
Otra nueva metáfora marinera.
MEDEA
87
camino directo, en el que soy muy hábil por natura- 385
leza: matarlos con mis venenos.
Bien. Ya están muertos. ¿Qué ciudad me acogerá?
¿Qué huésped, ofreciéndome su tierra como asilo y
su casa como garantía, protegará mi persona? Ninguno. Pero puesto que aún puedo permanecer breve
tiempo, si se me muestra un refugio seguro, con astu- 390
cia y en silencio me encaminaré al crimen, pero si una
desgracia sin remedio me expulsa de la ciudad, yo
misma con la espada en la mano, aunque vaya a
morir, los mataré y recurrire a la audacia más extremada. No, por la soberana a la que yo venero 395
por encima de todas y a la que he elegido como
cómplice, por Hécate ~,. que habita en las profundidades de mi hogar, ninguno de ellos se reirá de causar
dolor a mi corazón. Yo haré que sus bodas sean
amargas y dolorosas, amarga su alianza y el exilio 400
que me aleja de mi tierra. Mas, ea, no ahorres ninguno de tus conocimientos,- Medea, en tus planes y
artimañas. Avanza hacia tu acción terrible, ahora debes
dar prueba de tu valor. Ves el trato que recibes. No
debes pagar el tributo del escarnio en la boda de Jasón 405
con una descendiente de Sísifo ~, tú, hija de un noble
padre y progenie del Sol 3>. Tú eres hábil y, además,
las mujeres somos por naturaleza incapaces de hacer
el bien, pero las más hábiles artífices de todas las 409
desgracias.
Hécate es una divinidad infernal de la magia. En el
idilio II de TEt~CRIT0 es relacionada con Circe y Medea.
~ La expresión descendiente de Sisil o apunta a los corintios
Y en particular a la hija de Creonte, que descendía de Sísifo.
~> Medea es progenie del Sol, y de aquí el frecuente epíteto
el Sol, padre de mi padre, dado que, según la mitología, es
flieta de Helio.
88
TRAGEDIAS
CoRo.
Estrofa 1.a.
Las corrientes de los ríos sagrados remontan a sus
fuentes ~ y la justicia y todo está alterado. Entre los
hombres imperan las decisiones engañosas y la fe en
los dioses ya no es firme. Pero lo que se dice sobre
la condición de la mujer cambiará hasta conseguir
buena fama, y el prestigio está a punto de alcanzar
420 al linaje femenino; una fama injuriosa no pesará ya
sobre las mujeres.
Antistrofa l.a.
Y las musas de los antiguos aedos cesarán de celebrar mi infidelidad ~ En nuestra mente Febo, maes425 tro de los cantos, no infundió el don del canto divino
de la lira; en otro caso, hubiera entonado, en respuesta, un himno contra el linaje de los hombres.
430 Pero el largo fluir del tiempo tiene que decir mucho
sobre nuestro destino y el de los hombres.
Estrofa 2.a.
Tú navegaste desde la morada paterna con el corazón enloquecido, franqueando las dobles rocas del
435 ~ y habitas en una tierra extranjera, privada de
tu lecho y de tu esposo, infortunada, y con ignominia
serás desterrada de esta tierra.
32 Frase proverbial empleada también por Esquilo y que
expresa, según Hesiquio, una subversión de las leyes naturales.
El adjetivo ‘sagrado’ aplicado a los ríos muestra una supervivencia de un animismo primitivo que creía que en cada río 5~
ocultaba una divinidad a la que se debía rendir culto.
33 Seguramente, el poeta está pensando en Homero, Hesíodo,
Simónides, Arquiloco, Hiponacte, que emitieron juicios muy
desfavorables sobre las mujeres, pero los críticos se inclinan
a pensar que Eurípides alude a las mujeres de su época.
~
Nueva alusión a las rocas Simplégades; cf. n. 1.
MEDEA
89
Antistrofa 2.a.
Se ha esfumado el encanto de los juramentos ~.
El pudor ya no tiene su asiento en la gran Hélade y 440
ha volado hasta el cielo ~. Y tú, infeliz, no tienes una
casa paterna como fondeadero de tus desgracias 31,
sino que otra reina más poderosa que tu lecho domina 445
en la casa.
Aptirece en escena Jasón.
JASÓN. — No he visto hoy por primera vez, sino también en otras muchas ocasiones, cuán irremediable mal
es la acerba cólera. Pues, aunque tenias la posibilidad
de habitar esta tierra y esta casa, soportando fácilmente las decisiones de los poderosos, por tus pala- 450
bras insensatas serás desterrada de este país. A mí
no me importa, puedes continuar diciendo que Jasón
es el peor de los hombres, pero, después de las amenazas que has lanzado contra los soberanos, considera
una ganancia total el ser castigada con el destierro.
Yo me esforzaba, una y otra vez, por calmar la 455
cólera de los irritados soberanos y quería que permanecieras aquí, pero tú no desistías en tu locura,
injuriando siempre a los reyes y, por ello, serás expulsada del país. Sin embargo, a pesar de lo que ha ocurrido, sin renegar de mis íntimos, vengo aquí a ocu- 460
parme de tu suerte, a fin de que no seas expulsada
con tus hijos sin recursos y no carezcas de nada: el
destierro arrastra consigo muchos males; a pesar del
Odio que me tienes, no podría nunca quererte mal.
Hemos traducido chdrís por ‘encanto’ con PAGE. Otros
autores lo traducen por ‘respeto’, ‘santidad’.
~‘ El escoliasta señala el posible recuerdo de HEsíoDo, Trabe;os 157 y sigs.
~
Otra metáfora marinera para insistir en la idea del refugio que procura una casa paterna, similar al que ofrece un
Puerto. MÉRmIali traduce de un modo muy plástico ou jeter
>‘Qflcre bm de tes peines.
90
TRAGEDIAS
465 MEDEA. — ¡Oh colmo de maldades!, no encuentro
en mi lengua mayor insulto para tu cobardía. ¿ Vienes
ante nosotros, vienes como nuestro peor enemigo
[para los dioses, para mí y para todo el género huma470 no?]. No, ni arrojo ni audacia es mirar de frente a los
amigos después de haberles hecho un mal, sino el
mayor de los vicios que el hombre puede albergar:
la desverguenza. Pero has hecho bien en venir. Yo
aliviaré mi alma con mis injurias y tú, al oírme, padecerás.
475 Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé,
como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en
la nave Argo, cuando fuiste enviado para uncir al yugo
a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo
480 mortal; y a la serpiente que guardaba el vellocino de
oro, cubriéndolo con los- múltiples repliegues de sus
anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para
ti una luz salvadora ~. Y yo, después de traicionar a
mi padre y a mi casa, vine [en tu compañía] a Yolco,
485 en la Peliótide ~, con más ardor que prudencia. Y maté
a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos
de sus hijas, y aparté de ti todo temor. Y a cambio
de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres!,
Este pasaje alude a acontecimientos de la expedición de
los Argonautas, concretamente a la condición que puso Eetes,
rey de la Cólquide, a Jasón para entregarle el vellocino de oro:
poner el yugo a dos toros que despedían fuego por los ollares,
y trabajar una tierra sembrando en ella los dientes del dragón
de Ares, de Tebas, que Atenea había dado a Eetes. A pesar de
que Jasón superó estas pruebas con la ayuda de las artes mágicas de Medea, el rey Eetes no quiso mantener su promesa de
entregarle el vellocino, que estaba custodiado por una serpiente.
Una vez que Medea consiguió adormecer a la serpiente con
sus sortilegios, Jasón se apoderó del vellocino y huyó en la
nave Argo, a pesar de que Eetes intentase incendiarla.
39 La comarca de Yolco se llama Peliótide, por estar situada
en la falda del monte Pelión.
MEDEA
91
nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho,
a pesar de tener hijos. Si no los hubieras tenido, se 490
te habría perdonado enamorarte de ese lecho. Se ha
desvanecido la confianza en los juramentos y no puedo
saber si crees que los dioses de antes ya no reinan,
o si piensas que ahora hay leyes nuevas entre los
hombres, porque eres consciente, qué duda cabe, de 495
que no has respetado los juramentos que me hiciste.
¡Ay, mano derecha que tantas veces tomabas y
rodillas mías, cuán en vano hemos recibido las caricias de un hon~bre malvado, qué decepción en nuestras
esperanzas! Ea, me voy a dirigir a ti como a un amigo.
¿Creyendo que voy a recibir de ti algún beneficio? soo
No, antes bien mis preguntas te harán aparecer más
infame. ¿Adónde voy a dirigirme ahora? ¿A la morada
paterna, a la que traicioné, y a mi patria, por seguirte? ¿A la casa de las desgraciadas hijas de Pelias?
¡Bien me iban a recibir en su casa, después de haber sos
matado a su padre! Así están las cosas: para los
•seres queridos de mi casa soy odiosa; y a los que no
debería haber hecho daño, por causarte complacencia
los tengo como enemigos. Claro que, en compensación,
me has hecho feliz a los ojos de la mayoría de las sio
griegas. En ti tengo un esposo admirable y fiel, ¡desdichada de mí!, si soy desterrada y expulsada de esta
tierra, privada de amigos, completamente sola con mis
hijos. ¡ Bonito reproche para el recién casado el que sís
sus hijos anden errantes como mendigos y también la
que le ha salvado! ~.
¡Oh Zeus! ¿Por qué concediste medios claros a los
hombres para distinguir el oro falso y, en cambio, no
imprimiste en el cuerpo ninguna huella natural con la
que distinguir al hombre malvado? 4I.
‘ Obsérvese la amarga ironía de todo el pasaje.
41 En relación con esta comparación, cf. TEOGNIs, 119 y sigs.
92
TRAGEDIAS
520 CoRIFEo. — ¡Terrible es la cólera y difícil de sanar,
cuando suscita disordia entre seres queridos!
JAsÓN. — Debo, según parece, tener el don natural de
la palabra y, como buen timonel de navío, plegar las
525 velas, para escapar, mujer, a tu insensata locuacidad.
En lo que a mi se refiere, puesto que exaltas en demasía tus favores, considero que Cipris ~ fue, en la travesía, mi única salvadora entre los dioses y los horasao bres. Tu espíritu es sutil, qué duda cabe, pero te es
odioso declarar que Eros te obligó, con sus dardos
inevitables, a salvar mi persona. Pero en este punto
no seré demasiado preciso; comoquiera que haya sido
tu ayuda, me parece bien. Es innegable, no obstante,
sas que, por mi salvación, has recibido más de lo que has
entregado. Me explicaré: en primer lugar, habitas tierra griega y no extranjera, y conoces la justicia y sabes
utilizar las leyes sin dar gusto a la fuerza. Todos los
540 griegos saben que eres sabia y te has ganado buena
fama; en cambio, si vivieses en los confines de la
tierra, no se hablaría de ti. No desearía yo poseer
oro en mi palacio ni entonar un canto más hermoso
que el de Orfeo, si no me hubiese tocado en suerte un
destino famoso.
545 Basta ya con lo que te he dicho acerca de mis desvelos; es evidente que tú iniciaste esta disputa de
palabras. En cuanto a los reproches que me diriges
por mi boda con la hija del rey, te demostraré, en
primer lugar, que he sido sabio, luego, sensato y,
sso finalmente, un gran amigo para ti y para mis hijos.
(Ante el gesto indignado de Medea.) Tranquilízate.
Cuando yo llegué aquí desde la tierra de Yolco, arrastrando tras de mí innumerables situaciones sin salida,
¿qué hallazgo más feliz habría podido encontrar que
Jasón niega el mérito a Medea y se lo atribuye a Cipris
o
Afrodita, la diosa del amor.
MEDEA
93
casarme con la hija del rey, siendo como era un desterrado? No he aceptado la boda por los motivos que sss
te atormentan ni por odio a tu lecho, herido por el
deseo de un nuevo matrimonio, ni por ánimo de entablar competición en la procreación de hijos. Me basta
on los que tengo y no tengo nada que reprocharte,
sino que, y esto es lo principal, lo hice con la intención de llevar una vida feliz y sin carecer de nada, 560
sabiendo que al pobre todos le huyen, incluso sus
amigos ~ y, además, para poder dar a mis hijos una
educación digna de mi casa y, al procurar hermanos
a los hijos nacidos de ti, colocarlos en situación de
igualdad y conseguir mi felicidad con la unión de mi
linaje, pues, ¿qué necesidad tienes tú de hijos? Yo sos
kterés en que los hijos que han de venir sirvan
ae ayuda a los que viven. ¿He errado en mi proyecto?
No lo podrías decir, si no te atormentaran los celos
de tu lecho. Pero las mujeres llegáis al extremo de
que, mientras va bien vuestro matrimonio, creéis que 570
lo tenéis todo, pero, en el caso de que una desgracia
lo alcance, lo más provechoso y lo más bello lo consideráis como lo más hostil. Los hombres deberían
engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría
que existir la raza femenina: así no habría mal alguno 575
para los hombres «.
6 En relación con esta idea que refleja el tremendo egoísmo
“ Jasón, cf. EURÍPIDES, fr. 667: los amigos huyen al hombre
ugraciado, así como Electra 1131: Nadie desea adquirir ami>3 pobres.
~ fiste es uno de los pasajes más significativos que granJearon a Eurípides la fama de misoginia. El número de ver05 del parlamento de Jasón es idéntico al de los recitados
~
Medea; paralelismo semejante lo encontramos también en
Electra, Heraclidas, Fenicias. Esta circunstancia hace
el
influjo de la costumbre, vigente en los tribunales
de que los oradores empleasen, tanto en la acusaD como en la defensa, el mismo tiempo en sus exposiciones,
~C era medido por una clepsidra o reloj de agua.
94
TRAGEDIAS
CORIFEO. — Jasón, bien has adornado tus palabrM
pero me parece, aunque voy a hablar contra tu puntc
de vista, que has traicionado a tu esposa y no
obrado con justicia.
MEDEA. — (Como hablando consigo misma.) Es evidente que en muchas cosas disiento de la mayoría de
580 los mortales. Para mí, quien es injusto y, al misn»
tiempo, de talante habilidoso en el hablar merece el.
mayor castigo ~, pues, ufanándose de adornar la injus.
ticia con su lengua, se atreve a cometer cualquier
acción, pero no es excesivamente sabio. (Dirigiéndose
a Jasón.) Así también tú ahora no quieras aparecer.
585 ante mí como honorable y hábil orador, pues una sola
palabra te echará por tierra ~. Hubiera sido necesario,
si realmente no fueras un malvado, que hubieras contraído este matrimonio ~lespués de haberme persuadido, pero no a escondidas de los tuyos.
JASÓN. — ¡Pues sí que hubieras ayudado a mi plan
s~o si te hubiera hablado de mi boda, tú que ni siquiera
ahora consientes en refrenar la violenta cólera de tu
corazón!
MEDEA. — No era esto lo que te retenía, sino la
idea de que un matrimonio con una extranjera te
habría de conducir a una vejez sin gloria.
JASdN. — Sabe bien esto ahora: no por causa de
una mujer me he unido al lecho real que ahora poseo,
595 sino, como ya te dije antes, por querer salvarte a ti
y por engendrar hijos reales que fuesen hermanos do
nuestros hijos, protección para la casa.
MEDEA. — No deseo una vida feliz, pero dolorosa,
ni una prosperidad que desgarre mi corazón.
45 Claro ataque de Eurípides contra la Sofística que hace de
la oratoria el centro de la educación del hombre.
46 El escoliasta ve aquí una metáfora tomada del léxico
de la lucha.
MEDEA
95
JAsÓN. — ¿Sabes cómo cambiar tu súplica y mos- óoo
arte más sensata? ¡Que el bien nunca te parezca
>loroso, ni en la buena fortuna creas que eres des,rtunada!
MEDEA. — Ultrájame, ya que tú tienes un refugio,
entras que yo, abandonada, seré desterrada de esta
erra.
JASÓN. — Tú misma lo has elegido, no acuses a na- 605
más.
MEDEA. — ¿Qué delito he cometido? ¿Acaso me he
sado y te he traicionado?
JASÓN. — Has lanzado contra la familia real maldi~nes impías.
MEDEA. — También voy a ser una maldición para
casa.
JAsÓN. — No pienso discutir más contigo sobre este 610
‘unto, pero, si quieres recibir alguna ayuda de mis
ezas para los niños y tu propio destierro, dilo,
les estoy dispuesto a darte con mano pródiga y a
viar contraseñas ~ a mis huéspedes, que te acogerán
en. Si no aceptas estas ofertas, estás loca, mujer.
cesas en tu cólera, obtendrás un mayor beneficio. 615
MEDEA. — No me valdré de tus huéspedes ni quiero
tr nada. Quédate con tus regalos, pues los dones
un malvado no causan provecho.
JASÓN. — Sin embargo, pongo a los dioses por tesde que deseo ayudarte en todo a ti y a tus hijos. 620
S a ti no te agradan los bienes, sino que, en tu
~ancia, rechazas a tus amigos; no conseguirás sino
más.
MEDEA. — Vete. Es natural que se apodere de ti el
Seo de la nueva esposa, estando tanto tiempo su
Estas contraseñas (symbola) eran unas tablillas que parlos huéspedes para sellar su amistad y poder reconocerse
el futuro, al quedarse cada uno con una parte.
96
TRAGEDIAS
625 casa fuera del alcance de tu vista. Continúa tu lur
de miel; quizá, así me lo predice la divinidad, tu bo
ha de ser tal que algún día renegarás de ella.
CoRo.
Estrofa l.a.
Los amores demasiado viclentos no conceden a 1
630 hombres ni buena fama ni virtud. Pero si Cipris
presenta con medida, ninguna otra divinidad es ti
agradable. ¡Nunca, soberana, lances sobre mi, desa
tu áureo arco, el dardo inevitable ungido con el des
Antistrofa 1 a
636 ¡Que la castidad me ame, don bellísimo de los dic
ses! ¡Que nunca la terrible Cipris arroje sobre mí ir~
discutidoras ni disputas insaciables, golpeando mi di~
~o mo con el deseo de un lecho ajeno, sino que, reti
renciando las uniones sitj guerra, distribuya con espd
ritu agudo los matrimonios de las mujeres!
Estrofa 2.a.
¡Oh patria, oh moradas, que nunca me halle priva
645 de vosotras, arrastrando una vida erizada de dii lo
tad, el más deplorable de los pesares!
¡A la muerte, a la muerte sea sometida, antes
650 alcanzar este día! Entre las penas ninguna sobrepa
a la de estar privados de la tierra patria.
Antistrofa 2.a.
Lo he visto con mis propios ojos, no tengo qí
655 recurrir a hablar por haberlo oído de otros: de t: 1
se ha compadecido ni la ciudad ni amigo alguno;
pesar de sufrir los sufrimientos más terribles. ¡Muei
660 el ingrato que no sea capaz de honrar a sus amigo
abriéndole la llave de su corazón puro! ¡Nunca 5~T
mi amigo!
Aparece en escena Egeo, rey de Ateni
con indumentaria de caminante.
MEDEA
97
EGEO. — Medea, te saludo. Nadie conoce un preámulo más hermoso que éste para dirigirse a sus amigos.
MEDEA. — También yo te saludo, hijo del sabio Pan- 665
~n ~. ¿De dónde yienes al suelo de esta tierra?
EGEO. — Acabo de abandonar el antiguo santuario
Febo.
MEDEA. — ¿Por qué fuiste al profético ombligo del
lo?
~EO. — Buscando el medio de obtener simiente de
MEDEA. — ¡Por los dioses! ¿Has vivido sin hijos 670
sta hoy?
EGEO. — Sin hijos, por voluntad de alguna divinid ~.
MEDEA. — ¿Tienes esposa o no conoces el lecho
nyugal?
EGEO. — Estoy sujeto al yugo del matrimonio.
MEDEA. — ¿Qué te ha dicho Febo sobre los hijos?
EGEO. — Palabras demasiado sabias para ser com- 675
rendidas por un hombre.
MEDEA. — ¿Me está permitido conocer el vaticinio
dios?
EGEO. — Seguro que sí, pues precisa de una mente
ibia.
MEDEA. — ¿Qué te ha vaticinado? Dilo, si es lícito
irlo.
EGEO. — Que no desate el pie que sale del odre...
MEDEA. — ¿ Antes de haber hecho qué cosa o haber 680
gado a qué país?
~
Pandión es un nombre que designa a dos antiguos reyes
.4
Ática. Aquí se hace referencia al hijo de Cécrope, octavo
Y del Atica y padre del rey Egeo.
•
Se trata indudablemente del famoso santuario de Febo
ib en Delfos.
~
Nótese la finura del contraste psicológico que se deriva
la diversa situación de ambos personajes, uno sin hijos y
Otro, Medea, tramando contra ellos su venganza.
98
TRAGEDIAS
EGEO. — Antes de regresar al hogar paterno.
MEDEA. — ¿ Qué necesidad te ha impulsado a nave.
gar hasta este país?
EGEO. — Hay un cierto Piteo, rey de la tierra de
Trecén ~.
MEDEA. — Hijo, se dice, del piadosisimo Pélope.
685 EGEO. — A él quiero comunicarle el oráculo de la
divinidad.
MEDEA. — Es un hombre sabio y experto en tales
cuestiones.
EGEO. — Y para mi el más querido de todos los
aliados.
MEDEA. — ¡Que tengas suerte y consigas lo que
deseas!
EGEO. — (Observando el gesto de Medea.) ¿Por qué
tienes esa mirada y ese aspecto tan decaído?
690 MEDEA. — Egeo, mi esposo es el más malvado de
todos los hombres.
EGEO. — ¿Qué dices? Explicame. con claridad tus
dolores.
MEDEA. — Jasón me ultraja, sin haberle causado yo
mal alguno.
EGEO. — ¿Qué ha hecho? Dímelo con más claridad.
MEDEA. — Por encima de mí tiene otra mujer como
señora de la casa.
695 EGEO. — ¡No puede haberse atrevido a cometer acción tan vergonzosa!
MEDEA. — Sábelo bien. Deshonrados estamos los que
antes éramos amados.
EGEO. — ¿Por amor a otra mujer o por odio a tu
lecho?
51 Ciudad situada en la costa del golfo Saróníco fundada
por Piteo, que era hijo de Pélope y hermano de Tiestes y de
Atreo. A él se dirige Egeo, con la finalidad de conocer el sentido del extraño oráculo.
MEDEA
99
MEDEA. — Sí, se trata de un gran amor: ha traicionado a sus seres queridos.
EGEO. — No quiero saber nada de él, si es un malvado como dices.
MEDEA. — Su amor consiste en obtener la alianza 700
con los soberanos.
EGEO. — ¿Quién se la da? Háblame hasta el final.
MEDEA. — Creonte, rey de esta tierra corintia.
EGEO. — Comprensible era tu aflicción, mujer.
MEDEA. — Estoy perdida y, además, he sido desterrada del país.
EGEO. — ¿Por quién? Me anuncias una nueva des- 705
gracia.
MEDEA. — Creonte me destierra de la tierra corintia.
EGEO. — ¿Y lo permite Jasón? No lo apruebo.
MEDEA. — De palabra no, pero está dispuesto a
aceptarlo. (Arrojándose a los pies de Egeo.) ¡Por tu
mentón y por tus rodillas, aquí me tienes ante ti, su- 710
plicante! ¡Compadécete, compadécete de mí desdichada! ¡No consientas que sea desterrada y abandonada!
¡Acógeme en tu país y al calor del hogar de tu casa!
¡Que tu deseo de tener hijos se cumpla por voluntad
de los dioses y tú mismo mueras feliz! No sabes el 715
hallazgo que has hallado aquí. Acabaré con tu esterilidad y haré que puedas engendrar hijos; tales son los
remedios que conozco.
EGEO- — Por muchas razones deseo concederte este
favor, mujer; primero por los dioses, luego por los 720
hijos cuyo nacimiento prometes, ya que soy completamente incapaz de conseguirlos ~. Mira lo que me pro52 La mayoría de los traductores, siguiendo al comentarista,
traducen et verso 722 por ~pues a esa finalidad tiende todo mi
5er~, pero esta traducción tropieza con la dificultad de que este
valor de phralldos sólo estaría atestiguado aquí, por eso hemos
Preferido asignar a phror2dos su significación normal de «ser
incapaz de, ser inepto para«, como hacen otros autores.
100
TRAGEDIAS
pongo: cuando vengas tú a mi tierra, me esforzaré en
725 ser hospitalario contigo, como es justo. Sólo voy a
indicarte una cosa, mujer: yo no tengo la intención
de llevarte fuera de esta tierra, mas si por ti misma
te presentas en mi casa, permanecerás inviolable y a
nadie te entregaré. Aparta ahora tú el pie de esta
730 tierra, pues quiero estar entre mis huéspedes sin
reproche alguno ~
MEDEA. — Así será. Pero si tuviera alguna garantía
de tus promesas, estaría completamente satisfecha de
tu comportamiento.
EGEO. — ¿Es que no tienes confianza? ¿Qué dificultad ves?
MEDEA. — Tengo confianza, pero la casa de Pelias y
733 Creonte es enemiga mía. Si te unces a mí con juramentos, no podrás entregarme a ellos cuando quieran
arrancarme de tu país. Pero si sólo te comprometes
de palabra y sin jurar por los dioses, podrías convertirte en su amigo y ceder, sin duda, a las peticiones
740 de sus heraldos. Mi fuerza es débil; ellos, en cambio,
poseen prosperidad y una casa regia.
EGEO. — Has hablado con mucha previsión, mujer.
Por tanto, si te parece bien a ti, yo no me niego a
hacer eso. Para mi, esto es lo más seguro: mostrar
a tus enemigos que tengo un pretexto y, al mismo
745 tiempo, tu posición será más sólida. Dime el nombre
de los dioses por los que debo jurar.
MEDEA. — Jura por el suelo de la Tierra y por el
Sol ~‘, padre de mi padre, y por todo el linaje de los
dioses.
Advertencia diplomática que hace Egeo de que no quiere
enemistarse con su huésped Jasón, lo cual no impide que, en
su momento, pueda ofrecer su hospitalidad a Medea.
54 Jurar por la Tierra y por el Sol era una fórmula tradicional ya desde los juramentos homéricos.
MEDEA
101
EGEO. — ¿ Hacer o no hacer qué cosa? Dio.
MEDEA. — Qut~ nunca me expulsarás de tu tierra y 750
que, si alguno de mis enemigos desea llevarme, no se
lo permitirás voluntariamente, mientras tú estés vivo.
EGEO. — Juro por la Tierra y por la brillante luz
del Sol y por todos los dioses permanecer fiel a lo que
me propones.
MEDEA. — Basta. ¿Qué castigo sufrirás, si no permaneces fiel a este juramento?
EGEO. — El que sobreviene a los mortales impíos. 755
MEDEA. — Márchate contento, pues todo está bien.
Yo llegaré cuanto antes a tu ciudad, después de haber
realizado lo que pretendo y conseguido lo que deseo.
CORIFEO. — (A Egeo, mientras parte con su séquito.)
¡Que el hijo de Maya ~, el dios conductor, te encamine 760
a tu casa y que puedas conseguir lo que deseas con
tanto ardor, ya que como un hombre noble, Egeo, te
has mostrado ante mí!
MEDEA. — ¡Oh Zeus! ¡O :Justicia, hija de Zeus y
luz del Sol! ¡Bella es la victoria, amigas, que obten- 765
dremos sobre nuestros enemigos! Ya estamos en camino de conseguirla. Ahora tengo la esperanza de que
mis enemigos pagarán su castigo, pues ese hombre,
en el momento en que más fatigados estábamos, se
ha presentado como puerto de mis proyectos; de él 770
amarraremos los cables de popa, una vez llegados a
la ciudad y a la acrópolis de Palas. Voy a exponerte
todos mis planes. Escucha mis palabras, que no te
Van a procurar placer. Enviando a uno de mis criados, suplicaré a Jasón que venga ante mi vista. Cuando 775
haya venido, le diré dulces palabras: que estoy de
acuerdo con él, que apruebo la boda regia que ha
realizado, a pesar de traicionarnos, que su decisión es
El hijo de Maya es Hermes, aqui en su faceta de compacero de viaje de los vivos y no de los muertos.
102
TRAGEDIAs
780 beneficiosa y bien pensada. Pero también le suplicas
que se queden aquí mis hijos, no para abandonarí~
en tierra hostil y que sirvan de ultraje a mis enemigoi
sino para poder matar con engaños a la hija del re~
785 Pues pienso enviarlos con regalos en sus manos [par
que se los lleven a la esposa y no los expulse de esta
tierra]: un fino peplo y una corona de oro laminad~
Y si ella toma estos adornos y los pone sobre su cuerpo, morirá de mala manera, y todo el que toque a 1
muchacha: con tales venenos voy a ungir los regaloi
790 Ahora, sin embargo, cambio mis palabras y rompo e
sollozos ante la acción que he de llevar a cabo a ca
tínuación, pues pienso matar a mis hijos; nadie n
los podrá arrebatar y, después de haber hundido
795 la casa de Jasón, me iré de esta tierra, huyendo
crimen de mis amadísimos hijos y soportando la
de una acción tan impía. No puedo soportar, amigas,
ser el hazmerreír de mis enemigos.
¡Adelante! ¿Qué ganancia tengo con vivir? No posi
sao ni patria, ni casa, ni refugio de mis males. Me eqr
voqué el día en que abandoné la morada paterna
fiándome de las palabras de un griego que, con h
ayuda de los dioses, nos pagará justa compensacióa~
pues nunca más verá vivos a los hijos nacidos de mL
805 ni engendrará un hijo de su esposa recién uncid
pues es necesario que ella muera con muerte terribí
por mis venenos. Que nadie me considere poca cosi
débil e inactiva, sino de carácter muy distinto, dur.
para mis enemigos y, para mis amigos, benévola;
810 la vida de temperamentos semejantes es la más gio
riosa.
CORIFEO. — Puesto que has compartido tu plan co~
nosotras, con el deseo de serte útil y por defendo
las leyes de los hombres, te prohíbo que hagas est
MEDEA
103
MEDEA. — No es posible. Pero que tú hables así es
iculpable, ya que no has sido tratada con tanta 815
rueldad como lo he sido yo.
CORIFEO. — ¿Te atreverías a matar a tu simiente,
ujer?
MEDEA. — Así quedará desgarrado con más fuerza
esposo.
CORIFEO. — Pero tú serás la mujer más desgraciada.
MEDEA. — Déjalo. Inútiles son todas las palabras que
uzamos. (Dirigiéndose a la nodriza.) Vamos, már- 820
Le y trae aquí a Jasón, pues para todas las misio—
de confianza me voy a servir de ti. No digas nada
mis proyectos, si quieres bien a tu señora y eres
CoRo.
Estrofa 1 .~.
Los hijos de Erecteo ~ desde antiguo fueron prós-.
~ros e hijos de dioses felices, de una tierra santa y 825
devastada, nutridos de la sabiduría mds ilustre,
Iminando siempre con soltura por el resplandeciente 830
er, en donde, una vez, dicen que las santas Piérides,
nueve Musas, engendraron a la rubia Armonía ~.
Antistrofa 1 .~.
Y cuentan que Cipris, alcanzando las bellas corrien- 835
~s del Cefiso 58, difunde sobre su tierra las auras duZ~S y suaves de los vientos y que siempre, ceñidos sus 840
~
~ Los atenienses eran considerados los hijos de Erecteo,
de Pandión.
~
En la traducción dé esta frase sigo la explicación sintác-
~.
de PAGa y VALGIGLIO entre otros, que hace de Moúsas
to de phyte(¿sai, y no Harmonían. Téngase en cuenta que
Musas son hijas de Mnemósine y que Armonía se refiere
II
a la armonía de todas las artes y del saber en general.
~
Cefiso, dios del río del mismo nombre, es considerado
Iflibién un progenitor de los atenienses, emparentado con el
tfldario rey Erecteo.
104
TRAGEDIAS
cabellos con una corona perfumada de rosas, envía a
845 los Amores como compañeros de la Sabiduría, colabo.
radores de toda virtud ~.
Estrofa 2.&.
¿Cómo la ciudad de los ríos sagrados ~, la tierra
acogedora de los enemigos, te va a recibir a ti, la
aso asesina de sus propios hijos, la impura entre las impuras? Piensa en el golpe que vas a dar a tus hijos,
piensa en el crimen que afrontas. No, por tus rodillas,
855 te lo suplicamos con todas nuestras fuerzas, no mates.
a tus hijos.
Antistrofa 2.~.
¿Dónde hallará tu mente y tu mano valor para
llevar al corazón de tus hijos tan horrible aud~~j~~6I
860 ¿Cómo, al dirigir tus ojos sobre ellos, soportarás sin
lágrimas su destino de muerte? No podrás ante ellos,
arrodillados como suplicantes, manchar tu máno de
865 sangre con ánimo impávido. (Aparece en escena Jasón,
acompañado de la nodriza.)
JAsÓN. — Acudo a tu llamada, pues, aunque me eres
hostil, no quedarás defraudada en esto, sino que oiré
una vez más qué es lo que deseas de mí, mujer.
MEDEA. — Jasón, te suplico que perdones mis ante870 riores palabras. Debes soportar mis arrebatos de cólera, pues muchas veces nos hemos dado pruebas recíprocas de cariño. Yo he reflexionado conmigo misma
y me he dirigido los siguientes reproches: ¡insensata!,
¿a qué esta locura y- hostilidad contra los que han
59 El amor (los Amores> es considez-ado como el guía que
conduce a la Sabiduría. Se ha visto aqul una alusión fugaz a
la teoría platónica del Amor, tema central de su diálogo El
Banquete.
¿O Cefiso e luso.
61 El pasaje es muy difícil debido a que el texto está muy
corrupto.
MEDEA
105
meditado bien? ¿Por qué ser enemiga de los sobera- 875
nos de esta tierra y de mi esposo, que hace lo más
útil para nosotros, tomando por esposa a una princesa
y pretendiendo engendrar hermanos para mis hijos?
¿No voy a renunciár a mi cólera? ¿Qué es lo que me
sucede, si los dioses disponen todo tan bien? ¿Es que aso
no tengo hijos? ¿Ignoro que estamos condenados al
destierro y sin amigos? Al meditar esto, me di cuenta
de la gran imprudencia que cometía y de la inutilidad
de mi cólera. Ahora te elogio y me parece que has
actuado con sensatez, proporcionándonos esta alianza, 883
mientras que yo he sido insensata, pues debería haber
participado en tus planes y haberte prestado ayuda
en su realización, haber asistido a tu boda y sentir
alegría en ocuparme de tu esposa. Pero somos lo que
somos, no diré una calamidad, sencillamente mujeres. 890
No deberias habei-te puesto a mi altura en los repro.-
ches, ni oponer niñerías a mis niñerías. Me doy por
vencida y reconozco que entonces fui insensata, pero
ahora he tomado una decisión mejor. (Dirige su voz
hacia la casa y llama a sus hijos.) ¡Hijos, hijos, aquí,
abandonad la casa! (Los niños aparecen acompañados
del pedagogo.) ¡Salid, saludad a vuestro padre y din- 895
gidle la palabra en mi presencia, y con vuestra madre
abandonad el odio de antes contra los seres queridos!
Entre nosotros hay paz y el rencor ha desaparecido.
Tomad su mano derecha. (Hablando para sí.) ¡Ay, hijos,
cómo vienen a mi mente desgracias ocultas! Hijos 900
míos, ¿viviréis mucho tiempo para tender así vuestros
brazos queridos? ¡Desgraciada de mí, cuán pronta
estoy al llanto y llena de temor! (Alto.) Ahora que ter—
minó la disputa con vuestro padre, mis tiernos ojos 905
se llenan de lágrimas.
CoRIFEo. — También de mis ojos brota abundante
llanto y ojalá que un mal mayor no sobrepase al presente.
106
TRAGEDIAs
JASóN. — Alabo tu postura de ahora, mujer, y no
te reprocho la anterior, pues es natural que el sexo
femenino monte en cólera contra el esposo que conQio trae secretamente otro matrimonio. Pero tu corazón
se ha vuelto hacia lo más ventajoso y has comprendido —con el tiempo, bien es verdad— la decisión
mejor. Así actúa una mujer sensata. (A sus hijos.) Y a
915 vosotros, hijos míos, con sumo cuidado, vuestro padre
os ha procurado la salvación con ayuda de los dioses.
Y creo que un día estaréis entre los primeros de esta
tierra corintia con vuestros hermanos. Creced, pues,
que el resto lo llevará a cabo vuestro padre y quien
920 de los dioses os sea propicio. ¡Que pueda veros bien
criados y, en la flor de vuestra juventud, superiores
a mis enemigos! (A Medea que gime.) Y tú, ¿por qué
cubres tus pupilas de abundantes lágrimas y vuelves
tu blanca mejilla? ¿ Por qué no recibes mis palabras
alegre?
925 MEDEA. — No es nada. Estoy pensando en mis hijos.
JASÓN. — ¡Ánimo! Yo me ocuparé de ellos.
MEDEA. — Así lo haré. No deseo desconfiar de tus
palabras, pero la mujer es débil por naturaleza y propensa a las lágrimas.
JASóN. — ¿Qué es lo que te impulsa a gemir tanto
por estos hijos?
930 MEDEA. — Yo los he dado a luz y, cuando tú les deseabas la vida, me invadió la compasión ante la duda
de que eso suceda. Pero volvamos a la cuestión por
la cual tú has venido a hablar conmigo. Unas cosas
ya están dichas, pero voy a exponerte las que quedan.
Puesto que parece bien al rey que me aleje de esta
935 tierra —y sé bien que esto es lo más provechoso para
mí, que mi vida aquí no sea un estorbo ni para ti
ni para los soberanos, pues les parezco funesta para
la casa—, me iré desterrada de esta tierra, pero a los
MEDEA
107
niños, a fin de que sean educados por tu mano, pide 940
a Creonte que no los destierre.
JAs~N. — No sé si podré persuadirlo, pero debo
intentarlo.
MEDEA. — Al menos exhorta a tu esposa a que suplique a su padre que no destierre a los niños.
JASÓN. — Lo haré con el mayor interés y creo que
la persuadiré fácilmente.
MEDEA. — Sí, si es una mujer como las demás. Mas 945
yo colaboraré contigo en esta empresa. Le enviaré
regalos que sobrepasan en belleza con mucho a los
que ahora existen entre nosotros, estoy segura de ello,
[un sutil peplo y una corona de oro], que los nuios 950
le llevarán. (Dirigiendo su voz a la casa.) ¡Vamos, que
cuanto antes uno de los criados traiga aquí los adornos! (A Jasón.) Ella será feliz no una vez, sino mil
veces, por haber hallado en ti al mejor hombre que
pudiera compartir su lecho y por poseer unos adornos
que, una vez, el Sol, padre de mi padre, concedió a sus 955
descendientes.
Tomad estos regalos de boda, hijos, en vuestras
manos, entregádselos como presente a la princesa,
esposa feliz. No son dones despreciables los que va
a recibir~.
JAsÓN. — ¿Por qué, insensata, te quieres desprender
de ellos? ¿Crees que el palacio real escasea en peplos? 960
¿Crees que en oro? Consérvalos, no los regales. Si mi
esposa me estima en algo, me preferirá a las riquezas,
bien lo sé.
MEDEA. — No me digas eso. Dicen que los regalos
convencen incluso a los dioses ~, y el oro tiene más 965
poder entre los mortales que mil palabras. El destino
62 Adviértase la cruel ironía en las palabras de Medea.
63 Proverbio muy popular entre los griegos, que aparece
también en PLATÓN, República III 390 e, y Alcibíades II 149 e.
108
TRAGEDIAS
está de su parte, un dios acrecienta ahora su fortuna
es joven y reina. Daria mi vida a cambio para salvar
a mis hijos del destierro, no sólo oro.
970 Vamos, hijos, entrad en la rica mansión, suplicad
a la nueva esposa de vuestro padre y mi señora,
pedidle que no os envíe al destierro, ofreciéndole los
regalos, pues lo más importante de todo es que ella
reciba estos dones en sus manos. Id lo más rápido
975 posible y traed a vuestra madre la buena noticia de
que ha salido bien lo que ella desea conseguir.
• CORO.
Estrofa 1.’.
Ninguna esperanza me queda ya de que los niños
sigan viviendo, ninguna, pues se encaminan ya hacia
la muerte. Recibirá la esposa, recibirá la infortunada.
980 la calamidad de áureas bandas 64• Y en derredor de
su rubia cabellera se pondrá a Hades ~, como adorno, ella con sus propias manos.
Antistrofa l.~.
El encanto y el inmortal brillo le inducirán a po985 nerse el peplo y ceñirse la corona de oro. En los
infiernos se adornará con el ajuar nupcial. En tal lazo
y destino de muerte caerá la desdichada. No logrará
esca par a la fatalidad.
Estrofa 2.A.
Y tú, oh desgraciado, malvado esposo emparentadu
992 con la casa real, sin saberlo llevas la destrucción a la
vida de tus hijos y a tu esposa una muerte vergonzosa.
995 ¡Desdichado, cuánto te desvías de tu destino! ~.
64 Alusión a la diadema de oro que ha de causarle la muerte.
~
Es decir, la diadema de la muerte.
~
El poeta quiere indicar, con esta frase, que Jasón se engaña respecto a la suerte que caerá sobre él por su malvada
acción. Otros opinan que hace referencia a su situación presente de príncipe feliz.
MEDEA
109
Antistrofa 2.~.
También lloro tu dolor, desdichada madre de hijos,
porque vas a matar a tus criaturas por un lecho nupcial que tu esposo ha traicionado sin razón, para 1000
compartir la vida cón otra esposa. (El pedagogo regresa con los niños.)
PEDAGOGO. — Señora, he aquí a tus hijos liberados
del destierro; la joven reina ha recibido con gusto
los regalos en sus manos. En aquella casa hay paz
para tus hijos. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan con- íoo.i
fundida cuando la fortuna te sonríe? [¿Por qué vuelves hacia atrás tu mejilla y no recibes alegre mis
palabras?]
MEDEA. — ¡Ay, ay!
PEDAGOGO. — Tus lamentos no armonizan con mis
noticias.
MEDEA. — ¡Ay, ay, una vez más!
PEDAGOGO. — ¿Te he anunciado sin saberlo una mala
noticia? ¿He errado en mi suposición de que te traía íoso
una nueva feliz?
MEDEA. — La noticia es tal como es. No te reprocho nada.
PEDAGOGO. — ¿A qué vienen esos ajos bajos y ese
torrente de lágrimas?
MEDEA. — Una gran necesidad me obliga a ello, anciano, pues lo que va a suceder lo han tramado los
dioses y mi locura.
PEDAGOGO. — ¡Ánimo! También tú regresarás un día 1015
con la ayuda de tus hijos.
MEDEA. — Antes haré regresar hacia abajo yo a
otros 67, ¡desdichada de mí!
67 Es decir, a las moradas infernales. Estamos ante uñ juego
de palabras basado en el doble significado del verbo kdternu
•regresar3 y <descender>.
110
TRAGEDIAS
PEDAGOGO. — No eres la única que ha sido separada
de sus hijos. Un mortal debe soportar los azares adversos como si no le pesaran.
MEDEA. — Así lo haré. Entra tú dentro de la ca.sa
1020 y procura a los niños lo que necesiten para cada día.
(El pedagogo abandona la escena.)
¡Oh hijos, hijos! Ya tenéis una ciudad y una casa,
en la que, después de abandonarme en mi desdicha,
viviréis siempre, privados de Vuestra madre. Yo me
1025 voy, desterrada hacia otra tierra, antes de haber gozado
de vosotros y de haberos visto felices, antes de haberos dado una esposa, de haber adornado vuestro lecho
nupcial y haber mantenido en alto las antorchas”. ¡Oh
desgraciada de mí por mi orgullo! En vano, hijos, os
1030 he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en
esfuerzos, soportando los terribles dolores del parto.
Y pensar que había depositado en vosotros muchas
esperanzas, ¡infeliz de mí!, de que me alimentaríais
en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais
1035 piadosamente con vuestras propias manos, acción deseada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce
pensamiento. Privada de vosotros, arrastraré una vida
triste y dolorosa. Vosotros no veréis más a vuestra
madre con vuestros queridos ojos, pues - estáis a punto
de cambiar a otra forma de vida .
io~o ¡Ay, ay!, ¿por qué me miráis con vuestros ojos,
hijos? ¿Por qué sonreis, como si fuese vuestra última
sonrisa? ¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? Mi corazón desfallece, cuando veo la brillante mirada de mis hijos.
No podría hacerlo. Adiós a mis anteriores planes.
1045 Sacaré a mis hijos de esta tierra. ¿ Por qué, por afligir
68 Según la costumbre griega, la madre de la esposa acompañaba al cortejo nupcial con una antorcha encendida, y la
madre del esposo recibía al cortejo también con una antorcha
ardiendo.
•
Eufemismo por muerte.
MEDEA
111
a su padre con la desgracia de ellos, debo procurarme
a mi misma un mal doble? ¡No y no! ¿Adiós a ~i1S
planes!
Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser
el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos? ioso
Tengo que atreverme. ¡ Qué cobardía la mía, entregar
mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijos.
A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio,
que actúe como quiera. Mi mano no vacilará. 1055
¡Ay, ay! ¡No, corazón mío, no realices este crimen!
¡Déjalos, desdichada! ¡Ahorra el sacrificio de tus hijos!
Aunque no vivan conmigo, me servirán de alegría.
¡No, por los vengadores subterráneos del Hades!
Nunca sucederá que yo entregue a mis hijos a 105 1060
enemigos para recibir un ultraje. [Es de todo punto
necesario que mueran y, puesto que lo es, los matare
yo que les he dado el ser.] Está completamente decldido y no se puede evitar. Ahora, con la corona sobre 1065
su cabeza y vestida con el. peplo, la joven reina se
está muriendo, estoy segura. Y bien, puesto que me
dirijo por el camino más penoso y a ellos los voy a enviar por uno más penoso aún, deseo despedirme de n115
hijos. (Los nulos vuelven a aparecer en escena.) Dad- 1070
me, hijos míos, dadme vuestra mano derecha, para que
vuestra madre la cubra de besos. ¡Oh mano queridísima, boca queridísima, rasgos y noble rostro de jilis
hijos! ¡Que seáis felices, pero allí! ~ Vuestro padre
os ha privado de la felicidad de aquí. ¡Oh dulce abrazo,
oh suave piel y aliento dulcísimo de mis hijos! Idos, 1075
idos. (Los aleja de si e indica que los lleven dentro de
casa.) ¡ No tengo fuerzas para dirigir sobre vosotros ini
mirada, me vencen mis desgracias! Si, conozco los
Crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más
En el re¡no de los muertos.
112
TRAGEDIAS
ioeo poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males .-ara los mortales.
CORIFEO. — Ya en muchas ocasiones me he adentrado en el camino de los razonamientos sutiles y me
he enfrentado con disputas mayores de las que debe
bBs abordar el género femenino. Y es que nosotras tam-
bién poseemos una Musa que nos acompaña en busca
de la sabiduría, pero no todas, pues en el linaje de
las mujeres, entre muchas quizá hallarías sólo una
pequeña parte que no sea ajena al don de las Musas.
1090 Y afirmo que aquellos de los mortales que no conocen en absoluto la procreación de hijos superan en
felicidad a los que los han engendrado. Los que no
1095 poseen hijos, por desconocer si ellos proporcionan alegría o tristeza a los mortales, al no haber llegado a
tenerlos se libran de muchos pesares.
Pero aquellos que tien¿?n en su casa un dulce planííoo tel de hijos, los veo todo el tiempo atormentados por
su cuidado, pensando primero de qué modo los educarán mejor y de dónde les dejarán a ellos un modo
de vida y, además de esto, si se están esforzando por
hijos malos o por buenos, lo cual es una cosa incierta.
líos
Y ahora voy a decir el peor de todos los males
para los mortales: supongamos que ya han encontrado
suficientes recursos, que han llegado a la flor de la
juventud y que han resultado ser buenos; si, a pesar
1110 de ello, el destino así lo impone, la muerte los encamina hacía Hades llevándose sus cuerpos. ¿Qué utilidad proporciona a los mortales que los dioses, por el
ííís ansía de tener hijos, añadan a los que ya poseen este
dolor, el más cruel de todos?
MEDEA. — Amigas, desde hace tiempo estoy esperando el desenlace y espío lo que en palacio estará
sucediendo. Pero he aquí que veo avanzar a uno de los
1120 sirvientes de Jasón. Su jadeo anhelante indica que
viene a anunciamos una nueva desgracia.
MEDEA
113
MENSAJERO. — ¡Oh tú que has cometido una acción
terrible y fuera de la ley, Medea, huye, huye por el
medio que sea, por mar o por tierra!
MEDEA. — ¿ Pero qué ocurre para que tenga que emprender esta huida?
MENSAJERO. — Han muerto la joven princesa y 1125
Creonte, su padre, por causa de tus filtros.
MEDEA. — Me has anunciado una noticia bellísima;
en adelante te tendré entre mis bienhechores y amigos.
MENSAJERO. — ¿Qué dices? ¿Estás cuerda y no demente, mujer? Tú que has ultrajado el hogar de los 1130
príncipes, ¿te alegras y no tiemblas al oir esta noticia?
MEDEA. — Podría perfectamente responder a tus palabras, pero no te excites, amigo, y habla. ¿Cómo han
muerto 2 Pues dos veces me causarías alegría si hu- 1135
bieran muerto del modo más terrible.
MENSAJERO. — Cuando la doble descendencia de tus
hijos llegó con su padre y franquearon el umbral de
la morada nupcial, nosotros, los esclavos, nos alegramos, pues estábamos agobiados por tus males. Al
punto, de oído en oído se repetía como un susurro
que tú y tu esposo habíais cesado en vuestra disputa í 140
anterior. Uno besa la mano, otro el rubio cabello de
tus hijos y yo mismo, lleno de gozo, acompañé a los
niños hasta la habitación de las mujeres 7I• La señora
que honrábamos ahora en tu lugar, antes de haber í 145
visto a la pareja de tus hijos lanzó a Jasón una mirada
apasionada, pero luego ocultó sus ojos y volvió hacia
atrás su blanca mejilla, molesta ante la entrada de
tus hijos. Y tu esposo intentaba aplacar el furor y la uso
cólera de la joven, diciéndole: «¿No vas a ser acogedora con mis seres queridos? ¿Cesarás en tu furor
71 La enorme alegría que siente el sirviente le lleva a olvidar la prohibición de entrar en la habitación reservada a las
mujeres.
114
TRAGEDIAS
y volverás hacia nosotros la cabeza, considerando amigos a los que antes lo eran de tu esposo? ¿No vas a
1155 aceptar los regalos y pedie a tu padre que, en consideración a mi, libere a mis hijos del destierro?»
Y ella, cuando vio el regalo, no se resistió, sino que
concedió todo a su esposo y, antes de que se hubieran
alejado mucho de lá casa el padre y los hijos, toman1160 do los abigarrados peplos se los puso y, colocándose
la corona de oro sobre sus bucles, adorna su cabello
delante de un brillante espejo, sonriendo ante la aparición de la imagen sin vida de su cuerpo. Y después,
levantándose de su trono, pasea por la habitación,
caminando graciosamente con su blanquisimo pie,
1165 rebosante de alegría por los regalos, y una y otra vez
dirige hacia atrás su mirada curiosa sobre sus talones,
poniéndose de puntillas ~. Pero entonces tuvo lugar
un espectáculo horrible de ver: cambiando el color,
retrocede inclinada, con todos sus miembros temblo1170 rosos, y apenas sí le da tiempo a reclinarse en su
trono para no caer a tierra. Y una criada anciana,
creyendo que se trataba de un acceso de furor de
Pan o de algún dios ~ dio un alarido de conjuro, antes
de ver que, a través de su boca, corría blanca espuma
1175 y que las pupilas de sus ojos daban -vueltas y que
la sangre abandonaba su cuerpo; al alarido de conjuro le siguió entonces un gran lamento. Al punto, una
se precipita a la casa de su padre, otra a la de su
nuevo esposo, para comunicarle la desgracia de su
1180 esposa, y todo el palacio resuena por las apretadas
carreras.
72 Eurípides refleja a la perfección los gestos y los ademanes de la coquetería femenina.
73 Los antiguos atribuían los inesperados ataques dc cualquier enfermedad a accesos de turbación originados por alguna
divinidad mas o menos orgiástica, como sucede en el caso del
dios Pan.
MEDEA
115
Ya, con paso ligero, un corredor rápido habría
recorrido los seis pletros del estadio y alcanzado su
final ~, cuando ella se recobró de su estado de mudez
y volvió a abrir sus ojos cerrados, después de lanzar
un grito terrible. Una doble plaga se había lanzado íías
contra ella: la corona de oro que rodeaba su cabeza
lanzaba un prodigioso torrente de fuego devastador,
y los sutiles peplos, regalo de tus hijos, devoraban
la blanca carne de la desdichada. Intenta huir, levan- íí~o
tándose del trono abrasada, sacudiendo su cabello y
su cabeza a un lado y a otro, queriendo arrojar la
corona, pero las uniones del oro estaban firmemente
engarzadas y el fuego, cuanto más sacudía sus cabelíos, en lugar de extinguirse redoblaba su fulgor. Y ella
cae por fin al suelo, vencida por la desgracia, total- 1195
mente irreconocible, excepto para su padre. No se
distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro,
la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida
con el fuego, y las carnes s~e desprendían de sus hue 1200
sos, como lágrimas de pino ~, bajo los invisibles dientes del veneno. ¡Terrible espectáculo! Todas teníamos
miedo de tocar el cadáver, pues su desgracia nos servía de maestro.
Mas su infortunado padre, sin conocer su calamidad, entrando de improviso en la casa, se arroja sobre 1203
el cadáver. Al punto estalla en gemidos y, rodeándola
con sus brazos, la besa mientras dice: <¡Oh hija desdichada!, ¿qué dios te ha perdido de una forma tan
ignominiosa? ¿Quién ha dejado huérfano de ti a un
~‘ La distanc¡á de un estadio griego es de seis pletros, unos
185 metros.
‘~ Atrevida y hermosisima metáfora que compara la carne
que se va desgarrando por el fuego y el calor producido por
el veneno a las gotas de resma que, por influjo del intenso
calor del verano, caen en forma líquida, como si de lágrimas
se tratase.
116
TRAGEDIAs
1210 anciano, a una tumba? ~. ¡Ay de mi! ¡Deseo acompa..
ñarte en la muerte, hija! » Y cuando cesó en sus lamen..
tos y sollozos, aunque intentaba levantar su anciano
cuerpo, quedó adherido, como yedra a ramas de laurel,
a los sutiles peplos, y una lucha terrible se desarro.
1215 lIaba, pues él quería levantar su rodilla, pero ella lo
retenía. Y si tiraba con fuerza, arrancaba sus ancianas
carnes de los huesos. Por fin renunció, y el desgraciado
í~o entregó su vida, pues no pudo derrotar al mal. La
hija y el anciano padre yacen muertos uno al lado del
otro, desgracia que merece lágrimas.
(A Medea.) Rehúso decir palabra alguna de aquello
que te concierne, pues tú misma sabrás el medio de
huir del castigo. No es la primera vez que considero
la condición humana una sombra y valientemente
1225 podría d¿cir que, de los mortales, los que pasan por
sabios e indagadores de conocimientos, ésos son los
que se ganan el mayor castigo. Pues ninguno de los
mortales es feliz y, cuando la prosperidad se derrama,
1230 uno podrá ser más afortunado que otro, pero no feliz.
CORIFEO. — La divinidad parece que en este día ha
acumulado con justicia, muchas desgracias sobre Jasón.
[¡Oh desdichada hija de Creonte, cómo lloramos tus
1235 desgracias, tú que te encaminas hacia las moradas de
Hades por tu boda con Jasón!]
MEDEA. — Amigas, mi acción está decidida: matar
cuanto antes a mis hijos y alejarme de esta tierra; no
deseo, por vacilación, entregarlos a otra mano mas
i~o hostil que los mate. Es de todo punto necesario que
mueran y, puesto que es preciso, los mataré yo que los
he engendrado. Así que, ¡ármate, corazón mío! ¿Por
qué vacilamos en realizar un crimen terrible pero
necesario? ¡Vamos, desdichada mano mía, toma la
76 El escoliasta comeftta que se solfa llamar a los ancianos
.tumba~, por estar ya en el umbral de la muerte.
MEDEA
117
espada! ¡Tómala! ¡Salta la barrera que abrirá paso 1245
a una vida dolorosa! ¡No te eches atrás! ¡No pienses
que se trata de tus hijos queridísimos, que tú los has
dado a luz! ¡Olvidate por un br~ve instante de que
son tus hijos y luego... llora! Porque, aunque los mate,
ten en cuenta que eran carne de tu carne; seré una 1250
mujer desdichada.
Entra en la casa.
CoRo.
Estrofa 1.’.
¡Oh Tierra y resplandeciente rayo del Sol! ¡Contemplad, ved a esta mujer funesta, antes de que arroje
sobre sus hijos su mano asesina, matadora de su propía carne! De tu áurea estirpe han germinado ~, y 1.255
causa terror que l~ sangre de un dios sea vertida por
hombres. ¡Detenía, oh luz nacida de Zeus, arroja de
la casa a la desdichada y asesina Erinis enviada por 1260
los dioses vengadores! ~.
Antistrofa l.~.
En vano se ha destruido el esfuerzo por engendrar
tus hijos; en vano engendraste un linaje querido.
¡Oh tú que abandonaste la azulada roca de las Sim piégades y el paso inhóspito! ¡Desdichada! ¿Por qué cae 1265
sobre ti la pesada cólera de tu alma y se transforma
en crimen hostil? ~. Duras son para los mortales las
manchas de sangre familiar derramadas sobre la tierra,
77 Recuérdese que los hijos de Medea son bisnietos del Sol.
78 Las Erinis o Furias son las divinidades vengadoras de
los delitos de sangre.
79 Este pasaje coral es muy difícil de interpretar y sospechoso de estar corrupto. En relación con la última frase, de
oscuro sentido dysmen~s phdnos ameibetai, es muy sugestiva
la hipótesis de Von Axnn¡, que acepta Mfliunxaa y que sobreentiende antf tis prdsthen phil fas. Y así M~RIDIER traduce:
«Pourquoi la haine meurtriére prend-elle la place de I’amour?..
118
TRAGEDIAS
1270 y dolores proporcionados a su culpa hacen caer los
dioses sobre las casas de los asesinos.
NIÑOS. — (Desde dentro.) ¡Ay, ay de mí!
CORIFEO.
Estrofa 2.’.
¿Lo oyes, oyes el grito de los niños? ¡Oh desventurada, oh infeliz mujer!
NIÑOS. — (Desde dentro.)
—¡Ay de mí! ¿Qué hacer? ¿Adónde huir de las
manos de mi madre?
—No lo sé, hermano queridísimo. Estamos perdidos.
2175 CORIFEO. — ¿Debo entrar en la casa? Creo que hay
que salvar a los niños de la muerte.
NIÑOS. — <Desde dentro.)
—Sí, por los dioses, ‘salvadnos. Es el momento.
—¡Cuán cerca estamos ya del filo de la espada!
CORIFEO. — ¡Desdichada! ¡Es que eres como una
1280 roca o un hierro, para haberte atrevido a matar con
tu mano asesina el fruto de los hijos que engendraste!
Coao.
Antistrofa 2.’.
De una sola> de una sola de las mujeres de antes
tengo noticía que dirigiera su mano contra sus pro pos
hijos: ¡no, enloquecida por los dioses, cuando la esposa
1285 de Zeus la expulsó de su casa, para que anduviera
errante ~. Y ella, la desdichada, se lanzó al mar por
el impío crimen de sus hijos, precipitándose desde la
costa marina, y murió arrastrando a los’ dos hijos en
10 Cuenta la mitología que habiendo persuadido Ino a su
esposo a acoger y educar a Dioniso en su casa, ambos se volvieron locos por causa de la enfurecida Hera, esposa de Zeus,
ya que Dioniso era el fruto del amor adúltero de Zeus con
Sémele. Presa de esta locura, mató mo a su hijo Melicertes
y se arrojó con su cadáver al mar.
MEDEA
119
su muerte. ¿Podría haber sucedido algo más terrible? 1290
¡Oh lecho de las mujeres, rico en sufrimientos, cuántos males habéis causado ya a los mortales!
Jasón entra apresuradamente en escena.
JASóN — Mujeres que estáis cerca de esta morada,
¿está aún en palacio la que ha realizado estas atrOci- 1295
dades, Medea, o se ha dado a la fuga? Pues ella debe
ocultarse bajo la tierra o elevar su cuerpo hacia la
profundidad del ~ter como si tuviese alas, si no quiere
pagar su castigo a la casa real. ¿Tiene el convencimiento de que, después de haber asesinado a los sobe•ranos de esta~ tierra, podrá huir impunemente de esta 1300
casa? Pero ella no me importa tanto como mis hijos.
Aquellos que recibieron el mal le causarán el mal a
ella; yo he venido a salvar la vida de mis hijos, no
sea que los parientes les causen algún daño, en ven- 1305
ganza del impío crimen de su madre.
CORIFEO. — ¡Oh desdichado, no sabes a qué punto
de tus desgracias has llegado, Jasón! Si lo supieras,
no habrías pronunciado estas palabras.
JASÓN. — ¿Qué sucede? ¿Es que quiere también matarme a mí?
CORIFEO. — Tus hijos han muerto a manos de su
madre.
JASÓN. — ¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¡Cómo me has 1310
golpeado de muerte, mujer!
CORIFEO. — Convencete de que tus hijos ya no existen.
JASÓN. — ¿Dónde los ha matado? ¿Dentro o fuera
de la casa?
CORIFEO. — Si abres las puertas, verás el crimen de
tus hijos.
JAsóN — (Llamando a gritos a los criados de la
casa.) Soltad los cerrojos lo más pronto posible,. criados, quitad las barras, para que pueda ver la doble 11315
120
TRAGEDIAS
desgracia, a ellos que están muertos y a ella que reCj.
birá mi castigo.
MEDEA. — (Aparece Medea en lo alto de la casa sobre
un carro tirado por dragones alados con los cadáveres
de sus hijos.) ¿Por qué mueves y fuerzas estas puertas, tratando de buscar a los cadáveres y a mí, la
1320 autora del crimen? Cesa en tu esfuerzo. Si necesitas
algo de mí, si pretendes algo, dilo, pero nunca me
tocarás con tu mano. Tal carro nos ha dado el Sol,
padre de mi padre, para protección contra mano enemiga.
JASÓN. — ¡Oh ser odioso, oh, con mucho, la más
1325 abominable para los dioses, para mí y para toda la
raza de los hombres! ¡Tú que sobre tus propios hijos
te atreviste a lanzar la espada, a pesar de haberlos
engendrado, y, al dejarme sin ellos, me destruiste!
¡ Y, a pesar de haberlo hecho, puedes mirar el sol y
la tierra, cuando te has atrevido a una acción tan
impía! ¡Deseo que mueras! Ahora, he recuperado la
1330 cordura que entonces no tuve, cuando, desde tu casa
y desde tu país extranjero, te traía a una casa griega,
enorme desgracia, traidora a tu padre y a la tierra
que te crió. Los dioses han arrojado sobre mí tu genio
vengador, pues ya habías matado a tu hermano en tu
1335 hogar cuando embarcaste en la nave Argo, de bella
proa 8¡ Así comenzaste tus crímenes. Habiéndote casado después conmigo y dado hijos, por celos de un
lecho y una esposa los mataste. No existe mujer griega
1340 que se hubiera atrevido a esto, y, sin embargo, antes
que con ellas preferí casarme contigo —unión odiosa
y funesta para mi—, leona, no mujer, de natural más
salvaje que la tirrénica Escila 82~ Pero no conseguiría
81 Según otra tradición, su hermano Apsirto había embarcado con ella, pero, perseguida por su padre, lo habría matado
y arrojado sus despojos a las olas, ante los ojos de Ectes.
82 Monstruo marino emboscado en el estrecho de Mesina.
MEDEA
121
morderte con mis infinitos reproches; tal es el atre- 1345
vimiento que posees por naturaleza. ¡Vete en mala
hora, infame y asesina de Jus hijos! A mí sólo me
queda lamentar mi destino, no podré disfrutar de mi
nuevo matrimonio y a los hijos’ que engendré y crié
no podré hablarles vivos, los he perdido para siempre. 1350
MEDEA. — Podría extenderme mucho respondiendo
a tus palabras, si el padre Zeus no supiera los beneficios que recibiste de mí y el pago que tú me diste.
Tú no debías, después de haber deshonrado mi lecho,
llevar una vida agradable, riéndote de mí; ni la prin- 1355
cesa, ni tampoco el que te procuró el matrimonio,
Creonte, debían haberme expulsado impunemente de
esta tierra. Y ahora, si te place, llámame leona y Escila
que habita el suelo tirrénico. A tu corazón, como debía, 1360
he devuelto el golpe.
JASÓN. — También tú sufres y eres partícipe de mis
males.
MEDEA. — Sábelo bien: el dolor me libera, si no te
sirve de alegría.
JASÓN. — ¡Oh hijos, qué madre malvada os cayó en
suerte!
MEDEA. — ¡ Oh niños, cómo habéis perecido por la
locura de vuestro padre!
JASÓN. — Pero no los destruyó mi mano derecha. 1365
MEDEA. — Sino tu ultraje y tu reciente boda.
JAsÓN. — ¿Te pareció bien matarlos por célos de mi
lecho?
MEDEA. — ¿Crees que es un dolor pequeño para una
mujer?
JASÓN. — Si. ella es sensata, sí, pero para ti es la
mayor desgracia.
Se trata de una mujer, cuya parte inferior la forman seis perros
feroces que devoran todo lo que se pone a su alcance.
h
122
TRAGEDIAS
1370 MEDEA. — (Señalando a los cadáveres.) Ellos ya no
viven. Esto te mo:derá.
JASÓN. — Ellos viven, ay de mí, como genios venga.
dores de tu cabeza.
MEDEA. — Los dioses saben quién comenzó la desgracia.
JASÓN — Conocen, sin duda, tu alma abominable.
MEDEA. — Odia. Detesto tus amargas palabras.
1375 JASÓN. — Y yo las tuyas, pero la separación es fácil.
MEDEA. — ¿Cómo? ¿Qué debo hacer? Lo deseo con
todas mis fuerzas.
JASÓN. — Déjame enterrar a estos muertos y llorarlos.
MEDEA. — Eso no, pues yo deseo enterrarlos con mi
propia mano, llevándolos al santuario de Hera, diosa
1380 Acrea ~, para que ninguno, de mis enemigos los ultraje
saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto
instituiremos, de ahora en adelante, una solemne fiesta
y ritos expiatorios de este impío crimen. Yo me voy
1385 a la tierra de Erecteo a vivir en compaijía de Egeo,
hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala
manera, golpeado en tu cabeza por un despojo de la
Argo ‘~, viendo así el amargo final de tu boda conmigo.
1390 JASÓN. — ¡Ojalá te destruya la Erinis~ de tus hijos
y la Justicía vengadora!
MEDEA. — ¿Qué dios o divinidad te va a escuchar,
perjuro y engañador de tus huéspedes? ~5.
83 Parece que se hace referencia a un templo de Hera,
situado en la acrópolis de Corinto; de aquí su epíteto Acrea,
<de la colina<.
~ Aunque existen varias explicaciones del escoliasta, lo más
probable es que se aluda a la popa de la nave que estaba como
regalo votivo en el templo de Hera, la cual, al caerse, le golpeó
y le quitó la vida.
~
Con el adjetivo xeinapdrou <engañador de huéspedesw,
se alude a los deberes de protección violados por Jasón con
la extranjera Medea.
MEDEA
123
JAsÓN. — ¡Ay, ay, infame, infanticida!
MEDEA. — Entra en casa y entierra a tu esposa.
JASÓN. — Entro, privado de mis dos hijos.
MEDEA. — Aún no es nada tu llanto; aguarda a la
1395
vejez.
JASÓN. — ¡Oh hijos queridísimos!
MEDEA. — Para su madre, para ti no.
JAsÓN. — ¿Y por ello los mataste?
MEDEA. — Para causarte dolor.
JASÓN. — ¡Ay de mí! Quiero, infeliz de mí, besar los 1400
labios queridos de mis hijos.
MEDEA. — Ahora los llamas, ahora quieres acariciarlos, cuando antes los rechazabas.
JASÓN. — Concédeme, por los dioses, tocar la blanca
piel de mis hijos.
MEDEA — No es posible. Lanzas palabras al viento.
JAsÓN. — ¡Zeus! ¿Oyes cómo he sido rechazado? 1405
¿Qué ultrajes he padecido por culpa de esta odiosa
e infanticida leona? Pero cuanto me es permitido y
puedo, los lloro e invoco a los dioses y les pongo 1410
como testigos de que tú, después de haber asesinado
a mis hijos, me impides tocarlos con las manos y
enterrar sus cadáveres. ¡Nunca debería haberlos engendrado para verlos morir bajo tu mano! (Abandona
la escena.)
CORIFEO. — Zeus en el Olimpo es el dispensador de 1415
muchos acontecimientos y muchas cosas, inespe radamente, concluyen los dioses. Lo esperado no se llevó
a cabo y de lo inesperado un dios halló el camino.
Así se ha resuelto esta tragedia.
LOS HERACLIDAS
y
INTRODUCCIÓN
La tragediá que nos ocupa corresponde a las llamadas político-patrióticas, al lado de Heracles y Las
Suplicantes. Sabemos que Esquilo había escrito unos
Heraclidas, pero no sabemos nada del argumento. Si
prestamos crédito a los testimonios que nos han llegado, podemos decir que Eurípides ofreció ciertas
novedades en el tratamiento del tema: el sacrificio de
Macana; el milagroso rejuvenecimiento de Yolao; la
captura, muerte y entierro de Euristeo.
El tema no volvió a tratarse en Grecia. A través
del mito, la obra intenta resaltar la generosidad con
que los atenienses trataron a los hijos de Heracles
y el pago injusto que recibieron a cambio. Es una
denuncia de la invasión espartana contra el Ática.
Eurípides se plantea en esta obra, y también en
Las Suplicantes, el fundamento de la piedad ateniense,
subrayando que, para el hombre ateniense, no hay
otro camino que el del cumplimiento exacto de las
leyes divinas, dada su creencia en un mundo gobernado por los dioses.
Los Heraclidas se caracteriza, formalmente, por
una gran sencillez en las partes líricas, que son más
escasas que en el resto de las tragedias de Eurípides.
Es la tragedia euripidea con menor número de versos
(1055), pero este hecho por sí solo no autoriza a pen-
LOS HERACLIDAS
sar que la obra fuera una elaboración abreviada con
vistas a una representación posterior, como han creído
algunos filólogos, entre ellos Wilamowitz.
En cuanto a su fecha, la opinión - más general es
que se representó en la primavera del 430, porque,
en el verano de ese mismo año, los espartanos invadieron la Tetrápolis sin que se produjeran los terribles males que Euristeo profetiza al final de la tragedia. Pero no falta quien retrase la fecha hasta el
426 1
Estructura esquemática de la obra. —
PRóLOGO (1-72). Yolao habla de la huida de los Heraclidas, capitaneados por él y por la vieja Alcmena, y cuenta su
llegada a Atenas. Viene Copreo, heraldo de Euristeo, que
trata de llevárselos a Argos.
P~Útono (73-119). Estructura comática, en la que el Coro altema
con Yolao en la estrofa y con Yolao y el heraldo en la
antistrofa. Insiste en la situación de los Heraclidas. El
Corifeo pide al heraldo que hable con el rey Demofonte.
Epísonto 1.0 (120-352). Demofonte pregunta quién es el heraldo
y qué busca. Interviene el Corifeo y tiene lugar el discurso del heraldo (134-178), en el que expone sus intenciones y la amenaza de guerra en caso de que no le
dejaran llevarse a los fugitivos. Tras la intervención del
Corifeo, Yolao habla a su vez (181-231): los Heraclidas
no pertenecen ya a Argos, y Atenas no teme las amenazas
argivas. Además, el parentesco une a los Heraclidas y a
Demofonte, el cual toma partido por los suplicantes. Sigue
una esticomitia entre el heraldo y Demofonte con intervenciones aisladas del Corifeo.
1 M. FERNÁNDEZ-GALIANO, «Estado actual de los problemas de
cronología euripidea», Actas III Congreso Espa#iol de Estudios
Cldsicos, 1, Madrid, 1968, pág. 341.
En un sistema anapéstico (288-296) el Coro exhorta a
tomar medidas frente al ejército de los argivos. Yolao da
las gracias a Demofonte y pide a los hijos de Heracles
que guarden agradecimiento eterno a Atenas. Demofonte
se prepara para la lucha, y Yol~o sigue en actitud de
suplicante.
EsTÁsIMO 1.0 (353-380). En una estrofa, antistrofa y epodo, el
Coro recrimina a Euristeo su insensatez.
Episooío 2.~ (381-607). Yolao se sorprende de la vuelta de Demofonte, quien advierte que, para vencer al enemigo, hay
que sacrificar, en honor de Deméter, una doncella, hija
de padre noble. Siguen dos versos del Corifeo (425-426).
Yolao no sabe qué hacer en su desesperación, y se ofrece
para morir personalmente. El Corifeo interviene (461-463).
Demofonte afirma que de nada serviría la muerte del
anciano. Entonces aparece Macaria (474), hija de Heracles,
que se ofrece a morir en defensa de los suyos y de la
ciudad de Atenas, antes de verse deshonrada o esclava. El
Corifeo elogia su actitud. Conversación entre Yolao y
Macaria, con la intervención de Demofonte.
EsT¡síMo 2.0 (608-629). El Coro habla, en la estrofa y antistrofa,
de las vicisitudes propias del ser humano y de la gloria
que acompañará a Macana.
E~ísooío 3.o (630-747). Viene un servidor que refiere a Yolao
y Alcmena la llegada de Hilo, hijo de Heracles, y su
participación en la lucha al lado de los atenienses. Yolao
decide armarse y acudir a la batalla. El Coro, en un sistema anapéstico, pone de relieve la arrogancia de Yolao.
Un servidor ayuda al anciano en su marcha y le lleva
las armas.
ESTÁSIMO 3.o (748-783). El Coro afirma que Zeus es su aliado.
Invoca también a Atenea contra el ejército argivo. Consta
de dos estrofas y sus antistrofas.
Epísonto 4o (784-891). Un servidor le cuenta a Alcmena la victoria: Euristeo no había aceptado un combate singular
con Hilo; el milagroso rejuvenecimiento de Yolao por
intervención de Heracles y Hebe; la captura de Euristeo.
Interviene el Corifeo (867-868). Alcmena da gracias a Zeus.
El servidor presenta a Euristeo ante la anciana.
128
TRAGEDIAS
129
130
TRAGEDIAS
ESTASIMO 4•o (892-927). El Coro se ocupa, respectivamente, en
dos estrofas y dos antistrofas, de la dicha de los amigos;
de la honra de ]os dioses; de la boda de Heracles, y, por
último, del triunfo de Atenas sobre Euristeo.
~xono (928-1055). Un servidor ha conducido a Euristeo ante
Alcmena, la cual amenaza de muerte a su cruel enemigo.
Sigue una esticomitia en la que el servidor hace saber a
Alcmena que la muerte de Euristeo no les gustaría a los
jefes de Atenas. Interviene el Corifeo (981-982). Euristeo
replica que no tiene miedo. El Corifeo pide a Alcmena
que perdone a su enemigo. La anciana contesta que lo
matará y que, después, entregará el cadáver a la ciudad.
Euristeo hace una serie de vaticinios sobre Atenas y los
Heraclidas. El éxodo propiamente dicho es muy breve
(1053-1055). El Coro se despide.
ARGUMENTO2
Yolao era hijo de Ificles y sobrino de Heracles.
En su juventud participó con éste en sus campañas;
en su vejez permaneció, como defensor fiel, junto a
sus descendientes. Siendo expulsados los hijos de Heracles de todas las tierras por obra de Euristeo, llegó
con ellos a Atenas y allí, refugiándose en los dioses,
recibió la seguridad de parte de Demofonte, soberano
de la ciudad. Queriendo Copreo, heraldo de Euristeo,
llevarse a rastras a los suplicantes, Yolao se lo impidió.
Copreo se retiró tras amenazarle con que se preparara para una guerra. Pero Demofonte no se preocupaba por eso. Como tuvieran lugar unos oráculos que
le daban la victoria si sacrificaba en honor de Deméter
a la muchacha más noble, quedó sumido en la duda
con el vaticinió, pues no consideraba justo matar a su
propia hija ni a la de ningún ciudadano a causa de
los suplicantes. Sabedora de la profecía, una de las
hijas de Heracles, Macar, arrostró voluntariamente
la muerte. Entonces la honraron por haber muerto
con nobleza y, sabiendo que los enemigos se habían
Presentado, se lanzaron al combate...
2 w~ ScHMbo- O. STAHLIN, Geschichte der griechischen Literatur, 1, 3, 2.«. ed., Munich, 1961, págs. 417-428.
YOLAO.
HERALDO, Copreo.
CORO.
DEMOPONTE.
MACARIA.
Un SERVIDOR.
ALcMENA.
Un MENSAJERO.
EURISTEO.
PERSONAJES
YOLAO. — Desde antaño estoy convencido de esto:
o
hombre es, por nacimiento, justo con sus vecinos,
mas otro, al tener su ánimo consagrado al lucro, es
iútil para la ciudad, difícil de tratar, sólo excelente
ara sí mismo. Lo sé por haberlo aprendido no de
alabra. Efectivamente, yo, por respeto al pudor y al s
arentesco, aunque me era posible vivir tranquilamiente en Argos 1, fui el único que participé con Hera~les en la mayor parte de sus trabajos, cuando estaba
entre nosotros. Pero ahora, una vez que vive en el
~ielo, protejo a sus hijos teniéndolos aquí bajo mis io
alas, aunque yo mismo preciso de protección. Pues,
apenas su padre se marchó de la tierra, al momento
Euristeo quería matarnos, pero huimos. La ciudad se
pierde, pero la vida se ha salvado. Huimos errantes is
cruzando los limites de una ciudad tras otra. Además
de las otras desgracias, Euristeo creyó oportuno cometer contra nosotros la siguiente insolencia. Enviando
heraldos a cualquier tierra donde se informara de que
estábamos asentados, nos reclama y nos hace expulsar 20
del país, aludiendo, ante todo, al honor de la ciudad
de Argos: que consideren que no es pequeña la enemistad de sus amigos y que él es afortunado a un
tiempo. Ellos,- contemplando la debilidad de mi per1 Argos y Micenas aparecen prácticamente identificadas en
esta tragedia. Pero es preciso distinguir: Micenas es la ciudad
Y Argos el distrito. En el año 467 a. C., Micenas fue destruida
Por Argos. En la época en que se escribió esta obra, no pasaba
de ser un lugar insignificante.
LOS HERACLIDAS
sona y la de éstos, pequeños y privados de su pac¡j
25 nos expulsan del país por respeto a los más poderos<
Yo comparto el destierro con estos niños desterradc
y cuando ellos lo pasan mal, comparto el dolor, pc
que temo traicionarlos, no sea que algún mortal d
así: «Mirad: cuando el padre ya no existe para
30
hijos, Yolao ito los defendió, a pesar de ser su
riente» a~ Expulsados de cualquier territorio de
Hélade, cuando llegamos a Maratón y al territorio
comparte su suerte 2, nos sentamos como si
en los altares de los dioses, para que nos ayuden. Pue
as las llanuras de esta tierra es fama que las habitan lo.
dos hijos3 de Teseo, por haberles tocado en suerte aellos, que proceden del linaje de Pandión ~, parientes
próximos de los aquí presentes. A causa de eso hemos
llegado a las fronteras de la famosa Atenas, a este
mojón. La huida está capitaneada por dos ancianos.
40
Yo, que abrumado velo por estos niños, y ella, Alcmena,
quien, a su vez, dentro de este templo ha protegido
bajo sus brazos a la descendencia femenina de su hijo
y la mantiene a salvo. Pues nos da verguenza que unas
doncellas jóvenes se acerquen a la multitud y se colo45 quen ante los altares. Hilo5 y sus hermanos, cuya edad
es mayor, buscan en qué parte del país estableceremos
un baluarte, en caso de ser rechazados a la fuerza de
esta tierra. ¡Oh hijos, hijos! Cogeos de mis ropas.
la Yolao era hijo de Ificles, que era, a su vez, hijo de
Anñtrión y hermanastro de Heracles. Yolao era, por tanto,
sobrino de Heracles.
2 Comprendía los municipios de Maratón, Énoe, Probalinto
y Tricórito. Había sido fundada por Juto, nieto de Deucaliófl
y yerno de Erecteo.
~
Demofonte y Acamante.
4 Padre de Egeo y abuelo de Teseo. La madre de Teseo
era Etra, prima hermana de Alcmena. Por ello, Teseo y Heracles eran hijos de primos hermanos.
5 Hijo de Heracles y Deyanira.
Li veo al mensajero de Euristeo caminando hacia so
~sotros, que no deja de perseguirnos, errantes, priidos de todo país. ¡Oh objeto de odio! ¡Así te mueis tú y el hombre, que te ha enviado! ¡Cuántas veces
~ al noble padre de éstos le has anunciado males
psde esa misma boca!
HERALDO 6~ — Piensas quizá que es hermoso el sitio ss
~ que te has sentado y que has llegado a una ciudad
ada, porque desvarías. Pues no hay quien vaya a
eferir tu poder inútil a cambio del de Euristeo.
iVete de ahí! ¿Por qué te tomas esas fatigas? Es preciso que tú te levantes para dirigirte a Argos, donde 60
te aguarda la pena de lapidación.
YoLAo. — No por cierto, pues me defenderá el altar
del dios, y la tierra libre que estoy pisando.
HERALDO. — ¿Quieres añadirle trabajo a esta mano
mía?
YOLAO. — Ni a mí ni a éstos nos llevarás y no trates
de cogernos a la fuerza.
HERALDO. — Lo vas a ver tú. No eres un buen adi- 65
vino al respecto.
YOLAO. — Jamás podrá suceder eso mientras yo viva.
HERALDO. — Levanta. Yo a éstos, aunque tú no quieras, me los llevaré por considerarlos de quien precisa-
mente son, de Euristeo.
YOLAO. — ¡Oh vosotros que habitáis Atenas desde
hace largo tiempo! ¡Defendednos! A pesar de que
Somos suplicantes de Zeus, protector del ágora, se nos 70
hace violencia y pisotean nuestras diademas ~. ¡Ultraje
para la ciudad y deshonra hacia los dioses!
6 Los manuscritos ofrecen siempre su nombre, Copreo. Probablemente se trata de un añadido de los eruditos helenísticos.
Entre los atributos de Zeus se contaba el de agoraios
«Protector de la plaza públicaa, «de las asambleas”. En este
caso los Heraclidas iban adornados con diademas y cintas,
Símbolo de los suplicantes.
134
TRAGEDIAS
135
LOS HERACLIDAS
CORO. — ¡Eh! ¡Eh! ¿Qué grito ha surgido cerca d~
altar? ¿Qué tipo de desgracia indicará en seguida?
CORO.
Estrofa.
75 —Mirad al débil anciano tendido en el suelo. ¡Oh
infeliz!
—¿A manos de quién has tenido tan desdichada
caída en tierra?
YOLAO. — Éste, oh extranjeros, deshonrando a vuestros dioses, trata de arrastrarme a la fuerza fuera de
la entrada del altar de Zeus.
80 CoRo. — Y tú, oh anciano, ¿desde qué país has venido al pueblo que habita en común las cuatro ciu-
dades? ¿Acaso desde la otra orilla, tras dejar la costa
de Eubea, arribáis con el remo marino?
85 YOLAO. — No llevo, oh extranjeros, una vida isleña,
sino que hemos llegado a tu tierra desde Micenas.
CoRo. — ¿Qué nombre te aplicaba el pueblo de Micenas, anciano?
YOLAO. — Conocéis, sin duda, al asistente de Heracles, a Yolao. Pues no es ésta una persona que necesite pregonero.
90 CoRo. — Lo conozco por haberlo oído nombrar hace
tiempo ya. Mas, ¿de quién son los niños, de pocos
años, que cuidas con tus manos? Explícamelo.
YOLAO. — Éstos son los hijos de Heracles, oh extranjeros, llegados como suplicantes vuestros y de la
ciudad.
CORO.
Antistrofa.
95 ¿Por qué motivo? Dime. ¿Acaso os interesa obtener
la atención de la ciudad?
YOLAO. — Para no ser entregados ni ir a Argos, raza
vez que seamos separados de tus dioses a la fuerza.
HERALDO. — Pero eso no agradará a tus dueños, que, loo
con cierto dominio sobre ti, te encuentran aquí.
CORO. — Es natural, extranjero, respetar a los suplicantes de los dioses, y que tú no abandones la sede
de las divinidades a causa de una’ mano violenta. Pues
la venerable justicia no consentirá tal abuso.
HERALDO. — Expulsa, pues, del país a éstos, los de ios
Euristeo, y en nada recurriré con mí brazo a la viole ncia.
CORO. — Impío es para una ciudad despedir un
grupo suplicante de extranjeros.
HERALDO. — Pero es hermoso, de seguro, tener el pie 110
a salvo de dificultades, por haber tomado una decisión
más conveniente.
CORIFEO. — Pues bien, será preciso que tú te atrevas
a explicarle eso al rey de esta tierra, pero que no apartes de los dioses a los extranjeros arrastrándolos con
violencia, por respeto a una tierra libre.
HERALDO. — ¿Quién es el señor de esta tierra y de
la ciudad?
CoIUFEo. — Demofonte el de Teseo, hijo de un padre 115
noble.
HERALDO. — Entonces ante ése, precisamente, podría
realizarse la discusión de este argumento. Si no, lo
demás se ha dicho en vano.
CORIFEO. — Helo aquí que llega de prisa y, también,
su hermano Acamante, prestando oído a tus palabras.
DEMOFONTE. — Puesto que, aunque eres mayor, te 120
has adelantado a gente más joven en venir a socorrer
este altar de Zeus, dime qué circunstancia reúne a
esta multitud.
CORIFEO. — Como suplicantes están sentados aquí
los hijos de Heracles, después de coronar el altar,
como ves, señor, y también Yolao, el fiel asistente de 125
su padre.
136
TRAGEDIAS
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LOS HERACLIDAS
DEMOFONTE. — ¿ Qué necesidad de gritos tenía e~
suceso?
CORIFEO. — Ése de ahí, al tratar de llevárselos a
fuerza de este altar, originó el griterío e hizo caer
rodillas al anciano, hasta el punto de suscitar
lágrimas por compasión.
130 DEMOFONTE. — En Verdad, tiene de griego el y
y la disposición de sus ropas, pero las obras son
pias de una mano bárbara. Tu misión es contarme,
no tardar, de qué tierra has dejado las fronteras paz
venir aquí.
135 HERALDO. — Soy argivo, pues quieres saberlo. Paz
qué y de parte de quién he venido, quiero contártel<
Me envía aquí Euristeo, señor de Micenas, para lleva]
me a éstos. He venido, oh extranjero, con muchos mo
tivos al mismo tiempo, tanto para obrar como para
140 hablar. Siendo yo en persona argivo, trato de llevarn~
a estos argivos fugitivos de mi tierra, condenados
morir por las leyes de allí. Pues por habitar una cii
dad es justo que ejecutemos las sentencias soberana
sobre nosotros mismos. A pesar de que ellos han 11<
145 gado a los hogares de otros muchos, insistimos O
esas mismas razones y nadie se ha atrevido a ganars
daños personales. Mas han venido aquí por haber rept’¡
rado en alguna locura al pensar en ti, o por corre
desde su situación irremediable el riesgo de si va
150 suceder o no tal desvarío. Pues no esperan, sin dudl
si eres cuerdo al menos, que tú solo de entre ta
países griegos a los que han acudido, vayas a
darte de sus insensatas desgracias. ¡Ea! Compara,
efecto: ¿qué provecho tendrás si admites a éstos en
íss país, y cuál si nos permites llevárnoslos? De nuesl
parte te es posible recibir lo siguiente: el pode]
tan importante de Argos y toda la fuerza de Eurist~
para apoyar a esta ciudad. Pero si te ablandas ~C
atender las palabras y lamentos de éstos, el asus
a derivar en un combate de lanza. Pues no pienses 160
e dejaremos este pleito sin contar con el hierro ~.
~é dirás, entonces? ¿De qué llanuras te habíamos
rado? ¿Por defender a qué tipo de aliados, y en
msa de qué habrán caído lo’s muertos que entie- 165
Realmente adquirirás mala fama ante los ciudainos, si metes el pie en una sentina por causa de un
ejo, de una tumba, de quien nada es, por decirlo
Li, y de estos niños. Dirás —en el caso mejor— que
is a encontrar en ellos tan sólo una esperanza.
mbién eso está muy dudoso en la situación pre- 170
~nte. Pues contra los argivos de mala manera podrían
Lchar éstos, armados, al llegar a la edad militar, si
que eso te eleva algo el espíritu. Y mucho es el
mpo .de en medio, en el cual podríais ser aniquilajos. Mas hazme caso. Sin darme nada, sino permi- 175
íendo que me lleve lo mio, gánate a Micenas, y que
ío te pase lo que soléis hacer: que, siendo posible
~legir por amigos a los mejores, prefieras a los que
ion peores.
CORIFEO. — ¿ Quién podría decidir un juicio o recolocer una razón, antes de comprender claramente el 180
relato de ambas partes?
YOLAO. — Señor —esto es posible en tu tierra—, me
rresponde hablar y oír por turno, y nadie me rechairá de antemano, como en otros lugares. Nosotros y
~te no tenemos nada en común. Pues, una vez que no 185
~nemos participación en Argos, por haberse decidido
n un decreto, sino que estamos desterrados de nuesa patria, ¿cómo podría ser justo que nos condujera
~mo si fuéramos de Micenas, a pesar de que estamos
Propiamente «de los Cálibes» (Chálibes). Los naturales de
te pueblo situado en el Mar Negro pasaban por ser los príeros en haber tratado de un modo especial el hierro, consiliendo una mezcla especialmente dura que algunos traducen
Ir «acero».
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TRAGEDIAS
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LOS HERACLIDAS
en esta situación nosotros, a quienes ellos expulsar~
190 de su país? Somos extranjeros, en efecto. ¿O es
quien está desterrado de Argos es justo que esté dei
terrado de la frontera de los helenos?. No de Atena¡
por lo menos. Pues a los hijos de Heracles no lo
expulsarán de su tierra por miedo a los argivos. Pue
no es, en absoluto, Traquis ~, ni una ciudad aquea, di
195 donde tú, no con justicia, sino por hinchar a Argo
con palabras como las que ahora dices, expulsaste,
éstos cuando estaban sentados como suplicantes junt<
a los altares. Pues si va a ocurrir eso y escogen ti
razones, ya no considero yo libre a esta Atenas. ~
200 sé de la voluntad y la naturaleza de ellos. Estar~
dispuestos a morir, pues entre los hombres nobles
aprecia la vergiienza antes que la vida. En cuanto a la
ciudad, basta. Pues también es odioso elogiar dema.~
siado, y sé que me he molestado personalmente
205 chas veces ya, por ser elogiado en exceso. Quiero ex~
plicarte qué necesario es que salves a éstos, ya que
estás al frente del país. Piteo es hijo de Pélope, y
Piteo, Etra, y de ésta nació tu padre Teseo. Me remofr
210 taré, por ti, ahora al origen de estos niños. Heraclei
era hijo de Zeus y de Alcmena, y ésta era hija de un~
hija de Pélope. Tu padre y el que 1o fue de éstOS.
serian hijos de primos hermanos. Por el linaje est~I
relacionado de esa manera con ellos, Demofonte. Per
215 te digo lo que tú debes pagar a los niños aparte 371
del parentesco. Afirmo, en efecto, que, siendo escil
dero del padre de éstos, llegué a ser compañero ~
viaje de Teseo en pos del ceñidor que a muchos calil
la muerte ‘~. A tu p~dre lo sacó de los rincones bie
Ciudad de Tesalia, donde los Heraclidas habían pedid<
protección anteriormente.
10 Ceñidor de Hipólita, reina de las Amazonas. El novel
trabajo de Hércules consistió en apoderarse de dicho cint1I1~ó
que le había sido entregado a Hipólita por su padre Ares, COU
los de Hades 11• La Hélade entera lo testimo¡jará. Por todo eso te piden éstos que les devuelvas 220
~i favor: que no se les entregue y que no se les
~xpulse del país tras ser arrancados de tus dioses a la
¡erza. Pues es vergonzoso para ti y, además, cobarde
¡ate la ciudad el hecho de 12 que a unos suplicantes,
ni-antes, de tu familia, ¡ay de mí! ... —mira hacia 225
dios, mira— de mala manera, se les arrastre a la
¡erza. Mas te suplico y te corono con mis manos, y...
¡por tu barbilla! 13, de ninguna manera deshonres a
os hijos de Heracles después de haberlos acogido en
us brazos. Muéstrate familiar de éstos, hazte su padre, 230
¡ hermano, su amo. Cualquier cosa es mejor que caer
ajo los argivos.
CORIFEO. — Al oírlos, los he compadecido por su
:ía, señor. Ahora, precisamente, he visto el buen
vencido por el azar. Pues éstos tienen mala forsin merecerlo, como hijos de padre noble. 235
>EMOFONTE. — Tres caminos de tu desgracia me
~an, Yolao, a no rechazar a tus extranjeros. Lo
importante, Zeus, a cuyo altar estás acogido con
conjunto de niños. El parentesco y la obligación 240
revia por parte nuestra de hacer bien a éstos en
gradecimiento a su padre. Y el honor, por el que hay
ue preocuparse ante todo. Pues si dejo que este altar
~a saqueado a la fuerza por un extranjero, parecerá 245
ie no habito una tierra libre y que he entregado
‘bolo regio. Según algunos, Teseo recibió a Antiope como
~xnio por haber participado en aquella expedición.
~ Cuando en su duodécimo trabajo Hércules bajó al infierpara llevarse consigo a Cerbero, el monstruoso perro de
~S cabezas, encontró en las puertas de la terrible mansión
Teseo y Pirítoo, encadenados allí como castigo por haber
letendido raptar a Perséfone, reina del Hades. Hércules salvó
Teseo y lo sacó del infierno.
¡2 Pasaje corrupto.
13 Palabras y gesto propios del suplicante.
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TRAGEDIAS
141
LOS HERACLIDAS
traidoramente los suplicantes a los argivos por
lación. Y eso casi merecería la horca. Debiste haber
venido con mejor fortuna; sin embargo, tampoco ahora
temas que alguien te vaya a arrebatar a la fuerza
250 de este altar en compañía de los niños. Y tú (al He.
raído) vete a Argos y explícale a Euristeo estas cosas
y, además, que, si, aparte de eso, acusa de algo a estos
extranjeros, ha de obtener justicia. Pero a éstos jamás
te los llevarás.
HERALDO. — ¿No, si es justo y venzo con mi argumento?
DEMOFONTE. — ¿Y cómo va a ser justo llevarse al
suplicante por la fuerza?
255 HERALDO. — ¿No es verdad que resultará una verguenza para mí y, en cambio, no será un perjuicio
para ti?
DEMOFONTE. — Para mí sí, en caso de que te consienta que arrastres a éstos.
HERALDO. — Tú échalos de tus fronteras, y, luego,
desde allí nos los llevaremos.
DEMOFONTE. — Eres torpe de nacimiento, si albergas
proyectos que corrijan los de la divinidad.
HERALDO. — Los malvados han de huir, según parece,
hacia aquí.
260 DEMOFONTE. — La sede de los dioses es una defensa
común para todos.
HERALDO. — A los de Micenas no les parecerá así,
seguramente.
DEMOFONTE. — ¿No es verdad que yo soy señor de
los de aquí?
HERALDO. — Sí, si no dañas a aquéllos en nada, caso
de que seas prudente.
DEMOFONTE. — Sufrid daño, con tal que yo, al menos, no ultraje a los dioses.
265 HERALDO. — No quiero que tú Sostengas una guerra
DEMOFONTE. — También yo soy de tal opinión. Pero
ío me despreocuparé de éstos.
HERALDO. — Me los llevaré, en verdad, tomando a
quienes son míos.
DEMOFONTE. — Entonces no te vas a ir fácilmente
scia Argos.
HERALDO. — Haciendo la prueba lo sabré al punto.
DEMOFONTE. — Pues si los tocas, llorarás y no a largo 270
plazo.
HERALDO. — No te atrevas, por los dioses, a golpear
un heraldo.
DEMOFONTE. — Sí, si el heraldo no aprende a ser
prudente.
CORIFEO. — Vete. (Al Heraldo.) Y tú, señor, no le
pongas las manos encima.
HERALDO. — Me marcho. Pues débil es el combate
de una sola mano. Pero vendré aquí con numeroso 275
batallón, todo armado de ‘bronce, de Ares argivo 14•
Innumerables guerreros con escudo me esperan y también mi señor Euristeo que conduce el ejército en
persona. Aguardando con impaciencia noticias de aquí
espera en la mismísima frontera de Alcátoo 15~ Cuando 280
sepa tu insolencia aparecerá centelleante contra ti, tus
ciudadanos, esta tierra y sus cultivos. Pues en vano
poseeríamos en Argos tan numerosa juventud en edad
militar, si no nos vengáramos de ti.
DEMOFONTE. — Así te mueras. No temo yo a tu Argos.
No ibas a llevarte a éstos de aquí por la fuerza, ha- 285
Ciéndome sentir verguenza. Pues no tengo yo a esta
ciudad por vasalla de la de los argivos, sino por libre.
CoRo. — Es hora de tomar medidas, antes que el
ejército de los argivos se acer que a la frontera. Muy 290
14 Ares, dios de la guerra, tomado aquí por la guerra misma.
contra los argivos. 15 Alcátoo, hijo de Pélope e Hipodamía, era rey de Mégara.
142
TRAGEDIAS
143
LOS HERACLIDAS
irascible es el Ares 16 de los de Micenas, y con est
más todavía que antes. Pues todos los heraldos tienen
la costumbre de exagerar dos veces más de lo ocr..
rrido. ¿Cuántas veces piensas tú que le dirá a su rey
295 que lo pasó horrible y estuvo a punto de dejar la piel?
YOLAO. — No existe para los hijos mejor honor que
haber nacido de un padre noble y bueno y tomar una
esposa hija de padres nobles. No elogiaré a quien~
300 vencido por el deseo, tiene en común con los malvas
dos dejar un deshonor a sus hijos a causa de su pl
cer. Pues a la desventura la aparta mejor el bw
linaje que el oscuro. En efecto, habiendo caído nos.
otros en la última de las desgracias, hemos encontrado
305 estos amigos y parientes, los únicos en tanta tierra
helena habitada que se han hecho cargo de los
presentes. Dadíes la mano derecha, hijos, dádsela.
También vosotros a los niños y acercaos.
¡Oh hijos! Hemos llegado a una prueba de amigo&
310 Si un día alumbra para vosotros el regreso a la pa
y poseéis el palacio y los honores de vuestro padr~
consideradlos siempre salvadores y amigos y, acoil
dándoos de esto, jamás alcéis una lanza enemiga cow
315 tra su país, sino considerad su ciudad la más arnig
de todas. Para vosotros son dignos de ser honrado
aquellos que nos han librado de tener por enemigo
una tierra tan grande y al pueblo pelasgo, al yernO
como mendigos errantes. Pero, sin embargo, no no
320 entregaron ni expulsaron del país. Yo, tanto vivo cofll
muerto, cuando muera, con gran elogio te ensalzar
oh amigo, cerca de Teseo y lo alegraré diciéndole qo
acogiste bien y protegiste a los hijos de Heracles; qU4
325 como bien nacido, conservas por la Hélade la fa’~’
de tu padre, y que, nacido de padres nobles, en na<
16 Es decir, el instinto belicoso.
p has vuelto, por ventura, peor que tu padre, junto
on otros pocos. Pues entre muchos apenas se puede
ocontrar a uno que no sea inferior a su padre.
CORIFEO. — Desde siempre esta tierra decidió ayudar 330
la gente apurada a quien asiste el derecho. Por ello
soportado ya infinitos trabajos en defensa de los
nigos; y también ahora veo aquí cercana la conmda.
DEMOFONTE. — Bien has hablado y presumo, anciano,
luego éstos se portarán de tal modo. Se recordará
avor. Y yo haré una reunión de ciudadanos y los 335
•é para recibir con numerosa tropa el ejército
is de Micenas. Primero mandaré espías hacia él,
que no me sorprenda en su ataque. Pues en
s presto está todo hombre para acudir a la alarTras reunir a los adivinos haré un sacrificio. Y tú 340
archa a palacio con los niños, dejando el altar de
~us. Pues hay personas que se encarguen de tu cui•, aunque yo esté ausente. Ea, ve a palacio, anciano.
YOLAO. — No podría yo dejar el altar. Sentémonos
aguardando aquí suplicantes para que tenga buen 345
o
la ciudad. Cuando se libre gloriosamente de esta
itienda, iremos a tu palacio. Tenemos por aliados
~es no peores que los de los argivos, señor. Pues
Ltrona de ellos es Hera, esposa de Zeus, y de nos- 350
ros, Atenea. Afirmo que también cuenta eso para el
ien éxito: conseguir el favor de unos dioses mejores.
íe Palas no soportará ser vencida.
CORO.
Estrofa.
Si tú te jactas mucho, otros no se preocupan más
r ti, ¡oh extranjero que viniste de Argos! No asus- 355
14s mi corazón con tus orgullosas palabras. Jamás
Irra así en Atenas la de grandes y hermosas danzas.
144
TRAGEDIAS
145
LOS HERACLIDAS
360 Y tú eres insensato, como el rey de Argos, hijo d~
Esténelo 17
Antistrofa.
Tú que, habiendo llegado a otra ciudad en nada
inferior a Argos, a unos suplicantes de los dioses~
365 errantes y que imploran a mi país, aun siendo tú un
extranjero, tratas de arrastrarlos violentamente, sin
ceder ante el rey, sin decir otro motivo. ¿Dónde podría
370 estar eso bien, entre gente sensata al menos?
Epodo.
La paz me gusta. Pero tú, oh rey malévolo, digo
que si llegas a mí ciudad, no obtendrás así lo que
375 piensas. Pues no eres el único que tienes lanza y escudo
todo de bronce. Ea, amante de las guerras: que no
me perturbarás con tu lanza a la ciudad bien dotada
380 de gracias. Contente, entonces.
YOLAO. — ¡Oh hijo! ¿Por qué acudes ante mí con
preocupación en tus ojos? ¿Traes alguna novedad
sobre los enemigos? ¿Están a punto de venir? ¿Estáz
presentes o de qué te has informado? Pues en absoluto
van a resultarte engañosas las palabras del heraldo.
385 En efecto, el estratego es afortunado en lo que depende
de los dioses 18, bien lo sé, y no tiene, por cierto,
humildes propósitos respecto a Atenas. Pero Zeus ci
buen reparador de las audacias de los demasiado S0
berbios.
DEMOFONTE. — Ha llegado el ejército argivo y SU
390 señor Euristeo. Yo mismo lo he visto. Pues es necesfr
17 Realmente el Coro habla sólo al heraldo, pero en el juC~
verbal subyace una deliberada confusión entre el heraldo Y
persona a quien representa: el rey de Argos, es decir, EuriSt
hijo de Esténelo, quien lo era, por su parte, de Perseo y Andr
meda.
18 El texto ofrece dificultades. Una buena enmienda es
de TYRw¡rn: t¿¿ prósthen On «en lo anterior”.
u
rio que un hombre que afirma que sabe conducir perfectamente un ejército no observe a los enemigos memensajeros. Ahora bien, todavía no ha lanzado
ejército hacia esta llanura del país, sino que, senido en una altura rocosa, observa —esto te lo digo 395
ya como opinión— por dónde introducirá su ejército
sin lucha ‘9 y lo asentará con seguridad en esta tierra.
Y. sin embargo, también lo mio está ya dispuesto de
rma conveniente. La ciudad en armas; las victimas
en pie, preparadas para los dioses a quienes sea 400
reciso degollarías; la ciudad por mano de los adivinos
ace sacrificios: trofeos sobre los enemigos y medios
de salvación para la ciudad; tras reunir en un solo
unto todos los cantores de oráculos, los he comproado, y también las antiguas respuestas de los orácu~s, tanto las profanas como las ocultas, medios de 405
ralvación para este país. Muchas son las diferencias de
15 profecías restantes, mas de entre todas destaca una
mola e idéntica opinión. Mandan que yo deguelle en
honor de Core ~, hija de Deméter, una doncella que
hija de padre de buen origen. Yo tengo, como ves, 410
afán muy grande hacia vosotros, pero no voy a maa mi hija ni obligaré a ningún otro de mis ciudanos a pesar suyo. Pues, ¿quién, de propia voluntad,
zona tan mal que entregue de sus manos a sus hijos
luy queridos? Ya, ahora, pueden verse amargas re- 415
niones, diciendo unos que era justo defender a los
bxtranjeros suplicantes, pero acusándome otros de loCUra. Si, además, hago eso, se suscitaría una guerra
Itestina. Pues bien, mira tú eso y descubre a la vez 420
~mo os salvaréis vosotros y este suelo y no seré yo
19 Es una conjetura. El pasaje está corrupto al parecer.
~
Apelativo de Perséfone. Equivale a «la muchacha«. En
ca histórica el sacrificio no se practicaba entre los griegos.
r¶pides lo utiliza con frecuencia, referido a tiempos pretélos.
146
TRAGEDIAS
147
LOS HERACLIDAS
objeto de calumnia ante los ciudadanos. Porque m
tengo yo una tiranía como sobre bárbaros; sino que
si hago cosas justas, cosas justas me pasarán.
425 CORIFEO. — ¿ Pero es que, aun estando decidida, u~
dios no le permite ayudar a los extranjeros a esta cii¡~
dad que lo solicita?
YOLAO. — ¡Oh Dios! Nos parecemos a navegantes
que, tras escapar de la salvaje furia de la tempestad~
se acercan a tierra hasta poderla tocar con la mano,
430 y, luego, desde tierra firme son empujados de nueva
al mar por los vientos. Así, también nosotros Somos
rechazados de este país cuando estábamos ya en la
costa creyéndonos a salvo. ¡Ay de mi! ¿ Por qué, en,
tonces, me has deleitado, oh cruel esperanza, cuando
435 no ibas a terminar el favor? Pues perdonable, por
cierto, es también su negativa, si no quiere matar a
los hijos de los ciudadanos. También estoy satisfecho
con lo de aquí. Si a los dioses les parece bien que
a mí me ocurra eso, el agradecimiento hacia ti no des~
aparece. ¡Oh hijos! No sé qué hacer con vosotroL
440 ¿Adónde nos volveremos? ¿Cuál de los dioses está sin
corona? 21• ¿A la frontera de qué país no hemos ib.
gado? Vamos a perecer, oh hijos. Vamos a ser entrb.
gados ya. Y por mí nada importa, si es que he d@
morir, salvo que cause algún deleite a mis enemigos
al morir. Por vosotros lloro y os compadezco, hijos,
445 y a Alcmena, la anciana madre de vuestro padre. ¡Oh
desdichada por tu larga vida, e infeliz también yo,
que he padecido mucho en vano! Era preciso, era prb.
ciso, desde luego, que nosotros, al caer en las manoS
450 del enemigo, hubiéramos dejado la vida de modo ver¶
gonzoso y desgraciado. Pero, ¿sabes en lo que has da
21 Los suplicantes dejaban las coronas, con que se adorlil
ban, encima del altar de los dioses a quienes impetraban, hastl
que sus peticiones eran atendidas.
Lyudarme? Aún no se me ha escapado por completo
la esperanza puesta en la salvación de éstos. Entrégame a mí a los argivos en lugar de ellos, señor. No
corras peligro, y sálvame a los niños. No debemos 455
apreciar mi vida. ¡Que concluya! Euristeo querrá ante
todo, una vez que me aprese, aplicar su insolencia
contra el aliado de Heracles. Pues es un hombre brutal.
Para los sabios es cosa deseable trabar enemistad con
un sabio, pero no con un espíritu embrutecido. Así 460
podría conseguir uno mucho respeto y justicia.
CORIFEO. — ¡Oh anciano! Que no acuse yo, entonces,
a esta ciudad. Pues quizá podría sobrevenimos el reproche, mentiroso pero, no obstante, dañoso; de que
hemos traicionado a los extranjeros.
DEMOFONTE.—NObIe es lo que has dicho, pero ineficaz.
Ese jefe no conduce hacia aquí su ejército para recla- 465
marte a ti. Pues, ¿qué más le da a Euristeo que muera
(ni anciano? Sino que quidre matar a éstos. Que para
los enemigos es cosa terrible que crezcan como hijos
buena casta, jóvenes y con el recuerdo del ultraje
ntra su padre. Todo lo cual es preciso que lo obser- 470
e él. Mas si sabes alguna decisión más oportuna,
‘repárala, que yo estoy perplejo, tras oír los oráculos,
lleno de temor.
MACARíA. — Extranjeros, no atribuyáis ninguna osailía a mi salida. Esto es lo primero que os pido. Pues 475
ara una mujer lo más hermoso es, junto al silencio,
ser prudente y permanecer tranquila dentro de casa.
~J haber escuchado tus gemidos he salido, Yolao, no
orque se me haya encargado hacer de embajadora
íe mi estirpe. Pero, realmente, soy, de alguna manera, 480
Idecuada; me preocupo, la que más, por mis hermaDOs y quiero informarme sobre ellos y sobre mí misma
or si alguna pena, añadida a las desgracias de antes,
‘IlUerde tu corazón.
148
TRAGEDIAS
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LOS HERACLIDAS
YOLAO. — ¡Oh hija! Con justicia te puedo elogiar,
485 no desde hace poco, más que a ninguno de los hijos d~
Heracles. Nuestra casa, a pesar de que nos había dado
la impresión de marchar bien, ha derivado otra ves
hacia lo que no tiene remedio. En efecto, afirma ésta
490 que los cantores de oráculos dan señales para que de.
gúellen en honor de Core, la hija de Deméter, no un
toro ni una ternera, sino una doncella que sea de buen
linaje, si es que se pretende que subsistamos nos.
otros, y es preciso que exista esta ciudad. Ahora bien,
estamos perplejos con esto. Pues éste afirma que ni
va a degollar a sus propios hijos ni a los de ningún
otro, y a mí me dice, no a las claras, pero lo dice da
495 algún modo, que, si no encontramos alguna salida de
esto, busquemos algún otro país, y que él quiere salvar
esta tierra.
MACARíA. — ¿Dependemo’s tan sólo de ese argumen.
to para ser salvados?
YOLAO. — De ése, pues en lo demás hemos tenido
buena suerte.
500 MAcAIuA. — Entonces no temas ya la hostil lanza
argiva. Porque yo misma, antes que se me ordene,
anciano, estoy dispuesta a morir y a presentarme para
mi degollación. Pues, ¿ qué diremos si la ciudad cree
oportuno correr un gran peligro a causa de nosotros,
505 y, en cambio, nosotros, imponiéndoles trabajos a otroS
cuando es posible quedar a salvo, vamos a huir de Ji
muerte? No, por cierto, puesto que seria motivo do
irrisión no sólo gemir sentados como suplicantes dO
los dioses, sino también mostramos cobardes a pesal
de haber nacido de aquel padre del que hemos nacido
510 ¿Dónde son apropiadas esas actitudes entre gentes ~
valía? Es más hermoso, pienso yo, que caer en manol
de los enemigos, cuando esta ciudad sea apresad
—cosa que jamás ocurra— y, luego, después de pasa
por ultrajes terribles, aun siendo hija de un padi
poble, ver de todas formas a Hades. ¿Acaso tengo que sís
ndar errante expulsada de este país? No me avergonaré, entonces, si uno dice: « ¿ Por qué habéis venido
LquI con ramos de suplicante, vosotros que tenéis ape-
p a la vida? Salid del país. Pues nosotros no ayudacmos encima a unos cobardes». Pero, ni siquiera, si 520
iuedaran muertos éstos y a salvo yo, tengo esperanza
pasarlo bien. Que, ciertamente, por eso han traicioiado ya muchos a sus amigos. Pues, ¿quién querrá,
ea tener por esposa a una muchacha abandonada, sea 525
ener hijos de mí? ¿No es verdad que es mejor morir
¡e obtener ese destino sin merecerlo? Eso le conrendría más a cualquier otra que no fuera notable
orno yo. Conducidme adonde este cuerpo deba morir,
ionedle guirnaldas y comenzad el sacrificio, si os paece. Venced a los enemigos. Que hay aquí una vida 530
¡e se ofrece voluntaria y no mal de su grado. Pro¡amo que muero en defensa de mis hermanos y de
ni misma. Pues, por cierto, al no tener apego a mi
ida, acabo de confirmar el descubrimiento más herfoso: dejar la vida con buena fama.
CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¿Qué diré al oír las magnfficas 535
ras de la doncella que quiere morir en lugar de
lermanos? ¿ Quién podría decir unas palabras más
~s que ésas? ¿Qué hombre podría hacerlo todavía?
YOLAO. — ¡Oh hija! No eres tú de otro origen, sino sso
¡e has nacido como semilla del espíritu divino del
¡¡¡oso Heracles. No me averguenzo de tus palabras,
Das siento dolor por tu suerte. Pero explicaré cómo
Podría ser bastante justo. Es preciso llamar aquí a
Ddas las hermanas de ésta, y, luego, la que disponga s~s
suerte, muera por su linaje. Pero no es justo que
fueras sin sorteo.
MI.cARIA. — No querría yo morir por tocarme en
alerte. Pues no merecería el agradecimiento. No lo
LS, anciano. Pues bien, si aceptáis y queréis utili- 550
150
TRAGEDIAS
151
LOS HERACLIDAS
zarme, ofrezco animosamente mi vida a éstos, volw
tana yo y no obligada.
YOLAO. — ¡Ay! Esa frase tuya es más noble que 1
sss de antes. Y aquélla era muy noble. Pero superas ca
esta audacia tu audacia y con unas palabras noble,
tus palabras. Sin embargo, ni te aconsejo ni te prohibo
que mueras, hija. Pero al morir beneficias a tus hez.
manos.
MACARíA. — Con prudencia me aconsejas. No
participar en la mancha de mi sangre, pues he da
560 morir libremente. Sígueme, anciano, pues quiero ¡¡¡01
nr en tus manos. Quédate a mi lado y cubre mi cuerpo
con el peplo. Puesto que voy a ir hacia el espanto
de mi degollación, si es que he nacido del padre dcl
que me jacto.
YOLAO. — No podría yo asistir a tu muerte.
565 MACARIA. — Pues pídele a éste que no exhale yo
vida en manos de hombres, sino de mujeres.
DEMOFONTE. — Así será, oh infeliz entre las donco.
lías, pues, también para mi, que no seas honrada d
manera digna, sería vergonzoso por muchas razones;
570 tanto por tu buen ánimo como por la justicia. Te I¡<
visto ante mis ojos como la más valiente de todas Ji
mujeres. ¡Ea! Si tienes algún deseo, dirigete a éstos
al viejo con tus últimos saludos y ponte en marcha
MACARíA. — ¡Oh! Pásalo bien, anciano, pásalo hiel
575 y edúcame a estos niños de la siguiente manera: listo
para todo, como tú; en nada más, pues tendrán has
tante. Trata de salvarlos, consérvate lleno de celt
para que no mueran. Somos hijos tuyos. Hemos si
criados por tus manos. Ves que también yo ofrezc<
580 mi juventud propia del matrimonio, dispuesta a moni
en vez de ellos. Y vosotros, compañía de mis herma
nos que me asistís, que seáis felices y que gocéis dd
todo aquello por lo que será degollada mi vida. Honra
al anciano, a la anciana que está dentro del tempí’
tcmena, madiie de mi padre, y a estos extranjeros. 585
si un día la liberación de vuestros trabajos y el
~greso os los descubren los dioses, acordaos de cómo
preciso enterrar a vuestra salvadora. De la manera
Is hermosa es lo justo. Pues no me ofrecí yo por sq0
psotros en grado insuñciente, sino que moni por mi
¡aje. Esto será mi tesoro, en lugar de hijos y de donlez, si es que debajo de tierra hay algo. Sin emrgo, ¡ojalá no haya nada!, pues si los mortales
~ muramos vamos a tener también allí preocupaies, no sé adónde se volverá uno. Que el morir
considerado como el mayor remedio de los males. 595
YOLAO. — ¡ Ea! ¡ Oh tú que destacas muchísimo ene todas las mujeres por tu buen ánimo! Sábete que
rás la más honrada con mucho por nosotros, tanto
~a como muerta. ¡Váyate bien! Pues me impone 600
espeto decir palabras de mal aguero a la diosa a
¡¡¡en está consagrado tu cuerpo, a la hija de Deméter.
hijos! Me muero. Mis miembros se desmayan de
sia. Cogedme y apoyadme en un asiento, cubriénime ahí con este peplo, hijos. Que no me alegro con 605
que está ocurriendo, ni. con que no sea posible
ivir si no se cumple el oráculo. Efectivamente es
¡¡a calamidad mayor, pero también esto es una desacia.
CoRo.
Estrofa.
Afirmo que sin la intervención de los dioses fin~n hombre consigue ser feliz ni desgraciado. Ni tam- 610
>CO una misma casa se encuentra siempre en la
asperidad. Un destino diferente sigue a otro. A uno
¿e viene de lo alto lo deja abatido,, y a un vagabundo
hace dichoso. No es 11 cito huir de lo fijado por la 615
Ierte. Nadie lo rechazará con su saber, sino que quien
desee siempre se esforzará en vano.
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TRAGEDIAS
153
LOS HERACLIDAS
Antistrofa.
Pero tú, sin postrarte ante ello, soporta lo que de~
620 paran los dioses y no te aflijas por demás en tu cor~
zón con la tristeza. Pues famosa muerte consigue it
desdichada en defensa de sus hermanos y de su pats,
Buena fama, no sin gloria, por parte de los hombres
625 la envolverá. La virtud camina a través de los sufri.
mien tos. Dignas de su padre, dignas de su buen linaj.
resultan estas acciones. Si honras las muertes de los
valerosos, yo comparto contigo esta veneración.
630 SERVIDOR. — ¡Oh hijos! Salud. ¿Dónde está el anciano Yolao? ¿Se ha marchado de este asiento la madre
de vuestro padre?
YOLAO. — Estamos presentes. Esto queda, al menos~
de mi presencia.
SERVIDOR. — ¿Por qué estás echado y tienes la mirada baja?
YOLAO. -~- Me ha sobrevenido una tribulación familiar, por la que me he quedado abatido.
635 SERVIDOR. — Levántate tú mismo, entonces, y ende.
reza la cabeza.
YOLAO. — Somos ancianos y de ningún modo estamos fuertes.
SERVIDOR. — He venido, en verdad, trayéndote una
gran alegría.
YOLAO. — ¿Quién eres tú? ¿Dónde he tropezado
contigo que no me acuerdo?
SERVIDOR. — Un sirviente de Hilo. ¿No me reconO
ces al yerme?
640 YOLAO. — ¡ Oh queridísimo! ¿ Has venido entonces
como liberador de nuestra desgracia?
SERVIDOR. — Precisamente, y, además, tienes buena
suerte en lo de ahora.
YOLAO. — ¡Oh madre de un hijo noble, a A;
me refiero, sal! Escucha estas queridisimas palabras
pues, sufriendo desde ha tiempo por los que ya llegas
onsumías tu alma con la ansiedad de este regreso. 645
ALCMENA. — ¿Qué pasa? Todo este edificio se ha líedo de griterío, Yolao. ¿Es que algún heraldo, prodente de Argos, te fuerza con su presencia? Débil
mi fuerza, al menos, pero sólo una cosa es preciso
sepas, extranjero: que no es posible que te lleves 650
íás a éstos mientras yo viva. Entonces, si, dejaría
no se me considerase ya madre de Heracles. Si
a éstos con tu mano, lucharás contra dos viejos,
de manera gloriosa.
YOLAO. — Ánimo, anciana, no temas. No ha llegado
heraldo desde Argos con palabras enemigas. 655
ALCMENA. — Pues, ¿por qué diste un grito mensa~ro de temor?
YOLAO. — Por ti, para que te acercaras delante de
ste templo.
ALCMENA. — Yo no sabía eso. ¿Quién es, entonces,
te?
YOLAO. — Anuncia que ha llegado el hijo de tu hijo.
ALcMENA. — Goza tú también con esta noticia. Mas, 660
or qué ha puesto su pie en esta tierra? ¿ Dónde está
uora? ¿Qué circunstancia le impide mostrarse aquí
3ntigo para alegrar mi corazón?
SERVIDOR. — Asienta y dispone el ejército que ha
aldo al venir.
ALCMENA. — Esos pormenores ya no nos importan. 665
YOLAO. — Si importa. Y es asunto mio preguntarlo.
SERVIDOR. — ¿Qué quieres saber, pues, de lo ocuYOLAO. — ¿Con cuántos aliados está presente?
SERVIDOR. — Con muchos. Pero no puedo explicarte
el número.
YOLAO. — Saben eso, supongo, los jefes de los ate- 670
~nses.
SERVIDOR. — Lo saben. Y ya está dispuesta el ala
tuierda.
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TRAGEDIAS
155
LOS HERACLIDAS
YOLAO. — ¿Está ya armado el ejército como para Ji
acción?
SERVIDOR. — Sí, e, incluso, ya han sido llevadas Isa
víctimas lejos de las filas.
YOLAO. — ¿A qué distancia está el ejército argivo?
675 SERVIDOR. — A una distancia tal como para que s
vea claramente su estratego.
YOLAO. — ¿Qué hace? ¿Acaso ordena las filas de loa
enemigos?
SERVIDOR. — Lo sospechábamos, pues no lo oíanios.
Pero me voy a ir. No quisiera que mis señores, faltos.
de mi apoyo personal, chocaran contra los enemigos.
680 YOLAO. — Y yo también contigo, pues pensamos lo
mismo: asistir a los amigos, según parece, y ayudarles.
SERVIDOR. — De ningún modo seria propio de ti
tomar una decisión insensata.
YOLAO. — Tampoco no participar con mis amigos
en la• esforzada batalla.
SERvIDoR. — No es posible causar heridas con la
vista, si no actúa la mano.
685 YOLAO. — ¿Y qué? ¿No tendría yo vigor detrás da
un escudo?
SERVIDOR. — Tendrías vigor, pero tú mismo caeríal?
sobre él.
YOLAO. — Ninguno de los enemigos soportará mi.~
rarme.
SERVIDOR. — No existe, oh amigo, ese vigor tuyo que
era realidad antaño.
YOLAO. — Pues bien, voy a luchar con gentes fl<
inferiores en número.
690 SERVIDOR. — Pequeño contrapeso añades a tus arlil
gos.
YOLAO. — No me contengas cuando estoy dispuest(
a actuar.
SERVIDOR. — De actuar, tú no eres capaz; de querE
hacerlo, quizá.
YOLAO. — En la idea de que no me quedaré, puedes
decirme lo demás.
SERVIDOR. — ¿ Cómo aparecerás sin armas ante hoís? ~.
YOLAO. — Hay en este edificio, dentro, armas COgi- 695
das en guerra. Las utilizaré y las devolveré, si vivo.
muero, no me las reclamará el dios. ¡Ea! Entra,
oge de los clavos un equipo de hoplita y tráemelo
c~ más pronto posible. Pues resulta vergonzoso este 700
istema de defender la casa: que unos luchen y otros
e queden por cobardía.
CoRo. — El tiempo todavía no humilla tu arrogan~ia, sino que está vigorosa como de joven, pero tu
uerpo está ya gastado. ¿Por qué te esfuerzas en vano
n lo que te perjudicará y beneficiará poco a nuestra 705
~udad? Es necesaria la edad para variar de opinión
dejar lo imposible. No hay manera de que adquiela juventud de nuevo.
ALCMENA. — ¿Qué pasa? ¿Por no estar en razón te
mes a dejarme sola con mis hijos, anciano? ~. 710
YOLAO. — De hombres, en efecto, es el combate. Para
en cambio, es necesario ocuparte de ésos.
ALCMENA. — ¿Y qué? Si tú mueres, ¿cómo me sal~e yo?
YOLAO. — Se preocuparán los hijos de tu hijo que
Lueden.
ALCMENA. — ¿Y si —cosa que no ocurra— tienen un
lercance?
YOLAO. — Estos extranjeros no te traicionarán, no 715
emas.
ALCMENA. — En verdad, es la única confianza; no
ngo ninguna otra.
Armados de lanza y escudo.
~
Laguna de dos sílabas. Suplimos según HARTUNG.
156
TRAGEDIAS
157
LOS HERACLIDAS
YOLAO. — También Zeus, yo lo sé, se preocupa de
tus fatigas.
ALCMENA. — ¡Ay! Zeus no será censurado por nil.
Él sabe si es justo respecto a mi.
720 SERVIDOR. — Ya estás viendo aquí una armadura
completa. Recubre en seguida tu cuerpo con ella, qu~
la lucha está cerca y Ares odia ante todo a los que
tardan. Pero, si te asusta el peso de las armas, marcha.
725 ahora inerme y ármate con este equipo en las filas.
Yo te las llevaré entretanto.
YOLAO. — Bien has dicho. Lleva las armas mante.
niéndolas a mi alcance, ponme en la mano la lanza y
levanta mi codo izquierdo, guiando mis pasos.
SERVIDOR. — ¿ Es que, realmente, es preciso conducir~
cual niño a un hoplita?
730 YOLAO. — Hay que marchar con seguridad para eW
tar augurios ~.
SERVIDOR. — Ojalá fueras capaz de realizar todo
aquello de lo que estás ansioso.
YOLAO. — Date prisa. Pues para mi será algo terribl*
si llego tarde a la batalla.
SERVIDOR. — Tú, realmente, te demoras, y yo doy la
iinpresión de no hacer nada.
YOLAO. — ¿No ves cómo se apresuran mis mielfl
bros?
735 SE¡~víDoR. — Veo que tú te lo crees, más bien
te des prisa.
YOLAO. — Tú lo dirás, cuando me observes allí...
SERVIDOR. — ¿ Qué harás? Quisiera verte feliz,
menos.
YOLAO. — . . hiriendo a través de su escudo a al¡
enemigo.
24 Era signo de mal augurio tropezar, sobre todo al comn
zar el día.
SERVIDOR. — Si es que llegamos algún día. Pues ése
es mi miedo.
YOLAO. — ¡Ay! Ojalá, oh brazo, fueras para mí un 740
aliado de tal estilo cual te recuerdo en tu juventud,
cuando en compañía de Heracles devastabas Esparta.
¡Cómo lograría yo la derrota de Euristeo! Pues, en
verdad, es cobarde incluso para resistir la lanza. Tam- 745
bién depende de la dicha, sin razón, la fama del valor.
Pues creemos que el afortunado lo dispone bien todo.
CORO.
Estrofa 1..
¡Tierra y luna de toda la noche y rayos muy brillantes del dios ‘~ que dais luz a los mortales! Así me 750
*raigáis la noticia: gritadía en el cielo, tanto junto al
trono soberano como en la mansión de la glauca Atenea. Por haber acogido yo a unos suplicantes, un pelí- 755
‘gro ha amenazado a mi tierra patria y a mi casa; voy
a cortarlo con mi reluciente espada.
Antistrofa 1 .<.
Terrible es que una ciudad como Micenas, rica y 760
muy alabada por el valor de su lanza, guarde rencor
‘a mi país. Pero cobarde es, oh ciudad, que entreemos unos extranjeros suplicantes por mandato ~ 765
~e Argos. Zeus es mi aliado: no temo. Zeus está agratiecido conmigo con razón. (Las divinidades) ~ jamás
Serán consideradas por mí, al menos, como inferiores
~‘ los mortales.
Estrofa 2.’.
¡Ea! ¡Oh señora! ~. —En efecto tuyo es el suelo de 770
fluestra tierra y la ciudad de la que tú eres madre,
~
~
158
Helio, <el Sol<.
26 Pasaje corrupto.
No lo incluyen los editores por razones métricas.
Atenea, patrona de Atenas.
TRAGEDIAS
159
LOS HERACLIDAS
dueña y guardiana—. ¡Desvía por otro lado a quien,
775 sin razón, conduce hacia aquí el ejército de Argos que
blande la lanza! Pues, por mi virtud, no merezco ser
expulsado de palacio.
Antistrofa 2.’.
Porque en tu honor se cumple sin cesar un culto
de muchos sacrificios, y no se olvida el día último de
780 los meses, ni los cantos de los jóvenes ni las canciones
de los coros. Sobre la colina ventosa ~ resuenan gritos
femeninos entre el repiqueteo, de toda una noche’,
marcado por los pies de las doncellas.
SERVIDOR. — Señora, traigo noticias: para ti, muy
785 breves de oír; para mi, aquí a tu lado, muy hermosas.
Hemos vencido a los enemigos y se han erigido trofeos
que contienen la armadura completa de tus enemigos.
ALCMENA. — ¡Oh queridísimo! Este día ha contñ
790 buido a liberarte gracias a esos mensajes. Pero de solo
un sufrimiento todavía no me liberas. Pues miedo
tengo por si no viven aquellos a quienes yo quiero.
SERVIDOR. — Viven, famosos en grado sumo entre el
ejército.
ALCMENA. — El anciano Yolao, ¿no es aquel de allí?
SERVIDOR. — Sí, por cierto. Lo ha pasado muy bien
gracias a los dioses.
795 ALCMENA. — ¿Qué ocurre? ¿Acaso ha entablado algúl
combate valiente?
SERVIDOR. — Se ha convertido de viejo en jOV<
otra vez.
ALCMENA. — ¡Hechos admirables me cuentas! Mmi
deseo que me des noticia primero del feliz combatE
de los míos.
2~ La colina es la Acrópolis.
~ Podría entenderse también <gritos femeninos por boca
las doncellas<. Se trata de la Pannychis, fiesta que duraba t(
la noche que precedía al día de las Grandes Panateneas.
SERVIDOR. — Mi explicación por si sola te indicará
todo eso. En efecto, una vez que nos enfrentamos mu- 800
tuamente, al desplegar el ejército de hoplitas cara a
cara, Hilo, echando pie a tierra desde su cuadriga, se
detuvo alzado en medio del terreno que separaba a los
ejércitos, y, luego, dijo: «Oh estratego que has venido
de Argos: ¿por qué no dejamos en paz a esta tierra? 805
Tampoco harás ningún daño a Micenas si la privas de
un hombre. ¡Ea! Emprende batalla, tú solo, conmigo
solo. O coge y llévate, si me matas, a los hijos de
Heracles; o, si mueres, déjame conservar las honras y 810
el palacio de mi padre». El ejército lo elogió: bien
dicha estaba la propuesta tanto por librarles de fatigas como por su valor. Pero aquél, ni por verguenza
ante los que habían oído las palabras, ni ante su propia cobardía, aun siendo él un estratego, se atrevió 815
a acercarse a la poderosa lanza, sino que fue muy
cobarde. ¡Y, a pesar de ser de tal laya, había venido a
esclavizar a los hijos de Heracles! Pues bien, Hilo se
retiró de nuevo a su fila. Y los adivinos, una vez que
se enteraron de que la reconciliación no se cumplía 820
mediante combate singular, hacían sacrificios y no se
demoraban, sino que vertieron al punto sangre propicia
de una garganta humana. Unos subían a los carros,
Otros se cubrían costado contra costado al amparo de
los escudos. El soberano de los atenienses dio una 825
Orden a su ejército como debe hacerlo uno de buen
linaje: « ¡Oh conciudadanos! Es necesario defender
ahora la tierra que nos alimenta y nos dio a luz». El
otro, por su parte, pidió a sus aliados que no consinran que Argos y Micenas pasaran vergúenza. Una vez 830
que se dio un toque agudo con la trompeta tirrena31 y
31 Era famosa la trompeta tirrena, recta y larga a un tiempo.
~be que la llevaran los piratas tirrenos a Europa, o que fuera
invento de los lidios, pueblo de Asia Menor, del que proce~an los tirrenos.
160
TRAGEDIAS
161
LOS HERACLIDAS
que emprendieron mutuamente la batalla, ¿cuánto estruendo de los escudos presumes tú que resonaba?
¿Cuánto gemido y lamento a un tiempo? Al principio,
835 pues, el ataque del ejército argivo embistió nuestras
filas. Luego, se retiraron. A continuación, trabado un
pie con otro, situado un hombre junto a otro, ganaban
firmeza en la batalla. Muchos caían y se dejaban oír
dos exhortaciones 32: «¡Oh Atenas! ». «¡Ah los que sein’.
840 bráis la campiña de los argivos! ¿No vais a defender
de la verguenza a vuestra ciudad?». A duras penas,
intentándolo todo, no sin fatigas, pusimos en fuga al
ejército argivo. Y, entonces, el anciano Yolao, viendo
que Hilo se ponía en marcha, tendiendo la mano dero.
845 cha le suplicó que lo subiera al carro de caballos, y,
cogiendo con las manos las riendas, persiguió a los
potros de Euristeo. Ya, lo que sigue a esto, puedo
decirlo yo por haberlo oído de otros, pero hasta áqui
por haberlo visto yo mismo. En efecto, en Palene »~
850 mientras cruzaba por la venerada colina de la divina
Palas, al ver el carro de Euristeo, pidió a Hebe ~ y a
Zeus tornarse joven por un solo día y hacerles pagar
su castigo a los enemigos. Ahora te es posible oír un
prodigio. Efectivamente, deteniéndose dos astros enci855 ma del yugo de los caballos, ocultaron el carro con
una nube oscura. Los más enterados nombran a tU
hijo, al menos, y a Hebe. Yolao, saliendo de la soilI
bría tiniebla, mostró el perfil vigoroso de unos brazos
860 juveniles. El ilustre Yolao capturó el carro de cuatl
caballos de Euristeo junto a las rocas de Escirón ~
32 Pasaje probablemente corrupto.
33 El demo de Palene, donde había un templo de la diol
Atenea, estaba al norte del monte Himeto, situado al este ~
Atenas en dirección a Maratón.
34 Diosa de la juventud. Hija de Zeus y de Hera. Estaba
casada con Heracles en el Olimpo.
35 Bandido muerto por Teseo. Estas rocas estaban eP
límite entre Atenas y Megara. APOL.OEORO nos dice que
y, atándole las manos con ligaduras, llegó con las primicias más hermosas del botín: el jefe militar antes
feliz. Con la desgracia de ahora a todos los mortales
se les da un pregón claro de entender: no envidiar a 865
quien aparenta ser feliz, hasta que uno lo vea muerto.
Oue efímeras son las vicisitudes de la fortuna ~.
CORIFEO. — ¡Oh Zeus que das la victoria! Ahora me
es posible ver un día libre de terrible miedo.
ALCMENA. — ¡Oh Zeus! ¡Por fin has considerado mis
desgracias! Sin embargo, te tengo agradecimiento por 870
lo que ha pasado. Yo, que no creía antes que mi hijo
estuviera entre los dioses, ahora lo sé con certeza.
¡Oh hijos! Ahora ya, ahora, libres de trabajos, libres
estaréis de Euristeo, que va a perecer de mala manera,
veréis la ciudad de nuestro padre. Pisaréis vuestros 875
es de tierra ~ y haréis sacrificios a los dioses paterlAos; pues, rechazados de ellos como extranjeros, llevabais una desdichada vida errante. Pero, ¿qué astucia
ocultaba Yolao para perdonar a Euristeo hasta el 880
punto de no matarlo? Dilo. Pues según nosotros no es
astucia esto: tras coger a los enemigos no hacerles
pagar su castigo.
SERvIDOR. — Por honrarte a ti, para que lo vieras
on tus ojos poderoso y sometido a tu mano. A él, no 885
4ertamente por su gusto, sino por la fuerza, lo some~37a al yugo de la necesidad. Pues no quería venir
ivo a tu presencia ni darte reparación. ¡Ea! Oh an:iana, salud y acuérdate, por mi, de lo que has dicho
i principio, cuando comencé mi relato: libérame. En 890
‘<tó aquí a Euristeo, y que, después, llevó su cadáver a
rnena (Biblioteca II 8, 1).
~
Tópico constante de la literatura griega es el de no conarar feliz a nadie hasta que muera, temiendo que en cual~ner momento pueda haber un cambio súbito de la fortuna.
~
Alusión al reparto del Peloponeso entre los Heraclidas.
~‘ Se comprende, Yolao. Hay un brusco cambio de sujeto.
162
TRAGEDIAS
163
LOS HERACLIDAS
tales ocasiones es preciso que la gente noble tenga u~
boca que no miente ~.
CORO.
Estrofa l.a.
Para mí es agradable un coro, si la gracia aguda del
895 loto ~ II...] ~. ¡Venga encantadora Afrodita! Pero también es algo grato ver la dicha de unos amigos, por
cierto, que antes no tenían tal fama. Pues muchos
900 partos tiene la Moira ~ que da cumplimiento, y Eón ‘~,
hijo de Crono ~
Antistrofa 1.».
Mantienes un camino justo, oh ciudad —necesario
es que no se les prive jamás de ello—: honrar a los
dioses. El que diga que no, marcha cerca de la locura,
905 cuando se demuestran estas pruebas. Pues, realmente,
un dios transmite la señal, al destruir siempre el
orgullo de los injustos.
Estrofa 2.».
910Está pisando en el cielo tu hijo, oh anciana. Re-
huye él la fama de que bajó a la casa de Hades, devo915 rado su cuerpo por terrible llama de fuego U• Com38 Aicmena había prometido la libertad a uno de sus esclavos
(y. 785), en agradecimiento a sus servicios. Ahora el esclavo
le recuerda la promesa y la obligación de mantener su palabra.
Cuando un esclavo recibía la libertad quedaba ligado a la familia por una serie de lazos religiosos.
39 La caña de loto servía para hacer flautas. Tal planta
se encontraba especialmente en Libia, y es normal que reciba
el nombre de “loto libio» o «flauta libia>,.
~
El texto está corrupto.
41 El destino, la suerte.
42 Aitn es propiamente la vida, la duración de una persona.
43 No se trata aquí de Kronos padre de Zeus, Posidón Y
Hades, sino de Khrónos, personificación del tiempo visto en su
valor absoluto.
44 Alusión a la muerte de Heracles en el monte Eta, situado
parte el amable lecho de Hebe en el palacio de oro “~.
¡Oh Himeneo ~, honraste a dos hijos de Zeus! ~.
Antistrofa 2.’.
Las más de las cosas coinciden con otras muchas.
Pues ya bien decían que Atenea era auxiliar del padre 920
de éstos, y ahora la ciudad y el pueblo de aquella
diosa los salvó. Detuvo las insolencias de un hombre
cuyo ánimo estaba violentamente por encima de la 925
justicia. Jamás tenga yo tal orgullo ni un alma msadable.
SERvIDoR. — Señora, lo ves, pero, con todo, se dirá:
hemos venido trayéndote aquí a Euristeo, inesperado 930
espectáculo, y no lo es menos haber conseguido esto.
Pues jamás esperaba él que había de llegar a tus manos, cuando salía de Micenas con un ejército muy
aguerrido, meditando con orgullo mucho mayor que la
justicia, para destruir Atenas. Mas una divinidad
decidió lo contrario y cambió la suerte. Pues bien, 935
Hilo y el valiente Yolao han erigido por el hermoso
triunfo la imagen de Zeus que da la victoria. A mí
me encargan traer a éste ante ti, porque desean deleitar tu corazón. Pues es muy dulce ver que un enemigo 940
es desgraciado en lugar de feliz.
a unos veinte kilómetros de Traquis, en una pira construida
siguiendo sus órdenes, en medio de los atroces dolores que le
causaba la túnica que le había regalado su esposa Deyanira.
~5 En el verso 851 se mencionaba a Hebe. En efecto, cuando
Heracles subió al cielo, Hera, esposa de Zeus, que le había
perseguido ferozmente hasta entonces, furiosa por tratarse de
un hijo ilegitimo de su marido, se reconcilió con su esposo y
con el héroe, ofreciéndole a su hija Hebe en matrimonio. Al
tiempo, Heracles adquirió rango de dios, es decir, tuvo lugar
Su apoteosis.
~
Dios del matrimonio. Homónimo del canto nupcial. Himeneo era hijo de Dioniso y Afrodita (o de Apolo y Calíope).
‘~ Heracles era hijo de Zeus y Alcmena. Hebe, como hemos
dicho, también era hija de Zeus.
164
TRAGEDIAS
165
LOS HERACLIDAS
ALcMENA. — ¡Oh ser odioso! ¿Has llegado? Te ha
cogido la justicia por fin. Pues bien, en primer lugar
vuélveme tu cabeza hacia aquí y soporta mirar de
frente a tus enemigos. Pues ahora estás dominado y
945 no dominas ya. ¿ Eres tú aquel —pues quiero saberlo.-...
que creíste oportuno, oh malvado, hacer tantas ofensas
a mi hijo que está ahora donde está? Pues, ¿en qué
no te atreviste tú a ultrajarlo? Tú que le hiciste bajar
950 vivo al Hades y que lo despachabas diciéndole que
matara hidras y leones. Callo otros males como los
que maquinaste, pues largo se me haría el relato.
Y no te bastó atreverte sólo a esas cosas, sino que
desde toda la Hélade nos echabas a mí y a sus hijos,
955 postrados como suplicantes de las divinidades, unos,
viejos, otros, niños todavía. Pero encontraste hombres
y una ciudad libre, que no te temieron. Tú debes mo.
nr de mala manera y sacarás todo tu provecho; pues
960 sería preciso que murieras, no una Sola vez, tú que
has causado muchos sufrimientos.
SERVIDOR ~. — No te es posible matar a éste.
ALcMENA. — Entonces, ¿en vano lo hemos cogido
prisionero? ¿Qué ley, pues, impide que él muera?
SERVIDOR. — No les parece bien a los jefes de este
país.
965 ALCMENA. — Y eso, ¿por qué? ¿No es hermoso para
ellos matar a sus enemigos?
SERVIDOR. — No, al menos a quien cogen vivo en
una batalla.
ALcMENA. — ¿Aceptó Hilo también esa resolución?
SERVIDOR. — ¿ Era necesario, pienso yo, que él hubiera desobedecido a esta tierra?
4~ Seguimos, en el reparto de personajes, a A. GARZYA, Euripides, Heraclidae, Leipzig, 1972. Otros editores lo disponen de
diversas maneras.
ALcMENA. — Era necesario que éste no viviera ni
viera más luz.
SERVIDOR. — Éste sufrió injusticia en primer lugar 970
al no morir.
ALCMENA. — ¿No es verdad que está todavía en buen
momento para pagar su castigo?
SERVIDOR. — No hay quien pueda darle muerte.
ALCMENA. — Yo sí. Y, en verdad, afirmo que también yo soy alguien.
SERvIDoR. — Recibirás, sin duda, un gran reproche,
si haces eso.
ALCMENA. — Quiero a esta ciudad —no hay nada que 975
oponer—. Pero a ése, una vez que ha llegado a mis
manos, no hay mortal que me lo quite. Quien lo desee
me llamará osada, con respecto a eso, y más orgullosa
de lo que debe ser una mujer. Pero el hecho habrá 980
sido realizado por mi.
CORIFEO. — Terrible y perdonable querella contra
este hombre te domina, oh mujer. Lo comprendo perfectamente.
EuRISTEo. — Mujer, sábete bien que no te adularé
ni diré con respecto a mi vida ninguna cosa por la
que tenga que ser acusado de cobardía alguna. Yo em- 985
prendí esta querella no por mi gusto. Sabía que era
primo hermano tuyo y del mismo linaje que tu hijo
Heracles ~‘. Pero tanto si yo quería como si no —pues
ella era una diosa—, Hera me hizo contraer esta en- 990
fermedad ~. Y una vez que emprendí mi hostilidad
Euristeo, rey de Tirinto y Micenas, era primo hermano
de Alcmena por dos lados. Sus padres respcctivos, Esténelo y
Electrión, eran hijos de Perseo. Sus madres eran ambas hijas
de Pélope.
~
El odio hacia Heracles. Hera, mediante un juramento
engañoso que le hiciera prestar a Zeus, consiguió que Heracles
quedara bajo las órdenes de Euristeo, que le mandó hacer los
famosos doce trabajos.
166
TRAGEDIAS
167
LOS HERACLIDAS
contra él y comprendí que había de librar este combate, me convertí en artífice de muchas penalidades y
muchas engendraba yo entrevistándome con la noche
995 sin cesar, con el fin de no cohabitar en lo sucesivo
con el miedo cuando yo hubiera rechazado y dado
muerte a mis enemigos, sabiendo que tu hijo no era
un número más, sino un hombre de verdad. Pues, aun
siendo él un enemigo, oirá cosas favorables por ser
iooo un hombre cabal. Una vez que él murió, ¿no era nece.
sano, entonces, que yo, odiado por éstos y testigo
del odio que les viene de su padre, removiera cualquier piedra tratando de matarlos, expulsándolos y
tramando intrigas? Si yo hacía eso, lo mio se volvía
íoos seguro. Si hubieras tenido mi suerte, ¿no habrías perseguido con males a los retoños mal nacidos de un
león enemigo, sino que les habrías permitido sensatamente que habitaran en Argos? A nadie podrías convencer. Pues bien, ahora, una vez que no me mataron
ioio cuando yo lo deseaba, según las leyes de los griegos,
si muero, no dejo yo sin mancha a quien me mate.
La ciudad me perdonó prudentemente, honrando al
dios mucho más que a su odio contra mí. En relación
a lo que has dicho, has oído la respuesta. A partir
1015 de ahora, es preciso llamarme vengador y noble. Pues
bien, hasta tal punto dispones de mi situación. No
deseo morir, pero no me afligiría nada si dejara la
vida.
CORIFEO. — Quiero darte un pequeño consejo, Mcmena: perdona a este hombre, pues lo decide la ciudad.
1020 ALCMENA. — ¿Y qué pasa si él muere y yo obedezco
a la ciudad?
CoRIFEo. — Sería lo mejor. ¿Cómo podrá ocurrir
eso?
ALCMENA. — Yo te lo explicaré fácilmente. En efecto,
tras matar a éste, entregaré luego su cadáver a los
amigos que vengan en su busca. Respecto al cuerpo
~o desobedeceré, pues, al país; pero él me pagará su 1025
castigo con la muerte.
EulusTEo. — Mátame, no te suplico. A esta ciudad,
puesto que me perdonó y le dio vergúenza matarme,
la obsequiaré con un oráculo de Loxias ~, que causará
con el tiempo beneficios mayores de lo que parece.
En efecto, cuando muera enterradme donde decide el 1030
destino: delante de la divina virgen de Palene ~ Yaceré
para siempre en el país como un meteco ~ benévolo
para ti~~ y salvador de la ciudad, pero muy enemigo
de los descendientes de éstos ~, cuando vengan aquí 1035
con un gran ejército traicionando este favor. A tales
huéspedes habéis defendido. ¿Cómo vine aquí, si estaba informado de esto, y no pregunté el oráculo del
dios? Pensé que Hera tenía mucha más fuerza que los
vaticinios y que no me traicionaría. Mas no permitas 1040
que derramen en mi tumba ni libaciones ni sangre.
Pues yo íes daré un mal regreso en pago a estas
cosas. Un doble provecho tendréis de mí: os beneficiaré a vosotros y perjudicaré a éstos cuando me haya
muerto.
ALCMENA. — ¿Qué esperáis, entonces, para matar a 1045
este hombre, después de oír eso, si es preciso conseguir la salvación para la ciudad y para nuestros descendientes? Indica él un camino muy seguro. Es un
hombre enemigo, pero causará beneficios cuando se
muera. Lleváoslo, esclavos. Luego, es preciso que, íoso
SOa Equivale a ~oblicuo~, «oscuro~’, a causa de sus oráculos.
51 Referencia al templo de Atenea en Palene, mencionado
en y. 849.
52 Forastero establecido en un país, al que pagaba impuestos por lo general.
~ Unos piensan en el Corifeo. Otros, en el pueblo de Atenas.
54 Es decir, los sucesores de los Heraclidas. Se refiere a la
invasión que sufrió Atenas por obra de los Peloponesios al
comienzo de la terrible guerra que sostuvieron ambos pueblos.
168
TRAGEDIA5
169
170
TRAGEDIAS
cuando lo hayáis matado, lo entreguéis a los perros.
En efecto, no esperes echarme otra vez de la tierra
patria, quedando con vida.
CoRo. — Tengo la misma opinión. Marchad, senjg.
íoss dores. Pues lo que de nosotros depende, quedard sin
mancha en bien de mis reyes.
HIPÓLITO
INTRODUCCIÓN
Según nos informa el argumento, la tragedia Hipó.
lito se representó durante el arcontado de Epaminón,
el año cuarto de la Olimpíada ochenta y siete, es decir,
el 428 a. C. Pendes acababa de morir, víctima de la
peste, unos meses antes. La obra mereció los honores
del primer premio, miel de la que el poeta gustó en
muy escasas ocasiones, al parecer sólo en cuatro.
La leyenda de Hipólito. — Con la leyenda relativa a
Hipólito y Fedra nos hallamos ante un caso bastante
extraño, debido a la circunstancia de que apenas tenemos a nuestra disposición testimonios ‘del tema en la
literatura griega anterior al siglo y. En la Odisea (XI,
321-326) se hace una alusión episódica a Fedra, en el
Catálogo de mujeres ilustres que Odiseo describe en
su bajada a los infiernos. La mayoría de los críticos
Concuerdan, sin embargo, en considerar estos versos
como una interpolación tardía, probablemente del siglo vi. En Los Cantos de Naupac fo, atribuidos al poeta
Carcino, se narraba que el héroe Hipólito había sido
resucitado por Asclepio, pero lo más verosímil es que
se trate de una referencia episódica encuadrada en
la leyenda de Asclepio, que poseía un santuario en la
Ciudad de Naupacto. Los fragmentos que conservamos
de los poetas líricos la ignoran por completo y ~“
174
TRAGEDI AS
representación por medio de las artes plásticas
también muy exigua, al menos hasta el siglo y.
A pesar de la escasez de los testimonios, poseemos
un dato innegable y es que la leyenda tuvo su origen
en la ciudad de Trozen o Trecén, sin que existiese
relación alguna, en sus comienzos, ni con Atenas ni
Con Teseo. Toda Trozén estaba repleta de recuerdos
de Hipólito y de los cultos que se instauraron en su
honor. En templos y recintos sagrados el héroe recibía
honores regulares y sacrificios anuales. El mismo dra.
ma nos indica que las doncellas de Trozén debían de
consagrarle, antes de contraer matrimonio, un bucle
de sus cabellos (1425-6). Pero la ciudad conservaba
el recuerdo de Hipólito indisolublemente ligado a la
figura de Fedra y su encuentro con el héroe, funesto
para ella. Su tumba estaba muy cercana a la de Hipólito. En lo que se refiere a cómo el héroe terminó su
vida, existían dos tradiciones divergentes: una popular, que refería todas las peripecias de su muerte
terrible con el carro y su posterior enterramiento;
y otra culta, que se conservaba en el santuario en el
que Hipólito era estimado un dios y no un mortal,
que ignoraba por completo la existencia de su tumba
en Trozén y no admitía su muerte ignominiosa derribado bajo las ruedas del carro.
Apuntemos, por último, que el mito del cazador
joven y casto era muy conocido en las literaturas orientales. No hay más que pensar en la leyenda de Putifar.
El problema de los dos «Hipólitos». — La tradición
es unánime en admitir la existencia de la representación teatral de dos Hipólitos. El primero de ellos se
conoce con el subtítulo de «velado”. De la primera
composición sólo se conservan unos cincuenta versos,
pero de ellos y de una serie de fuentes indirectas
podemos estar seguros del desagradable impacto que
HIPÓLITO
175
~ó causar la primera versión entre el público ateniense, hasta el extremo de que Aristófanes llegó a
aplicar a Fedra (Ranas 1043) el calificativo de prostituta. Parece fuera de duda que, en la representación
originaria, Fedra no era capaz de mantener en silencio
su pasión y la declaraba abiertamente a Hipólito. Impulsada por su amoroso desenfreno, Fedra recurría
a Hécate, divinidad de la hechicería, y a toda suerte
de filtros amorosos para conseguir que el arisco joven
la correspondiera. En sus diálogos con el Coro, con
Teseo y con Hipólito, la audacia y la desverguenza de
la atormentada Fedra debían de ser increíbles. En la
escena de la declaración amorosa, Hipólito, avergonzado, se cubría el rostro con un velo y de ahí el subtítulo con que la primera versión era conocida. Probablemente la reina acusaba en presencia de Teseo al
muchacho, que perecía víctima de la maldición lanzada contra él por su padre. Si bien no tenemos muchas elementos para restituir con detalle el primer
Hipólito, lo que si es indudable es que el público
ateniense saldría escandalizado de una versión tan
atrevida, al ver, sobre todo, semejantes argumentos en
labios de una mujer, expresados sin el menor pudor.
Después de la desafortunada puesta en escena del
primer Hipólito, Sófocles presentó al público una tragedia titulada Fedra, en la que, con toda verosimilitud,
se caracterizaba a Fedra de un modo más comedido.
De los veinticinco versos conservados puede intuirse
que el nuevo tratamiento del tema ofrecía una imagen
de la heroína que justificaba su pasión como consecuencia del poder irresistible de Eros, considerado
Como una fuerza cósmica a la que ningún ser puede
sustraerse.
A pesar del tremendo fracaso sufrido y aproveChando la experiencia que debió procurarle el equilibrado drama de Sófocles, Eurípides presentó ante el
176
TRAGEDIAS
público ateniense, probablemente con ansias de des..
quite, una segunda versión de Hipólito, en la cual la
reina, aunque sufría el asalto de la misma pasión ii~cestuosa, luchando consigo misma hasta el heroísmo,
se quitaba la vida para no perder su castidad siendo
infiel a su esposo.
Valoración general de la obra. — Como ya apuntamos a propósito de Medea, con su segundo Hipólito
alcanzó Eurípides la cumbre de su creación artística,
desvelándonos, con rasgos seguros, la terrible pasión
de una mujer enamorada y la firmeza casi enfermiza
de un muchacho perfecto. El éxito rotundo que obtuvo
este drama entre los atenienses se debió, con toda
probabifidad, a la circunstancia de que Eurípides compuso una obra que, representando quizá la quintaesencia de su teatro, encajaba a la perfección en los esquemas mentales y estéticos del espectador griego de la
época. Aquí no hallamos, como en Alces tis y otras
tragedias, la menor concesión al melodrama, y Fedra
e Hipólito son los dos seres humanos de comportamiento más heroico probablemente del teatro de Eurípides. El problema fundamental que se debate en esta
tragedia es el conocido y tradicional de la hybris o
insolencia del hombre ante el poder omnipotente de
la divinidad. Fedra e Hipólito, cada uno en un aspecto
diferente, carecen de moderación y deshonran, por si
fuera poco, a una divinidad, a Afrodita y a A.rtemis.
Por ello han de sufrir y pagar sus respectivas culpas.
El esquema de la obra encaja en los moldes de la
tragedia griega más ortodoxa, si, como se ha venido
pensando tradicionalmente, y no sin razón, Esquilo y
Sófocles representan el drama griego en toda su pureza. Ahora bien, el modo de tratar el conflicto y otros
muchos aspectos son genuinamente euripideos. Típica
de Eusípides es la profundización en los caracteres de
HIPÓLITO
177
los protagonistas, con sus gestos nobles y heroicos
mezclados con ciertos ribetes de la mezquindad que
al ser humano es congénita. No perdamos de vista que
ya no estamos en presencia de héroes firmes como el
granito, sino de hombres y mujeres, firmes como rocas,
en algunas ocasiones, lábiles como la arenisca, en
otras. También es estrictamente eunpidea la crítica
acerba del ideal heroico tradicional y el papel decisivo~
jugado por personajes sencillos, tomados de la vida
real, como sucede con la figura de la nodriza, tímido
precedente de Celestina bienintencionada, fiel a su señora, aunque se equivoque, y deseosa de calmar la
enfermedad de amor que le aqueja.
Unas palabras sólo, a modo de conclusión, sobre la
función que cumplen las dos diosas, Afrodita y Ártemis, en esta tragedia. Es claro que Eurípides, siendo
un hombre ilustrado e imbuido del espíritu sofístico,
no creía en absoluto en ninguna de las divinidades
tradicionales. ¿A qué entonces, podríamos preguntar-
nos, insertarías en un drama en el que las pasiones
humanas lo llenan todo? ¿Intentó el poeta ganarse el
aplauso del público concediendo una importancia ficticia a ambas diosas? ¿Pretendió, por el contrario, llevar
a cabo una crítica despiadada de la arbitrariedad divina, que mueve a los hombres como a marionetas? Los
interrogantes son arduos de contestar. Probablemente,
como piensa Lesky 1: «Afrodita y Artemis son símbolos
tomados de la creencia popular que llevan rápida y
directamente a la comprensión de las fuerzas básicas
que mueven el drama. El público ático las comprendió
y el creyente acaso las tomara por reales. Posiblemente
contribuyeron al triunfo de la obra conservada, y puede suponerse que no estaban contenidas en la primera
versión».
Cf. LEsKY, op. czt., pág. 401.
TRAGEDIAS
Estructura esquemática de la obra. —
PRóLOGO (1-120). Monólogo de Afrodita. Entrada de Hipólito
acompañado de los cazadores y diálogo entre Hipólito y
su anciano siervo.
PÁnooo (121-169). Entonada por un Coro de Mujeres de Troa&
E~isooio 1.0 (176-524). Se inicia con un Kommos y un breve canto
coral y se continúa con el diálogo entre Fedra y su nodriza.
EST~SIMO 1.0 (525-564). El Coro canta el gran poder que Eros
ejerce sobre todos los seres dotados ue vida.
Epxsooio 2.0 (565-731). Diálogo tenso entre Fedra e Hipólito.
EsTAsIMo 2.0 (732-775). El Coro expresa el deseo de evadirse de
los lugares en que acontecerán los desdichados acontecimientos. Evocación del abandono de Fedra de su casa
paterna en pos de un destino funesto.
E~ssooio 3o (776-1101). Muerte de Fedra revelada por el mensajero. Regreso de Teseo y descubrimiento de la terrible
acusación de Fedra contra Hipólito. Llegada del joven.
Acusación de su padre Teseo e inútil defensa de Hipólito.
EsT(sxMo 3.o (1102-1150). El Coro lamenta el destino que se
abate sobre el puro muchacho.
Epísooío 4o (1153-1267). Un compañero de Hipólito se presenta
en escena y narra de un modo patético la muerte del
héroe.
E5T~(SXMO 4o (1268-1282). Nueva exaltación del Coro del poderlo
de Cipris y de Eros.
Éxmo (1282-1466). Presentación de Artemis en escena. Aparición
de Hipólito malherido en brazos de sus compañeros.
Reconciliación final entre el padre y el hijo, que se lamentan de su mutua desgracia.
ARGUMENTO
1
Teseo era hijo de Etra y de Posidón y rey de
Atenas. Se casó con una de las Amazonas, Hipólita,
y de ella engendró a Hipólito, que sobresalía por su
belleza y por su virtud. Cuando su compañera abandonó la vida, se volvió a casar con una mujer cretense,
con Fedra, hija de Minos, rey de Creta, y de Pasífae.
Teseo, después de haber asesinado a Palante, uno de sus
parientes, fue en exilio a Trozén con su esposa, en donde Hipólito era educado junto a Piteo. Cuando Fedra
contempló al muchacho, cayó presa del deseo, no porque fuese intemperante, sino por cumplir el plan de
Afrodita, que, habiendo decidido destruir a Hipólito por
su virtud, impulsó a Fedra a enamorarse de él y alcanzó así lo que se proponía. A pesar de que Fedra ocultaba su mal, con el tiempo se vio obligada a revelárselo a la nodriza, la cual había prometido ayudarla;
ella, contra la voluntad de Fedra, se lo hizo saber al
muchacho. Habiéndose enterado Fedra de que él se
había enfurecido, se lo echó en cara a la nodriza y se
colgó. Apareciendo Teseo en ese preciso momento y
apresurándose a liberar a su esposa colgada, encontró
unida a ella una tablilla, que acusaba a Hipólito de
su muerte por haberla seducido. Dando crédito a lo
178
180
TRAGEDIAS
que estaba escrito, ordenó a Hipólito marchar al exilio
y él mismo dirigió a Posidón maldiciones que, oyén..
dolas el dios, causaron la muerte a Hipólito. Artemis,
revelando a Teseo cada uno de los hechos que hablan
acontecido, no lanzó reproches sobre Fedra, sino que
consoló a Teseo, que se había visto privado de su
hijo y de su esposa, y anunció que en el propio país
serían establecidas honras a Hipólito.
II
La escena del drama es en Atenas. La representación tuvo lugar bajo el arcontado de Epaminón, el
año cuarto de la Olimpíada ochenta y siete. Eurípides
obtuvo el primer puesto, lofón el segundo e lón el
tercero. Se trata del segundo Hipólito, llamado también Hipólito coronado. Es evidente que fue escrito
después, pues lo que había de inconveniente y merecedor de censura ha sido corregido en este drama.
La tragedia está entre las más importantes.
PERSONAJES
AFRODITA.
HIPÓLITO.
CORO de cazadores.
SIRvIENTE.
CoRo de mujeres de Trozén.
NODRIZA.
FEDRA.
TESEO.
MENSAJERO.
ARTEMIS.
AFRODITA 1~~ Soy una diosa poderosa y no exenta
de fama, tanto entre los mortales como en el cielo,
y mi nombre es Cipris. De cuantos habitan entre el
Ponto y los confines del Atlas2 y ven la luz del sol
tengo en consideración a los que reverencian mi poder 5
y derribo a cuantos se ensoberbecen contra mi. En la
raza de los dioses también sucede esto: se alegran
con las honras de los hombres. Voy a mostrar muy
pronto la verdad de estas palabras. El hijo de Teseo io
y de la Amazona, alumno del santo Piteo ~, es el único
de los ciudadanos de esta tierra de Trozén que dice
que soy la más insignificante de las divinidades, rechaza el lecho y no acepta el matrimonio. En cambio, ss
honra a la hermana de Febo, a Artemis, hija de Zeus,
1 La tragedia se abre con un Prólogo expositivo recitado
por la diosa Afrodita como es norma en las tragedias de Euripides, si bien este posee una estructura muy compleja, pues
tras el monólogo de Afrodita (1-57) siguen dos escenas, la t.a
(58-87) con la entrada de Hipólito seguido de los cazadores y
la 2.& (89-120), diálogo entre Hipólito y su anciano criado, ambas
extrañas al Prólogo en sí, pero formando parte de él, en cuanto
preceden a la Párodo, primera aparición del Coro en escena.
2 El Ponto Euxino y las columnas de Hércules, junto al
monte Atlas, eran considerados en la Antiguedad los límites
del mundo entonces conocido.
~
Piteo era hijo de Pélope e Hipodaniía, rey de Trozen y
abuelo, por lo tanto, de Teseo. Segun la tradición, se habia
encargado de la educación de Hipólito, hijo de Teseo y ‘de la
Amazona, cuyo nombre no atestigua Eurípides, pero que, según
los mitógrafos, pudiera ser Melanipa, Antiope o Hipolita.
184
TRAGEDIAS
teniéndola por la más grande de las divinidades ~. F
el verdoso bosque, siempre en compañía de la c
celIa, con rápidos perros extermina los animales
vajes de la tierra, habiendo encontrado una compañía
20 que excede a los mortales ~. Yo no estoy celosa po~
ello. ¿Por qué iba a estarlo? En cambio, por las faltas
que ha cometido contra mí, castigaré a Hipólito hoy
mismo; la mayor parte de mi plan lo tengo muy adelantado desde hace tiempo, no tengo que esforzarn~
mucho.
En una ocasión en que iba desde la venerable
25. mansión de Piteo a la tierra de Pandión a participar
en la iniciación de los misterios 6, al verle la noble
esposa de su padre, Fedra, sintió su corazón arrebatado por un amor terrible, de acuerdo con mis planes. Y antes de que ella regresara a esta tierra de
30
Trozén, junto a la roca misma de Palas, visible desde
esta tierra, fundó un templo de Cipris, encendida de
amor por el extranjero. Y, al erigirlo, le ponía el nombre de la diosa en recuerdo de Hipólito ~. Y cuando
35
Teseo abandonó la tierra de Cécrope, huyendo de la
mancha de sangre de los Palántidas 8, hizo una travesía
Ártemis es la diosa virgen, símbolo de la castidad y patrona de la caza, constituye a lo largo de toda la obra el contrapunto de Afrodita. Ambas divinidades están representadas a
escala humana por Hipólito y Fedra. En el fondo de la tragedia
hay una contraposición entre dos formas de plantearse la vida
totalmente irreductibles, y de ahí el conflicto y la tragedia.
~
Esta compañia es la diosa Afrodita, naturalmente.
6 La tierra de Pandión es el Ática y los misterios son los
famosos de Eleusis, santuario cercano a Atenas, sede del culto
a Demeter.
7 Los versos 29-33 forman la explicación etiológica de la fundación del templo y son atetizados por algunos editores. En
ellos hallamos, además, arduos problemas de critica textual y,
por lo tanto. de traducción.
8 La tierra de Cécrope es Atenas. Los Palántidas son los
hijos de Palante, tío de Teseo, el cual, queriendo arrebatar &
HIPÓLITO
185
asta este país, resignándose a un año de destierro.
sde entonces, cntre gemidos y herida por el aguijón
del amor, la desdichada se consume en silencio. Nin- 40
guno de los de la casa conoce su mal. Pero este amor
~o debe acabar de este modo. Se lo revelare a Teseo
y saldrá a la luz. Y su padre matará a nuestro joven
enemigo, con una de las maldiciones que Posidón, 45
señor del mar, concedió a Teseo como regalo ~: que
no en vano suplicaría a la divinidad hasta tres veces.
Aunque sea con gloria, Fedra también ha de morir,
pues yo no tendré en tanta consideración su desgracia
basta el punto de que mi enemigo no deba pagarme so
la satisfacción que me parezca oportuna.
Pero veo que se acerca el hijo de Teseo, que ha
dejado ya el esfuerzo de la caza, Hipólito. Voy a alejarme de estos lugares. Una numerosa comitiva de
servidores sigue sus pasos y va entonando himnos en ss
honor de la diosa Artemis. No sabe que están abiertas las puertas de Hades y que está mirando esta
luz por última vez.
HIPÓLITO. — (A sus compañeros.) Seguidme, seguidme cantando a la celes tial hija de Zeus, a Artemís, 60
la cual nos protege.
CoRo de cazadores.
Soberana, soberana muy venerable, nacida de Zeus,
te saludo, te saludo, oh Ártemis, hija de Leto y de 65
Zeus, la más hermosa con mucho de las doncellas, tú
que habitas en el extenso cielo el palacio de un ilustre
su sobrino el poder, maquinó una insidia con la colaboración
de sus hijos. Teseo se vengó matando a muchos de sus primos.
Teseo y Fedra se impusieron, como puriñcación, un año de
destierro en Trozén.
9 Según los escoliastas ya habla hecho uso de dos, en combates contra monstruos y ladrones, en el camino que va de
Trozén a Atenas y en su salida del laberinto de Creta.
186
TRAGEDIAS
70
padre, la áurea morada de Zeus. Te saludo, oh la m
hermosa de las diosas del Olimpo.
HIPÓLITO. — A ti, oh diosa, te traigo, después de
haberla adornado, esta corona trenzada con flores d
75
una pradera intacta, en la cual ni el pastor tiene por
digno apacentar sus rebaños, ni nunca penetró el
hierro 10; sólo la abeja primaveral recorre este prado
virgen. La diosa del Pudor lo cultiva con rocío de los
ríos. Cuantos nada han adquirido por aprendizaje, sino
80
que con el nacimiento les tocó en suerte el don de
ser sensatos en todo, pueden recoger sus frutos; a los
malvados no les está permitido. Vamos, querida soberana, acepta esta diadema para tu áureo cabello ofrecida por mi mano piadosa. Yo soy el único de los mor85
tales que poseo el privilegio de reunirme contigo e
intercambiar palabras, oyendo tu voz, aunque no veo
tu rostro. ¡Ojalá pueda doblar el límite de mi vida
como la he comenzado! íí•
SIRVIENTE. — Señor —pues sólo a los dioses hay que
llamar amos—, ¿aceptarías de mí un consejo?
90 HIPÓLITo. — Con gusto; de otro modo no me mostraría sensato.
SIRVIENTE. — ¿Conoces la costumbre establecida entre los mortales?
HIPÓLITO. — La ignoro. ¿A qué viene esta pregunta?
SIRVIENTE. — De odiar la soberbia y lo que no agrada a todos.
HIPÓLITO. — Con razón. ¿Qué mortal soberbio no
resultaría odioso?
95 SIRVIENTE. — ¿Hay algún encanto en la amabilidad?
10 Con la palabra hierro, se alude a toda suerte de aperos
de labranza.
11 Metáfora basada en la comparación con la carrera en el
estadio y el giro que hay que dar para alcanzar la mcta, aquí
el fin de la vida.
HIPÓLITO
187
HIPÓLITO. — Muchísimo, y ganancia con esfuerzo pequeñO.
SIRVIENTE. — ¿Crees que entre los dioses sucede lo
mismo?
HIPÓLITO. — Sí, si como mortales seguimos las leyes
de los dioses.
SIRVIENTE. — ¿Cómo no invocas tú a una diosa venerable?
HIPÓLITO. — ¿A cuál? Ten cuidado no vaya a equi- 100
vocarse tu lengua.
SIRVIENTE. — A esta que está junto a tu puerta, a
Cipris.
HIPÓLITO. — Desde lejos la saludo, pues soy casto.
SIRVIENTE. — Ella es venerable e ilustre entre los
mortales.
HIPÓLITO. — Cada uno tiene sus preferencias entre
los dioses y entre los hombres.
SIRVIENTE. — Te deseo buena fortuna, teniendo la los
sensatez que debes.
HIPóLITo. — Ninguno de los dioses venerados de
noche me agrada.
SIRVIENTE. — Hay que honrar a todos los dioses,
hijo mío.
HIPÓLITO. — (A sus compañeros.) Vamos, compañeros, entrad en casa y preocupaos de la comida: una
mesa repleta es agradable al volver de la caza. Hay sio
que almohazar a los caballos, para que, después de
uncirlos al carro y saciarme yo de comida, los entrene
en los ejercicios oportunos. (Dirigiéndose al mismo
siervo y haciendo un gesto a la estatua de Afrodita.)
En cuanto a tu Cipris, le mando mis mejores saludos ‘~.
(Entra en palacio acompañado de los sirvientes.)
12 Dicho con altanería e ironía, como queriendo decir ‘no
me preocupo en absoluto de ella..
188
TRAGEDIAS
SIRVIENTE. — (Habla solo, dirigiéndose a la estatu
de Afrodita.) En lo que a mí respecta —a los jóven~
iis
con semejante arrogancia no se debe imitar—, con el
lenguaje que cuadra a los esclavos te suplico ante tu
imagen, soberana Cipris: debes perdonar que alguno,
por su juventud, a impulsos de su vigoroso corazon, te
dirija palabras insensatas. Haz como si no la oyeras,
120 pues los dioses deben ser más sabios que los mortales.
CoRo.
Estrofa 1..
Hay una roca que hace fluir, así se dice, el agua
del Océano, que hace brotar de sus paredes fuente
125 viva que recogen nuestros vasos. Allí una amiga muz
lavaba los vestidos purpúreos con rocío del río y en
la espalda de una roca caliente y soleada los tendía.
130 Allí por primera vez tuve noticia de mí señora.
Antistrofa 1.’.
De que, agobiada por la enfermedad, tiene su
cuerpo en el lecho, dentro de la casa, y velos ligeros
135 que dan sombra a su rubio cabello. Oigo que lleva
tres días sin acercar comida a su boca y mantiene
su cuerpo puro del fruto de Deméter ~ deseando
140 arrastrarse, por causa de un dolor oculto, hacia el
desgraciado fin de la muerte.
Estrofa 2.’.
¿Acaso tú, muchacha, poseída ya por Pan, ya por
Hécate, o por los venerables Coribantes estás extraviada, o acaso por la madre de los montes? ‘~.
LI El fruto de Deméter es el grano, es decir, el pan y la
comida en general.
14 Pan es un dios campestre de la vegetación que aparecía
en los montes en forma de macho cabrío y que producía un
gran furor orgiástico entre sus seguidores. Hécate es una divíHIPÓLITO
189
—¿O acaso te consumes por haber cometido alguna 145
falta contra la cazadora Dictina 15, por no haberle of reddo los sacrificios debidos? Pues ella va de un lado
para otro a través del mar y la tierra firme entre hú- iso
medos torbellinos de espuma.
Antistrofa 2.’.
¿O a tu esposo, el jefe de los Erecteidas ¡6, el de
noble linaje, algún amor lo cuida en palacio a escondidas de tu lecho? ¿O algún marino que zarpó de 155
Creta ha llegado a este puerto, el más hospitalario para
los navegantes, trayendo una mala noticia a la reina
y, por el dolor de la desgracia, su alma está encade- 160
nada al lecho?
Epodo.
La dura y desafortunada impotencia ante los dolores del parto y el delirio suele armonizar con la difícil
condición de las mujeres. A través de mi vientre se 165
desencadenó un día esta tormenta, pero invoqué a la
celestial Artemis, protectora de los partos y que se
cuida del arco, y favorable acude siempre a mis súplicas. (Fedra aparece en escena.)
CORIFEO. — Pero he aquí a la anciana nodriza de- 171
lante de la puerta, que acompaña a Fedra fuera de
nidad infernal y de la hechicería que infundia temor caminando
de noche acompañada por un cortejo de fantasmas. Los Coribantes eran los seguidores místicos de la diosa Cíbele y participaban en sus cultos orgiásticos. La madre de los montes es
la diosa Rea-Cíbele, que es, en cierto sentido, idéntica a la
anterior.
~
Dictina es otra diosa, como Cibele, cuyo culto se difundió originariamente en Creta. Posteriormente los griegos la asin¡ilaron a Artemis, sobre todo en su faceta de divinidad de la
caza; de aquí su nombre, emparentado con díktya <redes de
caza<.
16 Es decir, los atenienses, en un tiempo mandados por el
legendario Erecteo.
190
TRAGEDIAS
palacio. Mi alma desea saber qué sucede, qué ha afee
175 el cuerpo de mi señora y ha cambiado su color.
NODRIZA. — ¡Oh desgracias de los mortales y odios4
enfermedades! ¿Qué debo hacer contigo? ¿Qué no debe
hacer? Aquí tienes la luz brillante y el aire puro, fuera
180 de la casa está ya tu lecho de enferma. No hacías
más que decir que deseabas venir aquí, pronto me
instarás a que te lleve a tu habitación, pues en seguida
te cansas y con nada te alegras. Lo que tienes a tu
íss alcance te disgusta y crees que es mejor lo que t~
falta en ese momento. Preferible es la enfermedad que
tener que cuidar de ella. Lo primero es simple, en lo
segundo se aúnan el dolor de la mente y el esfuerzo
que han de hacer los brazos. La vida humana no es
190 sino sz~¡frimiento y no hay tregua en sus dolores. Lo
que es más hermoso de la vida la oscuridad, envolviéndolo, lo oculta con sus nubes. De lo que brilla en
la tierra, sea lo que sea, nos mostramos ciegamente
195 enamorados, por desconocimiento de otra clase de vida
y por carecer de la prueba evidente de lo que sucede
en el mundo de abajo y, contra lo que deberíamos
hacer, nos dejamos llevar por mitos.
FEDRA. — (A las sirvientes.) Levantad mi cuerpo, enderezad mi cabeza. Se ha soltado la ligadura de mis
200 queridos miembros. Tomad mis hermosas manos, cruzdas. Pesado me resulta el velo sobre la cabeza, ¡qui-.
tádmelo!, ¡que mis trenzas vuelen sobre mi espalda!
NODRIZA. — ¡Valor, hija! No agites tu cuerpo con
205 tanta impaciencia. Con tranquilidad y voluntad noble
soportarás tu enfermedad más fácilmente. El sufrimiento es necesario para los mortales.
FEDRA. — ¡Ay, ay! ¿Cómo podría conseguir la bebida
210 de aguas puras de una fuente de rocío y descansar
bajo los álamos recostada en un prado frondoso?
HIPÓLITO
191
NODRIZA. — ¡Niña! ¿Qué gritas? No digas estas cosas
lelante de la gente, dejando escapar palabras inspiralas en la locura.
FEDRA. — (Levantándose del lecho.) ¡Llevadme al 215
nonte! Iré hacia el bosque y caminaré entre los pinos,
,nde corren los perros matadores de animales, persiguiendo a los ciervos moteados. Por los dioses, deseo
azuzar a los perros con mis gritos y lanzar, situándola 220
junto a mi rubia cabellera, la jabalina tesalia, sos teniendo en mi mano el puntiagudo dardo.
NODRIZA. — ¿Por qué, hija, agitas tu mente con
estos pensamientos? ¿A qué ese interés tuyo por la
caza? ¿Por qué ese deseo del agua de las fuentes? 225
Cerca de la muralla hay una ladera inclinada y rica
en agua, en donde tú podrás beber.
FEDRA. — ¡Artemis soberana del salado Mar ‘~ y de los
estadios que resuenan bajo los cascos de los caballos!
¡Ojalá me encontrase en tu suelo, domando potros 230
vénetos! ‘~
NODRIZA. — ¿A qué viene de nuevo lanzar estas palabras, presa del delirio? Hace un momento sentías el
deseo de subir al monte a cazar y ahora, sobre las
arenas, al abrigo de las olas, te sientes atraída por 235
los potros. Gran ciencia adivinatoria se necesita para
11 Alusión a un santuario dedicado a Artemis junto a la
costa de Trozén. El sustantivo límni designa en griego el mar
con sus marismas y arenales costeros. No comprendemos la
razón de Otros traductores para traducir ~Soberana de Limna”,
como si se tratase de un topónimo, cuando lo que aquí designa
es la costa marina, de ahí nuestra versión <Soberana del salado
Mar<.
18 Seguramente allí se encontraría a Hipólito, ocupado en la
doma y ejercitación de los caballos. Los vénetos habitaban en
las costas del mar Adriático y procedían de Paflagonia; sus
caballos tenían fama de ser muy veloces.
192
TRAGEDIAS
saber qué dios te agita la brida ‘~ y te extravía
mente, nína.
~o FEDRA. — ¡Desdichada de mí! ¿Qué he hecho? ¿Po
dónde de la recta cordura me aparté en mi desvarío
La locura se apoderó de mí, la ceguera enviada por u~
dios me derribó. ¡Ay, ay, desgraciada! (A la Nodriza.~
Mamá ~, cúb reme de nuevo la cabeza, me avergúen¿~
245 de lo que acabo de decir. Cúbreme: de mis ojos si
derrama el llanto y ante mi vista no veo sino vergi¿en*
za, pues enderezar la razón produce sufrimiento. L.
locura es un mal; pero es preferible perecer sin repa.
rar en ella.
250 NODRIZA. — (Bajando el velo sobre su rostro.) Te
cubro. Pero, ¿cuándo. cubrirá mi cuerpo la muerte?
Mis muchos años me han enseñado muchas cosas. Los
mortales deberían contraer entre sí sentimientos amu255 rosos moderados, sin llegar hasta los tuétanos del
alma, y los afectos del corazón deberían ser fáciles de
desatar para rechazarlos o apartarlos. Pero que un
260 alma se consuma por dos, como ahora sucede, es
pesada carga. Dicen que, en la vida, una conducta
estricta causa más dolores que alegrías y ataca más
a la salud. Por ello tengo en menor consideración el
265 exceso que la moderación; y los sabios compartirán
mi opinión.
CORIFEO. — Anciana mujer, fiel nodriza de la reina
Fedra, vemos su situación desgraciada, pero no sabe270 mos cuál es su enfermedad. Desearíamos saberlo y
oírlo de ti.
NODRIZA. — No encuentro el modo de saberlo, pues
no quiere responder.
19 Atrevida metáfora que compara a Fedra con una yegua,
a la que el movimiento de las bridas puede agitar.
~ Según el escoliasta, era corriente entre los griegos llamar
a las mujeres de edad ~~mamá~’. Es frecuente el uso cariñoso de
este apelativo para los ~‘iejos servidores, como la nodriza.
HIPÓLITO
193
CORIFEO. — ¿Ni siquiera conoces cuál es la causa de
s males?
NODRIZA. — Llegas al mismo punto, pues en todo
uarda silencio.
CORIFEO. — ¡Qué débil y consumido está su cuerpo!
NODRIZA. — ¿Y cómo no, si hace tres días que no 275
prueba la comida?
CORIFEO. — ¿ Lo hace por extravío o porque pretende
morir?
NODRIZA. — Morir, sin duda. No come para acabar
con su vida.
CORIFEO. — Es extraño lo que dices, si su esposo
no hace nada.
NODRIZA. — Ella oculta su mal y niega que está enrerma.
CORIFEO. — ¿ Y él no acierta a descubrirlo, al mirarla 280
a la cara?
NODRIZA. — Se encuentra de viaje fuera de esta tierra.
CORIFEO. — ¿Y no puedes obligarla, para intentar
conocer su enfermedad y el desvarío de su mente?
NODRIZA. — He recurrido a todo y no he conseguido
nada. Pero ni aun así cejaré en mi empeño. Así que, 285
estando tú presente, serás testigo de mi comportamiento ante la desgracia de mis señores.
(A Fedra.) ¡Vamos, niña querida, olvidemos las dos
nuestras palabras de antes y muéstrate más agradable,
despejando el ceño fruncido y el camino de tu mente! 2) 290
21 Estamos ante una hermosísima metáfora mediante la
cual se quiere dar a entender que, si desfrunce el ceño, será
Señal de que sus pensamientos van a ir por un camino más
agradable y con menos obstáculos. El participio l~sasa está
construido en zeugma, es decir, va rigiéndo a los dos complementos, aunque su significado variará, según se aplique a
Uno u a otro; con el primer complemento significaria <despejar»
el ceño fruncido, con el segundo «despejar, allanar« el camino
de dificultades.
194
TRAGEDIAS
Yo, abandonando el mal camino que he seguido con.
tigo, recurriré a ún lenguaje mejor ~. Si estás enfer~
de algún mal que no se puede revelar, aqui tienes a
~s
unas mujeres para confortarte en él. Pero si padeces
una enfermedad que se puede dar a conocer a los hom.
bres, dilo, para referir tu caso a los médicos. (Se pro.
duce un silencio.) Vamos, ¿por qué callas? No debes
callar, niña, sino contradecirme, si no digo algo bien,
o estar de acuerdo con mis palabras, si están bien
300 dichas. Di algo, mira aquí, ¡desdichada de mí! (A l~i
mu ¡eres del Coro.) Mujeres, nos esforzamos en vano.
Estamos tan lejos de nuestro propósito como antes,
pues ni entonces se ablandaba con nuestras palabras1
ni ahora cede a nuestra persuasión.
(A Fedra.) Ten presente lo siguiente —muéstraW
305 más insensible que el mar ante lo que digo—: si mi.
res, traicionas a tus hijos, que no tendrán parte en la
casa paterna, te lo juro por la soberana Amazona que
combate a caballo, que a tus hijos dio por amo a un
bastardo con pretensiones de ser hijo legítimo, sabes
a quien me refiero, a Hipólito.
FEDRA. — ¡Ay de mí!
310 NODRIZA.—¿Te afecta esto?
FEDRA. — ¡Me has perdido, madre! ¡Te suplico POS
los dioses que no hables de ese hombre!
NODRIZA. — ¿Lo ves? Estás en tu juicio y, a pe5U
de ello, no quieres ayudar a tus hijos y salvar ti
vida.
315 FEDRA. — Amo a mis hijos, pero otra tormenta di
destino es la. que se abate sobre mí.
NODRIZA. — ¿Tus manos están puras desangre, ni~
La nodriza se arrepiente de su forma anterior de iii
rrogar, un tanto violenta, y promete a Fedra usar un
más moderado para enterarse de la enfermedad que le aqi.
HIPOLITO
195
FEDRA. — Mis manos están puras, mi corazón es el
e está contaminado.
NODRIZA. — ¿ Por un maleficio obra de algún enetuyo?
FEDRA. — Un amigo me ha destruido, sin quererlo
~o y sin quererlo él.
NODRIZA. — ¿ Ha cometido Teseo alguna falta contra 320
FEDRA. — ¡Que nunca se me vea haciéndole un mal!
NODRIZA. — ¿Qué es eso tan terrible que te impulsa
morir?
FEDRA. — Deja que me pierda, pues contra ti no va
íada.
NODRIZA. — (Arrodillándose y cogiendo la mano de
~dra.) No, mi voluntad no lo quiere, a tu responsailidad lo dejo.
FEDRA. — ¿Que haces? ¿Me obligas aferrándote a mi 325
mano?
NODRIZA. — (Abrazándose a las rodillas de Fedra.)
también a tus rodillas, no las soltaré nunca.
FEDRA. — Infeliz, sólo te servirá de mal, si llegas a
fiterarte.
NODRIZA. — ¿Qué mayor desgracia para mí que pererte?
FEDRA. — Morirás. Sin embargo, lo que sucede me
roporciona gloria.
NODRIZA. — ¿Y, a pesar de mis súplicas, pretendes 330
arme cosas en que quisiera ayudarte?
FEDRA. — Sí, porque intento hallar una salida deco~sa de mi verguenza.
NODRIZA. — Si hablas, te mostrarás más digna de
>ria.
FEDRA. — Apártate, por los dioses, y suelta mi mano
recha.
NODRIZA. — No, pues no me concedes el don que
‘erías.
196
TRAGEDIAS
335 FEDRA. — Te lo concederé. Me causa respeto t
mano venerable.
NODRIZA. — (A una señal suya, desaparecen las cru
das que le acompañan.) Yo me callo ya. Ahora te to
a ti hablar.
FEDRA. — ¡Oh madre desgraciada, qué amor te
dujo!
NODRIZA. — El que tuvo del toro ~. ¿A qué
esto?
FEDRA. — ¡Y tú, hermana infeliz, esposa de Dio.
niso! 24
340 NODRIZA. — Hija, ¿qué te ocurre? ¿Injurias a los
tuyos?
FEDRA. — Y yo soy la tercera, desdichada de ml.
¡cómo me consumo!
NODRIZA. — Estoy aturdida. ¿Dónde irán a parar tu
palabras?
FEDRA. — Desde entonces, no desde hace un momem
to, soy desafortunada.
NODRIZA. — Sigo sin saber más de aquello que desa
oír.
345 FEDRA. — ¡Ay! ¿Cómo podrías indicarme tú lo qu
yo debo decir?
NODRIZA. — No soy adivina para conocer con clai
dad lo oculto.
FEDRA. — ¿ Qué es eso que los hombres llami
amor?
23 Alusión al monstruoso amor de Pasífae con un tora
Creta.
24 La hermana de Fedra, Ariadna, adoleció también de i~
falta similar a la de Medea. Cuando Teseo fue a Creta a
frentarse con su padre Minos, Ariadna le ayudó a encontrar
salida del famoso laberinto, por medio del hilo del ovillo ~
indicó a Teseo el camino de vuelta. Se fugó con Teseo, P<
éste la abandonó dormida en la isla de Naxos. Al llegar
Dioniso, se enamoró de la joven, se casó con ella y se la lii
a las moradas del Olimpo.
HIPÓLITO
197
NODRIZA. — Algo agradable y doloroso al mismo tiem>0, niña.
FEDRA. — Podría decir que yo he experimentado el
do doloroso.
NODRIZA. — ¿Qué dices? ¿Estás enamorada, hija 350
mía? ¿De quién?
FEDRA. — Del hijo de la Amazona, quienquiera que
sea.
NODRIZA. — ¿Te refieres a Hipólito?
FEDRA. — De tus labios has oído su nombre, no de
los míos.
NODRIZA. — ¡Ay de mi! ¿Qué dices, hija? ¡Cómo me
quitas la vida! (Al Coro.) Mujeres, no lo soporto, no 355
viviré para soportarlo. Odioso me resulta este día,
odiosa la luz que contemplo. Arrojaré mi cuerpo al
abismo, me alejaré de la vida dándome muerte. ¡Adiós!
Ya no existo, pues los sensatos, aun sin quererlo, se
enamoran del mal. Cipris no era una diosa, sino más 360
poderosa que una diosa, si lo que sucede es posible ~.
Ella ha destruido a esta mujer, a mí y a la casa.
• CoRIr~o.
Estrofa ~.
¿Has oído? ¿Has escuchado a nuestra reina lamentando sus dolores y horribles, sufrimientos? ¡Ojalá
muera, amiga, antes de llegar yo a tu estado de ánimo! 365
¡Ay de mí, ay, ay! ¡Oh desdichada por tus dolores!
¡Oh penas que constituyen el alimento de los mortales!
La frase «Cipris no era una diosa. va en el texto original
tfl imperfecto, porque la nodriza tiene en su pensamiento el
tomento en que la diosa del amor lanzó su ataque contra
Fedra, haciendo que se enamorara de Hipólito.
~
No hemos aceptado la división qu~ hace MuRRAY de esta
flOnodia, que piensa que es entonada alternativamente por dimiembros del Coro, sino que evidentemente la canta la
Jr’feo dirigiéndose a las restantes mujeres del Coro, cf. BAíuIrrr,
EUripides. Hippolytos..., págs. 224-225.
198
TRAGEDIAS
Estás perdida, has sacado a la luz tus des gracias
370 ¿Qué te deparara aún lo que te queda de día?
nuevo se cumplirá en la casa. Evidente es adonde noa
empuja el destino de Cipris, desdichada niña cretePu~
FEDRA. — (Dirigiéndose a las mujeres del Coro.>
Mujeres de Trozén, que habitáis esta antesala del paja
375 de Pélope 2’ Ya en otras circunstancias, en el largo
espacio de la noche, he meditado cómo se destruye
la vida de los mortales. Y me parece que no obran
de la peor manera por la disposición natural de su
mente, pues muchos de ellos están dotados de cordu.
380 ra. No; hay que analizarlo de este modo. Sabemos y
comprendemos lo que está bien, pero no lo ponemos
en práctica ~, unos por indolencia, otros por preferir
cualquier clase de placer al bien. Y en la vida hay
muchos placeres, la charla extensa y el ocio, dulce
385 mal, y el pudor 29, del cual hay dos clases, uno bueno
y otro azote de las casas. Pero si su línea divisoria
fuese clara ~, dos conceptos distintos no tendrían las
mismas letras.
Trozén está situado en un extremo de la Argólide, en el
Peloponeso, cuyo héroe epónimo Pélope fue el fundador de las
juegos olimpicos.
~
Obsérvese lo lejana que está esta opinión de la concepción socrática de la virtud como conocimiento de la misma.
Para Sócrates, quien conoce la esencia de la virtud la ha dc
poner en práctica necesaiiamente.
29 Todos los comentaristas se extrañan de que Euripides
incluya el pudor entre los placeres e intentan toda suerte de
explicaciones, a veces demasiado alambicadas. La solución de
BARRET nos parece muy sugestiva. Según su opinión, el pudor
no es aquí un ejemplo de placer, sino de algo que se refiere
al bien (cf. Eurípides. H¿ppolytos.., pág. 230).
~
La traducción del ka¿rós del verso 386 trae de cabeza a
todos los críticos. Aunque BARREr no se muestre muy de acuerdo, la solución más plausible nos parece la de Wsu~Mowxn, que
ha propuesto la traducción de .línea divisoria.; cf. Hermes 15
(1880), 506 y sigs.
HIPÓLITO
199
Y puesto que ésta es la opinión que tengo, no debía
existir veneno alguno que pudiera destruirla hasta el 390
extremo de caer en un sentimiento contrario. Pero
voy a comunicarte el camino que ha recorrido mi
mente: cuando el amor me hirió, buscaba el modo de
sobrellevarlo lo mejor posible. Comencé por callarlo
y ocultar la enfermedad. Es evidente que no hay que 395
fiarse de la lengua, que si sabe muy bien criticar las
ideas de los demás, por sí misma se gana las mayores
desgracias. En segundo lugar, me propuse soportar
mi locura con dignidad, venciéndola con la cordura.
En tercer lugar, como no conseguí con estos medios 400
vencer a Cipris, me pareció que la mejor decisión
era morir —nadie lo negará—. ¡Que no pase desapercibida, si realizo una acción hermosa, pero si la llevo
a cabo vergonzosa, que no tenga muchos testigos!
Sabía que mi acción y mi enfermedad se granjearían 405
mala fama y, además, me daba perfecta cuenta de que
era una mujer, ser odioso para todos. ¡Hubiera muerto
de mala manera la primera que mancilló su lecho,
entregándose a hombres extraños! Este mal tuvo para 410
las mujeres su origen en las casas ilustres 3~, pues
cuando a los nobles les parece bien lo vergonzoso,
con mayor razón le parecerá hermoso al vulgo. Siento
desprecio también por las mujeres sensatas de palabra, pero que poseen a escondidas una audacia desvergonzada. ¿Cómo pueden ellas, oh Cipris, soberana 415
del mar, mirar al rostro de sus esposos sin sentir un
escalofrío ante la idea de que la cómplice oscuridad
y las paredes de la casa puedan cobrar voz? Esto, en
verdad, es lo que me está matando, amigas, el temor 420
de que un día sea sorprendida deshonrando a mi es-
~I Nótese cómo Euripides rechaza totalmente los prejuicios
aristocráticos y arremete contra la nobleza y su pretendida
superioridad.
200
TRAGEDIAS
poso y a los hijos que di a luz. ¡Ojalá puedan ellos,
libres para hablar, con franqueza y en la flor de la
edad, habitar la ciudad ilustre de Atenas, gozando de
buen nombre por causa de su madre! Sin duda escla.
425 viza al hombre, aunque sea de ánimo resuelto, conocer
los defectos de su madre o de su padre. Aseguran que
sólo una cosa puede competir en la vida: un espíritu
recto y noble para el que lo posee. A los malvados el
tiempo los descubre, cuando se presenta la ocasión,
poniéndoles delante un espejo como a una jovencita.
430 ¡Que nunca sea vista yo entre ellos!
CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¡Qué bella es siempre la sabiduría, donde quiera que se encuentre y cómo recoge
entre los mortales el fruto de la buena fama!
NODRIzA. — Señora, tu desgracia me produjo de
435 momento un terror terrible, pero ahora me he dado
cuenta de que yo era simple; entre los hombres las
reflexiones segundas suelen ser más sabias. No padeces nada extraordinario ni inexplicable: la cólera de
una diosa se ha lanzado sobre ti.
Estás enamorada. ¿Qué hay de extraño en esto?
440 Le sucede a muchos mortales. ¿Y por este amor vas
a perder tu vida? ¡Menudo beneficio para los enamorados de ahora32 y los del futuro, si tienen que morir!
Cipris es irresistible, si se lanza sobre nosotros con
fuerza. Al que cede a su impulso se le presenta con
445 dulzura, pero al que encuentra altanero y soberbio,
apoderándose de~ él —¿puedes imaginártelo?— lo mal-
trata. Ella camina por el éter y está en las olas del
32 En el verso 441 el giro tón pélas suele considerarse corrupto por los editores, pues parece que no hay precedente que
nos permita entender hol pélas = hoi n5~n, es decir, dos cercanos< = <los de ahora<; nosotros, por el contrario, no encontramos ninguna dificultad grave en traducir el giro por <los de
ahora». ¿ Es que nuestros contemporáneos no son los que están
más cercanos a nosotros?
HIPÓLITO
201
mar y todo nace de ella. Es la que siembra y concede
el amor, del cual nacemos todos los que habitamos 450
en la tierra. Cuantos conocen los escritos de los antiguos y están siempre en compañía de las Musas33
saben que Zeus una vez ardió en deseos de unirse con
SémeleTM y saben que la Aurora; de hermoso resplan- 455
dor, raptó una vez a Céfalo a la morada de los dioses,
y lo hizo por amor ~. Y, sin embargo, habitan en el
cielo y no tratan de huir de los dioses, sino que se
resignan, así lo creo, a aceptar su destino. ¿Y tú no
vas a aceptar el tuyo? Tu padre debería haberte en- 460
gendrado en unas condiciones especiales o bajo el
dominio de otros dioses, si es que no aceptas estas
leyes. ¿Cuántos crees tú que, estando en su sano
juicio, al ver su lecho mancillado, han fingido no
verlo? ¿Cuántos padres colaboran con sus hijos en los 465
deslices del amor? Una de las cosas más sensatas
que pueden hacer los mortales es cerrar los ojos a lo
que no es honroso. No merece la pena que ellos se
esfuercen demasiado en su vida, cuando ni siquiera
son capaces de ajustar con exactitud el techo que
cubre su casa. Y tú, que has caído en una desgracia 470
semejante, ¿cómo pretendes salir a flote? Pero si, a
pesar de que eres un ser humano, los bienes superan
en ti a los males, ya puedes considerarte plenamente
afortunada.
Vamos, hija querida, cesa en tus funestos pensamientos, pon fin a tu insolencia, pues no otra cosa
que insolencia es esto: querer ser superior a los dio 475
Es decir, se dedican a la poesía.
M De los amores de Zeus con Semele nació el dios Dioniso.
35 Céfalo es un héroe que aparece ligado a muchos mitos,
de muy difícil conexión entre sí. Las tradiciones sobre su origen
empiezan ya por ser divergentes. Muy conocido es el rapto
de Céfalo por la Aurora, con la cual engendró en Siria a Faetonte, que, según otras tradiciones, es el hijo del Sol.
202
TRAGEDIAS
ses. Ten el valor de amar: una divinidad lo ha que.
rido. Ya que estás enferma, vence de algún modo tu
mal. Existen encantamientos y palabras mágicas. Apa480 recerá algún remedio para tu enfermedad. En verdad
que muy tarde lo encontrarían los hombres, si las
mujeres no diésemos con los remedios.
CORIFEO. — Fedra, esta mujer dice palabras más
provechosas, dada la situación en que estás, pero, aun
485 así, te elogio. Pero este elogio es más duro que sus
palabras y más doloroso de oír para ti.
FEDRA. — Eso es lo que destruye las ciudades y las
casas bien gobernadas de los mortales: las palabras
demasiado hermosas, pues no hay que decir palabras
agradables a los oídos, sino aquello que permita adquirir buena fama.
490 NODRIZA. — ¿A qué viene este hablar tan serio? Tú
no necesitas bellas palabras, sino ese hombre. Hay
que referírselo lo antes posible, revelándole sin rodeos
lo que te sucede. Pues si tu vida no estuviese presa
de tales desgracias y te encontrases en un estado de
495 sensatez, nunca te conduciría allí para favorecer tu
pasión amorosa, pero se trata de entablar un duro
combate para salvar tu vida y esto no admite reproche.
FEDRA. — ¡Oh tú que dices cosas terribles! ¿No
cerrarás tu boca y dejarás de decir palabras vergonzosas?
soo
NODRIZA. — Vergonzosas, pero mejores para ti que
las bellas. Preferible es la acción, si consigue salvarte,
que tu buen nombre, por el cual morirás con orgullo.
FEDRA. — No, te lo suplico por los dioses —tus palabras son acertadas, pero infames—, no sigas adelante.
505 El amor ha labrado profundamente la tierra de mi
alma36 y, si con tus palabras adornas la infamia,
36 Hemos hecho todo lo posible por verter al castellano la
hermosa metáfora creada por Eurípides recurriendo a un verbo
que posee, en las faenas agrícolas, un significado espccíflcO.
HIPÓLITO
203
caeré para mi ruina en el mal que ahora trato de
evitar.
NODRIZA. — Si pensabas así, no debías haber errado,
pero, si ya lo has hecho, hazme caso, pues se trata
de un favor sin importancia. Yo tengo en mi casa
filtros que alivian el amor, acaba de venirme a la sto
imaginación, los cuales, sin causarte infamia y sin
perjudicar tu mente, calmarán tu enfermedad, con tal
que no seas miedosa. Pero se precisa alguna prenda
personal del amado, o tomar algún mechón de su pelo
o
un fragmento de su vestido y de los dos hacer un sis
único objeto de amor
FEDRA. — ¿La pócima es un unguento o una bebida?
NODRIZA. — No lo sé. Piensa en beneficiarte y no en
saber, hija.
FEDRA. — Temo que me vayas a resultar demasiado
sabia.
NODRIZA. — Ten por seguro que acabarás por tener
miedo de todo. Pero ¿de qué te asustas?
FEDRA. — De que vayas a contar algo de esto al hijo 520
de Teseo.
NODRIZA. — No te preocupes, hija, eso lo dispondré
yo bien. (A Afrodita.) Sólo te pido que me prestes tu
ayuda, Cipris, soberana del mar. El resto de lo que
proyecto me bastará con decirlo a los amigos de la
casa. (La Nodriza entra en palacio.)
Ilypergazes thai es labrar profundamente la tierra, a fin de pieflararla mejor para recibir la simiente.
~
La frase <hacer de los dos un único objeto de amor» es
bastante oscura, primero por el verdadero significado que pueda
tener mían chórin; segundo, por saber, con precisión. de la
unión de qué dos elementos se trata. ¿de las almas de Fedra
C Hipólito?, ¿de los filtros y de las prendas personales de
Hipólito?
204
CORO.
Estrofa 1.».
TRAGEDIAS
525 ¡Amor, amor, que por los ojos destilas el deseo,
infundiendo un dulce placer en el alma de los que
sorne tes a tu ataque, nunca te me muestres acomp~
530 ñado de la desgracia ni vengas discordante! Ni el
dardo del fuego ni el de las estrellas es más poderoso
que el que sale de las manos de Afrodita, de Eros, el
hijo de Zeus ~.
Antistrofa 1.S.
536 En vano, en vano junto al Alfeo ~ y en el santuario
Pítico de Febo, Grecia acumula sacrificio de toros,
s~o si a Eros, tirano de los hombres, que tiene las llaves
del amadísimo tálamo de Afrodita, no reverenciamos,
al dios devastador que lanza al hombre por todos los
caminos de la desgracia, cuando se presenta.
Estrofa 2.’.
5~s A la potrilla de Ecalia ~, no uncida al yugo del
lecho, sin conocer antes varón ni tálamo nupcial,
550 desunciéndola de la casa de ~urito, como una Náyade
38 Eros es, en todos los testimonios, el hijo de Ares y de
Afrodita: este es el único texto clásico en que es presentado
como hijo de Zeus. La innovación es chocante, pero el auditorio
griego debía de estar acostumbrado a ellas.
~
El rio Alfeo es aquel junto al que está situado Olimpia,
sede del famoso santuario de Zeus, en honor del cual se celebraban cada cuatro años los famosos juegos.
~
Se alude a Yole, hija de Éurito, rey de Ecalia, de la
cual se apoderó Heracles, tomando la ciudad y matando £
~urito. En relación con el vocabulario hay que resaltar el
estilo metafórico continuado de la 1.» parte de la estrofa. Con
el sustantivo yegua se alude a la muchacha Yole, pues esta erP
una comparación usual en el lenguaje poético griego. Teniefld<
esto en cuenta, es fácil comprender el empleo de verbos conlc
<uncir» y <desuncir».
HIPÓLITO
205
fugitiva4’ y una Bacante, entre sangre, entre humo e
himnos de muerte ~, Cipris se la entregó al hijo de
Alcmena, ¡desdichada por su boda!
Antistrofa 2.’.
¡Oh muro sagrado de Tebas, fuente de Dirce, sois sss
testigos de cómo se presentó Cipris! Pues uniendo a
¡a madre de Baco, nacido dos veces, con el trueno 560
rodeado de fuego, la durmió en el sueiio fatal de la
muer fe. Pues terrible lanza su soplo por todas partes
y revolotea cual una abeja ~
FEDRA. — (Que está escuchando junto a la puerta 565
del palacio.) ¡Callad, mujeres! ¡Estamos perdidas!
CORIFEO. — ¿Qué cosa terrible sucede en palacio,
Fedra?
FEDRA. — ¡Callad para que pueda oír la voz de los
de dentro!
CORIFEO. — Me callo, pero este comienzo es malo.
FEDRA. — ¡Ay de mí! ¡Ay, ay! ¡Desdichada de mí por 570
mis sufrimientos!
CoRo. — ¿A qué voz te refieres? ¿Qué significa tu
grito? Habla. ¿Qué palabras te aterran, mujer, abalan74ndose sobre tu alma?
FEDRA. — Estamos perdidas. Acercaos a esta puerta 575
y escuchad qué clamor cae sobre la casa.
~‘ Las Náyades reciben el epíteto fugitivas, debido a ir perSeguidas por Pan, que arde en deseos de poseerlas.
~ Este pasaje es corrupto y, por ello, de difícil exégesis.
~ Alusión a los amores de Zeus con Sémele, de los cuales
nació Dioniso. Al pedirle Sémele a Zeus que se mostrase en
tOda su majestad y no poder resistir la visión de los rayos que
rodeaban a Zeus, murió fulminada por ello~. Como ya se encontraba encinta, Zeus se apresuró a extraerle a Dioniso, que se
hallaba ya en su sexto mes de gestación, y lo cosió en su muslo
Y. a la hora del parto, lo extrajo vivo, de aquí el. epíteto
<nacido dos veces».
206
TRAGEDIAS
Coao. — Tu estás junto a la puerta, tú debes dis580 fin guir las voces, que salen de palacio. Habla, dime,
¿qué ha sucedido?
FEDRA. — El hijo de la Amazona, amante de los ca..
ballos, Hipólito, grita injurias terribles contra mi sarviente.
s&s CORO. — Oigo sus gritos, pero no con claridad, pero
es evidente por dónde te han llegado: a través de las
puertas te han llegado.
FEDRA. — Oigo con claridad que la ha llamado alces9o hueta de desgracias, traidora del lecho de su se,ior.
CORO. — ¡Ay de mí, qué desgracia! Has sido traicionada, hija. ¿Qué haré para salvarte? Lo oculto salid a
la luz, estás completamente perdida...
FEDRA. — ¡Ay, ay! ¡Oh, oh!
595 CORO. — Traicionada por tus amigos.
FEDRA. — Me ha perdido revelando mis desdichas,
pretendiendo con cariño sanar mi enfermedad, pero
sin éxito.
CORIFEO. — ¿Y ahora? ¿A qué vas a recurrir, tú que
te hallas entre males sin remedio?
FEDRA. — No conozco más que una salida: morir
~oo cuanto antes; es el único remedio para mis sufrimientos de ahora. (Hipólito sale de palacio seguido de la
nodriza.)
HIPÓLITO. — ¡Oh tierra madre y rayos del sol, qué
palabras he oído que ninguna voz se atrevería a pronunciar!
NODRIZA. — Calla, hijo, antes de que nadie oiga tUS
gritos.
HIPÓLITO. — No es posible callar, después de haber
oído cosas terribles.
605 NODRIZA. — (Arrojándose suplicante a sus pies.>
Calla, te lo suplico por tu bella diestra.
HIPÓLITO. — No avances tu mano, ni toques IDIS
vestidos.
HIPÓLITO
207
NODRIZA. — Te lo suplico por tus rodillas, ¡no me
hundas!
HIPÓLITO. — ¿A qué viene esto, si, como afirmas,
nada malo has dicho?
NODRIZA. — Mis palabras, hijo, no eran un acuerdo
comUn.
HIPÓLITO. — Lo que está bien es más hermoso de- 610
cirlo delante de todos.
NODRTZA. — ¡Hijo mío, no deshonres tus juramentos!
HIPÓLITO. — Mi lengua ha jurado, pero no mi corazón.
NODRIZA. — ¡Niño! ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a perder
a los tuyos?
HIPÓLITO. — He escupido”. Ningún injusto es amigo
mío.
NODRIZA. — Perdona. Natural es que los hombres 615
yerren, hijo.
HIPÓLITO. — ¡Oh Zeus! ¿Por qué llevaste a la luz
del sol para los hombres ese metal de falsa ley, las
mujeres? Si deseabas sembrar la raza humana, no de-
bías haber recurrido a las n~ujeres para ello, sino que
los mortales, depositando en los templos ofrendas de 620
oro, hierro o cierto peso de bronce, debían haber
comprado la simiente de los hijos, cada uno en proporción a su ofrenda y vivir en casas libres de mujeres. [Ahora, en cambio, para llevar una desgracia a 625
nuestros hogares, empezamos por agotar la riqueza de
nuestras casas.] He aquí la evidencia de que la mujer
es un gran mal: el padre que las ha engendrado y
criado les dá una dote y las establece en otra casa,
para librarse de un mal. Sin embargo, el que recibe 630
~ Es una fórmula que indica el desprecio por las personas
que, a pesar de ser allegadas, no obran justamente. Adviértase
la intransigencia del carácter virtuoso de Hipólito, la cua! le
llevará a su perdición, igual que a Fedra su pasión desdichada.
208
TRAGEDIAS
en su casa ese funesto fruto siente alegría en adornar
con bellos adornos la estatua funestisima y se esfuerza
por cubrirla de vestidos, desdichado de él, consunnen.
do los bienes de su casa. [No tiene otra alternativa:
635 si, habiendo emparentado con una buena familia, se
siente alegre, carga con una mujer odiosa; si da con
una buena esposa, pero con parientes inútiles, aferra
el infortunio al mismo tiempo que el bien.] Mejor le
va a aquel que coloca en su casa una mujer que es
una nulidad, pero que es inofensiva por su simpleza.
640 Odio a la mujer inteligente: ¡que nunca haya en mi
casa una mujer más inteligente de lo que es preciso!
Pues en ellas Cipris prefiere infundir Ja maldad; la
mujer de cortos alcances, por el contrario, debido a
su misma cortedad, es preservada del deseo bisen645 sato. A una mujer nunca debería acercársele una sirviente; fieras que muerden pero que no pueden hablar
deberían habitar con ellas, para que no tuviesen ocasión de hablar con nadie ni recibir respuesta alguna.
Pero la realidad es que las malvadas traman dentro
650 de la casa proyectos perversos y las sirvientes los llevan
fuera de la misma.
(A la Nodriza.) Así también ahora tú, oh cabeza
funesta, has venido a proponerme a mi relaciones en
el inviolable lecho de mi padre. Yo me purificaré de
esta impureza con agua clara, lavando mis oídos.
655 ¿Cómo podría ser yo un malvado, yo que, por sólo
escuchar semejantes proposiciones, me considero inipuro? Sábelo bien, mi piedad es la que te salva, mujerSi no hubiera sido cogido indefenso por juramentos
hechos en nombre de los dioses, nada me hubiera impedido contárselo a mi padre. Y ahora me iré de palfr
660 cio, mientras Teseo esté fuera de este país. Mantendré
~S Continúa la comparación metafórica de una mujer con
una estatua, en cuanto algo inútil y que no tiene vida.
HIPÓLITO
209
mi boca en silencio, pero observaré, cuando regrese
con mi padre, de qué modo le miras tú y tu señora;
en ese momento conoceré tu audacia por haberla de.
gustado.
¡Así muráis! Nunca me hartaré de odiar a las mu- 665
jeres, aunque se me diga que siempre estoy con lo
mismo, pues puede asegurarse que nunca dejan de
hacer el mal. ¡O que alguien las enseñe a ser sensatas
o que se me permita seguir insultándolas siempre!
(Hipólito abandona la escena.)
FEDRA.
Antistrofa.
¡Oh desgraciado e infortunado destino de las mujeres! ¿Qué palabras o recursos tenemos para, com píe- 670
tamente abatidas como estamos, liberarnos del nudo
de las acusaciones? Hemos encontrado el castigo, ¡oh
tierra y luz! ¿Por dónde podré escapar a mi destino?
¿Cómo ocultaré mi desgracia, amigas? ¿Qué dios podría 675
venir en mi ayuda o qué mortal podría ser cómplice
o aliado de mis acciones injustas? El sufrimiento que
se abate sobre mí me lleva por un camino infranqueable al límite de la vida ~. Soy la más desgraciada de
las mujeres.
CORIFEO. — ¡Ay, ay! Todo se ha consumado. Han 680
fracasado, señora, las artes de tu sierva y la situación
es crítica.
FEDRA. — (A la Nodriza.) ¡Oh cúmulo de maldades
y perdición de tus amigos, qué me has hecho! ¡Que
Zeus, mi abuelo, te extirpe de raíz bajo el golpe de
su rayo! No te dije —¿no había adivinado tu inten- 685
ción?— que callaras aquello que ahora me ha traído
la deshonra? Tú no te contuviste y, por ello, no morire con gloria. Dejémoslo, ahora necesito nuevos pro-
Es decir, la muerte.
210
TRAGEDIAS
690 yectos. Él, exasperado en su mente por la ira, referirá
a su padre tu error para perjudicarnos y dirá al anciano Piteo mi desventura y llenará toda la tierra de
las palabras más infames. ¡Así murieras tú y todo el
que pone su celo en favorecer sin éxito a los amigos,
sin que ellos lo quieran!
695 NODRIZA. — Señora, puedes reprochar mis errores,
pues el resentimiento que te muerde vence tu capacidad de discernir, mas yo, si me lo permites, puedo
responder a tus reproches. Yo te he criado y te quiero
bien. He buscado remedio a tu enfermedad sin hallar
ioo lo que deseaba. Si hubiera tenido éxito, se me contaría
entre las muy hábiles, pues ganamos la reputación en
consonancia con los resultados.
FEDRA. — ¿Crees que es justo y que a mí me basta
que, después de haber recibido la herida, tú ahora de
palabra te avengas conmigo?
705 NODRIZA. — No hablemos más; yo no he sido prudente, pero aún puedes salvarte de esta situación, hija.
FEDRA. — ¡Deja de hablar! Es evidente que antes no
me aconsejaste bien e intentaste una acción funesta.
Vamos, aléjate y preocúpate de ti misma; yo sabré
arreglar mis asuntos. (La Nodriza abandona la escena.)
710 (Al Coro.) Y vosotras, jóvenes nobles de Trozén,
concededme sólo este favor que os pido: cubrid con
vuestro silencio lo que aquí habéis oído.
CORIFEO. — Lo juro por Artemis venerable, hija de
Zeus: nunca mostraré a la luz ninguno de tus males.
715 FEDRA. — Has hablado bien. Después de haber recurrido a todo, sólo hallo un remedio en mi desgracia
para conceder a mis hijos una vida honorable y obtener yo misma un beneficio en mis actuales circunstancias. Nunca deshonraré, segura estoy de ello, a mi
720 patria cretense, ni me presentaré ante los ojos de
Teseo bajo el peso de mi vergonzosa acción, sólo para
salvar mi vida.
HIPÓLITO
211
CORIFEO. — ¿Vas a cometer algún mal irremediable?
FEDRA. — Morir; ya pensaré de qué modo.
CORIFEO.— ¡No digas eso!
FEDRA. — Y tú, aconséjame bien. Daré satisfacción a 725
Cipris, que me consume, abandonando hoy la vida: un
cruel amor me derrotará. Pero mi muerte causará mal
a otro, para que aprenda a no enorgullecerse con mi
desgracia. Compartiendo la enfermedad que me aqueja, 730
aprenderá a ser comedido. (Fedra entra en palacio.)
CORO.
Estrofa 1.’.
¡Desearía estar en las hendiduras de un alto acantilado, para que, pájaro alado, una divinidad me situase
entre las bandadas que revolotean y pudiera elevarme 735
sobre la ola marina de la costa del Adriático y las
aguas del Erídano ~‘, donde sobre el mar purpúreo las
desgraciadas vírgenes destilan, en sus lamentos por su 740
padre Faetonte, los resplandores de ámbar de sus
lágrimas! ~.
Antistrofa l.&.
¡Me gustaría alcanzar en mi camino la costa que da
entre sus frutos las manzanas de las Hespérides cantoras, donde el soberano del purpúreo mar ya no con- 745
cede ruta a los marineros y fija el venerable límite
del cielo que Atlas sostiene! Las fuentes destilan ambrosía en la alcoba nupcial del palacio de Zeus, allí
donde una tierra maravillosa, dispensadora de vida, 750
alimenta la felicidad de los dioses ~.
~
Río mítico, identificado casi siempre con el Po.
~
Las vírgenes aludidas son las hermanas de Faetoríte, que.
en cuanto hijas del Sol, son llamadas Helíadas. Al caer su hermano al río Erídano, alcanzado por el rayo de Zeus, sus lagrimas originaron gotas de ámbar, al mismo tiempo que quedaban convertidas en álamos del río.
~9 Las Hespérides son las Nintas del Ocaso y cn la Teogo,¡ia
hesiódica son las hijas dc la noche. Con posterioridad. tueron
212
TRAGEDIAS
Estrofa 2..
¡Oh nave cretense de cándidas alas que a través de
755 las olas del mar que batían su casco trajiste a mi
señora desde su próspera morada a obtener el provecho de un funesto matrimonio! ¡Mal presagio tuvo al
volar desde la tierra cretense a la ilustre Atenas,
760 cuando en las costqs de Muniquia ~ se enlazaron las
puntas trenzadas de las amarras y tocaron tierra firme!
Antistrofa 2.&.
Debido a ello, la enfermedad terrible de un amor
impío enviado por Afrodita rompió su alma y, hundida por su dura desgracia, en el techo de su habí770 tación nupcial suspenderá un lazo y lo ajustará a su
blanco cuello, sintiendo vergi¿enza ante su cruel des775 tino, por preferir una fama gloriosa y por liberar a su
corazón del amor que la atormenta.
NODRIZA. — (Desde dentro.) ¡Ay, ay! ¡Acudid en
ayuda todos los que estáis cerca de palacio! Se ha
ahorcado nuestra señora, la esposa de Teseo.
CORIFEO. — ¡Ay, ay, todo ha terminado! La reina ya
no existe, unida está a un lazo suspendido.
780 NoDRIzA. — (Desde dentro.) ¿No os apresuráis? ¿Nadie va a traer una espada de doble filo, con la cual
podremos cortar el nudo de su cuello?
CORIFEO. — Amigas, ¿qué hacemos? ¿Debemos entrar
en la casa y librar a la señora del férreo lazo?
consideradas hijas de Zeus y de Temis, de Forcis y Ceto Y,
por último, de Atíante. Habitan en la parte más extrema de
Occidente, al pie del monte Atlas. Su función primordial consistia en cuidar y vigilar el jardín paradisíaco donde crecíafl
las manzanas de oro, regalo que, en otro tiempo, la Tierra dis..
pensó a Hera con motivo de su boda con Zeus. Las Hesperides
están vinculadas a la saga de Heracles.
50 Nombre de un pequeño puerto al este del Pireo: Sus
obras de fortificación fueron iniciadas por Hipias el año 510 a. C.
HIPÓLITO
213
CORO. — ¿Por qué? ¿No hay dentro jóvenes servidores? Demasiado celo no ofrece seguridad en la vida. 785
NODRIZA. — (Desde dentro.) ¡Enderezad y extended
este infortunado cadáver! ¡Triste guardiana soy ahora
para mis señores!
CORIFEO. — Ha muerto la desdichada mujer, según
oigo. Ya la extienden como a un cadáver.
Teseo aparece en escena, con su cabeza coronada de guirnaldas, como señal
de su regreso de Delfos, y acompañado de
su escolta.
TESEO. — (Al Coro.) Mujeres, ¿sabéis qué significan 790
esos gritos en palacio? Me ha llegado un eco confuso
de servidores. Es evidente que mi casa no. estima
digno acogerme con alegre familiaridad, abriéndome
sus puertas como a uno que viene de peregrinación.
¿Le ha sucedido algo al anciano Piteo? Su edad es 795
ya muy avanzada, pero, aun así, sería muy penoso
para nosotros que abandonase este palacio.
CORIFEO. — El infortunio presente no ha alcanzado
a un anciano, Teseo. Una persona joven ha muerto y
te causará dolor.
TESEO. — ¡Ay de mí! ¿No habrá perdido la vida
alguno de mis hijos?
CoRIFEo. — Están vivos. Su niadre es la que ha 800
muerto, ¡qué dolor más insoportable para ti!
TESEO. — ¿Qué dices? ¿Ha muerto mi esposa? ¿De
qué modo?
CORIFEO. — Anudó a su cuello un lazo para ahorcarse.
TESEO. — ¿Helada por el dolor o por qué causa?
CORIFEO. — No sabemos más, pues acabo de llegar
a palacio, Teseo, para llorar tus desgracias. 805
TESEO. — (Arrancándose la corona.) ¿Por qué llevo
la cabeza coronada con estas hojas entretejidas, si soy
Un infortunado peregrino? (A los esclavos de dentro.)
214
TRAGEDIAS
¡Quitad las cerraduras de las puertas, criados, soltad
los pasadores, para que pueda ver la amarga visi6~
810 de mi esposa que, con su muerte, me ha quitado la
vida!
Se abren las puertas de palacio y apa..
rece el cadáver de Fedra sobre un lecho,
rodeado de servidores.
CoRo ~.
¡Ay, ay, desdichada por tus terribles desgracias!
Has sufrido; tu acción ha llegado a hundir a esta.
casad ¡Ay, ay, por tu audacia, tú que has muerto vio815 lentamente y de un modo impío, abatida por tu lamentable mano! ¿Quién ha privado de luz a tu vida, des.
dichada?
TESEO.
Estrofa.
¡Ay de mí, qué sufrimientos! ¡He padecido, ciudad,
la mayor de mis desgracias! ¡Oh fortuna, cuán pesada.
820 mente te has abalanzado sobre mí y mi casa, mancilla
desconocida de algún genio vengador! ¡Es la ruina
de mi vida, imposible ya de vivir! ¡Contemplo, desdichado de mí, un mar de desgracias tal que nunca podré
salir de él a flote ni franquear las olas de esta des825 ventura! ¿Qué palabra justa hallaré, mujer, para cali
ficar tu riguroso destino? Como un pájaro te has escapado de mis manos, lanzándote con salto veloz a la
830 morada de Hades. ¡Ay, ay, crueles, crueles sufrimientos! De atrás recojo la herencia del destino de la
divinidad por las faltas de algún antepasado 52~
SI No hemos aceptado, en este canto coral, la división Cfi
semicoros de la edición de MuRa.&Y.
52 El pensamiento arcaico griego mantenía la creencia de qt
la mayor parte de las desgracias se debían al castigo de W
culpa heredada por un descendiente de la familia. A esta crP~
cia irracional se fue oponiendo paulatinamente la reflexión
sófica.
HIPÓLITO
215
CORIFEO. — No sólo a ti, señor, te llegó esta desgracia, otros muchos también han perdido a su noble 835
esposa.
TESEO.
Antistrofa.
¡Deseo habitar bajo la tierra, bajo la tierra oscura
y morir, infeliz de mí, ya que he sido privado de tu
quer~dísima compañía, pues más que morir tú me has
destruido! E...] ¿De dónde vino la desgracia mortal, 840
desventurada esposa, a tu corazón? ¿Alguien podría
decirme lo ocurrido o el palacio real cobija en vano
a la multitud de mis servidores? ¡Ay de mí [...]
desdichado por tu causa! ¡Qué dolor he visto en mi 845
casa, insoportable e indecible! Estoy perdido, la casa
desierta y mis hijos huérfanos. ¡Nos has abandonado,
nos has abandonado, tú la más noble de cuantas mujeres ven el resplandor del sol y el brillo estrellado de 850
la noche!
CORO. — ¡Ay desdichado, oh desgraciado, cuánto mal
se ha apoderado de tu casa! Ante tu infortunio mis
párpados se cubren inundados de lágrimas. Hace mu- 8.55
cho que tiemblo ante la desgracia que vendrá tras la
presente.
TESEO. — ¡Oh, oh! ¿Qué significa esta tablilla53 que
pende de su mano querida? ¿Quiere revelar algo nuevo? ¿Será una carta que escribió la desdichada suplicando algo por ella y por nuestros hijos? Valor, infe- 860
hz: ninguna otra mujer entrará en el lecho y en la
morada de Teseo. Sí, la impronta del sello de la que
ya no vive me acaricia. Vamos, desatemos las ligaduras del sello, para que pueda ver qué quiere decirme 865
esta tablilla. (Desata las ligaduras y hace saltar el
Sello.)
53 Se trata de una tablilla de madera conteniendo algún
mensaje.
216
TRAGEDIAS
CoRo ~.
¡Ay, ay! La divinidad envía una nueva desgracia a
continuación de la otra. ¡Desearía que mi vida no fuese
870 vida, después de lo ocurrido! ~. La casa de mis señores, ay, ay, está destruida, mejor dicho, ya no existe.
¡Oh divinidad, si es posible, no arruines la casa, oye
mis súplicas, pues, como un adivino, veo el presagio
de alguna desgracia.
TESEO. — ¡Ay de mí, qué mal se añade al mal pre875 sente, insoportable, indecible! ¡Oh, infeliz de mí!
CORIFEO. — ¿Qué ocurre? Dilo, si puedo participar
en lo que dice.
TESEO. — ¡La tablilla grita, grita cosas terribles!
¿Por dónde escaparé al peso de mis desgracias?
Perezco, herido de muerte! ¡Qué canto, qué canto he
880 visto entonar por las líneas escritas, infortunado de
mí!
CORIFEO. — ¡Ay, ay, nos muestras palabras que presagian males!
TEsEo. — ¡ No podré detener en las puertas de mi
boca la infranqueable y mortal desgracia! ¡Ay ciudad!
~as ¡ Hipólito se atrevió a violentar mi lecho, deshonrando
la augusta mirada de Zeus! ~. ¡Oh padre Posidón ~,
de las tres maldiciones que en una ocasión me prometiste, mata con una de ellas a mi hijo y que no
890 escape a este día, si las maldiciones que me concediste eran claras!
54 Tampoco aquí aceptamos, siguiendo a BARRET, entre otros,
la división en semicoros de este canto coral.
55 Todo este pasaje está muy corrupto.
56 Zeus es presentado aquí como una divinidad protectora
del matrimonio.
~
Respecto al origen de Teseo, alternan dos tradiciones:
según una, era hijo de Egeo; de acuerdo con la otra, era hijo
de Posidón.
HIPOLITO
217
CORIFEO. — ¡Señor, por los dioses, retira esta maldición! Luego te darás cuenta de que has errado, hazme
caso.
TESEO. — Imposible. Y además le expulsaré de esta
tierra y recibirá el golpe de uno de estos dos destinos:
o
Posidón le enviará muerto a las moradas de Hades, 895
por consideración a mis súplicas, o expulsado de esta
tierra, errante por un país extranjero, soportará una
vida miserable.
CORIFEO. — He aquí que viene tu hijo en el momento
oportuno, Hipólito. ¡Cesa, soberano, en tu funesta ira, 900
decide lo más provechoso para la casa! (Entra Hipólito seguido de los cazadores.)
HIPÓLITO. — Al oír tus gritos he venido, padre, con
premura, pero no sé por qué causa sollozas y me gustaría oírlo de tus labios. Vamos, ¿qué ocurre? Veo a 905
tu esposa muerta, padre, y ello me causa gran extrañeza. Hace un momento que la he dejado y no hace
mucho sus ojos veían esta luz. ¿Qué le ha ocurrido?
¿De qué modo ha muerto? Padre, quiero saberlo de 910
tus labios. ¿Callas? En las desgracias no es necesario
el silencio. El corazón, deseoso de saberlo todo, incluso
en las desventuras siente avidez. No es justo que
ocultes a tus amigos, y a los que son más que amigos, 915
tus desdichas, padre.
TESEO. — ¡Oh hombres que poseéis muchos conocimientos en vano!, ¿por qué enseñáis innumerables
ciencias y de todo halláis salida y todo lo descubrís y,
en cambio, una sola cosa no sabéis y no la habéis cazado aún: enseñar la sensatez a los que no la poseen? 920
HIPÓLITO. — Muy hábil debe ser aquel que es capaz
de obligar a ser sensatos a los que no lo son. Pero no
es momento de sutilezas, padre, temo que tu lengua
desvaría a causa de tus desgracias.
TESEO. — ¡Ay, los mortales deberían tener una prue- 925
ba clara de los amigos y un conocimiento exacto de
218
TRAGEDIAS
los corazones, para distinguir el verdadero amigo del
falso! Todos los hombres habrían de tener dos voces:
930 una justa y la otra fuera como fuese, de modo que la
que tiene pensamientos injustos pudiera ser refutada
por la justa y así no nos engañaríamos.
HIPÓLITO. — ¿Acaso algún enemigo me ha calumniado ante tus oídos y sufre mi estimación, sin ser yo
935 culpable de nada? Estoy aterrorizado, pues me causan
conmoción las palabras extraviadas de tu mente.
TESEO. — ¡Ay del corazón humano! ¿A dónde llegará? ¿Qué límite habrá de su audacia e imprudencia? Pues si aumenta de generación en generación
940 y la posterior excede en mal a la anterior, los dioses
tendrán que añadir otra tierra a la que ahora poseemos, la cual pueda dar cabida a los culpables y malvados. (Señalando a Hipólito con el dedo.) ¡Mirad a
éste que, nacido de mi sangre, ha deshonrado mi lecho
945 y es el hombre más infame como evidencia a las
claras el testimonio de la muerta! (A Hipólito que le
mira horrorizado.) ¡Muéstralo, puesto que no has dudado en mancharte, muestra a tu padre tu rostro cara
a cara! ¿Así que tú eres el hombre sin par que vive en
compañía de los dioses? ¿ Tú el casto y puro de todo
950 mal? Yo no podría creer en tus jactancias hasta el
extremo de ser tan insensato de atribuir ignorancia a
los dioses. Continúa ufanándote ahora y vendiendo la
mercancía de que no comes carne y, según tu señor
Orfeo, ponte fuera de ti, honrando el humo de innu955 merables libros ~. ¡Estás atrapado! A todos aconsejo
58 Duro ataque contra los iniciados en los misterios Órficopitagóricos, que debían abstenerse de comer carne. La expresión más completa de este pasaje es di’ aps>~chou bords sitOiS
kap~leue (Vs. 952-953), traducida por <vende la mercancía de que
no comes carne<. Independientemente de otros sentidos que
pudiera recibir, más alambicados, sin duda lo normal es entender la expresión del siguiente modo: <Vete ahora a otros con
HIPÓLITO
219
que huyan de hombres semejantes, pues van de caza
con palabras venerables, aunque maquinan infamias.
(Señalando el cadáver de Fedra.) Ella está muerta.
¿Crees que eso te va a salvar? Es lo que más te tiene
en sus manos, ¡oh tú el más vil de los hombres!
¿Qué juramentos, qué palabras podrían ser más fuer- 960
tes que ella, para que tú pudieras escapar a la acusación? Dirás que la odiabas y que la naturaleza del
bastardo es hostil a los hijos legítimos. Ella ha hecho
un mal negocio de su vida, según tú, si por odio hacia 965
ti perdió lo más querido. ¿Dirás que la pasión amorosa no afecta a los hombres, pero es innata en las
mujeres? Sé yo de jóvenes que no son más fuertes
que las mujeres, cuando Ciprís turba su corazón en
sazón, pero la condición de ser hombre les sirve de 970
magnífico pretexto. Y bien, ¿a qué argumentar contra
tus palabras, en presencia de un cadáver, testigo darísimo? ¡Vete de esta tierra desterrado lo más pronto
posible y no vayas hacia Atenas, fundada por los dioses, ni a los límites de la tierra que mi lanza domina! 975
Pues si, después de la ofensa que me has hecho, voy
a quedar derrotado, Sinis el Istmico ~ nunca me servirá de testigo de que yo lo maté, sino que me jacto
en vano, ni las rocas Escironias ~, que se bañan en
el mar, podrán decir que he sido duro con los mal- 980
vados.
CORIFEO. — No sé cómo podría llamar afortunado
a algún mortal, pues los que estaban en una situación
de privilegio se han derrumbado por completo.
el cuento de que vendes una pureza que se basa en no comer
carne, tú que ahora has cometido el crimen más horrendo contra la carne que puede imaginarse>.
~
Sinis y Escirón son dos bandidos a los que dio muerte
Teseo
~
Las rocas Escironias desde las que Teseo arrojó al mar
al bandido Escirón, del cual tomaron su nombre, están situadas cerca de Mégara.
220
TRAGEDIAS
HIPÓLITO. — Padre, la cólera y la ira de tu corazóu
son terribles. Es’ evidente que tu causa se presta a.
985 bellos argumentos, pero, si alguno la examinara a fo¡i.
do, no sería tan hermosa. Yo no estoy acostumbrado
a hablar ante una multitud Ó~ delante de unos pocos
y de mi edad soy más hábil. Pero esto tiene su exph~
cación: los mediocres a juicio de los entendidos ante
990 la multitud son más hábiles en sus discursos ~. Sm
embargo, es necesario, ante la situación en que me
encuentro, que yo deje suelta mi lengua. Comenzard
a hablar por la primera insinuación que has lanzado
contra mí, pensando que ibas a destruirme sin que
995 yo te replicara. Tú ves la luz y esta tierra: en ellas
no ha nacido hombre más virtuoso que yo, aunque
tú no lo admitas. Sé que lo primero es honrar a los
dioses y poseer amigos que no intentan cometer injusticia, sino que se averguenzan de pedir cosas infamantes a los que con ellos tienen trato a cambio de favoíooo res vergonzosos. No tengo por costumbre ultrajar a
mis amigos, padre, sino que mi amistad es igual, ya
se encuentren cerca de mí o lejos. Y estoy inmune de
aquello en que crees haberme sorprendido: hasta el
día de hoy estoy puro de los placeres carnales. De
ellos no conozco práctica alguna, salvo por haberlos
íoos oído de palabra o haberlos visto en pintura, pues no
ardo en deseos de indagar en ellos, ya que poseo un
alma virgen. Es evidente que no te convence mi virtud,
sea. Tú debes mostrar, por lo tanto, de qué modo me
corrompi.
(Señalando a Fedra.) ¿Acaso su cuerpo era el más
íoío bello de todas las mujeres? ¿O concebí la esperanza
de ser el señor de tu casa, tomando a su heredera
61 Seguramente se refiere Hipólito a su propio conejo y a
las mujeres del Coro.
~
Critica a los demagogos. Observese la cuidada disposición
retórica del discurso de Hipólito.
HIPÓLITO
221
como esposa? Necio hubiera sido, mejor dicho, sin el
menor sentido ~3. ¿ Pretendes argumentar que es agradable mandar? Para los cuerdos en modo alguno, si
es un hecho que el poder personal ha destruido la íoís
razón de los hombres que en él hallaban un placer.
Mi deseo sería triunfar en los certámenes helénicos y,
en un segundo plano, ser siempre feliz en la ciudad
en compañía de amigos excelentes, pues, en tales circunstancias es posible actuar y la ausencia de peligro
proporciona mayor goce que el poder u.
1020
Sólo me queda una cosa que decir, el resto ya lo
sabes. Si yo tuviera un testigo de cómo soy realmente y pudiera defenderme ante ella, porque aún
veía la luz del sol, con una exposición detallada de
los hechos, conocerías a los culpables. Pero ya que no
es posible, te juro por Zeus y por el st~elo de esta 1025
tierra que nunca he tocado a tu esposa, ni podría
haberlo deseado ni concebido la idea. ¡Que perezca
sin fama, sin nombre, sin patria, sin casa y vagando
desterrado por la tierra, que ni la tierra ni el mar 1030
acojan mi cadáver, si yo soy un hombre malvado!
Ahora bien, si ella pereció por temor, no lo sé, pues
no me está permitido hablar más ~. Ella se comportó
con sensatez, aunque la había perdido, y nosotros que 1035
la poseemos no hacemos un buen uso de ella.
Alusión a la circunstancia de que el derecho ático excluía
totalmente de la sucesión a los hijos bastardos y, por eso,
HipÓlito, aun en el caso de haberse unido a Fedra, no habría
podido recibir la herencia de su padre Teseo, por lo menos
legalmente.
u Obsérvese lo próximas que están estas palabras a un ideal
de vida retirado de la participaciÓn política, que en el siglo iv
será buscado, sobre todo, por epicúreos y cínicos.
65 Ya que ha hecho a la nodriza el juramento de no revelar
el secreto.
222
TRAGEDIAS
CORIFEO. — Has hablado lo suficiente para rechaz
la acusación, aduciendo juramentos por los diose~
garantía no pequena.
TESEO. — ¿No es éste un charlatán y un imposto¡~
1040 que está convencido de que vencerá a mi alma con ma
suavidad, a pesar de haber deshonrado a su
HIPÓLITO. — Voy a decirte lo que más me extra~u
de tu actitud, padre: si tú fueras mi hijo y yo tu
padre, te hubiera matado y no te habría castigado
con el destierro, si realmente estuviera convencido ds
que habías tocado a mi esposa.
1045 TESEO. — ¡Qué castigo más digno de ti invocasí
Pero no morirás así de fácil, de acuerdo con la le,r
que tú te impones a ti mismo —una muerte rápida
es más ligera para un impío—, sino vagando, errante
en el exilio, lejos de tu tierra patria, [soportarás ea
loso tierra extranjera una vida dolorosa, pues ésa es la.
paga que se merece un impío].
HIPÓLITO. — ¡Ay de mi! ¿Qué vas a hacer? ¿No vas
a esperar que el tiempo me acuse, sino que vas a
expulsarme de esta tierra?
TESEO. — Más allá del mar y de los confines del
Atlas, si me fuera posible. ¡Tal es mi odio hacia ti!
1055 HIPÓLITO. — ¿Sin examinar la garantía de mi juramento ni las respuestas de los adivinos, vas a expulsarme de esta tierra sin juicio?
TESEO. — Esta tablilla que tengo en mis manos, que
no admite interpretaciones ambiguas, te acusa de un
modo seguro; en cuanto a las aves que revolotean
por encima de nuestras cabezas las mando a paseo “lo6o HIPÓLITO. — Oh dioses! ¿Por qué no dejo hablar
libremente a mi boca, ya que muero por vosotros 1
“ Ataques contra el arte adivinatoria, que se basaba en la
interpretación del vuelo de las aves. Una prueba más de 1*
fama de racionalista de que gozó Eurípides entre sus coetáneos.
HIPÓLITO
223
quienes reverencio? No lo haré. Haga lo que haga,
no podría convencer a quienes debiera y rompería en
vano los juramentos que he jurado.
TESEO. — ¡Ay de mí, cómo me mata tu piedad! ¿No ío~s
te irás lo más rápido posible de esta tierra patria?
HIPÓLITO. — ¿A dónde me dirigiré, desdichado? ¿En
casa de qué huésped hallaré acogida, desterrado por
una acusación semejante?
TESEO. — En la de aquel que se goce acogiendo a
seductores de mujeres como huéspedes y colaboradores de sus infamias.
Híi~’ÓLíTo. — ¡Ay, ay, me has alcanzado el corazón y 1070
estoy a punto de llorar, si tengo la apariencia de un
malvado y tú lo crees!
TESEO. — Entonces deberías haber llorado y haberte
dado cuenta, cuando te atreviste a violar a la esposa
de tu padre.
HIPÓLITO. — ¡Oh casa, si pudieras cobrar voz y
atestiguar si soy un hombre vil! 1075
TESEO. — Te refugias con habilidad en testigos mudos, pero los hechos sin palabras denuncian tu infamia.
HIPÓLITO. — ¡Ay, si pudiera mirarme cara a cara
para llorar la desgracia que me abruma!
TESEO. — Te has ejercitado mucho más en rendirte 1080
culto a ti mismo que en ser piadoso con tus padres,
como era tu deber.
HIPÓLITO. — ¡Oh madre desdichada, oh amargo nacimiento! ¡Que ninguno de mis amigos sea un bastardo!
TESEO. — (A su escolta.) ¿No lo expulsáis, servidores? ¿No habéis oído hace tiempo que yo he decre- íoss
tado su destierro?
HIPÓLITO. — Si alguno de ellos me pone las manos
encima, lo vas a sentir. Expúlsame tú mismo del país,
Si es tu deseo.
224
TRAGEDIAS
TESEO. — Lo haré, si no haces caso a mis palabras
pues ninguna piedad me inspira tu destierro.
ío~o HIPÓLITO. — Está decidido, según veo, ¡desdicha<i<.
de mi! ¡Conozco la verdad y no sé cómo revelarla’
(Dirigiéndose a la estatua de Artemis.) ¡Oh la más
querida para mí de las divinidades, hija de Leto, conj.
pañera de mi existencia y de mis cacerías, soy deste.
1o9s rrado de la ilustre Atenas! ¡Adiós, ciudad y tierra de
Erecteo! ¡Oh llanura de Trozén, cuántas alegrías proporcionas a la juventud, adiós! Es la última vez que
te veo y que te dirijo mis palabras.
(A sus compañeros.) ¡Vamos, jóvenes compañeros
de esta tierra, dadme vuestro adiós y acompañadme
íioo fuera del país! ¡Nunca veréis a un hombre más virtuoso, aunque mi padre no lo crea! (Sale.)
CoRo.
Estrofa l.~ 67~
Mucho alivia mis penas la providencia de los diolíos ses, cuando mi razón piensa en ella, pero, aunque
guardo dentro de mí la esperanza de comprenderla,
la pierdo al contemplar los avatares y las acciones de
los mortales, pues experimentan cambios imprevisibles
ilto y la vida de los hombres, en perpetuo peregrinar, es
siempre inestable.
Antistrofa l..
¡Que el destino procedente de los dioses se digne
conceder a mis súplicas fortuna con prosperidad y un
tus corazón exento de dolores! ¡Y que niis pensamientOs.
no sean demasiado rígidos ni acuñados con metal de
67 El uso frecuente del masculino ha inducido a MURRAY 8
asignar las dos estrofas en que aparecen a un coro de caZa-
dores y las otras dos, a un coro de mujeres. Pero ello nO
parece un motivo suficiente para adoptar esa dicotomía.
HIPÓLITO
225
mala ley! ~. ¡Pueda yo ser siempre feliz, adaptando con
facilidad mí forma de ser al nuevo día que amanece!
Estrofa 2.~.
Ya no tengo una mente serena, contemplando como
estoy lo inesperado, desde que al astro de Atenas 69, el 1121
más resplandeciente de Grecia, lo hemos visto con
nuestros propios ojos arrojado a una tierra extranjera 1125
por la cólera de su padre. ¡Oh playas de la costa de mi
patria y encinar del monte, donde él daba muerte a
las fieras, persiguiéndolas con perros de patas veloces,
en compañía de la augusta Dictina! 1130
Antistrofa 2.~.
Ya no montarás en el carro de potros vénetos,
ocupando el hipódromo de la costa con las pezuñas
de tus ejercitados caballos. Tu Musa, insomne ~ bajo 1135
el caballete de la lira, cesará de sonar en ‘la casa paterna. Sin coronas estarán los lugares en que reposa
la hija de Leto entre la profunda verdura. Con tu des- 1140
tierro ha muerto la rivalidad de las doncellas [en porfía] de tu matrimonio.
Epodo”
Y yo por tu desgracia soportaré entre lágrimas un
destino insufrible. ¡Madre desdichada, concebiste sin 1145
provecho! ¡Me indigno contra los dioses! ¡Ay, ay, GraEsta bella metáfora pretende reflejar que sus pensamien.
tos, por su rigidez, pueden ser susceptibles de reproche y rechazados, igual que no se admite una moneda falsa o que tiene
alterada su aleación.
~
Ese astro es naturalmente HipÓlito.
‘~ La Musa de Hipólito es insomne, porque no deja de inspirarlo nunca.
11 Aunque no este especificado en la edición de MURRAY,
Parece que la parte final de este coro debe de ser el Epodo,
Si bien hay muchos problemas respecto a quién lo entona,
Cuestiones éstas en las que no podemos entrar.
226
TRAGEDIAS
cias uncidas! 72~ ¿Por qué enviáis fuera de la tierru
1150 paterna y de su casa a este infeliz, inocente como es
de esta calamidad?
CoRIFEO ~ — Veo a un compañero de Hipólito que,
con la mirada sombría, se precipita veloz en palacio.
MENSAJERO. — ¿Dónde podría encontrar a Teseo, rey
ííss de este país, mujeres? Indicádmelo, si lo sabéis. ¿Está
dentro de palacio?
CORIFEO. — Ahí lo tienes en persona saliendo de la
casa.
MENSAJERO. — Teseo, la noticia que te traigo es
digna de preocupación para ti y para los ciudadanos
que habitan la ciudad de Atenas y los confines de la
tierra de Trozén.
1160 TESEO. — ¿Qué ocurre? ¿Alguna nueva desgracia se
ha abatido sobre estas dos ciudades vecinas?
MENSAJERO. — Hipólito ya no existe, por así decirlo.
Ve aún la luz, pero su vida está pendiente de un
hilo ~
TESEO. — ¿Quién lo mató? ¿Alguien llevado por el
1165 odio, por haber violado a su esposa, como a la de su
padre?
MENSAJERO. — Su propio carro lo ha matado y las
maldiciones de tu boca que habías dirigido a tu padre,
señor del mar, contra tu hijo.
72 Las Cárites, en griego, o Gracias, en latín, son divinidades de la belleza y la fecundidad. Son hijas de Zeus y se las
representa como tres jÓvenes desnudas unidas por los hombros. de aquí su epíteto ~uncidas,. en el original griego. Sus
nombres son EufrÓsine (Alegría). Talía (Floración) y Aglae
(Resplandor).
~3 Aunque la edición de MURRAY no indica quién recita estos
dos versos, la mayoría de los editores se los atribuyen al
Corifeo.
74 En el original griego no dice textualmente eso, sino que
se emplea una metáfora en relación con la balanza: ,,Depende
de una pequeña inclinaciÓr» (para alcanzar la muerte, se sobreentiende).
HIPÓLITO
227
TESEO. — ¡Oh dioses, oh Posidón, cuán -verdaderS
mente eres mi padre, ya que oíste mis maldicioneS1 1170
(Al mensajero.) ¿Cómo murió? Habla. ¿De qué modo
le golpeó el mazazo de la justicia, por habe rme ultrajado?
MENSAJERO. — Nosotros, junto a la costa, abrigo de
las olas, peinábamos con cardas la crin de los caballoS
entre sollozos, pues alguien vino trayendo la noticia 1175
de que Hipólito ya no pondria más el pie en esta tierra,
castigado por ti a un doloroso destierro. Y él misn3O
llegó a la orilla, acompañando con su canto de lágttmas al nuestro. Innumerable compaina de 1 óvenes d~ 1180
su edad le seguía. Por fin, poco después, c esando et1
sus sollozos, dijo: <¿A qué continuar mis lamentos?
Tengo que obedecer las palabras de mi padre. Engatl
chad a mi carro los caballos que se pliegax~i al yugO~
servidores, pues esta ciudad ya no es la míab.
Nada más recibir la orden, todos nos aWresurába- 1185
mos y en menos tiempo de lo que cuesta decirlo llevamos los caballos preparados junto a nuestro señor~
Y él con la mano aferra las riendas, cogiémdolas del
parapeto, ajustando él mismo los pies a lcbs estribOS
y, extendiendo sus manos, comenzaba a suplicar a 105 1190
dioses: <¡Zeus, que muera, si soy un malvado, y que
mi padre vea cómo me ha deshonrado, bien esté
muerto o contemple la luz del sol! » Despues de esta
súplica, tomando en sus manos el aguijón,. fustigó a 1195
los caballos con un solo golpe y nosotros los servidores, al pie del carro, junto a las riendas, seguíamoS
a nuestro Señ9r por el camino que conduce derecho a
Argos y Epidauro.
Después llegábamos a un paraje desierto., en donde,
más allá de esta tierra, una costa escarpada, se e% 1200
tiende hacia el golfo Sarónico ~. De allí surgió Un
7~ Entre el Ática y la Argólida.
228
TRAGEDIAS
rumor de la tierra, cual rayo de Zeus, profundo br..
mido, espantoso de o¡r. Los caballos enderezaron sus
cabezas y sus orejas hacia el cielo y un fuerte temor
1205 se apoderaba de nosotros al buscar de dónde procedí.
el ruido. Y mirando a las costas azotadas por el mar,
vimos una ola enorme que se levantaba hacia el cielo1
hasta el punto de impedir a mis ojos ver las costas de
Escirón y ocultaba el Istmo y la roca de Asclepio iB
1210 Y luego, hinchándose y despidiendo en derredor espu..
ma a borbotones por el hervor del mar ~, llega hasta
la costa en donde estaba la cuadriga. Y en el momento de romper con estruendo, la ola vomitó un toro,
1215 monstruo salvaje. Y toda la tierra, al llenarse de su
mugido, respondía con un eco tremendo. A aquellos
que la veían la aparición resultaba insoportable a su
mirada. Al punto un miedo terrible se abate sobre los
caballos. Nuestro amo, muy práctico en la forma de
1220 comportarse de los mismos, agarra las riendas con
ambas manos y tira de ellas, como un marinero tira
hacia la empuñadura del remo, echando todo el peso
de su cuerpo hacia atrás al tirar de las correas. Y las
yeguas, mordiendo el freno forjado a fuego con las
quijadas, se lanzan con ímpetu, sin preocuparse de la
1225 mano del piloto, ni de las riendas ni del carro bien
ajustado. Y si, dirigiendo el timón78 hacia la llanura,
conseguía enderezar la carrera, el toro se ponía delante
haciéndole dar la vuelta, enloqueciendo a la cuadriga
1230 de temor. Mas si, despavoridas en su ánimo, se lanza-
76 Se refiere al promontorio de Epidauro. en donde estaba
situado el templo de Asclepio.
77 La hinchazón de las olas y la espuma que desprende se
compara con un hervor que se origina por cocción.
~
Todo este bello pasaje descriptivo se apoya en la comparación metafórica entre un auriga y un piloto de una nave.
De aquí la peculiaridad del vocabulario, eminentemente marinero.
HIPÓLITO
229
ban hacia las rocas, acercándose en silencio seguía al
parapeto del carro, hasta que le hizo perder el equilibrio y volcó, lanzando la rueda del carro contra una
roca. Todo era un montón confuso: los cubos de las 1235
ruedas volaban hacia arriba y los pernos de los ejes,
y el mismo desdichado, enredado entre las riendas,
es arrastrado, encadenado a una cadena inextricable,
golpeándose en su propia cabeza contra las rocas y
desgarrando sus carnes, entre gritos horribles de escuchar: «¡Deteneos, yeguas criadas en mis cuadras, no 1240
me quitéis la vida! ¡Oh desdichada maldición de mi
padre! ~. ¿Quién quiere venir a salvar a este hombre
excelente?» A pesar de que muchos lo pretendíamos,
llegábamos con pie tardío. Pero él, liberándose de la
atadura, de las riendas, hechas de recortes de cuero, 1245
no sé de qué modo, cae al suelo, respirando aún un
débil hálito de vida; los caballos y el monstruo desdichado del toro desaparecieron no sé en qué lugar
de las rocas.
Yo soy un esclavo de tu palacio, señor, pero yo 1250
nunca podré creer que tu hijo es un malvado, ni aunque la raza entera de las mujeres se ahorcara, ni
aunque alguien llenara de incisiones acusadoras todos
los pinares del Ida ~, pues sé bien que es un hombre
noble.
CORIFEO. — ¡Ay, ay, se han consumado nuevas des- 1255
gracias y no hay posibilidad de liberarse del destino!
TESEO. — Por odio al que ha sufrido estas desgracias
sentí alegría ante tus palabras, mas ahora, por santo
~
Todos los comentaristas destacan la imposibilidad de que
Hipólito conociera la maldición de su padre. Ello se debe
seguramente a una negligencia del poeta.
80 Puesto que Fedra era cretense, podria uno pensar que el
poeta se refiere a los pinos del monte Ida de Creta, pero los
comentaristas estiman que se hace referencia a la cadena montañosa de la Tróade del mismo nombre, familiar al auditorio
por los poemas homéricos.
230
TRAGEDIAS
1260 temor, a los dioses y a aquél, que es mi hijo, ni ~
alegro ni me entristezco con sus desgracias.
MENSAJERO. — ¿Y ahora? ¿Debemos traerlo aquí o
qué haremos con el infeliz para agradar a tu corazón?
Piénsalo, pero si quieres tener en cuenta mis consejos,
no deberías ser cruel con tu infortunado hijo.
1265 TESEO. — Traedlo para que, viendo con mis ojos al
que ha negado mancillar mi lecho, mis palabras y
el castigo de los dioses prueben su crimen.
CoRo.
Tú sometes el corazón indomable de los dioses y
1270 de los hombres, Cipris, y con tigo el de alas multicolores 81, asediándolos con rápido vuelo. Él revolotea
sobre la tierra y el sonoro mar salino. Eros encanta
1275 a aquel sobre cuyo corazón enloquecido lanza su ataque con sus alas doradas; a las fieras de los montes y
de los mares y a todo lo que la tierra nutre y contemplan los aidientes rayos del Sol, y también a los hom1280 bres, pues tú eres la única, Cipris, que ejerces sobre
todos una majestad de reina.
Encima de palacio aparece Árternis
con el arco y las flechas.
ARTEMIS. — Te ordeno que me escuches, ilustre hilo
1285 de Egeo. Te habla Artemis, hija de Leto, Teseo. ¿Por
qué te alegras, infeliz, de haber matado impíamente a
tu hijo, habiendo creído en inciertas acusaciones, por
las engañosas palabras de tu esposa? A la luz ha salido
1290 tu locura. ¿Cómo no ocultas bajo las profundidades de
la tierra tu cuerpo cubierto de verguenza o te remontas cual ave, cambiando de forma de vida, para huit
de esta desgracia? Entre la gente de bien, al menos,
1295 no hay ya lugar posible para tu vida.
SI Es un epíteto que designa a Eros.
HIPÓLITO
231
Escucha, Teseo, cómo han sobrevenido tus males,
aunque no voy a remediar nada y sólo dolor voy a
causarte; pero he venido para mostrarte que el corazón de tu hijo era justo, a fin de que muera con gloria,
y la pasión amorosa de tu esposa o, en cierto modo, 1300
su nobleza. Ella, mordida por el aguijón de la más
odiada de las diosas para cuantas como yo hallamos
placer en la virginidad, se enamoró de tu hijo. Y, aunque intentó con su razón vencer a Cipris, pereció, sin 1305
quererlo, por las artimañas de su nodriza, que indicó
su enfermedad a tu hijo, obligándole con un juramento. Y él, como hombre justo, no hizo caso de sus
consejos ni, a pesar de ser injuriado por ti, quebrantó
la fe de su juramento, pues era piadoso. Y ella, teme- 1310
rosa de ser cogida en su falta, escribió una carta engañosa y perdió con mentiras a tu hijo, pero, aun así,
consiguió convencerte.
TESEO. — ¡Ay de mí!
ARTEMIS. — ¿Te muerden mis palabras, Teseo? Tranquilízate, aún gemirás más oyendo lo que sigue: ¿Sabes 1315
que poseías tres maldiciones claras de tu padre? Una
de ellas la has lanzado, desdichado de ti, contra tu
propio hijo, siéndote posible lanzarla contra un enemigo. Tu padre, señor del mar, con buena intención te
concedió lo que debía, pues te lo había prometido.
Tú, ante aquél y ante mí, te muestras como un mal- 1320
vado, pues no esperaste la confirmación y las palabras
de los adivinos, ni a tener una prueba; ni concediste
mayor tiempo a la indagación, sino que lanzaste la
maldición contra tu hijo más rápido de lo que debías
y lo mataste.
TESEO. — ¡Señora, quisiera morir!
ARTEMIS. — Has cometido una acción terrible, mas,
Sin embargo, aún puedes alcanzar el perdón por ella. 1326
Cipris fue la que quiso que ello sucediera, para saciar
su ira. Así es la ley entre los dioses: nadie quiere
232
TRAGEDIAS
1330 oponerse al deseo de la voluntad de otro, sino que
siempre cedemos. Ten en cuenta lo siguiente: si ~
hubiera sido por temor a Zeus, yo no hubiera llegado
al punto de ignominia de dejar morir al hombre al
que, de todos los mortales, profesaba más afecto. Ea
1335 cuanto a tu falta, el desconocimiento es la primera
excusa de tu culpa y, además, el hecho de que tu esposa, con su muerte, destruyó toda prueba basada ea
las palabras, hasta el punto de llegar a persuadir tu
mente.
A ti es a quien más afecta el estallido de esta desgracia, pero yo también siento dolor. Los dioses no
1340 se alegran de la muerte de los piadosos, pero a loa
malvados los destruimQs con sus hijos y con sus casas.
CORIFEO. — He aquí que avanza el desdichado, manchado en su carne joven y en su rubio cabello. ¡Oh
1345 desventura de la casa, qué doble infortunio se ha cumplido en palacio, enviado por los dioses! (Hipólito aparece cubierto de sangre en brazos de sus compañeros.)
HIPÓLITO. — ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Desdichado de mí! ¡Me
ha arruinado la injusta maldición de un padre injustol
1350 ¡Estoy muerto, desdichado, ay de mí! Los dolores
traspasan mi cabeza, la convulsión se lanza sobre ml
cerebro. (A los sirvientes que lo acompañan.) Párate,
deseo descansar mi cuerpo destrozado. (Los servidores
íass se detienen.) ¡Ay, ay, odioso carro de caballos, alimento de mi propia mano, me has aniquilado, me has
matado! (A los servidores que continúan la marcha.>
¡Ay, ay, por los dioses, con suavidad tocad con VUeS13W tras manos, siervos, mi cuerpo lacerado! ¿Quién se
detenido a mi lado derecho? Levantadme con cuidado,
arrastrad al unísono al desdichado, maldito por el
extravio de su padre. Zeus, Zeus, ¿ves mi situación?
1365 Yo el santo y el devoto de los dioses, yo que avent
jaba a todos en virtud, desciendo hacia el inevita
Hades, habiendo destruido por completo mi vida;
HIPÓLITO
233
vano practiqué entre los hombres las penosas obligaciones de la piedad. (Se le extiende 50bre un lecho.)
¡Ay, ay, vuelve el dolor, me vuelve! ¡Ve jadme a mi, 1370
desdichado! ¡Ojalá me venga la Muerte Sanadora! ~.
¡Acabad conmigo, matad al infortunado! ¡Deseo una 1375
lanza de doble filo, para clavármela y sumir mi vida
en un sueño! ¡Oh funesta maldición de mi padre! De
parientes manchados por el crimen y de antepasados 1380
antiguos arranca mi desgracia y no se demora. Se ha
abatido sobre mí, ¿por qué sobre un inocente de toda
culpa? ¡Ay de mí, ay! ¿Qué haré? ¿Cónio liberaré mi
vida de este sufrimiento insoportable? ¡Ojalá me dur- 1386
miera, desdichado, el negro y sombrío imperio de
Hades!
ARTEMIS. — ¡Desdichado, qué desgracias te han subyugadol La nobleza de tu corazón te ha perdidO. 1390
HIPÓLITO. — ¡Oh, oh oloroso efluvio div’inoI Incluso
entre mis males te he sentido y mi cuerpo se ha aliviado. En estos lugares se encuentra la diosa Artemis.
ARTEMIS. — ¡Desdichado, aquí está la que más te
quiere de las diosas!
HIPÓLITO. — ¿Ves, señora, en qué situación me en- 1395
cuentro, miserable de mi?
ARTEMIS. — Te veo, pero no está permitido a mis
ojos derramar lágrimas.
HIPÓLITO. — Ya no vive tu cazador, ni tu siervo...
ARTEMIS. — No en verdad, pero mi amor te acompaña en tu muerte.
HIPÓLITO. — Ni el que cuidaba tus caballos ni el
guardián de tus estatuas.
ARTF.MIS. — La malvada Cipris así lo tramó.
1400
‘~ .Sanador’ es el epíteto común de Apolo, considerado médico de los dioses y de los hombres, pero aquí se aplica a la
Muerte (masculino en griego), que, para Hipólito. en esos momentos, es su salvación.
234
TRAGEDIAS
HIPÓLITO. — ¡Ay de mí, bien comprendo qué dio,.
me ha destruido!
ÁRTEMIS. — Se disgustó por tu falta de conside~.ación y te odió por tu castidad.
HIPÓLITO. — Ella sola nos perdió a nosotros tres,
bien lo ves.
ARTEMIS. — Sí, a tu padre, a ti y a su esposa.
1405 HIPÓLITO. — Lloro también las desgracias de ¡ni padre.
ARTEMIS. — Fue engañado por los designios de una
divinidad.
HIPÓLITO. — ¡Oh desdichado por tu desgracia, padre!
TESEO. — Estoy muerto, hijo, y no tengo alegría de
vivir.
HIPÓLITO. — Lloro más por ti que por mí, a causa
de tu error.
1410 TESEO. — ¡Ay si pudiera estar muerto en tu lugar,
hijo!
HIPÓLITO. — ¡Oh amargos dones de tu padre Posidón!
TESEO. — ¡Que nunca debían haber llegado a mis
labios!
HIPÓLITO. — ¿Y qué?, del mismo modo me habrías
matado, tan encolerizado como estabas entonces.
TESEO. — Los dioses me habían arrebatado la razón.
1415 HIPÓLITo. — ¡Ay, si la estirpe humana pudiera maldecir a los dioses!
ARTEMIS. — Déjalo ya, pues ni siquiera bajo la tiniebla de la tierra 83 quedarán impunes los golpes de
cólera que cayeron sobre tu cuerpo por voluntad de
1420 la diosa Cipris, debido a tu piedad y sensatez. Yo, con
mi propia mano, al mortal que a ella le sea más querido castigaré con mis dardos inevitables. Y a ti, des83 Es decir, aunque tu te encuentres muerto.
HIPÓLITO
235
dichado, en compensación de tus males, te concederé
los mejores honores en la ciudad de Trozén. Las mu- í~~s
chachas, antes de uncirse al yugo del matrimonio,
cortarán sus cabellos en tu honor y durante mucho
tiempo recibirás el fruto del dolor de sus lágrimas.
Inspirándose en ti las virgenes compondrán siempre
sus cantos y el amor que Fedra sintió por ti no caerá 1430
en el silencio del olvido.
Y tú, hijo der anciano Egeo, coge a tu hijo en tus
brazos y estréchalo contra tu pecho, pues lo mataste
contra tu voluntad. Es natural que los humanos se
equivoquen, cuando lo quieren los dioses. A ti te acon- 1435
sejo que no odies a tu padre, Hipólito, pues conoces
el destino que te ha perdido.
Y ahora, adiós, pues no me está permitido ver cadáveres ni mancillar mis ojos con los estert~res de los
agonizantes y veo que tú estás ya cerca de ese trance.
HIPÓLITO. — ¡Parte tú también con mis saludos, 1440
doncella feliz! Con facilidad abandonas mi largo trato.
Destruyo el resentimiento contra mi padre, según tu
deseo, pues antes también obedecía a tus palabras.
¡Ay, ay, sobre mis ojos desciende ya la oscuridad!
¡Cógeme, padre, y endereza mi cuerpo! 1445
TESEO. — ¡Ay de mí, hijo!, ¿qué haces conmigo,
desdichado de mí?
HIPÓLITo. — Estoy muerto y veo las puertas de los
infiernos.
TESEO. — ¿Vas a dejar mi mano impura?
HIPÓLITO. — No, tenlo por seguro. Yo te libero de
este crimen.
TESEO. — ¿Qué dices? ¿Me liberas de mi delito de 1450
sangre?
HIPÓLITO. — Te pongo por testigo a Artemis, la que
subyuga con su arco.
TESEO. — ¡Hijo queridísimo, qué noble te muestras
con tu padre!
1
E’
236
TRAGEDIAS
HIPÓLITO. — ¡Pide que tus hijos legítimos sean semejantes a mí!
TESEO. — ¡Ay de mí, corazón piadoso y bueno!
us., HIPÓLITO. — ¡Adiós, adiós una vez más, padre nilo!
TESEO. — ¡No me abandones, hijo, haz un esfuerzo!
HIPÓLITO. — Mis esfuerzos han terminado: estoy
muerto, padre. Cúbreme el rostro lo más rápido que
puedas con un manto. (Muere.)
TESEO. — ¡Ilustres confines de Atenas y de Palas U,
í~o qué hombre habéis perdido! ¡Oh desdichado de mí!
¡Cuántas veces voy a recordar los sufrimientos que
me has enviado, Cipris!
CORO. — Este dolor comán llegó inesperadamente a
todos tos ciudadanos. Será arroyo de infinitas lágrimas.
1465 Las noticias luctuosas, cuando se refieren a los poderosos, más tiempo ejercen su poder.
54 Casi todos los críticos consideran sospechoso este verso
por lo ilógico de la expresión <de Atenas y de Palas..
ANDRÓMACA
INTRODUCCIÓN
Eurípides introduce en esta tragedia algunas innovaciones en el tratamiento de la tradición épica. Así,
es Orestes, primer prometido de Hermione, quien
mata a Neoptó~emo. Por otra parte, el cadáver de
éste es llevado de Delfos a Ptía y desde aquí, de
nuevo, a Delfos. La figura de Neoptólemo es rehabilitada, pues muere víctima de un ultraje, no ya a causa
de su insolencia.
El tema central es la guerra de Troya considerada
como causa y comienzo de tantos desastres. Podemos
distinguir tres partes. En la primera, el centro de
interés es Andrómaca (vv. 1-463 y 501-765). Como temas
centrales están la envidia de Hermione y el peligro
que corre Andrómaca. La protagonista se enfrenta con
Hermione en el primer episodio y con Menelao en el
segundo.
En la segunda parte aparece Hermione arrebatada,
histérica, por lo que ha tratado de hacer. La aparición de Orestes es también importante. En cambio,
Andrómaca no vuelve a aparecer después del y. 765.
Por último, desde el y. 1047 desaparece Hermione.
Acomete la muerte de Neoptólemo y aparece Tetis
resolviendo la situación.
Las tres partes tienen una clara conexión temática.
Forman un todo coherente. Todo esto nos lleva a
hablar un poco de la finalidad de la obra.
240
TRAGEDIAS
Por un lado, se ha creído que su objetivo era
político: atraerse en favor de Atenas, frente a Esparta
a Táripe, rey de los molosos 1, Otros, han visto en la
tragedia un ataque contra la mentalidad espartana 2,
llena de arrogancia, traición e impiedad, que estarían
representadas, respectivamente, por Hermione, Menelao y Orestes. Hay quien ha pensado que el propósito
del autor era poner de relieve la desastrosa guerra de
Troya, que, partiendo de un motivo nimio, tuvo espantosas consecuencias ~. No ha faltado quien opinara que
lo que se pretende demostrar es la necesidad de la
moderación —sOphrosyn~— en todo momento, y, asimismo, los funestos resultados del exceso —h~brjs—.
Andrómaca, entonces, sería como la encamación de
una mujer que ha sufrido mucho, pero que ha sabido
mantener en cada momento la virtud —aret*— y la
moderación ~ de ánimo en las circunstancias más adversas.
Hay motivos para pensar que la tragedia fue representada entre 430 y 421 ~, aunque las alusiones de las
que se puede deducir la fecha son demasiado vagas e
inciertas. Por razones métricas6 se la sitúa entre Hipólito (428) y Troyanas (415), en compañía de Hécuba
y Suplicantes. Resultaría el año 425 como el más probable ~. Por razones estilísticas se la sitúa en una fecha
5.
ROBERTSON, cEuripides and Tharyps., Class. Rey. 37
(1923), 58-60.
2 H. D. Krr¡o, Greek Tragedy, 3.’ cd., Londres, 1961, pág. 228.
3 K. M. AI.nnsam, The Andromache 01 Euri pides, Unív. of
Nebraska, 1961.
4 3. Rimaxio, ob. cii., 92 y sigs.
3 TOVAR, ob. cii., págs. 101-103, y RIBEIRo, ob. cii., 47.48.
6 STEVEMS, ob. cit., pág. 18.
7 T. Zxm.xNsxx, Tragodoumenon libri tres (II, De irimetrí
Euriindei evolutione), Cracovia, 1925.
ANDRÓMACA
241
posterior al 428, e, incluso, después del desastre de
Anfípolis (422)~.
En cuanto al lugar de representación, es imposible
afirmar con certeza si fue en Molosia o en Argos, como
se ha pensado, donde se representó por primera vez
Estructura esquemática de la obra
PRÓLOGO. La protagonista expone la situación en que se encuentra a causa de los celos que le tiene la estéril
HLrmíone (Vv. 1-55). Una esclava troyana le dice a Andrómaca que van a descubrir a su hijo. Esta la manda en
busca de Peleo (vv. 56-102). Andrómaca carita una elegía,
única en su género (vv. 103-116).
PÁRoDo. En dos estrofas y sus correspondientes antistrofas el
coro se presenta y exhorta a Aridrómaca a entregarse
(vv. 117-146).
EPisoDio 1.0. Hermione discute con And~ómaca. Se enfrentan
dos maneras de ser muy distintas: orgullo, lujo y poder,
frente a los razonamientos apasionados de la cautiva
(Vv. 147-273).
E5T~SIMO lo. El Coro habla de las desgracias que supuso el
juicio de Paris. Se compone de dos estrofas y dos antistrotas (Vv. 274-308).
Episooío 2.0. Menelao se apodera del niño. Andrómaca se ve
forzada a salir del lugar sagrado donde se había refugiado, al darle a escoger Menelao entre su vida o la de
su hijo. Menelao se nos muestra con un cinismo brutal.
No siente escrúpulos por mentir y traicionar a la esclava
(Vv. 309463).
EsTásíMo 2.0. El Coro habla de los problemas que plantea el
matrimonio con dos mujeres. En general, se alaba el
& M. FERMANDEZ-GAI.IANO, <Estado actual de los problemas de
cronología curipidea», Actas III Congreso Español de Estudios
Cló.sicos, Madrid, 1968, 1, 342-343, se inclina por el año 427.
9 A. GARZYA, <La data e il luogo di rapprezantazione dell’
Andromaca di Euripide<. Giorn. Filol. 5 (1952), 346-366.
242
TRAGEDIAS
mando de uno solo. Consta de dos estrofas y dos antistrofas (Vv. 463493).
E~ssooso 3•o• Es introducido por unos anapestos del Coro (versos 494-500). Tenemos, luego, una parte lírica —mélos apó
skénés— en que se lamentan Andrómaca y su hijo, con
la réplica, llena de dureza, de Menelao (Vv. 501-544). Sigue
la disputa —agOn— entre el viejo Peleo y Menelao. Se
echan mutuamente en cara la culpa de la guerra de Troya.
Menelao se retira (Vv. 545-765).
E~isooso 3•o• El Coro recuerda las hazañas de Peleo. Se compone de estrofa, antistrofa y epodo (vv. 766-801).
E~rsooso 4•o• La nodriza relata la desesperación de Hermione
(Vv. 802-824). Sigue un diálogo lírico-epirremático (amoibaion) en el que Hermione expresa su desesperación (en
metros líricos) y la nodriza trata de serenaría (en tríme-
tros yámbicos) (vv. 825-865). La nodriza insiste en que
se calme (vv. 866-878). Pasamos a un diálogo entre Hermione y Orestes, que la convence para que se vaya con
él (Vv. 879-1008).
EsT~ssMo 4•o• Compuesto de dos estrofas y sus antistrofas. El
Coro invoca a Febo, que, tras intervenir en la construcción de las murallas de Troya, abandonó la ciudad. Nos
recuerda las calamidades que ocurrieron después (versos
1009-1046).
~xooo. Peleo trata de informarse de lo que pasa. El Corifeo
le cuenta la partida de Hermione y Orestes y el peligro
que corre Neoptólemo (Vv. 1047-1069). Un mensajero informa sobre lo que le ha ocurrido a éste (Vv. 1070-1165).
El Coro canta en anapestos al ver el cadáver de Neoptólemo (Vv. 1166-1172), cuya muerte lamenta al lado de Peleo
—kommos— (Vv. 1173-1225). Siguen otros anapestos del
Corifeo (vv. 1226-1230), que nos preparan la aparición de
Tetis, como dea ex machina, en el epílogo (vv. 1226-1288),
cuando le da a Peleo las órdenes precisas. Termina la
tragedia con una breve intervención del Coro, que se
despide con los mismos anapestos con que acaban Alcestis,
Helena, Lis Bacantes y Medea (Vv. 1284-1288).
ARGUMENTO’0
1
Neoptólemo, habiendo recibido en Troya, coxll0
botín, a Andrómaca, esposa de Héctor, tuvo un hij0
de ella. Más tarde tomó por esposa a Hermione, ¡a
hija de Menelao. Habiendo pedido antes justicia a
Apolo de Delfos por la muerte de Aquiles, regre56
de nuevo hacia el oráculo, para aplacar al dios. L~
reina, celosa de Andrómaca, maquinaba la muerte
‘o
El primer argumento pertenece a un tipo común que
aparece en muchas tragedias de Eurípides. Consiste en un
resumen sobre la situación y otro sobre la acción, sin Jar
indicaciones de cómo las resuelve el dramaturgo. Estos reSumenes fueron tomados al parecer de una colección de <Cuent05
de Euripides. compuesta en el siglo x a. C., probableme0tC.
El segundo argumento corresponde al tipo atribuido a
tófanes de Bizancio. Eran prólogos, no argumentos, que prCCC
dían a las ediciones de las tragedias. Conservamos nueve de
esta clase que acompañan a otras tantas obras de EurípidC5.
Daban una información concisa sobre el argumento, lugar de
la acción, composición del Coro, intérpretes del prólogo, fecha.
puesto que obtuvo en el certamen. A este propósito se crec
que la frase del argumento que nos ocupa que reza así: to de
dráma tón deutérón, no quiere decir <de segunda clase., .~c~3íegoría<, sino <del segundo grupo< en sentido cronológico, ?
<de las que obtienen el segundo premia<. Contradice esta
nión el hecho de que normalmente se decía: prótos (el 1.0),
deuteros (el 2.0), tritos (el 3.o) seguido del nombre del autor
dramático correspondiente.
244
TRAGEDIAS
contra ella, después de mandar llamar a Menelao.
Andrómaca había puesto a buen recaudo a su hijito.
y, personalmente, acudió a refugiarse al santuario de
Tetis. Los hombres de Menelao descubrieron al nito,
y a ella, engañándola, le hicieron levantarse de allí.
Cuando se disponían a degollarlos a ambos, se lo impidió la aparición de Peleo. Entonces Menelao regresó
a Esparta y Hermione cambió de parecer temiendo
que Neoptólemo se presentara. Habiendo venido Orestes, se llevó a ésta y tramó una conspiración contra
Neoptólemo. Se presentaron los que traían a éste, una
vez muerto. Tetis, apareciéndose a Peleo cuando se
disponía a llorar el cadáver, le ordenó que lo enterrara en Delfos, y que enviara a Andrómaca al país
de los molosos junto con su hijo, y que, por su parte,
aceptara la inmortalidad. ~l, cuando la obtuvo, pasó
a vivir a las islas de los bienaventurados.
II
La escena del drama se supone en, Ptía y el Coro
está formado por mujeres de Ptía. En el prólogo
habla Andrómaca. El drama es de los del segundo
grupo. El prólogo está dicho con claridad y elocuen-.
cia. Y, además, los versos elegiacos del lamento de
Andrómaca. En la segunda parte el discurso de Hermione deja ver su condición de reina, y no está mal
su discurso contra Andrómaca. Bien está también
Peleo, que libra a Andrómaca.
ANDRóMAcA.
ESCLAVA.
CoRo.
HER’I~1IONE.
MENELAO.
Hijo de ANDRóMACA.
PELEO.
NODRIZA.
ORESTES.
MENSAJERO.
TETIS.
PERSONAJES
ANDRóMACA. — ¡Adorno de la tierra asiática, ciudad
de Tebas’, de donde en otro tiempo con el lujo, abundante en oro, de mi dote llegué a la mansión real de
Príamo, ofrecida a Héctor como esposa criadora de s
hijos, envidiable Andrómaca en el tiempo anterior,
pero ahora, más que ninguna otra, mujer desgraciadísima! Yo que vi a mi esposo Héctor muerto por
obra de Aquiles, y al hijo que di a luz para mi esposo,
a Astianacte, arrojado desde las empinadas torres, io
cuando los helenos tomaron la llanura de Tróya. Yo
misma, como esclava, a pesar de ser considerada de
familia muy libre, llegué a la Hélade, dada al isleño
Neoptólemo como botín de su lanza escogido de entre is
lo saqueado en Troya. Habito los campos limítrofes
de esta Ptía y de la ciudad de Farsalia, donde la marina Tetis vivía con Peleo lejos de los hombres, rehuyendo el tumulto. El pueblo tesalio lo llama Tetidio2 20
a causa de las bodas de la diosa.
Aquí obtuvo esta casa el hijo de Aquiles, que deja
que Peleo sea señor de Farsalia, no queriendo tomar
el cetro mientras viva el anciano. Y yo he parido en
esta casa un hijo varón, tras unirme con el hijo de 25
Aquiles, mi señor. Antes, aunque acosada por desgra1 Ciudad de Misia, próxima a Troya. Andrómaca era hija de
Ectión, rey de Tebas Hipoplacia (= situada al pie del monte
Placo). Ver Ilíada VI 395-8.
2 Lugar consagrado a Tetis.
248
TRAGEDIAS
cias, sin embargo siempre me impulsaba la esper~~
de encontrar, si mi hijo se salvaba, cierta ayuda y
protección de los males. Pero una vez que mi amo
30
tomó por esposa a la laconia Hermione, después de
haber rechazado mi lecho de esclava, soy perseguida
terriblemente por parte de ella. Dice, en efecto, que
con fármacos ocultos la hago estéril y odiosa a su
marido, y que personalmente pretendo habitar esta
35
casa en lugar de ella, derribando su matrimonio por
la fuerza. En un lecho, que yo, al principio, no acepté
de grado, y, ahora, lo tengo abandonado. ¡Que el gran
Zeus sepa lo siguiente: que yo no tomé parte en esta
unión por mi voluntad! Pero no logro convencerla,
40
y quiere matarme, y su padre Menelao colabora con
su hija en eso. Ahora está en la casa, habiendo venido
de Esparta para este asunto. Asustada, he venido a
refugiarme a este templo de Tetis, cercano al lugar,
45
por si logra impedir que yo muera. Pues Peleo y los
descendientes de Peleo lo veneran, como testimonio
de las bodas de la Nereida ~. Y al que es mi único
hijo, lo he mandado ocultamente a otra casa, temerosa
de que muriera. Pues el que lo engendró no está a
so
mi lado para defenderme y para su hijo nada vale, al
estar ausente por la tierra de Delfos, donde a Loxias4
paga una compensación por su locura, por la justicia
que, yendo a Pito ~, exigió a Febo por su padre 6, a
quien había matado 7; a ver si, perdonado de sus ante3 Tetis, hija de Nereo y Dóride, era una de las cincuenta
Nereidas. Casó con Peleo. Su boda tuvo una gran solemnidad,
pues acudieron como invitados todos los dioses, excepto Eris
(= La Discordia).
~
Apolo. Propiamente, “el oblicuo,,, “el oscuro~, por sus
oráculos.
5 Delfos. La serpiente Pitón (PS~th6) vigilaba el santuario de
Delfos hasta que Apolo, al llegar, la mató.
6 Aquiles.
7 Scil., Apolo. Hay cinco versiones, al menos, sobre la muerte
ANDRóMAcA
249
riores faltas, puede atraerse al dios como propicio para ss
el futuro.
ESCLAVA. — Señora —yo, realmente, no rehúyo llamarte con este nombre, puesto que te consideraba
digna de él en tu casa, cuando vivíamos en la llanura
de Troya y te era fiel a ti y a tu marido, mientras
vivía—, vengo ahora trayéndote nuevas noticias, con eo
miedo, por si alguno de los señores se percata, y
con compasión por ti. Pues cosas terribles deliberan
Menelao y su hija contra ti, cosas que has de precaver.
ANDRÓMACA. — ¡Oh queridisima compañera de esclavitud! —Pues eres compañera de esclavitud de la que ¿~s
en otro tiempo fue tu señora y ahora una infeliz—.
¿Qué van a hacer? ¿Qué tretas maquinan en su deseo
de matarme a mí, la muy desdichada?
ESCLAVA. — A tu hijo tratan de matar, oh desdichada de ti, al que sacaste fuera del palacio.
ANDRÓMACA. — ¡Ay de mí! ¿Tiene información sobre 70
mi hijo al que oculté? 8~ ¿De dónde? ¡Oh desgraciada!
¡Cómo me he perdido!
ESCLAVA. — No lo sé. Yo he sabido de ellos esto:
que Menelao está en camino en pos de él, lejos de
palacio.
ANDRÓMACA. — ¡Perdida estoy entonces! ¡Oh hijo!
Esos dos buitres te matarán cuando te cojan. Y el que 75
se llama tu padre resulta que todavía está en Delfos.
ESCLAVA. — Realmente pienso que no lo pasarías
tan mal, si aquél estuviera presente. Pero el caso es
que estás privada de seres queridos.
de Aquiles. En cuatro de ellas le disparan una flecha en el
talón, bien Paris y Apolo, bien Apolo con la figura de Paris,
bien Apolo solo, bien Paris. Según la quinta explicación, habria
muerto atravesado por la espada de Paris.
8 El sujeto puede ser Menelao o Hermione. Se han propuesto correcciones.
250
TRAGEDIAS
AND~óMAcA. — ¿Y no ha venido con respecto a Peleo
el rumor de su llegada?
80 ESCLAVA. — Viejo es él para ayudarte aunque estuviera presente.
ANDRóMAcA. — Bien cierto que le envié recado, y no
una sola vez.
ESCLAVA. — ¿Acaso piensas que alguno de los mensajeros se preocupa por ti?
ANDRÓMACA. — ¿Cómo? ¿Quieres ir tú, entonces,
como mensajera mía?
ESCLAVA. — ¿Y qué diré para estar largo tiempo
fuera de casa?
85 ANDRóMACA. — Podrías encontrar muchas artimañas,
pues eres mujer.
ESCLAVA. — Hay riesgo, que Hermione como guardiana es muy de temer.
ANDRÓMACA. — ¿Lo ves? Reniegas de tus amigos en
las adversidades.
ESCLAVA. — No por cierto. Eso no me lo reprocharás en absoluto, pues voy a ir; ya que no vale mucho
90
la vida de una esclava, en caso de que me ocurra
algún mal.
ANDRóMACA. — Marcha, pues. Y nosotros, los lamentos, gemidos y lágrimas en que siempre nos encontramos, los lanzaremos hacia el éter. Pues, para las mujeres es, por naturaleza, un consuelo de los males
95
presentes tenerlos sin cesar por la boca y en la lengua.
Tengo, no una sola cosa, sino muchas, por deplorar:
la ciudad de mi padre, y a Héctor que ha muerto, y
mi duro destino, al que se me unció el día de la esclaioo vitud, en la que caí sin merecerlo. Preciso es no llamar
jamás feliz a ninguno de los mortales, hasta que veas
cómo llega abajo tras pasar su último día8~
8a Es un lugar común el consejo de no proclamar a nadie
feliz hasta que llegue su último día. Aparece, por ejemplo, en
ANDRÓMACA
251
No9 corno esposa, sino como calamidad conyugal
para la elevada Ilión, condujo Paris a Helena hasta
su tálamo. Por su culpa, oh Troya, el rápido Ares con tos
las mil naves de la Hélade te tomo a ti, capturada
con fuego y lanza, y a mi esposo Héctor, de mí ¡desdichada!, al que el hijo de la marina Tetis arrastró
en torno a los muros azuzando su carro. Yo misma
fui llevada desde el tálamo a la orilla del mar, y des- tío
cendió sobre mi cabeza odiosa esclavitud. Muchas
lágrimas bajaron por mi rostro, cuando dejaba la ciudad, el tálamo y a mi esposo en el polvo. ¡Ay de mí,
desdichada! ¿Qué necesidad tenía yo de seguir viendo
la luz como esclava de Hermione? Afligida por ello,
ante esta imagen de la diosa, suplicante, echándole en tís
torno la~s manos, me deshago en llanto como fuente
que sobre la roca se desliza.
CORO.
Estrofa 1.’.
¡Oh mujer que estás tendida largo tiempo en el
terreno y templo de Tetis y no los abandonas! Aunque
soy de Ptía he venido hasta tu linaje asiático por si 120
pudiera traerte algún remedio de tus sufrimientos,
malos de resolver, los que a ti y a Hermione os han
encerrado en discordia odiosa, en la desdicha común
por ese matrimonio doble con el hijo de Aquiles 10~ 125
Antistrofa 1.~.
¡Conoce tu suerte, medita la presente desgracia a
la que has llegado! Siendo una mujer troyana, ¿disputas con tus señores, nacidos en Lacedemonia? Deja la
morada, que ovejas recibe 11, de la diosa marina. ¿En 130
EsQuILO, Agamenón 928; Sói’oc¡.ns, Traquznías 1, Edipo Rey 15281530; Heaóooro 1 30-33, referido a Solón.
9 Lamento elegíaco, único en la tragedia griega.
10 Pasaje posiblemente corrupto.
11 Como sacrificio.
252
TRAGEDIAS
qué es una ventaja para ti que estás asustada consu.
mir gota a gota tu cuerpo ultrajado por contrariar a
tus amos? El poder se te impondrá. ¿Por qué pasar
sufrimientos tú que nada eres?
Estrofa 2..
135 Mas ¡ea!, deja la brillante casa de la diosa Nereide
y reconoce que estás en tierra extranjera como esclava
en una ciudad ajena, donde a ninguno de tus seres
140 queridos ves. ¡Oh des graciadísima, mujer muy desdi.
chada!
Antistrofa 2.~.
Como muy digna de lástima, para mí al menos,
llegaste a casa de mis amos, mujer troyana. Pero por
miedo guardamos silencio —aunque lo siento con com145 pasión, tu desamparo—, no sea que la hija de la hija
de Zeus lía me vea favorable para ti.
HERMIoNE. — El adorno de una diadema de oro en
mi cabeza y este atavío de mi cuerpo, revestido por
un peplo de vivos colores, no vengo aquí a lucirlos
iso como presentes de la casa de Aquiles ni de Peleo;
sino que mi padre Menelao me hace este regalo traí.do de la laconia tierra de Esparta junto con mucha
dote, que me permita tener la boca libre. Por tanto,
155 05 contesto con estas palabras. Tú que eres una esclava y una mujer capturada por la lanza quieres apoderarte de esta casa tras expulsarme a mí. Me hago
odiosa a mi marido a causa de tus drogas, y mi vientre no preñado se pierde por culpa tuya. Pues hábil
es el ingenio de las mujeres del continente 12 para
16o tales asuntos. De los que yo te apartaré, y de nada te
servirá esta casa de la Nereida, ni el altar, ni el tempío, sino que vas a morir. Pero si alguno de los morIi~ Alusión a Hermione, hija de Helena, hija ésta de Zeus.
¡2 Es decir, Asia.
ANDRÓMACA
253
tales o de los dioses quiere salvarte, tú debes acurrucarte y olvidar tu feliz orgullo de antaño, caer humilde 16.5
a mis rodillas, barrer mi casa esparciendo con tu mano
rocío del Aqueloo 13 desde vasijas trabajadas en oro,
y saber en qué lugar de la tierra estás. Pues no está
aquí Héctor, ni Príamo, ni su oro, sino una ciudad
helena. Has llegado a tal punto de inconsciencia, des- 170
dichada de ti, que te atreves a acostarte con el hijo
de quien mató a tu esposo y a parir hijos de su asesino. Así es toda la ralea extranjera. El padre se une
con la hija, el hijo con la madre, la muchacha con el 715
hermano, los seres más queridos mueren por asesinato, y la ley no impide ninguna de estas cosas. Y no
pretendas introducirlas entre nosotros; pues no está
bien que un hombre tenga las riendas de dos mujeres;
sino que mirando a una sola Cipris 14, protectora del
lecho, aman quienes quieren vivir decentemente. 180
CoRIFEo. — El corazón femenino es envidioso y muy
hostil siempre contra sus rivales de matrimonio.
ANDRóMAcA. — ¡Ay, ay! Malo es para los mortales la
juventud, y en la juventud el hombre que mantiene í~s
lo que no es justo. Temo que el hecho de ser yo tu
esclava me niegue la palabra aunque tenga mucha
razón, y, si venzo, yerme acusada por ello de haber
hecho un daño. Pues los orgullosos soportan con amargura los razonamientos superiores de parte de gente 190
inferior. Sin embargo, no seré acusada de haberme
traicionado a mi misma.
Dime, joven. ¿Con qué argumento seguro te he
convencido y trato de apartarte de tu matrimonio legítimo? ¿Acaso la ciudad de Esparta es menor que la
13 Rio de la Ptiótide que desemboca en el mar Jónico. No
se trata aquí propiamente de tal rio, sino que es usado por
metonimia como sinónimo de agua.
14 Afrodita, diosa del amor.
254
TRAGEDIAS
195 de los frigios y ésta la supera en fortuna ‘~, y a mí
me ves libre? ¿O es que enorgullecida por mi cuerpo
joven y vigoroso, por el tamaño de mi ciudad y por
mis amigos, quiero ocupar tu casa en lugar tuyo?
¿Acaso para dar a luz yo misma en tu puesto hijos
200 esclavos, triste remolque para mí? ¿O es que algui~,i
soportará que mis hijos sean reyes de Ptía, si tú no
das a luz? ¿Me quieren los helenos a causa de Héctor?
¿Era yo una desconocida y no la reina de los frigios?
203 No te odia tu marido a causa de mis drogas, sino
porque no eres apta para la convivencia amorosa.
También esto es una droga: no es la belleza, mujer,
sino las virtudes las que gustan a los maridos. Si te
210 sientes molesta por algo, la ciudad de Esparta es algo
grande, y a Esciros 16 no la consideras de ninguna importancia. Eres rica entre quienes no son ricos. Para
ti, Menelao es más importante que Aquiles. Por eso
te odia tu marido. Pues es preciso que una mujer,
aunque sea entregada a un hombre humilde, lo ame,
215 y que no mantenga una rivalidad por orgullo. Pues si
hubieras tenido por marido un rey en Tracia, la cubierta por la nieve, donde un hombre, uniéndose con
muchas mujeres, les ofrece el lecho por turno, ¿las
habrias matado? Además, se te habría notado que les
atribuyes a todas las mujeres un deseo insaciable de
220 lecho. Cosa vergonzosa es. Realmente padecemos esa
enfermedad en grado más intenso que los hombres,
pero nos defendemos perfectamente.
15 Se han propuesto varias enmiendas al texto, porque está
poco claro.
16 Tetis, que sabía que su hijo Aquiles moriria si iba a
Troya, lo disfrazó de niña y lo llevó a la corte del rey Licomedes, en la isla de Esciros. Durante su estancia en palacio,
tuvo amores con Deidamía, que quedó encinta y dio a luz a
Neoptólemo (z~r Pirro), llamado .isleño. en el verso 14. Pero,
luego, Ulises y Diomedes descubrieron la verdadera identidad
de Aquiles, que marchó con ellos a Troya.
ANDROMACA
255
¡Oh quendísimo Héctor! Sin reparo, yo amaba
juntamente contigo, siempre que Cipris te hacía cometer alguna falta, y mi pecho lo he ofrecido muchas
veces ya a tus bastardos, para no producirte ninguna 225
amargura: Haciendo esto me atraía a mi esposo con
mi virtud. Pero tú, por resquemor, ni siquiera permites que una gota de rocío del aire libre se acerque
a tu esposo. No quieras, mujer, aventajar en pasión
por los hombres a la que te dio a luz. Es necesario 230
que los hijos que tienen sensatez eviten las maneras
de sus malvadas madres.
CORIFEO. — Señora, en tanto en cuanto te sea fácil,
déjate convencer para llegar a un acuerdo con ésta
en tus razonamientos.
HERMIONE. — ¿ Por qué dices frases tan solemnes y
pretendes un certamen de palabras, como si tú fueras 235
sensata, y mis quejas insensatas?
ANDRóMAcA. — Así lo son, por cierto, al menos en
los razonamientos en que ahora estás.
HERMIONE. — Tu sensatez que no habite en mi, mujer.
ANDRóMAcA. — Eres joven por tu edad y hablas sobre
cosas vergonzosas.
HERMIONE. — Y tú no las dices, pero me las haces
en cuanto puedes.
ANDRóMACA. — ¿Es que no llevarás en silencio tu 240
dolor en lo referente a Cipris?
HERMIONE. — ¿Y qué? ¿No es eso lo primero en
todas partes para las mujeres?
ANDRóMAcA. — Sí, al menos para las que hacen uso
apropiado. Si no, no está bien.
HERMIONE. — No administramos la ciudad con las
costumbres de los bárbaros.
ANDRÓMAcA. — Lo vergonzoso, tanto allí como aquí,
causa verguenza.
256
TRAGEDIAS
245 HERMIONE. — Sensata, sensata tú. Pero, sin embargo,
debes morir.
ANDRÓMAcA. — ¿Ves la estatua de Cipris que mira
hacia ti?
HERMIONE. — Que odia a tu patria por el asesinato
de Aquiles.
ANDRóMAcA. — Helena, tu madre, le hizo perecer,
no yo.
HERMIONE. — ¿Es que también en lo sucesivo vas
a hurgar en mis desgracias?
250 ANDRóMACA. — He aquí que me callo y cierro la boca.
HERMIONE. — Dime aquello por lo que he venido.
ANDRóMAcA. — Digo que tú no tienes la cordura que
debieras.
HERMIONE. — ¿Abandonarás este santo recinto de la
diosa marina?
ANDRÓMACA. — Sí, si no voy a morir. En caso contrario, no lo abandonaré jamás.
255 HERMIONE. — Sin duda que eso está resuelto, y no
esperaré a que llegue mi marido.
ANDRóMAcA. — Tampoco yo me entregaré antes a ti.
HERMIONE. — Traere fuego contra ti y no consideraré tus razones...
ANDRóMACA. — Tú incendia, que los dioses lo sabrán.
HERMIONE. — .. .y para tu cuerpo, dolores de terribIes heridas.
260 ANDRóMAcA. — Deguéllame y ensangrienta el altar de
la diosa que te perseguirá.
HERMIONE. — ¡Oh tú criatura bárbara y obstinada
osadía! ¿Vas a resistir con firmeza la muerte? Mas
yo te haré levantar por tu voluntad de este asiento
en seguida. Buen cebo tengo para ti. Pues bien, ocul26.5 taré las palabras, y la acción pronto lo indicará.
Estáte sentada en tu sitio, pues, aun en el caso de
que plomo fundido te sujetara alrededor, yo te haré
ANDRóMAcA
257
levantar antes que llegue el hijo de Aquiles en quien
confías.
ANDRóMAcA. — Estoy confiada. MaravillosO es que
uno de los dioses haya establecido para 105 mortales 270
remedios contra los reptiles salvajes. Pero, respecto a
lo que está más allá que la víbora y el fuego, contra
una mujer mala, nadie ha descubierto jamás una medicina. Tan gran mal somos para los hombres.
CoRo.
Estrofa l.A.
Realmente a grandes penas dio comienzo el día en
que el hijo de Maya y Zeus i7 llegó al valle del Ida con- 275
duciendo el carro de tres caballos ¡8 de las divinidades,
el de hermoso yugo, equipado para la odiosa disputa
de belleza, hacia las moradas del boyero 19, cerca del 280
joven pastor solitario y del corral desierto Y con hogar.
Antistrofa 1 .~.
Ellas ~, cuando llegaron al valle cubierto de bosque,
bañaron sus cuerpos brillantes en las corrientes de los 285
manantiales de la montaña, y marcharon hacía el hijo
de Priamo rivalizando con los excesos de sus palabras
malévolas, y Cípris venció con palabras engañosas,
agradables de oír, pero amarga ruina de la vida para 290
la desgraciada ciudad de los frigios y para la ciudadela de Troya.
u Hermes.
~
Puede entenderse de varias maneras. Quiza cada diosa
llevaba su propio carro.
i~
Paris fue criado en el monte Ida por ~gelao, servidor
de Príamo. Allí trabajaba como pastor, boyero ~fl esta vci Sión,
cuando le llegó la visita de las trcs diosas.
~
Las diosas Afrodita, Hera y Atenea.
258
TRAGEDIAS
Estrofa 2..
¡Ojalá hubiera tirado al malvado por encima de
295 su cabeza 2¡ la que lo dio a luz, antes que el hubiera
habitado en la roca del Ida, cuando, junto al laurel
divino, Casandra gritó que lo mataran, gran ultraje de
la ciudad del Príamo! ¿A quién no acudió ella? ¿A cud¿
300 de los ancianos de la ciudad no suplicó que diera
muerte a la criatura?
Antistrofa 2.~.
El yugo de la esclavitud no habría venido sobre las
troyanas, y tú, mujer, tendrías la morada de un palacio real. Habría evitado ~ los dolorosos sufrimientos
305 de la hélade, por los que los jóvenes estuvieron
errantes con sus armas durante diez años en torno
a Troya ~. Y los lechos jamás habrían quedado vacíos,
ni los ancianos, faltos de hijos.
MENELAO. — Vengo con tu hijo, al que hiciste depo310 sitar en otra casa a escondidas de mi hija, pues pensabas que a ti te salvaría esta imagen de la diosa,
y a éste, los que lo habían ocultado. Pero has resultado menos inteligente que Menelao aquí presente,
mujer, y, si no dejas libre este suelo abandonándolo,
315 éste será degollado en vez de tu persona. Por tanto,
reflexiona lo siguiente: si quieres morir, o que éste
perezca a causa de la falta que cometes contra mí y
contra mi hija.
ANDRÓMACA. — ¡Oh fama, fama! Para innumerables
320 mortales que nada son has hinchado tú una vida de
vanagloria. A quienes tienen buena fama de verdad,
los considero felices, pero los que la tienen por mentiras, no consideraré apropiado que la mantengan,
sólo porque por un azar parecen ser inteligentes. ¿Tú,
21 como se hacía con los objetos impuros en gesto apotropaico.
~
Sc it., la muerte de Paris.
23 Verso posiblemente corrupto.
ANDRÓMACA
259
al mando de soldados selectos de los helenos, tomaste 325
en una ocasión 1 roya a Príamo, tan cobarde como
eres? ¿Tú, que te has puesto tan orgulloso a causa
de las palabras de una hija que es como una niña y
has entrádo en discusión con una desgraciada esclava?
No te considero a ti digno de Troya, ni a Troya digna
de ti. Algunos, que dan la impresión de ser sensatOs, 330
son brillantes por fuera, pero, por dentro, iguales a
todos los hombres, salvo si destacan en algo por el
dinero, pues gran fuerza tiene eso.
Menelao, ea, pues, llevemos al final nuestros razonarnientos. Yo estoy muerta a manos de tu hija y me
ha aniquilado. Ya no podría evitar ella la mancilla del 335
crimen. Ante el pueblo también tú tendrás que defenderte en juicio por este asesinato, pues te forzará a
ello la circunstancia de haber colaborado. Y, además,
si yo me libro de morir, ¿mataréis a mi hijo? Y luego,
¿cómo soportará fácilmente el padre que haya muerto 340
su hijo? Troya no lo estima tan cobarde. Irá hasta
donde sea preciso —pues se mostrará realizando hazañas dignas de Peleo y de Aquiles, su padre—. y expulsará a tu hija de casa. Y tú, ¿qué dirás al darla en
matrimonio a otro? ¿Acaso que su sensatez huye de 345
un marido malo? Mas será mentira. ¿Y quién la tomará por esposa? ¿O es que la mantendrás en tu casa
sin marido, como una viuda canosa? ¡Oh hombre desdichado! ¿No ves la llegada de tan grandes males?
¿Con cuántas concubinas preferirías tú descubrir que 350
tu hija es víctima de injusticia antes que te ocurriera lo que yo digo? No hay que preparar grandes
males por cosas pequeñas, ni tampoco, porque las mujeres seamos un mal funesto, han de parecerse los
hombres a las mujeres en el modo de ser. Pues, si yo 355
doy drogas a tu hija y hago abortar su vientre, como
ella dice, yo misma, de grado y no por la fuerza, ni
tampoco postrada en el altar, me someteré a juicio
260
TRAGEDIAS
ante tu yerno, para quien soy culpable de un daño
360 no inferior por causarle la falta de hijos. En tal di.
posición me encuentro yo. Pero respecto a tu intencion... Una cosa temo de ti. A causa de una discordia
por una mujer24 aniquilaste también a la desdichada
ciudad de los frigios.
CORIFEO. — Demasiado has hablado contra hombres
365 como mujer, y tu prudencia se ha disparado desde
tu espíritu.
MENELAO. — Mujer, estas cosas son mezquinas y no
adecuadas a mi monarquía ni a la Hélade. Pero sábete
bien que aquello de lo que uno tiene necesidad en
cada caso, eso es para cada uno más importante que
370 tomar Troya. Y yo —pues considero importante ~l
verte privada del marido— me convierto en aliado de
mi hija. Pues lo demás podría sufrirlo una mujer,
pero, si fracasa con su marido, fracasa en su vida. Es
375 necesario que él mande en mis esclavos y que en los
de él mande mi familia y yo también. Pues no hay
posesión particular entre amigos que lo son en el
justo sentido, sino que sus cosas son comunes. Si yo
no voy a disponer mis asuntos lo mejor posible por
380 esperar al ausenté, soy tonto y no inteligente. Ea,
levántate de este templo de la diosa, para que, si tú
mueres, este niño evite su fatal destino. Pero, si tú
no quieres morir, mataré a éste. Pues para uno de los
dos es forzoso dejar la vida.
ANDRÓMAcA. — ¡Ay de mi! ¡Amargo sorteo y elección
385 de vida me propones! Si tengo suerte me convierto en
desdichada y, si no la tengo, en desgraciada. ¡Oh tú
que haces grandes males por una causa pequeña!
Escúchame. ¿Por qué me matas? ¿A causa de qué?
¿A qué ciudad he traicionado? ¿A cuál de tus hijos
390 he matado yo? ¿Qué casa he incendiado? Me acosté
por la fuerza con mi amo, y, ahora, ¿ me vas a matar
24 Helena.
ANDRÓMAcA
261
a mí, y no a él, culpable de esto, de modo que dejando el principio te diriges al final, que está después?
¡Ay de mí, por estas desgracias! ¡Oh desdichada patria
mía! ¡Qué terribles cosas me pasan! ¿Qué necesidad 395
tenía yo de dar a luz y añadir una carga doble a mi
pesar? Mas, ¿por qué me lamento por eso y no reseco5 y calculo los males que tengo a mis pies? Yo que
vi el cadáver de Héctor tras el carro que lo arrastraba ~ y a Ilión incendiada lamentablemente. Yo 400
misma fui como esclava hacia las naves de los argivos, arrastrada por mi cabellera, y, cuando llegué a
Ptía, entregada como esposa a los asesinos de Héctor.
¿Por qué, entonces, me va a ser grato vivir? ¿Hacia
qué punto es preciso mirar? ¿A mis circunStancias 405
presentes o a las pasadas? Este único hijo era para
mí la luz ~ que me quedaba en mi vida. A éste se
disponen a matarlo aquellos a quienes eso parece
bien. No, en verdad, por conservar mi desdichada
vida. Pues en éste reside mi esperanza, si es que se
salva, y para mí es un ultraje no morir por mi hijo. 410
Bueno, en tus manos abandono el altar, para que me
deguelles, me mates, me encadenes, me estrangules.
¡Oh hijo! La que te ha dado a luz, para que no mueras, marcha hacia Hades. Si escapas de la muerte,
acuérdate de tu madre. ¡Qué cosas sufrió! Y a tu 415
padre, besándolo, derramando lágrimas y echándole
los brazos alrededor dile qué cosas hice. Pues para
25 El verbo exikniózó está aquí, al parecer, con el mismo
significado médico que iskhaínó, >resecar~, “reducir una hinchazón>.
26 Podemos ver aquí un aspecto poco común en el mito.
Por lo general se nos dice que Aquiles mató a Héctor y,
después, lo ató a su carro para arrastrarlo. Pero hay otra
explicación, según la cual Héctor estaba solamente herido cuan-
do fue atado al carro y murió al ser arrastrado. Así aparece
en SóFOcLES, Ayante 1029-1031.
26a Literalmente: .el ojo>.
262
TRAGEDIAS
todos los hombres los hijos son su vida. Quien mex420 perto de ellos lo censura, sufre menos, pero es feliz
en su desgracia.
CORIFEO. — Te he compadecido al oírte, pues las
desgracias son lamentables para todos los hombres,
aunque sea uno un extraño. Sería necesario, Menelao,
que condujeras a un acuerdo a tu hija y a ésta, para
que se libre de sus sufrimientos.
425 MENELAO. — Cogedme a ésta, atadle las manos, esclavos, pues va a oír palabras no gratas. Yo, para que
dejaras puro el altar de la diosa, te he puesto como
pretexto la muerte de tu hijo, con la que te he indu430 cido a entregarte a mis manos para degollarte. Sábete
que en esta situación está lo que a ti se refiere. Por
lo que se refiere a tu hijo, aquí presente. mi hija
decidirá si quiere matarlo o no. Métete en este palacia, para que aprendas, como esclava que eres, a no
cometer jamás insolencia contra gentes libres.
435 ANDRÓMACA. — ¡Ay de mi! Con engaño me atrapaste.
He sido engañada.
MENELAO. — Proclámalo a todos, pues no lo negaré.
ANDRÓMAcA. — ¿Acaso es eso prudente entre vosotros los vecinos del Eurotas? ~.
MENELAO. — Si, y también entre los de Troya: que
los que han sufrido se venguen.
ANDRÓMAcA. — ¿ Piensas que lo divino no es divino y
no sostiene la justicia?
440 MENELAO. — Cuando eso ocurra, entonces lo sopor-
taré. Pero a ti te mataré.
ANDRÓMAcA. — ¿También, acaso, a este chiquillo, tras
arrebatarlo de debajo de mis alas?
MENELAO. — No, por mi parte. Pero a mi hija, si
quiere, le permitiré matarlo.
27 Rio que pasa por Esparta.
ANDRt~lMAcA
263
ANDRÓMAcA. — ¡Ay de mí! ¿Por qué, entonces, no te
voy a llorar, hijo?
MENELAO. — No le espera una esperanza segura, al
menos.
ANDRÓMACA. — ¡Oh los más odiosos de los mortales 445
para todos los hombres, habitantes de Esparta, consejeros falsos, señores de mentiras, urdidores de males,
que pensáis de modo tortuoso, nada sano, y dándole
la vuelta a todo! Injustamente tenéis fortuna a través
de la Hélade. ¿Qué es lo que no se da entre vosotros? 450
¿No, muchísimos asesinatos? ¿No, lucros vergonzosos?
¿No se os sorprende sin cesar diciendo una cosa con
la lengua y pensando otra? ¡Así os muráis! Para ml
la muerte no es tan penosa como te parece, pues me
mataron aquellas pasadas desgracias: cuando pereció 455
la desgraciada ciudad de los frigios y mi famoso esposo, que con su lanza te convirtió muchas veces en marinero cobarde en vez de soldado de tierra firme. ¡Y;
ahora, mostrándote ante una mujer como un hoplita
terrible tratas de matarme! Mátame, que sin lisonjas
de mi lengua os dejaré a ti y a tu hija, porque tú, por 460
tu nacimiento, eres grande en Esparta, y yo; en Troya,
y si yo sufro mi mal, no te jactes nada de eso, pues
también tú lo podrías sufrir.
CoRo.
Estrofa 1.>.
Jamás elogiaré el matrimonio de los mortales con 465
dos mujeres, ni los hijos de dos madres, discordias
de los hogares y penas crueles. Que en mi matrimonio
mi marido se conforme con una cama nupcial no com- 470
partida.
Antistrofa 1.>.
Ni tampoco en las ciudades las tiranías dobles28
son mejores de soportar que una sola, carga sobre 475
28 Posible referencia a los dos reyes que simultáneamente
264
TRAGEDIAS
carga y división entre los ciudadanos. Entre dos autores que componen un himno las Musas gustan de suscitar la disputa.
Estrofa 2..
Cuando los rápidos vientos llevan a los marineros,
480 el doble criterio de las mentes en el timón y una multitud de sabios reunida es más débil que una inteligencia inferior pero con plenos poderes. De uno solo
485 sea el poder en los palacios y en las ciudades, cuando
quieren encontrar el bienestar.
Antistrofa 2.&.
Lo ha demostrado la espartana hija del conductor
del ejército, Menelao, pues llegó con ardor contra la
otra esposa, y trata de matar a la desdichada muchacha
490 troyana y a su hijo por una discordia insensata. Impío, injusto, cruel es el asesinato. Un día, señora, te
llegará el castigo por esta acción.
495 CORIFEO. — He aquí que veo estrechamente unida
delante de palacio a esta pareja condenada con la pena
de muerte. Desdichada mujer y desgraciado tú, hijo,
que mueres a causa del matrimonio de tu madre, sin
soo participar en nada, y sin ser culpable a ojos de los
reyes.
Estrofa.
ANDRÓMACA. — He aquí que yo soy conducida bajo
tierra, con las manos ensangrentadas atadas con ligaduras.
505 Híso. — Madre, madre, yo desciendo bajo tu ala,
contigo.
ANDRÓMAcA. — Sacrificio desdichado, oh ciudadanos
de la tierra de Ptia.
había en Esparta. Piensan otros en la rivalidad Nicias-Cleón
Alcibíades.
ANDRÓMACA
265
Hijo. — ¡Oh padre, acude como auxilio de los tuyos!
ANDRÓMAcA. — Yacerás, oh querido hijo, sobre mis sio
pechos, en tor’¡o a tu madre, cadáver bajo tierra con
un cadáver.
HIJo. — ¡Ay de mí! ¿Qué me va a ocurrir? Desdichado yo y tú, madre.
MENELAO. — Id bajo tierra, pues vinisteis desde una 515
ciudadela enemiga. Morís dos a causa de dos situaciones forzosas. A ti te mata mi voto, y a este hijo tuyo,
ini hija Hermione. Pues es también una gran locura 520
dejar enemigos hijos de enemigos, cuando es posible
matarlos y suprimir el miedo de las casas.
Antistrofa.
ANDRÓMACA. — ¡Oh esposo, esposo! ¡Ojalá tuviera tu
mano y tu lanza como aliada, hijo de Príamo! 525
Hijo. — Desdichado, ¿qué canto podría encontrar yo
que me dejara de la muerte?
ANDRÓMACA. — Suplica, acercándote a las rodillas del 530
señor, hijo.
Híso. — ¡Oh amigo, amigo! Líbrame de la muerte.
ANDRdMACA. — Tengo los ojos empapados de lágrimas, goteo como fuente sin sol sobre una roca lisa,
desdichada de mí...
Híso. — ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Qué recurso contra 535
mis males podría conseguir?
MENELAO. — ¿Por qué te arrodillas ante mí como si
suplicaras con tus ruegos a una roca del mar o a una
Ola? Soy un provecho para los míos, pero por ti no 540
tengo ningún amor, puesto que, tras gastar gran parte
de mi vida, capturé Troya y a tu madre; gozando de
ella ahora bajarás a Hades subterráneo.
CoRIFEo. — He visto aquí cerca a Peleo que acá di- 545
rige de prisa sus viejos pies.
PELEO. — A vosotros os pregunto y al que preside
el sacrificio. ¿Qué es eso? ¿Cómo es eso’ ¿Por qué
266
TRAGEDIAS
razón está alterada la casa? ¿Que tratáis de hacer tra550 mándolo sin juicio? Menelao, detente. No te apresures
sin previo juicio. Y tú (a un esclavo), condúceme más
de prisa, pues este asunto, según me parece, no admite
demora. Me exhorto a recobrar el vigor de la juventud, si es que en alguna ocasión lo tuve... Pues bien,
sss primero, con viento favorable soplare sobre ésta, como
sobre las velas. Dime, ¿con qué derecho te conducen
éstos a ti y a tu hijo después de haberte atado las
manos con ligaduras? Pues pereces como una oveja
que lleva consigo a su cordero, mientras estamos
ausentes tu señor y yo.
ANDRóMAcA. — Éstos, oh anciano, me llevan a morir
560 con mi hijo tal como ves. ¿Que te voy a decir? No te
mandé buscar con el celo propio de una sola llamada,
smo por innumerables mensajes. La discordia que hay
en casa por obra de la hija de éste la sabes por
haberla oído en alguna parte, y también por qué mo565 tivo perezco. Ahora me conducen después de haberme
arrancado del altar de Tetis, la que para ti dio a luz
a tu noble hijo, a la que tú veneras como digna de
admiración, sin haberme condenado en juicio alguno
y sin esperar a los que estaban ausentes del palacio,
570 sino con conocimiento de mi soledad y la de este hijo
mio, a quien, sin culpa ninguna, se disponen a matar
conmigo, la desdichada. Pero te suplico, oh anciano,
postrándome delante de tus rodillas —pues no me es
posible coger tu queridísima barba con la mano— que
575 me defiendas, por los dioses. Si no, moriremos, de
modo ultrajante para vosotros y desdichado para mí,
anciano.
PELEO. — Ordeno que soltéis sus ligaduras, antes
que alguno llore, y liberéis las dos manos de ésta.
MENELAO. — Y yo lo prohibo, uno que no es inferior
58o a ti y mucho más dueño de ésta.
ANDRÓMAcA
267
PELEO. — ¿Cómo? ¿Es que vas a gobernar mi casa
viniéndote aquí? ¿No te basta con mandar sobre los
de Esparta?
MENELAO. — Yo la cogí de Troya como prisionera.
PELEO~ — El hijo de mi hijo la tomó como recompensa.
MENELAO. — ¿Y no es de aquél lo mío, y mío lo de sas
aquél?
PELEO. — Para obrar bien, sí, pero mal, no, y tampoco para matarla por la fuerza.
MENELAO. — ¡Que a ésta jamás te la llevarás de mi
mano!
PELEO. — ¿Te ensangrentaré la cabeza con este
cetro?
MENELAO. — Tócame para que lo sepas, y ven cerca
de ml.
PELEO. — ¿Te cuentas tú entre los hombres, oh mal- s~o
vadísimo e hijo de malvados? ¿En qué te corresponde
a ti contarte entre hombres? Tú que fuiste privado de
tu esposa por un frigio, por haber dejado las salas
de tu hogar sin cerrojo y sin esclavos, como si tuvieras en palacio una mujer prudente, y no la peor de s’~s
todas. Ni aunque quisiera, podría ser casta una de las
muchachas espartanas, las cuales, tras abandonar sus
casas, tienen carreras y palestras, insoportables para
mi, en comunidad con los jóvenes, con los muslos
desnudos y los peplos sueltos. ¿Hay que admirarse, 600
entonces, de que no forméis mujeres castas? Habría
que preguntarle eso a Helena, que, abandonando tu
hogar, se fue de juerga desde tu palacio con un hom-
bre joven hacia otro país. ¿Y, luego, a causa de ella ws
reuniste un ejército tan numeroso de helenos y los
condujiste hacia Ilión? ¿Por la que tú no debiste mover una lanza, escupiéndola al descubrir que era malvada, sino dejar que se quedara allí dando un salario
para no recibirla jamás en tu casa? Pero al no alentar 610
268
TRAGEDIAS
tu pensamiento en esa dirección destruiste muchas
vidas dignas, dejaste ancianas privadas de sus hijos en
sus casas y quitaste sus nobles hijos a padres cano615 SOs. Un desgraciado entre esos muchos soy yo. A ti
te miro como un espíritu maligno asesino de Aquiles.
Tú, el único que regresaste de Troya sin quedar herido
siquiera; tus hermosísimas armas en sus hermosos
estuches iguales hacia allí y hacia aquí las trajiste.
620 Yo le decía al que se iba a casar ~ • que ni anudara
lazos de parentesco contigo ni aceptara en su casa la
cría de una mala mujer, pues sacan ellas los defectos
de sus madres. Considerad eso también, pretendientes:
tomad la hija de una buena madre. Además de eso,
625 ¿qué excesos cometiste contra tu hermano, ordenándole que degollara a su hija del modo más estúpido?
Tanto temiste no recuperar a tu malvada esposa.
Y habiendo tomado Troya —pues iré hasta allí en pos
de ti— no mataste a tu mujer al tenerla en tus manos,
sino que, en cuanto viste su pecho, arrojando tu es630 pada aceptaste sus besos, acariciando a la perra tral
dora, porque eres por naturaleza un derrotado por
Cipris, oh tú, malvadísimo. Y, después, habiendo venido a casa de mi hijo, tratas de devastaría, mientras
él está ausente, y de matar deshonrosamente a una
infeliz mujer y a su hijo, el cual te hará llorar a ti
635 y a tu hija que está en el palacio, aunque él fuera
tres veces bastardo. Muchas veces, en verdad, un
terreno seco supera en grano a otro fértil, y muchos
hijos bastardos son mejores que los legítimos. Pero
llévate a tu hija. Es más glorioso para los mortales
640 adquirir como suegro y amigo un pobre bueno que
uno malvado y rico. Y tú no vales nada.
CORIFEO. — A partir de un comienzo sin importancia la lengua les proporciona a los hombres una gran
28. Es decir, a su nieto Neoptólemo.
ANDRÓMAcA
269
enemistad. Los hombres sabios tienen cuidado para no
suscitar una discoruia con sus amigos.
MENELAO. — ¿Para qué podrá decirse que son sabios 645
los ancianos, incluso los que en otro tiempo han parecido sensatos a los helenos? Cuando, siendo tú Peleo,
nacido de un padre ilustre, tras emparentar conmigo,
dices cosas vergonzosas para ti mismo y ultrajes para
mí a causa de una mujer extranjera, a la que tú debe- 650
rías expulsar más allá de las corrientes del Nilo y
allende el Fasis ~, y exhortarme continuamente a hacerlo, por ser ella del continente donde han caído más
cadáveres de la Hélade a golpes de lanza y por haber
participado en la muerte de tu hijo. Pues Paris, que 655
mató a tu hijo Aquiles, era hermano de Héctor, y
ésta, la mujer de Héctor. Y tú entras con ella bajo el
mismo techo y crees justo que pase su vida compartiendo tu mesa y permites que dé a luz en palacio
hijos muy odiosos. Cuando, con prudencia hacia ti 660
y hacia mí en lo que se refiere a eso, trato de matarla, se me arrebata a ésta de las manos. Vamos,
entonces, pues no es vergonzoso ocuparse del siguiente
razonamiento: si mi hija no da a luz y de aquélla, en
cambio, nacen hijos, ¿los impondrás como reyes de 665
esta tierra de Ptía, y, a pesar de ser extranjeros por
su linaje, mandarán sobre helenos? ¿Y, entonces, yo
no estoy cuerdo por odiar lo que no es justo y, en
cambio, tú tienes razón? Considera ahora lo siguiente:
si tras haber entregado tú tu hija a un ciudadano,
luego le hubiera ocurrido una cosa así, ¿ te habrías 670
estado sentado en silencio? Pienso que no. ¿Y por
una extranjera das tales gritos a quienes son por necesidad tus amigos? En verdad, igual fuerza tienen el
hombre y la mujer, cuando ella es víctima de injus29 RIo de la Cólquide que desemboca en el Mar Negro, es
decir, en un extremo del mundo civilizado.
270
TRAGEDIAS
ticia por parte de su marido, e igualmente, cuando
el hombre tiene v’~n su casa una mujer desvergonzada.
675 El uno, gran fuerza tiene en sus manos; los asuntos
de la otra, dependen de sus padres y amigos. Por
tanto, ¿no es justo ayudar a los míos, al menos? Viejo,
viejo eres. Al hablar de mi mando sobre el ejército
680 me podrías beneficiar más que callándote. Helena
sufrió, no por su voluntad, sino a causa de los dioses,
y ése fue el mayor beneficio que causó a la Hélade.
Pues, a pesar de ser desconocedores de las armas y
de la batalla, los griegos tomaron la senda del valor.
La experiencia es para los mortales la maestra de
685 todas las cosas. Y si al llegar yo a la vista de mi
mujer me contuve para no matarla, actuaba con cordura. Tampoco habría querido yo que tú mataras a
Foco ~. En esto te he atacado con buenas intenciones,
y sin ira. Pero, si te irritas, para ti será mejor la
690 charlatanería, para mí, un provecho es la previsión.
CORIFEO. — Dejaos ya de palabras vanas, pues eso
es
con mucho lo mejor. No erréis los dos a un tiempo.
PELEO. — ¡Ay de mí! ¡Qué mala costumbre hay en
la Hélade! Cuando un ejército erige trofeos sobre los
695 enemigos, no se considera esta hazaña propia de los
que se esfuerzan, sino que quien consigue el renombre
es el general, el cual blande su lanza como uno más
entre otros muchísimos y, a pesar de no hacer nada
más que ninguno, obtiene mayor fama. Arrogantes,
700 instalados en sus cargos por la ciudad se creen más
importantes que el pueblo, cuando no son nadie. Pero
los del pueblo son mil veces más cuerdos que ellos, Si
pueden unir a un tiempo la audacia y la decisión. Así
también tú y tu hermano os estabais sentados, vafla~
gloz-iándoos de Troya y de vuestro mando militar de
Foco, hermanastro de Peleo y Telamón, fue muerto por
ellos con engaño.
ANDRÓMACA
271
allí, exaltados a base de los sufrimientos y fatigas de 705
otros! Yo te enseñaré a no considerar jamás a Paris
del Ida un enemigo inferior a Peleo, si no te largas
lo antes posible de esta casa tú y tu hija sin hijos.
a la cual el que ha nacido de los míos la empujará 710
por el palacio, a esa que está aquí, arrastrándola del
cabello. La que, por ser una ternera estéril, no aceptará que otras den a luz, al no tener ella hijos. Pero
si lo de ella marcha mal en lo de su descendencia,
¿debe dejarnos faltos de hijos? ¡Marchaos al infierno, 715
lejos de ésta ~ siervos, para que yo vea si alguien rae
va a impedir desatar sus manos!
Levántate tú misma. Que yo, aun temblando, voy a
soltar los trenzados nudos de las correas. ¿Así, oh
malvadísimo, has maltratado las manos de ésta?
¿Creías sujetar con los nudos corredizos un buey 0 720
un león? ¿O es que temiste que ella, cogiendo una
espada, te rechazara? Ven aquí bajo mis brazos, criatura, y colabora en soltar la atadura de tu madre.
En Ptia te criaré yo como gran enemigo de éstos. Si
les faltara a los espartanos la fama de su lanza y la 725
lucha en la batalla, sabed que en lo demás no son
mejores que nadie.
CORIFEO. — Cosa desenfrenada es la naturaleza de
los viejos y difícil de evitar bajo los efectos de SU
cólera.
MENELAO. — Como demasiado propenso a insultar te
dejas llevar a ello. Yo, que he venido a Ptía por la 730
fuerza, ni voy a hacer nada estúpido, ni a sufrirlo.
Y ahora —pues no tengo mucho tiempo libre— regre-
saré a casa, pues hay no lejos de Esparta una.., una
ciudad, que antes era amiga y ahora hace cosas hos- 735
tiles. A ésa quiero atacarla al frente de un ejército
y tenerla bajo mi mano. Cuando deje lo de allí según
31 De Andrómaca.
272
TRAGEDIAS
mi intención, vendré. Y, estando yo presente, ante mi
yerno presente también, claramente expondré mis razo740 nes y se me expondrán. Y si castiga a ésta y en lo sucesivo es él sensato con nosotros, recibirá a cambio
un trato sensato. Pero, si se irrita, nos encontrará irritados. Recibirá el trato que corresponda a su trato. Tus
745 palabras las soporto fácilmente. Como una sombra
situada frente a mí tienes la voz, incapaz de cualquier
cosa salvo de hablar.
PELEO. — Condúceme, hijo mío, colocado aquí bajo
mi brazo. Y tú también, oh desdichada, pues, tras
encontrar un fiero temporal, has llegado a un puerto
bien amparado del viento.
750 ANDR6MACA. — ¡Oh anciano! Que los dioses te sean
propicios a ti y a los tuyos. A ti que has salvado a mi
hijo y a la desdichada de mi. Pero mira no sea que
emboscándose en la soledad del camino me lleven
éstos por la fuerza, al verte viejo a ti, débil a mí,
755 y pequeño a este niño. Considéralo, no sea que, huyendo ahora, seamos capturados más tarde.
PELEO. — No emplees la palabra miedosa de las mujeres. Camina. ¿Quién os tocará? Ha de llorar, sin
duda, si os roza, pues gracias a los dioses mando en
760 Ptía sobre una multitud de caballeros y muchos hoplitas. Y yo estoy todavía derecho y no anciano, como
piensas, sino que, sólo con mirar hacia un hombre de
tal laya, erigiré un trofeo sobre él, aun siendo yo un
viejo. Pues, llegado el caso, un anciano de buen ánimo
765 puede ser más fuerte que muchos jóvenes. Efectivamente, ¿de qué sirve un buen cuerpo si se es cobarde?
CoRo.
Estrofa.
¡Ojalá yo no hubiera nacido o fuera hijo de padres
nobles y participe de una casa de muchos bienes!
770 Pues si le ocurre a uno algo irremediable, no hay
ANDRÓMACA
273
falta de asistencia para los de buena estirpe, y para
quienes son proclamados procedentes de ilustre casa
es la honra y la fama. No borra el tiempo la reliquia 775
de los hombres nobles. La virtud brilla incluso cuando
han muerto.
Antistrofa.
Es mejor no tener una victoria de mala fama que 780
derribar la justicia por la envidia y la fuerza. Pues
eso es grato a los mortales por el momento, pero con
el tiempo acaba seco y consiste en ultrajes para la
casa. Este, este tipo de vida he elogiado y llevo: que 785
ningún poder fuera de la justicia sea válido en el
tálamo ni en la ciudad.
Epodo.
¡Oh anciano hijo de Éaco! Creo que luchaste junto 790
a los Lapitas32 contra el ejercito muy famoso de los
Centauros, y que sobre la nave Argo ~ atravesaste las
Rocas SimplégadesM sobre aguas inhóspitas en la 795
famosa expedición, y que, cuando antaño el hijo famoso ~ de Zeus rodeó con la muerte a la ciudad de
Troya, regresaste a Europa partícipe de la fama común. 800
32 Según una leyenda tesalia, los Centauros —mitad hombres, mitad caballos—, habiendo sido invitados por los Lapitas
—un pueblo de Tesalia— a la boda de Pirítoo e Hipodamía, trataron de raptar a las mujeres. Después de terrible lucha, los
Centauros fueron derrotados.
33 Referencia a la expedición de los Argonautas.
3~ Estaban situadas a la entrada del Mar Negro, una a cada
lado, y chocaban entre sí. Desde el momento en que la nave
Argo logró atravesarlas, quedaron fijas para siempre.
35 Laomedonte, tras haberse negado a pagar el salario convenido a Apolo y Posidón que le habían construido las murallas de Troya, se vio afligido por un monstruo marino enviado
por el dios del mar. Posteriormente se informó de que sólo
podría salvar a la ciudad si entregaba su hija Hesione al
monstruo. Llegado Hércules a Troya, promete liberar a Hesione
y matar al enorme cetáceo, si Laomedonte le entregaba los
274
TRAGEDIAS
NODRIZA. — ¡Oh queridísimas amigas! Cómo se curnpíe en este día un mal que sucede a otro. En efecto,
805 en la casa, la señora, a Hermíone me refiero, por
haber sido abandonada por su padre y, al mismo tiempo, por la reflexión de qué acción ha llevado a cabo
al haber querido matar a Andrómaca y a su hijo,
quiere monI-, porque teme a su esposo, no sea que,
a cambio de lo que ha hecho, se vea expulsada des810 honrosamente de este palacio o muera por haber intentado matar a quienes no debía. A duras penas,
cuando ella quería colgar su cuello, se lo impiden los
criados guardianes y le arrebatan de la mano derecha
la espada, quitándosela. Hasta tal punto se arrepiente
sís y ha reconocido que no obró bien en lo anteriormente hecho. Pues bien, yo, amigas, estoy cansada de
apartar a mi señora del nudo corredizo. Vosotras id
dentro de este palacio y libradía de la muerte. Cuando
vienen amigos nuevos son más persuasivos que los
habituales.
820 CoRírno. — He aquí que escuchamos en palacio el
grito de los criados por lo que tú has venido anunciando. Parece que la desgraciada va a mostrar cuánto
sufre por haber hecho cosas terribles. En efecto, sale
de palacio huyendo de las manos de los criados, con
deseo de morir.
825 de
uñas.
Estrofa a36.
HERMIONE. — ¡Ay de mí, ay de mí! Me daré tirones
mi cabello y me haré crueles heridas, obra de mis
caballos divinos que en otro tiempo entregara Zeus a Tros,
abuelo de Laomedonte, en compensación por haberle raptado
a su hijo Ganimedes. Salvada Hesione, como Laomedonte SC
negara a entregar dichos caballos, Hércules saqueó Troya.
36 Tenemos aquí un amoibaion (=alternativo), en el QUC
Hermione se expresa en dos estrofas y sus antistrofas y, luego,
~.1
ANDRÓMACA
275
NODRIZA. — ¡Oh hija! ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a
maltratar tu cuerpo?
Antistrofa a.
HERMIONE. — ¡Ay, ay, ay, ay! Vete por el aire lejos 830
de mis trenzas, velo ligero.
NODRIZA. — Hija, cúbrete el pecho, átate el peplo.
Estrofa b.
HERMIONE. — ¿Por qué he de cubrirme el pecho con
el peplo? Cosas claras, evidentes y no ocultas he hecho 835
a mi esposo.
NODRIZA. — ¿Sufres por haber urdido la muerte
para la rival de tu matrimonio?
Antistrofa b.
HERMIONE. — Lloro por la perversa audacia en que
incurrí. ¡Oh maldita de mí, maldita para los hombres!
NODRIZA. — Tu marido te perdonará esta falta. 840
HERMIONE. — ¿Por qué me arrebataste la espada de
la mano? Devuélvemela, querida, devuélvemela para
que me la clave de golpe por delante. ¿Por .qué me
apartas del nudo?
NODRIZA. — ¿Pero si yo te dejara cuando no estás 845
cuerda, para que murieras? ~.
HERMIONE. — ¡Ay de mí, en mi destino! ¿Dónde está
la llama de fuego grata para mí? ¿Dónde he de subir
a unas rocas, bien en el ponto, bien en la selva de las
montañas, para que los dioses de abajo se ocupen de eso
mi cuando muera?
NODRIZA. — ¿Por qué tienes ese sufrimiento? Las
desgracias enviadas por los dioses a todos los mortales
llegan, bien ahora, bien después.
en tres partes sin repuesta. La Nodriza le contesta en cada
ocasión con trímetros yámbicos.
~
Construcción braquilógíca. Entiendase algo así como ~¿Qué
Ocurrina?.
276
TRAGEDIAS
HERMIONE. — Me abandonaste, me abandonaste, oh
855 padre, sola en la costa, falta del remo marino. Me
matará, me matará. Ya no habitaré dentro de este
techo nupcial. ¿A qué estatua he de acudir como supí¡..
860 cante? ¿Acaso me he de postrar como esclava ante las
rodillas de una esclava? Ojalá fuese yo ave de negras
alas fuera de la tierra de Ptía o la nave de pino que,
865 como primera nao de remos, atravesó las Rocas Cianeas ~.
NODRIZA. — ¡Oh hija! Ni elogié aquel exceso, cuando cometías faltas contra la mujer troyana, ni tampoco tu miedo de ahora por el que temes en demasía.
Tu marido no va a rechazar así el matrimonio contigo,
870 convencido por las palabras vulgares de una mujer
extranjera. Pues no te tiene a ti como una esclava
procedente de Troya, sino por haberte tomado con
mucha dote como hija de un hombre famoso, y de
una ciudad no mediocremente rica. Y tu padre no
875 permitirá, tal como tú temes, que te expulsen de este
palacio tras haberte traicionado él. Mas entra dentro
y no aparezcas delante de este palacio, para que no
suscites algún insulto, si eres vista delante de esta
mansión.
CORIFEO. — He aquí que un extranjero de aspecto
880 extraño, que va de viaje, se encamina hacia nosotras
con gran interés por la casa.
ORESTES. — Mujeres extranjeras, ¿es éste el palacio
del hijo de Aquiles y la mansión real?
CORIFEO. — Lo has conocido. Pero, ¿quién eres tú
que preguntas esto?
ORESTES. — El hijo de Agamenón y Clitemestra,
885 Orestes de nombre. Voy al oráculo de Zeus en Dodona; pero cuando he llegado a Ptía, me parece bien
gades.
«Azul oscuro«, «negras«. Es un sinónimo de las SimpleANDRÓMACA
277
informarme sobre una mujer pariente mía, por si vive
y resulta que es feliz la espartana Hermione, pues 890
aunque habita unas llanuras lejanas de nosotros, sin
embargo, nos es querida.
HERMIONE. — ¡Oh puerto que te apareces a los marineros en la tempestad, hijo de Agamenón! A ti, por
tus rodillas ~: apiádate de mí por la desventura que.
ves, de mí que estoy en situación no buena. Pongo en
tus rodillas mis brazos que no son inferiores a las 895
ínfulas4o
ORESTES. — ¡Eh! ¿Qué pasa? ¿Me equivoco o veo
claramente aquí a la señora de palacio, a la hija de
Menelao?
HERMIONE. — Precisamente a la única que una mujer
hija de Tindáreo, Helena, dio a luz en el palacio de
mi padre. No ignores nada.
Olu~STES. — ¡Oh Febo remediador! Así le concedas 900
solución a sus penas. ¿Qué pasa? ¿Te ocurren males
de parte de los dioses o de los mortales?
HERMIONE. — Unos de parte mía, otros de la del
marido que me posee, otros de la de alguno de los
dioses. Por todas partes estoy perdida.
ORESTES. — Entonces, ¿qué desgracia podría tener
una mujer, cuando todavía no han nacido hijos, salvo 905
en lo relativo a su esposo?
HERMIONE. — De eso mismo estoy enferma. Bien me
has inducido a confesarlo.
ORESTES. — ¿Ama tu marido a alguna otra compañera de lecho en vez de a ti?
HERMIoNE. — A la cautiva, la que había compartido
el lecho de Héctor.
39 Elipsis de un verbo como «suplico.. Son palabras y gesto
rituales del suplicante.
40 Cintas con que se adornaban los suplicantes. El distintivo del suplicante era una rama de olivo en la que se ponían
guirnaldas de laurel o copos de lana.
278
TRAGEDIAS
ORESTES. — Cosa mala has dicho: que un hombre
tenga dos mujeres.
910 HERMIONE. — Así mismo. Y entonces yo me defendí.
ORESTES. — ¿Acaso maquinaste como una mujer
contra otra mujer?
HERMIONE. — La muerte contra ella y contra su hijo
bastardo.
ORESTES. — ¿Y los mataste o te lo impidió alguna
circunstancia?
HERMIONE. — El anciano Peleo, que protege a los
que son peores.
915 ORESTES. — ¿Y tenias alguno que participara contigo
en este crimen?
HERMIONE. — Mi padre, que para eso mismo había
venido desde Esparta.
ORESTES. — ¿Y entonces ha sido vencido por el anciano en fuerza?
HERMIONE. — Sí, pero por respeto, y se ha marchado
dejándome sola.
ORESTES. — He comprendido. Temes a tu marido
por lo hecho.
920 HERMIoNE. — Lo has entendido. En efecto, me matará con razón. ¿Qué necesidad hay de decirlo? Pero
te lo suplico invocando a Zeus protector de la familia:
llévame lo más lejos posible de esta tierra o al palacio
de mi padre. Que parece como si este palacio dotado
925 de voz me expulsara; y la tierra de Ptía me odiase.
Si mi marido llega antes a casa, cuando haya dejado
el oráculo de Apolo, me matará del modo más vergonzoso. O .seré esclava de una mujer ilegítima sobre
la que yo dominaba antes, a ¿Cómo cometiste ese
930 error?», dirá alguno. Las visitas de las malas mujeres
me perdieron, las cuales me hincharon de vanidad
diciéndome frases como éstas: « ¿Vas a soportar tú
que la malvadísima prisionera esclava en tu casa parANDRÓMAcA
279
ticipe del lecho contigo? No, por la Señora 41~ En mi
casa, al menos, no podría disfrutar ella de mi lecho 935
viendo los rayos del sol.» Y yo, escuchando esas palabras de Sirenas, charlatanas listas, hábiles y astutas,
me dejé agitar por el viento en mi locura. Pues ¿qué
necesidad de vigilar a mi marido, tenía yo, que poseía
cuanto precisaba? Mucha riqueza; yo era señora del 940
palacio; yo habría dado a luz hijos legítimos, y ella,
en cambio, bastardos sem”~sclavos de los míos. Pero
jamás, jamás —pues no lo diré sólo una vez— al menos
los hombres sensatos que tienen mujer deben permi- 945
tir que las mujeres hagan visitas a la esposa que está
en casa, pues ellas son maestras de males. Una, por
obtener una ganancia, corrompe el lecho; otra, por
haber pecado, quiere que tenga su misma enfermedad;
muchas, por desenfreno... y por eso enferman las casas 950
de los hombres. Ante eso guardad bien las puertas
de vuestras casas con cerrojos y trancas. Pues nada
sano hacen las visitas de fuera por parte de las muje.
res, sino muchos males.
CORIFEO. — Demasiado has lanzado tu lengua contra
lo que te es connatural. Ahora bien, estas cosas te 955
son perdonables, pero, con todo, es preciso que las
mujeres oculten las enfermedades femeninas.
ORESTES. — Sabia cosa es la del que ha enseñado a
los mortales a oír las razones empleadas por los contrarios, pues yo, conociendo el trastorno de este palacio y la discordia tuya y de la mujer de Héctor, 960
permanecía en guardia, por si ibas a quedarte aquí
mismo, o si, espantada por miedo a la prisionera,
querías librarte de este palacio. He venido, no por
respeto a tus cartas, sino por si me dabas un motivo, 965
como me has dado, para llevarte fuera de este palacio.
Pues siendo mía antes, vives con este hombre por
41 Hera, invocada como protectora del matrimonio legitimo.
280
TRAGEDIAS
crueldad de tu padre, que tras haberte dado a ¡ni
como mujer antes de invadir las fronteras de Troya,
970 te prometió después a quien ahora te tiene, si destruía
la ciudad de Troya. Y, una vez que regresó aquí el
hijo de Aquiles, perdoné a tu padre y le pedí a Neop.
tólemo que abandonara su matrimonio contigo, contándole mis desgracias y mi destino de entonces: que
975 yo me podría casar con la hija de unos amigos, pero
que con una de fuera no seria fácil, por yerme desterrado de mi casa en el exilio que padecía. ~l fue
insolente, injuriándome por el asesinato de mi madre
y por las diosas de pies sangrientos 42~ Y yo, por ser
980 humilde, sufría, sufría con las desventuras de mi casa,
me aguantaba con mis desgracias y, privado de mi
matrimOnio contigo, me fui a pesar mio. Ahora, pues,
ya que te encuentras en unas circunstancias que se te
derrumban alrededor y que, caída en esta desgracia,
no sabes qué hacer, te llevaré lejos de tu palacio y te
985 entregaré en manos de tu padre. Pues cosa admirable
es el parentesco, y en las desgracias no hay nada mejor que un amigo familiar tuyo.
HERMIONE. — Mi padre se ocupará de mis desposonos y no es cosa mía decidir eso. Mas sácame de este
990 palacio lo más pronto posible, no sea que se me adelante mi marido en acercarse a la casa y venir, o que
el anciano Peleo, tras enterarse de que yo abandono
el palacio, vaya en pos de mí persiguiéndome a caballo.
ORESTES. — Animo, en lo que hace a la mano del
anciano. Y no temas nada al hijo de Aquiles. ¡Cuántas
995 insolencias cometió contra mi! Pues una gran trampa
está preparada contra él por obra de esta mano, a base
de lazos de muerte inamovibles. Maquinación que no
42 Las Erinis, tres diosas encargadas de castigar los crímenes de sangre, especialmente los parricidios. Tienen un aspecto
horrible, con cabellera de serpientes y con serpientes también
en las manos.
ANDRÓMAcA
281
voy a decir de antemano, pero, cuando se lleve a cabo,
se enterará la roca de Delfos. El matricida ~ si los
juramentos de mis huéspedes se mantienen en la tic- 1000
rra pítica, le enseñará a no tomar por esposa a ninguna
de las que me correspondían. Con amargo desenlace
le va a pedir justicia al soberano Apolo por la muerte
de su padre. Ni siquiera su cambio de opinión le va
a beneficiar al rendirle justicia al dios ahora, sino que íoos
va a morir de mala manera por obra de éste y por
mis calumnias. Conocerá mi odio. Pues una divinidad
le da la vuelta al destino de mis enemigos y no les
permite ser orgullosos.
CoRo.
Estrofa l.<.
Oh Febo, que dotaste de torres a la colina bien
amurallada de Troya, y tú, marino ~‘, que con negros ioio
caballos conduces tu carro por el piélago salado. ¿Por
qué, tras entregar sin honra la obra construida ~ por íoís
vuestra mano a Enialio’4, apasionado por la lanza,
abandondis la desdichada, desdichada Troya?
Antistrofa 1 .~.
En. las orillas del Simunte ~ uncisteis muchísimos
carros de buenos caballos y causasteis luchas san- 1025
grientas de guerreros, faltas de coronas’4. Aniquilados
se fueron los reyes descendientes de lío ~, y el fuego 1025
“ El mismo Orestes.
44 Posidón, rey del mar.
45 Hay dificultades en los manuscritos. Se ha pensado en
varias correcciones.
‘4 Epíteto de Ares, dios de la guerra.
<7 RIo de Troya.
41 Unos lo interpretan como <no coronadas por la victoria<.
Otros, como <funestas., <sangrientas., a diferencia de los certámenes atléticos.
•
lío, abuelo de Priamo, fue el fundador de Troya.
282
TRAGEDIAS
del altar ya no está brillando en Troya con su humo
perfumado en honor de los dioses.
Estrofa 2.’.
Ha perecido el Atrida a manos de su esposa ~, y
1030 ella pagó el crimen con su muerte a manos de sus
hijos. Del dios, del dios vino la orden oracular que la
castigó, cuando a ella, el hijo de Agamenón, viniendo
ioas desde Argos, pisando en las posesiones impenetrables,
el matricida... ¡Oh divinidad! ¡Oh Febo! ¿Cómo he de
creerlo?
Antistrofa 2.’.
Por las plazas de los helenos muchas entonaban
1am ento,s por sus hijos desdichados, y las esposas
io~o abandonaban sus casas siguiendo a otro marido, Y no
a ti sola, ni a los tuyos, os sobrevinieron tristes penas.
La Hélade ha sufrido un mal, un mal. Pasó también
ío~s a los fértiles campos de los frigios como un huracán
instilando sangre de Hades.
PELEO. — Mujeres de Ptia, informadme a mí, que
os pregunto. Pues me he enterado de un rumor no
claro: que la hija de Menelao se ha ido abandonando
íoso este palacio. Y yo llego con prisa para informarme
de si eso es verdad, pues es preciso que los que están
en casa se ocupen de la suerte de los seres queridos
que están de viaje.
CORIFEO. — Peleo, lo has oído perfectamente. No me
íoss está bien ocultar en qué males me encuentro. En
efecto, la señora se ha ido huyendo de este palacio.
PELEO. — ¿Qué miedo la dominó? Concrétamelo.
CORIFEO. — Por temor a su esposo, no sea que la
expulse de palacio.
50 En un buscado paralelismo el Coro resalta los sufrimiCn~
tos de las gentes de Troya y de los griegos, unos y otros bajo
el influjo de Apolo.
ANDRÓMACA
283
PELEO. — ¿Por su intención asesina respecto al
niño?
CORIFEO. — Sí, y por miedo a la prisionera.
PELEO. — ¿Abandona la mansión con su padre o 1060
con quién?
CORIFEO. — El hijo de Agamenón se la ha llevado,
sacándola del país.
PELEO. — ¿Qué esperanza intenta cumplir? ¿Acaso
quiere hacerla su esposa?
CORIFEO. — Si, y también prepara la muerte para el
hijo de tu hijo.
PELEO. — ¿Con trampas o yendo a la batalla a rostro descubierto?
CORIFEO. — En el santuario sagrado de Loxias, con í~65
ayuda de los delfos.
PELEO. — ¡Ay de mi! Esto es terrible de veras. ¿Es
que no va a ir uno a toda prisa a la casa pítica y les
contará lo que pasa aquí a los nuestros que están
allí, antes que el hijo de Aquiles muera por obra de
sus enemigos?
MENSAJERO. — ¡Ay de mí! Qué desgracias, infeliz de 1070
mí, vengo a contarte a ti, oh anciano, y a los amigos
de mi señor.
PELEO. — ¡Ay, ay! ¡Cómo se recela algo mi corazón profético!
MENSAJERO. — No existe el hijo de tu hijo, has de
saber, anciano Peleo. Tales heridas de espada recibió
por obra de los delfos y del extranjero de Micenas. 1075
CoRIFEo. — ¡Eh, eh! ¿Qué vas a hacer, oh anciano?
No te caigas. Levántate.
PELEO. — Nada soy. Me he perdido. El habla me ha
fallado, me han fallado las articulaciones por dentro.
MENSAJERO. — Yergue tu cuerpo y escucha lo ocurrido, por si realmente quieres vengar a los tuyos. 1080
PELEO. — ¡Oh destino! ¡Cómo me asedias en los
límites extremos de mi vejez, desdichado de mí!
284
TRAGEDIAS
¿Cómo se ha ido5’ el hijo único de mi único hijo~
Indícamelo. Pues quiero oír, a pesar de todo, lo que
no debiera oír.
1085 MENSAJERO. — Una vez que llegamos a la famosa
comarca de Febo pasamos tres brillantes vueltas del sol
entregando nuestros ojos a la contemplación. Y eso era
sospechoso, desde luego. El pueblo administrador del
1090 dios acudía a reuniones y círculos. El hijo de Agame-
nón, recorriendo la ciudad, a cada uno le decía al oído
palabras malintencionadas: « ¿Veis a ese que se recorre las grutas del dios repletas de oro, tesoros de los
mortales, y que se ha presentado por segunda vez para
ío~s lo que ya vino antes, tratando de destruir el templo
de Febo?» A partir de esto, un malvado oleaje se
corría por la ciudad. Los magistrados ocuparon sus
puestos convocando a los consejos y, en particular,
cuantos estaban encargados de las riquezas del dios,
pusieron una guardia en la mansión circundada de
columnas.
iíoo
Y nosotros, no informados todavía de nada de eso,
tras coger unos corderos, crianza del follaje del Par
naso ~, fuimos y nos pusimos junto al altar con los
próxenos ~ y los adivinos piticos. Y uno dijo lo si1105 guiente: « ¡Oh joven! ¿Qué le hemos de pedir al dios
por ti? ¿Por qué motivos has venido?» Y él dijo:
«Queremos ofrecer reparación a Febo por nuestra
falta anterior. Pues en otro tiempo le pedí que me
rindiera justicia por la sangre de mi padre.» Entonces
se veía que tenía gran fuerza el relato de Orestes,
ííío sobre que mi señor mentía porque había venido con
ideas hostiles. Penetra él dentro de la plataforma del
SI Eufemismo (= ha muerto).
52 Monte consagrado a Apolo. En su falda se encontraba el
Oráculo.
53 Es decir, los que en Delfos tenían por misión acompañar
a los suplicantes e introducirlos ante el oráculo divino.
1
ANDRÓMACA
285
templo, para suplicar a Febo delante del lugar de los
oráculos. Está en el sacrificio. En tanto, se encuentra
apostado contra él un grupo dotado de espadas,
cubierto de sombra por un laurel. De todo lo cual el íiís
único urdidor era el hijo de Clitemestra. Neoptólemo,
estando de cara, suplica al dios, y ellos, armados con
espadas afiladas, apuñalan a traición al indefenso hijo
de Aquiles. Marcha él hacia atrás, pues no se encuen- 1120
tra herido en sitio vital. Saca una espada, después de
arrancar de los clavos una armadura colgada de la
entrada, se pone en pie sobre el altar como hoplita
terrible de ver, y grita a los hijos de los delfos preguntándoles esto: «¿Por qué tratáis de matarme a mi 1125
que he venido en viaje piadoso? ¿Por qué causa perezco?» Ninguno de los innumerables que había a su
lado replicó nada, sino que con las manos le tiraban
piedras. Machacado desde todas partes por ese denso
granizo, tendía por delante las armas y vigilaba los 1130
ataques extendiendo el escudo aquí y allá con su brazo.
Pero nada conseguía, sino que muchos proyectiles a
un tiempo, dardos, jabalinas de correa en medio, y
dardos sueltos de punta doble, cuchillos de degollar
toros, volaban delante de sus pies. Habrías visto las 1135
terribles danzas pírricas ~ de tu hijo ~ ‘al defenderse
de los dardos. Como lo rodeaban desde cerca en círculo
sin darle respiro, él, tras abandonar el hornillo del
altar donde se reciben las víctimas y dar con sus
pies el salto de Troya ~, avanza contra ellos. Y éstos, 1140
como palomas que han visto un halcón, volviendo la
M Danza guerrera de ataque y contraataque. No falta quicn
relacione esto con Pirro (“el pelirrojo~. ~de color de fuego~).
sobrenombre de Neoptólemo, que no aparece hasta TEóCRITO,
15, 140.
5 En realidad, tu nieto.
56 Famoso sitio troyano, donde Aquiles saltó a tierra desde
Su nave.
286
TRAGEDiAS
espalda se dieron a la fuga. Caían muchos revueltos,
tanto por las heridas como a causa de ellos mismos,
en las carreras por pasos estrechos. Un griterío impío,
1145 dentro de la piadosa mansión, retumbó en las rocas.
En calma, en cierto momento, quedó en pie mi señor
resplandeciendo con sus armas brillantes. Hasta que
uno, desde el centro del santuario, gritó de modo terrible y horripilante, e impulsó al pelotón volviéndolo a
uso la lucha. Entonces el hijo de Aquiles cae herido en
el costado por una espada afilada a manos de un
delfio que lo mató con la ayuda de otros muchos.
Y cuando cae en tierra, ¿quién no le endosa el hierro?
¿Quién no una piedra, disparándole y golpeándolo?
ííss Todo su cuerpo de hermosa figura está destrozado a
causa de heridas terribles. A él, que yacía ya cadáver
cerca del altar, lo echaron fuera del templo que acepta
las victimas. Y nosotros, tras recogerlo de prisa con
nuestras manos, te lo traemos para que lo gimas
1160 y llores con tus lamentos, anciano, y lo honres con
un sepulcro de tierra. Tales daños causó el señor que
profetiza para otros ~, el juez de los derechos de todos
los hombres, al hijo de Aquiles cuando le rendía jus1165 ticia. Se acordó, como un hombre malvado, de antiguas disputas. ¿Cómo, entonces, podría él ser sabio?
CoRo. — He aquí que se acerca a la casa mi señor,
transportado a hombros desde la tierra de Delfos.
Desdichado el que sufrió y desdichado también tú,
anciano. Pues recibes en tu casa al retoño de Aquiles,
1170 no como tú quisieras. Encontrándote personalmente
entre penas terribles has venido a compartir su mismo
destino.
5~ Apolo. Entre sus atribucioncs estaba la dc dirimir, pleitos
y hacer justicia.
ANDRÓMAcA
287
Estrofa 1.’.
PELEO. — ¡Ay de mí! ¡Qué clase de mal veo aquí y
lo recibo en mi mano en mi palacio! ¡Ay de mí, ay de 1175
mí! ¡Ay, ay! ¡Oh ciudad tesalia! Estoy perdido, me
extingo. Ya no tengo linaje, ya no me quedan hijos en
palacio. ¡Oh desdichado de mí a causa de mis des gracias! ¿De qué ser querido disfrutaré ya echándole la 1180
mirada? ¡Oh querida boca, y barbilla y manos! ¡Ojalá
un ser divino te hubiera aniquilado al pie de Ilión a
lo largo de la orilla del Simunte!
CORO. — Que, por ello, ése habría sido honrado tras
morir, anciano, y tu situación sería así bastante más 1185
dichosa.
Antistrofa 1.’.
PELEO. -— ¡Oh matrimonio, matrimonio que has aniquilado este palacio y mi ciudad! ¡Ah, ah! ¡Oh hijo!
El mal nombre de tu esposa, de Hermione, un Hades ~
para ti, hijo, jamás debió haber caído sobre mi linaje í 190
en busca de hijos y hogar, sino haber perecido antes
por obra de un rayo. Jamás debiste haber inculpado
a Febo por su habilidad con el arco por la muerte, de 1195
origen divino, de tu padre, tú, un mortal, contra un
dios ‘~.
Estrofa 2.’.
CoRo. — ¡Ay, ay, ay, ay! Empezaré a gemir a mi
señor muerto con el tono de los dioses de abajo.
PELEO. — ¡Ay, ay, ay, ay! En respuesta lloro, oh des- 1200
dichado de mí, anciano e infeliz.
CoRo. — De un dios es el destino, un dios mandó la
desgracia.
PELEO. — ¡Oh querido! Dejaste tu casa desierta, ¡ay 1205
de mí, ay de mi!, abandonándome a mí, desdichado
de mí, viejo y sin hijos.
~
Muerte, ruina.
~‘ Los versos 1189-1193 están corruptos probablemente.
288
TRAGEDIAS
CoRa. — Mejor sería que tú, anciano, hubieras muerto antes que tus hijos.
PELEO. — ¿Es que no me voy a arrancar la cabe1210 llera? ¿Es que no me daré en la cabeza el golpe funes-
to de mi mano? ¡Oh ciudad! De dos hijos00 me despojó Febo.
Antistrofa 2.&.
CORO. — ¡Oh anciano desdichado que has sufrido y
1215 visto desastres!, ¿qué vida llevarás en lo sucesivo?
PELEO. — Sin hijos, solo, sin alcanzar un límite de
mis males aguantaré mis sufrimientos hasta el Hades 61•
CORO. — En vano te hicieron rico en tu boda los
dioses.
1220 PELEOI — Volando se ha ido todo, yace... lejos de
ma jactancia soberbia.
CoRo. — Das vueltas solo por tu palacio solo.
PELEO. — Ya no tengo ciudad, ciudad. Este cetró
váyase [a tierra] 62, y tú, oh hija de Nereo, la de los
1225 antros oscuros ~ perdido del todo me verás caído
[en tierra]62.
CORIFEo. — ¡Oh, oh! ¿Qué se está moviendo? ¿A qué
divinidad diviso? Muchachas, mirad, prestad atención.
He aquí que un ser divino, cruzando por el éter brí1230 llante, avanza por encima de la llanura de Ptía, criadora de caballos.
TETIs. — Peleo, en gracia a mi matrimonio de
otrora contigo, vengo yo, Tetis, tras abandonar las
mansiones de Nereo. Y lo primero, ya, te pido que
no te acongojes demasiado, en absoluto, por los males
1235 presentes. Pues yo, la que debía dar a luz hijos que
00 En realidad, de un hijo y de un nieto.
61 Es decir, hasta la muerte.
62 Notas escénicas interpoladas.
63 La diosa Tetis, inmortal esposa de Peleo, habita en el
fondo del mar.
ANDROMAcA
289
no producen llanto ~, perdí a mi hijo Aquiles rápido
de pies, el primero de la Hélade, después de haberlo
tenido de ti. Te indicaré a causa de qué he venido, y
tú acéptalo. A éste que ha muerto, al hijo de Aquiles,
entiérralo cuando lo lleves al altar pitico, como un 1240
oprobio para los delfos, con el fin de que el sepulcro
anuncie el asesinato violento de la mano de Orestes.
Y la mujer prisionera, Andrómaca digo, es preciso
que habite en la tierra molosia, anciano, unida con 1245
Héleno ~ en matrimonio legítimo, y también este niño,
el único que ha quedado ya de los de la estirpe de
Éaco ~. A partir de él es preciso que un rey detrás
de otro gobiernen contentos en Molosia. Pues no ha
de ser destruido hasta ese punto tu linaje ni el mío, 1250
ni tampoco el de Troya. Pues también se ocupan los
dioses de ella, aunque haya caído por deseo de Palas 67,
Y a ti, para que conozcas mi agradecimiento por haberte casado conmigo [siendo yo una diosa e hija de
un padre dios] 68, te haré dios inmortal e imperece- 1255
dero, después de haberte librado de las desgracias
mortales. Y, luego, en la mansión de Nereo, vivirás
ya en lo sucesivo junto a mí, un dios con una diosa.
Desde allí, sacando del ponto tu pie seco, verás a 1260
64 Es decir, inmortales. Zeus y Posídon habían querido
casarse con Tetis, pero se enteraron por medio de Temis (o de
Prometeo) de que el hijo que naciera de tal unión sería más
fuerte que el padre que lo engendrara, por lo que desistieron
de ese matrimonio.
65 Hijo de Priamo, dotado de la capacidad de proletizar.
Habiendo sido capturado por los griegos se vio obligado a
relatarles los oráculos que se referían a las condiciones requeridas para la toma de Troya. Caída la ciudad, Neoptólemo se
llevó consigo a Andrómaca y Héleno al país de los molosos.
~
Padre de Peleo.
6~ Palas Atenea y Hera sentían hostilidad hacia Troya, por
haberse visto postergadas en el famoso juicio, en el que Paris
consideró a Afrodita la más hermosa.
OB Pasaje interpolado probablemente.
290
TRAGEDIAS
Aquiles, queridísimo hijo tuyo y mío, que habita en
su mansión isleña de la Costa Blanca, dentro del
Ponto Euxino ~. Mas márchate a la ciudad de Delfos
fundada por los dioses, llevándote este cadáver, y,
1265 cuando lo ocultes en la tierra, ve a la profunda ensenada del viejo arrecife de Sepia70 y siéntate. Aguarda
hasta que llegue yo, cuando coja del mar el coro de
las cincuenta Nereidas, acompañante tuyo. Pues debes
soportar lo que está decretado. Realmente a Zeus le
1270 parece bien eso. Y cesa en tu tristeza por los que
están muertos, pues esa sentencia ha sido decidida
por los dioses para todos los hGmbres, y se debe morir.
PELEO. — ¡Oh marina! ¡Oh noble compañera de
1275 lecho, hija de Nereo, salve! Haces esas cosas de manera digna de ti y de los hijos nacidos de ti. Calmo
ya mi tristeza al mandarlo tú, diosa, y cuando entierre
a éste iré a los repliegues del Pelión ~ donde cogí tu
hermosísimo cuerpo con mis manos. Entonces, ¿no
va a ser preciso que cualquiera que piense bien se
1280 case con una hija de padres generosos y dé a su hija
en matrimonio a gentes de bien y que no desee un
matrimonio malo, aunque traiga para su casa una dote
muy rica? Pues jamás les saldrá mal a causa de los
dioses.
69 No todas las fuentes mitográficas nos dan la Costa Blanca como residencia de Aquiles después de su muerte. En cuanto
al Mar Negro, hay que decir que se le llamó en cierto momento
Axino (dxeinos), es decir, “desfavorable para los forasteros’.
pero pasó a llamarse Euxíno (eúxeinos), o sea, 4avorable pan
los extranjeros~, quizá por dar acceso a regiones muy ricas,
sobre todo desde el punto de vista agrícola —trigo, ganados,
etcétera.
70 En Tesalia. Según la leyenda, entre otras formas que
adoptó Tetis tratando de huir de las manos de Peleo, tomó
la figura de sepia.
71 Monte de Tesalia.
ANDRÓMACA
291
CoRo. — Muchas son las formas de lo divino y mu- 1285
chas cosas deciden los dioses inesperadamente. Lo
esperado no se cumple, y la solución de cosas inespe-
radas descubre un dios. Tal resultó este asunto.
V~f1D~1H
r
INTRODUCCIÓN
Para esta obra puede darse con bastante seguridad
la fecha del 424 a. C. 1, pues algunos de sus versos
fueron parodiados por Aristófanes en Las nubes (423),
y, a su vez, se ha visto en nuestra tragedia una alusión a la fiesta purificatoria de Delos, que tuvo lugar
en el 425 a. C., por lo que tendría que ser posterior
a ella.
El tema de la tragedia pertenece al ciclo troyano.
Se trata propiamente de un acontecimiento posterior
a la ruina de Troya, pero estrechamente vinculado con
las consecuencias de la guerra: las cautivas; sus penalidades; la crueldad de los vencedores; el sacrificio
humano; el orgullo de los vencedores; la violación
de los derechos del débil; la necesidad de una justicia
igual para todos; la justicia que se impone al final
de todo.
Sófocles había tratado ya algunos de estos asuntos
en sus tragedias Políxena y Las cautivas, de las que
sabemos poco más que el título. Sin embargo, Eurípides aportaba importantes innovaciones, en especial,
la de unir el sacrificio de Políxena y el asesinato de
Po! icloro.
1 M. FERNANDEZ-GALIANO, REstado actual dc los problemas de
cronología curipidea”. Actas III Congreso Español de Estudios
Clásicos, Madrid, 1968, 1, págs. 321-354, esp. pág. 345.
L
296
TRAGEDIAS
El motivo central es el sufrimiento de Hécuba, no
sólo ante la muerte de Políxena, impuesta por los vencedores, sino ante el alevoso crimen cometido contra
Polidoro por el huésped y amigo que lo guardaba en
su casa. La primera le causa dolor y resignación, pero
el segundo, dolor e ira acompañada de una terrible
sed de venganza2.
Podríamos decir que la tragedia consta de dos
partes: en una, es la figura de Políxena la que ocupa
nuestra atención; en la otra, es Polidoro el personaje
central. Aun así, el autor ha logrado la unidad formal.
Como requiere el tema, abundan las expresiones patéticas que dejan ver los sentimientos apasionados de
los personajes, pero no faltan pasajes en los que prevalecen las ideas racionalistas ~.
Son pocas las huellas de Hécuba en la poesía griega
posterior; en cambio, fue obra muy leída en el mundo
bizantino y entre los renacentistas.
Estructura esquemática de la obra
PRÓLOGO (vv. 1-58). El espectro de Polidoro cuenta cómo ha
muerto a manos de Poliméstor, rey de Tracia. Advierte
sobre el sacrificio de Políxena junto a la tumba de Aquiles. Vuela sobre Hécuba que se impresiona ante la aparición. Monodia de Hécuba (vv. 59-97). Cuenta las visioneS
que ha tenido en sueños.
PA¡iooo (Vv. 98-153). El Coro se presenta y le comunica a Hécuba.
la decisión de los aqueos de sacrificar a Políxena y la
inmediata llegada de Ulises para llevársela.
Kow~tÓs (Vv. 154-215) entre Hécuba y Políxena. La madre le
anuncia a su hija la resolución de los aqueos. La hija
llora porque va a dejar sola a su madre.
2 TovAa, ob. cit., pág. 97.
3 A. Lasxy, Historia de la Literatura griega, trad. esp., Madrid, l96~, págs. 402-403.
~
TOVAR, ob. df., págs. 107-108.
HÉCUBA
297
Epísomo 1.0 (vv. 216-443). El Corifeo anuncia la llegada de Ulises
(vv. 216-217). Ulises le transmite a Hécuba la orden que
ha recibido y dialoga con ella. Ésta, a su vez, le recuerda
el favor que le había hecho al no denunciarlo cuando
llegó disfrazado a Troya con el propósito de espiar (versos 218-250). Solicita el perdón para su hija y opina que
es a Helena a quien hay que matar (vv. 251-295). Tras
tres versos del Corifeo (vv. 296-298), Ulises contesta que
no puede salvar a Políxena (vv. 299-331). De nuevo, el
Corifeo (vv. 332-333). Hécuba le pide a su bija que suplique
a Ulises (Vv. 334-341), pero Políxena acepta la muerte con
firmeza de ánimo (vv. 342-379). Vienen tres versos del
Corifeo (vv. 379-381), y, luego, un diálogo, a veces esticomítico, entre Hécuba, Ulises y Políxena. Esta reprocha
a su madre, que no deja de suplicar a Ulises (Vv. 382-443).
EsTAsIMo 1.0 (vv. 444-483). En dos estrofas, con sus correspondientes antistrofas, el Coro de cautivas se pregunta dónde
irá a parar: si a Ptía, Delos o a Atenas.
E~ísooxo 2.0 (vv. 484-628). Taltibio dialoga con Hécuba y le
cuenta la muerte de Políxena (vv. 484-582). El Corifeo
habla del terrible sufrimiento (Vv. 583-584). Hécuba prepara la lustración y exposición del cadáver de su hija
(vv. 585-628).
EsTAsIMo 2.~ (vv. 629-656). Consta de una tríada —estrofa, antistrofa y epodo—. El Coro se refiere al comienzo de sus
males por obra de Paris y del juicio famoso.
E~ssooío 3.o (vv. 658-904). Llega una cautiva con el cadáver de
Polidoro y entabla conversación con Hécuba (vv. 658-684).
Sigue un kommós entre Hécuba, la servidora y el Coro
(Vv. 684-722). Éste presenta a Agamenón (Vv. 723-725), que,
a continuación, dialoga con Hécuba (vv. 726-785). Largo
parlamento de Hécuba en el que expone la justa necesidad de vengarse de Poliméstor (vv. 786-845). Interviene
el Corifeo (Vv. 846-849). Sigue la conversación, que gira
ahora sobre los detalles de la proyectada venganza (versos 850-904).
EsT4síMo 3.o (vs’. 905-952). Dos estrofas y sus antistrofas, rema-
tadas por un epodo. El Coro evoca la toma de Troya.
298
TRAGEDIAS
Epssooío 4~o (Vv. 953-1292). Poliméstor y Hécuba hablan entre s¡
(VV. 953-1023). El Coro avisa sobre lo que va a Pasar
(vv. 1024-1034). Poliméstor ciego conversa con Hécuba y
con el Coro (Vv. 1035-1055). Monodia de Poliméstor (ver.
sos 1056-1106), con una intervención del Coro (vv. 10851087). El Corifeo da paso a la plática entre Agamenón y
Polimestor, el cual expone por extenso por qué babia
cometido el crimen (vv. 1109-1182). El Corifeo precede y
cierra (vv. 1183-1186 y 1238-1239) la exposición de Hécuba
(vv. 1187-1237). Se abre aquí el diálogo final entre Aga.
menón, Poilmestor y Hécuba (Vv. 1240-1292), en donde el
tracio profetiza el destino de Hécuba y el de Agamenón.
Éxooo (vv. 1293-1295). El Coro exhorta a las cautivas a marcharse a las tiendas.
ARGUMENTO5
Después del sitio de Ilión, los griegos arribaron al
Quersoneso que está enfrente de la Tróade. Aquiles,
aparecido de noche, exigía corno sacrificio una de las
hijas de Príamo. Pues bien, los griegos, tratando de
honrar al héroe, sacrificaron a Políxena tras arrebatársela a Hécuba. Poliméstor, rey de los tracios, dio
muerte a Polidoro, uno de los Priámidas. Poliméstor
lo había recibido de parte de Príamo en prenda de
amistad junto con dinero. Tomada la ciudad, como
quisiera quedarse con el dinero, se dispuso a matarlo
y menospreció la amistad a la hora de la desgracia.
Arrojado el cuerpo al mar, el oleaje lo echó fuera
frente a las tiendas de las prisioneras. Hécuba, tras
contemplar el cadáver, lo reconoció. Después de comunicar su resolución a Agamenón, hizo venir ante sí a
Poliméstor con sus hijos, ocultándole lo ocurrido, como
para ponerle al corriente de unos tesoros de Ilión.
Cuando se presentaron, mató a los hijos y a él le
privó de la vista. Hablando ante los griegos venció
a su acusador. Se interpretó, en efecto, que ella no
había dado comienzo a la crueldad, sino que se había
defendido de quien la comenzó.
5 Argumento de fecha y autor desconocidos que aparece
en los códices A, F, G, R, S, Sa.
PERSONAJES
ESPECTRO DE POLIDORO.
HÉCUBA.
CORO de cautivas.
POLIXENA.
ULISES.
TALTIBIO.
SERVIDORA.
AGAMENóN.
POLIMÉSTOR.
1~
ESPECTRO DE POLIDORO ‘.— He venido tras dejar la
subterránea morada de los muertos y las puertas de
la sombra, donde habita Hades apartado de los dioses;
yo, Polidoro, que soy hijo de Hécuba, la de Ciseo, y
de mi padre Príamo, el cual, cuando se cernió sobre
la ciudad de los frigios el peligro de caer bajo la lanza 5
helena, me envió por temor, furtivamente, desde la
tierra troyana hacia la casa de Poliméstor, su huésped
tracio, que siembra esta riquísima llanura del Quersoneso, gobernando con su lanza a un pueblo aficionado a los caballos. Mi padre mandó conmigo mucho io
oro a escondidas, para que, si un día caían las murallas de Ilión, no tuvieran sus hijos vivos escasez de
recursos.
Era yo el más joven de los priámidas, y también
por eso me envió fuera del país, pues no era capaz
de llevar armadura ni lanza con mi joven brazo. Pues ís
bien, mientras se mantenían en pie los mojones del
país, estaban incólumes las torres de la tierra troyana,
y mi hermano Héctor tenía éxito con la lanza, de
hermosa manera crecía yo, ¡desdichado de mí!, como 20
un retoño, bajo sus cuidados, en la mansión del tracio
huésped de mi padre. Pero cuando Troya y la vida de
Héctor se perdieron y quedóse el hogar de mi padre
demolido, y él mismo cayó junto al altar construido
1 Este personaje fantasmal aparece en lo alto, sostenido,
tal vez, por la máquina al uso, especie de grúa utilizada para
introducir a los dioses.
302
TRAGEDIAS
por los dioses 2, degollado por el asesino hijo de Aqui25 les, el huésped de mi padre •me asesinó a mí, ¡desdichado!, por causa del oro, y, tras matarme, me echó
a las olas del mar, para retener el áureo botín en su
palacio. Yazgo unas veces tendido sobre la costa, otras
veces en el reflujo marino, llevado de aquí para allá
30
por los muchos vaivenes de las olas, sin ser llorado,
sin tumba. Ahora me dirijo hacia mi madre Hécuba,
una vez que he abandonado mi cuerpo, flotando en
lo alto por tercer día consecutivo ya, durante todo
el tiempo que mi desdichada madre, que viene de
35
Troya, está en esta tierra del Quersoneso. Todos los
aqueos, aquí junto a sus naves, están varados, inactivos, en la costa de esta tierra tracia, pues el hijo
de Peleo, Aquiles, apareciéndose por encima de su
tumba, ha retenido a todo el ejército heleno, cuando
to dirigían ellos el remo marino hacia su casa. Reclama
a mi hermana Políxena para recibirla como sacrificio
grato para su tumba y como honor. Conseguirá eso,
y no quedará sin regalo por parte de sus amigos. El
destino conduce a mi hermana a morir en este día.
45 Mi madre verá ante ella cadáveres de dos hijos, el
mio y el de mi desdichada hermana. Pues me apareceré para conseguir un sepulcro, ¡desgraciado de mí!,
delante de sus pies de esclava, entre el oleaje. Pues
so
a los que tienen poder abajo les pedí obtener una
tumba y caer en brazos de mi madre. Pues bien, mi
tarea será conseguir cuanto quería. Me voy a retirar
de la vieja Hécuba, pues he aquí que encamina su pie
junto a la tienda de Agamenón, amedrentada de mi
ss
aparición. ¡Ay! ¡Oh madre que procediendo de un
palacio real viste el día de la esclavitud! ¡Tanto mal
2 Apolo y Posidón habían construido las murallas de Troya
para Laomedonte, padre de Priamo, que se negó a pagarles
una vez concluida la obra, expulsándolos sin contemplaciones.
HÉCUBA
303
sufres cuanto bien tuviste en 0tro tiempo! Un dios
te aniquila contrapesando tu felicidad de antaño ~.
HÉCUBA ~. — Conducid, oh hijas~ a esta anciana ante
las tiendas, conducid sosteniéndola a la que es hoy 60
tan esclava como vosotras, troyanas~ pero fue antes
reina. Cogedme, llevadme, acompañadme, levantadme
sosteniéndome de mi vieja mano. Y yo, apoyándome en 65
el curvado bastón de mi mano, me apresurare a realizar la marcha a paso lento de mis. miembros. ¡Oh
relámpago de Zeus, oh noche tenebrosa! ¿Por qué
en la noche me veo así en vilo a5altada por terrores 70
y espectros? ¡Oh venerable tierra, madre de los sueños
de alas negras! Rechazo la visión nocturna que, sobre
mi hijo que esta a salvo en Tracia y sobre mi hija 75
Políxena, [he visto] ~ en sueños, espantosa [visión he
conocido] ~, he tenido.
¡Oh dioses infernales! ¡Salvad a mi hijo, el único so
que, como anda de mi casa todavía, habita en la nivosa
Tracia bajo los cuidados del huésped de su padre!
¿Ocurrirá algo nuevo? ¿Llegará un canto de gemidos
a quienes gimen? Jamás mi corazón se agita, teme, 85
con tanta obstinación. ¿Dónde puedo ver el alma divina
de Héleno y de Casandra 6, troyanas~ para que interpreten mis sueños? Pues he vistO una cierva moteada, 90
La idea de que la divinidad, envidiosa de la excesiva fortuna de los hombres, contrabalancea la felicidad con el dolor,
está muy arraigada en el pensamientO griego arcaico.
4 Monodia de Hécuba, que entra lentamente. Este solo lírico
introduce la nota dominante de su fisura patética: en su soledad se ve amenazada por funestos p~e5agios. La insistencia de
Eurípides en el paso torpe de los viejos es frecuente (Bacantes 364-5, Andrómaca 747-8, Fenicias $41 y sigs.). Es un rasgo
realista para subrayar su indefensión e inferioridad física.
~
Pasajes interpolados.
6 Heleno y Casandra, hijos de p~4amo y Hécuba, tenían el
don de la profecia. Héleno se refugió en el Epiro. donde recibió
a Eneas (Eneida III 345 y sigs.).
304
TRAGEDIAS
degollada por la sangrienta zarpa de un lobo, tras
haberla arrancado de mi regazo por la fuerza. Y mí
miedo es el siguiente. Ha aparecido sobre lo más alto
de su túmulo el espectro de Aquiles. Exigía como
95
honor una de las muy sufridas troyanas. De mi hija,
de la mía, apartad esto, espíritus divinos, os lo suplico.
CORO. — Hécuba, me he apartado de prisa hacia
íoo ti cuando he dejado las tiendas de mi señor, donde
me sortearon y asignaron como esclava, expulsada de
la ciudad de Ilión, cazada por los aqueos a punta de
lanza, no para aliviarte en ninguno de tus sufrimieníos tos, sino por traer en vilo el gran peso de una noticia,
como un heraldo de dolores para ti, mujer. Pues en
la reunión plenaria de los aqueos, se dice, ha parecido
bien hacer de tu hija una víctima para Aquiles. Recuer110 das cuando, puesto en pie sobre su tumba, se mostró
con sus armas de oro y detuvo las naves surcadoras
del ponto que habían tensado las velas en los cabos,
mientras gritaba esto: «¿Adónde os vais, dánaos,
tís dejando ini tumba falta de honor?» La oleada de una
gran discusión estalló de golpe, y la opinión marchaba dividida por el ejército de los helenos armado
de lanza, porque a unos les parecía bien dar una
120 víctima para la tumba, pero a otros, no. Defendía con
ardor el bien tuyo, por mantener su concubinato con
la bacante adivina ~, Agamenón; mas los hijos de
Teseo 8, retoños de Atenas, eran oradores de sendos
Casandra fue asignada como cautiva a Agamenón en d
reparto de las esclavas. Su carácter de adivina iba ligado a un
estado de delirio profético, de donde el calificativo de .bacante.,
aunque tal don adivinatorio no le había sido otorgado por Dio-
niso, sino por Apolo. Por cierto que Casandra no quiso entregarse a Apolo (Agamenon 1202-1212), de quien había recibido la
capacidad de predecir el futuro, por lo que fue castigada por
el dios, de suerte que nadie creía lo que profetizaba.
8 Acamante y Demofonte, hijos de Teseo y Fedra. Menesteo, que habla expulsado a Teseo del trono de Atenas, murió
HÉCUBA
305
discursos, pero coincidían en una opinión: en coronar 125
la tumba de Aquiles con sangre joven. Dijeron también
que el matrimonio de Casandra no lo antepondrían
jamás a la lanza de Aquiles. El celo de los discursos 130
contrapuestos era igual en cierto modo, hasta que el
astuto, bribón, de palabra dulce, adulador del pueblo,
el hijo de Laertes, persuade al ejército a no des preciar al más excelente de todos los dánaos por causa 135
de unas víctimas esclavas, y para que ninguno de los
muertos, puesto en pie ante Perséfone, dijera que,
desagradecidos los dánaos con los dánaos que habían
muerto en defensa de los griegos, se marcharon de los 140
llanos de Troya. Vendrá Ulises, si es que no lo ha
hecho ya, para arrancar a la potrilla9 de tus pechos
y apartarla de tu anciana mano. Mas ve a los templos,
ve a los altares, échate como suplicante de Agamenón, 145
ante sus rodillas, convoca a los dioses celestes y a los
de bajo tierra. Pues, o las súplicas impedirán que tú
seas privada de tu desdichada hija, o has de verla 150
caída sobre la tumba, a la muchacha empurpurada
con su sangre, de la fuente de brillo negro que brote
de su cuello portador de oro.
HÉCUBA. — ¡Ay de ini, desdichada! ¿Qué he de exclamar? ¿Qué son, qué gemido, desgraciada por mi des- íss
graciada vejez, por mi esclavitud intolerable, inso portable? ¡Ay de mi! ¿Quién me defiende? ¿Qué linaje? 160
¿Qué ciudad? Se ha ido el anciano, se han ido mis
hijos. ¿Por qué camino he de marchar? ¿Por ése o por
aquél? ¿Hacía dónde echaré? ¿Dónde está como ayuda
en la guerra de Troya. Entonces, a la vuelta de tal guerra,
Acamante y Demofonte ocuparon el puesto de su padre.
9 La comparación de las jóvenes muchachas con animales
jóvenes como yeguas, potrillas, terneras, etc., es muy frecuente
en la poesía griega. Por otra parte, en el sueño de Hécuba se
aludía a la joven como una ~‘cien’a~ (90). <Véase, más adelante,
205-6.)
306
TRAGEDIAS
i~s alguno de los dioses o espíritus divinos? ¡Vosotras,
portadoras de desgracias! ¡Oh troyanas que me habéis
traído penas funestas¡ Me habéis matado, me habéis
matado. Mi vida a la luz ya no es apetecible. ¡Oh
170 sufrido pie! Hazme de guía, haz de guía a esta anciana
hacia esta tienda. ¡Oh criatura, oh hija de la madre
más desdichada! Sal, sal de la vivienda, oye la voz
175 de tu madre, oh criatura, para que sepas qué tipo,
qué tipo de rumor he oído sobre tu vida.
POLÉXENA. — ¡Ay! Madre, madre, ¿qué gritas? ¿Qué
novedad es la que me pregonas para espantarme de mi
casa con este temor, como a un pájaro?
180 HÉCUBA. — ¡Ay de mí, hija!
POLÍXENA. — ¿Por qué me dices palabras de mal
augurio? Funesto presagio me parece.
HÉCUBA. — ¡Ay, ay, por tu vida!
POLÍXENA. — Habla. No lo ocultes por más tiempo.
185 Tengo miedo, tengo miedo, madre. ¿Por qué gimes?
HÉCUBA. — ¡Oh hija, hija de una madre desdichada...!
POLÍXENA. — ¿Qué es eso que vas a anunciar?
HÉCUBA. — La opinión común de los argivos prei9o tende degollarte en honor del hijo de Peleo, delante
de su tumba.
POLIXENA. — ¡Ay de mi, madre! ¿Cómo pronuncias
las más terribles de las desgracias? Indícamelo, mdicamelo, madre.
HÉCUBA. — Repito, hija, rumores de mal augurio.
195 Anuncian que por votación de los argivos se ha deci-
dido sobre tu vida.
POLÍXENA. —— ¡Oh tú que sufriste terriblemente! ¡Oh
tú que lo has soportado todo! ¡Oh madre de vida infe200 hz! ¡Qué, qué ultraje odiosisimo e indecible ha suscitado de nuevo contra ti una divinidad! Ya no conservas esta hija, ya no seré tu compañera de esclavitud,
HÉCUBA
307
desgraciada de mí, de una anciana desgraciada. Pues 205
a mi, cachorro tuyo, como a ternera criada en la moritaña, ¡infeliz de ti!, infeliz me verás arrancada de t~<
mano y con la garganta cortada, llevada a Hades bajo
las tinieblas de la tierra, donde en compañía de los
muertos yaceré infeliz. Lloro, madre, por ti, desdicha- 210
da, con cantos fúnebres llenos de lamentos; pero no
deploro mi vida, ultraje y afrenta, sino que para nzi
morir es una suerte mejor. 215
CoRxr~o. — He aquí que llega Ulises a paso ligero,
Hécuba, para indicarte alguna nueva noticia.
ULISES. — Mujer, creo que tú conoces la intención
del ejército y la votación que se ha efectuado, pero,
sin embargo, te lo contaré. Ha parecido bien a los 220
aqueos degollar a tu hija Políxena junto al empinado
túmulo del sepulcro de Aquiles. Me ordenan ser escolta
y conductor de la muchacha. Como director y sacerdote de este sacrificio se erigió el hijo de Aquiles.
¿Sabes, pues, lo que has de hacer? Procura no ser 225
apartada por la violencia y no entables conmigo uxi
forcejeo personal. Reconoce tu fuerza y. la inminencia
de tus desgracias. Cosa sabia es, incluso en medio de
las desgracias, pensar lo que se debe.
HÉCUBA. — ¡Ay, ay! Se ha presentado, según parece, 230
una vasta agonía, colmada de gemidos y no vacía de
lágrimas. Yo, desde luego, no he muerto cuando debía
morir, ni Zeus me eliminó, sino que me da vida, para
que vea yo, la infeliz, otras desgracias mayores que
las desgracias pasadas. Si les es posible a los esclavos
preguntar a los libres cosas sin que molesten y laceren 235
sus corazones, necesario es que tú hables y que nosotros, que preguntamos, te escuchemos.
ULISES. — Es posible, pregunta. Pues no escatimo el
tiempo.
308
TRAGEDIAS
HÉCUBA. — ¿Recuerdas cuando viniste como espía
240 de Ilión ¡O, deforme con andrajos y te goteaban por la
barba hilillos de sangre de tus ojos?
ULIsES. — Lo recuerdo. Pues me sentí herido en lo
hondo del corazón.
HÉCUBA. — ¿Y que Helena te reconoció y me lo dijo
a mí sola?
ULIsEs. — Me acuerdo de que llegué a un gran
peligro.
245 HÉCUBA. — ¿Y que, con gesto humilde, tocaste mis
rodillas? “.
ULISES. — Hasta el extremo de que mi mano se
murió en tu peplo.
HÉCUBA. — ¿Te salvé, entonces, y te envié fuera del
país?
ULISES. — Por eso puedo ver esta luz del sol.
HÉCuBA. — ¿Qué dijiste entonces, siendo esclavo
mío?
250 ULIsES. — Invenciones de muchas palabras, con tal
de no morir.
HÉCUBA. — ¿Y no te envileces, entonces, con estas
decisiones, tú que reconoces haber recibido de mí un
trato tal como lo recibiste, y que en nada nos haces
bien, sino daño en cuanto puedes? Desagradecido es
255 vuestro linaje, todos cuantos envidiáis los cargos de
hablar en público. Ojalá no me fuerais conocidos vosotros, los que no os preocupáis de causar daños a los
lO Ulises y Diomedes entraron de noche en Troya para apoderarse del Paladio. Ulises iba disfrazado de mendigo, pero fue
reconocido por Helena, que, según algunos, lejos de haberlo
denunciado, le ayudó a realizar su intento.
II
El suplicante se encuentra bajo el amparo de Zeus apatrono de los suplicantes. (hiket~sios). Se postra ante la persona de quien trata de conseguir algo y efectúa una serie de
gestos rituales: tocar las rodillas, la mano, las mejillas, la
barba del dios o mortal que ha de otorgar el favor.
L
HÉCUBA
309
amigos, cuando decís algo por halago a los más. Mas,
¿qué artificio es ese en que pensaban cuando decidieron la pena de muerte contra esta niña? ¿Acaso los 260
indujo la necesidad de degollar una persona junto a
la tumba, donde más bien conviene sacrificar bueyes? Ilbis~ ¿O es que Aquiles, queriendo matar a su vez
a quienes lo mataron, reclama con justicia la muerte
contra ella? Mas, ésta al menos, ningún mal le ha causado. Sería preciso que él reclamara a Helena como 265
víctima para su tumba, pues ella lo perdió y lo conduce hacia Troya. Y si era necesario que de las prisioneras muriera una elegida y sobresaliente por su
belleza, eso no es cosa nuestra; que la hija de Tindáreo es muy distinguida por su figura y se evidenció 270
que ella había cometido no menos injusticia que nosotros. A tu justicia respondo este razonamiento. Lo
que tú debes pagarme a cambio al pedírtelo, escúchalo.
Cogiste mi mano, como afirmas, y postrándote tocaste
esta vieja mejilla. Yo te toco a mi vez la cara y la 275
mano, y te pido la gracia de entonces y te suplico:
que no separes de mis brazos a mi hija, ni la matéis.
Basta con los que están muertos. Con ella estoy contenta y me olvido de mis desgracias. Ella, a cambio 280
de muchas cosas, es para mí alivio, ciudad, nodriza,
bastón, guía del camino. Preciso es que los que mandan no manden lo que no se debe, y que cuando son
Ilbis Los sacrificios humanos aparecen en varias tragedias
de Euripides: Los Heraclidas, Las Fenicias, Ifigenia en Aulide,
etcétera. En la Ilíada (XXIII 175) se deguella en honor de
Patroclo, junto a su pira, a doce prisioneros troyanos. Es prob~ble que con el sacrificio de Polixena se pretendiera enviar
una concubina o criada al difunto Aquiles. En época histórica
los sacrificios humanos se vieron sustituidos por la inmolación
de animales —corderos, ovejas, vacas, bueyes, cerdos, cabras,
etcétera—. Cada divinidad tenía sus preferencias. Había ritos
diversos, según se tratara de un dios uranio (celeste> o ctónico
(subterráneo).
J
310
TRAGEDIAS
afortunados, no crean que siempre lo han de pasar
bien. Pues también yo lo fui antaño, pero ahora ya
285 no existo: un día me quitó toda la felicidad. Mas, ¡ea,
oh querida barba 12, respétame, ten piedad! Ve al ejército griego y disuádelo: que es odioso matar a unas
290 mujeres que no matasteis antes al arrancarlas de los
altares, sino que las compadecisteis. Una ley igual hay
entre vosotros, tanto para libres como esclavos, a
propósito del crimen de sangre 13~ Tu reputación, aunque se critique, les convencerá. Pues un razonamiento
295 que procede de gente sin fama y el mismo, pero que
viene de gente famosa, no tienen igual fuerza.
CORIFEO. — No existe una naturaleza humana tan
dura que, al oír tus gemidos y el canto fúnebre de tus
largos lamentos, no derrame lágrimas.
300 ULISES. — Hécuba, atiende y, por tu ira, no hagas
hostil a tu corazón a quien bien te habla. Yo, tu vida,
por la que logré entonces, estoy dispuesto a protegerla
y no digo otra cosa. Pero lo que dije ante todos no
305 lo voy a negar: tomada Troya, ofrecer tu hija al primer hombre del ejército, como sacrificio para quien
nos lo exige. Pues las más de las ciudades sufren con
esto: cuando un varón, aun siendo valiente y esforzado, no obtiene nada más que los que son peores. ~.
12 Al tiempo que le acaricia la barba. Tales perifrasis para
referirse a toda la persona mencionando la parte por el todo
o
el todo por la parte —sinécdoque— son corrientes en poesía:
cf. Edipo en Colono 1657; Edipo Rey 1, 40, 899, 915; Fedro
264 a.
13 En Atenas la ley protegía a los esclavos de todo ultraje
o violencia. El mismo delito constituía la muerte de un libre
que la de un esclavo, según podemos leer en DEMOSTENES, Contra
Midias 46. La situación era bien distinta en Esparía, donde los
esclavos, denominados hilotas, se sublevaron en el año 464 tras
un enorme terremoto, a la desesperada.
14 Piénsese en la dolida queja que profiere Aquiles ante
Agamenón, quien, esforzándose menos, consigue una recompensa mayor (Ilíada 1 167-168).
HÉCUBA
311
Para nosotros, Aquiles es digno de honra, mujer, por 310
haber muerto en defensa de la Hélade del modo más
hermoso para un varón. ¿No es vergonzoso, por tanto,
que mientras él ve la luz lo consideremos amigo, pero
que, cuando ha muerto, ya no lo consideremos? Bien,
¿qué dirá, entonces, uno, si se anuncia de nuevo una
reunión del ejército y un combate contra los enemigos? ¿Lucharemos o amaremos la vida ~ al ver que el 315
muerto no ha sido honrado? Y, además, a mí, al menos, mientras vivo, aunque tenga poco cada día, todo
me bastaría; pero quisiera que mi tumba se viera 320
respetada. Pues el agradecimiento debe durar largo
tiempo. Y si afirmas que sufres cosas lamentables,
escúchame a tu vez esto. Hay entre nosotros ancianas
y ancianos no menos desgraciados que tú, y jóvenes
esposas privadas de sus muy valientes maridos, cuyos 325
cuerpos los cubre este polvo del Ida. Soporta esas
cosas. Nosotros, si tenemos la perversa costumbre de
honrar al valiente, seremos castigados por tal estupidez. Vosotros, los bárbaros, no consideréis amigos a
los amigos, ni admiréis a los que han muerto de
forma hermosa, para que la Hélade sea afortunada y 330
vosotros, en cambio, tengáis lo que corresponde a
vuestras asechanzas.
CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¡Qué mala es siempre por naturaleza la esclavitud, y cómo soporta lo que no debe,
sometida por la fuerza!
HÉcuBA. — ¡Oh hija! Mis palabras se han ido al
éter arrojadas en vano por evitar tu muerte. Pero 335
tú, si en algo tienes una influencia mayor que tu madre, date prisa en emitir todos los sonidos, como boca
de ruiseñor, para no ser privada de tu vida. Póstrate
15 La expresión griega philopsykhein significa literalmente
«amar la vida., y de ahí «preferir la vida al honor., «portarse
como un cobarde» evitando el mortífero combate.
312
TRAGEDIAS
en plan conmovedor ante las rodillas de Ulises, aquí
a.~o presente, y persuádelo —tienes un buen motivo: que
también él tiene hijos— de modo que podría compadecerse de tu suerte.
POLIXENA. — Veo, Ulises, que ocultas la mano derecha bajo el vestido y que giras el rostro hacia atrás,
~s para que no te toque la barbilla, ¡ánimo! Has escapado de Zeus que me asiste como patrono de los suplicantes. Porque te voy a seguir de acuerdo con la
necesidad, y porque deseo morir. Si no quiero, resultaré cobarde y mujer amante de mi vida ¡6~ Pues, ¿por
350 qué debo vivir yo? Mi padre fue rey de todos los frigios. ~se fue el principio de mi vida. Después fui
criada cQn hermosas esperanzas como novia de reyes,
ocasionando una envidia no pequeña por mi boda: ¿de
quién sería la casa y el hogar al que yo fuera a parar?
Yo era señora, desgraciada de mí, de las mujeres
355 del Ida, y objeto de admiración entre las muchachás,
semejante a los dioses, a excepción sólo del morir.
Y ahora soy esclava. En primer lugar, el nombre, por
no serme habitual, me pone ya en trance de desear
morir. Después, encontraría yo, quizá, las decisiones
360 de un amo cruel, el cual, cualquiera que sea, me comprará por dinero, como hermana de Héctor y de otros
muchos, y, tras imponerme la obligación de hacer el
pan doméstico, me obligará a barrer la casa y a atender las lanzaderas l6bis, mientras llevo una triste exis365 tencia. Un esclavo comprado donde sea ensuciará mi
cama, considerada antes digna de reyes. ¡Desde luego,
que no! Aparto de mis ojos libres esta luz, entregando mi cuerpo a Hades. Llévame, pues, Ulises, y
16 Políxena utiliza el adjetivo philópsykhos, del que acaba
mas dc ver su significado.
lObis Utensilio en donde va colocado el carrete del hilo con
que en los telares se pasa el de la trama de un lado a Otro por
encima y por debajo de los de la urdimbre.
HÉCUBA
313
mátame cuando me lleves. Pues no veo junto a nos- 370
otras motivo de esperanza ni de confianza en la posibilidad de que yo sea feliz en alguna ocasión. Madre.
tú no seas en nada un obstáculo para nosotros, ni
de palabra ni de obra. Exhórtame a morir antes de
encontrar un trato vergonzoso en desacuerdo con mi
dignidad. Pues quien no tiene costumbre de probar 375
los males, los soporta, pero le duele poner su cuello
en el yugo. Yo sería más feliz muriendo que viviendo.
Que el vivir sin nobleza es gran sufrimiento.
CORIFEO. — Un sello admirable y distinguido es
entre los mortales proceder de padres nobles, y el 380
nombre del buen linaje va a más en quienes lo merecen.
HÉCUBA. — Has hablado con nobleza, hija, pero a la
nobleza la acompaña el dolor. Si es necesario que se
efectúe una acción de gracias en provecho del hijo de
Peleo y que vosotros, Ulises, evitéis el reproche, no 385
matéis a ésta, sino llevadme a mí hasta la pira de
Aquiles y clavadme el aguijón: no me tengáis miramientos. Yo di a luz a Paris, el cual mató al hijo de
Tetis disparándole sus dardos.
ULISES. — El espectro de Aquiles no exigió que los
aqueos te mataran a ti, oh anciana, sino a ésta. 390
HÉCUBA. — Pero vosotros matadme a mí con mi hija,
y dos veces más libación de sangre habrá para la tierra
y para el muerto que lo pide.
ULISES. — Suficiente es la muerte de tu hija. No hay
que añadir una muerte a otra. ¡Ojalá no tuviéramos 395
ni siquiera necesidad de ésta!
HÉcUBA. — Es muy necesario que yo muera con mi
hija.
ULISES. — ¿Cómo? Pues no sé que yo tenga amos 17~
17 Respuesta irónica de Ulises, que subraya la crueldad de
la situación: Hécuba es ahora sólo una esclava, y es inútil
que intente darle órdenes.
314
TRAGEDIAS
HÉcUBA. — Como hiedra de una encina, así me cageré de ésta.
ULISES. — No, si haces caso a gentes más prudentes que tú.
400 HÉcUBA. — Que no me soltaré voluntaria de esta
hija.
ULiSES. — Pues yo tampoco me voy a ir dejando a
ésta aquí.
POLIXENA. — Madre, hazme caso. Tú, hijo de Laertes,
perdona a mi madre que está irritada con razón. Y tú,
405 oh desdichada, no luches con los poderosos. ¿Quieres
caer al suelo, que desgarren tu viejo cuerpo al apartarte por la fuerza, y perder la compostura al ser
arrastrada por un brazo joven, cosas que sufrirás?
Tú, por lo menos, no. Pues no vale la pena. ¡Ea, oh
410 mi querida madre, dame tu dulcísima mano y aprieta
tu mejilla con mi mejilla! Que nunca más veré los
rayos ni el círculo del sol, sino que ahora es mi última
ocasión. Recibes ya mis saludos de despedida. ¡Oh
madre! ¡Oh tú que me diste a luz! Ya me voy a ir
abajo.
415 HÉCUBA. — ¡Oh hija! Yo seré esclava a la luz del
sol.
POLIXENA. — Sin marido, sin canto nupcial, todo
aquello que yo esperaba alcanzar.
HÉCUBA. — Lamentable tú, hija, y desgraciada mujer yo.
POLIXENA. — Allí en Hades yaceré, separada de ti.
HÉCUBA. — ¡Ay de mí! ¿Qué he de hacer? ¿Adónde
iré a terminar mi vida?
420 POLIXENA. — Como esclava moriré, aun siendo hija
de padre libre.
HÉCUBA. — Y yo falta de mis cincuenta hijos.
POLIXENA. — ¿Qué he de decir a Héctor o a tu anciano esposo?
HÉCUBA
315
HÉCUBA. — Anúnciales que yo soy la más desgraciada de todas.
POLIXENA. — ¡Oh pecho y senos que me criaron con
dulzura!
HÉCUBA. — ¡Oh hija, qué destino tan intempestivo 425
y desdichado!
POLIXENA. — ¡Sé feliz, madre! ¡Sé feliz, Casandra...
HÉCUBA. — Otros serán felices ‘~, pero para tu madre
eso no es posible.
POLIIXENA. — .. .y Polidoro, mi hermano que está entre los tracios aficionados a los caballos!
HÉCUBA. — Si es que está vivo. Pero desconfío. Tan
desdichada soy en todo.
POLIXENA. — Vive, y, cuando mueras, cerrará tus 430
ojos.
HÉCUBA. — A causa de mis desgracias muerta estoy
antes de morir.
POLIXENA. — Llévame, Ulises, tras cubrirme la cabeza con un peplo 19: que antes de ser degollada tengo
derretido el corazón con los cantos fúnebres de mi
madre, y a ella se lo derrito con mis gemidos. ¡Oh 435
luz! Aún me es lícito pronunciar tu nombre, pero en
nada más me correspondes, salvo durante el tiempo
en que marcho entre la espada y la pira de Aquiles.
HÉCUBA. — ¡Ay de mí! Me desmayo.. Mis miembros se
aflojan. ¡Oh hija! Abraza a tu madre, extiende la mano,
dámela. No me dejes sin hijos. He perecido, amigas 440
mías... ¡Ojalá vea yo así a la espartana Helena hermana de los dos Dioscuros! Pues con sus bellos ojos
cautivó ~ del modo más vergonzoso a Troya la infeliz.
18 Juego de palabras traducible a medias. Khaire «Sé feliz«,
«Alégrate>. Es la forma usual del griego para saludar y despedirse.
19 Para ocultar el llanto. Sobre ese gesto hay bastantes representaciones.
~ Juego etimológico entre el nombre de Helena «conquis-
316
TRAGEDIAS
CoRo.
Estrofa.
445 Brisa, brisa marina, que transportas sobre el oleaje
del mar las rápidas naves surcadoras del ponto.
¿Adónde me vas a llevar, desdichada de mi? ¿En posesión de quién llegaré como esclava conquistada para
450 5U casa? ¿Acaso a un puerto de la tierra doria, o de
la de Ptía, donde dicen que el padre de las aguas
más hermosas, el Apídano ~bis, fertiliza los campos?
Antistrofa.
455 ¿Acaso a uno de las islas, llevada, desdichada de
mí, por el remo que bate el mar, pasando una vida
lamentable en casa, donde la palmera primera en
460 nacer y el laurel ofrecieron a la amada Leto sus ramas
sagradas, ornato del parto de los hijos de Zeus 21, y con
465 las muchachas delias celebraré la dorada diadema y el
arco de la diosa Ártemis?
Estrofa.
¿O acaso en la ciudad de Palas Atenea, la de her-
moso carro, habré de uncir potros en un peplo aza470 franado, bordándolos en artísticos tejidos de flor de
azafrán, o el linaje de los Titanes, al que Zeus Cronida
dio eterno descanso con su llama rodeada de fuego? ~.
tadora, destructora de naves» y heile (del verbo ha,reó) «conquistó, cautivó..
~bis Río de Tesalia.
21 Apolo y Artemis, hijos gemelos de Zeus y Leto. Cuando
ésta iba a darlos a luz, el único sitio que se ofreció a darle
amparo fue la isla de Delos, errante hasta entonces, fija a
partir de tal momento. Nadie quería acogerla por miedo a
la ira de Hera, esposa legítima de Zeus. En cuanto a la alusión
a Delos se ha entendido como un dato precioso para fechar
esta tragedia. (Ver lo dicho a propósito de la fecha.)
22 En la fiesta de las Grandes Panateneas, que se celebraba
cada cuatro años y duraba cuatro días, tenía lugar una gran
procesión, representada en los mármoles del friso del Partenón,
L
HÉCUBA
317
Antistrofa.
¡Ay de mí, y de mis hijos! ¡Ay de mí, y de mis 475
padres y mi tierra que está abatida entre el humo,
quemada, botín de guerra de los argivos! Yo en tierra
extranjera ya soy llamada esclava, tras dejar Asia, 480
recibiendo a cambio la morada de Europa, aposento
de Hades ~.
TALTIBIO. — Mujeres troyanas. ¿Dónde podría encontrar a Hécuba, la que en otro tiempo fue reina de 485
Troya?
CORIFEO. — Ahí yace cerca de ti con la espalda en
tierra, encerrada en su peplo.
TALTIBIO. — ¡Oh Zeus! ¿Qué he de decir? ¿Acaso
que tú miras a los hombres, o que, sin motivo, tienen
en vano esa creencia [falsa, pensando que existe el 490
linaje de las divinidades] 24, y el azar se ocupa de todo
lo de los hombres? ¿No es ésta la reina de los frigios
ricos en oro? ¿No es ésta la esposa de Príamo el muy
afortunado? Y ahora su ciudad entera está destruida
por la lanza, y ella yace como vieja esclava sin hijos, 495
revolviendo con el polvo su desdichada cabeza. ¡Ay,
ay! Viejo soy, pero, sin embargo, que me sea dado
morir antes de caer en una desgracia humillante.
Levanta, oh anciana, y alza arriba tu costado y tu 500
cabeza toda blanca.
que salía del Cerámico, atravesaba Atenas y acababa en la
Acrópolis, y tenía por finalidad llevarle a la diosa Atenea,
patrona de la ciudad, un peplo bordado por las jóvenes de la
ciudad, con el que se envolvía la estatua de la diosa. Entre los
motivos que las doncellas bordaban se contaba la Titanomaquia, lucha de Zeus contra los Titanes.
23 Podría entenderse también como: »recibiendo... un tálamo
a cambio de Hades..
24 Se trata, al parecer, de una interpolación. Introduciría
la duda sobre la existencia de los dioses. Muchos de estos
comentarios marginales, cuya finalidad era explicar el texto,
terminaron por incorporarse en él.
318
TRAGEDIAS
HÉCUBA. — ¡Eh! ¿Quién es éste que no permite a
mi cuerpo estar echado? ¿Por qué me mueves, quienquiera que seas, al yerme afligida?
TALTIBIo. — He venido yo, Taltibio, servidor de los
dánaos, porque me ha enviado Agamenón, oh mujer.
305 HÉCUBA. — ¡Oh amigo mío! ¿Acaso has venido porque los aqueos han resuelto degollarme a mí también
sobre el sepulcro? Qué gratas nuevas dirías. Apresurémonos, corramos. Guiame tú, anciano.
TALTIBIo. — He venido en pos de ti, mujer, para que
sio entierres a tu hija muerta. Me envían los dos Atridas
y el ejército aqueo.
HÉCUBA. — ¡Ay de mi! ¿Qué vas a decir? ¿Que no
has venido en busca mía para que yo muera, sino para
anunciarme males? Muerta estás, oh hija, después de
haber sido arrebatada a tu madre. Y yo sin hijos, por
515 lo que a ti hace. ¡Oh desgraciada de mí! ¿Cómo la
rematasteis? ¿Acaso respetándola? ¿O es que, anciano,
llegasteis hasta la crueldad de matarla como enemiga?
Dime, aunque no vayas a describir cosas gratas.
TALTIBIO. — Dobles lágrimas quieres que yo obtenga,
mujer, por compasión hacia tu hija. Pues, ahora, al
520 contarte las desgracias, humedeceré estos ojos, como
junto a la tumba, cuando ella murió. Estaba presente
toda la multitud en pleno del ejército aqueo ante el
túmulo para asistir al sacrificio de tu hija. El hijo de
Aquiles, habiendo cogido de la mano a Políxena, la
puso en lo más alto del túmulo, y yo estaba cerca.
525 Escogidos y distinguidos jóvenes de los aqueos seguían, para impedir con sus manos los saltos de la
ternera 24~~ Tras coger entre sus manos una copa llena,
toda de oro, el hijo de Aquiles alza con su mano libaciones en honor de su padre muerto. Me hace señas
530 para que pregone silencio a todo el ejército de los
24» Ver nota 9.
L
HÉCUBA
319
aqueos. Y yo, colocándome en medio, dije lo siguiente: «Callad, aqueos. Que esté en silencio todo el ejército. ¡Callad! ¡Silencio!» Puse en calma a la multitud.
Y él dijo: «¡Oh hijo de Peleo, padre mío! Acéptame 535
estas libaciones propiciatorias que atraen a los muertos. Ven, para que bebas la negra y pura sangre de
la muchacha, sangre que te regalaremos el ejército
y yo. Sé propicio para nosotros y concédenos soltar
las popas y los frenos de las naves y volver todos a la 540
patria consiguiendo un regreso propicio desde Troya.»
Eso dijo él y todo el ejército lo coreó. Y, luego, cogiendo por la empuñadura la espada dorada por ambos lados, la sacó de la vaina y les hizo señas a los 545
jóvenes escogidos del ejército de los aqueos para que
sujetaran a la doncella. Ella, en cuanto lo comprendió,
exclamó las siguientes palabras: « ¡Oh argivos que
destruisteis mi ciudad! Moriré voluntaria. Que nadie
toque mi cuerpo, pues ofreceré mi cuello con corazón
bien dispuesto. Matadme, pero dejadme libre, para que sso
muera libre, por los dioses. Pues, siendo una princesa,
siento verguenza de que se me llame esclaya entre
los muertos.>’ El ejército lo aprobó con estruendo, y
el rey Agamenón dijo a los jóvenes que soltaran a la
doncella. Y ellos la soltaron tan pronto como oyeron sss
la última palabra de quien era, precisamente, el máximo poder. Y una vez que ella escuchó esta orden de
mi señor, cogiendo el peplo lo rompió desde lo alto
de la espalda hasta la mitad del costado, junto al
ombligo, mostró los senos y el pecho hermosísimo, s60
como de estatua, y poniendo en tierra la rodilla dijo
las palabras más valientes de todas: «Mira: golpea
aquí, si es que deseas, oh joven, golpear mi pecho,
y si quieres en la base del cuello, dispuesta está aquí 565
mi garganta.»
Y él, queriendo y no queriendo por compasión a
la muchacha, le corta con el hierro los pasos del aire.
320
TRAGEDIAS
Salían chorros. Y ella, aun muriéndose, sin embargo,
tenía mucho cuidado para caer de buena postura,
sro ocultando lo que hay que ocultar a la mirada de los
varones. Una vez que exhaló el aliento por la herida
mortal, ningún aqueo tenía idéntica ocupación, sino
que, de entre ellos, unos cubrían a la muerta con
hojas traídas en sus manos, otros completaban una
575 pira trayendo ramas de pino; y el que no traía era
criticado de la siguiente manera por el que traía:
«¿Te estás quieto, oh malvadísimo, sin tener en tus
manos un peplo ni un adorno en honor de la joven?
¿No vas a ir a dar algo para la en extremo animosa
580 y extraordinaria de alma?’> Mientras digo tales cosas
sobre tu hija muerta, te miro como la de mejores hijos
entre todas las mujeres y la más desgraciada.
CoRIFEo. — Como sufrimiento espantoso comenzó a
hervir contra los priámidas y contra mi ciudad esta
fatalidad divina.
585 HÉcUBA. — ¡Oh hija! No sé a cuál de los males he
de mirar, porque muchos hay presentes. Pues si toco
uno, este no me deja, y, a su vez, desde allí me recIam’a otra tristeza que suplanta unas desdichas con otras
590 desdichas. Y, ahora, yo no podría borrar de mi mente
tu sufrimiento hasta el punto de no gemir. Pero me
has impedido hacerlo en exceso porque, según me
anuncian, te has mostrado noble. ¿No es extraño que
una tierra mala, si consigue una oportunidad de parte
595 de un dios, produzca perfectamente espiga, y una buena, si no consigue lo que le es preciso obtener, dé
mal fruto; y, en cambio, entre los hombres el malvado
no sea otra cosa que malo, y el bueno, bueno, y que
no corrompa su natural ni siquiera por obra de la
desgracia, sino que sea siempre noble? ¿Acaso difieren
600 los progenitores, o las crianzas? Sin embargo, el ser
educado correctamente comporta, al menos en cierto
sentido, una enseñanza de lo bueno. Si uno aprende
HÉCUBA
321
bien eso, conoce lo deshonroso porque lo ha aprendido con la regla de lo bueno. Aun en eso, mi razón
de nuevo se ha disparado en vano 24bis
Tú ve e indícales a los argivos que a mi hija nadie 605
la toque, sino que se retire la multitud. En un ejército
innumerable una multitud sin freno y una anarquía
de los marineros son más potentes que el fuego, y
resulta cobarde el que no hace algo malo. Y tú, antigua esclava, coge una vasija, métela en el agua del 610
mar y tráela aquí, para que con la última lustración
lave yo a mi hija, desposada sin esposo y doncella sin
doncellez, y la exponga u... —¿Como ella merece? ¿De
dónde? No podría yo hacerlo. Mas, con lo que tengo.
Pues, ¿qué me puede ocurrir?—. Voy a recoger el ador- 615
no mendigando a las cautivas que como compañeras
mías viven dentro de esta tienda, por si alguna, pasando inadvertida a sus dueños recientes, retiene alguna
reliquia del robo de su propia casa. ¡Oh gloria de mi
casa! ¡Oh palacio antaño feliz! ¡Oh tú que tenias tan- 620
tísimas cosas muy hermosas, Priamo, el mejor de los
padres, y yo, aquí todavía, anciana madre de tus hijos!
¡Cómo hemos llegado a la nada privados de nuestro
orgullo de antes! Y luego nos ufanamos, uno, de estar
en rico palacio, otro, de ser llamado honorable entre 625
los ciudadanos. Pero esas cosas no son nada, simplemente deseos de la mente y jactancias de la lengua.
El más feliz es aquel a quien de día en día no le
ocurre ningún mal.
24bis Es de destacar la intempestiva tendencia racionalista
de Hécuba. Aquí, a propósito del tópico enfrentamiento entre
la ph~sis (= naturaleza) y la didaxis, trophaf (= educación).
~ Se lavaba cuidadosamente el cadáver y se le aplicaban
unguentos para evitar su descomposición durante la próthesis,
exposición del muerto, que duraba uno o más dias, según la
Lategora del fallecido. (La de Aquiles duró 17 días, cf. Odisea
XXIV 63-4.) Normalmente, el día siguiente al de la exposición
tenía lugar, al amanecer, la ekphorá (= cortejo fúnebre>. Por
1
322
TRAGEDIAS
CORO.
Estrofa.
630 A mí me estaba amenazando la desgracia, a mí me
estaba amenazando el sufrimiento, desde el día en que
Alejandro cortó la madera de abeto del Ida, para
635 enviar una nave por el oleaje marino hacia el lecho
de Helena, la más hermosa que ilumina Helio, el de
áurea luz.
Antistrofa.
640 Fatigas, en efecto, y angustias más fuertes que las
fatigas giran en círculo, y un daño común, surgido de
una locura privada, ha llegado funesto a la tierra del
Simunte, y una desgracia se desprende de otras. Se
645 resolvió la discordia que el muchacho boyero decidiera en el Ida entre tres hijas de los felices dioses 26,
Epodo.
650 para guerra, crimen y ultraje de mi palacio. Gime
también en torno al Euro tas de hermosa corriente una
muchacha laconia muy llorosa en su hogar, y una ma655 dre, por sus hijos muertos, se lleva la mano a su cana
cabeza y se araña la mejilla, ensangrentándose las
uñas con los desgarrones.
último se inhumaba o cremaba el cadáver, mientras se le of recían libaciones de vino y aceite.
~
Hay aquí una alusión al famoso juicio de Paris (r Alejandro), hijo de Príamo y Hécuba, que había sido entregado
por sus padres, recién nacido, a un criado para que lo abandonara en el monte Ida. Allí lo visitaron cuando ya era
adulto las tres diosas, Hera, Afrodita y Atenea, que se disputaban la manzana de la discordia, arrojada por Eris (r La
Discordia) en la boda de Tetis y Peleo, padres de Aquiles.
Como, según algunos, en tal manzana había una inscripción
que la otorgaba a la más hermosa, cada una de las diosas le
ofrecía a Paris un don tratando de sobornarlo y obtener el
codiciado premio. Paris dio la manzana a Afrodita, que le prometió darle por esposa a Helena, la más hermosa de las
mujeres.
1.
HÉCUBA
323
SERVIDORA. — Mujeres, ¿dónde está Hécuba, la muy
desgraciada, la que ha vencido en male5 a cuaiquier
hombre y al sexo femenino? Nadie le disputará la 660
corona.
CORIFEO. — ¿Y qué? ¡Oh infeliz, con ~ grito de mal
augurio! Que nunca duermen tus triste5 proclamas.
SERVIDORA. — A Hécuba le traigo ester dolor. En
la desgracia no les es fácil a los hombres que hable
la boca con buen augurio.
CORIFEO. — He aquí a esta que cruza ante la casa, 665
y que aparece en momento oportuno p~ira tus palabras.
SERVIDORA. — ¡Oh infeliz del todo y a1~’ maS de lo
que digo! Señora, perdida estás y ya no existes, aunque mires la luz, sin hijos, sin marido’ sin ciudad,
del todo destruida.
HÉCUBA. — No has dicho nada nuevo y has reprO- 670
chado a quienes lo saben. Mas ¿por qué vienes trayéndome este cadaver de Polixena, cuyo sep0lcro se anunció que era preparado con celo por las ni~nos de todos
los aqueos?
SERVIDORA. — Ésta no sabe nada, sino que me entona un canto fúnebre por Políxena, y no comprende la 675
nueva desgracia.
HÉCUBA. — ¡Ay de mí, infeliz que 5oy! ¿Es que
traes acá la báquica ~ cabeza de la adivifla Casandra?
SERVIDORA. — Has mencionado a quien vive, y, en
cambio, no gimes por este muerto. Mas mira atentamente el cuerpo desnudo del cadáver, acaso te pare- 680
cerá asombroso y contra lo esperado.
HÉcUBA. — ¡Ay de mí! Veo ya muerto a mi hijo, a
Polidoro, a quien un tracio lo protegía en su palacio.
Z7 Se refiere al cadáver de Polidoro, transportado a su lado
por algún 01ro servidor.
a Ver nota 7.
324
TRAGEDIAS
Me he perdido, ¡desgraciada de mi!, y ya no existo.
685 ¡Oh hijo, hijo! ¡Ay, ay! Comienzo un compás báquico 29,
recién informada de mis desgracias por un espíritu
maligno.
SERVIDORA. — ¿Has conocido, por tanto, la desgracia
de tu hijo, oh desgraciada de ti?
HÉCUBA. — Veo cosas increíbles, nuevas, nuevas.
690 Unos males suceden después de otros males. Nunca
me alcanzará un día sin sollozos, sin llanto.
CORIFEO. — Terribles, terribles males nos ocurren,
oh infeliz.
695 HÉcUBA. — ¡Oh hijo, hijo de una madre infeliz! ¿Con
qué fatalidad mueres? ¿Con qué destino yaces? ¿A manos de qué hombre?
SERVIDORA. — No lo sé. Pues lo encontré en la orilla
del mar.
HÉCUBA. — ¿Expulsado o caído bajo una lanza ase700 sina, sobre la lisa arena?
SERVIDORA. — El oleaje marino lo sacó del mar.
HÉCUBA. — ¡Ay de mi! ¡Ay, ay! He comprendido la
705 ensoñada visión de mis ojos —no se me pasó el espectro de negras alas—, la que yo vi en torno a ti, oh hijo,
que ya no estabas en la luz de Zeus.
CORIFEO. — ¿Quién lo mató, pues? ¿Sabes explicarlo
cual intérprete de tu sueño?
710 HÉCuBA. — Mi huésped, el mío, el caballero tracio,
allí donde su anciano padre, ocultándolo, lo depositó ~.
29 Es decir, delirante, en un paroxismo de dolor. La agitación de Hécuba se refleja, en el texto griego, en la métrica.
Se usa el verso docmfaco, adecuado a estos momentos de
intensa agitación. Los lamentos líricos se mezclan con el recitado.
30 Uno de los atributos de Zeus era el de xénios, protector
de los huéspedes, de los forasteros. La inviolabilidad del acogido en casa era norma común en toda Grecia. Basta recordar
Las Suplicantes de EsQUILo. Por otra parte, era proverbial la
crueldad de los tracios. (Ver TucflnDes, VII 29.) Se les reclu1
1
HÉCUBA
325
CORIFEO. — ¡Ay de mí! ¿Que vas a decir? ¿Para
poseer el oro al matarlo?
HÉCUBA. — Cosas increíbles, sin nombre, más allá
del prodigio, no piadosas ni tolerables. ¿Dónde está 715
la justicia de los huéspedes? ¡Oh el más impío de los
hombres! ¡Cómo has partido su cuerpo, cortando con
férreo cuchillo los miembros de este niño y no te com- 720
padeciste!
CORIFEO. — ¡Oh infeliz! ¡Cómo te ha hecho la más
sufrida de los mortales un espíritu divino que te es
hostil! Mas, ea, pues veo por aquí la figura de mi
señor Agamenón, callemos desde ahora, amigas. 725
AGAMENÓN. — Hécuba, ¿ por qué tardas en ir a cubrir a tu hija en un sepulcro, según lo que Taltibio
en ¡ni nombre anunció: que ninguno de los aqueos
tocara a tu hija? Pues bien, nosotros ni lo permitimos,
ni la tocamos. Y tú te retrasas, de suerte que yo estoy 730
admirado. He venido para hacerte ir. Pues lo de allí
bien hecho está —si es que está bien alguna de estas
cosas... ¡Eh! ¿Qué troyano es éste que veo muerto
junto a las tiendas? Pues que no es argivo me lo anun- 735
cian las ropas que le envuelven el cuerpo.
HÉCUBA. — Desgraciada —y cuando digo «tú» me
refiero a mí, Hécuba—, ¿qué he de hacer? ¿Postrarme
ante las rodillas de Agamenón aquí presente o soportar mis males en silencio?
AGAMENÓN. — ¿Por qué gimes tras volver tu espalda
a n~si rostro y no dices lo ocurrido? ¿Quién es éste? 740
HÉCUBA. — Pero, si por considerarme esclava y enemiga, me rechazara de sus rodillas, otro dolor se añadiría.
taba para ser policías en Atenas y, después, gladiadores en
Roma. Hay un cierto contraste entre el tracio y el término
xénos (= huésped, amigo).
326
TRAGEDIAS
AGAMENÓN. — No soy por naturaleza adivino como
para, sin oír, informarme del camino de tus intenciones.
745 HÉCUBA. — ¿Acaso echo cuentas sobre las intenciones de éste atendiendo de más a su hostilidad, sin que
él sea hostil?
AGAMENÓN. — Si, realmente, quieres que yo no sepa
nada, has coincidido conmigo. Yo tampoco quiero
oírlo.
HÉCUBA. — Pero yo no podría, sin su ayuda, vengar
750 a mis hijos. ¿Por qué le doy vueltas a esto? Es necesario atreverse, tanto si lo consigo como si no lo consigo. Agamenón, te suplico por estas rodillas, por tu
barba y por tu feliz mano derecha.
755 AGAMENÓN. — ¿Qué cosa buscas? ¿Acaso liberar tu
vida? Pues fácil es para ti.
HÉCUBA. — No, por cierto, sino que, cuando castigue
a los malvados, quiero ser esclava toda mi vida.
AGAMENÓN. — Y, entonces, ¿para qué ayuda me reclamas?
HÉCUBA. — Para nada de lo que tú sospechas, señor.
760 ¿Ves este cadáver por el que gota a gota derramo mi
llanto?
AGAMENÓN. — Lo veo. Sin embargo, no puedo comprender lo que vendrá después.
HÉCUBA. — A éste lo di a luz yo antaño y lo he líe.
vado bajo mi cintura.
AGAMENÓN. — ¿Cuál de tus hijos es ése, oh desdichada?
HÉcUBA. — No es de los priámidas qúe murieron al
pie de Ilión.
765 AGAMENÓN. — Pues, ¿es que pariste alguno aparte
de aquéllos, mujer?
HÉCUBA. — En vano, según parece, a éste que ves.
AGAMENÓN. — ¿ Dónde se encontraba, cuando perecía
la ciudad?
1
1
HÉCUBA
327
HÉCUBA. — Su padre lo había enviado fuera porque
temía que muriera.
AGAMENON. — ¿Adónde lo envió separándolo, a él
solo, de los hijos que tenía entonces?
HÉCUBA. — A esta tierra, precisamente donde ha 770
sido encontrado muerto.
AGAMENÓN. — ¿Junto a Poliméstor, el hombre que
manda en esta región?
HÉCUBA. — Aquí fue enviado como guardián de un
oro muy amargo.
AGAMENÓN. — ¿Y a manos de quién ha muerto? ¿Qué
destino ha encontrado?
HÉCUBA. — ¿A manos de qué otro? El huésped tracio lo mató.
AGAMENÓN. — ¡Oh desgraciado! ¿Acaso deseó apode- 775
rarse del oro?
HÉCUBA. — Así es, una vez que conoció el desastre
de los frigios.
AGAMENÓN. — ¿Lo has encontrado en alguna parte?
O, ¿quién trajo el cadáver?
HÉCUBA. — Ésta, que se lo ha encontrado en la orilla
del mar.
AGAMENÓN. — ¿Mientras buscaba a ése o cuando hacía otro trabajo?
HÉCUBA. — Fue a traer del mar agua lustral en ho- 780
nor de Políxena.
AGAMENÓN. — Después de darle muerte, según parece, el huésped lo arrojó.
HÉCUBA. — Errante por el mar, habiéndole desgarrado el cuerpo de esta manera
AGAMENÓN. — ¡Oh desdichada de ti por tus fatigas
sin medida!
31 El cadáver ha sido desfigurado con cortes en la piel,
quizá para impedir su venganza.
328
TRAGEDIAS
HÉCUBA. — Perdida estoy y no hay mal que me falte,
Agamenón.
785 AGAMENON. — ¡Ay, ay! ¿Qué mujer es tan desgraciada?
HÉCUBA. — No existe, de no ser que te refieras a la
Desgracia32 en persona. Mas, ea, escucha por qué motivos me postro en torno a tus rodillas. Si te parece
que es piadoso lo que me aflige, yo acaso me resigne.
790 Pero, si lo contrario, sé tú mi vengador contra ese
hombre, el huésped más impío, que, sin miedo a los
de bajo tierra ni a los de arriba, acaba de realizar
una acción muy impía, a pesar de haber compartido
muchas veces una mesa común conmigo y una hospitalidad, por el número de veces, de primer orden entre
795 mis amigos, y de haber obtenido cuanto era necesario..., y ahora, habiendo tomado precauciones, lo mató.
Y no lo consideró digno de una tumba, una vez que
quería matarlo, sino que lo arrojó por el mar. Pues
bien, yo soy esclava y débil, sin duda. Pero los dioses
tienen fuerza y también la Ley, que tiene poder sobre
800 ellos. Pues por la ley consideramos a los dioses y vivimos teniendo definido lo justo y lo injusto. Ley, que
si, cuando acude ante ti, va a ser destruida, y dejan
de pagar su castigo los que matan a sus huéspedes o
805 se atreven a llevarse lo consagrado a los dioses, es que
no hay ya nada de equitativo entre los hombres. Pues
bien, considera esas acciones entre las deshonrosas y
respétame a mí. Compadécete de mí, y situándote a
distancia, como un pintor, mírame y considera qué
desdichas tengo. Reina era yo antaño, pero ahora es810 clava tuya; abundante en hijos era otrora, mas ahora
vieja y sin hijos al mismo tiempo, sin ciudad, sola,
la más desgraciada de los mortales. ¡Ay de mí, infeliz!
Juego etimológico entre dystikh~s y T~khé, personificada
como diosa de la desgracia, aciaga en este caso.
HÉCUBA
329
~Adónde retiras tus pies? Parece que no voy a conseguir nada. ¡Oh infeliz de mí! ¿Por qué, de tal modo,
los mortales nos esforzamos por los demás saberes,
como es debido, y los buscamos todos, y, en cambio, 815
la persuasión, la única tirana de los hombres, en nada
más nos afanamos por aprenderla a costa de un salario ~ para que nos sea posible, un día, convencer de
lo que uno quisiera y obtenerlo a un tiempo? Ahora 820
bien, ¿en qué se podría esperar todavía tener éxito?
Pues los hijos que yo tenía ya no existen para mí, y
yo misma estoy prisionera en situación vergonzosa.
Estoy perdida. Ahí veo el humo que se alza por encima de mi ciudad. Y bien, tal vez sea vano el siguiente
tema de argumento: invocar a Cipris como pretexto. 825
Pero, con todo, será dicho. Junto a tu costado duerme
mi hija, la inspirada por Febo, a la que llaman Casandra los frigios. ¿Dónde, pues, demostrarás, señor, que
•
tus noches te son gratas, o qué gracia obtendrá mi 830
hija por sus agradabilísimos abrazos en tu cama, y yo
por ella? De la sombra y de los amorosos tratos nocturnos se origina un gran agradecimiento entre los
mortales. Oye, pues. ¿Ves este muerto? Si te portas
•
bien lo tratarás como a un pariente. Mi relato está 835
necesitado de una sola cosa. ¡Ojalá se me produjera
voz en los brazos, manos, cabellos y en la planta de
los pies, bien por las artes de Dédalo, bien por las
de alguno de los dioses, para que todas esas partes
a un tiempo se cogieran de tus rodillas llorando, re- 840
comendándote todo tipo de argumentos! ¡Oh amo!
33 Se hace mención de la actividad de los Sofistas, que enseñaban por dinero. Sabemos que se le había hecho más de un
reproche a Protágoras por hacer la más fuerte la causa más
débil. En general, no se buscaba la verdad objetiva, sino el
efecto subjetivo, la persuasión de los jueces. Los métodos de
la Sofística aparecen, con bastante frecuencia, en las tragedias
de Euripides.
330
TRAGEDIAS
10h la luz más grande para los helenos! Haz caso,
ofrece tu mano vengadora a esta anciana, aunque yo
no sea nada, a pesar de todo. Pues es propio de un
845 hombre noble servir a la justicia y hacer mal sin cesar
a los malvados en todas partes.
CORIFEO. — Cosa terrible, en efecto: cómo les viene
a acaecer todo a los mortales y las leyes determinan
las circunstancias forzosas para hacer amigos a los
más enemigos y de volver hostiles a los benévolos de
antes.
850 AGAMENÓN. — Yo, a ti, a tu hija, a tus desgracias,
Hécuba, a tu mano suplicante, os compadezco, y quiero
que al amparo de los dioses y de lo justo, el huésped
impío te pague esa pena; si es que, de alguna manera,
pudiera hacerse de modo que estuviera bien para ti y
855 no le diera yo al ejército la impresión de haber decidido
este asesinato contra el señor de Tracia en favor de
Casandra. Hay, en efecto, un motivo por el que me
ha sobrevenido cierta preocupación. A ese hombre lo
considera amigo el ejército, mas al muerto, enemigo.
860 Y si éste te es querido, eso es cosa aparte y no es
compartida en el ejército. Medita en esas cosas. Que
a mí me tienes dispuesto a colaborar contigo y rápido
para ayudarte, pero lento, si me expongo a ser calumniado por los aqueos.
HÉCUBA. — ¡Ay! No existe mortal que sea libre.
865 Pues ora es esclavo de las riquezas o del azar, ora la
muchedumbre de una ciudad o los textos de las leyes
le obligan a utilizar modales no de acuerdo con su
criterio. Pero ya que temes y concedes demasiada importancia a la multitud, yo te libraré de ese miedo.
870 Sé mi confidente, en efecto, en caso de que yo decida
algún mal contra el que dio muerte a éste, pero no
colabores. Mas, si se viera algún tumulto o ayuda de
parte de los aqueos, cuando le pase al tracio una cosa
tal como la que le va a pasar, impídelo sin dar la
HÉCUBA
331
impresión de que me haces un favor. Ten ánimo en 875
lo demás. Yo lo dispondré todo bien.
AGAMENÓN. — ¿Cómo, pues? ¿Qué vas a hacer? ¿Matarás al extranjero tomando un cuchillo con tu vieja
mano, o con drogas, o mediante alguna ayuda? ¿Qué
brazo colaborará contigo? ¿De dónde conseguirás los
amigos?
HÉCUBA. — Estas tiendas mantienen oculta una muí- 880
titud de troyanas.
AGAMENÓN. — ¿Te has referido a las cautivas, botín
de los helenos?
HÉCUBA. — Con ellas castigaré a mi asesino.
AGAMENÓN. — Y, ¿cómo unas mujeres tendrán el
•
poder sobre varones?
•
HÉCUBA. — Terrible es la muchedumbre y, si le acompaña el engaño, invencible.
AGAMENóN. — Sí, terrible. Pero, con todo, censuro 885
el. sexo femenino.
HÉCUBA. — ¿Y qué? ¿No se apoderaron unas mujeres de los hijos de Egipto y despoblaron por completo a Lemnos de varones? M• Mas que sea’ así. Deja
ese razonamiento y envíame con garantías a esta mujer a través del ejército. Y tú (a una esclava) acér- 890
cate a mi huésped tracio y dile: «Te llama la en otro
tiempo reina de Ilión, Hécuba —el provecho tuyo no
•
será menor que el de ella—, y también a tus hijos.
Que también tus hijos deben saber las razones de
Hécuba». Y tú, Agamenón, retrasa el funeral de Políxe- 895
na, la recién degollada, para que estos dos hermanos
juntos en una sola llama, doble motivo de dolor para
una madre, sean ocultados en la tierra.
AGAMENÓN. — Así será eso. Mas si hubiera para el
ejército oportunidad de navegar, no podría yo conce34 Alusión a las hijas de Dánao que mataron a sus primos,
los hijos de Egipto. Se menciona, asimismo, a las mujeres de
la isla de Lemnos que mataron a sus maridos.
-I
332
TRAGEDIAS
900 derte esa gracia. Pero ahora, ya que un dios no lanza
soplos favorables, es necesario que permanezcamos mirando la ruta en calma. ¡Que salga bien de cualquier
manera! Pues esto es común para todos, para cada
uno en privado y para la ciudad: que al malo le ocurra
algún mal y que el bueno sea feliz.
CoRo.
Estrofa 1.~.
905 Y tú, oh patria troyana, ya no serás llamada ciudad
entre las no devastadas. Tal nube de helenos te oculta
y te envuelve, tras haberte destruido ya por la lanza.
910 Acabas de ser despojada de tu corona de torres y de
arriba abajo estás recubierta de una lamen tabilísima
capa de ceniza. ¡Infeliz de mí! Ya no caminaré por ti.
Antistrofa 1.’.
915 A media noche sufrí la destrucción; cuando, después del banquete, un sueño dulce se derrama en
los ojos, y cuando, después de los cantos, tras hacer
cesar el sacrificio que origina danzas, mi esposo yacía
920 en la alcoba nupcial, y la lanza en su clavo, sin ver
todavía el tropel de marineros que estaba invadiendo
ya Troya la de Ilión.
Estrofa 2.&.
Y yo peinaba en orden mis trenzas, con sus lazos
925 y cintas mirándome en los reflejos infinitos de espejos dorados, para echarme luego en mí lecho. Pero un
griterío se alzó en la ciudad. Recorría la ciudad de
930 Troya la siguiente exhortación: «¡Oh hijos de los helenos! ¿Cuándo, cuándo llegaréis a vuestras casas después de destruir la atalaya de Ilión?»
Antistrofa 2.8.
Abandonando yo mi lecho amoroso con solo el
935 peplo, como una muchacha doria ~ a pesar de acudir
3~ Eurípides trata, en varias ocasiones, el tema de la liber1
HÉCUBA
333
en súplicas a la venerable Artemis, nada conseguí,
¡infeliz de mí! Me llevaron, después de ver muerto
a mí esposo, sobre el abismo marino, divisando a lo
lejos mi ciudad, una vez que la nave mo’->íó su píe de 940
regreso y me apartó de la tierra de Ilión. Yo, la infeliz,
desfallecí de dolor,
Epodo.
maldiciendo a Helena, hermana de lOs Dioscuros,
y al boyero del Ida, maldito Paris, que fl?e había per- 945
dido- ~xpulsándome de ,ni tierra paterna; y me echó
de mi hogar ese matrimonio que no fue matrimonio,
sino calamidad de un espíritu maligno, a la que 35 biS 950
¡ojalá no la lleve de vuelta el abismo del mar .y no
llegue ella a la casa paterna!
POLIMÉSTOR. — ¡Oh Príamo, el más querido de los
hombres, y tú, la más querida, Hécuba! Lloro al verte
a ti, a tu ciudad y a tu hija la que acaba de morir. 955
¡Ay! No hay nada seguro, ni la buena fama, ni tampoco que, quien lo pasa bien, no lo haya de pasar
mal. Los dioses en persona hacen la mezcla, causando
confusión hacia atrás y adelante, para qtie los respe- 960
temos en nuestra ignorancia. ¿Pero qué necesidad hay
de entona~ este canto fúnebre que nada sirve para los
males del futuro? Y tú, si es que reprochas en algo
mi ausencia, detente. Pues me encontraba ausente
•
en medio de las fronteras de Tracia, cuando llegaste
aquí. Pero después que regresé, salió a ‘Tú encuentro, 965
cuando yo sacaba ya mi pie de mi palacio, esta criada
tuya diciéndome tus razones, y, después de oírlas, he
venido.
HÉCUBA. — Me da vergúenza mirarte de frente, Poli•
méstor, al encontrarme en tales desdichas. Pues, a la 970
1
tad de las muchachas espartanas (Andrómaca 598, por ejemplo)
y su ligereza en el vestir.
S5bis La calamidad es Helena.
334
TRAGEDIAS
vista de alguien por el que he sido considerada feliz,
me entra pudor de yerme en esta situación donde
estoy ahora, y no podría yo mirarle con los ojos fijos.
975 No lo tomes como hostilidad hacia ti, Poliméstor. De
otra parte, también hay otro motivo: la costumbre
de que las mujeres no miren cara a cara a los hombres.
PoLIMÉsTOR. — Y no es nada que me extrañe. Mas,
¿qué necesidad tienes de mí? ¿Por qué me has hecho
venir de mi palacio?
HÉCUBA. — Quiero decirte a ti y a tus hijos un
980 asunto mío privado. Mas manda a tus aco~npañantes
que se aparten de estas viviendas.
PoLIMÉsTOR. — Marchaos. Pues esta soledad ocurre
en lugar seguro. Tú eres amiga, y grato para mí es
este ejército de los aqueos. Pero tú deberías indicarme
985 en qué debe quien lo pasa bien ayudar a sus amigos
cuando no lo pasan bien. Que estoy dispuesto.
HÉCUBA. — Primero háblame de mi hijo Polidoro a
quien, confiado por la mano de su madre y de su
padre, tienes en tu palacio, si está vivo. Lo demás te
lo preguntaré después.
PoLIMÉsTOR. — Claro que sí. En la parte que le corresponde tienes buena suerte.
990 HÉcUBA. — ¡Oh queridísimo! ¡Qué bien hablas-y de
qué forma digna de ti!
POLIMÉSTOR. — ¿Qué quieres saber de mí en segundo
lugar?
HÉCUBA. — Si de esta que lo dio a luz..., ¿se acuerda
algo de mí?
PoLIMÉsTOR. — Sí, e incluso trataba de venir oculto
aquí hasta ti.
HÉCUBA. — ¿Y está a salvo el oro que trajo cuando
vino a Troya?
995 POLIMÉSTOR. — A salvo, al menos custodiado en mi
palacio.
1
HÉCUBA
335
HÉCUBA. — Consérvalo, entonces, y no desees lo del
vecino.
POLIMÉSTOR. — Ni muchísimo menos. Así disfrute yo
de lo que tengo, oh mujer.
HÉCUBA. — ¿Sabes, pues, lo que quiero decirte a ti
y a tus hijos?
POLIMÉSTOR. — No lo sé. Eso me lo indicarás con
tus palabras.
HÉCUBA. — Hay... ¡Oh querido! ¡Qué querido eres iooo
tú ahora para mí...!
POLIMÉsTOR. — ¿Qué cosa es la que es preciso que
sepamos mis hijos y yo?
IUÉCUBA. — Los antiguos escondrijos del oro de los
priámidas.
POLIMÉSTOR. — ¿ Es eso lo que quieres indicarle a tu
hijo?
HÉCUBA. — Precisamente, por medio de ti. Pues eres
un hombre piadoso.
POLIMÉSTOR. — ¿Qué necesidad hay, entonces, de la íoos
presencia • de mis hijos?
HÉCUBA. — Es mejor que, por si tú mueres, ellos lo
sepan.
POLIMÉSTOR. — Bien has dicho. En ese sentido es
también más sensato.
HÉCUBA. — ¿Sabes, pues, dónde está el templo de
Atenea troyana?
POLIMÉSTOR. — ¿Está el oro allí? ¿Qué señal hay?
HÉCUBA. — Una piedra negra que sobresale por en- íoío
cima de la tierra.
POLIMÉSTOR. — ¿Quieres explicarme todavía algo de
lo de allí?
HÉCUBA. — Quiero que guardes las riquezas con las
que he venido.
POLIMÉSTOR. — ¿Dónde están? ¿Dentro de tu peplo
o las has ocultado?
336
TRAGEDIAS
HÉCUBA. — Están guardadas en estas viviendas en
medio de un montón de despojos.
[5 POLIMÉSTOR. — ¿Dónde? Éstos son los recintos donde fondean las naves de lós aqueos.
HÉCUBA. — Las viviendas de las cautivas están
aparte.
PoLIMÉsTOR. — ¿Es seguro su interior y hay ausencia de varones?
HÉCUBA. — Ningún aqueo hay dentro, sino nosotras
solas. Mas, ea, entra en la casa, que ahora los argivos
1020 desean soltar las velas de las naves que regresan de
Troya hacia su’ patria; para que, cuando hayas hecho
todo lo que debes, te retires con tus hijos al sitio
donde has instalado a mi niño.
CORO. — Todavía no la has pagado, pero quizá vas
1025 a pagar tu pena. Como uno que ha caído de costado
en un abismo sin fondo verás que te arrancan tu cora
zón, perdiendo la vida. Pues lo que se debe a la justicia y a los dioses no se desvanece de un solo golpe.
1030 ¡Funesta, funesta desgracia! Te engañará la esperanza
que tenias en este camino, la cual te ha conducido
mortal hacia Hades. ¡Ay infeliz! Dejarás la vida bajo
una mano que no hacía la guerra.
1035 PoLIMÉsToR. — ¡Ay de mí! ¡Ciego me encuentro de
la luz de mis ojos, desgraciado!
SEMICORO. — ¿Habéis oído el lamento del tracio,
amigas?
PoLIMÉsToR. — ¡Ay de mí otra vez, hijos, por vuestra degollación angustiosa!
SEMICORO. — Amigas, un mal reciente acaba de ocu-
rrir dentro de las viviendas.
PoLIMÉsToR. —Mas no hay miedo de que huyáis con
1040 pie rápido. Pues lanzando cosas quebraré los rincones
de estas chozas. ¡Mira! Un proyectil sale de mi pesada
mano.
HÉCUBA
337
CoRo. — ¿Queréis que entremos? Que el momento
E
culminante nos llama a asistir como aliadas a Hécuba
y a las troyanas.
HÉCUBA. — ¡Golpea, no dejes nada, arroja fuera las
puertas! Que jamás pondrás en tus pupilas la mirada 1045
brillante, ni verás vivos a tus hijos, a los que yo he
matado.
CORO. — ¿Es que has abatido al huésped tracio y
eres la dueña, señora, y has obrado tal como dices?
HÉCUBA. — Lo verás en seguida delante de las vi¡viendas, andando ciego c~ pie ciego y vacilante, y los 1050
cuerpos de sus dos hijos, a los que yo he matado con
la ayuda de las mejores troyanas. Me acaba de pagar
su pena. Aquí sale, como ves, de las viviendas. Mas,
ea, me apartaré y alejaré del tracio del que mana una 1055
irá dificilísima de combatir.
PoLIMÉsToR. — ¡Ay de mí! ¿Por dónde he dc ir?
¿Por dónde me he de parar? ¿Por dónde he de arribar, haciéndome a la marcha de una fiera montaraz,
sobre mis manos, en pos de una huella? ¿A qué ca- íoóo
•
mino me cambiaré? ¿A ése o a éste, en mi deseo de
alcanzar a las asesinas troyanas que me han aniquilado? ¡Mglvadas, malvadas hijas de los frigios! ¡Oh 1065
malditas! ¿Hacia qué parte de los rincones se agazapan temerosas en su huida? Sol, ojalá curaras, cura•
ras el párpado ensangrentado de mis ojos, alejando
el ciego resplandor. ¡Eh, eh! Calla. Siento por aquí 1070
el paso furtivo de las mujeres. ¿Por dónde he de lanzar mi pie para saciarme de carnes y huesos, preparándome un festín de fieras salvajes, consiguiendo su
afrenta en pago a mi ruina, ah infeliz de mí? ¿Hacia 1075
dónde? ¿Por dónde me arrastro dejando mis hijos
abandonados en manos de unas bacantes de Hades
•para que los despedacen, degollados, comida sangrienta
para los perros, desecho salvaje y tan feroz? ¿Por toso
dónde me he de parar? ¿Por dónde he de doblar?
338
TRAGEDIAS
¿Por dónde he de marchar corno nave que despliega
la vela tejida de lino sobre las amarras marinas, precipitándome como guardián hacia este lecho funesto
de mis hijos?
1085 CoRIFEo. — ¡Oh infeliz! ¡Qué insoportables males
te acaban de causar! Pero para el que ha hecho cosas
vergonzosas el castigo es terrible. Un espíritu divino,
que te es hostil, te ha pagado.
PoLIMÉSTOR. — ¡Ay, ay! ¡Oh raza de Tracia, porta1090 dora de lanza4 de buenas armas y caballos, sujeta a
Ares! ¡Oh aqueos! ¡Oh Atridas! Un grito, un grito
emito, un grito. ¡Oh! Venid, llegad, por los dioses.
¿Oye alguno o no va a ayudarme nadie? ¿Por qué os
retrasáis? Mujeres me aniquilaron, mujeres cautivas.
ío~s Cosas terribles, terribles, me acaban de pasar. ¡Ay de
mí, qué gran afrenta! ¿Adónde me he de volver?
ííoo ¿Adónde he de marchar? ¿Volando para arriba [por
el éter] ~ hacia la techumbre celeste que se cierra en
lo alto, donde Orión o Sirio lanzan de sus ojos rayos
1105 ardientes de fuego, o me lanzaré, infeliz de mí, por
el sombrío paso que lleva hacia Hades?
CORIFEO. — Es comprensible, cuando a uno le ocurren desgracias mayores que las que puede soportar,
que trate de librarse de la infeliz vida.
AGAMENÓN. — He venido al oír tu grito. Pues la hija
ííío de la roca montañosa, Eco, está chillando sin reposo
a través del ejército, causando tumulto. Si no supiéEs, posiblemente, una interpolación. Orión, hijo de Posidón y Euríale, fue convertido en la constelación de su nombre. Sirio, que es el nombre que recibe la constelación del
Perro (canis, canícula), es, a su vez, la estrella más brillante
del grupo y del cielo. A Sirio se le toma por el perro de
Orión. Precisamente la canícula es la época del año en que Sirio
aparece en el firmamento al mismo tiempo que el sol. Antiguamente coincidía con la etapa más calurosa del año. Ahora,
en nuestra época, viene a suceder a fines de agosto.
y
HÉcUBA
339
ramos que las torres de los frigios han caído bajo
la lanza de los helenos, este estruendo nos habría causado miedo y no en forma moderada.
PoLIMÉsTOR. — ¡Oh queridísimo! Pues te he conocido al oir tu voz, Agamenón. ¿Ves lo que me ocurre? 1115
AGAMENÓN. — ¡Oh! ¡Poliméstor! ¡Oh desdichado!
¿Quién te ha arruinado? ¿Quién te ha dejado ciega la
vista ensangrentándote las pupilas, y ha matado a
estos hijos? Realmente, gran rencor contra ti y tus
hijos os tenía cualquiera que haya sido.
POLIMÉSTOR. -.--~ ~écuba me arruinó con ayuda de las 1120
mujeres cautivas. No me arruinó, sino más que eso.
AGAMENÓN. — ¿Qué afirmas? ¿Has cometido tú esta
obra, según dice? ¿Te has atrevido tu, Hécuba, a esta
audacia irremediable?
POLIMÉSTOR. — ¡Ay de mí! ¿Qué vas a decir? ¿Acaso
está cerca en algún sitio? Indícame, dime dónde está; 1125
para que arrebatándola con mis manos la destroce y
le
ensangriente el cuerpo.
AGAMENÓN. — ¡Eh, tú! ¿Qué te pasa?
?POLIMÉSTOR. — Por los dioses te lo suplico, déjame
echar sobre ésta mi mano furiosa.
AGAMENÓN. — Detente. Una vez que hayas expulsado
de tu’ corazón la barbarie, habla, para que, después uso
de oírte a ti y a ésta en turno, juzgue yo con justicia
por qué has sufrido esto.
PoLIMÉsToR. — Voy a hablar. Había uno de los hijos
de Príamo, el más joven, Polidoro, hijo de Hécuba, al
cual, desde Troya, me lo confió su padre Priamo para
que lo criara en mi palacio, pues sospechaba ya la í 135
toma de Troya. Lo maté. Escucha por qué lo maté:
qué bien lo hice y, además, con qué sabia previsión.
Temí que, si quedaba el hijo como enemigo para ti,
reuniera a Troya y la poblara de nuevo, y que, sabien- 1140
do los aqueos que uno de los priámidas vivía, levan-
taran de nuevo una expedición contra la tierra de
340
TRAGEDIAS
los frigios, y, luego, devastaran estos campos de Tracia
al saquearlos, y a los vecinos de los troyanos les
ocurriera un mal, como el que precisamente, señor,
1145 padecemos ahora. Hécuba, al conocer la suerte mortal
de su hijo, me atrajo con el argumento de que me
tenía que aconsejar sobre unos depósitos, ocultos en
Ilión, del oro de los priámidas. Sólo con mis hijos
me introduce en las viviendas, para que ningún otro
ííso lo supiera. Me siento en medio de un lecho, doblando
mis rodillas. Muchas manos, unas por la derecha, otras
por aquí. Como en casa de un amigo, las hijas de los
troyanos estaban sentadas, y cogiendo la tela salida
de la mano de los edones ~ la alababan, mirando a la
1155 luz este manto. Otras, contemplando mi lanza tracia,
me privaron de mi doble arma, y cuantas eran madres,
admirando a mis hijos los hacían saltar en sus brazos
para que estuvieran lejos de su padre, alternándoselps
con cambios de brazos.
1160 Y, luego, después de los saludos tranquilos —¿cómo
crees?—, sacando de pronto unos cuchillos desde algún
lugar de sus peplos, clavan el aguijón a mis hijos,
y, otras, después de apoderarse de mí como enemigas,
sujetaban mis manos y piernas. Y cuando yo quería
1165 ayudar a mis hijos, cada vez que levantaba mi rostro,
me sujetaban de la cabellera, y cada vez que movía
las manos, no conseguía nada, infeliz de mí, en medio
de la multitud de mujeres. Y, por último, un sufrimiento mayor que el sufrimiento, realizaron una cosa
1170 terrible. Cogiendo unos alfileres pinchan las desgraciadas pupilas de mis ojos, las ensangrientan. Luego,
se fueron huyendo por la casa. Y yo, dando un salto,
persigo como una fiera a las perras manchadas de
crinlen, rastreando toda la pared, como un cazador,
1175 tirando cosas, dando golpes. Tales cosas acabo de su37 Pueblo de Tracia.
A
HÉCUBA
341
frir, Agamenón, porque me afano en favor tuyo y he
matado a tu enemigo. Para no extenderme en largos
discursos, si es que alguno de los de antes ha hablado
mal de las mujeres, o hay ahora alguno que hable,
o se disponga a hablar, yo, resumiendo todo eso lo 1180
confirmaré. Realmente, ni el mar ni la tierra crían una
raza de tal laya. Lo sabe el que, en cada ocasión,
tropieza con ella.
CORIFEO. — No te insolentes en nada, ni, a causa de
tus propias desgracias, censures al sexo femenino, ya
que lo has resumido así en su totalidad. En efecto, 1185
muchas de nosotras, unas son odiosas, otras pertenecemos por nacimiento al número de los débiles.
HÉCUBA. — Agamenón, entre los hombres sería ‘necesario que la lengua jamás tuviera más fuerza que los
hechos. Sino que, quien ha obrado bien debería hablar
bien, y quien ha obrado mal, que sus palabras fueran 1190
de mala ley y que jamás pudiera elogiar lo injusto.
Hábiles son los que conocen esto con precisión, pero
no pueden ser hábiles hasta el fin, sino que perecen
de mala manera. Ninguno ha escapado todavía. Lo que 1195
a ti te conviene así consta en mi preámbulo. Mas iré
contra éste y replicaré a sus palabras. Tú que dices
que mata~te a mi hijo tratando de librar a los aqueos
de un trabajo doble y a causa de Agamenón. Mas, oh
malvadisimo, en primer lugar, una raza bárbara jamás 1200
llegaría a ser amiga de los helenos, ni podría ocurrir.
¿Qué beneficio procurabas obtener cuando estabas tan
obsequioso? ¿ Ibas a entablar parentesco matrimonial
con alguno, o es que eras familiar suyo, o qué motivo
tenias? ¿O es que iban a devastar las plantaciones de
tu país si venían por mar otra vez? ¿A quién piensas 1205
que van a convencer estas ~cosas? El oro, si quisieras
decir la verdad, mató a mi hijo, y también lo hizo tu
deseo de lucro. A continuación explícame esto: ¿cómo
es que cuando Troya era afortunada, y la muralla de
342
TRAGEDIAS
1210 torres estaba en tomo a la ciudad, y vivía Príamo y
la lanza de Héctor florecía~ por qué no mataste entonces a mi hijo, ya que lo criabas y tenias en tu palacio,
si habías deseado hacerle a éste un favor, o fuiste
a llevárselo vivo a los argivos? En cambio, cuando
nosotros no estábamos ya bajo la luz del sol por obra
1215 de nuestros enemigos —la ciudad lo había indicado
con el humo— mataste al huésped que había venido
a tu hogar. Además de eso, escucha ahora qué malvado vas a resultar. Habría sido preciso, si es que tú
eras amigo de. los aqueos, que les hubier~s dado el
oro que afirmas tener, no como tuyo, sino ‘de aquél,
1220 llevándoselo a gentes empobrecidas y desde hacía
mucho tiempo en el extranjero lejos de su tierra
patria. Pero tú ni siquiera ahora te atreves a apartarlo
de tu mano, sino que insistes todavía en tenerlo en
tu palacio. Ahora bien, si hubieras criado, como era
1225 necesario que tú hubieras criado a mi hijo, y’ lo hubieras salvado, habrías tenido buena fama. Pues los bue
nos amigos se notan muchísimo en las desgracias. En
cambio, las buenas ocasiones, cada una por sí, consiguen amigos. Si tú hubieras escaseado de dinero y él
hubiera sido rico, mi hijo habría sido para ti un gran
1230 tesoro. Pero, ahora, no tienes a aquel hombre como
amigo tuyo, y el disfrute del oro y• tus hijos se te
acaban, y tú personalmente lo pasas así. Y a ti te digo,
Agamenón, que, si ayudas a éste, parecerás un mal1235 vado. Pues harás bien a quien no fue piadoso, ni leal
en lo que debió serlo, ni honrado, ni huésped justo
Afirmaremos que disfrutas con los malvados porque
tú eres de tal calaña... Pero no injurio a mis amos.
CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¡De qué forma las buenas obras
les dan siempre a los mortales motivo de buenas palabras!
1240 AGAMENÓN. — Pesado es para mí juzgar los males
ajenos, pero, sin embargo, es forzoso. Pues también
1
HÉCUBA
343
causa verguenza rechazar este asunto tras recibirlo
en las manos. A mí, para que lo sepas, me parece que,
ni en gracia a mí, ni a los aqueos, has dado muerte
al huésped, sino para tener el oro en tu palacio. Dices 1245
cosas útiles para ti cuando estás en medio de desgracias. Pues bien, quizá entre vosotros es fácil matar
3
a un huésped, pero, al menos para nosotros los helenos, eso es vergonzoso. ¿Cómo, entonces, si sentencio
que tú no cometes injusticia, he de evitar el reproche?
No podría. Mas, una vez que osaste cometer lo que no 1250
está bien, aguanta también lo que no es agradable.
POLIMÉSTOR. — ¡Ay de mi! Quedando yo por debajo
de una mujer esclava, según parece, rendiré justicia a
gentes de peor calidad.
AGAMENÓN. — ¿Y no es justo, si cometiste maldad?
POLIMÉSTOR. — ¡Ay de mí por estos hijos y por mis 1255
ojos, infeliz de mi!
HÉcUBA. — Sientes dolor. ¿Y qué? ¿Te parece que
n~ siento yo dolor por mi hijo?
POLIMÉSTOR. — ¿Gozas al demostrar tu crueldad
contra mi, oh malvada?
HÉCUBA. — ¿No he de gozar yo al vengarme de ti?
PoLIMÉsTOR. — Pero, en seguida, no, cuando el oleaje
del mar...
HÉCUBA. — ¿Acaso cuando me transporte a los lími- 1260
tes de la tierra helena?
POLIMÉSTOR. — . . .te cubra a ti,, caída del mástil.
HÉcUBA. — ¿Por obra de quién me alcanzará la violenta caída?
-I
38 Es un tanto extraño el final de esta tragedia. Pretenderia
el autor darnos una explicación racionalista sobre el kynós
séma (= sepulcro de la Perra), promontorio de la costa este
del Quersoneso tracio, en donde habria sido enterrada Hécuba,
una vez transformada en perra. Por otro lado, Poliméstor, una
vez ciego, adquiere la facultad de prever el futuro.
344
TRAGEDIAS
POLIMÉSTOR. — Tú misma por tu pie subirás al mástil de la nave.
HÉCUBA. — ¿Gracias a mi espalda alada o de qué
manera?
1265 POLIMÉSTOR. — Te convertirás en perra con una mirada de fuego.
HÉCUBA. — ¿Cómo’ sabes el cambio de mi forma?
POLIMÉsTOR. — El que es adivino entre los tracios,
Dioniso, me lo dijo.
HÉCUBA. — ¿Y a ti no te profetizó ninguno de los
males que tienes?
POLIMÉSTOR. — Jamás me habrías atrapado así con
tu engaño.
1270 HÉCUBA. — Completaré mi vida allí ¿muerta o viva?
POLIMÉSTOR. — Muerta. El nombre de tu tumba será
llamado...
HÉCUBA. — ¿Vas a decir un conjuro contra mi. forma
o qué?
POLIMÉSTOR. — .. sepulcro de la perra infeliz, señal
para los navegantes.
HÉCUBA. — No me importa nada, con tal que tú
me hayas pagado• tu pena.
1275 POLIMÉsTOR. — Y es necesario que. muera tu hija
Casandra.
HÉCUBA. — Escupo ~. ¡A ti si que te deseo que tengas idéntico desenlace!
POLIMÉSTOR. — La matará la esposa de éste, amarga
custodia de su hogar.
HÉCUBA. — Jamás enloquezca la hija de Tindáreo
hasta tal punto.
POLIMÉsTOR. — Y también a este mismo, después de
levantar sobre él un hacha.
39 El escupir tenía valor apotropaico (ver PLINIO, Historia
Natural XXVI 93). Creían los antiguos que al escupir conjuraban el mal y las enfermedades.
1
HÉCUBA
345
AGAMENÓN. — ¡Eh, tú! ¿Estás loco y deseas obtener 1280
males?
POLIMÉSTOR. — Mátame, que en Argos te espera un
baño asesino.
AGAMENÓN. — ¿Es que no lo vais a arrastrar, criados,
quitándolo de en medio a la fuerza?
PoLIMÉsTOR. — ¿Te duele oírme?
AGAMENÓN. — ¿Es que no le cerraréis la boca?
POLIMÉSTOR. — Cerrádmela. Pues está dicho.
AGAMENÓN. — ¿Es que no lo echaréis a toda prisa
en algún lugar de las islas desiertas, ya que habla con 1285
osadía de esa manera y en exceso? Y tú, Hécuba, oh
infeliz, márchate y entierra a los dos cadáveres. Y vosotras es preciso que os acerquéis a las tiendas de
vuestros amos, troyanas. Pues aquí veo ya soplos
que van a conducirnos a casa. ¡Ojalá naveguemos bien 1290
hacia la patria, y que veamos para bien lo que está
en nuestras casas, liberados de estos sufrimientos!
CORO. — Id hacia los puertos y tiendas, amigas, para
experimentar las fatigas impuestas por los amos. Pues 1295
dura es la necesidad.
INDICE GENERAL
Págs.
INTRODUccIÓN GENERAL VII
ALcEsTís 1
Introduccion
3
Argumento 9
MEDEA
61
Introduccion
63
Argumento 69
Los HERACLIDAS
125
Introducción
127
Argumento 131
HIPÓLITO 171
Introducción
173
Argumento 179
348
TRAGEDIAS
Págs.
ANDRÓMAcA
Introducción
237
239
Argumento 243
HÉCUBA 293
Introducción
Argumento 299
295
EURÍPIDES
TRAGEDIAS
II
HERACLES • ION
LAS TROYANAS • ELECTRA
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
JOSÉ LUIS CALVO MARTÍNEZ
BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS
© EDITORIAL GREDOS, S. A
Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000
Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas
por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, asi como su distribución
mediante alquiler o préstamo público sin la autorización
escrita de los titulares del copyright.
Diseño: Brugalla
ISBN 84-249-2465-7. Obra completa.
ISBN 84-249-2467-3. Tomo II.
Depósito Legal: B. 13520-2000.
Impresión y encuadernación:
CAYFOSA-QUEBECOW Industria Gráfica
Santa Perpétua de la Mogoda (Barcelona).
Impreso en España — Printed in Spain.
PREFACIO
Presentamos en este volumen de Eurípides la traducción de las tragedias: Heracles, Ion, Las Troyanas, Electra
e Ifigenia entre los Tau ros, acompañadas, cada una, de Introducción y notas.
En las notas me he limitado, en general, a explicar datos de realia, mitología, etc. Algunas veces, sin embargo, se han introducido explicaciones de índole filológica
cuando se trata de un texto corrupto o disputado; o para
justificar la elección de una variante determinada. La edición seguida es, como en los demás volúmenes, la de G.
Murray en Oxford Classical Texts.
También he incorporado un Glosario de términos referidos al teatro, dado que se hace un amplio uso de ellos
en las Introducciones.
Finalmente, quiero agradecer a Alicia Baches, del
Personal No Docente de la Universidad de Granada, la
colaboración prestada en mecanografiar el original.
Granada, abril 1977.
S3TW~HH
INTRODUCCION
1. Entre los años 423420 a. C., aproximadamente,
se representó por vez primera en Atenas el Heracles.
Eurípides había tomado para esta obra algunos pa-
sajes de la saga de Heracles, aunque trastocó la tradición mítica en varios puntos y añadió temas, personajes
y elementos nuevos. El argumento, a grandes rasgos,
es como sigue: Lico se ha apoderado de Tebas aprovechando la disensión entre los tebanos y, tras derrocar
a Creonte, pretende matar a la familia de Heracles
—Anñtrión, su padre; Mégara, su esposa, y sus tres
hijos—. Pero éstos se han acogido al asilo de los altares
y se mantienen a la espera de que vuelva Heracles.
Cuando han perdido toda esperanza y Lico va a
prenderles fuego, aparece el héroe, que restablece el
orden en Tebas; pero enloquece repentinamente por
obra de Lisa, la furiosa locura, enviada de Hera, y mata
a su esposa e hijos. Cuando vuelve en sí del sueño que
le ha producido Atenea, tras el múltiple parricidio, y
decide suicidarse, aparece Teseo que, tras un largo diálogo con él, le convence de que desista de su propósito
y le acompañe a Atenas.
De todo este conjunto, sólo pertenece a la tradición
mítica, tal como la representan Apolodoro y Feréci-
12
TRAGEDIAS
des, etc., el hecho de la muerte’ de los hijos de Heracles, que está, incluso, enraizada en el culto 2, y la serie
de trabajos realizados por el héroe.
Del resto del drama, no están relacionados con la
saga de Heracles ni el personaje de Lico (es un puro
pretexto para resaltar la situación de la familia del
héroe) ni el de Teseo, al menos en este momento de la
vida de Heracles. Sí es auténtico, en cambio, el rescate
de Teseo por Heracles del Hades, aunque no en todas
las versiones.
Por lo demás, Eurípides cambia el orden de los
acontecimientos en la secuencia muerte-trabajos. Según
la tradición más extendida, Heracles realizó los trabajos tras matar a sus hijos y precisamente como expiación, impuesta por el oráculo de Delfos, por este crimen. Aquí, por el contrario, la muerte de los hijos y
esposa es la culminación trágica e inesperada de la
brillante carrera del héroe. Esto lleva consigo también
¡
la presencia de Anfitrión en Tebas como desterrado, lo
que no pertenece a la tradición mítica. Precisamente
su destierro se presenta aquí como causa de los trabajos.
Finalmente, es casi seguro que también la introducción de Lisa es obra exclusiva de Eurípides, ya
veremos por qué razón.
Veamos más de cerca cómo se estructura el contenido.
Aunque según otras ramas de la tradición:
a) Los hijos no fueron muertos por Heracles, sino por
<unos extranjeros. <cf. PÍNDARO, Nemea 3.79 y sigs. y
escolio>.
b> Mégara consiguió escapar y casó con Yolao, sobrino
y acompaflante de Heracles, según APOLODORO,
2 En su honor se celebraba la fiesta lolea de Tebas.
j
HERACLES
13
2. Tradicionalmente se ha dividido este drama en cuatro
~zsooxos, con sendos Estásimos3 (aparte de Prólogo y exodo).
El PRóLOGO (1-137) es formalmente más simple, menos elaborado que en obras posteriores (ej., Ion, Troyanas, Electra).
Consta de una resis de Anfitrión, en la que éste presenta brevemente la situación desastrosa de Heracles y su familia, así
como las causas y antecedentes de esta situación, seguida de
un corto diálogo entre él mismo y Mégara. En éste se profundiza en la situación angustiosa en que se encuentran, si bien
las últimas palabras de Anfitrión dejan abierta una puerta a
la esperanza «la desesperación es de hombres cobardes»). Sigue
el canto de entrada del coro, en que éste se muestra también
ligeramente confiado.
El PRIMER EPISODIO (138-347> se inicia con un agon entre
Anfitrión y el tirano Lico, con dos resis bien elaboradas. Lico
justifica la decisión de matar a los niños basado en razones
de mera prudencia política («no quiero dejar atrás vengadores»). Además, éstos no pueden basar su defensa en la nobleza y hazañas de su padre: éste era un cobarde, dado que
su arma era el arco, lo que le da pie para atacar esta arma
extendiendo la disputa fuera del marco mismo de la obra.
Anfitrión le contesta con otra resis bien estructurada en que
defiende a Heracles de la acusación de cobarde y elogia las
excelencias del arco, para terminar apelando a los griegos que
debían venir en su defensa ~ lamentando su incompetencia para
defenderse.
El agón termina con la decisión de Lico de acabar con la
familia de Heracles prendiéndoles fuego. Tras una larga y poco
corriente intervención del corifeo (que amenaza a Lico, pero
acaba reconociendo también su impotencia). hay una resis de
Mégara en que ésta incita a Anfitrión a morir con honor. En
este diálogo tanto uno como otro desesperan ya del regreso
de Heracles, y la intervención final de Anfitrión es un insulto
Recientemente K. ANCHELE (en W. JENS, Die Bauformen der
Gr¡echischen Tragód¡e, Munich, 1971, págs. 45 y sigs.) lo ha distribuido en cinco episodios, dividiendo el cuarto en dos, Vv. 815-873
para el cuarto y vv. 909-1015 para el quinto. El éxodo comenzaria,
según él, en el y. 1042 (diálogo lirico de Anfitrión con el coro).
L
14
TRAGEDIAS
a Zeus, indigno padre del héroe, en quien ya ha perdido la
fe. Mientras Mégara entra con los niños en el palacio para
amortajarlos —favor que ha conseguido de Lico—, el Coro
canta el
Piu>¿mi ss’rAsnso (348-450), que de hecho constituye un canto
funerario en que se enumeran los trabajos de Heracles.
El Smuj~mo mqsonio (451-636) consta formalmente de dos
resis (Mégara y Anfitrión) y dos esticomitías (Heracles-Mégara
y Heracles-Anfitrión).
Mégara sale con los niños amortajados y, en un patético
monólogo (que encubre un auténtico treno), recuerda las promesas que Heracles hizo a sus hijos, así como sus esfuerzos
de madre de buscarles novias entre la realeza, para terminar
invocando desesperadamente la aparición de Heracles. Sigue
una resis de Anfitrión en que suplica a Zeus, sin fe ya en él,
y se resigna a morir invocando los cambios de la fortuna.
En este momento, inesperadamente, aparece Heracles. Tras
un breve diálogo de saludo, entabla con Mégara un diálogo
esticomitico en que ésta le pone al corriente de la situación,
terminando con una resis en que Heracles pierde los estribos
y amenaza con inundar con la sangre de sus enemigos los dos
ríos de Tebas ~.
Se inicia ahora un diálogo de Heracles con Anfitrión, seguido
también de esticom iría informativa (que introduce el tema de
Teseo, preparando así su aparición posterior) y terminando, en
estricto paralelismo con lo anterior, en una resis de Heracles
invitando a su familia a entrar en el palacio.
Emocionado por el regreso del héroe, el coro entona a continuación el SBUNDO ESTÁsIM o (636-700), canto de añoranza
a la juventud en general y en concreto a la juventud de Heracles.
El TERcER episonio (701.733) es uno de los más cortos de
la tragedia griega. Consta simplemente de un breve diálogo
entre Lico y Anfitrión, en que éste incita a aquél a que entre
en el palacio. Cuando Lico cree que va a matar a la familia
Se ha visto en esta resis un intento, por parte de Eurípides, de suavizar la introducción brusca de la locura de Heracles; según esto, aquí Heracles daría muestras de los primeros síntomas de locura.
HERACLES
15
de Heracles, recibe la muerte a manos de éste, como oímos
durante el
TERCER ESTASIMO (736-814), cuya primera estrofa consiste en
un epirrema en que alternan el Corifeo - Lico (gritando su propia muerte) y el Coro. La segunda y tercera estrofas son un
canto de triunfo y de acción de gracias a Zeus, lo que constituye un golpe maestro de ironía trágica, dado que de repente aparecen en el
CUARTO EPISODtO (815-1015) Iris y Lisa van a infundir la locura en Heracles. Formalmente se presenta este episodio como
un segundo prólogo con diálogo entre Iris y Lisa que explican
el objeto de su presencia, seguido de un diálogo lírico en
docmios entre Anfitrión y el Coro, en que comentan, entre lamentos, la futura muerte de los niños y la ruina de la casa de
Heracles. La tercera escena de este episodio es una escena de
Mensajero (precedido de un epirrema entre Coro y Mensa-
jero), en que éste informa sobre la locura del héroe y los asesinatos de su familia.
El CUARTO EsTÁSIM o (1016-1087) tiene una estructura poco
común: tras un canto de lamentación astrófico, en que el Coro
compara este crimen con los más célebres de la Mitología
griega (el de las Danaidas, el de Procne), se inicia un diálogo
lírico entre Anfitrión y el Coro, que comentan el despertar de
Heracles.
El Exono (1088-1428), el más largo de los dramas de Eurípides, consta de tres escenas. La primera es un diálogo, esticomítico en su mayor parte, entre Heracles (que vuelve en si> y
Anfitrión, en el que éste revela a aquél el crimen que ha cometido. Cuando Heracles se da plena cuenta de lo que ha
hecho, decide sucidarse. En este momento entra Teseo, que
entabla diálogo (primero esticomítico y luego epirremático) con
Anfitrión, quien le informa de lo sucedido.
El meollo del éxodo lo constituye el agón entre Heracles y
Teseo (formalmente tres resis Heracles - Teseo - Heracles precedidas y seguidas de esticomitías), en el que aquél muestra su
deseo y razones para morir y éste trata de disuadirle. Por fin
vence Teseo y le lleva consigo a Atenas.
16
TRAGEDIAS
3. asta es otra de las obras que más juicios negativos ha cosechado por parte de los críticos de
Eurípides, especialmente en lo que se refiere a su
estructura. En efecto, consta de tres cuadros bien
diferenciados —la familia de Heracles, la locura de
Heracles; Heracles y Teseo—, entre los que no hay
unidad aparente; la entrada de Iris y Lisa es absolutamente inesperada y la llegada de Teseo, como un
auténtico deus ex machina, para salvar a Heracles del
suicidio es no menos inmotivada, si bien antes se había
hecho referencia a Teseo y por tanto su aparición
resulta menos inesperada que la de Lisa.
Todo parece indicar que en esta tragedia Eurípides
ignora por completo la técnica teatral. Sin embargo,
dado que es obvio que es un gran dramaturgo, como
demuestran muchas de sus tragedias, es preciso buscar, una vez más, una explicación a esta «extraña»
estructura. Y esta explicación no puede ser otra cosa
que la idea trágica subyacente, la cual, como es lógico,
ha generado esta forma como la más adecuada. Es
probable que, una vez más, los críticos de esta obra
hayan acumulado sus reproches por no haber entendido bien lo que Eurípides quiere transmitimos a través de ella.
Es evidente para todo el que conoce la mitología
de Heracles que aquí este héroe se nos muestra más
a la medida humana: muy alejado por un lado de su
naturaleza de semidiós, y por otro del héroe grosero
—infrahumano- cuya característica esencial es, quizá,
la exageración de sus apetitos. Es claro el intento por
parte de Eurípides de rescatar a Heracles de su divinidad, humanizándolo hasta un grado sumo. De ahí que
a veces se ponga en dudas su origen divino (cf. versos 354-355) o que el Coro afirme con frase blasfema:
<él es hijo de Zeus, mas en virtud supera su noble
cuna». Heracles encarna aquí la virtud de la philía
HERACLES
17
por excelencia: es el padre amantísimo, el esposo fiel,
el amigo leal. Frente a él las divinidades que aparecen
en el transfondo de la obra —Hera y Zeus— son precisamente sus opuestos: encarnan el odio y la ingra-
titud. Es claro que la obra no se reduce sólo a eso:
también hay su dosis de nacionalismo al querer atraerse hacia Atenas a un héroe extraño (como Sófocles
hizo con Edipo), etc. Pero la idea central, que por otra
parte subrayan reiteradas metáforas, es precisamente
la del humanismo de Heracles, centrado en su philía,
frente a la inhumanidad de las divinidades.
Esta idea es, evidentemente, la que explica la estructura y el tempo de la obra.
Para empezar, explica la primera parte del tríptico
a la que se ha considerado irrelevante, además de
excesivamente lenta y reiterativa. Se piensa que sólo
sirve para preparar la segunda y que gran parte de
ella vale únicamente para marcar un compás de espera.
Nada más falso. Es obvio que esta primera parte era
absolutamente necesaria para marcar la situación de
aislamiento desesperado de la familia de Heracles, objeto de su philía; para marcar la falta de lealtad de
los tebanos hacia su bienhechor; para señalar la ingratitud de Zeus para con su hijo y los hijos de su hijo.
Pero además está muy bien construido psicológicamente. Es un crescendo de la desesperanza de la familia de Heracles: si al principio hay una nota de
esperanza en las palabras de Mégara, Anfitrión y el
Coro, lentamente ésta va desapareciendo hasta culminar en el canto funerario del Coro en que celebra sus
hazañas porque, evidentemente, lo cree muerto.
La idea central explica, por otra parte, la aparición
inesperada de Lisa y la locura repentina de Heracles.
Es sabido que Eurípides domina la descripción de los
procesos psicológicos. Si hubiera querido presentarnos
un progresivo enloquecimiento de Heracles, podía ha-
18
TRAGEDIAS
berlo hecho (como describe magistralmente la progresiva vuelta en sí del héroe a través del diálogo con Anfitrión). Ahora bien, como lo que quiere subrayar es el
odio y la arbitrariedad de los dioses, nada mejor que
introducirlos de repente enloqueciendo arbitrariamente al héroe. Se ha dicho que Sófocles nunca presenta
desenlaces inesperados o desligados del desarrollo de
los caracteres. Tampoco lo hace Eurípides en muchas
de sus tragedias. Si Heracles enloquece en ésta sin que
se explique desde dentro es, precisamente, porque el
autor quiere resaltar la actuación arbitraria y desleal
del elemento que actúa en toda tragedia griega desde
fuera y por encima: los dioses.
Finalmente, la intervención de Teseo. En este caso
no se trata de una intervención tan inesperada como
la de Lisa, aunque resulta igualmente inmotivada desde
dentro.
He señalado antes que Teseo es como un auténtico
deus ex machina ~. Cuando la única solución que se
vislumbra es el suicidio de Heracles, aparece Teseo
para rescatarlo de la muerte, como él había sido antes
rescatado del Hades por Heracles. Esta parte representa, con respecto a la anterior, el movimiento opuesto del péndulo: es el triunfo de la human itas representada aquí por Teseo; de la amistad, como queda subrayado en numerosas ocasiones.
En fin, pienso que no se trata, efectivamente, de un
drama que se ajuste a los cánones de la tragedia de
un Sófocles (o de otras de Eurípides), pero ello es por
la sencilla razón de que es el contenido de la misma
el que ha confirmado su propia forma.
Auténtico, porque los verdaderos deus ex machina de Furipides
raras veces resuelven ninguna situación desesperada, como ha demostrado SPIRA, Utuersuchun gen zum Deus ex machina bei Sophocies und Euripides, Kallmunz, 1960.
HERACLES
19
Aparte de esto, tiene valores innegables, como el
dominio de la ironía trágica: cuando ya desesperan de
que vuelva Heracles y Anfitrión acusa a Zeus de ingrato, el héroe aparece de repente; cuando ya parecia
que Zeus se había puesto a la altura de sus deberes
como padre y vuelve la felicidad al hogar de Heracles,
repentinamente enloquece el héroe; cuando todo parece perdido, aparece Teseo para salvarle de la muerte.
Por otra parte, hay caracteres que están desarrollados con una riqueza enorme: Heracles mismo como
padre, esposo y amigo; Mégara como esposa abnegada y heroica, pero también como una madre <normal»
preocupada por el matrimonio de sus hijos en los
tiempos de felicidad; Anfitrión como anciano temeroso, pero al tiempo arrogante y astuto. Si Lico es un
carácter plano y unilateral, es porque sólo sirve como
contrapunto de la soledad y desvalimiento de la familia de Heracles. Luego desaparece rápidamente; su
muerte ocupa el espacio mínimo del tercer estásimo,
el más corto de la tragedia griega.
Finalmente, como valores aislados, merecen resaltarse la magnífica descripción (a través de un diálogo)
del lento despertar de Heracles, después de su locura,
y la magistral descripción que de ésta hace el Mensajero.
ARGUMENTO
Heracles, luego de desposar a Mégara, la hija de
Creonte, tuvo hijos de ella... Dejólos en Tebas y marchó él mismo a Argos para realizarle los trabajos a
Eunsto. Como sobreviviera a todos, bajó a Hades,
para terminar, y como pasara allí mucho tiempo, dejó
entre los vivos la creencia de que había muerto. Estando los tebanos en discordia con el rey Creonte,
trajeron de Eubea a Lico...
L
ANFITRIÓN.
MEGARA.
LICO.
HERACLES.
IRIS.
LISA.
MENSAJERO.
TESEO.
CoRo de ancianos.
Escena: En Tebas.
PERSONAJES
ANFITRIÓN. — ¿Quién de los hombres no conoce al
que compartió el lecho con Zeus, al argivo Anfitrión,
al que engendró Alceo, hijo de Perseo, al padre de
Heracles? Soy yo, que poseí esta ciudad de Tebas
donde floreció la espiga terrena de los <Hombres Sem- 5
brados. 1 Ares salvó un pequeño número de su estirpe
y éstos llenaron la ciudad de Tebas con los hijos de
sus hijos. De ellos nació Creonte, el hijo de Meneceo,
soberano de esta tierra. Y Creonte fue el padre de
Mégara, aquí presente, a la que un día todos los so
Cadnieos celebraron con cantos de esponsales, al son
de la flauta, cuando el ilustre Heracles la trajo a mi
casa como esposa.
Abandonando Tebas, donde yo habito, y dejando
aquí a Mégara y a sus suegros, mi hijo se ha dirigido is
a la ciudad amurallada de Argos, a la ciudad ciclópea2
de donde yo estoy exiliado por haber matado a Electrión. Por aligerar mi infortunio y querer que yo vuelva
a habitar en mi patria, está pagando a Euristeo un
gran precio por mi retorno, librar de monstruos a la 20
tierra, sometido por los aguijones de Hera o impelido
por el destino.
Ya ha llevado a cabo los demás trabajos y ahora.
para terminar, ha bajado al Hades, a través de la
Según el mito, los tebanos habrían nacido de los dientes del
dragón de Ares que Cadmo sembró al fundar la ciudad.
Ciclópeo: aplicable sólo a Micenas y Tirinto, cuyos muros fueron edificados por los Cíclopes (PíNDARO, Er. 169, BERGK). Pero
Eurípides identifica (Suplicantes, y. 1130) Micenas y Argos.
24
TRAGEDIAS
25 abertura del Ténaro, para traerse a la luz al Can de
tres cuerpos y no ha regresado de allí.
Pues bien, según una antigua tradición tebana, existió un tal Lico, esposo de Dirce, que tenía tiranizada
a esta ciudad de siete puertas antes de que la rigieran
30 los blancos potros gemelos Anfión y Zeto ~, hijos de
Zeus.
Un hijo de Lico, del mismo nombre que su padre,
que no es Cadmeo, sino procedente de Eubea, ha matado a Creonte y, tras el crimen, domina esta tierra.
Ha caído sobre esta ciudad enferma y dividida en
35 facciones. Así que el parentesco que nos une a Creonte
se nos ha tornado en terrible mal, como es obvio.
Como mi hijo está en las entrañas de la tierra, este
Lico, nuevo señor del país, quiere acabar con los hijos
40 de Heracles, matar a su esposa —por apagar un crimen
con otro- y a mí, si es que hay que contar entre los
vivos a un viejo inútil como yo. Teme que algún día,
cuando estos niños sean hombres, venguen a la familia
de su madre demandando satisfacción por el crimen.
~s Yo por mi parte (pues mi hijo me dejó como tutor
de sus niños cuando descendió a la negra oscuridad
de la tierra) me he sentado con su madre junto a este
altar de Zeus Salvador para que no mueran los hijos
50 de Heracles. Este altar lo erigió mi noble hijo como
monumento a su lanza victoriosa cuando venció a los
Minias ~. Así es que permanecemos alerta en este lugar
3 En muchas localidades griegas existían —con nombre diferente (cf. Tindáridas, Antrópidas, Moliónidas, Afarétidas),
aunque a veces conservaban el nombre genérico ánakes— dos
gemelos divinos, patronos de causas difíciles (theoí s5t~res>,
protectores de la navegación, etc. La denominación «blancos
potros» puede deberse a su concepción primitiva como tales,
aunque luego se los hiciera simplemente protectores de los caballos o hábiles jinetes, especialmente en zonas de cría caballar.
~
Esta victoria —la hazaña (práxis) más importante de Heracles— es subrayada varias veces (cf. también vv. 220-260), ya
J
1
HERACLES
25
faltos de todo, de comida, bebida y vestido, poniendo
nuestras espaldas sobre el suelo por carecer de camas.
Nuestra casa tiene las puertas ~ y nos hallamos
sin posibilidad de salvación. Pues entre nuestros ami- ss
gas, a unos no los veo claramente como tales, y los
que lo son de verdad no pueden ayudamos. Tales son
los efectos de la adversidad entre los hombres.
Que ninguno de cuantos me son amigos —aún a
medias— se tropiece con ella. Es la prueba más inequívoca de la amistad.
MÉGARA. — Anciano, tú que un día arrasaste la ciu- 60
dad de los tallos6 como conductor ilustre del ejército
cadnieo, ¡qué poco claras son para los hombres las
decisiones divinas!
Tampoco yo estuve lejos de la fortuna junto a mi
padre que, por su poderío, tuvo un día gran renombre:
detentaba una tiranía por la que las largas lanzas ye- 65
lan contra los hombres afortunados por culpa de la
ambición.
Y tenía hijos: a mí me entregó a tu hijo fundando
con Heracles una ilustre unión. Pues bien, toda aquella felicidad se ha desvanecido y tú y yo vamos a morir, 70
anciano. También van a morir los hijos de Heracles,
a quien cobijo bajo mis alas, como una ave clueca a
que significó la supremacía de Tebas sobre el estado “micénico» más importante de Beocia, Orcómeno de los Minias. Sin
embargo, debe pertenecer a una leyenda local, pues Heracles
recibió incluso el título de polemarco (cf. AroLoDORO, II 69>.
generalisimo en Beocia.
5 Lit. <arrojados de nuestro palacio que ha sido sellado» o
confiscado (~ksphragisménoi), Es un anacronismo que responde
a una costumbre ática contemporánea de Eurípides.
6 Cf. también y. 1080. Según una antigua tradición tebana
(cf. PAUsANIAs, IX 17, 3; XIX 3), Anfitrión había ganado una
C¿lebre victoria precisamente sobre la Eubea de Lico, a cuyo rey
Calcodonte maté. Pero esta victoria era menos conocida del
Público ateniense que la de los Tafios.
26
TRAGEDIAS
sus crías. Ellos me hacen preguntas de uno y otro
lado: «Madre, dime, ¿adónde ha marchado padre?,
75 ¿qué hace?, ¿cuándo volverá?» Engañados por su corta
edad buscan a su padre. Y yo los entretengo con mis
palabras y les cuento historías. Se sorprenden cuando
crujen las puertas y todos se ponen en pie como si fue80 ran a abrazar las rodillas de su padre. Pero ¿qué esperanza o qué lugar de salvación puedes buscar, anciano? En ti pongo mis ojos.
No podríamos cruzar ocultos las fronteras del país
porque en las salidas hay vigilantes más fuertes que
85 nosotros. Tampoco en los amigos tenemos ya esperanza de salvación. Conque si tienes algún plan, exponlo
aquí abiertamente, no te resuelvas a morir. Demos
tiempo al tiempo, ya que somos débiles.
ANFITRIÓN. — Hija, no es tan fácil aconsejar a la
ligera en una situación como ésta, corriendo y sin
esforzarse.
90 M~GARA. — ¿Es que te falta algo por sufrir o es que
amas tanto la vida?
ANFITRIÓN. — Me place vivir y todavía acaricio cierta esperanza.
M~GARA. — También a mí me agrada, anciano, pero
no hay que esperar lo inesperado.
ANFITRIÓN. — En el aplazamiento de los males está
su curación.
M~GARA. — Pero a mí me lacera, pues es doloroso, el
tiempo que transcurre entre medias.
95 ANFITRIÓN. — Hija, todavía podríamos, con curso
favorable, salir de estos males que nos cercan. Todavía
podría venir mi hijo y esposo tuyo. Vamos, ten paciencia, y ciega la fuente de lágrimas de tus hijos.
íoo Cálmalos con tus palabras y engáñalos con historias
aunque sea un pobre engaño.
También la aflicción de los mortales tiene un término y el soplo del viento no siempre es violento. Los
J
1
HERACLES
27
que son felices no lo son hasta el final, pues todas las
cosas se ceden el sitio mutuamente. El hombre más tos
noble es el que se abandona siempre a la esperanza.
La desesperación es de hombres cobardes. (Entra el
Coro compuesto por viejos compañeros de Anfitrión.)
CORO.
Estrofa.
¡Oh palacio de techo elevado y envejecido lecho
nupcial! En el bastón tengo puesto mi apoyo y vengo,
como pájaro encanecido ~, a cantar tristes lamentos 110
—palabras sólo y esperanzas oscuras de nocturnos
sueños, temblorosas, sí, mas, con todo, animosas.
¡Oh niños, niños, privados de padre! ¡Oh tú, anciano, tís
y tú, desgraciada madre que lamentas al esposo que
está en la mansión de Hades!
Antistrofa.
No dejes que se canse tu pie ni tu pesada pierna, 120
como un potrillo portador de yugo se cansa de llevar
el peso del carro cuesta arriba, en pedregosa pendiente ~. Toma la mano, aférrate al manto de aquél que
deje retrasada la huella débil de su pie. Eres viejo, 125
acompaña a otro viejo que en otro tiempo, cuando
joven, convivía con su armadura nueva en los trabalos propios de los mozos y no era la vergUenza de su
ilustre patria. Mirad, cuán parecidos a los de su padre 130
son estos rayos que salen de sus ojos fulgurantes.
7 Probablemente se refiere (cf. Vv. 692 y sigs.) al cisne tradicionalinente descrito como grisáceo (cf. EsouILo, Prometeo,
795; ARIsTÓFANES, Avispas 1064; Eualpíixts, Bacantes 1365) y de
bello canto al morir (cf. Esouno, Agamenón 1444; EunlPmEs,
Electra 151).
¡ Pasaje corrupto. Seguimos la corrección de WILAMoWn7,
que cita a Pm’aonso, Satiricón 134, lassus tamquam caballus
Uf divo. POlos es a menudo sencillamente sinónimo de hlppos.
28
TRAGEDIAS
Mala suerte no les falta desde niños, mas su gracia
135 no se ha perdido. ¡Oh Hélade, qué grandes aliados,
qué grandes, vas a perder para tu ruina! (Entra por la
derecha el tirano Lico con su guardia.) Mas he aquí
que veo a Lico, caudillo de esta tierra, saliendo del
palacio.
140 Lico. — Al padre de Heracles y a su esposa pregunto si es que lo preciso. (Y desde que me he constituido en tirano vuestro, necesito investIgar lo que
quiero): ¿Hasta cuándo pretendéis alargar vuestra
vida? ¿Qué esperanza veis o qué ayuda para no morir?
145 ¿0 es que confiáis en que volverá el padre de éstos,
que ya está en el Hades? Porque estáis exagerando
vuestor dolor más de lo debido, ya que tenéis que
morir. Tú te andas vanagloriando por la Grecia de que
Zeus fue condueño de tu matrimonio y común engen150 drador de tu hijo. Y tú, de que te llaman la esposa del
hombre más excelente. ¿ Qué ha conseguido de importancia tu esposo por más que haya acabado con la
Hidra de los pantanos o con la fiera de Nemea? Dice
que la cazó a lazo y la mató con la traba de sus brazos.
íss ¿Son éstas las hazañas en las que sustentáis vuestra
causa? ¿Acaso por ellas habían de librarse de morir
los hijos de Heracles? Cobró éste fama de valiente —no
siendo nadie— en lucha con animales, pero en lo demás no fue guerrero insigne: jamás abrazó escudo
160 con su mano izquierda ni se arrimó a las lanzas; sosteniendo su arco —el arma de los cobardes— siempre
estuvo presto a huir. La prueba del valor de un hombre
no es el arco, sino el mantenerse a pie firme y sostener la mirada frente a una puntiaguda mies de lanzas, firme en su puesto.
165 Mi actitud no es de desvergilenza, anciano, sino de
preocupación. Soy consciente de que he matado a
Creonte, padre de ésta, y que ocupo su trono. Con que
no quiero dejar detrás de mi a éstos para que, una
HERACLES
29
vez crecidos, se venguen de mí y me hagan pagar por
mis actos.
ANFITRIÓN. — ¡Que Zeus defienda al hijo de Zeus 170
en lo que le corresponde como padre! A mí toca demostrar con mis palabras el error de éste sobre tu persona, Heracles. Pues no permitiré que te insulten.
Primero tengo que apartar de ti el sacrilegio con
el testimonio de los dioses —pues sacrilegio considero 175
el llamarte cobarde, Heracles. Yo apelo al rayo de
Zeus y a la cuadriga en la que subido clavó sus alados
dardos en los costados de los Gigantes y celebró un 180
hermoso himno de victoria en compañía de los dioses ~.
Vete al monte Fóloe tú, el más cobarde de los
reyes, y pregunta a los Centauros, insolentes cuadrúpedos, a qué hombre considerarían el más excelente si
no es a mi hijo, de quien tú afirmas que sólo tiene la
apariencia IO• Pregunta a Dirfis ~ de los Abantes que íss
te crió y no podría elogiarte. No es posible que encuentres ningún país como testigo de que has realizado hazaña alguna valerosa. ¡Y tú reprochas ese invento tan sabio, la armadura del arco! Escucha mis
palabras y podrás instruirte.
El hoplita es hombre esclavo de sus armas. Si sus 190
compañeros de fila no son valientes, muere con ellos
por la cobardía ajena; si rompe su lanza, no puede
apartar de si la muerte, pues sólo tiene este medio de
defensa. En cambio, cuantos abrazan el arco con mano 195
9 La imagen de Zeus lanzando rayos y Heracles con el arco
era central en las representaciones de la Gigantomaquia en los
Vasos de figuras negras (cf. WILAMowITz, III, 48). Sobre el kómos
de la victoria cf. ATENEO, 1, 22, aunque la confunde —como ya
era normal en la poesía antigua— con la Titanomaquia.
‘~ Sc. «del hombre más excelente”, no “de hijo mío», como
a veces se ha entendido incorrectamente.
1 Dirfis es la cordillera que atraviesa Eubea como su espina dorsal.
30
TRAGEDIAS
certera tienen una ventaja: lanzan miles de flechas y
protegen de morir el cuerpo de otros; y al estar apostados lejos, se defienden de los enemigos hiriendo con
200 flechas ciegas a quienes pueden verlas. No ofrece su
cuerpo a los enemigos, sino que se mantiene bien guarecido. Y lo más astuto en la batalla es hacer daño al
enemigo y proteger el propio cuerpo sin depender del
azar.
205 Estas razones opongo a las tuyas sobre este asunto.
En cuanto a los niños, ¿por qué quieres matarlos?
¿Qué te han hecho ellos? En una cosa sí te considero
acertado, en temer a los hijos de los héroes siendo tú
un cobarde. Pero con todo, sería terrible para nos210 otros el morir por tu cobardía, cuando eras tú quien
debías sufrir esto a nuestras manos —pues somos superiores a ti— si el pensamiento de Zeus fuera justo
con nosotros.
Así que si quieres quedarte con el cetro de esta
215 tierra, déjanos salir del país como exiliados; no emplees violencia con nosotros no vaya a ser que la sufras
cuando el sopío de dios cambie contra ti.
¡Ay tierra de Cadmo! —pues también a ti he llegado
en mi reparto de reproches. ¿Es así como defiendes a
220 Heracles y sus hijos cuando fue aquél el único que
se enfrentó a los Minias e hizo que Tebas mirara con
ojos libres? No puedo alabar a Grecia —ni podré soportar estar callado- cuando la encuentro tan ingrata
con mi hijo.
225 Debía venir presta en defensa de estas criaturas
portando fuego, lanzas y escudos, como recompensa
por haber tú librado de fieras tanto la tierra como el
mar, en agradecimiento por lo que te has esforzado
por ella.
Pero en esta situación, hijos, ni Tebas ni la Hélade
vienen en vuestra ayuda y ponéis los ojos en mí, vuestro débil amigo, que no vale más que un zumbido de
HERACLES
31
la lengua. Me ha abandonado el vigor que antes tuviera, 230
de viejos me tiemblan los miembros y mi fuerza es
una sombra. Si aún fuera joven y pudiera dominar mi
cuerpo, tomaría la lanza y teñiría de sangre los rubios
bucles de éste. Tendría que huir más allá de las fron- 235
teras atlánticas por temor a mi lanza.
CORIFEO. — ¿No ves cómo los hombres nobles tienen
buenos temas para sus discursos, aunque sean lentos
en hablar?
Lico.— Sí, tú dirígete a mi con palabras como torres, que yo a cambio de ellas actuaré en tu perjuicio.
Vamos, marchad unos al Helicón y otros a las que- 240
bradas del Parnaso y ordenad a los leñadores que
corten troncos de encina. Una vez que los hayan traído
a la ciudad, apilad los maderos alrededor del altar y
prendedíes fuego y abrasad los cuerpos de todos ellos, 245
para que sepan que no es el muerto quien domina esta
tierra por el momento, sino yo.
En cuanto a vosotros, ancianos que os oponéis a
mis planes, vais a plañir no sólo por los hijos de Heracles, sino también por el infortunio de vuestra propia 250
gente cuando algo malo les suceda. Tendréis bien presente que sois esclavos de mi tiranía.
CoRIFEo. — (En actitud amenazante.) Vosotros, fruto de la tierra a quienes un día sembró Ares vaciando
la viciosa boca del dragón, ¿no levantaréis los bastones,
apoyo de vuestra diestra, y teñiréis en sangre la mal- 255
dita cabeza de este hombre que, sin ser Cadmeo y
siendo advenedizo, es el peor gobernante de nuestros
jóvenes?
Pero no, no serás mi dueño para tu alegría ni te
quedarás con lo que yo he trabajado con el esfuerzo
de mis manos. Lárgate allí de donde viniste y ejerce 260
allí tu insolencia, que mientras yo viva no matarás a
los hijos de Heracles. No está tan oculto bajo tierra
aquél después que dejó a sus hijos, puesto que tú
32
TRAGEDIAS
265 gobiernas esta tierra luego de arruinarla y en cambio
él, que la favoreció, no obtiene lo que merece. ¿Entonces, será actuar en exceso el hacer bien a mis amigos
muertos cuando más necesitan amigos?
¡Ah, brazo mío derecho, cómo ansías empuñar la
270 lanza! Pero en la debilidad se diluye tu ansia, pues ya
te habría yo impedido que me llamaras esclavo y habríamos habitado con horror esta Tebas en la que tú
te complaces.
No está en sus cabales un pueblo corrompido por
la disensión y por los malos consejos. En otro caso,
jamás te habrían tomado por su dueño.
275 MÉGARA. — Ancianos, os elogio, pues por los amigos
es fuerza que el amigo sienta justa ira. Pero ¡cuidado!,
no vayáis a sufrir por irritaros con el tirano por
nuestra causa.
Y ahora, Anfitrión, escucha mi opinión por si te
280 parece que digo algo de valor. Yo amo a mis hijos
—pues ¿cómo no voy a amar a quienes pan entre
dolores?— y también considero terrible la muerte.
Pero tengo por necio al mortal que se enfrenta a la
285 necesidad. Si hemos de morir, moriremos; mas no
abrasados por el fuego ni para escarnio de nuestros
enemigos, lo que considero peor que la muerte. Debemos dignidad a nuestra familia: tú tienes brillante
nombradía por tu lanza, de forma que es inaceptable
290 mueras por cobarde; mi ilustre esposo no precisa testigos de que no querría salvar a estos niños si fueran
a caer en deshonor. Los nobles sufren por el deshonor
de sus hijos y yo he de seguir el ejemplo de mi marido.
295 Ahora, escucha lo que pienso sobre tus esperanzas:
¿Crees que tu hijo volverá de debajo de la tierra? ¿Y
quién de los muertos ha regresado del Hades? ¿O crees
que podríamos ablandar a éste con nuestras palabras?
De ninguna manera. Hay que huir del enemigo cuando
HERACLES
33
es necio y ceder ante los hombres sensatos y bien 300
formados, pues en tocando al honor podrías concluir
fícilmente un pacto de amistad con éstos. Ya se me
ha ocurrido que podríamos pedir el exilio para estos
niños, pero también es triste ponerlos a salvo en medio
de una pobreza lamentable. Pues se dice que el rostro 305
de los que hospedan tiene sólo un día la mirada agradable para sus amigos exiliados.
Afronta la muerte con nosotros, ya que te espera
de todas formas. Apelamos a tu nobleza, anciano; que
quien trata de combatir el destino de los dioses es 310
valiente, pero su valentía es insensata. Lo que tiene
que ser, nadie puede hacer que no sea.
CORIFEO. — Si alguien te hubiera injuriado cuando
mis brazos eran robustos, fácilmente le habría yo
puesto coto. Pero ahora no somos nadie. Por tanto a 315
ti te toca, Anfitrión, procurar de rechazar vuestra
muerte.
ANFITRIÓN. — No es cobardía ni deseo de vivir lo
que me hace rechazar la muerte, sino el deseo de
salvar a los hijos de mi hijo. Pero parece que persigo
en vano lo imposible.
Mira, aquí está mi cuello para que lo atravieses
con tu espada, para que me mates, para que me arro 320
jes desde una roca. Señor, concédenos un solo favor,
te suplicamos: mátanos a mí y a esta desgraciada antes
que a los niños. Que no los veamos ~¡visión impía!—
agonizando y llamando a su madre y ~ su abuelo. Por 325
lo demás, si tienes arrestos, obra a tu gusto, pues no
tenemos defensa contra la muerte.
M~GARA. — También yo te pido que añadas un favor
a éste, de forma que nos concedas doble gracia, pues
Somos dos: abre la casa —pues ahora estamos ence- 330
rrados —y concédeme poner a mis hijos el atavío de
los muertos, para que al menos en esto les sirva de
Provecho la casa de su padre.
34
TRAGEDIAS
Lico. — Sea, ordeno a los esclavos abrir los cerrojos. Entrad y amortajaos. No envidio las mortajas.
335 Cuando hayáis ataviado vuestro cuerpo, vendré para
entregaros a lo más hondo de la tierra. (Sale por la
derecha.)
M~cARA. — Hijos, acompañad el desdichado pie de
vuestra madre hacia el palacio paterno, sobre cuyos
bienes mandan otros, aunque de nombre sean todavía
vuestros. (Entra Mégara con los niños en el palacio.)
ANFITRIÓN. — Zeus, en vano te tuve compartiendo
340 mi lecho nupcial y en vano te llamamos compadre de
mi hijo. Resulta que eres peor amigo de lo que pa-
recías.
Yo, un mortal, te supero en valor a ti, un gran
dios; pues yo no he abandonado a los hijos de Heracles. En cambio, tú supiste encamarte a escondidas
345 apropiándote, sin que nadie te lo diera, de un lecho ajeno, y no sabes salvar a tus amigos. O eres un dios estúpido o eres injusto por naturaleza. (Entra en el palacio.)
Estrofa l.a
CoRo. — «¡Ay Lino!» 12 —tras feliz tonada—, Febo
350 canta conduciendo su cítara de sonido hermoso con
pulsador de oro, Y yo, al que de lo profundo de la
tierra sube a la luz, al hijo no sé si llamarlo de Zeus
355 0 retoño de Anfitrión, cantar como corona de sus trabajos quiero con buen lenguaje. Que virtudes de nobles
esfuerzos para los muertos son gloria.
12 Originariamente es un grito —allino (como peán, jeleno,
himeneo, Jacco, probablemente baco, etc.)— que luego dio origen, mediante una historia etiológica, al nombre propio de Lino
(héroe inventor en el terreno musical, relacionado con Apolo)
y todavía antes un canto (cf. HOMBRO,’ XVIII 570) de viñadores. Segun ATENEO (XIV 619 c). Aristófanes de Bizancio ya lo
consideraba —con razón— indistintamente como himno o como
treno. De hecho este estásimo es un himno de alabanza a un
héroe a quien se cree muerto celebrando los doce trabajos.
HERACLES
35
Primero al bosque de Zeus libró del león 13 y echón- 360
dose a la espalda la parda pelliza, cubrió su rubia cabeza con las terribles fauces de la fiera.
Antistrofa ~ a
Luego la raza de los montaraces y salvajes Cen- 365
jauros derribó con mortíferas flechas atravesándolos
con alados dardos.
Fue testigo el Peneo de hermosas aguas y las infi-
nitas tierras de la estéril llanura y los paisajes del 370
Pelión y los lugares vecinos del Hómola 14 donde —sus
manos llenas de antorchas— asolaban con sus cabalgadas la tierra de los Tesalios.
Y cuando mató a la cierva de cuernos de oro, de 375
moteado lomo, destructora y salvaje, honró con sus
despojos de la diosa ‘~ de Énoe, cazadora de fieras.
Estrofa 2.a
Y montó las cuadrigas y domó con el freno las 380
potras de Diomedes 16, las cuales en sangrientos pesebres, sin freno devoraban con sus mandíbulas alimentos sangrientos banqueteándose —¡maldito fes- 385
tin!— con el placer de bocados humanos.
Atravesó las orillas del Hebro de corriente de plata
sufriendo por causa del rey de Micenas 17
Y en la ribera del Pelión junto a las fuentes de 390
Anauro a Cicno, matador de viajeros, con sus dardos
nzató, al insociable habitante de Anfaneas.
13 En Nemea.
14 En Tesalia. Eurípides confunde la Centauromaquia de
Heracles en Arcadia (cf. y. 182) con la de Teseo y Pinteo en
Tesalia.
15 Artemis en la Argólide, cuya llanura devastaba la cierva.
16 Hijo de Ares, tracio. Nada tiene que ver con el hijo de
Tideo, héroe de la guerra troyana.
17 Euristeo, rey de Micenas. Se ha sugerido que Heracles
Podría reflejar a un personaje real, barón de Tirinto, que
tstania con respecto a Euristeo en relación de vasallaje.
36
TRAGEDIAS
Antistrofa 2.«
395 Y se llegó a las doncellas cantoras ‘~, hasta su morada del Poniente para arrancar con su brazo de las
ramas de oro el fruto de la manzana y mató a la serpien te de rojizo lomo que las vigilaba inaccesibles
400 enroscando su espiral. Entró en lo más hondo del
piélago marino haciéndolo tranquilo para los mortales
con el remo.
Y puso sus manos en el punto medio de apoyo del
405 cielo, cuando marchó a casa de Atlas y sostuvo la estrellada morada de los dioses con su hombría.
Estrofa 3a
Y marchó en busca del escuadrón montado de las
Amazonas en Meótide, de abundantes ríos, atravesando
410 el camino del mar Hospitalario.
¿Qué tropa de amigos de toda Grecia no escogió
para cobrar el dorado ceñidor del peplo de la hija de
Ares —la caza mortífera del cíngulo—? La Hélade tomó
este brillante despojo de la moza extranjera y ahora
se conserva en Micenas.
420 Y abrasó a la perra de mil cabezas, a la Hidra asesina de Lerna y untó de veneno sus flechas con las
que dio muerte al pastor de triple cuerpo de Eritea ~
Antistrofa 3.>
425 Otras expediciones ha terminado con éxito y traído
los trofeos. Y ahora —último de sus trabajos— ha
18 Las Hesperídes. Este trabajo, así como la victoria sobre
Gerión y la captura de Cerbero, son variantes de un único
trabajo: la victoria del héroe sobre la muerte. Esto demuestra
que del cúmulo de aventuras de Heracles se extrajo artificialmente un canon (quizá varios) de doce, número familiar en una
cultura que empleaba el sistema sexagesimal.
19 Gerión, pastor de Eritea (quizá Cádiz), dotado de tres
cuerpos, a quien mata Heracles para robar el ganado. Trabajo
cantado ya por Estesícoro en su Gerioneida (cf. J. L. CAI.vo,
>Estesícoro de Hímera<~, Durius, II, 2, 1974).
HERAcLES
37
navegado hasta el Hades de mil lágrimas donde está
llegando desdichado al término de su vida. Y no ha
vuelto.
Esta su mansión está huera de amigos y la barca 430
de Caronte aguarda el camino sin retorno de sus hijos
—camino sin dioses ni justicia—.
Tu casa pone los ojos en tus manos aunque no estés 435
presente.
Si yo tuviera el vigor de un mozo y blandiera mi
lanza en la batalla —y lo mismo los tebanos de mi
edad—, me pondría delante de los niños para deJen- 440
derlos. Mas ahora estoy lejos de mi feliz juventud.
(Sale del palacio Mégara con los niños amortajados.)
CoRiFEo. — Pero estoy viendo con el atavío de los
muertos a éstos que fueron un día los hijos del gran 445
Heracles, a su esposa que arrastra a los niños como
atados a sus pies y al anciano padre de Heracles.
¡Desgraciado de mí, que no puedo contener ya mis
ojos, viejas fuentes de lágrimas! 450
M~GARA. — Vamos, ¿quién es el sacerdote, quién el
ejecutor de estos malhadados y el asesino de esta mi
doliente vida? ~. Estoy presta para conducir al Hades
estas víctimas.
Hijos, formamos una yunta nada hermosa de cadáveres, viejos igual que jóvenes y madres. 455
¡Oh desdichada suerte mía y de éstos mis hijos a
quienes veo por última vez! Os pan y crié para que
¡
05 humillaran mis enemigos, para escarnio y matanza. ¡Ay!
Mucho me han engañado las esperanzas que con- 460
cebí por las palabras de vuestro padre. A ti te asignó
Argos tu difunto padre y eras el futuro dominador de
Verso condenado por PAI.EY como interpolado. GRÉGOXas
lo mantiene comparando con Andrómaca 418: «nuestros hijos
Son nuestra vida>.
38
TRAGEDIAS
la casa de Euristeo, detentando el poder sobre la
465 tierra Pelasga, de abundante fruto. Iba a cubrir tu cabeza con el despojo del león con que él mismo se
vestía.
Tú eras el soberano de Tebas, que ama los carros,
el heredero de los campos de mi patria, porque sabias
470 ganarte a tu padre. En tu. diestra iba a poner la cincelada maza protectora 21 —¡entrega que no va a ser
cierta!—.
A ti prometió donarte Ecalia ~, la tierra que él conquistó un día con certeros dardos.
Como érais tres, vuestro padre os estableció en
tres reinos, porque tenía orgullo de su hombría.
475 Y yo..., yo os escogía novias —para trabar relaciones— entre lo más selecto de Atenas, Esparta y Tebas;
para que, amarrados por cables de proa, llevárais una
vida feliz.
480 Todo se ha esfumado. Este revés de la fortuna os
ha dado a cambio las Keres ~ por novias y a mí, desdichada, un baño nupcial de lágrimas para entregaros.
Aquí el padre de vuestro padre prepara el banquete
de bodas, ya que tiene por suegro vuestro a Hades
—¡amargo parentesco! 24......•
485 ¡Ay de mí! ¿A quién de vosotros abrazaré primero
y a quién en último lugar?, ¿a quién besaré?, ¿a quién
voy a tomar entre mis brazos? ¿Por qué no podré
—como la abeja de rubias alas— reunir los lamentos
21 En gr. alex~t~rion. A Heracles, en sus cultos, se le daba
el nombre de alexlkakos.
22 Situada en Tesalia, Mesenia o Eubea según las ocasiones.
Allí venció Heracles con su arco al afamado guerrero Eurito.
De esta hazaña quedan huellas en Odisea VIII 224.
23 Las Keres, diosas de la muerte (a veces kér es sinónimo
de muerte), son bijas de Hades.
24 La madre preparaba el bailo nupcial de sus hijas antes
del matrimonio. El padre de la novia ofrecía el banquete, de
aquí que en este caso tenga que ser el sustituto de Hades.
HERACLES
39
de todos en uno solo y producir un llanto torrencial?
Amado nilo, si en Hades se puede oír la voz de los 490
mortales, esto es lo que a ti digo, Heracles: van a
morir tu padre y tus hijos, voy a perecer yo, a quien
los hombres llamaban feliz por tu causa.
Ven en nuestra ayuda, aparécete a mí aunque sólo
sea como una sombra. Pues Si vienes —incluso cornO 495
un sueño- serás suficiente ayuda. Que son villanos
comparados contigo los que quieren matar a tus hijos.
ANFITRIÓN. — Aplaca tú a los poderes infernales,
mujer, que yo voy a levantar mis brazos al cielo para
suplicarte a ti, Zeus, que si estás dispuesto a ayudar
a estos hijos, los defiendas, porque pronto de nada soo
servirá tu auxilio. Muchas veces te he invocado; esfuerzo vano, pues según parece es fuerza morir.
Ancianos, pequeñeces son las cosas de la vida. La
recorreréis hasta el final con el mayor placer, si pasáiS 505
sin daño del día a la noche. Que el tiempo no sabe
conservar las esperanzas; realiza deprisa su trabajo y
se echa a volar. Ya me veis a mí que fui señalado
entre los mortales por mis celebradas hazañas; la
fortuna me ha arrebatado en un solo día, como a un ~o
pájaro, hasta el éter.
En cuanto a la riqueza y el honor de verdad, no
conozco a nadie que los tenga seguros. ¡Adiós, compa~eros, estáis viendo por última vez a un amigo! (Heracles aparece por la derecha.)
MÉGARA. — ¡ Eh, anciano!, ¿es mi bienamado a quien
Veo?, ¿o qué debo decir que veo?
ANFITRIÓN. — No sé, hija; también yo estoy sin 515
habla.
MÉGARA. — Éste es el que hemos oído que está bajo
tierra, a menos que estemos viendo un sueño en pleno
día. Mas ¿qué digo?, ¿qué sueños estoy viendo en mi
congoja? Éste no es otro que tu hijo, anciano. Vamos,
hijos, aslos del vestido de vuestro padre, marchad de- 520
40
TRAGEDIAS
prisa, no os soltéis, pues para vosotros en nada le va
en zaga a Zeus salvador.
HERACLES. — Yo os saludo, oh palacio y pórticos de
mi hogar. ¡ Con que agrado os contemplo ahora que
525 he vuelto a la luz! ¡Vaya! ¿Qué es esto? Estoy viendo
delante del palacio a mis hijos con cabezas coronadas
de ornamentos funerarios y a mi esposa entre un tropel
de hombres y a mi padre llorando no sé qué infortutunios. Veamos, me enteraré llegándome hasta ellos.
530 Mujer, ¿qué nueva fatalidad se cierne sobre nuestra
casa?
ANFITRIÓN ~. — ¡Oh, el más amado de los hombres!
¡Oh tú, que has venido a tu padre como un rayo de
luz! Has llegado a salvo en el momento más oportuno
para los tuyos.
HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué catástrofe es ésta a
la que llego, padre?
MÉGARA. — Estamos perdidos. Anciano, perdona que
535 te haya arrebatado las palabras que tú debías dirigirle,
pues la mujer produce sin duda más lástima que el
hombre. Mis hijos iban a morir y yo estaba a punto
de perecer.
HERACLES. — ¡ Por Apolo, con qué proemio das comienzo a tus palabras!
MÉGARA. — Han muerto mis hermanos y mi anciano
padre.
540 HERACLES. — ¿Qué dices? ¿En qué ataque o alcanzado por la lanza de quién? ~.
M~GARA. — Los mató Lico, el nuevo soberano del
país.
25 Atribuimos ambos versos a Anfitrión, como sugiere la
pregunta de Heracles en el y. 533, apartándonos de la edición
de MinulAr.
26 Realmente dice: <agrediendo a alguien o agredido por
alguien3 (opone drásas: activo, a dorós tychOn: pasivo).
HERACLES
41
HERACLES. — ¿ Haciéndoles frente con las armas, o
porque el país estaba dividido?
MÉGARA. — Por enfrentamientos internos. Y ahora
tiene el poder de siete puertas de Cadmo.
HmucLEs. — ¿Entonces, por qué os habéis amedrentacto tú y el anciano?
MÉGARA. — Iba a matarnos a tu padre, a mí y a los 545
n~os.
HERAcLES. — ¿Qué dices? ¿Qué temía de la orfandad
de mis hijos?
MEGARA. — Que vengaran algún día la muerte de
Creonte.
HERACLES. — ¿Y qué ornamentos son éstos que los
asemejan a cadáveres?
M~aAxu. — Éstas son las bandas de la muerte que
ya les había atado.
H~cLEs. — ¿Así que iban a morir a la fuerza? sso
¡Mísero de mí!
MÉGA¡~. — No teníamos amigos y oímos que tú
habías muerto.
HERACLES. — Y ¿cómo os ha entrado esta desesperación?
MEGARA. — Los heraldos de Euristeo nos dieron la
noticia.
HERACLES. — ¿Por qué habéis abandonado mi casa
y mi hogar?
MÉGARA. — Por la fuerza; tu padre sacado del lecho... sss
Hm~cLES. — ¿Y no tuvo respeto como para deshonmr a un anciano?
MÉGARA. — El Respeto habita lejos de la diosa ~
que aquí domina.
HERACLES. — ¿Tan faltos estábamos de amigos una
Vez que nos ausentamos?
~
1. e. la Violencia. Cualquier abstracto puede ser divini~do; aquí aparecen divinizados la Violencia y el Respeto (cf.
3Obre este último también Esouiw, Siete 469).
42
TRAGEDIAS
MÉGARA. — Pues ¿ qué amigos tiene un hombre desafortunado?
560 HERACLES. — ¿ Y despreciaron la lucha que tuve que
sostener contra los Minias?
MÉGARA. — Quien carece de fortuna, carece de amigos, te digo por segunda vez.
HERACLES. — ¿Es que no vais a arrojar las bandas
de Hades de vuestro pelo y a levantar la vista hacia
la luz, cambiando vuestra miráda desde la infernal
oscuridad?
565 Yo, por mi parte —pues esto es obra de mis brazos—, marcharé primero a destruir de arriba abajo la
casa de los nuevos tiranos. Cortaré su sacrílega cabeza
y la arrojaré a los perros para que la arrastren. A
cuantos cadmeos he sorprendido como traidores, aun570 que recibieron buen trato por mi parte, los someteré
con esta mi arma victoriosa; a otros los dispararé en
todas direcciones con mis alados dardos y llenaré de
sangre de cadáveres todo el Ismeno. Las blancas aguas
de Dirce ~ se tornarán rojas de sangre. Pues ¿a quién
575 tengo que defender si no es a mi esposa, hijos y anciano padre? ¡Adiós a los trabajos! Más en vano fueron
aquellos trabajos que éstos. Tengo que morir en defensa suya, como ellos iban a hacerlo por su padre.
¿Podremos decir que es hermoso dar batalla a la hidra
580 y al león por orden de Euristeo y ‘en cambio no voy a
esforzarme por alejar de mis hijos la muerte? No, entonces ya no recibiré, como antes, el nombre de Heracles el Invicto ~.
CoRo. — Es de justicia que los padres ayuden a sus
hijos, a su anciano padre y a su compañera de mat rlmoflo.
•
28 Los ríos tsmeno y Dirce son los dos ríos de Tebas.
29 Es el otro <cf. antes alexlkakos) epíteto cuitual de Heracles.
¡-1 ERACLE5
43
ANFITRIÓN. — Hijo, bien te cuadra el ser amigo de 585
tus amigos y odiar al enemigo. Pero no te precipites.
HERACLES. — ¿Y qué es más urgente o más premioso
que esto, padre?
ANFITRIÓN. — El tirano tiene como aliados un sinnúmero de hombres pobres, aunque de palabra aparentan ser ricos, los cuales han sembrado la disensión 590
y perdido la ciudad por sus rapiñas de los bienes
ajenos; los suyos propios los han dilapidado en el
ocio.
Te han visto cuando entrabas en la ciudad; y puesto
que te han visto, cuídate de no caer en sus manos
inopinadamente si se reúnen tus enemigos.
HERACLES. — Nada me importa que me haya visto 595
la ciudad entera. Y es que al ver un ave en posición
de mal aguero, me di cuenta de que una desgracia
había caído sobre nuestra casa. Así que entré en el
país a ocultas de propósito.
ANFITRIÓN. — Bien. Entra y dirige tu saludo al
hogar y deja que la casa paterna contemple tu aspecto. 600
Pues el rey vendrá en persona para arrastrar a la
muerte a tu esposa y a tus hijos y para degollarme a
ml. Si te quedas aquí todo está a tu favor; te beneficiarás de una situación de seguridad. Pero no vayas
a levantar a la ciudad antes de dejar aquí todo bien 605
dispuesto, hijo.
HERACLES. — Obraré así, pues has hablado bien. Entraré en el palacio y ya que por fin he vuelto de los
antros subterráneos de Hades y Core, donde no brilla
el sol, no me negaré a saludar antes que nada a los
dioses del hogar.
ANFITRIÓN. — ¿De verdad llegaste a la morada de 610
Hades, hijo?
HERACLES. — Si, y he traído a la luz la fiera de tres
cabezas.
44
TRAGEDIAS
ANFITRIÓN. — ¿La venciste en combate, o fue un
regalo de la diosa?
HERACLES. — Luchando, y tuve la suerte de contemplar los ritos de los iniciados.
ANFITRIÓN. — ¿ Entonces de verdad está la fiera en
el palacio de Euristeo?
615 HERACLES. — La guarda el bosque de la diosa iiifernal y la ciudad de Hermione.
ANFITRIÓN. — ¿No sabe Euristeo que has vuelto a
subir a la tierra?
HERACLES. — No lo sabe. He venido primero aquí
para informarme.
ANFITRIÓN. ¿Y cómo has estado tanto tiempo bajo
tierra?
HERACLES. — Me he retrasado por traer a Teseo del
Hades ~, padre.
620 ANFITRIÓN. — ¿Y dónde está él? ¿Ha marchado a su
patria?
HERACLES. — Ha partido hacia Atenas, gozoso por
haber huido del infierno. Pero vamos, hijos, acompañad a casa a vuestro padre. La entrada os va a ser
625 más agradable que la salida. Vamos, tened valor y no
sigáis soltando ese río de vuestros ojos. Y tú, esposa
mía, recobra el ánimo y deja de temblar. Suelta mis
vestidos, que no tengo alas ni pienso huir de los míos.
¡Ay, ay!, éstos no me sueltan, si no que se aferran
630 todavía más a mis vestidos. ¿Tan sobre el filo de la
navaja habéis estado? Los tendré que llevar de la
mano a remolque, como una nave arrastra a unas barquillas. Pero no voy a negarme a las caricias de mis
hijos. Todo es igual entre los hombres. Tanto los más
30 Teseo había acompañado a Piritoo, al Hades para apoderarse de Perséfone. Hay varías versiones: Eurípides escoge
aquella según la cual Heracles sacó a Teseo del Hades, porque
sirve a sus fines en este drama. Según otra ouedó retenido
en Hades (cf. VIRGILIO, Eneida VI 17, y quizá Odisea XI 631).
HERACLES
45
poderosos como quienes nada son aman a sus hijos. 635
Sólo se distinguen por el dinero —unos lo tienen y
otros no-, pero toda la raza humana ama a sus hijos.
(Entran todos en palacio.)
Estrofa 1 •a
CoRo. — La juventud siempre me ha sido grata. La
vejez, en cambio, cual carga más pesada que las rocas
del Etna, sobre mi cabeza pende y mis párpados con 640
oscuro velo oculta. No, para mí de asiática tiranía la
riqueza no quiero ni mi casa llena de oro a cambio de 645
la juventud. Hermosa es ella en la abundancia, hermosa
en la miseria. La oscura y mortal vejez, por el con- 650
trario, odio. ¡Que las olas la arrastren y que jamás se
acer que a las casas y ciudades de los hombres! ¡Que 635
vuele por el éter con eternas alas!
Antistrofa a
Si los dioses tuvieran entendimiento y ciencia a la
medida humana, dos juventudes darían como marca
patente de virtud a quienes la poseyeran; y una vez 660
muertos, volverían a la luz del sol como en doble carrera del estadio 31~ Los mal nacidos, en cambio, simple
tendrían la vida y así se podría a los malvados distin- 665
guir de los virtuosos, como los marineros pueden contar las estrellas entre las nubes. Mas ahora no hay 670
ninguna frontera exacta —puesta por los dioses— entre
buenos y malos, sino que el tiempo en su ciclo hace
brillar sólo la riqueza.
Estrofa 2.a
No dejaré de ayuntar las Gracias con las Musas
—¡hermosa conjunción!—. ¡No viva yo sin armonía. 675
31 Este pensamiento es una variante de Suplicantes, versos
1080 y sigs., donde se expresa el deseo de tener dos vidas para
con la segunda enmendar los errores de la primera.
1
46
TRAGEDIAS
mi vida siempre entre coronas! Aunque viejo, el poeta
680 canta a Mnemósine. Todavía puedo cantar el himno
de victoria de Heracles junto a Bromio 32 que me regala su vino, junto al canto de la lira de siete cuerdas
685 y la flauta de Libia. Jamás haré callar a las Musas que
me han enseñado la danza.
Antistrofa 2.a
Las doncellas de Delos el peán cantan ante las
puertas del templo, en honor del noble hijo de Leto,
690 y hacen girar su hermoso coro. También el peán, ante
tu palacio, como un cisne yo, anciano cantor, de mi
boca encanecida can taré. Pues hay buena materia
695 para mis himnos: él es hijo de Zeus, mas en virtud
supera su noble cuna: con el esfuerzo ha fundado para
700 el hombre una vida sin tempestades, pues ha destruido
las fieras que le asustaban. (Entran simultáneamente
Lico por la derecha con su guardia x’ Anfitrión que sale
del palacio.)
LIco. — Oportunamente sales, Anfitrión, del palacio, pues ya es mucho el tiempo que lleváis adornando
vuestro cuerpo con ropas y atavios mortuorios. Vamos,
705 ordena a los hijos y a la esposa de Heracles que salgan
del palacio cumpliendo vuestra promesa voluntaria de
morir.
ANFITRIÓN. — Señor, estás acosándome en mi infortunio y ejerciendo toda tu insolencia por la muerte de
los míos, cuando debías actuar con moderación, por
710 más que seas el que manda. Ya que nos impones morir
a la fuerza, forzoso es contentarse. Hay que hacer lo
que tú decidas.
Lic o. — ¿Dónde está Mégara, dónde los nietos de
Alcmena?
32 Es el epiteto cultual de Dioniso más empleado por
Eurípides.
HERACLES
47
ANFITRIÓN. — Me parece que ella, a juzgar desde
fuera...
LICO. — ¿Cómo que te parece? ¿Qué es lo que conjeturas?
ANFITRIÓN. —.. se sienta como suplicante junto al 715
santo altar de Hestia.
LIco. — En vano suplica por su vida.
ANFITRIÓN. — ... y que trata de evocar —en vano,
desde luego- a su difunto esposo.
Lico. — Pero él no está aquí ni ojalá venga nunca.
ANFITRIÓN. No, a menos que algún dios lo resucite.
Lico. — Marcha por ella y hazía salir del palaciO. 720
ANFITRIÓN. — Sería cómplice del crimen si hago eso.
Lico. — Ya que tienes ese escrúpulo, nosotros mismos, que estamos por encima de esos miedos, haremos
salir a los niños con su madre.
Vamos, siervos, seguidme, para que acabemos gus- 725
tosos con la dilación de este trabajo. (Entra en el palacio con sus hombres.)
ANFITRIÓN. — Entonces ve tú, marcha a donde tengas que ir, que lo demás quizá sea obra de otro. Mas
espera sufrir algún daño si algún daño has hecho.
Ancianos, para nuestro bien ya marcha y, cuando 730
cree que va a matar a otros, el maldito asesino quedará
prendido entre los lazos de la trampa que le tenderán
las espadas.
Me voy para s’er cómo cae muerto; pues es agradadable la muerte de un enemigo y el que pague por
sus acciones. (Entra en el palacio.)
Estrofa l.a
CoRo. — Cambia de lugar la desgracia, nuestro an- 735
tiguo gran rey ha hecho volver su t’ida desde el Hades.
¡Ay! Justicia y Destino de los dioses tuercen su curso.
48
TRAGEDIAS
740 CORIFEo ~ — Ha llegado el momento en que pagarás con tu muerte, por haberte insolentado contra,
quien es superior a ti.
CoRo. — La alegría me ha hecho saltar las lágrimas.
745 Ha vuelto —lo que nunca esperó mi corazón— el soberano de mi tierra.
CORIFEO. — Ancianos, vayamos a observar lo que
sucede dentro del palacio, veamos si alguien recibe el
trato que yo espero.
Líco.—¡Ay de mí!, ¡ay de mí!
Antistrofa 1 a
750 CoRo. — este es el preludio del canto que me agrada oír en el palacio. La muerte no está lejos. El rey
gime y grita el preludio de su muerte.
Lico. — ¡Oh país de Cadmo, muero a traición!
755 Cotu~o. — También tú mataste así. Resignate a
pagar un precio condigno, paga la pena por lo que
hiciste.
CoRo. — ¿Quién es el que ha mancillado a los dioses
con su impiedad y —siendo mortal— ha lanzado contra los felices habitantes del cielo la insensata acusación de que son impotentes?
760 CoRIFEo. — Ancianos, el impío ya no existe. El pa-
lacio calla; volvamos a nuestra danza. Ya son felices
los amigos a quienes yo amo.
Estrofa 2.a
CoRo. — Danzas, danzas y banquetes ocupan a los
765 habitantes de Tebas en la sagrada ciudad. Hay un cambio de lágrimas, un cambio de fortuna ha engendrado
nuevos cantos. El nuevo soberano se ha ido, y el antí33 Es un canto alternado entre Corifeo y Coro, no entre
semicoros, como señala la edición de MURRAY.
HERACLES
49
guo domina luego de abandonar el puerto de Aque- 770
ronte. La esperanza llegó inesperada.
Antistrofa 2.8
Los dioses, si, los dioses se ocupan de conocer a
justos e impíos. El oro y la fortuna sacan a los mor- 775
tales fuera de sí arrastrando el poder de la injusticia.
Nadie se atreve a prever los reveses del tiempo ~.
Cuando uno rechaza la ley y entrega sus favores a la
ilegalidad quiebra el oscuro carro de la prosperidad ~. 780
Estrofa 3a
¡Oh Ismeno, cúbrete de coronas! ¡Oh pulidas calles
de la ciudad de siete puertas, llenaos de coros! ¡Oh
Dwce de hermosa corriente —y contigo las hijas de 785
Aso po—, abandonad las aguas paternas! Venid, Ninfas,
para cantar conmigo el combate victorioso de Heracles.
Oh rocas arboladas del dios Pitio, oh moradas de las ~o
Musas del Helicón, celebrad con vuestro alegre canto
a mi ciudad, a mis muros, donde surgió la raza de los
Hombres Sembrados, el batallón de broncíneas lanzas 795
que transmite esta tierra a los hijos de sus hijos, sagrada luz de Tebas.
Antistrofa 3a
¡Oh doble lecho conyugal, generador común, lecho
de mortal y de Zeus —que se introdujo en la cama de 800
la novia nieta de Perseo 36~! ¡Cuán segura se ha revelado para mí tu ya antigua parte de paternidad, oh
Zeus! El tiempo ha mostrado el brillo de la fuerza de sos
Es decir, los reveses de fortuna producidos por el tiempo.
~ Alegoría basada en una competición de carros: el carro
de la prosperidad justa es brillante como el oro; el de la inJusta es oscuro, sin brillo, y acaba estrellándose antes de llegar
S I& meta (cf. Electra 954 y sigs.).
~‘ Alcmena, hija de Electrión y nieta de Perseo.
50
TRAGEDIAS
Heracles, el cual ha salido de las entrañas de la tierra
abandonando el infernal palacio de Plutón.
sio
Como rey, has resultado superior al tirano innoble37 que, a la hora de la lucha a espada, ha puesto
ante nuestros ojos la evidencia de que la justicia es
todavía del agrado de los dioses 38• (Aparecen Iris y Lisa
sobre el palacio.)
815 CoRIFEO. — ¡Oh! ¡Eh! ¿Es que vamos a caer, ancianos, en un nuevo ataque de terror? ¿Qué aparición veo
sobre el palacio?
Pon en fuga, pon en fuga tu lento pie, sal de aquí,
820 ¡Rey Peán, aleja de mí la desgracia!
IRIS. — Ancianos, cobrad ánimos; ésta que véis aquí
es Lisa ~ hija de la Noche, y yo soy Iris, servidora
de los dioses. No venimos a producir daño alguno a la
825 ciudad. Nuestro ataque común se dirige contra la casa
de un solo hombre, del hijo —así dicen— de Zeus y
Alcmena. Pues antes de dar fin a sus duros trabajos,
le protegía el destino y su padre Zeus no nos permitía,
830 ni a mí ni a Hera, que le hiciéramos daño. Mas ahora
que ha terminado los trabajos que Euristeo le impuso,
Hera quiere contaminarlo con sangre de su familia por
la muerte de sus propios hijos. Y así lo quiero yo.
(A Lisa.) Conque, vamos, recobra la dureza de tu
corazón, hija soltera de la negra noche, mueve contra
835 este hombre la locura, confunde su mente para que
mate a sus hijos, empuja sus pies a una danza desenfrenada, suelta al Asesinato de sus amarras.
Que con sus propias manos asesine a sus hijos y
840 los haga atravesar la corriente del Aqueronte; y que
compruebe cómo es el odio de Hera contra él y cómo
37 Lit. <la vileza de un tirano..
38 Wn.~u¿owI1z considera corruptos estos versos por el hecho
de que el coro se dirige, inesperadamente, a Heracles. No es
razón suficiente para ponerles la crux.
39 Lisa es la personificación de la Demencia, del Furor.
HERACLES
51
mío. De lo contrario, los dioses no contarán para
ada y los hombres serán poderosos si éste no es
stigado.
LISA. — Soy hija de nobles padres, de la sangre de
ano y de Noche. Mi oficio es éste, mas no me agrada 845
isañarme ni me complace visitar a los hombres que
e son amigos. Así que quiero aconsejaros a Hera y a
por si atendéis a mis palabras, antes de veros coiumeter un error.
~ Este hombre, contra cuya casa me enviáis, no ca- 850
ru~ de nombre ni en la tierra ni entre los dioses. Ha
pacificado la tierra inaccesible y la mar salvaje; y él
les ha restablecido a los dioses los honores que
desaparecido por obra de hombres impíos ~.
aconsejo que no le desees grandes males.
IRIS. — No trates de corregir los designios de Hera 855
míos.
LISA. — Trato de poner tu huella en el camino mejor
vez del peor.
1 IRIs. — La esposa de Zeus no te ha enviado aquí
pura que seas sobria.
LISA. — Pongo a Helios por testigo de que hago lo
que no quiero hacer. Pero si es fuerza que os obedezca a Hera y a ti, si necesitáis que os acompañen
~rtigo y ladridos como los perros al cazador, me pon- 860
ré en marcha. Ni el mar ruge tan enfurecido con sus
has, ni los seísmos en tierra ni el aguijón del rayo
esoplan tan dolientes como yo voy a lanzarme a la
irrera contra el pecho de Heracles. Haré que el paicio se resquebraje y lo dejaré desplomarse sobre
abs, matando primero a sus hijos. Su asesino no 865
que está matando a los hijos que engendró,
s de que se libre de mis ataques de furor.
•
~
WnAMowrrz (cf. III, 185) ha postulado que falta aquí un
que él reconstruye así: <por lo que a la celosa esposa
Leus y a ti...
52
TRAGEDIAS
¡Eh, mira como ya comienza a agitar la cabeza y
gira en silencio sus pupilas brillantes y desencajadas!
sio No puede controlar la respiración, como un toro a
punto de embestir, y muge terriblemente invocando a
las Keres del Tártaro.
En seguida le haré agitarse más y acompañaré su
danza con las flautas del terror. Levanta tu noble pie
y marcha al Olimpo, Iris, que yo me introduciré sin
ser vista en el palacio de Heracles.
875 CORO 41• — ¡Ay, ay, ay, gemid! Va a ser segada la
flor de tu ciudad, el hijo de Zeus. ¡Desdichada Hélade,
que a tu bienhechor vas a perder, lo vas a perder en
danza enloquecida acompañada por la flautas de Lisa.
880 Ha subido a su carro la de muchos lamentos e
impulsa su aguijón contra el tronco, como para lanzarlo a la perdición, la Gorgona hija de la Noche con
sus silbidos de cien cabezas de serpiente, Lisa cuya
vista petrifica.
885 ¡Qué pronto ha abatido dios a quien era feliz! ¡Qué
pronto van a expirar los hijos a manos de su padre!
ARFITRIÓN. — (Desde dentro.) ¡Ay de mí, desdichado!
CoRo. — ¡Ay, Zeus, pronto tu hijo se quedará sin
hijos! Las furiosas, comedoras de crudo, injustas ven890 ganzas lo harán sucumbir a golpes de desgracia.
ANFITRIÓN. — ¡Ay, morada mía!
CORO. — Se inicia una danza sin tambores que no
agrada al tirso de Bromio...
ANFITRIÓN. — ¡Ay, palacio mío!
CORO. — ... danza que busca la sangre, no el zumo
895 de la uva de báquica libación.
ANFITRI~N. — ¡Hijos, lanzaos a la huida!
CoRo. — Horrible es este canto, horrible es el canto
que acompañan las flautas. Prosigue la persecución y
41 Entendemos que es innecesaria la división en semjcoroS
de este sistema de docmios.
HERACLES
53
caza de los hijos, Lisa va a lanzarse a una bacanal no
sin consecuencias para la casa.
ANFITRIÓN. — ¡Ay de mis males! 900
CORO. — ¡Ay, ay! ¡Cómo compadezco al anciano padre y a la madre cuyos hijos nacieron para nada!
ANFITRIÓN 4~. — ¡Mira, mira, una tempestad sacude 905
el palacio, se derrumban los techos!
CORO ~ ¡Eh, eh! ¿Qué haces, hijo de Zeus, en
el palacio? Una conmoción infernal, como otrora contra Encélado, envías, oh Palas, contra la casa. (Sale
un Mensajero del palacio.)
MENSAJERO. — ¡Oh cuerpos encanecidos por la vejez! ~ío
CoRo. — ¿Qué grito es éste con que me llamas?
MENSAJERO. — Terrible es lo que sucede en el palacio.
CoRo. — No traeré otro adivino”.
MENSAJERO. — Han muerto los niños.
CoRo. — ¡Ay, ay!
MENSAJERO. — Lamentaos, porque es lamentable.
CoRo. — Terrible es su muerte, terribles las manos 915
de su padre. ¡Oh!
MENSAJERO. — Nadie podría contarlo con palabras
mayores que nuestro sufrimiento.
CoRo. — ¿Con qué palabras puedes contarnos la
lamentable ceguera, la locura de un padre con sus
hijos? Dínos de qué manera, impulsado por los dioses,
se precipitó este horror sobre el palacio y cuenta el 920
desdichado destino de los innos.
MENSAJERO. — Ya estaban delante del altar de Zeus
las víctimas del sacrificio purificatorio del palacio, una
vez que Heracles hubo matado y arrojado de este re42 Seguimos a WIUM owxTz al atribuir a Anfitrión los verSOs 904-905.
~ Muanxr pone inexplicablemente los vv. 906-908 en boca
de Heracles.
~
Sc. <distinto de mi’; i. e. <ya ¡o he adivinado yo mismo~’.
54
TRAGEDIAS
925 cinto al tirano del país. El hermoso coro de sus hijos,
así como su padre y Mégara, estaban a su lado. Ya
había rodeado el altar la canastilla y nosotros manteníamos un silencio religioso.
Mas cuando se disponía a llevar con su diestra el
tizón para sumergirlo en el agua lustral, el hijo de
~ao Alcmena se quedó sin habla. Como su padre tardara,
los niños le dirigieron sus miradas. Heracles ya no
era el mismo: alterado en el movimiento de sus ojos
y dejando ver en ellos las raíces enrojecidas, arrojaba
935 espuma sobre su barba bien poblada. Y dijo de repente con risa enloquecida:
« ¡Padre, ¿para qué realizar el sacrificio de fuego
expiatorio antes de matar a Euristeo? ¿Para qué tener
doble trabajo, cuando puedo de un solo golpe arreglar
este asunto? Cuando traiga la cabeza de Euristeo
940 purificaré mis manos también por la muerte de éstos.
Derramad el agua, soltad la canastilla de vuestras
manos.
¿Quién me entregará el arco, quién el arma de mi
mano? Me marcho a Micenas. Necesito palancas y aza945 dones para levantar con el hierro encorvado los cimientos que los Cíclopes ajustaron con la roja plomada y
con cinceles.»
Después de esto se puso en camino diciendo que
tenía (aunque no lo tenía) un carro; ascendió al carro
y golpeaba con la mano como si golpeara con un
aguijón.
950 A los sirvientes les entró risa y miedo a la vez —se
miraban unos a otros—, y uno dijo:
«¿El señor se burla de nosotros o está loco?»
Él correteaba por la casa arriba y abajo. Cuando
qss dio en medio del androceo, dijo que habla llegado a la
ciudad de Niso45 y entrado en una casa; se recostó en
“ Mégara. Niso era hijo de Pandión y hermano de Egeo.
HERACLES
55
el suelo, tal como estaba, y hacía que se preparaba una
comida. Cuando, después de un corto descanso, se puso
en camino, decía que se estaba acercando a los valles
umbrosos del Istmo. Entonces se desnudó del manto,
se puso a boxear con nadie y se proclamó a sí mismo 960
vencedor de nadie, después de oxdenar silencio.
Ya estaba en Micenas, según sus palabras, y gritaba
terribles amenazas contra Euristeo. Entonces su padre
le tocó el robusto brazo y le dijo: «Hijo, ¿qué te pasa? 965
¿Qué viaje es éste? ¿Es que te ha desquiciado la muerte
de éstos a los que acabas de matar?»
Pero él, creyendo que es el padre de Euristeo quien
le toca el brazo suplicante y tembloroso, lo aparta de
si y prepara el carcaj y el arco contra sus propios 970
hijos creyendo que va a matar a los de Euristeo.
estos, temblando de miedo, se lanzaron cada uno por
un lado: uno se refugió tembloroso en el manto de su
desdichada madre, otro en la sombra de una columna,
otro en el altar, como un pájaro. Su madre le gritaba: 975
<Oh tú, que los engendraste, ¿qué haces? ¿Vas a matar
a tus hijos?» Y gritaba el anciano y el grupo de servidores.
Entonces Heracles persigue a su hijo en torno a la
columna con terrible giro de sus pies y, poniéndose
enfrente, le dispara contra el hígado. Y al expirar éste 980
empapó boca arriba los zócalos de piedra. Él lanzó
un grito de victoria y decía con jactancia: «Este polluelo de Euristeo que acaba de morir ha caldo a mis
manos en pago del odio que su padre me tiene.» Y ya
disponía rápidamente su arco contra otro, el que se 985
había refugiado tembloroso —creyendo esconderse—
en la base del altar. El desdichado se arrojó apresuradamente a los pies de su padre, levantando sus manos
hacia la barba y cuello de éste: «Querido padre —le
dice—, no me mates. Soy tuyo, soy tu hijo; no estás 990
ffiatando a uno de Euristeo.» Pero él revolvía sus ojos
56
TRAGEDIAS
feroces de Gorgona y —como el niño estaba demasiado
cerca de su arco mortífero- imitando en su rostro
el gesto de un herrero, dejó caer la clava sobre la
rubia cabeza del niño y quebró sus huesos.
995 Ahora que había matado a su segundo hijo, se disponía a lanzarse contra su tercera víctima con intención de degollarlo sobre los otros dos. Mas se le adelantó la desdichada madre, que lo introdujo en el
palacio y cerró las puertas. Pero él, como si de los
mismos muros ciclópeos se tratara, pica, apalanca los
íooo los cerrojos, arranca las puertas y derriba con una
sola flecha a madre e hijo.
Después se lanzaba como a caballo para matar al
anciano, cuando se acercó una imagen, la de Palas
—según se mostró a nuestros ojos— blandiendo su
lanza”. Y arrojó contra el pecho de Heracles una
1005 piedra que contuvo sus ansias de matar y lo echó
en brazos del sueño. Cayó al suelo, con la espalda
extendida contra una columna que, partida en dos por
el derrumbamiento del techo, yacía sobre su base.
1010 Y nosotros, librando nuestro pie de su persecución,
lo sujetamos con correas a una columna con la ayuda
del anciano, para que al despertar del sueño no añadiera ninguna acción más a las ya realizadas. Ahora
duerme el desdichado un sueño nada feliz, pues ha
1015 ha matado a sus hijos y a su esposa. En verdad, yo no
conozco a ningún mortal que sea más infortunado.
(Entra en el palacio.)
CoRo. — El crimen que la roca de Argos tiene en
su memoria fue un tiempo el más célebre e increíble
para Grecia, el de las hijas de Dánao ‘~: mas este soHay tres palabras en el verso (epí lóphói kéar) intraducibleS
por corrupción. GRÉGoIRC (Euríp¡de III, 1959, pág. 59) sospecha laguna.
~
Las 50 hijas de Dánao, forzadas a casarse con sus primos, los
hijos de Egipto, los mataron la misma noche de bodas, salvo una.
HERACLES
57
brepasa, adelanta con mucho aquel horror. La muerte 1020
j.i desdichado y divino hijo de Procne —madre una
gola vez— llamar puedo sacrificio a las Musas”. Pero
ta, cruel, que engendraste tres hijos, los has eliminado
con muerte enloquecida. ¡Oh, oh! ¿Qué lamentos o 1O~~
gemido o funerario canto o coral de Hades repetirá mi
co?
¡Huy, huy! Mirad, en dos se abren las puertas de í030
la elevada mansión. (Se abren las puertas y el encícierna presenta a Heracles, atado y dormido, rodeado
de cuatro cadáveres.)
¡Ay de mi! Ved ahí unos hijos desdichados tendidos
ante su desdichado padre, que duerme terrible sueño
por la muerte de sus hijos. Ved alrededor del cuerpo i035
de Heracles los numerosos nudos de la cuerda que
está sujeta a las columnas pétreas de palacio. (Sale
Anfitrión.)
CORIFEO. — Mas aquí está el anciano, como ave que
lamenta el dolor de sus hijos sin alas, con lento pie 1040
marcando amarga marcha.
ANFITRIÓN. — Ancianos cadmeos, ¡silencio, silencio!
¿No dejaréis que, entregado al sueño, olvide por com$eto su desdicha?
CoRo. — Con todas mis lágrimas te lloro, anciano, 1045
y a estos hijos y a esta victoriosa cabeza.
ANFITRIÓN. — Ale jáos por ambos lados, no hagáis
ruido, no gritéis, no despertéis a quien profundo sueño 1050
duerme.
CoRo. — ¡Ay de mí! ¡Qué cantidad de sangre... me
haréis morir!
ANFITRIÓN. — ¡Ay, ay!
Procne, hija del rey de Atenas, Pandión, mató a su hijo
Itiz para vengarse de su marido Tereo, rey de Tracia. <Su
Uluerte puede llamarse sacrificio a las Musas<, porque Procne
fue conves-fida en ruiseñor y canta incesantemente a su hijo
(cf. Troyanas 1244 y Sig5.).
58
TRAGEDIAS
CoRo. — ¡... se extiende ante mis ojos!
ANFITRIÓN. — ¿No cantaréis los ayes de este treno
íoss en silencio, ancianos? Cuidado, no despierte y afloje
las ligaduras, no acabe con la ciudad entera y con su
padre, y destruya el palacio.
CORO. — No puedo, es superior a mis fuerzas.
ANFITRIÓN. — ¡Silencio!, que oiga su respiración;
íoáo ¡silencio!, que aplique el oído.
CoRo. — ¿Duerme?
ANFITRIÓN. — Sí, duerme un sueño, un sueño de
muerte quien mató a su esposa, quien mató a sus hijos
disparando con vibrante arco.
1065 CoRo. — Lamenta ahora...
ANFITRIÓN. — Sí, lamento.
CoRo. — ... la muerte de los niños.
ANFITRIÓN. — ¡Ay de mí!
CORO. — ... y de tu propia hija.
ANFITRIÓN. -— ¡Ay, ay!
CoRo. — ¡Oh anciano!...
ANFITRIÓN. — Calla, calla, se despierta, se da la
1070 vuelta. Voy a esconderme en el palacio.
CORO. — ¡Ánimo!, la noche cubre los párpados de
tu hijo.
ANFITRIÓN. — Ved, ved. La luz abandonar ante estos
males no rehuyo, más si me mata a mí, su padre,
1075 a estos males añadirá otros males y ante las Erinias
tendrá que responder del parricidio.
CORO. — Entonces tenias que haber muerto, cuando
ibas a vengar la muerte de los hermanos de tu esposa
íoeo devastando la ciudad ribereña de los Tafios.
ANFITRIÓN. — ¡Huid, huid, ancianos! Lejos del palacio dirigid los pasos, huid de un hombre enloquecido
que se está despertando. Bien pronto va a arrojar un
loes crimen sobre otro y atravesar en frenética danza la
ciudad de los cadmeos.
HERACLES
59
CORIFEO. — Zeus, ¿por qué te has ensañado con
Igoto odio contra tu propio hijo? ¿Por qué lo has
arrastrado a este piélago de males?
HERACLES. — (Despertando.) ¡Vaya! Ya recobro el
liento y puedo contemplar lo que debía: el aire, la ío~o
gierra y este arco de Helios. He caído como en un
torbellino, como en una terrible confusión de la mente,
y la respiración de mis pulmones se eleva febril, irregular. Mas... ¿por qué como nave anclada tengo sujetos a estas correas mi joven pecho ‘, mi brazo?... 1095
¿Por qué estoy tendido junto a esta piedra labrada
partida por la mitad y ocupo un sitio cercano a unos
cadáveres? Esparcidos por el suelo están mi veloz lanza
y mi arco que, como fiel escudero, antes protegía mi ííoo
costado y era protegido por mí.
¿No habré vuelto de nuevo al Hades, habiendo recorrido el doble estadio d eEuristeo? ~. Mas no, pues ni
veo la roca de Sísifo, ni a Plutón ni al cetro de la
bija de Deméter. En verdad, estoy asombrado. ¿Dónde itos
utoy que me hallo tan impotente? ¡Eh, eh! ¿Quién
de mis amigos está cerca —o lejos— para curarme de
ftta mi incapacidad de reconocer las cosas? Pues no
reconozco con claridad ninguna cosa familiar.
ANFITRIÓN. — Ancianos, ¿me acercaré a mi propia
perdición?
CORIFEO. — Sí, y yo contigo; no quiero abandonarte tito
en el infortunio.
Verso corrupto. Seguimos la conjetura de GRÉaoíits sin
ex~~esiva convicción. La atractiva restauración de WxLÁuowrrz
le acepta Antoláis de PImtssoN y cambia molÓn por dran2ón)
.
paleográficamente, imposible de probar; aunque es posible
¡e la repetición errónea de eís Haídou haya entrañado la
frdida irremediable de una palabra. El sentido, en todo caso,
<¿no habré realizado un camino de ida y vuelta a Hades
~U10 Si se tratara de una carrera en el estadio?» (díaulos).
60
TRAGEDIAS
HERACLES. — (Reconoce a Anfitrión.) Padre, ¿por
qué lloras y cubres tus ojos al acercarte a tu hijo
más querido?
ANFITRIÓN. — ¡Oh hijo! Pues hijo mío eres, aun en
la desgracia.
HERACLES. — ¿ Es que me sucede algo lamentable y
por esto lloras?
1115 ANFITRIóN. — Algo que hasta un dios que lo sufriera
lloraría.
HERACLES. — Hinchado es tu lenguaje, mas de mi
suerte aun no has dicho nada.
ANFITRIÓN. — Tú mismo lo estás viendo, si es que
ya estás en tu sano juicio.
HERACLES. — Dímelo, si significa algo nuevo en mi
vida.
ANFITRIÓN. — Si ya no eres un bacante de Hades te
lo diré.
1120 HERACLES. — ¡Ay! Sospechoso resulta esto que has
dicho hablando de nuevo con enigmas.
ANFITRIÓN. — Estoy comprobando si tu juicio es
firme de verdad.
HERACLES. — No recuerdo haber tenido la mente
enloquecida.
ANFITRIÓN. — (Dirigiéndose al Coro.) Ancianos, ¿desato las ligaduras de mi hijo o qué hago?
HERACLES. — Sí, y dime quién me las ató, pues me
producen vergúenza.
1125 ANFITRIóN. — (Desatándolo.) Tamaños son los males
que conoces; deja el resto.
HERACLES. — ¿ Es que basta el silencio para saber lo
que quiero?
ANFITRIÓN. — Zeus, tú que estás sentado en tu trono
junto a Hera, ¿ves esto?
HERACLES. — ¿Pero es que he sufrido algún ataque
desde allí?
ANFITRIÓN. — Deja a la diosa y atiende a tus males.
HERACLES 61
HERACLES. — Estoy perdido; va a comunicarme al- 1130
guna desgracia.
ANFITRIÓN. — Mira, contempla a tus hijos caldos.
HERACLES. — (Se levanta.) ¡Ay mísero de mí! ¿Qué
visión es ésta que contemplo?
ANFITRIÓN. — Hijo, has declarado a tus hijos una
guerra sin nombre.
HERACLES. — ¿A qué guerra te refieres? ¿Quién ha
matado a éstos?
ANFITRIÓN. — Tú y tu arco y quien de los dioses í 135
sea culpable.
HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué he hecho? ¡Oh padre,
heraldo de desgracias!
ANFITRIÓN. — Estabas loco. Me pides una aclaración
que duele.
HERACLES. — ¿ Entonces soy yo también el asesino
de mi esposa?
ANFITRIÓN. — Todo esto es obra de tu solo brazo.
HERACLES. — ¡Ay, ay, me envuelve una nube de la- 1140
mentos1
ANFITRIÓN. — Por eso lamento tu suerte.
HERACLES. — ¿Acaso destruyó también el palacio la
diosa que me enloqueció?
ANFITRIÓN. — Sólo sé una cosa: todo lo tuyo se
torna en infortunio.
HERACLES. — ¿Y dónde me alcanzó el aguijón?
¿Dónde acabó conmigo?
ANFITRIÓN. — Cuando purificabas con fuego tus ma- 1145
nos junto al altar.
HERACLES. — ¡Ay de mí! ¿Qué me importa la vida
Cuando soy el asesino de mis queridos hijos? ¿No iré
a saltar desde una roca escarpada o a arrojar la esPada Contra mi vientre para vengar en ml la muerte uso
de mis hijos? ¿O quemaré mis carnes con el fuego ~
~
Hay corrupciÓn en la palabra central de este verso
62
TRAGEDIAS
para apartar de mi vida el deshonor que me aguarda?
(Ve acercarse a Teseo por la izquierda con un grupo
de seguidores.) Mas he aquí que se acerca Teseo, pariente y amigo mío, estorbando mis proyectos de muer1155 te. ¡Me verá y la mancha del parricidio saltará a los
ojos del más querido de mis huéspedes! ¡Ay de mil
¿Qué haré? ¿Dónde podré hallar un lugar solitario para
mis males? ¿Iré hacia el cielo o debajo de la tierra?
Vamos, voy a envolver mi cabeza en la oscuridad 51,
1160 pues siento verguenza de los males que he perpetrado.
Y ya que he traído hacia mí la sangre culpable de esto.
niños, no quiero perjudicar a quienes son inocentes.
(Se sienta entre los cadáveres acurrucándose y cu-
bierto por el manto.)
TESEO. — Anciano, he venido con estos jóvenes atenienses, que montan vigilancia junto a la corriente del
1165 Asopo 52, para traer a tu hijo armas aliadas. Ha llegado
a la ciudad de los Erecteidas el rumor de que Lico se
ha apoderado violentamente del cetro del país y os ha
declarado la guerra. Me he presentado aquí, anciano,
1170 devolviendo el favor que antes me hizo Heracles salvándome de los infiernos, por si necesitáis de mi mano
aliada. Mas ¿por qué el suelo está cubierto de cadá.
veres? ¿ No me habré retrasado y llegado tarde a estos
1175 males recientes? ¿Quién ha matado a estos niños? ¿De
quién es esposa ésta que aquí veo? Los niños, desde
luego, no suelen afrontar el combate, conque sin duda
me encuentro en presencia de una desgracia fuera de
lo común.
(emEn de los Mss. atenta contra la métrica), pero ésta no altera sensiblemente el sentida.
51 Verso corrupto. Los diversos autores que han intentado
enmendarla introducen de una forma u otra la palabra <manto<. 1. e. .acui.taré mi cabeza en la oscuridad del manto<, etc.
52 El río Asopo trazaba la frontera entre Beocia y el Ática
en la época de la epopeya (cf. ¡liada IX 287).
HERACLES
63
ANFITRIÓN. — ;Oh soberano de la colina plantada
de olivos!...
TESEO. — ¿Qué tratas de decirme dirigiéndote a mi
con tan triste proemio?
ANFITRIÓN. — Hemos padecido sufrimientos crueles uso
de parte de los dioses.
TESEO. — ¿Quiénes son estos niños sobre los que
viertes un torrente de lágrimas?
ANFITRIÓN. — Los engendró mi desdichado cachorro; los engendró y los mató, cargando con la sangre
del crimen.
TESEO. — No pronuncies blasfemias.
ANFITRIÓN. — Se lo ordenas a quien desea no blas- 1185
femar.
TESEO. — ¡Qué palabras terribles las tuyas!
ANFITRIÓN. — Hemos desaparecido, desaparecido con
alas.
TESEO. — ¿Qué dices? ¿Qué hizo?
ANFITRIÓN. — Extraviado por un ataque de locura y 1190
con las flechas teñidas en la hidra de cien cabezas.
TESEO. — Esto es obra de Hera. (Descubre a Heracles.) Y ¿quién es éste que está entre los cadáveres,
anciano?
ANFITRIÓN. — Ése es mi hijo, mi hijo, el de muchos
trabajos, el que con los dioses marchó a la guerra contra los Gigantes armado de escudo, a la llanura de
Fíe gra.
TESEO. — ¡Qué horror! ¿Qué hombre nació tan des- 1195
dichado?
ANFITRIÓN. — Conocer no podrías a otro mortal más
trabajado, más asendereado.
TESEO. — ¿Y por qué oculta su triste rostro con el
peplo?
ANFITRIÓN. — Se avergi.¿enza de tu presencia, de tu 1200
amistad de hermano y de la sangre derramada por sus
hijos.
64
TRAGEDIAS
TESEO. — Mas yo he venido para acompañarlo en
su dolor. ¡Descúbrelo!
ANFITRIÓN. — Hijo, deja caer de tus ojos el peplo,
1205 tiralo lejos, muestra tu rostro al sol. Un peso contrario se opone a las lágrimas. Te lo suplico, ante tu barba
1210 y tu rodilla y tu mano postrado, dejando caer un llanto
de anciano. Vamos, hijo, contén tus impulsos de león
salvaje, porque tratan de arrastrarte al impío fragor
del crimen y tejer un mal con otro mal, hijo mío.
TESEO. — Vamos, a ti digo, al que ocupa un lugar
1215 desdichado: descubre el rostro a tus amigos. Ninguna
nube tiene oscuridad tan negra como para ocultar tus
desgracias.
¿Por qué agitas la mano mostrándome la sangre?
¿Acaso para que no me alcance la impureza de tu Sa1220 ludo? No me importa compartir contigo el infortunio,
pues en otra ocasión compartí el éxito: debo dirigir
mi pensamiento a la ocasión en que me sacaste a la
luz arrancándome del mundo de los muertos.
Me repugna que los amigos dejen envejecer el agra1225 decimiento; me repugna quien quiere gozar de lo
bueno, mas no navegar en la misma nave del amigo
que sufre infortunio. Levántate, descubre tu rostro lastimoso, mira hacia nosotros. El mortal bien nacido
soporta los golpes de los dioses y no los rehúye.
HERACLES. — (Incorporándose.) Teseo, ¿has visto el
combate contra mis hijos?
1230 TESEO. — No, me lo han contado, mas tú ahora
muestras este horror a mis ojos.
HERACLES. — ¿Por qué, pues, has descubierto Ifli
cabeza a los rayos del sol?
TESEO. — ¿Por qué? Porque siendo mortal no mancillas nada de los dioses.
HERACLES. — Desgraciado, huye de mi impía mancha.
HERACLES
65
TESEO. — No hay amigo que invoque a un dios vendor contra sus amigos.
HERACLES. — Alabo tu actitud y no me arrepiento 1235
haberte hecho un favor.
TESEO. — Y yo que entonces lo recibí, ahora te commdezco.
HERACLES. — Digno soy de compasión por haber maído a mis hijos.
TESEO. — Lloro de agradecimiento por otra ocasión
sventurada.
HERAcLES. — ¿ Has encontrado a alguien en desgra~Ia mayor?
TESEO. — Llegas hasta el cielo con tu desventura. 1240
HERACLES. — Entonces estoy en disposición incluso
devolver el golpe.
TESEO. — ¿Y crees que los dioses se preocupan de
•
amenazas?
HERACLES. — Arrogantes son los dioses, y yo lo seré
n ellos.
TESEO. — Contén tu boca, no sea que por decir pas excesivas sufras excesivo daño.
BRACLES. — Ya estoy saturado de males y no tengo 1245
añadir otro.
TESEO. — ¿Y qué vas a hacer? ¿Adónde te llevará
cólera?
HERACLES. — A la muerte; vuelvo debajo de la tiei de donde acabo de llegar.
TESEO. — Has dicho lo que diría un hombre vulgar.
HERACLES. — Y tú tratas de reprenderme porque
lAs lejos de la desgracia.
TESEO. — ¿Es Heracles, el que tanto ha soportado, 1250
Lien pronuncia estas palabras?
HERACLES. — En verdad nada he sufrido tan grande
Eflo esto; incluso el aguante tiene su medida.
TESEO. — ¿El bienhechor de los hombres, su gran
ligo?
66
TRAGEDiAS
HERACLES. — Sí, mas éstos en nada pueden ayudarme. Es Hera quien domina.
TESEO. — La Hélade no soportaría que murieras
con muerte insensata.
1255 HERACLES. — Escúcharne ahora, que voy a oponer
mis razones a los reproches. Te voy a demostrar que
mi vida ya no es vida —ni tampoco antes lo fue—.
En primer lugar soy hijo de un hombre que desposó
1260 a mi madre Alcmena, después de matar al anciano
padre de su madre. Y cuando los cimientos de una
familia no están bien puestos, es fuerza que los descendientes sean desventurados.
Zeus —quien quiera que Zeus sea— me engendró
haciéndome odioso a Hera (mas tú no te ofendas,
1265 anciano, que te considero a ti mi padre, no a Zeus).
Cuando todavía mamaba, la compañera de cama de
Zeus introdujo en mi cuna serpientes de ojos refulgentes para que muriera. Y cuando mi carne se cu1270 brió de músculos vigorosos, ¿a qué enumerar los trabajos que soporté; el número de leones, tifones de
tres cuerpos, gigantes o ejércitos de cuadrúpedos cen1275 tauros a quienes no declaré la guerra? Después de
dar muerte a la perra Hidra, llena de cabezas que
siempre rebrotan, recorrí una multitud de trabajos e
incluso llegué al infierno para traerme —por orden
de Euristeo- el perro de tres cabezas, portero del
Hades. Mas ésta es la última prueba que he soportado,
1280 la muerte de mis hijos, para poner el tejado de los
males de mi casa.
Me veo constreñido hasta el punto de no serme
permitido habitar en mi querida Tebas. Si me quedo,
¿a qué templo, a qué reunión de amigos podré ir?
Pues tengo una maldición que impide que nadie me
1285 acoja. ¿Entonces, marcharé a Argos? ¿Y cómo, después
de abandonar exiliado mi patria?
HERACLES
67
Entonces, ¿me dirigiré a alguna otra ciudad? ¿Y
¡e me dirijan miradas despectivas cuando me reco>zcan y vivir encerrado por miedo a los amargos aguines de la lengua? «¿No es éste —dirán— el hijo de
el que mató a sus hijos y esposa? ¿No irá a mo- 1290
~Irse lejos de este país?»
Para un hombre que ha sido considerado como
feliz, el cambio es doloroso; mas aquél a quien siemacompaña la desgracia, no sufre, pues es infortunado desde que nació. Creo que algún día llegaré en
mí desgracia al punto de que la tierra cobre voz para 1295
feipedirme que la toque, y el mar y la fuentes de los
wdos para que no los atraviese. Seré la viva imagen de
¡zión encadenado al carro. Y es mejor que no vea esto
lnguno de los griegos entre quienes fui feliz y afor- 1300
lunado u
¿A qué vivir entonces? ¿Qué me aprovechará tener
una vida inútil e impura? ¡Que dance la ilustre esposa
de Zeus haciendo retumbar con sus zapatones ~ el pabcio del Olimpo! Ya ha conseguido cumplir lo que se í~os
propuso, destruir desde sus cimientos al primer hombre de Grecia.
¿Quién podría dirigir sus súplicas a una diosa de
Ial calaña, una diosa que, encelada con Zeus por la
Urna de una mujer, destruye a los benefactores de 1310
IP Hélade sin que tengan culpa alguna?
TESEO. — Esta prueba no procede de otro dios que
IP esposa de Zeus. De esto te has percatado bien...
~
Wíu~,towrrz rechaza como interpolados los vv. ¡291.1293
1299 y 1300; P~xM~wríra, todo el pasaje.
~ Otro verso corrupto. En todo caso, el sentido irónico es
~IO Si lo ponemos en relación con Hesíodo <Teogonía), donde
tra danza en el Olimpo con c~zapatjtos» (pedílois) de orO.
‘b~ldf, palabra sana, es “bota rústica de cazador».
~ Se ha sospechado laguna tras el y. 1312 desde VIcTORIUS,
•
que, como dice WxuMownz (III, 267). el verso siguiente
arece de sentido y construcción”. Este autor cree que falta
68
TRAGEDIAS
Te aconsejaría esto antes que sufrir algún mal. Nadie
está libre de los golpes de la fortuna, ni los hombres,
1315 ni tampoco los dioses, si no mienten los cantos de los
poetas. ¿Es que no han trabado entre sí uniones que
no se ajustan a ninguna ley? ¿No han encadenado a
sus padres por ambicionar el poder? Sin embargo, siguen ocupando el Olimpo y se les perdonaron sus
1320 yerros. Así, pues, ¿qué decir si tú, que eres mortal,
consideras insoportables los golpes de fortuna y los
dioses no?
Abandona Tebas como manda la ley y acompáñame
a la ciudad de Palas. Allí purificarás tus manos de esta
1325 polución y te donaré un palacio y parte de mis bienes.
Te entregaré los dones que he recibido de los ciuda-
danos por haber salvado a los catorce jóvenes matando
al toro de Cnoso.
En mi país tengo fincas acotadas por todas partes.
1330 estas recibiran tu nombre mientras vivas; y, una vez
muerto, cuando vayas al Hades, toda la ciudad de Atenas celebrará tus honras con sacrificios y tumbas de
piedra. Para mis ciudadanos será una hermosa corona
1335 el tener entre los griegos la buena fama de haber
ayudado a un hombre excelente. este es el favor que
te ofrezco a cambio de mi salvación; pues ahora estás
necesitado de amigos. Cuando los dioses nos honran
no hay necesidad de amigos, pues es suficiente la ayuda
de un dios cuando quiere.
1340 HERACLES. — ¡Ay de mí! Esto nada tiene que ver
con mis males presentes, pero yo no creo que los dioses deseen uniones que no están permitidas, y nunca
he creído ni nadie me convencerá jamás de que han
encadenado sus manos ni que uno es soberano de otro.
1345 Pues un dios, si de verdad existe un dios, no tiene ne‘cein ganzer Abschnitt”. CAMPER trató de resolverlo atribuyendo
1311 y 1312 al Corifeo.
HERACLES
69
cesidad de nada. Esto son lamentables historias de los
aedos.
Mas he estado considerando —en medio de la desgracia como me hallo- si no se me podría acusar de
cobardia por abandonar la vida. Pues quien no soporta
la desgracia no podría aguantar a pie firme la lanza 1350
de un hombre. Me forzaré a vivir y marcharé a tu ciudad con un millón de gracias por tus dones.
En verdad son miles los trabajos que he probado
y ninguno he rehuido ni he dejado caer el llanto de
mis ojos ni jamás habría pensado llegar a esto. Sin 1355
embargo, ahora he de someterme a la fortuna, como
parece. (Se dirige a Anfitrión.) Vamos, anciano, ya ves
que salgo exiliado, ya ves que he sido el asesino de
mis propios hijos; encomienda sus cuerpos a la tumba, 1360
dispónles honras fúnebres y hónrales con las lágrimas
e—ya que a mí no me lo permite la ley—. Apóyalos
contra el pecho, ponlos sobre el regazo de su madre
en mísera unión como la que yo destruí involuntariamente.
Cuando hayas ocultado en la tierra los cadáveres,
Sigue habitando en esta ciudad y, aunque apenado, 1365
fuérzate a vivir para compartir conmigo la desgracia.
Oh hijos, el que os dio vida, el padre que os enestá acabado; de nada os han servido las herlosas hazañas que yo preparaba con mi esfuerzo para 1370
buen nombre, la más hermosa herencia de un
padre. Y a ti, desdichada, la muerte que te he dado
mo ha correspondido a la seguridad con que tú conServabas mi matrimonio, cuando soportabas largas estancias en casa. ¡Ay, esposa e hijos míos, ay de mí!
¡Cuánto sufrimiento! ¡Separado me veo de mis hijos 1375
esposa! ¡Qué triste es el goce de sus besos, qué triste
15 la compañía de estas armas! No sé si conservarlas
~ abandonarlas. Cada vez que golpeen mi costado me
tirán: «Con nosotras mataste a tus hijos y esposa; 1380
70
TRAGEDIAS
nosotras somos las asesinas de tus hijos.» ¿Las llevaré,
pues, en mis brazos? ¿Y cómo lo justificaré? Mas de
lo contrario, ¿moriré deshonrado, poniéndome a mer-
ced de mis enemigos, si me separo de estas armas con
1385 las que tantas hazañas realicé en la Hélade? No las
abandonaré; he de conservarlas aunque me duela.
Teseo, una cosa más te pido: acompáñame a Argos
para hacer que me entreguen la recompensa por el
maldito perro, no vaya a pasarme algo ~, si voy solo.
por causa del dolor de mis hijos. Oh tierra de Cadmo~~
1390 pueblo todo de Tebas, mesaos los cabellos, acompañadnos en el dolor, marchad a la tumba de mis hijos:
en una palabra, celebrad todos el duelo por los muertos y por mí. Pues todos hemos perecido golpeados por
la suerte cruel enviada por Hera.
TESEO. — Levanta, infortunado. Ya está bien de lágrimas.
1395 HERACLES. — No podría. Mis miembros están petrificados.
TESEO. — También a los fuertes destruyen los golpes
de la fortuna.
HERACLES. — ¡Ay! Ojalá pudiera convertirme en piedra y olvidar mis males.
TESEO. — Basta, da tu mano al amigo que te ayuda.
HERACLES. — Mas, ¡cuidado!, no te salpique la sangre en tus vestidos.
1400 TESEO. — Deja que se manchen, no te preocupes.
No me niego a ello.
HERACLES. — Privado de mis hijos, por hijo mío te
tengo.
TESEO. — Pon tu brazo en mí cuello, yo te conduciré.
56 La recompensa es la libertad para volver a Argos. Lo
que teme que le pase es que caiga en la tentación de matar a
Euristeo.
HERACLES
71
HERACLES. — Una yunta de amigos, en verdad; mas
el uno es desgraciado. Anciano, un hombre así hay
que tener por amigo.
ANFITRIÓN. — La tierra que te engendró es pandora í4os
de nobles hijos.
HERACLES. — Teseo, vuélveme otra vez para que vea
a mis hijos.
TESEO. — ¿Para qué? ¿Crees que con ese hechizo te
mentirás mejor?
HERACLES. — Los añoro. Mas, al menos, deseo abrazar a mi padre.
ANFITRIÓN. — Aquí está mi pecho, hijo mío; te has
adelantado a mis deseos.
TESEO. — ¿Hasta tal punto has olvidado ya tus tra- 1410
bajos?
HERACLES. — Todo aquello que soporté es inferior
a esta desgracia.
TESEO. — Si alguien te viera conducirte con mujer, te lo reprocharía.
HERACLES. — ¿A tus ojos vivo abatido? Me parece
que aún afiadiré mayor abatimiento.
TESEO. — Ya basta. ¿Dónde está aquel célebre Heracles?
HERACLES. — ¿Y tú, qué eras bajo tierra cuando es- 1415
tabas en la desgracia?
TESEO. — En lo que toca al valor, era el último de
los hombres.
HERACLES. — Entonces, ¿por qué dices que estoy
abatido por el dolor?
TESEO. — Avanza.
HERACLES. — ¡Adiós, anciano!
ANFITRIÓN. — ¡Adiós a ti, hijo mío!
HERACLES. — Entierra a mis hijos como te he dicho.
ANFITRIÓN. — Y a mi, ¿quién me enterrará?
HERACLES. — Yo.
ANFITRIÓN. — ¿Cuándo vendrás?
72 TRAGEDIAS
1420 HERACLES. — Cuando hayas enterrado a mis hijos.
ANFITRIÓN. — ¿Sí?
HERACLES. — Te haré venir de Tebas a Atenas. Mas
lleva a la tierra el triste cortejo de mis hijos. Nosotros,
que hemos hundido la casa en la vergúenza, somos
1425 arrastrados por Teseo como barquillas rotas. Quien
prefiere riquezas o poder a un buen amigo, es liisensato. (Entra Anfitrión en el palacio al tiempo que
el enciclema se lleva los cadáveres. Heracles y Teseo
salen por la izquierda.)
CoRo. — Nosotros marchamos entre lamentos y lágrimas, porque hemos perdido al más grande de nuestros amigos.
ION
INTRODUCCIÓN
1. Este drama, cuya fecha exacta de producción no
sabemos con certeza, pero que en todo caso parece
posterior al Heracles 1, se basa en el mito de Ion, cuyas
líneas generales son de creación relativamente reciente
—Grégoire 2 cree que de la epopeya tardía, siglo vii—,
e incluso es posible que se originen en Eurípides
mismo.
En efecto, los autores anteriores a Eurípides of recen muy pocos datos de este mito. Por Hesíodo (fr. 7)
sabemos sólo que Juto es hijo de Héleno y hermano
de Doro y Éolo; por Heródoto (VII, 94; VITI, 44), que
Ion fue hijo de Juto y stratárches de Atenas, no rey;
datos que luego recogen los lexicógrafos tardíos como
Hesiquio (s. y. Xouthídiai). En ningún autor aparece
como hijo de Apolo ni de Creusa. Es más, el mismo
Eurípides en su Melanipa la Sabia (Prólogo, 9-11) hace
a Ion hijo de Juto y de una hija anónima de Erecteo.
Ahora bien, esto de por sí no prueba que fuera
Eurípides el «inventor» de su filiación divina ni de
toda la historia de Creusa ~. Sabemos que Sófocles esPara una discusión de los criterios que se han aducido para fecharla, cf. CONACHER, Euripidean Drama, págs. 273 y sigs.
2 GRÉ?ioíaE, Euripide III (Heracles, Les Supplican:es, Ion)
París, 1959.
Aunque sí es evidente que, en todo caso, Creusa no debía
de ser un personaje muy conocido, ya que, como señala OWEN.
Eurípides tuvo que repetir su nombre siete veces en el Prólogo;
76
TRAGEDIAS
cribió una Creusa ~, drama que muy bien podría tratar
el mismo mito, aunque ni siquiera esto es seguro. Tanipoco sabemos con certeza su fecha (bien podría ser
posterior al Ion de Eurípides) ni si allí aparecía la filiación apolínea de Ion. Todo parece indicar, pues, que
o fue Eurípides el inventor de tal mito o que dramatizó, como sugiere Wilamowitz, no un mito ya completo, sino «algo que se relataba y creía no sólo porque
servía a la tendencia imperialista a hacer de Atenas el
estado-madre de otras ciudades del imperio, sino también porque se ajustaba bien al más antiguo templo de
Apolo en una gruta de las rocas septentrionales de la
ciudad» ~.
Sea de una u otra forma, lo cierto es que Eurípides
dramatizó este mito sirviendo a dos propósitos claros
(aunque no exclusivos ni siquiera preeminentes, como
luego veremos): de un lado, fomentar la cohesión de
los pueblos jonios en un momento de la guerra del
Peloponeso en que la coalición presentaba síntomas de
debilidad; de otro, ofrecer una prueba más de la necesidad de paz entre dos pueblos que, después de todo,
procedían de dos hijos de Creusa. Porque Eurípides no
sólo varió la ascendencia de Juto (éste ya no es hijo
de Héleno, como en Hesíodo, sino de Éolo, cf. vv. 6364), sino también su descendencia: además de tener
como hijo adoptivo a Ion (padre de los jonios) engendrará después en Creusa a Doro (padre de los dorios).
2. Pues bien, este mismo toma forma de drama en cuatro
episodios, con el mismo número de estásimos, enmarcados
entre Prólogo y Éxodo.
y toda la historia se repite tres veces: Hermes en el Prólogo,
Creusa al Anciano y Creusa a Ion.
4 También aparece entre sus obras un Ion, aunque parece
demostrado que se trata de la misma; cf. PEARSoN, Sophocles,
Fragments II 23.24.
5 Cf. WII.AMOWITZ, Euripides, Ion, pág. 9, Berlin, 1926.
ION
77
El PRóLOGO (1-237) tiene una estructura parecida —aunque un
tanto más simple— que los de Troyanas, Electra e Ifigenia entre
los Tauros. Comienza con una resis de Hermes en que este dios
nos informa (además de dar su propia genealogía, como es habitual) sobre el nacimiento y crianza de Ion. (La acción, por
tanto, comienza cuando éste es ya un joven sirviente del templo
de Delfos). Luego explica el matrimonio y la infertilidad de
luto y Creusa, razón por la que vienen a Delfos a consultar el
oráculo. Finalmente, expone un plan de Apolo (que, curiosamente, no se va a cumplir), según el cual este dios hará creer
a luto que Ion es hijo suyo y Creusa lo reconocerá en Atenas
como heredero de la casa de los Erecteidas.
Sale Ion del templo y tras un solo lírico (primero en anapestos y luego en ritmo eólico estrófico) en el que da a conocer su trabajo en el templo, revelando su ignorancia sobre su
propio origen, entra el Coro. Éste se compone de sirvientes de
Creusa que, de una forma realista y comportándose como auténticas turistas, hacen una descripción en su canto (no en
anapestos, sino en ritmo eólico) de una serie de representaciones, no sabemos si pictóricas o en relieve, que encuentran en
la fachada del templo.
La estructura de este coral es curiosa, ya que la antistrofa 2
de hecho es un diálogo lírico de Ion con el Coro, en que éste
pregunta a Ion por algunos detalles, dando paso al PRIMER
PI5ODIO (238-451). Tras dos breves resis de saludo, inician Ion
y Creusa un diálogo esticomítico en que el joven pregunta con
Ingenuidad sobre ciertos detalles de los Erecteidas, sobre el
matrimonio de Creusa y las razones de su visita. Creusa introduce aquí y allá frases veladas, que Ion no entiende, sobre su
amor con Apolo y su desgraciado parto. Luego Creusa interroga
a Ion sobre su origen, crianza y vida en el templo, y en un
rasgo típicamente femenino le cuenta su propia historia atribuyéndola a <una amiga.. Ella se habría adelantado a luto
Precisamente para pedir oráculo a Apolo sobre este caso. Ion
niega la posibilidad de consultar a Apolo sobre ello. Tras unas
Palabras de Creusa reprochando al dios su ingratitud y llenas
de amarga desesperanza, entra luto que, en breve diálogo, asegura a Creusa que no se irán de Delfos sin un hijo, según el
Oráculo del héroe Trofonio. luto entra al oráculo y Creusa se
78
TRAGEDIAS
aleja aceptando entre dientes esta reparación de Apolo, mien.
tras queda en escena Ion, quien, hecho un mar de dudas, se
pregunta por el extraño comportamiento y las frases veladas
de Creusa y acaba reprochando a Apolo su inmoralidad.
El PRIMER E5t45IMO (452-508) es un himno de súplica a las
diosas Artemis y Atenea para que concedan descendencia a los
monarcas de Atenas (estrofa), seguido de un elogio a la pater.
nídad (antistrofa). El epodo final es una imprecación a los
lugares donde tuvo lugar la unión de Creusa con Apolo y l~
frase final contiene un presagio de infelicidad para Ion como
hijo de dios y mortal.
En el SmUNDo EPISODIO (509-675) se produce la anagnórisis
(falsa) de Juto e Ion como padre e hijo, seguida de un agón
entre ambos.
La primera es formalmente un diálogo esticomítico (con
antilabaí), en tetrámetros trocaicos, lleno de una fina ironía
todo él (cf. especialmente la frase de Juto «la tierra no pare
hijos”, que rechaza toda la historia de la familia de su mujer).
Luego se establece un agón entre ambos, en el que Juto
trata de convencer a Ion de que vaya a Atenas con él y éste
se opone basándose en dos argumentos: por un lado, será objeto
de odio para los ciudadanos de Atenas (por ser extranjero y
bastardo) y para su madre (por ser hijastro de una mujer
estéril); por otro, la vida desasosegada de un tirano está en
desventaja con la tranquilidad de su vida en Delfos. La resis
de Ion en que expone estos argumentos es un ejemplo típico
de los agones euripideos que, una vez iniciados, siguen su curso
con un movimiento dialéctico autónomo y que salta el marco
de la obra, con lo que incurren en numerosos anacronismos e
irrelevancias. En este caso incluso los anacronismos son contradictorios entre sí: primero describen la situación desagradable en que debía encontrarse un meteco en la democracia
ateniense del siglo “, para luego rechazar su viaje a Atenas en
la idea de que va a ser un tirano.
Al final, sin embargo, acepta ir a Atenas (aunque Juto no le
opone ningún argumento convincente), no sin antes celebrar
un banquete de natalicio en que se despedirá de sus amigos
délficos.
ION
79
luto ordena silencio al Coro sobre todo el asunto y éste canta
~ SaGuNDo ESLISIMO (674724) en que comienza interpelando a
Apolo sobre Ion; sigue lleno de dudas y temores sobre el fuy termina maldiciendo al padre y al hijo con amenazas
veladas al principio y abiertas al final.
El Taucan apisonío (725-1047) es formalmente el más complicado, respondiendo al contenido del mismo.
Tras un breve diálogo de presentación entre Creusa y un
anciano servidor de su casa, se inicia un kommós triangular
catre Corifeo, Anciano y Creusa, en el que el Corifeo les informa sobre el reconocimiento entre Juto e Ion y sus planes.
Siguen dos resis del Anciano, en que éste incita a Creusa
para que mate a Ion y, tras ellas, ésta rompe a cantar una
monodia lírica; comienza exponiendo sus dudas sobre si man.i-
fretar o no su secreta unión con Apolo, pero se deja llevar de
su tensión emocional y, en medio de reproches e imprecaciones al dios por su ingratitud, todo queda revelado. Los detalles
acabará exponiéndolos en un largo diálogo esticomítico con el
Anciano, en el que ambos decidirán un plan para dar muerte
~ Ion.
El Coro se pone del lado de Creusa y canta su
TERcER ESTÁSIMo (1048-1105) que se inicia con una macabra
Invocación a Enodia, para que le ayude en su proyecto de aseabiato, y prosigue con redobladas invectivas y maldiciones contra el extranjero que quiere apoderarse del cetro de Atenas.
La entrada de un mensajero inicia el CUARTO EPISODIO (11061228), que es pura y simplemente una larga resis (escena del
mensajero), donde éste cuenta los pormenores de la estratalema junto con otros detalles menos pertinentes, pero muy del
Insto de Eurípides, como la descripción de la tienda que levantan para el banquete, la cual ocupa un tercio de la resis.
Y anuncia el fracaso final del plan de matar a Ion.
Ante el fracaso, el Coro entona el CUARTO EsLISIMO (12291249), canto astrófico muy breve en que se lamenta, por sí
mismo y por su dueña, del destino que les aguarda; y expresa
—conlo en tantas otras ocasiones hace el Coro en situaciones
Parecidas~ su ansia de escapar.
El ExoDo (1250.1622), muy largo, es formalmente una seellencia de diálogos esticomiticos que llevan a la anagnórisis
80
TRAGEDIAS
entre Creusa e Ion, seguidos de un epirrema entre ambos y
terminados por una resis de Atenea ex machina.
Estructuralmente contiene cinco escenas. La primera es
muy breve y consiste en un corto diálogo de Creusa (que
entra huyendo de los délficos que quieren lapidaría) con el
Corifeo. Éste le aconseja que se refugie junto al altar. La
siguiente escena, entre Creusa e Ion, que entra persiguiéndola,
es un diálogo esticomítico en que ambos forcejean exponiendo
uno sus razones para matarla y la otra los motivos de su
homicidio frustrado.
En esta situación de impasse aparece la Pitia que, en esticomitía con Ion, expone las circunstancias en que lo encontró
y le enseña la canastilla. Cuando Ion, tras dudar en monólogo
patético si consagrar la canastilla al templo y abandonar la
búsqueda de su madre por si ésta es una esclava, se decide a
sacar los objetos que hay en aquélla, Creusa le manifiesta que
es la canastilla en que un día ella misma expuso a su hijo. Y
se inicia la anagnórisis definitiva: en diálogo esticomítico Creusa
le da cuenta de los diferentes objetos (ropas bordadas, serpientes de oro, etc.); luego, en diálogo epirremático (Creusa es la
que canta), le expone su amor con Apolo y el resto. Pero queda
el problema de Juto. Acabado el epirrema y tras la explosión
emocional, Ion vuelve a sentir dudas sobre quién es su verdadero padre. Cuando finalmente decide consultar a Apolo, aparece Atenea, quien les explica todo: Juto vivirá en la creencia
feliz de que es el verdadero padre; Ion sera rey de Atenas y origen del pueblo jonio; Juto y Creusa tendrán dos hijos: Doro
y Aqueo.
Y tras un breve diálogo triangular de Atenea, Ion y Creusa,
acaba la pieza.
3. flsta es, sin duda, una obra difícil de clasificar,
aunque todos los críticos están de acuerdo en algo que
salta a la vista del lector más superficial: que no es
una tragedia del estilo de Medea, el Hipólito, etc. 6 En
6 En realidad este problema se enmarca en el más amplio
de la clasificación de las obras de Eurípides. Los críticos suelen
coincidir en separar de las tragedias un grupo de dramas
ION
81
•t. drama no hay hamártema, no hay sangre, no hay
~tarsSAhora bien, en lo que no todos están de acuerdo
en el grado de seriedad con que está escrita ni en
finalidad que persigue. Conacher7 explica las razois de esta disparidad de opiniones en base a lo que
llama la «paradoja del Ion». En efecto, de un lado
obviamente un sentimiento nacionalista y propadístico que recorre toda la obra (en multitud de
iones se alude a costumbres, lugares, etc., áticos);
otro, Apolo, padre de Ion, se revela como un dios
co digno (prepara un plan que fracasa, es objeto de
a su moralidad a lo largo del drama) - Cabe,
oes, preguntarse: si el elemento propagandístico era
andamental, ¿cómo Eurípides no presentó a un Apolo
mis digno antepasado de la estirpe jonia?
Pues bien, según un grupo de críticos, la obra está
Iscrita con una finalidad completamente seria, como
is resaltar la posición preeminente de Atenas entre
os jonios en base al origen divino de la misma 8, o
Entar los sentimientos humanos ~. Así, pues, lo que
torba a esta interpretación es obliterado o «explicado. en último término señalando que, después de
edo, al final Apolo es absuelto y todo resulta bien.
En el extremo contrario se sitúan quienes ven en
~ obra un intento exclusivamente irónico, dirigido escategorizan como «románticos. (CONAcHER), «de intriga.
4M1D-ST¡HLIN) o <melodramas y tragicomedias. (KIrro);
en el que suelen coincidir al menos Electra, Helena, Ion,
entre los Tauros, Alcestis, Orestes y Fenicias.
7 Págs. 269 y sigs.
8 Cf. especialmente GaÉ~oínn, Buripide III, Paris, 1959;
Lhflacxxtn, Euripide et la guerre du Peloponn.áse, París, 1951;
NASSERMANN, «Divine Violence and Providence in Euripides
¿0,1<. TAPA LXXI (1940), 587-604.
‘ Cf. Rívma~ Essai sur le tragique d’Euripíde, Laussane,
1944.
82
TRAGEDIAS
pecialmente contra Apolo y las fábulas en que se man.
tenía el origen divino de algunos personajes semihis.
tóricos o semilegendarios ‘~‘.
Frente a la interpretación completamente unilateral y simplista de éstos, otro grupo” acepta sin más la
situación paradójica no viendo en ella ninguna contradicción real, dado que —como vemos en Aristófanes y en general en la poesía griega— un tema puede
ser tratado simultánea o sucesivamente desde un ángulo cómico y serio.
Un tratamiento aparte merece la interpretación de
Kitto 12, que yo creo la más acertada porque llega al
fondo de la cuestión. Kitto no está al otro extremo del
espectro interpretativo; no toma absolutamente en
broma la obra (como malentiende Conacher), sino que
la entiende —muy en serio— como un melodrama. Esto
es precisamente lo que explicaría, según él, todas las
características de la misma.
Un autor como Eurípides, dice Kitto, que tantos
reproches ha cosechado en muchas de sus obras por
fallos en la estructura, dibujo de caracteres, etc., se nos
revela aquí como un consumado artesano del drama.
La razón no es que aprendiera su oficio al final de
su vida, sino que la idea trágica en alguna de sus obras
exigía una~ forma específica, forma que en ocasiones
atentaba contra la estructura canónica de un drama.
En esta obra, sin embargo (y lo mismo podemos decir
de Helena, It igenia entre los Tauros, Alcestis, etc.), al
no haber idea trágica, el poeta puede «explotar los re10 Así opinan, entre otros, VERRMI, Euripides the rationalist, Cambridge, 1895; NORwo 00, Essays on Euripidean Drama,
Berkeley, 1954, y MURRAY, Euripides and his Age, Nueva York,
1913.
11 WíLsMowrrz, op. cit.; GRUBE, The drama 01 Euripides,
Londres, 1941, y Owan, Euripides Ion, Oxford, 1939.
2 Greek Tragedy, Londres, 1966, cap. XI, págs. 311 y sigs.
ION
83
rtes de su arte por sí mismo, no en sujeción a algo
~rsor. - - el poeta se puede dedicar a su arte».
Como melodrama que es, en contraposición a cualer tragedia, se caracteriza el Ion por carecer de
iindidad intelectual o moral, por basarse en la
osibilidad (toda la situación es imposible, los mios se suceden), por reducir lo trágico a lo patético
sufrimiento de Creusa no es trágico, porque la sies «irreal» y todos sabemos que no va a pasar
Ahora bien, ello comporta ciertas ventajas desde
punto de vista del espectáculo teatral. Para empezar,
poeta se puede concentrar más en la coherencia,
acidad y variedad de la trama: el Ion es probablemente la obra de Eurípides más perfecta desde este
pinto de vista; no hay drama que tenga más golpes y
intragolpes, flujos y reflujos, emociones y desengaños.
es que haya momentos de ironía, es que toda ella
basa en una situación irónica: desde el Prólogo
dos sabemos —menos ellos— que Ion y Creusa son
adre e hijo y que Ion y Juto no son nada. Y es preen esto en lo que se asienta la intriga de la
Ion y Creusa no se saben madre e hijo y sin
rgo en el primer encuentro surge entre ellos, esleamente, una corriente de aprecio; pero luego
~ren matarse mutuamente. Ion y Juto se creen padre
hijo, aunque en este caso el aprecio no es mutuo (al
enos Ion siente cierta repugnancia por Juto) y sin
nbargo van a celebrar un banquete. Al final toda la
uación se vuelve del revés.
Por otra parte, el manejo del Coro es completamente coherente: toma partido en la acción y nunca
alta por encima del marco argumental. A cada episo.0 sigue un estásimo que comenta la acción anterior
adelanta o sugiere lo que va a suceder 13
~
OWEN señala como incoherente con relación al coro, que
ate entre antes de su dueña haciendo que ésta llegue sola; y
84
TRAGEDIAS
El poeta puede enfocar su atención hacia detalles
realistas que faltan casi por completo en las verdaderas tragedias y que nos recuerdan en seguida la poesía
helenística: la visualización de las tareas de Ion al
comienzo de la obra; la descripción detallada de la
tienda en que van a celebrar el banquete; el comportamiento del Coro como un grupo de excursionistas
al entrar, etc.
Igualmente es en un melodrama como éste donde
se pueden encontrar los pasajes más brillantes de la
obra de Eurípides. Aquí señalaremos las monodias de
Ion y Creusa, la narración del mensajero, el encuentro
lon-Creusa, lon-Juto, etc.
Finalmente, los caracteres están mucho más cuidados que en otras obras. Así el de Ion, que se nos muestra como las cualidades y defectos de un jovencito: su
curiosidad por conocer de primera mano la historia de
los Erecteidas; su impulsividad para matar a una mujer a quien apreció desde el primer momento; su generosidad para olvidar que ella quiso matarlo y su preocupación porque él pudo matarla; su ingenuidad al
reprochar a Apolo sus amoríos e ingratitud. También
está bien dibujado el carácter de Juto como hombre
seco, pero al tiempo cariñoso como padre y marido; o
el del anciano, que resulta una figura macabra en su
mezcla de maldad y lealtad hacia su dueña. El de
Creusa, sin embargo, no está tan bien trazado porque,
a pesar de que a veces nos recuerda a Medea o en general al tipo de mujer apasionada, que tanto gustaba
a Eurípides, las motivaciones de su cambio radical de
actitud no se explican desde dentro, sino por compulsión por parte del anciano y del Coro.
que en y. 502 sepa, sin naberlo oido de nadie, dónde fue elpuesto el niño o que el banquete se va a celebrar en la tienda
sagrada (y. 806). Pero esto son peccata minuta.
ION
85
De todas formas, se puede admitir que, a pesar de
~er un drama básicamente irónico, tiene también su
dosis de nacionalismo y propaganda serios. Que no es
lo más importante, es evidente; pero también lo es
que nadie que haya leído a Homero o Aristófanes puede
rechazar la seriedad de estos elementos por los rasgos
irónicos en que van envueltos.
ARGUMENTO
Apolo, luego de seducir a Creusa, hija de Erecteo,
la preñó en Atenas. Ella expuso al hijo que le nació a
los pies de la acrópolis, poniendo por testigo a aquel
lugar de la injuria y de su parto. Pues bien, Hermes
tomó al niño y lo llevó a Delfos; encontrólo la profetisa y le dio crianza. Juto casó con Creusa porque había
recibido la realeza y la mano de aquélla en premio
por haber guerreado al lado de los atenienses. Ello
es que éste no tuvo hijo alguno y los délficos hicieron
sacristán de su templo al que había criado la profetisa.
Éste sirvió a su padre sin saber que lo era. - La escena del drama se sitúa en Delfos...
PERSONAJES
HERMESION.
CREUSA, reina de Atenas.
JUTO, rey esposo de Creusa.
SIERVO ANCIANO de Creusa.
SIERVO-MENSAJERO.
PITIA.
ATENEA.
CORO, formado por
CORO (secundario),
siervas de Creusa.
formado por hombres.
Escena: Explanada del templo de Apolo en Delfos,
con la fachada del mismo, sobre la que aparece el dios
Hermes.
HERMES. — Atlas, el que sostiene en sus espaldas de
bronce el cielo, antigua morada de los dioses, engendró en una diosa a Maya, la cual me parió para el
excelso Zeus a mí, a Hermes servidor de los dioses I•
He llegado a esta tierra de Delfos, donde Febo 5
canta para los mortales sentado en el 2 mismo
de la tierra y les manifiesta el presente y el futuro.
Hay una ciudad en la Hélade, no desprovista de fama,
pues toma su nombre de Palas portadora de lanza de
oro. Allí Febo se unió en forzado matrimonio con ío
Creusa, hija de Erecteo, justo donde se encuentran
—en la misma colina de Palas, en tierra de Atenas—
las rocas del Norte a las que los soberanos del Ática
llaman Altas ~.
Ésta portó el fruto de su vientre a escondidas de 15
su padre, pues así lo quiso el dios. Cuando le llegó el
momento, Creusa dio a luz en su palacio y llevó la
El y. 2 (y parte de 1 y 3) es probablemente corrupto,
como se deduce por motivos métricos y estilísticos. Sin embargo conservamos el texto transmitido porque el sentido general es claro.
2 El ombligo (omphalos), anterior al culto de Apolo en
Delfos, era un pilar redondo con dos figuras indescifrables.
Marcaba el lugar donde se encontraron dos águilas enviadas
por Zeus para señalar el centro de la tierra. Cf. también verSOS 223 y sigs.
3 Quizá .largas~ (gr. makral). Son las rocas del lado Norte
de la Acrópolis, que están cortadas a pico formando un precipicio.
90
TRAGEDIAs
criatura a la misma cueva4 en que se había acostado
con el dios. Y lo expuso, con la idea de que muriera,
en el bien trazado círculo de una cóncava canastilla,
20 con lo que observaba la costumbre de sus antepasados
y de Erictonio, nacido de la tierra. (En efecto, la hija
de Zeus dispuso como guardianes de éste dos serpientes y se lo confió a las doncellas de Aglauro para que
25 lo salvaran; por ello tienen allí los Erecteidas la costumbre de criar a sus hijos con serpientes de oro) ~.
En cuanto a Creusa, el ceñidor que tenía de doncella
se lo ató al niño y le abandonó a la muerte. Pero Febo,’
que es mi hermano, me hizo la siguiente súplica:
ao «Hermano, marcha al pueblo autóctono de la ilustre
Atenas —ya sabes, a la ciudad de la diosa—, toma al
niño recién nacido de la cóncava roca con la cesta y
los pañales que tiene, llévalo a mi templo oracular de
Delfos y deposítalo en la misma entrada de mi morada.
35 De lo demás me encargaré yo, pues, para que lo sepas,
es hijo mío.» Y yo, por hacer un favor a mi hermano
Loxias, tomé la cesta trenzada, me la traje y deposité
la criatura en el umbral mismo de este templo, no sin
40 antes descubrir la redonda canastilla para que se pudiera ver al niño.
Resulta que la profetisa entró en el recinto del dios
al tiempo que aparecía el disco del carro de Helios,
En el lado NO. de las makraí hay varias grutas, y entre
ellas la que ocultó los amores de Creusa y Apolo, llamada
también de Pan (cf. y. 938). Se ha pensado: a) que pertenecen
originariamente a Apolo y luego se introdujo el culto a Pan;
b> que recibían culto ambos conjuntamente. Para bibliografía,
cf. Owm.¿, págs. 69 y 133.
5 Más exacta, aunque menos literalmente, ‘poner al cuello
de los niños serpientes de oro durante la crianza~. (Probablemente por el significado apotropaico de las serpientes. Este
uso existía también entre los etruscos.) El mito habla de una
serpiente sola. Los Erecteidas son los atenienses, descendientes
de Erecteo.
ION
91
¡so su mirada en la inocente criatura y se preguntó
[mirada si alguna moza de Delfos se habría atrevido 45
abandonar en el templo el fruto escondido de sus
>lores. Y se disponía a arrojarlo del recinto sagrado,
as rechazó por compasión esta idea cruel, y el dios
junto con el niño6— fue causante de que éste no
a arrojado del templo. Conque lo recogió y lo crió
saber que Febo era su padre ni quién era su madre. so
Tampoco el niño conoce a sus padres.
Mientras fue pequeño, correteaba en sus juegos en
torno al altar que lo nutría; pero cuando se hizo homme, los délficos le nombraron tesorero del dios y fiel ss
despensero de todos sus bienes y sigue viviendo hasta
hoy una vida santa en la morada del dios.
Su madre, Creusa, dio en casarse con’ Juto en estas
circunstancias: estaban los atenienses en feroz guerra
con los Calcodóntidas ~, habitantes de Eubea. Juto unió 60
sus esfuerzos a los Atenienses y, al vencer con ellos,
recibió, como justo premio, a Creusa en matrimonio
por más que no fuera del país, sino aqueo, hijo de
aolo, que era hijo de Zeus 8~
Durante mucho tiempo trató de hacer fecundo su
matrimonio, pero ni él ni Creusa son fértiles. Por esto 65
acaban de llegar a este oráculo de Apolo, por el deseo
de tener hijos.
Loxias ha estado conduciendo su destino hasta aquí
y nada se le escapa, como es lógico. Cuando Juto entre
en este templo, le entregará su propio hijo diciendo 70
que es de él, a fin de que el joven marche a casa de
Creusa y sea reconocido. Así la unión de Loxias que-
6 5~ e. la compasión que inspiraba el niño.
~ Los habitantes de Eubea en general. Calcodonte era el
Padre de Elefenor, jefe de los Abantes en la guerra de Troya
(cf. Ilíada II 541).
~ Introducción.
92
TRAGEDIAS
dará oculta y el muchacho tendrá lo que le corresponde.
75 Hará que toda Grecia lo conozca con el nombre de
Ion, fundador de ciudades en la tierra asiática.
Mas voy a retirarme al recinto de los laureles para
acabar de enterarme del destino del muchacho. Pues
aquí veo al hijo de Loxias que sale a limpiar la entrada
80 del templo con ramos de laurel. Yo he sido el primero
de los dioses en darle el nombre de Ion ~, nombre que
va a tener en el futuro. (Desaparece Hermes y sale Ion
con otros siervos del templo.)
ION. — Aquí está el carro, aquí la brillante cuadriga. Helios ya brilla sobre la tierra y los astros
es huyen, ante el fuego del éter 10, hacia la noche sagrada.
Las cumbres inaccesibles del Parnaso recibiendo la
luz acogen para los mortales la rueda del día, Y el
90 humo de la mirra seca se eleva hasta los techos de
Febo. Ya se sienta en el divino trípode la mujer
délfica cantando a los griegos sus gritos, los que Apolo
la inspira en su canto. Mas, oh siervos délficos de Febo,
~s sumergios en las corrientes de plata de Castalia y,
purificados con sus límpidas gotas, venid a su templo.
Es bueno vigilar vuestra boca silenciosa y manif esíoo tar con vuestra lengua palabras piadosas para quienes
desean consultar el oráculo. Que yo haré el trabajo en
que desde niño todos los días me ejercito: con ramos
ios de laurel y con sacras guirnaldas limpiaré la entrada
de Febo y rociaré los suelos con agua.
9 Hay un juego de palabras intraducible: lit. <Yo soy el
primero en darle nombre al marchar (í~n)», o “darle el nombre
de Ion (hin)». El mismo juego de palabras, pero menos claro,
hace Juto en y. 661, atribuyéndose la invención del nombre.
10 Otros traducen con menos probabilidad de acierto <huyen
del éter, ante el fuego». La idea de un éter ígneo era muy familiar.
ION
93
Con mis disparos pondré en fuga a las bandadas
de pájaros que echan a perder las sagradas ofrendas.
Y es que, huérfano de padre y madre, a los nutricios tío
altares de Febo yo ¿¿tiendo.
Estrofa.
Vamos, oh joven brote del mas hermoso laurel, instrumento de mi servicio, tú que el pórtico” de Febo
borres bajo la sombra del templo y procedes de los tís
bosques del dios en que aguas sagradas te riegan, haci,endo brotar de la tierra corriente perpertua. También 120
riegan del mirto el sagrado follaje con el que barro los
suelos del dios todos los días, al tiempo que aparece
al veloz aleteo de Helios en mi servicio diario.
Oh Peán, Peán, sé benévolo, sé benévolo, oh hijo 125
de Lato12
Antistrofa.
Hermoso en verdad es el trabajo, oh Febo, con
que te sirvo en tu casa honrando la sede de tu oráculo. 130
Ilustre es el trabajo de mantener mis manos esclavas
de los dioses, señores no mortales sino imperecederos.
No me canso de ejercer este honroso trabajo. Febo 135
es mi padre legitimo, pues ensalzo a quien me ha
Criado y doy a Febo, que habita este templo, el nombre 140
de padre bienhechor. Oh Peán, Peán, sé benévolo, oh
hijo de Leto.
~I En gr. thyméle. Aquí probablemente el <estílobato», pues
Ion está barriendo el exterior del templo, no el altar. En 161
Puede significar el <altar» como afirma Gow, si el templo era
abierto, o el <templo» en general (cf. Owm4, pág. 80>.
~ Este refx*i, por su estructura y métrica, puede ser un
5ntiquIsim~ himno délfico de Apolo, semejante al célebre de
Dioniso en AIea.
94
TRAGEDIAS
Epodo.
145 Mas pondré fin a mi trabajo barriendo con el laural
y arrojaré de este cubo de oro el agua que viene de 14
tierra 13 y que vierten los remolinos de Castalia.
iso Derramaré una aspersión de agua, pues soy puro
desde la cuna. ¡Ojalá nunca acabara de servir a Febo
de esta forma o acabara con muerte favorable!
155 ¡Vaya! Ya vienen las aves, ya abandonan sus nidos
del Parnaso. Prohibo que os poséis en los aleros o en
los techos dorados.
También a ti, heraldo de Zeus, te alcanzaré con mt
160 arco por más que superes a los demás con tu curvado
pico.
He aquí un cisne que, remando con sus alas, se
acerca al altar. ¿No dirigirás a otro lado tus patas de
165 rojizo brillo? No, ni la forminge de Febo, que acompaña tu canto, te podrá defender de mis dardos. Aparto
tus alas, sumérgete en el estan que de Delos, que si no
me obedeces, de sangre mancharé tu sonoro canto.
170 ¡Vaya! ¿Qué nuevo pájaro es éste que se acerca?
¿No irá a poner bajo el alero nidos de paja para sus
polluelos? Te lo impedirá el trino de mi arco. ¿No me
175 obedeces? Vete a criar a las corrientes del Alfeo o a
los sotos del Istmo, que no sufran las ofrendas ni el
templo de Febo. Y con todo, no me atrevo a matar
180 a quienes anuncian a los mortales las palabras de los
dioses. Seguiré como esclavo de Febo en las labores
diarias y no dejaré de servir a quien me alimenta(Entra el Coro, que se detiene a examinar la fachada’4
del templo.)
13 No se refiere —como piensan algunos leyendo Galas
a la fuente del templo de Gea en la terraza Oeste. La
expresión significa <agua fresca» y alude al agua de las fuentes
de Delfos, Cassotis y Castalia.
14 Es difícil determinar en qué material (pintura, relieve,
tapiz) están representadas las escenas descritas, aunque lo mAS
Estrofa 1.»
ION
95
CORO. — No sólo en la divina Atenas había moradas 185
dioses con bellas columnas, ni honores rendidos a
es piedras del Dios de la Calle 15~ También donde
,xias, el hijo de Leto, hay luz en los ojos hermosos
~l dios de dos rostros íá• Mira aquí, contempla la 190
dra de Lerna a la que está matando con garras de
~ el Hijo de Zeus ‘~
Amiga, mira con ojos atentos.
Antistrofa 1 a
—Ya veo. Y cerca de él, otro héroe levanta una an- 195
torcha encendida... ¿Pero no es —así se cuenta junto
.4 mi telar— el lancero Yolao, que en común los tra- 200
bajos con el Hijo de Zeus soportó?
—Aquí, mira a éste que monta en alado caballo” y
mata a la que exhala fuego, a la que tiene tres cuerpos robustos 19
~lprobable es que sean relieves. Hay objetos (y adjetivos de
color) que se prestan más a la pintura o tapiz «garras de
Oro», «antorcha encendida», «fuego», <rayo inflamado»). Pero
también hay que admitir que puede tratarse de una écfrasis,
gie trasciende el material mismo, y referirse a los relieves de
fletopas y pedimentos de los que se han descubierto restos.
~5 Pilares cónicos colocados en los caminos en honor de
Agíeo, divinidad protectora de los caminos, identificada posteriormente con Apolo e incluso con Dioniso.
16 Referido a los Hermes, semejantes a los pilares de Jano
C íntimamente relacionados con los pilares de Agleo (GRÉOOIRE, pág. 190). Otros traducen <hay luz en las dos fachadas»
1 piensan que se refiere a: a) las fachadas Este y Oeste del
~en1plo de Apolo; b) los templos de Apolo y Palas Pronaia en
belfos.
~ Heracles.
“ Belerofonte y Pegaso.
“ La Hidra de Lerna.
96
TRAGEDIAS
Estrofa 2.»
205 —Por todas partes hago girar mis pupilas. Con..
tem pía la lucha, en los muros roqueños, de los Ggantes.
—Amigas, ya estoy mirando.
210 —Entonces, ¿ves a Palas contra Encélado blandiendo su escudo con la Gorgona?
—Veo a Palas, mi diosa.
—¿Y qué? ¿Ves el rayo inflamado
certeras manos de Zeus?
215 —Lo veo, está abrasando con su
Mimante.
—También Bromio está matando a otro hijo de la
tierra con su bastón de hiedra no guerrero, Baco.
(Se dirige a Ion.)
AntIstrofa 2.’
220 Eh, tú, al que está junto al templo me dirijo. ¿Me
está permitido traspasar este recinto ~ al menos con
pie puro? 2t
ION. — No es lícito, extranjeras.
CoRo. — ¿Ni siquiera podríamos informarnos por
ti mismo?
ION. — Habla. ¿Qué quieres?
CoRo. — ¿Es verdad que la casa de Febo encierra
el mismo ombligo de la tierra?
ION. — Sí, cubierto de guirnaldas y rodeado de
Gorgonas.
~‘ Gr. g~ala. Otra palabra -como thymél~— cuyos significados rebasan el originario y alternan con él según el contexto.
Aquí es recinto. Originariamente significa <valles», <carcavas»,
referido al lugar donde se encontraban los ediñcios de Apolo
en Delfos. También se aplica en varias ocasiones al templO
mismo.
21 En gr. leuk<5í. Otros lo interpretan como: a) descalZO
(<nudis saltem pedibus», MURRAY); b) un mero epíteto referido
al pie femenino.
potente en las
fuego al cruel
ION
97
CORO. — Así lo proclama la fama. 225
IoN. — Si habéis ofrecido el pélanos 22 delante del
implo y queréis hacer a Febo alguna consulta, aceros al altar, pero no entréis en lo más profundo del
implo sin haber degollado ovejas en sacrificio.
- CORO. — Bien sabido lo tengo y no pretendemos 230
traspasar la ley del dios. Pero dejaré que mi vista se
mplazca primero con la fachada.
ION. — Podéis contemplar con vuestros ojos aquello
está permitido.
ORO. — Mis señores me han dejado que contemple
cámaras del dios.
ION. — ¿De qué familia recibís el nombre de esulavas?
CoRO. — El palacio que alimenta a mis señores es 235
morada de Palas. (Aparece Creusa.) Mas interróg’ala
• elia, ya que está aquí presente.
(Silencio. Ion y Creusa se miran detenidamente.)
ION. — Mujer, quienquiera que seas tienes alcurnia,
la prueba de tu naturaleza es la figura que posees.
isi siempre se puede saber de un hombre, al ver su 240
~ura, si es de noble cuna ~. ¡Vaya! Me has sorprenudc al cerrar los ojos y humedecer con el llanto tus
mobles mejillas, tan pronto como has visto el sagrado
Uráculo de Loxias.
¿Hasta este punto de preocupación has llegado,
-? ¿Derramas lágrimas allí donde todos los demás 245
llenan de alegría por ver el templo del dios?
Ofrenda consistente en: a) una mezcla líquida (aunque
isa) de harina, miel y aceite; b) un pastel hecho de harina
trigo y cebada (a veces regado con la sangre de una víctima
Quemado). Aquí probablemente es b). Esta ofrenda permitía
acceso al altar pero no al mychds, como se desprende del
isto.
~ Esta frase contradice otros pasajes de Eurípides donde
afirma lo contrario (cf. especialmente Electra, vv. 367-390).
1~.~
98
TRAGEDIAS
CREUSA. — Forastero, por tu parte no careces de
educación al admirarte de mis lágrimas. Y es que al
250 ver esta morada de Apolo he vuelto a revivir un antiguo recuerdo. Tenía el pensamiento en casa, aunque
yo estuviera aquí presente. ¡Oh pacientes mujeres, oh
desvergúenza de los dioses! Pues, ¿a dónde iremos a
reclamar justicia si nos vemos perdidas por la injusticia de los que dominan?
255 ION. — Mujer, ¿qué es esto tan misterioso que te
produce desánimo?
CREUSA. — Nada, mis dardos ya están lanzados ~‘.
Conque a partir de ahora permaneceré en silencio y
tú no volverás a preocuparte.
ION. — ¿Quién eres? ¿De qué país llegas? ¿En qué
patria has nacido? ¿Con qué nombre hemos de lía?
marte?
260 CREUSA. — Mi nombre es Creusa, soy descendiente
de Erecteo y mi patria es~ la ciudad de Atenas.
Ion. — Te admiro, mujer, por habitar ciudad tan
ilustre y haber nacido de padres tan nobles.
CREUSA. — Hasta aquí soy afortunada, forastero, no
más.
265 IoN. — ¡Por los dioses! ¿Es verdad como cuentan
los hombres...?
CREUSA. — Forastero, ¿qué pregunta me vas a hacer
con el deseo de informarte?
IoN.—¿... que el padre de tu padre brotó de la
tierra?
CRFUSA. — Sí, mi abuelo Erictonio; pero mi ascendencia de nada me sirve.
ION. — ¿Es cierto que Atenea lo hizo salir de la
tierra?
270 CREUSA. — Sí, con manos virginales, sin parirlo.
24 1. e. <ya no tengo más que decir».
ION
99
ION. —.. y se lo entregó como se acostumbra a
CREUSA. — Sí, a las hijas de Cécrope para que lo
criaran sin verlo.
ION. — He oído que las muchachas abrieron la canastilla de la diosa.
CREUSA. — Y por eso murieron y tiñeron con su
sangre una roca.
ION. — Bien, ¿y qué hay sobre esta otra historia? 275
¿Es verdad o yana?
CREUSA. — ¿Qué tratas de indagar? No voy a cansarme; tengo todo el tiempo.
Ion. — ¿Tu padre Erecteo sacrificó a sus propias
hijas?
CREUSA. — Tuvo el valor de inmolarías como ~‘íctimas en bien de su patria.
ION. — ¿Y cómo es que fuiste tú la única de tus
hermanas que se salvó? ~.
CREUSA. — Era una criatura recién nacida en brazos 280
de mi madre.
ION. — ¿De verdad que ocultó a tu padre una hendidura de la tierra?
CREUSA. — Lo mataron los golpes del tridente de
Pontio ~.
ION. — ¿Y ese lugar tiene el nombre de Rocas Altas?
25 Hay muchas variantes de este mito. Para poder vencer
en la lucha contra Eleusis, Erecteo habia sacrificado (según
las variantes): a) a Cíonia, hija menor, y las otras voluntariamente con ésta; ninguna sobrevive; b) Ctonia sola; sobreviven
Pocris y Oritia; c) a todas, salvo Creusa. Cf. APoLoDoRo, III
15, 4.
~ Posidón. Abrió con el tridente una hendidura, por donde
desapareció Erecteo. en venganza porque éste habla matado a
Eumoípo, hijo de Posidón (según PAusANIAs, 1 5, 2. a Immarado, hijo de Eumolpo).
100
TRAGEDIAS
CREUsA. — ¿ Por qué tratas de indagar esto? ¡ Cómo
has reavivado en mí el recuerdo de un suceso!
285 ION. — ¿Y tiene los honores de Pitio y de sus
rayos? 27
CREUSA. — En vano los tiene. ¡Ojalá no hubiera YO
nunca llegado a verlo!
ION. — ¿Por qué te repugna lo que más ama el dios?
CREUSA. — No, nada; comparto con esas cuevas el
recuerdo de un hecho vergonzoso.
ION. — ¿Y quién de los atenienses te tomó por esposa, mujer?
290 CREUSA. — No fue un ciudadano, sino un hombre
venido de otras tierras.
ION. — ¿Quién es?, pues tiene que ser algún noble.
CREUSA. — Juto, hijo de Éolo y descendiente de
Zeus.
ION. — ¿Y cómo, siendo extranjero, te tomó por esposa a ti, que eras del país?
CREUSA. — Eubea es un pueblo vecino de Atenas...
295 ION. — Separado por frontera de agua, según dicen.
CREUSA. — Juto la devastó en común con los Cecrópidas ~.
ION. — ¿Vino como aliado y por eso obtuvo tu lecho
como esposo?
CREUsÁ. — Sí, como botín de guerra y recompensa
por la batalla.
ION. — ¿Has venido sola a este oráculo, o con tu
marido?
300 CREUSA. — Con mi marido, pero éste visita ahora el
recinto sagrado de Trofonio ~‘.
27 En cierta época del año se veía relampaguear en el Parnaso, según el testimonio de Eurípides desde las Rocas Altas.
según EsrRASÓN (IX 2, 404) entre el Pitio y el Olímpico. Este
fenómeno se atribuía a Apolo y probablemente era un hecho
de mántica fulgural.
28 Los atenienses descendientes de Cécrope.
29 Héroe tebano cuyo oráculo (en una cueva de Lebadea)
era uno de los más célebres de Grecia. Su ¡nántica era PO~
ION
101
ION. — ¿Como visitante, o para pedir oráculo?
CREUSA. — Quiere oír la palabra de aquél y la de
Bbo sobre un punto.
IoN. — ¿ Habéis venido por causa de la cosecha, o
n motivo de la descendencia?
CREUSA. — Con ser larga nuestra unión no tenemos
ON. — ¿Nunca has parido?... ¿No tienes ningún 305
CREUSA. — Febo conoce bien mi carencia de ellos ~.
ION. — ¡Desventurada tú que, siendo afortunada en
demás, en esto careces de suerte!
CRETJSA. — ¿Y tú, quién eres? ¡Qué feliz debe de ser
madre!
ION. — Mujer, me llaman esclavo del dios y así
soy.
CREUSA. — ¿Como ofrenda de la ciudad, o porque 310
ilguien te vendió?
ION. — Sólo sé una cosa: me dicen de Loxias.
CREUSA. — Entonces también yo te compadezco, foastero.
ION. — Sin duda porque no sé quién es mi madre
mi padre.
CREUSA. — ¿Y habitas en este templo o en tu casa?
ION. — Para mí todo lugar es la casa del dios, donde 315
~ra que me sorprenda el sueño.
CREUSA. — ¿Y llegaste al templo de niño o de joven?
ION. — Los que creen saberlo afirman que de recién
Icido.
cubación y las complicadas ceremonias que tenían que realiSr sus consultantes son descritas detalladamente por PAUsA¡lAS (IX 30, 5 y sigs.).
~ Realmente <en qué consiste mi carencia de ellos». Es una
‘~se irónica cuyo sentido real sólo comprenden los espectares.
102 TRAGEDIAS
CREUSA. — ¿Qué mujer de Delfos te crió con su
leche?
ION. — Nunca he conocido pecho. La que me crin...
320 CREUSA. — ¿Quién era, desdichado? ¡He descubierto
sufrimientos como los que yo padezco!
ION. — La profetisa de Febo; como madre la tengo.
CREUSA. — ¿Y qué crianza has tenido hasta llegar
a ser un hombre?
ION. — Me alimentaban el altar y los forasteros que
venían sin cesar.
CREUsÁ. — ¡Desdichada la que te parió! ¿Quién pudo
ser?
325 ION. — Quizá fui hijo de la culpa de alguna mujer.
CREUSA. — ¿Y tienes medios de vida? Porque estás
bien provisto de ropa.
ION. — Me visto con los bienes del dios de quien
soy esclavo.
CREUSA. — ¿Y no te has lanzado a la búsqueda de
tus padres?
ION. — Mujer, no tengo ningún indicio.
330 CREUSA. — ¡Ah! Mas otra mujer ha tenido la misma
experiencia que tu madre.
ION. — ¿Quién? Me complacería que uniera sus esfuerzos a los míos.
CREUSA. — Por ella he venido antes que mi esposo.
ION. — ¿Qué deseas, mujer? Estoy dispuesto a ayudarte.
CREUSA. — Necesito obtener de Apolo un oráculo en
secreto.
335 ION. — Dímelo, que nosotros nos ocuparemos del
resto 31
31 Lit. «nosotros te servimos como próxenos». Los próxenO
de Delfos, al contrario que en otros Estados, no ejercían SUS
funciones de alojar y proteger a los ciudadanos de su propio
Estado, sino a cualquier visitante.
ION 103
CREUSA. — Escucha, pues, la historia..., pero me da
rergiiellza.
ION. — Entonces nada conseguirás. El pudor es
sa perezosa.
CREUSA. — Una de mis amigas dice que se unió a
POION. — ¿Una mujer con Febo? No sigas hablando,
>rastera.
CREUSA. — Sí, y dio un hijo al dios a escondidas de 340
ni padre.
ION. — No es posible. Sin duda se averguenza porque
an hombre la ha deshonrado.
CREUSA. — Ella asegura que no, y ha sufrido mucho.
ION. — ¿Por qué, si es un dios con quien se unió?
CREUSA. — Expuso lejos de su casa al hijo que
ION. — ¿Y dónde está el expósito? ¿Vive todavía? 345
CREUSA. — Nadie lo sabe. Esto es lo que trato de
osultar al oráculo.
ION. — ¿Y si ya no existe, de qué modo murió?
CREUSA. — Ella cree que las fieras acabaron con el
aventurado.
ION. — ¿En qué prueba se basa para saberlo?
CREUsÁ. — Cuando volvió a donde lo había expuesto, 350
1 flO lo encontró.
ION. — ¿Había alguna gota de sangre en la huella
e dejó?
CREUSA. — Dice que no; y eso que recorrió muchas
ICes el suelo.
ION. — ¿Cuánto tiempo hace desde la muerte del
CREUSA. — Si viviera, tendría la misma medida de
Wentud que tú.
ION. — El dios la ha agraviado y la madre es digna 355
lástima.
104
hijo.
TRAGEDIAS
CREUSA. — Y ya no ha vuelto a dar a luz ningú¡i
ION. — ¿Y si Febo lo ha recogido para criarlo a
ocultas?
CREUSA. — No obra rectamente si goza él solo de lo
que es común a ambos.
ION. — ¡Ay de mí! Su suerte se ajusta a lo que a
mí me ha pasado.
~o
CREUSA. — Creo, forastero, que también tú echas
de menos a tu desdichada madre.
ION. — No, mujer, no me recuerdes el dolor que ya
había olvidado.
CREUSA. — Callaré, pero termina de informarme sobre lo que te pregunto.
ION. — ¿Sabes lo más doloroso de esta historia?
CREUSA. — ¿ Y qué no es doloroso para aquella desventurada?
365 IoN. — ¿Cómo va a darte un oráculo el dios sobre
lo que trata de ocultar?
CREUSA. — Ha de hacerlo si el trípode sobre el que
se asienta es común para todos los griegos.
ION. — Se avergúenza de su acción; no lo pongas a
prueba.
CREUSA. — Sí, pero quien sufre es la que ha pade.
cido el infortunio.
370 ION. — No habrá profeta para este oráculo. Pues si
Febo queda en evidencia como malvado en su propia
morada, con razón haría daño a quien te lo transmitiera. Retirate, mujer, pues no hay que manifestar
mediante oráculo lo que se opone a los intereses del
375 dios. Llegaríamos al colmo de la estupidez si obligá
ramos a los dioses a decir contra su voluntad lo que
no quieren, ya sea mediante sacrificios de ovejas, yB
mediante el vuelo de las aves. Y es que los bienes
nos esforzamos en poseer haciendo violencia a los dio
ION
105
mes, los poseemos contra su32 voluntad, mujer. En cam- 380
b¡o los que nos dan de buena gana son provechosos.
CORO. — En verdad muchas son las desgracias que
tienen los mortales y su forma diferente. A duras penas
¡e podría encontrar un solo golpe de suerte en la vida
del hombre.
CREUSA. — Oh Febo, tanto entonces como ahora eres
Injusto con la mujer ausente, cuyas palabras están 385
aquí presentes ~ ni salvaste a tu hijo como debías, ni
quieres responder —con ser profeta— a la madre que
te consulta con la intención de que su hijo reciba una
tumba si ya no vive, y, si vive, vuelva algún día a ver
a su madre.
Mas debo abandonar esta esperanza si cl dios me 390
Impide conocer lo que deseo.
Forastero, veo que se acerca mi noble esposo recién
llegado de la morada de Trofonio. Oculta a mi marido 395
las palabras aquí pronunciadas, no sea que tenga que
avergonzarme de servir proyectos secretos y nuestra
conversación acabe discurriendo por un camino por el
que nosotros no la hemos desarrollado. Que la condición de la mujer está en desventaja con la del hombre.
Incluso las buenas, al estar mezcladas con las malas,
Somos objeto de odio. ¡Así de malhadadas hemos naci- 400
do! (Entra Juto por la izquierda. Ion queda rezagado.)
JUTO. — Sea el dios el primero en recibir las primicias de mi saludo y luego tú, mujer. ¿Acaso te ha sorprendido que llegue tarde?
S. e. <de los propios bienes». Admitiendo que el texto
(VV. 374-377) no es una interpolacián basada en expresiones forladas y poco corrientes (como piensa BAYFIELD), hay que entender que agathd está personificado. Otros editores lo alteran
en dkonta; cf. MURRAY y OwEw, pág. 98.
~ S. e. <en mi boca».
106
TRAGEDIAS
405 CREusA. — No, pero has llegado a preocuparme. Mas
dime, ¿ qué respuesta traes del oráculo de Trofonio
para que nuestra semilla se mezcle con éxito?
Juro. — No ha querido adelantarse a los oráculos
del dios. Sin embargo me ha dicho que ni yo ni tú
volveremos a casa sin hijos.
410 CREUSA. — Soberana madre de Febo, ¡ojalá hayamos
venido con buen aguero, ojalá nuestra anterior relación
con tu hijo se torne mejor!
Juro. — Así será. Mas, ¿quién es el portavoz del
dios? (Se adelanta Ion.)
ION. — Yo, en el exterior, forastero; del interior se
415 ocupan otros que se sientan cerca del trípode M• Son
los nobles de Delfos a quienes ha elegido la suerte.
Juro. — Bien. Ya tengo toda la información que
precisaba. Marcharé dentro, pues, según tengo oído,
420 los que han venido a consultar ya han realizado un sacrificio en común delante del templo.
Deseo recibir la respuesta del dios este mismo día,
ya que es de buen aguero. Mujer, tú reúne en torno al
altar ramos de laurel y ruega a los dioses que me
lleve del templo de Apolo una respuesta favorable a
la procreación de hijos. (Entra luto en el templo.)
425 CREUSA. — Así será, así será. Que si Loxias desea por
fin reparar su injusticia de antaño, un amigo del todo
no podría ser para mi, pero estoy dispuesta a aceptar
—ya que es un dios— la reparación que quiera darme.
(Sale Creusa por la derecha.)
ION. — ¿Por qué la forastera está continuamente re430 prochando al dios con palabras oscuras y enigmáticas?
¿Tanto ama a la mujer por quien viene a consultar?
¿O es que está silenciando algo que necesita ocultar?
34 Son los cinco pro phetai (distintos de los próxenos, entre
quienes está Ion). Por sorteo se determinaba su orden de actuación, no su elección, ya que pertenecían siempre a las mismas
familias.
ION
107
Pero ¿a mí qué me importa la hija de Erecteo? Ninguna relación tiene conmigo. Con que marcharé a las 435
pilas para poner agua lustral con esta jarra de oro.
Aunque... tengo que reprochar a Apolo. ¿Qué le
pasa para abandonar 4~oncellas a las que ha forzado,
para dejar morir niñ¿s que él ha engendrado en secreto? No, Apolo, tú no debes; ya que eres superior,
practica la virtud. Cuando un hombre es malvado lo 440
castigan los dioses; entonces, ¿cómo va a ser justo
que ellos, que nos han dado leyes escritas a los hombres, incurran en ilegalidad con nosotros?
Y es que... (no sucederá nunca, pero lo diré) si 445
hubierais de rendir cuenta a los hombres de vuestras
uniones violentas, tú y Posidón y Zeus el dominador
del cielo tendríais que vaciar los templos para reparar
vuestras injusticias. Pues delinquís por saciar vuestro
apetito antes de reflexionar. Ya no hay razón para de- 450
nigrarnos a los hombres si imitamos lo que es bueno
para los dioses; más bien hay que denigrar a quienes
nos lo enseñan. (Sale por la derecha.)
CoRo.
Estrofa.
A ti suplico, Atenea mía, que sin la ayuda de Ilítía
en dolores de parto, por obra del Titán Prometeo sur- 455
giste de lo alto de la cabeza de Zeus ~. Oh Feliz Vic-
toria, ven a la casa de Pitio desde las habitaciones de
oro del Olimpo volando hasta las calles de la ciudad 460
en que el hogar de Febo, ombligo de la tierra, pronuncia sus oráculos junto al trípode de coros rodeado.
Ven tú y la hija de Leto, dos diosas, dos vírgenes her- 465
manas venerables de Febo. Suplicad, doncellas, que la
antigua estirpe de Erecteo obtenga del oráculo in- 470
maculado abundancia de hijos, aunque tardía.
35 Según la variante más extendida del mito, fue Hefesto
el dios que ayudó a Zeus en el nacimiento de Atenea.
108
Antistrofa.
TRAGEDIAS
Pues supone una inconmovible base de insuperable
475 felicidad para los hombres el que la juventud vigorosa
y fecunda de los hijos brille en la casa paterna, porque
480 tomando de los padres la riqueza heredada la transmiten a otros hijos. Es defensa en la adversidad y en
la prosperidad lo que uno ama; y en la guerra lleva la
luz salvadora a la patria.
485 Antes que riquezas y palacios reales prefiero yo la
crianza de hijos habidos en legítimo matrimonio. Me
repugna una vida sin hijos y reprocho a quien le place.
490 Viva yo con modestos haberes pero unida a una
existencia de hijos robustos.
Epodo.
Oh asientos de Pan, oh piedra vecina de las Rocas
495 Altas llenas de cavernas, donde las tres hijas de Aglauro recorren —danzando en coro- los verdes espacios
delante del templo de Palas, bajo el variopinto chillido
soo y el canto de tus siringes, oh Pan, cuando tocas la
flauta en tus antros privados de sol, donde un día una
virgen —¡desdichada!— parió un niño para Febo
sos (—vejación de nupcias amargas ~—) y lo cxpuso como
banquete de los pájaros, como festín ensangrentado de
las fieras. Ni junto al telar ni en las historias que corren he oído que tengan felicidad los hijos de dioses
y mortales.
510 ION. — Esclavas, vosotras que, junto a las gradas
de este templo que acepta ofrendas, esperáis a vuestro señor montando vigilancia, ¿ha abandonando ya
Juto el sagrado trípode y el oráculo o todavía permanece en el interior preguntando las causas de su infertilidad?
56 Es decir, <nupcias vejatorias y amargas.. Es aposición
a la oración anterior.
ION
109
CORO. — Forastero, está dentro; todavía no ha traspasado este umbral. (Ruido de la puerta. Sale luto.)
Mas estoy oyendo ruido en las puertas como si estu- sts
viera para salir y he aquí ~ue ya se puede ver a mi
señor saliendo. j
JUTO. — (Tiende los brazos a Ion; éste se aparta.)
Hijo, sé feliz, pues no está fuera de lugar esta introducción a mis palabras.
ION. — Soy feliz; sé tú sensato y los dos estaremos
bien.
JuTo. — (Insistiendo.) Permite que bese tu mano y
abrace tu cuerpo.
ION. — (Lo rechaza de nuevo.) ¿Estás en tus caba- 520
les o te ha trastornado algún dios, forastero?
JUTO. — ¿Que no estoy en mis cabales porque he
hallado lo que más quería y deseo besarlo?
ION. — Detente, no vayas a rasgar las bandas del
dios si las tocas.
JUTO. — Deseo tocarlas, mas no arrancarlas violentamente, pues he encontrado lo que amo.
Ion. — (Apuntando con el arco.) ¡No te apartarás
antes de que tu pecho acoja este dardo!
JUTO. — Pero, ¿por qué me huyes? Reconoces lo que 525
más amas...
Ion. — Me disgusta hacer entrar en razón a forasteros ignorantes y locos.
JUTO. — Mata, quema, mas si me matas serás el
asesino de tu padre.
Ion. — ¡Cómo! ¿Tú mi padre? ¿No resulta ridículo
de oir?
JUTO. — No; las palabras que siguen te van a revelar lo que yo sé.
Ion. — ¿Y qué vas a contarme?
JUTO. — Que soy tu padre y tú eres mi hijo.
S30
IoN.—¿Y quién dice eso?
JUTO. — Loxias, que te ha criado siendo hijo mío.
110
TRAGEDIAS
ION. — Tú eres tu único testigo.
JUTO. — Sí, pero después de oír el oráculo del dios.
ION. — Te equivocas; lo que has oído es un enigma.
JUTO. — ¿Pero es que no oigo bien?
ION. — ¿Cuáles fueron las palabras de Febo?
JUTO. — Que quien me viniera al encuentro...
ION. — ¿De qué forma?
535 JUTO. — Cuando yo saliera del recinto del dios...
ION.—¿Qué le pasaba?
JUTO. — Que era hijo mío.
Ion. — ¿Engendrado por ti o como regalo?
Juro. — Como regalo, aunque de mi propia sangre.
Ion. — ¿Y es conmigo con quien primero ha tropezado tu pie?
JUrO. — Con ningún otro.
Ion. — ¿Y este accidente fortuito de dónde procede?
JUTO. — Somos dos en admirar un solo hecho.
Ion. — Bien; y ¿qué madre me dio a luz?
540 JUTO. — No podría decírtelo.
ION.—¿No te lo dijo Febo?
Juro. — Contento como estaba con esto, no pregunté
aquello.
Ion. — ¿Entonces soy hijo de la tierra?
Juro. — La tierra no pare hijos ~‘.
Ion. — ¿Entonces cómo podría ser hijo tuyo?
JUrO. — No sé; al dios me remito.
Ion. — Bien, toquemos otros puntos.
Juro. — Eso ya está mejor, hijo.
545 - Ion. — ¿Te acercaste a un lecho ilegitimo?
Juro. — Sí, con la ligereza de un joven.
Ion. — ¿Antes de tomar por esposa a la hija de
Erecteo?
Juro. — Desde luego no fue después.
37 Curiosa frase en boca de Juto, esposo de Creusa, cuyos
antepasados <nacieron de la tierra..
ION
111
Ion. — ¿Y fue entonces cuando me engendraste?
JUrO. — Coincide exactamente con tu edad.
ION. — ¿Y cómo llegué yo aquí?
JUrO. — Para eso no tengo respuesta.
ION. — ¿Tuve que ~correr un largo camino?
Juro. —También est~e me escapa.
ION. — ¿Pero viniste antes a la rocosa Pito?
JurO. — Si, a «las antorchas de Baco» ~. 550
ION. — ¿Y te alojaste en casa de algún próxeno?
Juro. — El que entre las muchachas de Delfos me...
ION. — ¿Te introdujo en su coro, quieres decir?
JUrO. — Sí, el de las Ménades de Baco.
ION. — ¿Estabas sobrio o borracho?
Juro. — Metido en los placeres de Baco.
ION. — Allí fue donde pusiste mi semilla.
JUTO. — Fue el destino, hijo. sss
ION. — ¿Y cómo llegué yo al templo?
JUrO. — Quizá como expósito de la muchacha.
Ion. — Pero conseguí huir de la esclavitud.
Juro. — Acepta ahora a tu padre, hijo mío.
ION. — Desde luego no es razonable desconfiar del
dios.
JUrO. — Eres prudente.
Ion. — Además..., ¿qué otra cosa deseaba yo?...
JUrO. — Ahora ves como debías.
Ion. — . . .que ser hijo de un hijo de Zeus?
JUrO. — Eso es lo que eres.
Ion. — ¿Entonces puedo tocar a quienes me engendraron?
JUTO. — Sí, si crees al dios.
Ion. — ¡Salud, padre mío!
Juro. — ¡Qué saludo tan querido acabo de recibir!
Fiesta trietérica en honor de Dioniso. Se celebraba en
invierno, ¿poca en que Apolo dejaba Delfos a Dioniso y él marchaba con los Hiperbóreos.
560
112
TRAGEDIAS
ION.—EI día de hoy...
JUro.— ... me ha hecho feliz.
ION. — Oh madre mía querida, ¿cuándo podré ver
también tu rostro? Ahora deseo verte más que antes,
565 quienquiera que seas. Pero quizá has muerto y no
podré ni en sueños.
CORIFEO. — También yo participo en la felicidad de
mi familia, pero, con todo, desearía que mi dueña y la
estirpe de Erecteo fuera afortunada en lo tocante a
descendencia.
570 JUTO. — Hijo, el dios ha llevado a feliz término tu
reconocimiento y te ha reunido conmigo. También tú
has encontrado a tus seres más queridos sin sospecharlo siquiera. Pero también yo deseo lo que tú, con
razón, anhelas vivamente: el que encuentres a tu madre.
hijo mío, y el que yo descubra de qué mujer has na575 cido. Si damos tiempo al tiempo quizá lleguemos a
descubrirlo.
Mas abandona estos umbrales del dios y tu existencia de mendigo y ven a Atenas con sentimientos
parejos a los de tu padre. Allí te aguarda el feliz cetro
580 de tu padre y riquezas sin cuento y ya no recibirás el
nombre de plebeyo y pobre —doble tara—, sino el de
noble y rico.
¿ Callas? ¿ Por qué mantienes tu vista fija en el suelo
y te has quedado pensativo? Has abandonado tu alegría de antes y produces inquietud a tu padre.
585 ION ~. — Las cosas cuando están lejos no tienen el
mismo aspecto que cuando se las contempla de cerca.
Yo he recibido con alegría la suerte de recuperarte
como padre. Mas escucha, padre, lo que yo sé: dicen
590 que la autóctona e ilustre Atenas es raza no mezclada
39 Sin duda a Eurípides se le va de las manos la argumentación de Ion, pues es confusa y llena de anacronismos:
se empieza hablando de la Atenas del siglo y y se termina CCC
una imagen de una Atenas tiranizada.
ION
113
extranjeros. Voy a caer allí aquejado de dos taras:
hijo de extranjero y bastardo.
Pues bien, teniendo ya esta mancha careceré de influencia y si llego a ser un ciudadano de primera fila 595
en la ciudad y busco ser alguien, seré objeto de odio
para la clase desposeída. Y es que todo el que destaca
se hace odioso. En cuanto a los que son honrados y
poderosos~ si son sabios, callan y no se precipitan a
la hora de actuar; para éstos seré objeto de burla y 600
tachado de necio por no ej arme de la vida política
en una ciudad llena de inquietud. Finalmente, los oradores y quienes manejan la ciudad me descartarán
con sus votos si me acerco a los honores. Así suele
suceder, padre: los que dominan las ciudades y los 605
cargos se ensañan con sus adversarios.
Además si llego como un advenedizo a la casa de
una mujer sin hijos, que hasta hoy ha compartido
contigo esta desgracia pero que ahora tendrá que soportar ella sola su amarga suerte, ¿no es lógico que 610
me odie cuando me acerque a ti? Siendo estéril como
es, ¿no mirará con rencor lo que tú amas? Y tú, o me
traicionas y atiendes a tu mujer, o si prefieres hon- 615
rarrne a mí, tendrás un caos en tu hogar. ¡Cuántas
muertes con venenos mortales no habrán ideado ya las
mujeres para acabar con sus maridos! Pero además
compadezco a tu esposa que envejece sin hijos; pues no
es justo que quien ha nacido de nobles padres se 620
consuma en la esterilidad.
En cuanto a la tiranía, tan en vano elogiada, su
rostro es agradable pero por dentro es dolorosa. ¿Cómo
puede ser feliz y afortunada quien arrastra su existencia en el terror y la sospecha de que va a sufrir vio- 625
lencia? Prefiero vivir como ciudadano feliz antes que
Como tirano a quien complace tener a los cobardes
Como amigos y en cambio odia a los valientes por temor a la muerte.
114
TRAGEDIAS
Me dirás que el oro supera estos inconvenientes y
630 que es agradable ser rico, pero no me agrada estar
siempre atento a los ruidos por guadar bien mis rlquezas, ni estar en continuas preocupaciones. ¡Tenga
yo una existencia mediocre si vivo alejado del dolor!
En cambio, escucha ahora los bienes que yo tenla
aquí, padre: para empezar, tranquilidad —tan querida
635 por los hombres— y pocos problemas ~. Ningún malvado me ha echado fuera del camino, con lo insoportable que es ceder el sitio a los que son inferiores a ti.
Ya estuviera en mis oraciones a los dioses, ya en
mi trato con los hombres, servia a quienes venían con
640 alegría, no con lamentos. Apenas habla despedido a unos
cuando me llegaban otros forasteros, de forma que
siempre era agradable de nuevo con mis nuevos visitantes. Y lo que es más deseable para los hombres
—aunque contra su voluntad—, tanto la ley como mi
propia naturaleza hacían que fuera justo a los ojos del
~s dios. Cuando pienso en esto, considero mejor la vida
de aquí que la de allí. Permite que siga viviendo aqul,
pues produce la misma alegría gozar de grandes riquezas que poseer poco pero con agrado.
CORIFEO. — Has hablado bien, con tal de que se consideren afortunados con tus palabras aquellos a quienes yo amo.
650 JUTO. — Pon fin a estas tus palabras y aprende a
ser feliz, pues deseo, hijo mio, dar comienzo a nuestra
mesa común en el mismo sitio donde te encontré, ya
que común fue el festín en que cal. Quiero ofrecer el
655 sacrificio de tu nacimiento que nunca celebré. Ahora
te voy a agasajar con un banquete como si llevara un
huésped a mi hogar y te voy a llevar a Atenas, como
visitante, no como hijo mío; que no quiero apesadumbrar a mi esposa que sigue careciéndo de hijos míen40 Quizá <gente moderada., a juzgar por la frase siguienteION
115
as yo soy afortunado. Más tarde, cuando se presente
ocasión, convenceré a mi esposa para que te permita 660
redar mi cetro.
Te daré el nombre de Ion, conforme a tu destino,
que fuiste el primero en cruzarte conmigo cuando
del templo del dios. Mas reúne a la multitud de
amigos y despídelos con el placer de un banquete,
ra que vas a abandonar la ciudad de Delfos. 665
(Se dirige al Coro.) Y a vosotras, esclavas, os ordeno
Lie guardéis silencio sobre esto. Si se lo comunicáis
mi esposa, será la mi~rte para vosotras.
ION. — Me marcho. S¿lo una cosa hace mi suerte
neompleta: si no encuentro a la que me dio a luz,
mdre, no podré vivir. ¡Ojalá mi madre sea una mujer 670
m Atenas! —si es que puedo expresar un deseo—. Así
tendré de mi madre libertad para hablar. Pues si un
Etranjero da en una población no mezclada, por más
e sea ciudadano según la ley, tendrá la boca encade- 675
mda y carecerá de libertad para expresarse. (Salen
s dos por la derecha.)
CORO.
Estrofa.
Veo lágrimas y lamentables gritos de dolor y socuando mi dueña conozca la hermosa paternidad
rSe su esposo y que ella es estéril y privada de hijos. 680
Dime, oh profeta hijo de Leto, ¿qué himno ha cantado tu oráculo? ¿De dónde salió este hijo tuyo que
~e alimenta del templo, de qué mujer? No me dejo 685
dmirar por tu oráculo, no sea que encierre engaño.
Barrunto la desgracia y no sé hasta dónde llegará.
t forma extraña me encomienda mi dueño que guarde 690
xtraño silencio sobre esto ~ ¡Engañosa suerte la de
~ Pasaje corrupto. No es en absoluto claro si el sujeto de
~radid5si es Apolo, Juto o Ion; y el y. 690 carece de respon>fl, por lo que puede ser interpolado. Ni siguiera es fácil de
116
TRAGEDIAS
este niño nacido de sangre ajena! ¿Quién no estará de’
acuerdo?
Antistrofa 42
695 Amigas, ¿a oídos de mi dueña haremos claramente.
llegar la noticia de que su esposo en quien ella tenlq
todo y con quien la desdichada compartía su esperan..
za? ~ Ahora, en cambio, ella está perdida en su des700 gracia y él es afortunado; ella ha caído en la canosa
vejez y él desdeña a los suyos. ¡Maldito sea el que ha
entrado en la casa de rondón y no ha puesto su suerte
a la altura de una gran fortuna! ¡Muera, si, muera el
705 que ha engañado a mi dueña! ¡Que no tenga éxito
cuando consagre a los dioses sobre el fuego el pélano
710 de llama hermosa! Va a saber cuán amiga soy de mis
dueños ¡En verdad, ya se acercan a un nuevo banquete
el nuevo padre y el nuevo hijo!”.
715 ¡Oh cumbres del Parnaso, que tenéis un murallón
de piedra y un lugar junto al cielo, donde Baco levanta
sus teas encendidas y salta ágil con sus noctívagos
bacantes! ¡Que jamás llegue este muchacho a mi ciu720 dad, que muera abandonando su joven vida!
Razones tendría mi ciudad para llorar una invasión
extran jera. Ya basta con la que trajo nuestro rey
Erecteo cuando era conductor”. (Entra por la derecha
determinar con certeza el sentido general. Nosotros seguimos
de las muchas reconstrucciones conjeturales que se han hecho,
la de GR~GOIRE (pág. 211).
42 Creemos innecesario, contra MURRAY, postular la repartición de esta antistrofa entre varios coreutas.
43 Aposiopesis plenamente justificada —casi exigida— en
este contexto.
« Frase de evidente ironía.
45 Los y. 721-723 han sido transmitidos en estado lamentable. Aquí seguimos la reconstrucción conjetural de WEcKLEIN,
que es la que menos distorsiona la tradición y la que ofrece
un sentido más lógico.
ION
117
gusa conduciendo a un viejo esclavo. Simulan subir
escarpada pendiente que lleva a la explanada.)
CREUsA. — ¡Oh anciano, que fuiste pedagogo de mi 725
dre Erecteo cuando aún vivía! Asciende al oráculo
dios para que compartas mi alegría si el soberano
zias ha pronunciado algún vaticinio que me prometa
ucebir hijos. Que es agradable compartir el éxito 730
n los amigos, y si —¡cosa que no sucéda!— nos alinza algún mal, es dulce poner los ojos en el rostro
un amigo.
Yo, por más que sea tu dueña, te honro como a un
dre, como tú lo hicistq un dia con mi padre.
ANcIANO. — Hija mía, ~bservas una conducta digna 735
tus dignos progenítore y no deshonras a tus anteos nacidos de la tierra. Llévame, llévame al temacompáñame, que el oráculo está muy empinado.
aña mis fatigados miembros y sé alivio de mi 740
CREUSA. — Sigueme, pues, y vigía dónde pones tu
ANcIANO. — ¡Ea! Lento es mi pie, mas mi mente es
tloz.
CREUSA. — Apoya tu bastón en el camino sinuoso.
ANCIANO. — También él es ciego cuando yo veo poco.
CREUSA. — Tienes razón, pero no cedas al cansancio. 745
ANCIANO. — No lo haré por gusto, pero no puedo
>minar lo que no tengo. (Ven al Coro y se dirigen
é1)
CREUSA. — Oh mujeres, fieles servidoras de mis teres y mi lanzadera. ¿Con qué respuesta ha salido mi
o
sobre nuestra suerte con los hijos por cuyo
Otivo hemos venido? Comunicádmelo, pues si me 750
anifestáis algo bueno no habréis puesto vuestra es3.nza en amos desagradecidos.
CORwnO. — ¡Oh, qué destino!
118
TRAGEDIAS
ANCIANo. — El preludio de tus palabras no es afor
tunado.
CORIFEO. — ¡Oh desdichada!
755 ANcí~o. — ¿ Es que he de inquietarme por el oráci
lo de mis señores?
CORIFEO. — ¡Ay! ¿Qué hacer cuando sobre nosotrd
pende la muerte?
CREUSA. — ¿Qué canto es ése, a que tenéis
CORIFEO. — ¿Hablamos o permanecemos en silen.
cio? ¿Qué hacemos?
CREUSA. — Habla; sin duda tienes el secreto de alguna desgracia que me atañe.
760 CORIFEO. — Te lo diré aunque tenga que morir dos
veces. Nunca podrás, mi dueña, tomar un hijo en tus
brazos ni acercarlo a tu pecho.
CREUSA. — ¡Ay de mí! Quiero morir.
ANCIANO. — ¡Hija!
CREUSA. — ¡Oh desdichada suerte la mía! He redcibido, he sufrido un dolor que no me deja vivir,
amigas.
765 ANCIANO. — ¡Estamos perdidos, hija!
CREUSA. — ¡Ay, ay! De lado a lado me ha sacudido
en estos mis pulmones el dolor.
ANCIANO. — No te lamentes todavía...
CREUSA. — Pero hay motivos para lamentarse.
ANCIANO. — ... antes de que sepamos...
770 CREUSA. — ¿Qué tengo que oír?
ANCIANO. — ... si también tu esposo participa en tu
desgracia o eres tú sola la infortunada.
CORIlq~O. —Anciano, Loxias ha dado un hijo a éste
775 y él es afortunado sin que ella tome parte.
CREUSA. — Sobre un dolor has puesto este otro en
el extremo para que me lamente.
CREUSA. — Y este niño que dices, ¿ tiene que nacer
de una mujer o ya ha nacido según el oráculo?
ION
119
CORIFEO. — Un joven ya nacido, ya maduro, le ha 780
tregado Loxias. Yo estaba allí.
CREuSA. — ¿Cómo dices? Indecibles, indecibles, mexles son para mí las palabras que pronuncias.
ANCIANO. — También para mí. Pero dime más exac- 785
mente cuáles eran los términos del oráculo y quién
el nulo.
CORIFEO. — El dios le entregaba como hijo a aquel
n quien primero se encontrara tu esposo al salir del
siplo.
CREUSA. — ¡Ay, ay, ay! Entonces mi vida sin hijos,
hijos ha declarado y en soledad habitaré una casa 790
fana.
ANCIANO. — Entonces, ¿a quién se refería el orácu¿Con quién tropezó el ~e del esposo de esta des~hada? ¿Cómo, dónde lo ¡vio?
CORIFEO. — ¿Recuerdas, querida dueña, al joven que 795
rna el templo? Éste es el niño.
CREUSA. — ¡Ojalá pudiera volar por el húmedo éter
allá de la Hélade, hasta las estrellas de la tarde! ~.
dolor, qué sufrimiento, amigas!
ANCIANO. — ¿Y qué nombre le ha dado su padre? soo
o sabes o todavía permanece en secreto sin conmar?
CORIFEO. — Ion, ya que fue el primero en enconErarse con su padre.
ANCIANO. — ¿Y quién es su madre?
CoRIrro. — No sé, pero —para que conozcas todo
que sé— el esposo de ésta ha marchado en secreto
las tiendas sagradas a ofrecer un sacrificio de hospi- 805
dad y natalicio. Va a tener un banquete en común
On su nuevo hijo.
Esta frase es expresión metafórica del deseo de morir.
120
TRAGEDIAS
ANcIANO. — Señora, hemos sido traicionados —pU
810 participo de tu dolor— por tu marido; se nos ha uli
jado con engaños, nos han arrojado de la casa
Erecteo. Y no lo digo porque odie a tu esposo —
que te ame a ti más que a él—. Te tomó por
aunque entró en nuestro país como extranjero, recibj6
815 tu casa y herencia y ha resultado que cosecha hijos
de otra mujer en secreto.
¿En secreto? Yo te explicaré. Cuando se percaté de
que eras estéril, no se contentó con ser igual que tú
ni soportar un paso igual al de tu suerte; así que se
asió al lecho de una esclava y, en matrimonio secreto,
820 engendró un niño al que sacó del país y encomendé a
alguien de Delfos para que lo criara. Éste ha pasado
su infancia en el templo consagrado al dios para permanecer oculto. Cuando Juto se enteró de que se
había convertido en un joven, te persuadió a que vi-
825 nieras aquí por causa de tu esterilidad. Así que no es
el dios quien ha mentido, sino él criando un hijo en
secreto y urdiendo estos engaños. Si era descubierto,
se lo atribuía al dios, y si pasaba desapercibido, pe~
saba entregarle la tiranía procurando que el tiempo lo
defendiera.
830 Y en un momento inventó el nombre nuevo de Ion
porque vino a su encuentro cuando salía.
CORIFEO. — ¡Ay de mí! ¡Cómo odio a los malvados
que urden acciones injustas y luego las adornan con
835 tretas! Prefiero tener como amigo a un tonto, pero
bueno, que a uno inteligente pero malo.
ANcIANO. — Y éste va a ser el peor mal de todos loS
que vas a sufrir: el llevarte a casa como señor a un
hombre sin madre conocida, sin categoría ninguna, nacido de una esclava. Menor habría sido el mal si hubiera
840 introducido en su casa, después de persuadirte alegafr
do tu esterilidad, a un hijo de madre noble. Y si esto
ION
121
~c resultaba amargo, le quedaba recurrir a una unión
1. las de Éolo ~.
Pero ahora tienes que obrar como una mujer valente: empuña la espada o mata a tu esposo y a su 845
hijo con engaño o con veneno antes de que te alcance
ti la muerte a sus manos. Pues si cedes en esto,
serás tú quien muera. Que cuando dos enemigos se
reúnen bajo un solo techo, uno de los dos tiene que
llevar la peor parte45
Yo, por mi parte, deseo ayudarte en esta acción y 850
colaborar en la muerte del muchacho entrando en la
donde prepara el banquete. Quiero morir o seviendo la luz del sol recompensando a mis dueños
por el alimento que me dieron. Sólo una cosa ayerpienza a los esclavos, y es el nombre. En todo lo 855
demás, en nada es inferior a los libres un esclavo que
sea noble.
CORIFEO. — También yo, señora, quiero correr con-
tigo la suerte de mor1fr o vivir con honra.
CREUSA. — Alma ~zía, ¿cómo voy a seguir callada?
Pero entonces, ¿cómo voy a revelar mis oscuros amo- 860
res y yerme privada del honor? Mas..., ¿qué impedimento me estorba? ¿Por qué competir en virtud
cuando mi esposo ha resultado un traidor? ¿no me 865
veré privada de casa, privada de hijos, no diré adiós
a las esperanzas —que no he podido cumplir por más
que he querido- aunque calle mi unión, aunque calle
mi parto en que tanto lloré? Mas no —por el asiento 870
No es seguro si significa simplemente debía haberse calado con alguien de su propia gens~ (no con una ateniense),
como cree Owai~.¡ (pág. 126), o hay una alusión a los matrimonios incestuosos de la familia de Éolo (cf. Odisea X 5 y sigs.)
cOmo quiere Ga~os¡~a, pág. 217.
~ Creemos que no hay razón para considerar, como hace
MURIt.&y, sospechoso todo el pasaje vv. 843-858; y menos para
excluir como interpolados los Vv. 847-849.
122
TRAGEDIAS
de Zeus rodeado de estrellas, por la diosa que reina
en mis rocas, por la soberana ribera de la laguna de
Tritón ~—. Ya no ocultaré por más tiempo mi unión,
875 pues me sen tiré aliviada arrojando este peso de mi
espalda. Mis ojos manan lágrimas, mi alma el dolor de
verse traicionada por hombres y dioses, mas los pondré
880 en
evidencia como traidores e ingratos en sus amores.
¡Oh tú, que haces vibrar la voz de siete sonidos de
la cítara cuando en los agrestes cuernos sin vida’
haces sonar el agradable eco de los himnos de las
885 Musas! A ti, hijo de Leto, haré llegar mis reproches
a la luz del día. Viniste a mí con tu pelo brillante de
oro, cuando en mi regazo ponía los pétalos de azafrán
890 cortados para adornar mi peplo con áureo resplandor.
Me tomaste de las blancas muñecas de mis manos
y me llevaste a una cueva como lecho, mientras yo
895 gritaba: «¡madre!», tú, dios seductor, dando gusto a
Cipris con tu desverguenza. Y yo —la desdichada—,
te pan un niño, que por miedo a mi madre arrojé en
~oo tu propia cama, en la que pusiste sobre mí —desventurada— el yugo de una triste unión.
¡Ay de mi! Ahora se ha ido arrebatado por las aves
oos para su festín mi hijo y el tuyo, ¡desgraciado! ¡Y tú
tocando la cítara y cantando el peán!
¡Oh! ¡Eh! A ti llamo, al hijo de Leto que repartes
910 tus oráculos junto al trono de oro y el asiento que
ocupa el centro de la tierra; y a tus oídos haré llegar
mi voz. ¡Oh malvado amante que a mi marido, sin
915 haber recibido de él favor alguno, le das un hijo para
habitar su casa! Y en cambio mi hijo y el tuyo, padre
indigno, se ha ido cambiando los pañales maternos por
las garras de las aves. Delos te odia y los ramos de
49 Lago del Norte de Africa donde, según una rama de la
tradición mítica (cf. EsOuíLo, Luménides 293), nació Atenea Y
de donde tomó el nombre Tritogene ia.
‘~ Cf. nota n. 4.
ION
123
urel vecinos de la palmera de suave copa donde 920
,eto tuvo su parto sagrado, donde te parió a ti entre
,,os frutos de Zeus.
CORIFEO. — ¡Ay de mi! Se me ha abierto como un
tesoro de males por los que podría verter todo mi
llanto.
ANcIANO. — Hija, al ver tu rostro me inunda la lás- 925
urna y estoy fuera de mi. Pues apenas había llenado
la sentina de mi alma una oleada de males, cuando
otra me levanta de proa al oír tus palabras. Acabas de
contar los males que te aquejan ahora y ya has 1111- 930
ciado un nuevo camino de desgracias. ¿Qué dices?
¿Qué acusación arrojas ahora contra Loxias? ¿Qué hijo
dices que has parido? ¿En qué lugar de la ciudad dices
haber expuesto esa querida tumba para las fieras?
Cuéntame todo desde el principio.
CREUSA. — Siento vergúenza ante ti, anciano, pero
te lo voy a contar.
ANCIANO. — Sé cómo acompañar en el llanto a mis 935
amigos con nobleza.
CREUSA. — Escucha ,éntonces. ¿Conoces la cueva del
Norte de las rocas d~ Cécrope a las que llamamos
Altas?
ANcIANO. — La conozco; es cerca de donde está el
recinto y los altares de Pan.
CREusA. — Allí es donde sostuve combate terrible.
ANCIANO. — ¿Qué combate? El llanto sale al encuen- 940
tro de tus palabras.
CREUSA. — Contra mi voluntad trabé con Febo unión
fatal.
ANCIANO. — Hija, ¿no será esto lo que yo barrun......
CREUSA. — No sé, pero si dices la verdad te lo confirmaré.
ANCIANO. — ... cuando ocultabas el dolor de una enfermedad secreta?
124 TRAGEDIAS
945 CREUSA. — este era el mal que ahora te revelo cIa.
ramente.
ANCIANO. — Y entonces, ¿cómo conseguiste ocultax
tu unión con Apolo?
CREUSA. — Di a luz —espera a oírlo todo de mi,
anciano-.
ANCIANO. — ¿Dónde? ¿Quién te asistió en el parto?
¿O soportaste sola el trabajo?
CREUSA. — Yo sola, en la misma cueva en la que
recibí el yugo del amor ~‘.
950 ANCIANO. — Dime dónde está el niño para que tampoco tú estés ya sin hijos.
CREUSA. — Murió, anciano, expuesto a las fieras.
ANCIANO.— ¿Murió? ¿Y el malvado de Apolo no acudió en tu auxilio?
CREUSA. — No, y el niño se cría en casa de Hades.
ANCIANO. — ¿Y quién lo expuso? No serías tú, desde
luego.
955 CREUSA. — Yo, haciendo pañales con mi peplo por
la noche.
ANCIANO. — ¿No hay nadie que comparta contigo el
secreto de que expusieras a tu hijo?
CREUSA. — No, sólo el Infortunio y la Ocultación.
ANCIANO. — ¿Cómo tuviste el valor de abandonar a
tu hijo en una cueva?
CREUSA. — ¿Cómo? Después que hube arrojado de
mi boca un torrente de lamentos.
960 ANCIANO. — ¡Ay! Grande es tu atrevimiento, pero
mayor aún el del dios.
51 En el y. 16 Hermes asegura que Creusa dio a luz <el’
casa<. Aquí se afirma que fue en la misma cueva (también en
la cueva situó el parto SOFOCI.ES en su ,Creusa). La fluctuación
se puede explicar porque aquí sigue Eurípides la tradición:
pero era más lógico situar el parto en casa al introducir el
motivo de la cuna.
ION 125
CJtEUSA. — Si hubieras visto al niño tendiéndome
manos...
ANCIANO. — ¿Buscaba tu pecho o recostarse en tu
CREUSA. — El lugar donde sufría de mí la injusticia
no estar.
ANCIANO. — ¿Y de dónde te vino la decisión de ex~ner a tu hijo?
CREUSA. — Quería que el dios salvara a su propio 965
ANCIANO. — ¡Ay de mí! En peligro de galerna se
iila la felicidad de tu casa.
CREUsA. — ¿Por qué ocultas tu cabeza y lloras, aniano?
ANCIANO. — Porque veo que tanto tú como tu padre
>is desventurados.
CREUSA. — Así son las cosas humanas, ninguna perianece en su sitio.
ANCIANO. — Mas no sigamos lamentándonos más 970
hija.
;REUsA. — ¿ Pues qué tengo que hacer? La desvencarece de recursos.
ANCIANO. — En prim lugar véngate del dios que
~ ultrajó.
CREUsA. — Y ¿cómo, sie do mortal, puedo vencer a
uien es más fuerte?
ANCIANO. — Prende fuego al sagrado oráculo de
Oxias.
CREUSA. — No me atrevo, ya tengo suficientes males. 975
ANCIANO. — Entonces atrévete a lo que está a tu
¡cance, matar a tu marido.
CREUsA. — Tengo respeto al lecho de quien un día
ile honrado.
ANCIANO. — Entonces mata, al menos, al hijo que
•
aparecido contra ti.
126 TRAGEDIAS
CREUSA. — ¿Y cómo? ¡Ah, si fuera posible! ¡Cómo
me agradaría!
980 ANcI~O. — Arma de espadas a tus servidores.
CREUSA. — Con gusto marcharé; pero ¿dónde lleva.
remos a cabo la acción?
ANCIANO. — En las tiendas sagradas en que agasaja
a sus amigos.
CREUSA. — El crimen es señalado y mis esclavos son
débiles.
ANCIANO. — ¡Ay de mí! Te acobardas; entonces dis.
curre algo tú misma.
985 CREUSA. — Ya tengo un plan astuto y eficaz.
ANCIANO. — Para ambas cosas me presto a colaborar.
CREUSA. — Escucha entonces. ¿Conoces la batalla
contra los hijos de la tierra?
ANCIANO. — La conozco; es la que los Gigantes libraron contra los dioses en Flegra.
CREUSA. — Allí la Tierra parió a Gorgona, terrible
monstruo.
990 ANCIANO. — ¿Acaso para que auxiliara a sus propios
hijos como azote de los dioses?
CREUSA. — Sí; mas Palas, la diosa hija de Zeus, la
52
ANCIANO. — ¿Es ésta la historia que he oído hace
tiempo?
995 CREUSA. — Si, que Atenea tiene a su espalda la piel
de la Gorgona.
ANCIANO. — ¿Y no llaman égida a la estola de Palas?
CREUSA. — Sí, recibió este nombre cuando se anzól’
a luchar contra los dioses.
52
Consideramos necesaria la trasposición, hecha por KIRCHHOFF
(Euripid¡s Tragoedíae, Berlín, 1867), de 992-993 detrás de 997.
53 Juego etimológico: aqul se relaciona égula (aigts) con
lanzarse (afss5). Normalmente se la relaciona con cabra (aix);
cf. Hnóooin, IV 189.
ION
127
ANCIANO. — ¿Y cuál es el aspecto de este salvaje
uendo?
CEBUSA. — Es una coraza adornada con la espiral
una serpiente.
ANCIANO. — Bien, hija, y ¿qué daño puede hacer’esto
tus enemigos?
CREUSA. — ¿Conoces a Erictonio o no? ¿Cómo no vas
conocerlo, anciano?
ANCIANO. — ¿Vuestro progenitor, a quien primero íooo
o surgir la tierra?
CREUSA. — A éste le entregó Palas por ser recién
macido...
ANCIANO. — ¿Qué cosa? Pues estás dando largas a
tus palabras.
CREUSA. — ... dos gotas de la sangre de la Gorgona.
ANCIANO. — ¿Y qué poder tienen contra la natura-
leza humana?
CREUSA. — La una es mortal, la otra cura las en- íoos
fermedades54
ANCIANO. — ¿Con qué las ató al cuerpo del niño?
CREUSA. — Con una cadena de oro. Y éste se lo transmitió a mi padre.
ANCIANO. — ¿Y cuando éste murió, llegaron a tus
manos?
CREUSA. — Sí, y las llevo sujetas a mi muñeca.
ANCIANO. — ¿Cómo, entonce~, vinieron a juntarse 1010
los dos dones de la diosa? ¡
CREUSA. — La gota que brbtó de la vena cava al
monr...
ANCIANO. — ¿Para qué sirve? ¿Qué poder tiene?
CREUSA. — ... aleja las enfermedades y alimenta la
vida.
~ Se ha sospechado, con razón, de los vv. 1004-1005 como
Interpolados, ya que adelantan innecesaria y torpemente el
COntenido de 1010-1015.
128
TRAGEDIAS
ANCIANO. — Y la segunda de las que dices, ¿cómo
obra?
1015 CREUSA. — Mata, ya que es veneno de las serpientes
de Gorgona.
ANcIANO. — ¿Y las llevas mezcladas o separadas?
CREUSA. — Separadas, pues el mal no se mezcla co~
el bien.
ANcIANO. — Querida hija, tienes todo lo que pro.
cisas.
CREUSA. — Con esto morirá el muchacho y tú serás
quien lo ejecute.
ío~o ANCIANO. — ¿Cómo y dónde lo hago? Tu misión es
hablar, la mía afrontar la acción.
CREUSA. — En Atenas, cuando llegue a mi casa.
ANCIANO. — No está bien lo que dices, ya que tú
has reprochado mi proyecto.
CREUSA. — ¿Cómo? ¿Es que estás sospechando lo
que también a mí se me ocurre?
ANCIANO. — Parecerá que eres tú quien ha matado
al muchacho, aunque no lo seas.
1025 CREUSA. — Tienes razón, pues dicen que las madrastras odian a sus hijos.
ANCIANO. — Entonces debes matarlo aquí para que
puedas negar el crimen.
CREUSA. — Y así sentiré el placer con antelación.
ANCIANO. — Sí, y engañarás a tu marido como él te
engañó a ti.
CREUSA. — ¿Sabes, pues, lo que tienes que hacer?
ío~o Toma de mis manos esta ampolla dorada de Atenea,
antigua obra suya, y llégate a donde mi marido se
banquetea en secreto. Cuando acaben el festín y estén
a punto de ofrecer las libaciones a los dioses, arroja
esto, que llevarás escondido en el manto, en la bebida
1035 del joven. ¡Mas sólo en la suya, no en la de todos!
Reserva la pócima para quien iba a ser el dueño de mi
ION
129
.asa. Si llega a traspasar su garganta, jamás pondrá
II pie en la ilustre Atenas; quedará muerto allí mismo.
ANCIANO. — Ahora dirige tus pasos adentro junto a
>s próxenos, que yo llevaré a cabo el trabajo que ten- 1040
encomendado.
Animo, viejo pie mio, conviértete en joven en el
actuar aunque no puedas en el tiempo. Marcha contra
al enemigo en alianza con tus señores, mata con ellos,
chalo de casa con ellos. La piedad está bien que la 1045
bserven los afortunados, que cuando alguien se prone hacer mal a un enemigo no hay ley que pueda
impedirlo. (Creusa y el Anciano salen por la derecha.)
CORO.
Estrofa 1 a
Enodia 55, hija de Deméter, tú que gobiernas los
£saltos nocturnos, encamina también de día la pócima íoso
que llena la mortal cratera contra quienes mi dueña,
mi dueña la envía tomada de las gotas del cuello cor- 1055
tado de Gorgona, contra quien aspira a la familia de
Erecteidas.
¡Que nunca nadie procedente de otra familia gobierne mi ciudad, salvo los Erecteidas de noble cuna! ío~o
Antistrofa 1.’
Y si no llegan a término la muerte ~ ni los esfuerlos de mi dueña —y falta ocasión para esta osadía
con cuya esperanza se alimentaba— o se clavará afilada espada o colgará un nudo de su cuello desbordando iO65
Sus sufrimientos con otro sufrimiento. Y bajará a otras
formas de existencia.
~ Diosa de las bifurcaciones de los caminos, apenas con
hlcfltidad propia: al ser sus caracterfsticas la magia, Ja nectUrnidad, etc., se la suele identificar con Perséfone (como aquí),
¡¡¿cate o Artemis: o se la hace compañera de Medea (cf.
Medea 396).
~ S. e. de Ion.
130
TRAGEDIAS
Pues mientras viviera, no soportaría en sus oj~1
1070 brillantes que gente extraña mandara en su casa, ¿
que ha nacido en casa noble.
Estrofa 2.~
1075 Verguenza me da ante el dios ~ celebrado en tantos
himnos, si junto a las fuentes rodeadas de hermosos
coros llega ~ a ver como espectador en la noche y despierto las Antorchas del día veinte ~, cuando hasta el
ío~o éter estrellado de Zeus se revuelve danzando y dan~
la luna y las cincuenta hijas de Nereo, que en el ponto
y en las corrientes de los ríos de perpetua corriente
íoss danzan por la Virgen de la corona de oro y su venerable Madre W; donde espera reinar, metiéndose como
intruso en trabajos ajenos, ese mendigo de Febo.
Antistrofa 2.a
1090 ¡Contemplad cuantos cantáis en himnos desafinados —a contrapelo de la Musa— nuestros lechos y
uniones de amor como ilegales y culpables! ¡Ved cómo
1095 aventajarnos en piedad al injusto arado de los varones!
Que un canto de rectificación, que vuestra Musa discordante llegue hasta los hombres sobre sus amorloL
íioo Pues el hijo de los hijos de Zeus ha demostrado su
ingratitud al sembrar para su casa una suerte de hijos
que no comparte con nuestra señora y, poniendo sus
favores en un amor extraño, ha conseguido un bastardo. (Entra por la derecha un siervo de Creusa.)
laco, hijo de Zeus y Kore e identificado con Dioniso, 0
el dios a quien invocan los mistas o iniciados; divinidad ce
tral en las grandes Eleusinas.
58 Sc. Ion.
5~ El día 20 del mes Boedromión es el día sexto de la fleil
de las Grandes Eleusinas (15 a 23). En él se celebraba la pu
cesión de Atenas a Eleusis y la procesión de los mistas O
antorchas.
60 Core y Deméter.
ION
131
SIERvO. — Mujeres, ¿dónde puedo encontrar a vues- 1105
tra ilustre señora, la hija de Erecteo? Pues he recorrido
toda la ciudad y no puedo hallarla.
CORIFEO. — ¿Qué sucede, compañero de esclavitud?
¿A qué esa rapidez en tus pasos? ¿Qué mensaje traes? ííío
SIERVO. — Nos persiguen. Las autoridades del país
la buscan para lapidaría.
CORIFEO. — ¡Dios mío! ¿Qué dices? ¿No se habrá
descubierto que íbamos a proporcionar al muchacho
la muerte en secreto?
SIERVO. — Lo has comprendido. Tú participarás del 1115
castigo y no entre los últimos.
CORIFEO. — ¿Y cómo se descubrió nuestra secreta
estratagema?
SIERVO. — El dios, que no quería ser mancillado,
encontró el medio de que la justicia venciera a la mjusticia.
CORIFEO. — ¿Y cómo? Como suplicante te ruego que
me lo relates. Pues si lo sabemos moriremos más a 1120
gusto, si es que hay que morir, o más a gusto seguiremos viviendo.
SIERVO. — Cuando Juto, el esposo de Creusa, abandonó el oráculo del dios, llevó a su nuevo hijo hacia
el banquete y sacrificio que preparaba a los dioses.
Luego marchó hacia donde brota el fuego báquico del 1125
dios para empapar con la sangre de las victimas las
dos rocas de Dioniso, en acción de gracias por su
hijo, y dijo estas palabras: <Hijo, tú quédate aquí y
levanta con ayuda de los obreros una bien medida
tienda. Si permanezco mucho tiempo sacrificando a los 1130
dioses del Nacimiento, que se sirva el banquete a tus
amigos aquí presentes.»
Y tomando los terneros se marchó. El joven hizo
‘flarcar piadosamente a cordel un cerco sin muro para
la tienda, cuidándose bien de los rayos del sol —no í 135
eXponiéndola a los rayos directos ni orientada al po-
132
TRAGEDIAS
niente—. Midió en ángulo recto la extensión de un píetro, resultando un cuadrado que media en el centro
—por emplear las palabras de los
6I~ el nú1140 mero de diez mil pies, con la idea de invitar a todo el
pueblo de los délficos. Tomó después tapices sagrados
de los tesoros del dios y los puso como cubierta —¡una
maravilla para verlos! En primer lugar, por techo suspendió de los lados un peplo —como si fueran alas—,
1145 ofrenda del hijo de Zeus, Heracles, que se los llevó
al dios como despojo de las Amazonas. Bordadas en él
había estas figuras: el Cielo reuniendo los astros en el
círculo del Éter; Helios conducía sus caballos hacia la
última luz llevando detrás el resplandor de Héspero:
1150 la Noche de negro manto empujaba su carro, que no
tenía caballo alguno uncido a su yugo, y los astros la
acompañaban; la Pléyade caminaba —y el lancero
Orión con ella— a través del Éter. Y por encima de
ellos, la Osa, retorciendo su dorada cola en el polo;
íí55 el disco de la luna, que divide los meses, lanzaba hacia
arriba sus rayos; las Hiades, señal la más clara para
los navegantes, y Aurora, portadora de luz, persiguiendo a los astros.
1160 Por muros colocó otros bordados bárbaros: naos
de buenos remos enfrentadas a las helenas, hombres
mitad bestias, cacerías de ciervos a caballo y de salvajes leones.
En la entrada puso un tapiz con Cécrope junto a
sus hijas enroscando sus espirales, donación sin duda
1165 de algún ateniense; y en medio de los comensales puso
crateras de oro. Un heraldo, alzándose de puntillas,
invitó a que se acercaran al banquete los habitantes
de Delfos que quisieran. Cuando se había llenado la
1170 tienda, se adornaron con coronas y saciaban su apetito
con comida abundante. Luego que aflojó el placer del
61 Otros traducen abajo las indicaciones de los técnicos..
ION
133
banquete, acercóse un anciano y se detuvo en el espacio central y allí producía a los comensales enorme
risa con su actividad desenfrenada; pues lo mismo les
ofrecía las abluciones derramando agua sobre sus manos, como hacia evaporarse el sudor de la mirra u 175
ofrecía las primicias de los vasos de oro. Y era él quien
se imponía a sí mismo tales tareas.
Cuando llegaron al momento de tocar las flautas y
beber de la crátera común, dijo el anciano: «Conviene
retirar las vasijas pequeñas de vino y traer las grandes para que los convidados consigan complacer su uso
ánimo con la mayor rapidez.» Entonces se produjo
gran ajetreo de los que traían copas de plata y de oro.
El anciano tomó una al azar, como para complacer a
su nuevo señor, y le entregó una vasija llena, tras haber
echado en el vino un veneno mortal que dicen le en- 1185
tregó su señora a fin de que el nuevo hijo abandonara
este mundo. Pero nadie se percató. Cuando el Aparecido ~ sostenía en sus manos la copa de la libación
junto con los demás, uno de los sirvientes profirió una
frase blasfema contra él. Y éste, educado como estaba 1190
en lugar sagrado y entre buenos adivinos, barruntó el
mal augurio y ordenó a un joven que llenara de nuevo
la crátera, mientras arrojaba al suelo la libación anterior y aconsejaba a todos que la vertieran también.
Se hizo un silencio y rellenamos las sagradas cráteras í 195
con agua y con vino de Biblos. En esto se abalanza
con estrépito sobre la tienda una bandada de palomas
—pues no temen habitar en la morada de Loxias—.
Como habían arrojado el vino, pusieron en él sus picos, ávidas de beber, y lo llevaron a sus plumosos 1200
cuellos. Para todas las demás la libación del dios re-
Ion. El mensajero nunca llama a Ion por su nombre,
Como es lógico, ya que se lo acaban de imponer Hermes y
luto.
134
TRAGEDIAS
sultó inocua, pero una se posó donde había libado el
nuevo hijo y probó el liquido. Al punto su bien alado
cuerpo se convulsionó, se retorcía frenéticamente y ea
1205 sus lamentos piaba sonidos ininteligibles 63 Todos los
comensales se admiraron de los sufrimientos del ave.
Ésta murió entre estertores estirando sus patas de
rojiza piel. Entonces el hijo del oráculo, levantando
por encima de la mesa sus brazos desnudos del peplo,
1210 gritó: «¿Qué hombre se disponía a matarme? Dimelo,
anciano, pues tuyo fue el celo en servir y de tus manos
recibí la bebida.» Y al punto le interrogaba tomando
su anciano brazo con idea de prender en el acto al
1215 viejo con el veneno. Ya había sido descubierto y tuvo
que declarar —contra su voluntad— el audaz proyecto
de Creusa y la treta del veneno.
Salió corriendo de la tienda, reunió a los convidados el joven revelado por el oráculo de Loxias y, poniéndose entre los magistrados de Delfos, dijo:
1220 «¡Oh tierra sagrada, a punto he estado de perecer
envenenado a manos de la hija de Erecteo, una mujer
extranjera! »
Y los jefes de Delfos decretaron —no con un solo
voto- que mi señora muriera lapidada por haber tra1225 tado de matar a un hombre consagrado y de derramar
sangre en el templo.
Toda la ciudad está buscando a quien en mala hora
se apresuró a hacer un viaje desdichado; pues vino a
buscar hijos de Febo y ha terminado por perder los
hijos y la vida. (Sale.)
CORO ~.
1230 No existe, no existe de la muerte medio de huir
para mí —¡desdichada!—. Descubierto, ha sido desc*
63 S. e. para los augures. Era síntoma de mal aguero.
64 Se trata, en realidad, de un canto astrófico del COÍU
ION
135
bierto que en la libación de Dioniso las gotas de la
uva se mezclaron con el mortal veneno de la víbora
veloz.
Descubierta nuestra libación a los dioses inferiores, 1235
desgracias habrá para mi vida y muerte de piedra para
mi dueña. ¿Qué huida emprenderé con alas o a qué
oscuros escondrijos de la tierra iré por evitar el des- 1240
tino de una muerte a pedradas? ¿Acaso sobre pezuñas
de veloz cuadriga o sobre la proa de una nave?
CORIFEO. — Imposible escapar cuando no nos oculta
un dios que así lo quiere. ¿Qué otros sufrimientos, des- 1245
venturada dueña, aguardan a tu alma? ¿Es que, por
querer dañar a los demás, nosotras mismas vamos a
sufrir como es justicia? (Entra Creusa corriendo por
la derecha.>
CREUSA. — Siervas, nos persiguen para darnos muer- 1250
te. Me ha condenado el voto de los délficos y estoy
perdida.
CORIFEO. — Ya sabemos, desdichada, a qué punto
has llegado en tu desventura.
CREUSA. — ¿A dónde voy a refugiarme? Pues a duras penas he salido del edificio65 para no morir y a
escondidas he llegado aquí huyendo de mis enemigos.
CoRí1~o. — ¿Dónde mejor que junto al altar?
CREUSA. — ¿Y por qué va a ser esto más ventajoso? 1255
CoRírno. — No es lícito matar a una suplicante.
CREUsA. — Por causa de la ley estoy perdida.
CORIFEO. — Sólo si caes en sus manos.
CREUSA. — Éstos que ves son los crueles enemigos
que me persiguen hasta aquí con sus espadas.
CORIFEO. — Siéntate en seguida sobre el altar. Si
mueres estando aquí, harás que tu sangre se vuelva 1260
Seguido de anapestos, que sustituye al último estásimo, como
Cli Hipólito, Bacantes y Hécuba.
~ Probablemente de casa de un próxeno.
136
TRAGEDIAS
contra tus asesinos. Tienes que aguantar tu suerte.
(Entra Ion por la derecha con hombres armados.)
ION. — ¡Oh padre Cefiso de aspecto tauromorfo!
¿Qué víbora es ésta que has engendrado o qué serpiente que arroja de sus ojos una llama asesina? Todo
1265 atrevimiento cabe en ella y no es inferior a la Gorgona con cuyas gotas de sangre iba a matarme. (Descubre a Creusa.) ¡Prendedla, para que destrocen las
trenzas intactas de su cabeza las cárcavas del Parnaso,
donde será despeñada.
1270 He tenido buena suerte antes de ir a Atenas y caer
en manos de mi madrastra. Entre mis compañeros he
podido calibrar tus intenciones —cuán dañina eras y
qué odio me tienes—; que si me hubieras tenido en
tu poder dentro de tu propia casa, me habrías arrojado
1275 al Hades para siempre. Pero no te van a salvar ni el
altar ni el templo de Apolo. Los lamentos tuyos estén
mejor en mi boca o en la de mi madre, pues si su
cuerpo está lejos de mí no lo está su nombre~ Ya veis
1280 a esta malvada cómo urde una treta tras otra. Se ha
refugiado en el altar del dios con idea de no pagar
por sus actos.
CREUSA. — ¡En mi nombre y en el del dios, en cuyo
altar me encuentro, te prohibo que me mates!
ION.—¿Y qué tenéis en común Febo y tú?
1285 CREUSA. — He consagrado mi cuerpo al dios, para
que lo posea.
ION. — ¿Y cómo ibas a envenenar a un hijo del
dios?
CREUSA. — Tú ya no eres de Loxias, sino de tu padre.
ION. — Pero me engendró como padre; me refiero
a mi verdadera naturaleza.
CREUSA. — Entonces ya no eras suyo; en cambio yo
sí lo soy ahora y tú no.
1290 ION. — Pero tú no eres piadosa, en cambio mis acciones si lo eran entonces.
ION
137
CREUSA. — Traté de matarte porque eras enemigo
de mi familia.
ION. — No entré armado en tu tierra.
CREUSA. — Desde luego que si, y pusiste fuego a la
casa de Erecteo.
ION. — ¿Con qué antorchas, con qué llamas?
CREUSA. — Ibas a instalarte en mi casa y apoderarte i~s
de ella contra mi voluntad.
IoN. — ¡Porque mi padre quería darme lo que adquirió!
CREUSA. — ¿Qué parte de la tierra de Palas pertenecia a los descendientes de Éolo?
ION. — Juto la defendió con armas, no con palabras.
CREUSA. — Un mercenario no debería convertirse en
ciudadano del país.
ION. — ¿Entonces querías matarme por miedo al í~oo
futuro?
CREUSA. — SI, por miedo a morir si no te quedabas
en las intenciones.
ION. — Lo que tú odias es carecer de hijos cuando
ini padre me ha encontrado a mí.
CREusA. — ¿Y tú vas a arrebatar su casa a quienes
no tienen hijos?
ION. — ¿Es que no iba a tener una parte al menos
de los bienes de mi padre?
CREUSA. — Su escudo y su lanza; ésas son todas tus 1305
posesiones.
ION. — Abandona el altar y el asiento del dios.
CREUSA. — Ve a dar órdenes a tu madre dondequiera que ella esté.
ION. — ¿Es que no vas a recibir castigo por tratar
de matarme?
CREUSA. — Si, si quieres matarme dentro de este
recinto.
ION. — ¿Qué placer te producirá morir con las ban- 1310
das del dios?
136
TRAGEDIAS
contra tus asesinos. Tienes que aguantar tu suerte.
(Entra Ion por la derecha con hombres armados.>
ION. — ¡Oh padre Cefiso de aspecto tauromorfo!
¿Qué víbora es ésta que has engendrado o qué serpiente que arroja de sus ojos una llama asesina? Todo
1265 atrevimiento cabe en ella y no es inferior a la Gorgona con cuyas gotas de sangre iba a matarme. (Descubre a Creusa.) ¡Prendedía, para que destrocen las
trenzas intactas de su cabeza las cárcavas del Parnaso,
donde será despeñada.
1270 He tenido buena suerte antes de ir a Atenas y caer
en manos de mi madrastra. Entre mis compañeros he
podido calibrar tus intenciones —cuán dañina eras y
qué odio me tienes-; que si me hubieras tenido en
tu poder dentro de tu propia casa, me habrías arrojado
1275 al Hades para siempre. Pero no te van a salvar ni el
altar ni el templo de Apolo. Los lamentos tuyos están
mejor en mi boca o en la de mi madre, pues si su
cuerpo está lejos de mí no lo está su nombreJ Ya veis
1280 a esta malvada cómo urde una treta tras otra. Se ha
refugiado en el altar del dios con idea de no pagar
por sus actos.
CREUSA. — ¡En mi nombre y en el del dios, en cuyo
altar me encuentro, te prohibo que me mates!
ION. — ¿Y qué tenéis en común Febo y tú?
1285 CREUSA. — He consagrado mi cuerpo al dios, para
que lo posea.
ION. — ¿Y cómo ibas a envenenar a un hijo del
dios?
CREUSA. — Tú ya no eres de Loxias, sino de tu padre.
ION. — Pero me engendró como padre; me refiero
a mi verdadera naturaleza.
CREUSA. — Entonces ya no eras suyo; en cambio yo
silo soy ahora y tú no.
1290 ION. — Pero tú no eres piadosa, en cambio mis acciones si lo eran entonces.
ION
137
CJtEusA. — Traté de matarte porque eras enemigo
de mi familia.
ION. — No entré armado en tu tierra.
CREUSA. — Desde luego que si, y pusiste fuego a la
casa de Erecteo.
ION. — ¿Con qué antorchas, con qué llamas?
CREUSA. — Ibas a instalarte en mi casa y apoderarte í~s
de ella contra mi voluntad.
ION. — ¡Porque mi padre quería darme lo que adquirió!
CREUSA. — ¿Qué parte de la tierra de Palas pertenecia a los descendientes de Éolo?
ION. — Juto la defendió con armas, no con palabras.
CREUSA. — Un mercenario no debería convertirse en
ciudadano del país.
ION. — ¿Entonces querías matarme por miedo al í~oo
futuro?
CREUsA. — SI, por miedo a morir si no te quedabas
en las intenciones.
ION. — Lo que tú odias es carecer de hijos cuando
mi padre me ha encontrado a mí.
CREUSA. — ¿ Y tú vas a arrebatar su casa a quienes
no tienen hijos?
ION. — ¿Es que no iba a tener una parte al menos
de los bienes de mi padre?
CREUSA. — Su escudo y su lanza; ésas son todas tus 1305
posesiones.
ION. — Abandona el altar y el asiento del dios.
CREUSA. — Ve a dar órdenes a tu madre dondequiera que ella esté.
ION. — ¿Es que no vas a recibir castigo por tratar
de matarme?
CREUSA. — Sí, si quieres matarme dentro de este
recinto.
ION. — ¿Qué placer te producirá morir con las ban- 1310
das del dios?
138
TRAGEDIAS
CREUSA. — Alguien sufrirá por lo que yo he sufrido.
ION. — ¡Ay! Es terrible que el dios no haya establecido bien sus leyes para los mortales ni con criterio
sabio. Pues a los delincuentes no había que sentarlos
1315 en el altar, sino arrojarlos de allí —que no es bueno
que una mano malvada toque a los dioses—; en cambio los hombres justos debían ocupar los lugares sagrados cuando son victimas de la injusticia; y no que
tengan iguales derechos por parte de los dioses buenos
y malos con dirigirse al mismo sitio. (Sale del templo
la Pitia con una cesta envuelta en pañales.)
1320 PITIA. — ¡Detente, hijo! He abandonado el trípode
oracular y traspaso el umbral yo, la profetisa de Febo,
la que conserva la antigua usanza del trípode, elegida
entre todas las mujeres de Delfos.
ION. — Te saludo, madre mía querida, aunque no
seas quien me dio a luz.
1325 PITIA. — Dejemos que me llamen así; esta fama no
me desagrada.
ION. — ¿Has oído cómo trataba ésta de matarme
con engaño?
PITIA. — Lo he oído; mas también tú pecas de
crueldad.
ION. — ¿Es que no debo matar a quien intenta matarme?
PITIA. — Las esposas odian siempre a los nacidos
en un primer matrimonio.
1330 IoN. — Y nosotros a las madrastras, por lo mucho
que sufrimos.
PITIA. — No, abandona el templo y marcha a la
patrta...
ION. — Entonces, ¿qué debo hacer siguiendo tUS
instrucciones?
PITIA. — Marcha a Atenas puro y con buen agUero.
ION. — Pero es puro quien mata a sus enemigos.
ION
139
PITIA. — No lo bagas; escucha lo que tengo que de- 1335
cirte.
ION. — Habla, que todo lo que digas lo dirás con
buenos sentimientos.
PITIA. — ¿Ves esta cesta que llevo en las manos?
ION. — Veo una vieja cuna rodeada de bandas.
PITIA. — En ella te recibí cuando eras un recién
nacido.
ION. — ¿Qué dices? Esta historia que cuentas es 1340
nueva.
PITIA. — Porque la guardé sin decir nada; pero
ahora te la enseño.
ION. — ¿Y cómo es que me la has guardado cuando
la tenias desde hace tanto tiempo?
PITIA. — El dios quería tenerte en casa como siervo.
ION. — ¿Y ahora ya no quiere? ¿Cómo he de saberlo?
PITIA. — Porque te ha dado un padre y te envía 1345
lejos de esta tierra.
ION. — ¿Y tú conservas la cuna cumpliendo alguna
orden o por otra razón?
PITIA. — Por aquel entonces Loxias puso en mi
mente...
ION. — ¿La idea de hacer qué? Dime, termina de
hablar.
PITIA. — ... guardar hasta este momento lo que
hallé.
ION. — ¿Y qué ventaja tiene para mí... o qué des- 1350
Ventaja?
PITIA. — Aquí se ocultan los pañales en que estabas
envuelto.
ION. — ¿Los traes como medio para buscar a mi
madre?
PITIA. — Sí, ya que el dios así lo quiere, que antes
no lo quiso.
ION. — ¡Oh, qué día de felices descubrimientos!
140
TRAGEDIAS
1355 PITIA. — Toma esto y busca a tu madre.
ION. — Sí, recorreré toda Asia y los confines de Europa.
PITIA. — Tú serás quien descubra todo. Yo te crié,
hijo mío, por orden del dios, y ahora te entrego esto
que él quiso —pero no ordenó— que yo tomara en
1360 custodia; por qué lo quiso, no sabría decírtelo. Ningún
hombre mortal sabe que lo tengo ni dónde se ocultaba.
¡Adiós, te despido como si fuera tu verdadera madre!
1365 Comienza a buscar a tu madre por donde debes. En
primer lugar investiga si alguna moza délfica te parió
y expuso en este templo. Después, si fue alguna griega.
Por mi parte ya tienes todo, y por la de Febo, que ha
participado de tu destino. (Vuelve a entrar en el
templo.)
ION. — ¡Ay, ay! De mis ojos dejo caer húmedo llanto
1370 cuando pienso en el momento en que mi madre —tras
unirse en amor secreto- se deshizo de mí ocultamente
sin darme el pecho. Sin nombre en el palacio del dios
he llevado una vida de siervo. El trato del dios fue
1375 bueno, el del destino pesado; pues cuando debía recibir mimos en brazos de mi madre y gozar de la vida,
me vi privado del alimento de una madre amantisima.
Mas también es desdichada la que me parió; que sufrió lo mismo al perder las delicias de un hijo.
1380 Ahora tomaré esta cuna y la ofrendaré al dios a
fin de no descubrir lo que no deseo. Pues si resulta
que mi madre es esclava, sería peor haberla encontrado que silenciarlo y abandonar la búsqueda.
1385 Oh Febo, ofrendo a tu templo ésta... Mas ¿qué
me pasa? Estoy luchando contra la voluntad del dios
que me ha conservado esto como prenda de mi madre.
Tengo que abrir la canasta, he de tener valor, pues no
podría sobrepasar los límites de mi destino. ¡Oh bandas
1390 sagradas, y vosotros, lienzos que cubristeis a lo más
querido para mí! ¿Qué me ocultáis? He aquí la envolION
141
tura de mi bien redonda cuna. No ha envejecido por
voluntad divina y los pliegues están libres de polilla.
y sin embargo es mucho el tiempo transcurrido para
este mi tesoro.
C1~nusA. — Pero... ¿Qué aparición es ésta que tengo 1395
ante mis ojos y no puedo creer?
ION. — Sigue callada; sabes que, también antes, en
otras muchas cosas me...”.
CREUSA. — No, no voy a permanecer callada; no trates de aleccionarme. Estoy viendo la canastilla en que
un día te expuse cuando eras un recién nacido, hijo
mío, junto a la cueva de Cécrope y las elevadas rocas í~oo
Altas. Abandonaré este altar aunque tenga que morir.
(Corre hacia él.)
ION. — ¡ Prendedía! Un dios la ha enloquecido para
abandonar así las estatuas del altar. ¡Sujetad sus
brazos!
CREUSA. — Aunque me degolléis, no vais a conseguir
nada; seguiré abrazada a ti, a esta canastilla y a las 1405
cosas tuyas que encierra.
Ion. — ¿No es terrible? ¡Trata de prenderme de
palabra!
CREUSA. — No, antes bien te considero amigo, yo,
que soy tu amiga.
ION. — ¿Yo amigo tuyo? ¿Y cómo pretendías matarme a traición?
CREUSA. — Eres mi hijo, y esto es lo más querido
para un padre.
Ion. — Deja ya de urdir... ¡Bien fácilmente voy a 1410
descubrir tus mentiras! 67
“ Parece que iba a decir «me has engañado», pero Creusa
lo interrumpe irritada.
67 Lit. «cogerle». Sólo así se comprende la contestación de
Creusa, que seguramente irla acompañada de un gesto levantando los brazos.
142
TRAGEDIAS
CREusA. — Ahí deseo llegar, eso es lo que pretendo
hijo mío.
ION. — ¿La canastilla está vacía o encierra algo
dentro?
CREusA. — Contiene los vestidos con los que un día
te expuse.
ION. — ¿Podrás decirme, sin verlos, el nombre dc
cada uno?
1415 CREuSA. — Sí, y si no lo digo aceptaré la muerte.
ION. — Habla; tu audacia es portentosa.
CREUSA. — Ved. El bordado que yo hice siendo
mna...
ION. — ¿Cuál? Pues muchas son las clases de bordados de las jóvenes.
CREUSA. — ... no está acabado, es como el trabajo
de una aprendiza de lanzadera.
1420 ION. — ¿Y cuál es su diseño? No vas a cogerme en
esto.
CREUSA. — La Gorgona está en el centro de la tela.
ION. — ¡Zeus! ¿Qué destino me persigue como perro
de caza?
CREUSA. — Está bordada con sus serpientes, al modo
de la égida.
ION. — Helo aquí; éste es el bordado; lo encuentro
como un oráculo ~.
1425 CREUSA. — ¡Oh antiguo trabajo juvenil de mi telar!
ION. — ¿Hay otro objeto, además de éste, o tu suerte
se acaba aquí?
CREusA. — Hay serpientes, regalo antiguo de oro macizo de Atenea, la cual ordenó criar con ella a los niños
en imitación de Erictonio, nuestro antepasado ~.
1430 ION. — ¿Para hacer qué, para servirse cómo de esta
joya de oro?
Verso corrupto. Es inseguro el significado del mismo.
“ Cf. n. 5.
ION
143
CREusA. — Para que la lleve al cuello un recién nacido, hijo mío.
ION. — Aquí están; mas deseo conocer el tercer
objeto.
CREUSA. — Es una corona de olivo que un día puse
sobre ti, del primer olivo que Atenea llevó a su colina
rocosa. Nunca pierde la lozanía —si está ahí de ver- 1435
dad— y sigue floreciendo, pues ha nacido de un olivo
inmarcesible.
ION. — ¡Oh madre mía querida, con alegría te contemplo y pongo mi rostro sobre tus alegres mejillas!
CREusA. — ¡Hijo mío!, luz para tu madre más querida que el sol —que me perdone este dios—. i uo
Te tengo entre mis brazos —hallazgo inesperado—
cuando bajo la tierra tiempo ha con Perséfone pensaba
que habitabas.
ION. — Y sin embargo, querida madre mía, aparezco entre tus brazos yo, el muerto que no habla
muerto.
CREusA. — ¡Oh, oh, espacios abiertos del éter bri- 14.45
llante! ¿Qué palabras diré o gritaré? ¿De dónde me
ha venido este placer inesperado? ¿De dónde he recibido esta alegría?
ION. — Madre, cualquier cosa me habría podido su- 1450
ceder antes que ser hijo tuyo.
CREUSA. — Todavía tiemblo de miedo.
ION. — ¿Acaso por tenerme cuando ya me tienes?
CREUSA. — Hace tiempo perdí las esperanzas. ¡Eh,
mujer! ¿De dónde, de dónde tomaste mi hijo para ponerlo en tus brazos? ¿Qué manos lo llevaron al templo 1455
de Loxias?
Ion. — ¡He aquí la mano del dios! Tengamos ventura en el futuro igual que en el pasado sufrimos infortunio.
CREUsA. — Hijo, entre lágrimas saliste de mi vientre
~‘ entre lamentos te quitaron de mis brazos; mas ahora í’6O
144
TRAGEDIAS
respiro junto a tus mejillas, ahora que he encontro4<~
la más feliz ventura.
ION. — Cuando expresas tus sentimientos, también
expresas los míos.
CREUSA. — Ya no somos estériles, ya no sin hijos;
mi casa se ha trocado en hogar, mi tierra ya tiene
ii<>s dueño. Rejuvenece Erecteo y la casa nacida de la tierra
ya no tiene la mirada sombría como la noche, sino que
mira hacia arriba, hacia los rayos del sol.
ION. — Madre, también mi padre aquí presente debe
participar del placer que os he proporcionado.
1470 CREUSA. — ¡Oh, hijo! ¿Qué dices? ¡Qué prueba me
aguarda, qué prueba!
ION. — ¿Cómo dices?
CREUSA. — Tú has nacido de otra semilla, de otra
semilla.
ION. — ¡Ay de mí! ¿Entonces me pariste bastardo
en tu soltería?
1475 CREUSA. — No bajo antorchas ni con danzas te parió
mi himen, hijo mío.
ION. — ¡Ay, ay! Soy un bastardo; pero madre, ¿dc
dónde...?
CREUSA. — ¡Sea testigo la diosa matadora de Gorgona...!
ION. — ¿Qué palabras son ésas?
1480 CREUsA. — ... la que sobre mis alturas rocosas ocupa
la colina criadora de olivos...
ION. — Estas tus palabras me resultan arteras y 05curas.
CREUSA. — Junto a la cueva de los ruiseñores, COfl
Febo...
ION.—¿Por qué mentas a Febo?
CREUSA. — ... me acosté en furtiva unión.
1485 IoN. — Habla, seguro que vas a darme una noticiA
buena y afortunada para mí.
ION
145
CREUSA. — En la décima órbita del mes te pan para
Febo entre ocultos dolores.
ION. — ¡Agradables palabras las tuyas si son verdaderas!
CREUSA. — Por temor a mi madre te puse por pa- 1490
jales mis ropas de soltera —vagabundeos de mi lanzadera—. No te ofrecí mi leche ni mis pechos, alimentos de madre, ni de mis manos agua; en solitaria cueva
fuiste expuesto a las garras de aves para matanza, para 1495
pitanza, para la muerte.
ION. — ¡Ay madre, qué terribles sufrimientos!
CREUSA. — Por el miedo, hijo, atenazada tu vida
abandoné; a punto estuve de matarte contra mi yolzmtad.
ION. — ¡También tú ibas a morir a mis manos! ísoo
CREUSA. — ¡Ay, terrible fue entonces la suerte y terrible es ahora! Vamos dando bandazos a uno y otro
lado, ora con infortunio, ora con buena suerte. Cam- 1505
bian los vientos. ¡Que se detengan! Ya está bien con
los males pasados, que un viento favorable nos saque
de los males, hijo mío.
CoRiFEO. — Que nadie piense que ninguna situación isío
humana es desesperada a juzgar por los acontecimientos de hoy.
ION. — ¡Oh Fortuna, que trastocas la condición de
miles de hombres y haces que sean desventurados y
de nuevo tengan éxito! ¡Cuán cerca he estado de matar isis
a mi madre y de recibir yo un trato inmerecido!
¡Ay! ¿Cómo es posible descubrir tantas cosas en el
espacio de un día, bajo el brillante abrazo del sol?
Madre, es feliz el descubrimiento que hemos realizado, y en lo que a mí toca en nada es reprochable mi
Dacimiento. Pero sobre lo demás quiero hablar contigo 1520
a Solas. Ven aquí, que quiero hablarte al oído y cubrir
de oscuridad el asunto.
146
TRAGEDIAS
(Aparte.) Madre, ¡cuidado!, no vaya a ser que —como
sucede a las jóvenes— hayas sido débil cayendo en un
1525 amor furtivo y ahora eches la culpa al dios. No vayas
a decir que me pariste para Febo —sin intervenir el
dios— por tratar de evitarme el baldón.
CREUSA. — No, ¡por Atenea Victoria que en su carro
sostuvo la lanza codo a codo con Zeus contra los Giisao gantes! Ningún mortal es tu padre, hijo mio, sino el
soberano Loxias, el que te ha criado.
ION. — Entonces, ¿por qué ha entregado su propio
hijo a otro padre y dice que soy hijo de Juto?
CREUSA. — No dice que hayas nacido de Juto, sino
que te entrega a él como regalo, aunque eres hijo suyo.
1535 Un amigo puede entregar su propio hijo a otro amigo
para que gobierne su casa.
ION. — ¿Y el dios dice verdad o su oráculo es vano?
Porque me tiene confundida la mente, como es lógico,
CREUsA. — Escucha, hijo, lo que se me ha ocurrido:
1540 Loxias, por hacerte un favor, te ha establecido en casa
noble; con tener el nombre de hijo del dios nunca
habrías sido heredero de una casa ni del nombre patemo. ¿ Pues cómo, si yo misma oculté mi amor y es1545 tuve a punto de matarte a traición? Así que él, por tu
bien, te ha dado otro padre.
ION. — No voy a llegar al final de este asunto tan a
la ligera. Entraré en el templo y preguntaré a Febo si
soy hijo de padre mortal o de Loxias. (Aparece Atenea
sobre el templo.)
1550 ¡Eh! ¿Quién es el dios que asoma su cabeza resplandeciente por encima del santuario? ¡Huyamos, madre! No debemos ver a los dioses si no es el momento
oportuno para que los veamos.
ATENEA. — ¡No huyáis! No estáis huyendo de una
enemiga, sino de quien os favorece en Atenas y aquíisss
Soy yo quien ha llegado, Palas, quien da nombre a
tu tierra. Vengo en apresurada carrera de parte de
ION
147
Apolo, que no ha juzgado conveniente aparecer ante
vuestra vista porque no se hagan públicos los reproches por los hechos pasados. Me ha enviado con este
mensaje: ésta te dio a luz de Apolo, tu padre, y te ha 1560
entregado a quienes te ha entregado no porque te
hayan engendrado, sino para llevarte a la casa más
noble de todas. Cuando se descubrió el asunto y quedó
patente, por temor a que murieras por las acechanzas
de tu madre (y ésta por las tuyas), os salvó con ha- i565
bilidad.
El soberano quería mantenerlo en secreto y que
luego en Atenas descubrieras que ésta es tu madre y
que tú eres hijo suyo y de Febo.
Pero... para dar término a mi misión y al oráculo
del dios por el que he uncido mi carro, prestad aten- 1570
ción los dos.
Creusa, toma a tu hijo, dirígete a la tierra de Cécrope y asiéntalo en el trono de rey. Como hijo que
es de los descendientes de Erecteo, tiene derecho a
gobernar mi tierra. Y será afamado en toda la Hélade. 1575
Sus hijos, nacidos de un solo tronco, serán cuatro
y darán nombre a mi tierra y a las tribus del pueblo
que habita en mi colina rocosa. La primera será Geleón ‘~. Después vienen los Hopletes y los Argades. Los ísso
Egícores tendrán una sola tribu nombrada a partir
de mi égida. A su vez los hijos de éstos habitarán en
el tiempo señalado las ciudades de las islas Ciclades
y las regiones costeras, lo cual dará fuerza a mi tierra.
Habitarán también las llanuras de los dos continentes 1585
que separa el estrecho, el de Asia y el de Europa. En
gracia al nombre de éste serán afamados con el nombre de Jonios.
70 Quizá <los que trabajan la tierra». Hopletes significa
<Guerreros», Argades <trabajadores» y Egicores <cabreros»,
aunque aqul se los ponga en relación con la égida de Atenea.
148
TRAGEDIAS
Juto y tú tendréis también una estirpe común,
ís~o Doro 71, por quien será cantada la Dóride en tierra de
Pélope. Habrá un segundo hijo, Aqueo 72, que será rey
de la zona costera cercana a Rión. Un pueblo será señalado para recibir de él su nombre.
1595 Apolo ha llevado todo a buen fin: primero te hizo
dar a luz sin dolor para que no se enteraran los tuyos.
Cuando pariste a este hijo y lo expusiste en sus paflales, ordenó a Hermes que lo tomara en sus brazos y
í6oo transportara al niño hasta aquí. ~l lo crió y no permitió que perdiera la vida.
Conque ahora oculta que es hijo tuyo a fin de que
Juto conserve feliz su creencia y tú, mujer, te pongas
en camino con lo que más amas.
1605 ¡Adiós! Os anuncio un destino feliz después de este
alivio en vuestros sufrimientos.
ION. — ¡Oh Palas, hija del gran Zeus, no desconfiamos de tus palabras! Creo que soy hijo de Loxias y
de ésta. Incluso estaba convencido de ello.
CREUSA. — Escucha ahora mis palabras: alabo a
1610 Febo yo que antes no lo hacía porque me ha devuelto
al hijo que había descuidado. Ahora veo con agrado
estas puertas y el oráculo del dios que antes me resultaban odiosos. Ahora tomo en mis manos con gusto
estas aldabas y me despido de las puertas.
ATENEA. — Yo alabo tus buenas palabras con Apolo
y tu cambio de actitud. En verdad la acción de los
dioses es siempre lenta, pero al final no carece de
fuerza.
1615 CREUSA. — Hijo, marchemos a casa.
ATENEA. — Poneos en marcha, que yo os seguiré.
71 Eurípides remodela intencionadamente la genealogía de
los epónimos de las tribus griegas. En Hesíodo, Doro es hermano de Juto y, por tanto, anterior a Ion y de origen divmO.
72 Aqueo se aplicó en el y. 64 como epíteto de Juto; aquí
se da como nombre a un hijo de éste.
ION
149
ION. — Digna es en verdad nuestra guía.
CREUSA. — Y amante de su ciudad.
ATENEA. — Ve a sentarte en un trono antiguo.
ION. — ¡Magnífica herencia! (Salen todos.)
CoRx¡~o. — Adiós, Apolo, hijo de Zeus y Leto. Aquel
cuya casa se ve zarandeada por la desgracia, debe tener 1620
fortaleza si venera a los dioses. Pues al final, los buenos obtienen su merecido y los malos, en cambio, jamás
saldrán ganadores, como corresponde a su naturaleza.
LAS TROYANAS
iNTRODUCCIÓN
1. Las Troyanas es una de las pocas obras de Eurí•pides de las que conocemos no sólo su fecha, sino
incluso la suerte que corrió en la competición de las
Grandes Dionisias. Por el comentario marginal de
Eliano (Varia Historia, II, 8) sabemos que se representó en el año 415 (Olimpíada noventa y una) junto
con otras dos tragedias 1 —el Alejandro y el Patamedes— y un drama satírico —Sísifo~--—, cediendo el primer puesto al oscuro poeta trágico Fenoles, que lo
superó con sus Edipo, Licaón y Bacantes.
Desde hace mucho tiempo se ha considerado que
las tres obras formaban una trilogía. Y bien puede ser,
como luego veremos, si bien no hay que pensar de
ninguna manera en una trilogía al estilo de las de
Esquilo. Se ha pensado que lo que les da el carácter
unitario de trilogía es no solamente el tema de Troya,
sino incluso algún elemento especifico, en el que, desde
luego, no coinciden los criticos de Eurípides. Así se ha
1 De estas dos primeras, aparte de los fragmentos que conServamos, existen resúmenes de HIGINO (Fabulae 91 y 105) que
bien pueden deberse a la obra de Eurípides y, para el primero,
los fragmentos de Alejandro de Enio que, al parecer, era copia
bastante fiel del drama curipideo. Cf. Muiu~AY, «The Trojan
Trilogy of Eurípides>, Melanges Glotz IT, ParIs, 1932, páginas
M5-56.
LAS TROYANAS
pensado que en cada una de ellas hay una injusticia
que se paga (con Paris, con Palamedes) 2; o que todas
participan del tema común de la parachárasis, es decir,
que aparentemente acaban bien, pero en realidad las
consecuencias son desastrosas: el Alejandro termina
felizmente, pero la supervivencia de éste traerá los
horrores de la guerra de Troya; en el Palamedes, este
héroe acaba muriendo pero consigue vengarse y en
cambio sus rivales, que momentáneamente logran vencerlo, acaban mal 3; o que el tema que las une es el
pesimismo, el nihilismo, la carencia absoluta de fe en
un orden divino o humano ~.
2. Vamos a analizar brevemente los dos primeros dramas,
de los que quedan escasos restos, para luego extendernos sobre
la estructura del único que nos queda de la trilogía. Las Troyanas.
Alejandro 5. Esta obra podría encuadrarse en el grupo de los
dramas con mechdnema y anagnórisis o.
En ella se exponía, sin duda, el nacimiento del niño Paris,
el intento de Príamo y Hécuba de desembarazarse de él, debido
al oráculo según el cual, de vivir, seria la perdíción de Troya;
su exposición y rescate de la muerte por un viejo pastor y su
crianza entre pastores. Pero la obra probablemente dramatizaba
sólo el intento de asesinato de Paris, por parte de Hécuba y su
hermano Deifobo, por haber ganado —¡ siendo pastor!— en los
juegos funerarios realizados en su propio honor (dado que se
le creía muerto); el reconocimiento final y su icogida en la
familia de Priamo. El drama probablemente tenía este final
2
L. PARMENTIER, Euripide IV, Les Troyennes; cf. Notice’.
MURRAY, art. cit., págs. 645, 49-50, 52-56.
4 V. V. WnAMowITz, Troerinnen, ~Einleitung.~, pág. 263.
Para la reconstrucción de esta tragedia cf. B. SNBI.
«Euripides Alexandros und andere strassburger papyrt>. Hermes Einzelschrisf ten V. 1937-1-68.
6 Sobre la estructura de este tipo de dramas de EurípideS.
cf. SOLMSEN, «Euripides~ Ion im Vergleich mit anderen Tragódien~., Hermes LXIX (1934), 390-419.
frjíz, pero contenía las profecias de Casandra (matendidas, como
era su sino) según las cuales Paris seria la perdición de su
patria.
Palamedes. El segundo drama de la trilogía nos transporta
a Troya, donde Odiseo y Agamenón consiguen condenar a
muerte a este héroe civilizador, inventor de la escritura. Le
acusan de traición sirviéndose para engañarlo de su propio
invento: colocan en su tienda una carta falsa de Príamo dirigida a él y acompañada de una suma de oro. Pero también
Palamedes se sirve de la escritura para comunicar a su padre,
Nauplio, su injusta muerte (le envía el mensaje en un remo),
y éste acabará vengándose de los griegos, también mediante el
engaño: agitará antorchas en el promontorio de Caferea para
que los griegos, en su regreso, piensen que se trata de un
puerto y acaben estrellándose contra las rocas. esta es en
realidad la historia de Palamedes, pero no sabemos en absoluto
cómo la dramatizó Eurípides; aunque es de suponer que la
parte central fuera, precisamente, un agón (en este caso quizá
el juicio mismo al que le someten sus enemigos).
Las Troyanas. Mediante otro salto temporal considerable,
Eurípides nos presenta ahora el último día de Troya: la ciudad
ha sido invadida y saqueada; los hombres, muertos: las mujeres, hechas prisioneras, aguardan el sorteo que decidirá con
quién de los griegos habrán de ir como esclavas. Quien
nos expone los antecedentes de la situación en el PRóLOGO
(1-44) es el dios Posidón, que está a punto de abandonar la
ciudad en vista de que ya no hay templos en que se le rinda
culto. Cuando está a punto de irse. aparece Atenea. quien en
un didiogo, en su mayor parte esticomítico, le expone su odio
actual contra sus antiguos protegidos los aqueos (por haber profanado su templo) y pide la colaboración de Posidón para destruir la flota griega. Posidón acepta y ambos desaparecen.
Ahora vemos a Hécuba que se halla postrada delante de una
tienda de campaña y la oímos entonar una monodia lírica: su
Canto es monótono y alude al dolor que sufre por haber perdido esposo, hijos y ciudad; maldice a los griegos y a Helena
Y lamenta su futura esclavitud. Al final incita a cantar —como
auténtica jefe de coro— a las muchachas troyanas que lo forKhan. La pdrodos es un diálogo lírico entre Hécuba y el Coro:
154
TRAGEDIAS
155
LAS TROYANAS
su canto alternado está lleno de incertidumbre y pregunta:
¿nos llevan ya?, ¿adónde nos llevarán? En la segunda estrofa expresan sus deseos de dirigirse a Atenas, Corinto, Tesalia, Sicilia.., a cualquier lugar, salvo Esparta. Cuando acaban su cantc>,
aparece el heraldo Taltibio iniciando el PRIMER EPISODIO (235.
510). Formalmente muy variado, comienza con un epírrem*
entre Taltibio y Hécuba en que aquél anuncia que ya han sido
sorteadas. Hécuba quiere enterarse del destino de cada troyana
y el heraldo le comunica el de Casandra, el de Polixena (coa
palabras veladas le da a entender que ha muerto sacrificada,
pero Hécuba no lo entiende), el suyo propio como esclava cae
Odiseo. Cuando el Corifeo pregunta por el de las muchachas
del coro, el heraldo las interrumpe y reclama la presencia de
Casandra. En este momento divisan la luz de una antorcha y
aparece la joven sacerdotisa, que canta un himeneo, llena de
una alegría salvaje porque su unión con Agamenón va a ser
la ruina de la familia de Atreo. Después del canto lírico, Casandra se extiende en dos largas tesis, en las que expone, ya
con un talante sereno y frío, la tesis de que 16s verdaderos
perdedores de la guerra son los griegos: en el pasado, durante
la guerra, porque sufrieron mucho más que los troyanos, al
estar lejos de su patria; en el futuro, porque les aguardan
calamidades sin cuento, especialmente a Odiseo y Agamenón.
La intervención de Casandra parece un auténtico agón pero,
aunque Taltibio está presente, no hay oponente: el heraldo se
limita a amenazar a Casandra y a censurar a Agamenón por
haber elegido como concubina a tal fiera. El episodio termina
con una larga tesis de Hécuba, en que vuelve a exponer sus
desgracias, y a continuación se inicia el PRIMER EsL(51M0 (511576). El Coro pide a la Musa, a la manera épica, que le entone
un nuevo canto sobre Troya, esta vez de duelo. Y canta, de
forma impresionista, el momento culminante de la calda de
Troya: la introducción del caballo, los cantos y danzas de los
hombres y mujeres de Troya que creen terminada la guerrE
luego, la desolación de las muchachas en sus alcobas.
Se abre ahora el SEGUNDO EPISODIO (577-798) con un diálogo
lírico entre Hécuba y Andrómaca, que entra en un carro, sentada -con su hijo al pecho— sobre las armas de Héctor.
Es un treno, de lamentos entrecortados, por sus respectivos
muertos.
A continuación, un agón entre ambas. Se inicia con un diálogo esticomitico en que Andrómaca informa a Hécuba sobre
la muerte de Políxena. Cuando Hécuba comienza a lamentarse,
Andrómaca la interrumpe con una tesis en que mantiene que
Polixena es más feliz que ella porque ya ha muerto y no
sufre. En ella nos cuenta su antigua felicidad y el vuelco que
ha dado su suerte: Hécuba le contesta animándola a vivir por
si un dia su hijo pudiera volver a poner Troya en pie.
Entra ahora Taltibio, que en diálogo con Hécuba le informa
sobre la decisión de los aqueos de matar al hijo de Andrómaca,
a lo que Hécuba responde con un treno por el niño.
El SEGUNDO EsTAsIM o (799-859) vuelve a insistir en el tema de
Troya, aludiendo ahora a la primera destrucción de la ciudad
(estrofa-antistrofa 1) y apostrofando a los héroes troyanos
divinizados que no han hecho nada por su ciudad (Ganimedes,
Titono).
Aparece ahora Menelao con su ejército, dando comienzo al
TERCER EPISODIO (860-1059). Viene en busca de Helena para ilevársela a Esparta y allí matarla, como nos informa en una
especie de pequeño segundo Prólogo. Hécuba, que yace postrada, se incorpora al oir sus palabras y se dirige a él alabando
su actitud y previniéndole contra el poder de seducción de
Helena.
Sale ésta ahora de la tienda en compañía de los soldados y,
tras informarle Menelao de la decisión del ejército, pretende
defenderse. Se inicia un agón entre Hécuba y Helena. asta
culpa a todo el mundo, empezando por Priamo, que no mató
a Paris, como debía; y sobre todo a Afrodita, diosa que domlna incluso a Zeus y la arrastró a ella. Además, cuando Paris
murió, ella —dice— trató de escapar hacia el campamento
aqueo. Hécuba contesta negando credibilidad al juicio de Paris
y con la idea de que no fue Afrodita, sino Afrosine (lujuria)
quien la perdió.
Tras un forcejeo entre Helena (suplicando piedad), Hécuba
(previniendo a Menelao) y éste dando la razón a Hécuba, se
inicia el TERCER E5TLsIMO (1060-1122).
156
TRAGEDIAS
157
LAS TROYANAS
De nuevo el tema de Troya. Ahora se reprocha a Zeus, antiguo protector de la ciudad, su abandono de ésta. El Coro
llora a sus esposas y su propia suerte; desea que un rayo
destruya la nave de Menelao en su regreso y de nuevo pida
que no le toque en suerte ir a Esparta, origen de l~ perdici~
para Troya.
Cuando el Coro termina su canto, aparece Taltibio con ej
cadáver de Actianacte; es el último golpe que cae sobre la
pobre Hécuba. El ÉXoDO (1123-1332) ya no puede contener mas
que una cadena de lamentos.
Se abre con una resis de Taltibio en que transmite las últAmas órdenes de los aqueos: la flota está a punto de partir,
aunque Neoptólemo ya ha zarpado llevándose a Andrómaca y
dejando el encargo de que entierren al niño. A continuacido
Hécuba pronuncia una oración fúnebre llena de patetismo sobre
el cadáver y a ésta sigue un diálogo epirremático con el Coro
que constituye un treno por el niño (aunque hay una nota dc
consuelo: ¡ sus males al menos serán objeto de canto para los
venideros!).
De nuevo entra Taltibio dando órdenes a los aqueos de que
pongan fuego a Troya, y a las prisioneras y Hécuba que los
sigan, pues ya va a zarpar la flota. Y se inicia el último treno,
que cantan, en diálogo lírico, Hécuba y el Coro: esta vez por
Troya, que arde y se derrumba para siempre.
3. Las Troyanas es otra obra de Eurípides que ha
recibido un sinnúmero de críticas negativas con respecto a su pretendida falta de unidad, carencia de
acción, endeblez de los caracteres, etc.7.
Desde una consideración superficial —siempre con
el «modelo> aristotélico de tragedia ante la vista— es
obvio que carece de unidad (son cuatro cuadros yuxtapuestos); la acción —cuando la hay— no procede de
la interacción de los caracteres, sino que viene in7 Cf. especialmente A. STEI<ER, .‘Warum schrieb Eurípides
seine Troerinnen~, Philologus LIX (1900), 363-66; WzLu¡oWflZ,
op. cit., pág. 263; MVRRAY, op. cit., pág. 645.
puesta siempre desde fuera. En fin, apenas se le podna dar a esta obra el nombre de tragedia.
Con todo, quizá la comprensión recta del tema de
la obra nos ayude a justificar como otras veces lo que,
a primera vista, pueden parecer «fallos>.
Si se ve en ella, solamente, la tragedia personal o
familiar de Hécuba, es lógico que se critique la escasa
robustez de este carácter. Es un carácter plano, sin
relieve alguno; es solamente una mujer que recibe
golpe tras golpe a lo largo de la obra.
Por otra parte, el que Troya esté en el fondo no
sólo de Troyanas, sino de toda la trilogía, no basta
para darle cohesión al drama. Aun así, seguiría siendo
una «serie> de escenas yuxtapuestas sobre el tema de
la guerra de Troya que no llegaría a formar una unidad real.
Tampoco es suficiente buscar ésta dirigiendo nuestra atención al plano divino, como sugiere Wilamowitz.
Es cierto que en esta obra, como en otras muchas de
Eurípides, los dioses sólo aparecen, como dice Kitto ~,
<para cortarse el cuello a sí mismos»: aparecen como
egoístas, arbitrarios, desleales, inmorales. Pero no es
éste el tema principal ni la idea motriz. El tema de
Troyanas es, sin duda, el sufrimiento humano producido, en este caso, por la guerra; no la de Troya —aunque sí sea el marco-, sino la guerra en general.
Sufrimiento que alcanza tanto a vencedores como a
vencidos. En efecto, se tiende a olvidar el gran protagonista, anónimo y apenas presente en escena, de esta
obra: los griegos. Desde el comienzo de la trilogía se
insiste en el sufrimiento de éstos: la segunda parte,
el Palamedes, se centra precisamente en el bando vencedor; y en las Troyanas, desde el Prólogo, en que
Posidón ‘~‘ Atenea están planeando la destrucción de
8 H. D. F. Krrro, The Greek Tragedy, Londres, 1966.
158
TRAGEDIAS
159
LAS TROYANAS
la flota, hasta el episodio de Helena, sin olvidar el de
Casandra, que predice la destrucción de la casa de
Atreo y las penalidades que aguardan a Odiseo y re.
cuerda las que pasaron todos los griegos ya durante
la guerra, la idea de descalabro del vencedor forma ¡
contrapunto permanente a los golpes sucesivos que
recibe la familia real de Troya.
Esto es lo que explica la <forma> de la obra y la
pobreza de sus caracteres. En cuanto a la estructura,
el drama es episódico precisamente porque trata de
ejemplificar con varios cuadros el sufrimiento que produce la guerra, especialmente en las mujeres: el Coro,
Casandra, Andrómaca, Hécuba, y Helena por el bando
vencedor. Con todo, hay dos elementos que mitigan
esta impresión de esquematismo: la tensión creciente
entre los varios cuadros y el empleo inteligente del
Coro. Lo primero es obvio: cada escena, por dolorosa
que sea, lleva consigo al final un relajamiento de la tensión para remontarse de nuevo a una tensión mayor en
la escena Siguiente ~. Por otra parte, el Coro en cada
estásimo tiende un puente entre los diversos episodios
al prescindir de lo que ocurre en escena y repetir con
monotonía el tema de la captura de Troya.
Respecto a los personajes, sólo son lo que se espera que sean: símbolos de la humanidad sufriente.
No se espera que reaccionen ante los golpes que se les
vienen encima; son simplemente víctimas.
De esta forma una obra como Troyanas, sin acción
ni caracteres, tiene tanta fuerza como la mejor de 56facIes. Y la razón es porque actores y Coro se subordinan —los primeros precisamente por su falta de
relieve, y los segundos profundizando liricamente— al
9 Cf. D. 1. CONACHER, Euripidean Drama, págs. 137 y sigs.,
Londres, 1967.
tema de muchas tragedias de Eurípides: el azote que
constituye la guerra.
Es una forma de teatro radicalmente opuesta a la
de Sófocles —donde el drama surge de la interrelación
entre caracteres y acción—, pero igualmente válida y
dramáticamente eficaz.
160
TRAGEDIAS
161
ARGUMENTO
Después de la destrucción de Ilión, decidieron Atenea y Posidón destruir el ejército aqueo —el uno,
porque todavía era fiel a su ciudad por haberla fundado; la otra, por odio contra los griegos por causa
de la violación de Casandra por Ayax. Los griegos se
sortearon a las prisioneras de rango y entregaron
Casandra a Agamenón, Andrómaca a Neoptólemo y
Polixena a Aquiles. Pues bien, a esta última la degollaron sobre la tumba de Aquiles y a Astianacte lo
arrojaron desde la muralla; Menelao se llevó a Helena
con intención de matarla y Agamenón se llevó como
novia a la profetisa.
Hécuba, luego de acusar a Helena y de lamentar
y honrar a los muertos, fue llevada a la tienda de Odiseo
y entregada a éste como esclava.
PERSONAJES
POSIDÓN.
ATENEA.
HÉCUBA.
TALTIBIO.
CASANDRA.
ANDRÓMACA.
MENELAO.
HELENA.
CORO de cautivas troyanas.
Escena: Las minas de Troya. En escena las tiendas
del campamento griego. En el centro, Hécuba postrada
ante una tienda.
(Aparece Posidón sobre la tienda de Hécuba.)
POSIDÓN. — Aqul estoy yo, Posidón, tras abandonar la salina profundidad del mar, donde los coros
de Nereidas entrelazan las hermosísimas huellas que
dejan sus pies.
Y es que desde el mismo día en que Febo y yo 5
rodeamos de pétreas torres esta tierra de Troya con
ayuda de plomadas’, nunca ha abandonado mi pecho
el amor que siento por la ciudad de estos mis frigios,
ésta que ahora humea y ha sucumbido destruida por
las lanzas argivas. El focense Epeo2 del Parnaso en- io
sambló, por las artes de Palas, un caballo henchido
de hombres armados e introdujo la mortífera imagen
dentro de los muros. De aquí recibirá entre los hombres venideros el nombre de Caballo de Madera, encubridor de lanzas escondidas. Los bosques están va- 15
dos y los santuarios de los dioses se han desplomado
entre la carnicería. Contra los cimientos mismos del
templo de Zeus el del Cerco3 ha caído muerto Príamo.
1 Posidón y Apolo habían levantado los murus de Troya
por encargo del rey Laomedonte. Al no recibir la paga acordada, Posidón envió un monstruo marino que devastaba las
Zonas costeras (cf. Ilíada XXI 441 y sigs.).
2 Según Odisea VIII 493, construyó con ayuda de Atenea,
el célebre Caballo de Troya. Según Esraslcoao (flíou Persis,
Ir. 1, VtIRTHEIM) era un personaje oscuro, el porteador de agua
de Agamenón.
3 1. e. Protector del Hogar. Esta denominación (como la de
ktesios, «protector de las posesiones«) procede de su carácter
de dios paterfamilias, protector de la familia.
LAS TROYANAS
Oro sin cuento y otros despojos de los frigios están
20 siendo llevados a las naves aqueas; pero aguardan un
viento favorable de proa, con el deseo de ver a sus
esposas e hijos después de diez años, estos griego.
que han asediado la ciudad.
También yo —vencido por la diosa argiva Hera y
por Atenea, que colaboraron en la destrucción de los
25 frigios— me dispongo a abandonar la ilustre Ilión y
mis propios altares; pues cuando la soledad funesta se
apodera de una ciudad, sufren los intereses de los
dioses y éstos no suelen recibir culto.
El Escamandro retumba con el eco de los gemidos
de las prisioneras que se han sorteado los vencedores.
30 De unas se ha apoderado el ejército arcadio, de otras
el tesalio y los teseidas, jefes de los atenienses. Las
troyanas que no han sido sorteadas se cobijan aquí,
bajo estas tiendas, elegidas por los jefes del ejército.
35 Con ellas están la laconia Helena, hija de Tindáreo,
considerada prisionera con razon.
Y si alguien quiere ver a la desdichada Hécuba,
aquí la tiene, postrada ante las puertas, derramando
io abundante llanto por numerosas razones: su hija Políxena ha muerto pacientemente ante la tumba de
Aquiles sin que ella lo sepa 4; muertos son Príamo y
sus hijos, y a Casandra, a quien el soberano Apolo dejó
soltera y entregó al delirio profético, la h~’ desposado
Agamenón en unión secreta, despreciando las leyes
divinas y toda religión.
45 ¡Adiós, ciudad que un día fuiste afortunada; adiós
muros de pulidas piedras! Si no te hubiera perdido
Palas, la hija de Zeus, todavía estarías sobre tus cimientos. (Aparece a su lado la diosa Atenea.)
4 Hemos mantenido esta lectura por ser la difficilior. Otros
prefieren leer oiktrd «lamentablemente..
ATENEA. — ¿Me es lícito saludar al pariente más
cercano de mi padre, al dios poderoso y honrado entre
los dioses, ahora que he puesto fin a nuestra anterior 50
enemistad?
POSIDÓN. — Sí puedes, soberana Atenea, que el
trato entre parientes es un bálsamo no desdeñable
para el corazón.
ATENEA. — Alabo tu carácter sensato. Traigo un men- ss
saje que quiero poner a nuestra común consideración,
soberano.
PosmóN. — ¿Acaso traes un nuevo mensaje divino
de parte de Zeus o de alguno de los dioses?
ATENEA. — No, he venido para buscar tu fuerza y
unirla a la mía en beneficio de Troya.
POSIDÓN. — ¡Vaya! ¿Es que has abandonado tu antiguo odio y ahora que arde entre llamas te ha dado 60
lástima?
ATENEA. — Contesta primero a esto: ¿estás dispuesto
a deliberar conmigo y a colaborar en lo que deseo
llevar a cabo?
POSIDÓN. — Desde luego, pero primero deseo conocer tus popósitos. ¿Has venido a ayudar a los aqueos
o a los frigios?
ATENEA. — Quiero que ahora se alegren los troya- 65
nos, mis antiguos enemigos, y hacer que el retorno del
ejército aqueo sea amargo.
POSIDÓN. — ¿Y por qué saltas de un sentimiento a
otro y odias en exceso o amas al azar?
ATENEA. — ¿ No sabes que hemos sido ultrajados yo
y mi propio templo?
POsIDÓN. — Lo sé, cuando Ayax arrastró a Casandra 70
por la fuerza.
ATENEA. — Y sin embargo nada le han hecho los
aqueos, ni siquiera se lo han censurado.
POSIDÓN. — ¡Y pensar que destruyeron Ilión ayudados por ti!
166
TRAGEDIAS
167
LAS TROYANAS
ATENEA. — Por eso quiero dañarlos con tu ayuda.
PoSIDÓN. — Estoy dispuesto, en lo que de mi de..
pende, a lo que quieres. ¿Qué les harás?
75 ATENEA. — Quiero que tengan un retorno lamentable.
POSIDÓN. — ¿Mientras esperan en tierra o en el
salino mar?
ATENEA. — Cuando conduzc~in sus naves a casa desde
Ilión. También Zeus les enviará lluvia, granizo sin
cuento y ennegrecedores soplos de viento.
so Me ha prometido entregarme el fuego de sus rayos
para lanzarlo contra los aqueos y abrasar sus naves.
Por tu parte, haz que el Egeo ruja con olas gigantescas
y remolinos; llena de cadáveres la cóncava babia de
as Eubea para que en el futuro aprendan los aqueos a
respetar mis templos y a venerar también a los demás
dioses.
PosIDÓN. — Así será. El agradecimiento no precisa
largos discursos. Removeré el piélago del mar Egeo.
90 Los acantilados de Míconos y las rocas de Delos, Esciros, Lemnos, y los promontorios de Caferea5 acogerán
los cadáveres de muchos muertos.
Conque marcha al Olimpo, toma de manos de tu
padre los proyectiles de sus rayos y aguarda a que
el ejército aqueo suelte amarras. (Desaparece Atenea)
95 Es necio el mortal que destruye ciudades; si además deja en soledad templos y tumbas —santuarios
de los muertos—, prepara su propia destrucción para
después. (Desaparece Posidón.)
5 Islas de diversas partes del Egeo: Míconos es una islita
cerca de Delos; Esciros está al Este de Eubea; Lemnos, al
Norte del Egeo; los promontorios de Caferea están el S. E. d
Eubea (allí es donde Nauplio se vengarla de los griegos por
la muerte de su hijo Palamedes). Se trata de una referencia 5
la obra anterior de la trilogía y un avance de los sufrirniexitos
de los vencedores, lo que constituye el contrapunto de la obra
al sufrimiento del vencido (cf. Introducción>.
HÉCUBA. — (Levantándose lentamente.) ¡Arriba, malhadada! Levanta del suelo la cabeza, endereza tu cuefo. Esto ya no es Troya. No somos reyes de Troya. sao
Soporta que se tuerza tu suerte, navega siguiendo la
corriente, siguiendo el destino, y no opongas la proa
de tu vida a las olas de Fortuna en que navegas.
¡Ay, ay! ¿Qué le falta para lamentarse a esta des- sos
graciada que ha perdido su patria, sus hijos y su esposo? ¡Ah, orgullo abatido de mis antepasados! ¡Qué
poca cosa eres! ¿Qué tengo que callar? ¿Qué no silen- sto
ciaré? ¿Qué can taré en mi treno? Digna de lástima soy
por esta postura infausta de mis miembros —tal como
estoy postrada con la espalda tendida en duro lecho—.
¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y costados! ¡Cómo sis
deseo revolverme y dar la espalda y el dorso a una
pared y luego a otra para entregarme al perpetuo lamento de mis tristes lágrimas! La misma Musa tienen 120
todos los desgraciados para cantar su destino sin
coros. ¡Oh proas de las naves, que con veloz remo a
la sagrada Ilión os dirigisteis por el mar purpurino,
por los puertos de buen anclaje de la Grecia —acom- 125
pafiadas del odioso peán de las flautas y de la voz de
sonoras sirin ges— dotadas de la entrelazada maroma6
de Egipto, ¡ay!, para buscar en las radas de Troya a 130
la odiosa mujer de Menelao, perdición7 para Cástor y
baldón del Eurotas, la que ha degollado a Príamo,
sembrador de cincuenta hijos, y a mí, la desdichada, 135
me ha arrastrado a esta ruina. ¡Ay de mí! ¡En qué
asientos me siento cercanos a la tienda de Agamenón!
Me llevan de mi casa como a una esclava vieja con 140
6 Lit. «la entrelazada crianza <paide fa, quizá «manufactura»)
~Iel Egipto.. Es una metonimia que hace referencia a la planta
del papiro.
7 Gr. ltba. Según una tradición, los Dioscuros se suicidaron por la deshonra que les produjo Helena (cf. también Helena. 137 y sigs.). Otros prefieren traducirlo por «ultraje..
168
TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
cabeza rapada en luto lamentable. (Se vuelve hacia las
tiendas.) Mas ¡ea, esposas desdichadas de los troyanas
de broncíneas lanzas y vosotras, muchachas, moz<Li
145 malmaridadas! 8 Arde Ilión, gimamos; que yo, como
una madre a sus alados pájaros, voy a entonar el gor.
sso jeo, el canto, bien distinto del que un día, en el cetro
de Priamo apoyada, con los golpes sonoros de mi pie
conductor iniciaba las danzas a los dioses frigios. (Aparece un semicoro de cautivas.)
CORO.
Estrofa 1.
Hécuba, ¿por qué lloras, qué gritas? ¿Hasta dónde
155 llegan tus palabras? A través de estos techos’ he oído
los lamentos que lanzas. El terror ha atravesado el
pecho de las troyanas, que, dentro de esta casa, lamentan su esclavitud.
160 HÉCUBA. — Hijas, sobre las naves de los aqueos se
mueve ya la mano del remero.
CORO. — ¡Ay de mi! ¿Qué quieren? ¿Acaso ya me
embarcan lejos de mi patria?
HÉCUBA. — No sé, mas barrunto nuestra perdición.
165 CoRo. — ¡Ay, ay! ¡Desdichadas troyanas que vais a
someteros al trabajo de esclavas, salid de esta mansión!
Los argivos preparan el regreso.
Antistrofa L’
170 HÉcUBA. — ¡Ay, ay! No me llevéis a mi Casandra,
poseida por Baco, ob¡eto de ultraje para los argivos,
a mi ménade, no vaya a consumirme en el dolor. ¡Ay
Troya, Troya, desgraciada, has perecido! Desgraciado
8 Se refiere, naturalmente, a las <bodas. que les aguardan
con los vencedores.
9 Gr. málathra significa: 1) viga del techo; 2) techo; 3) dintel; 4) palacio. Ninguno de estos significados es apropiado a
una tienda, salvo 2) por eztensión.
lien te abandona vivo o ya cadáver. (Entra el otro í75
sen coro de cautivas.)
CORO. — ¡Ay de mí! Temblorosa la tienda he dejado
de Agamenón para escucharte, oh reina. ~No habrán
decidido los aqueos matar a esta desdichada? ¿Acaso sso
en las proas ya los marineros se disponen a mover los
remos?
HÉCUBA. — ¡Hija, levanta el ánimo! He venido a
golpes de terror.
CORO. — ¿Ha venido algún heraldo de los dánaos?
¿De quién me ha tocado ser paciente esclava? sss
HÉcUBA. — Ya estás muy cerca del sorteo.
CoRo. — ¡Ay, ay! ¿Quién de los argivos o de los
ptiotas me llevará? ¿O acaso me conducen a una isla
lejos de Troya?
HÉcuaA. — ¡Ay, ay! ¿A quién la paciente anciana v~o
servirá, en qué lugar de la tierra, como un zángano,
este despojo, esta silueta de un cadáver, esta imagen
inútil de los muertos? ¡Ay, ay! ¿Seré portera junto a
la entrada o nodriza de niños yo que tuve el honor de 195
gobernar Troya?
Estrofa 2.» 10
CORO. — ¡Ay, ay! ¡Con qué lamentos desgranas los
ayes por tu ruina! ¡Ya no moveré de un lado a otro ~oo
mi lanzadera en los telares del Ida! Por última vez
contemplo los cuerpos de mis padres, por última vez...
Mayores serán mis sufrimientos unida al lecho de un
griego (¡maldita sea esa noche y mi destino!) o yendo 205
por agua a la sagrada fuente de Priene” como miserable esclava. ¡Ojalá marcháramos a la ilustre, a la
10 No estimamos necesaria la repartición de esta estrofa
entre varios coreutas.
1I En Corinto.
170
TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
210 próspera tierra de Teseo! 12• Mas nunca, nunca a la co.
rriente del Eurotas 13, a la odiosa mansión de HeZ eioa
donde tendré que saludar como esclava a Menelao, el
destructor de Troya.
Antistrofa 2.
215 La venerable región del Peneo í4, hermoso basa.
mento del Olimpo, soporta el peso de su prosperidad
—según es fama— y de sus florecientes y abundantes
frutos. ¡Ojalá fuera allí en segundo lugar, después de
220 la sagrada, la divina tierra de Teseo! También he oído
que la tierra de Hef esto, Etna que se enf renta a Fenicia,
madre de los montes sicilianos, está en boca de todos
por las coronas que premian su gallardía; y’5 la tierra
225 vecina del mar jonio —según se nave ga— a la que riega
y embellece Cratis —el que tiñe de rojo su cabello—,
quien la alimenta con divinas fuentes y enriquece de
arboledas la tierra. (Aparece el heraldo Taltibio.)
230 CORIFEO. — Mas he aquí el heraldo que viene del
ejército dánao, despensero de novedades. Avanza cubriendo sus huellas con rápidos pies. ¿Qué traerá, qué
dirá? Aunque, en verdad ya somos esclavas del país
dorio.
235 TALTIBIo. — Hécuba, ya conoces mis numerosas venidas a Troya como mensajero del ejército aqueo. Ya
me conoces de antes, mujer. Ahora he venido para
comunicarte un nuevo mensaje.
12 Atenas.
13 Esparta.
14 RIo de Tesalia que atraviesa el valle del Tempe, a los pies
del Olimpo.
15 S. c. «también conozco«. Se refiere a la Magna Grecia y
especialmente la colonia panhelénica de Tunos fundada por
Pendes. Este anacronismo refleja el patriotismo de Eurípides
y sirve para cerrar el estásimo con una nueva alusión a Atenas.
HÉcUBA. — ¡Ay, ay! Aquí está, troyanas, lo que hace
tiempo me temía.
TALTIBIO. — Ya habéis sido sorteadas, si es eso lo ~o
que os temíais.
HÉCUBA. — ¡Ay, ay! ¿Qué ciudad has dicho? ¿Es de
Tesalia, de Ptiótide o de la tierra cadmea?
TALTIBIO. — Habéis sido sorteadas una a una, no
en grupo.
HÉCUBA. — ¿Y quién ha tocado a quién? ¿A cuál de
las troyanas le aguarda un destino feliz? 245
TALTIBIo. — Yo lo sé, mas escucha por partes, no
todo a la vez.
HÉCUBA. — ¿A quién, pues, le ha tocado mi desdichada hija Casandra? Di.
TALTIBIo. — El soberano Agamenón la ha elegido
especialmente para si.
HÉCUBA. — ¿Sin duda como esclava para su esposa 250
laconia? ¡Ay de mí!
TALTIBIo. — No, como novia secreta para su lecho.
HÉCUBA. — ¿A la virgen consagrada a Febo, a quien
el de bucles de oro concedió en recompensa una vida
alejada del yugo nupcial?
TALTIBIO. — Amor lo alanceó por la doncella poseida 255
del dios.
HÉCUBA. — ¡Arroja, hija mía, las divinas llaves; arroja de tu cuerpo el sagrado adorno de tus bandas y
coronas!
TALTIBIO. — ¿No es grande para ella que la toque 260
en suerte el lecho de un rey?
HÉCUBA. — ¿Y qué hay de la pequeña cría que me
habéis arrebatado? ¿Dónde está?
TALTIBIo. — ¿Te refieres a Políxena, o preguntas
por otra?
HÉCUBA. — Por ella. ¿A quién la ha uncido el sorteo?
TALTIBIO. — Se le ha ordenado hacer servicio a la
tumba de Aquiles.
172
TRAGEDIAS
173
LAS TROYANAS
265 HÉCUBA. — ¿Ay de mí! ¡Haberla parido para esclava
de una tumba! ¿Qué ley es ésta, amigo, o qué divino
decreto de los griegos?
TALTIBIO. — Considera feliz a tu hija, está bien.
HÉCUBA. — ¿Por qué has dicho esto? ¿Es que nQ
contem pía ya la luz del sol?
270 TALTIBIO. — Ha alcanzado un destino tal, que ya
está libre de sufrimiento ‘~.
HÉCUBA. — ¿Y qué hay de la esposa de Héctor, avezado en el combate, la desventurada Andrómaca? ¿Qu¿
suerte ha corrido?
TALTIBIO. — A ésta la ha elegido para sí el hijo de
Aquiles.
275
HÉCUBA. — ¿Y yo de quién soy esclava, yo que necesito del tercer apoyo que ofrece un bastón a mi envejecido cuerpo?
TALTIBIO. — Odiseo, el soberano de Itaca, te ha tomado como esclava.
HÉCUBA. — ¡Oh, oh! ¡Araña tu cabeza ya rapada,
280 abre surcos con las uñas en tus dos mejillas! ¡Ay de
mi, ay! Me ha tocado servir a un ser odioso y trapa285 cero, enemigo de justicia, a una bestia sin ley que
todo lo revuelve aquí y allá y de nuevo lo de allá lo
trae aquí con las dobleces de su lengua; y lo que antes
era amigo lo hace enemigo de todo 17• Lamentaos, tro290 yanas, por mi. Me dirijo a un triste destino. Yo, la
desdichada, he caído con el lote más adverso.
16 Tanto esta frase como el y. 264 son eufemismos, que
Hécuba no comprende, para ocultar la muerte de Polixena.
17 A Odiseo, que llegó a ser el representante ideal del pUe
blo jonio, por su carácter astuto y emprendedor, lo presenta
la tragedia a veces (ya incluso los Cantos Ciprios) como un
ser abyecto, cínico y cobarde. En todo caso, la alusión a
Odiseo aquí es un procedimiento para mantener la trabazóU
de la trilogía; no hay que olvidar que él fue el causante de la
muerte de Palamedes.
Coiui~o. — Tu destino ya lo conozco, señora. Pero
¿y mi suerte? ¿Quién de los aqueos, quién de los griegos es mi dueño?
TALTIBIO. — Vamos, esclavas, tenéis que conducir
aqul a Casandra lo antes posible. Quiero ponerla en 295
manos del general y llevar después también a los
demás las prisioneras escogidas.
¡Eh! ¿Qué brillo es éste de teas que arden dentro?
¿Qué hacen las troyanas? ¿ Están poniendo fuego a las
tiendas a fin de abrasar sus propios cuerpos, con el 300
deseo de morir, ahora que están a punto de llevarlas
a Argos? ¡En verdad el hombre libre soporta con impaciencia la desgracia en tales casos! ¡Abre, abre! No
vayas a cargarme con la culpa de algo que conviene 305
a éstas pero que sería odioso para los aqueos.
HÉCUBA. — No es eso, no están prendiendo fuego.
Es mi hija Casandra, la ménade, que viene a la carrera
hacia acá. (Sale de la tienda Casandra, vestida con sus
símbolos sagrados y una tea encendida.)
Estrofa.
CASANDRA. — ¡Eleva, ofrece! Porto la luz, venero, ilumino —¡aquí, aquí!— con antorchas el templo. ¡Oh 310
soberano Himeneo, feliz es el novio y feliz yo que en
Argos voy a unirme al lecho de un rey! ¡Himen, oh
soberano Himeneo! Porque tú, madre, con lágrimas y 315
sollozos te lamentas de mi padre muerto y de la querida patria, pero yo por mis nupcias levanto la llama 320
del fuego, para brillo, para resplandor, para darte, oh
Himeneo, para darte, oh Hécate, luz sobre los tálamos
de las vírgenes, como es ritual.
Antistrofa.
Agita tus píes, conduce en el éter el coro —¡evohé, 325
evohé! I& como en los días más felices de mi padre.
18 Es el grito de las Ménades de Dioniso, con quienes Casandra se identifica por su estado de posesión divina.
174
TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
El coro es santo; ¡condúcelo tú ahora, Apolo! En tu
330 templo ceñido de laureles yo seré la oficiante 19~ ¡Himen,
oh Himeneo, Himen! Danza, madre, recobra tu risa;
mueve en círculos aquí y allá, conmigo, los pasos que
335 tanto amo de tus pies. Gritad a Himeneo, ¡oh!, y a 14
novia con felices cantos y alaridos. ¡Vamos, hijas de
bellos peplos de los frigios, cantad al esposo de mis
340 bodas, al esposo señalado para mi cama!
CoRIFEO. — Reina, ¿no vas a sujetar a la doncella
poseída, no vaya a llegar con veloz paso hasta el carnpamento de los argivos?
HÉCUBA. — Hefesto, tú portas la antorcha en las
bodas de los hombres, pero esta luz que haces brillar
345 es triste en verdad y alejada de toda esperanza. ¡Ay
de mí, hija mía! Nunca pensé que llegaras a celebrar
tus bodas a punta de lanza y obligada por las armas
argivas. Entrégame la antorcha. No llevas derecho el
fuego, como una ménade en loca carrera. Ni siquiera
350 tu destino te ha vuelto a tus cabales, hija mía; permanece en el mismo estado de siempre.
Traed las antorchas, troyanas, y contestad con lágrimas a los cantos nupciales de ésta.
CASANDRA. — Madre, corona mi victoriosa cabeza y
355 celebra mis bodas reales. Conque despídeme, y si no
te parece que tengo suficiente celo, empújame a la
fuerza. Que si existe Loxias, el ilustre Agamenón, so.
berano de los aqueos, va a concertar conmigo una bod&
más infausta que la de Helena. Voy a matarlo, voy a
360 destruir su casa para tomar venganza de mis hermanos y padre.
Dejaré lo demás: no quiero cantar un himno al
hacha que va a caer sobre mi cuello y el de los demás.
19 Alusión obvia a su propia muerte, de la que va a ser
oficiante y víctima a la vez.
m a las luchas matricidas que va a suscitar mi boda,
ni a la ruina total de la casa de Atreo.
Voy a demostrar que estos troyanos son más afor- 365
tunados que los aqueos y, aunque estoy poseída, esto
al menos lo afirmo libre de mi locura báquica. estos
por causa de una sola mujer, de un solo amor —por
conquistar a Helena— ya han perdido millares de vidas. Y su experto general ha perdido lo que más que- 370
ría en aras de un ser odioso. Ha entregado a su hermano el placer hogareño de sus hijos por causa de
una mujer, que incluso vino de buena gana y no raptada por la fuerza.
Cuando arribaron a las orillas del Escamandro,
comenzaron a morir no porque les hubieran privado 375
de las fronteras de su tierra ni de su patria de elevadas torres. Aquéllos a quienes Ares sometía, no volvieron a ver a sus hijos, no fueron amortajados por
las manos de su esposa. Y ahora yacen en tierra extrafia.
En su patria sucedían cosas semejantes: sus muje- 380
res morían viudas y los hombres quedaban en casa
sin hijos después de haber criado los suyos para otros.
Y no habla nadie que, junto a su tumba, donara a la
tierra sangre de víctimas.
¡Cómo va a ser su expedición digna de elogio! Más
vale silenciar las ignominias. ¡Que la musa de los can- 385
tos no me inspire un himno con que celebrar la infamia!
En cambio los troyanos, para empezar, morían inmolados por su patria, lo que constituye la más hermosa gloria. Aquellos a quienes domeñaba la lanza,
eran llevados a casa por sus hijos y recibían el abrazo
de la tierra en su propia patria, amortajados por las 390
manos de quienes debían hacerlo.
Los frigios que no morían en combate vivían constantemente, día tras día, con su esposa e hijos, placer
del que se velan privados los aqueos.
176
TRAGEDIAS
177
LAS TROYANAS
En cuanto al doloroso destino de Héctor, escucha
395 cómo es en verdad: ha muerto con la fama del hombre
más excelente, cosa que propició la venida de los
aqueos; pues si se hubieran quedado en casa, la excelencia de éste habría quedado en la oscuridad. Paris
desposó a la hija de Zeus; que si no lo hubiera hecho,
habría tenido un casamiento oscuro en su casa.
400 Y es que, en verdad, el hombre prudente debe evitar la guerra; pero si da con ella, es hermosa corona
para su ciudad el morir con honor, mas es deshonra
morir indignamente. Por esto, madre, no tienes que
lamentarte por tu patria ni por mi boda, pues con ella
405 voy a destruir a mis enemigos más odiados y a los
tuyos.
CORIFEO. — Con qué placer desprecias los males de
tu casa y cantas lo que quizá no vas a probar como
cierto.
TALTIBIO. — Si Apolo no te hubiera enloquecido la
410 mente, no te habrías despedido de esta tierra, calumniando así a mis generales, sin pagarlo. En verdad, los
hombres grandes y que tienen fama de sabios en nada
superan a quienes nada son.
El gran soberano de los ejércitos de toda Grecia,
el amado hijo de Atreo, ha aceptado por propia elec415 ción el amor de esta ménade. Yo soy un pobre hombre,
pero jamás habría querido para mi el lecho de ésta.
En cuanto a ti..., ya que no tienes sano el juicio, ¡que
el viento se lleve tus reproches a los argivos y tus loas
420 a los frigios! Sígueme en dirección a las naves. ¡Her-
mosa prometida para el jefe de nuestro ejército!
(A Hécuba.) Y tú, cuando el hijo de Laertes quiera
llevarte, sígueme; vas a ser la sierva de una mujer
prudente, según aseguran cuantos han venido a IliónCASANDRA. — ¡ Insolente es este esclavo! ¿ Por qué
tendrán el nombre de heraldos —única maldición ~ 425
común para todos los hombres— estos lacayos de tiranos y ciudades?
¿Tú afirmas que mi madre va a llegar al palacio de
Odiseo? ¿Y dónde está la profecía de Apolo que asegura
que morirá aquí mismo, tal como se me ha manifes- 430
tado?...
Por lo demás, no voy a reprocharte. ¡Pobre Odiseo,
no sabe qué sufrimientos le aguardan! Algún día va a
considerar como oro mis males y los de los frigios
comparados con los suyos. Después de diez años
—además de los de aquí— llegará sólo a su patria.
Bien lo sabe la terrible Caribdis que ocupa el es- 435
trecho rocoso y el montaraz Cíclope comedor de carne
cruda, y la ligur2’ Circe que transforma a los hombres
en cerdos, y los naufragios en el salino mar, y el ansia
por comer loto, y las vacas sagradas de Helios que un 440
día dejarán escapar su voz en amarga profecía para
Odiseo.
Para abreviar, entrará vivo en el Hades y, después
de escapar del agua de la laguna, encontrará en su casa,
al volver, males sin cuento.
Mas ¿a qué enumerar los trabajos de Odiseo?
Marcha con la mayor rapidez posible; celebremos en ~s
Hades las nupcias con mi prometido.
¡Ah! Tú que pareces haber llevado a cabo algo importante, conductor de los Dánaos ~, recibirás sepultura de mala manera y de noche, no de día. Y en cuanto
a mi, me arrojarán desnuda y las torrenteras de nieve
Juego de palabras: se llaman heraldos y son odiados
Por todos porque son, como señala MURRAY, como la negra
Ker (K~r-ykes).
21 Ligur, porque su isla de Eea (de localización imaginaria
en Odisea, y en todo caso se situaría en el extremo oriental)
fue luego identificada con el territorio Circeo.
~ Agamenón.
178
TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
fundida entregarán mi cadáver —¡el de la sierva cte
450 Apolo!— a las fieras para banquete, cerca de la tumba
de mi prometido. (Se desnuda de sus símbolos sagrados.)
¡Adiós, bandas del más querido de los dioses, insignias del evohé! Abandono las fiestas en las que antes
me gloriaba. Alejaos de mi cuerpo rotas a jirones;
ahora que mi cuerpo todavía es virgen, quiero entregárselas al viento para que te las entregue a ti, oh
soberano profeta.
455 ¿Dónde está el barco del general? ¿Dónde tengo
que embarcar? No te apresures en esperar viento para
tus velas, porque conmigo vas a sacar de esta tierra
a una de las tres Erinis.
¡Adiós, madre, no llores! ¡Oh amada patria y vos~o otros, hermanos y padre que yacéis bajo tierra, no
tardaréis mucho en recibirme! Me presentaré ante vos-
otros muertos como triunfadora, luego de arruinar la
casa de los Atridas por quienes perecimos. (Sale con
Taltibio. Hécuba se des ploma.)
CORIFEO. — Siervas de la anciana Hécuba. ¿No veis
que vuestra señora se ha desplomado y está sin habla,
fuera de si? ¿No vais a recogerla? ¿O dejaréis, malas
465 siervas, a una anciana abatida? ¡Levantad su cuerpo!
(Las siervas tratan de levantarla.)
HÉCUBA. — Dejad que siga caída —no me agrada lo
que no deseo, muchachas—. Sufro, he sufrido y todavía
sufriré males dignos de esta postración. ¡Oh dioses...!
470 A flacos aliados invoco, mas con todo no carece de
dignidad el invocar a los dioses cuando uno de nosotros recibe un revés de la fortuna.
En primer lugar quiero desahogarme cantando mis
bienes, pues así produciré mayor lástima con mis
475 males. Era reina y casé con un rey; luego engendré
hijos excelentes, no sólo por el número, sino los más
sobresalientes de los frigios. Ninguna mujer troyana,
griega o bárbara, podrá jactarse de haber parido tales.
Mas los vi caer bajo la lanza helena y mesé mis cabellos 480
ante sus tumbas. A Príamo que los engendró lo lloré
no porque conociera su muerte de otros labios, sino
que yo misma —con estos ojos— vi cómo lo degollaban
sobre el fuego del hogar y cómo destruían mi ciudad.
Mis hijas, a quienes eduqué con esmero en la virginidad para honra y prez de sus esposos, para otros las 485
eduqué, las han arrancado de mis brazos. Y ni ellas
tienen esperanza de volver a yerme ni yo misma las
veré ya jamás. Y lo último, la cornisa de mis lamentables males: yo que soy una anciana voy a llegar a la 490
Hélade como esclava.
Esto es lo más desventurado para una anciana: me
encargarán de que guarde las llaves como portera —¡a
umí, que pan a Héctor!— o de fabricar pan. Me acostaré en el suelo, con la espalda arrugada —que viene 495
de un lecho real—, con mi arrugado cuerpo vestido
con jirones de peplos arrugados, una deshonra para
los poderosos. ¡Pobre de mí, qué cosas me han tocado
en suerte, y me seguirán tocando, por la boda de una
sola mujer!
¡Hija mía Casandra, compañera de los dioses en el soo
éxtasis báquico, con qué infortunio has destruido tu
pureza! Y tú, oh paciente Polixena, ¿dónde estás? ¡Que
no pueda ayudar a esta desgraciada ningún hombre
ni mujer, con los muchos que me nacieron! Por ello, sos
¿a qué levantarme? ¿Con qué esperanza? Conducid mis
pies —que un día fueron delicados en Troya, mas
ahora son esclavos— hacia un jergón de paja tendido
en tierra o a un lecho de piedra. Allí me dejaré caer y
moriré consumida por el llanto.
No consideréis feliz a nadie de los poderosos hasta sto
el momento de su muerte.
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TRAGEDIAS
181
LAS TROYANAS
CORO.
Estrofa.
Por Ilión, oh Musa, entre lágrimas cántame un canto
sís de duelo, un nuevo himno. Dedicaré a Troya los ayes
de mi canto: cómo en carro de cuatro ruedas he perecido prisionera paciente de los argivos, cuando ante
las puertas los aqueos dejaron el caballo de arnés de
520 oro lleno de armas, que relinchaba hasta el cielo. Y
lanzó el pueblo su griterío, puesto en pie, desde la
Acró polis de Troya: «Vamos —¡Oh, éste es el fin de
525 nuestros sufrimientos!——, subid esa imagen sagrada a
la Doncella troyana, hija de Zeus» ~. ¿Quién de las
doncellas no salió —quién que no fuera anciano- de
530 su casa? Mas regocijándose en sus cantos tenían dentro su destrucción traidora.
Antistrofa.
Toda estirpe de los frigios se dirigió a las puertas
para ofrecer a la diosa la estratagema argiva, tallada
535 de los pinos del monte, la perdición de los dárdanos,
regalo a la virgen de potros inmortales. Con cables de
lino trenzado —como se arrastra la oscura quilla de
540 una nave— lo depositaron en sede de piedra, en los
suelos del templo de la diosa Palas, mortíferos para
nuestra patria 24~ Cuando cayó la oscuridad nocturna
sobre el sufrimiento y la alegría, cuando la flauta libia
s-4s resonaba y las canciones frigias, cuando las mozas con
ruido de sus pies alzados cantaban sus felices gritos
sso y en las casas la luz ~ que todo alumbra adormecía el
mortecino resplandor del fuego,
23 Palas Atenea.
24 Creo que PALEY intcrpreta bien esta frase cuando la parafrasea: «(suelos) que pronto iban a mancharse con sangre (phón¿a) de
nuestra patria». No, como SCHIASSI, suelos mortíferos «en cuanto
sede de una divinidad hostil a Troya» (Eur¡pide, Le Trozane. Florencia, 1953, pág. 112).
25 La luz de la luna, en este caso, evidentemente (este adieEpodo.
entonces yo a la montaraz virgen cantaba en el palacio
con mis coros, a la hija de Zeus. Voces de muerte en sss
la ciudad rodeaban la sede de Pérgamo. Los niños
asian con manos aterradas el peplo de sus madres.
Ares ~ descendió de su emboscada, obra de la virgen sáo
Palas. Los frigios sucumbían en torno a los altares, y
en sus lechos la soledad de las jóvenes que mesaban
su pelo ofrecía una corona a la Hélade, criadora de 565
mozos, y un canto de duelo a su patria frigia ~. (Aparece Andrómaca, con su hijo, en un carro que lleva
las armas de Héctor.)
CORIFEO. — (A Hécuba.) Hécuba, ¿no ves aquí a
Andrómaca transportada en carro extranjero? Astianacte, cachorro de Héctor, acompaña el bogar ~ de sus 570
pechos. ¿A dónde te llevan a lomos de carro, mujer
infortunada, sentada sobre las armas broncíneas de
Héctor y los despojos tomados a los frigios con la
lanza, con los que el hijo de Aquiles adornará los tem- srs
píos de Ptía?
ANDR~5MAcA. — Dueños aqueos me llevan.
HÉCUBA. — ¡Ay de mí!
ANDRÓMAcA. — ¿Por qué cantas este peán mío?
HÉCUBA. — ¡Ay, ay!
ANDRÓMAcA. — ... ¿por estos sufrimientos...
HÉCUBA. — ¡Oh Zeus! 580
ANDRÓMACA. — ... y por mi infortunio?
tjvo se suele aplicar al sol y a la luna). El sentido de esta
frase, que ha producido mucha incertidumbre, es «la luna, en
su apogeo (i. e. en mitad de la noche), hacía que se fueran
apagando las luces de las casas”.
~ Metonimia por «los guerreros”.
27 ~ e. el hecho de quedarse solas —muertos sus maridos—
Significaba una corona de victoria para los griegos y de dolor
Para Troya.
~‘ 1. e. el movimiento rl tmico de palpitación.
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TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
HÉCUBA. — ¡Hijos!
ANDRÓMACA. — ¡Un día lo fuimos!
HÉCUBA. — ¡Adiós a mi felicidad, adiós a Troya!
ANDRt~MACA. — ¡Pobre anciana!
HÉCUBA. — ¡Adiós a mis hermosos hijos!
ANDRÓMACA. — ¡Ay, ay!
HÉCuBA.—¡Ay de mis...
585 ANDRÓMACA. — ... males!
HÉCUBA. — ¡Lamentable destino...
ANDRÓMACA. — ... de la ciudad...
HÉCUBA. — ... que arde!
ANDRÚMACA. — ¡Ven a mí, esposo mío!...
HÉCUBA. — ¡Llamas a mi hijo que está en Hades,
desdichada!
s90 ANDRÓMACA. — ... baluarte de tu esposa...
HÉCUBA. — ¡Y tú, infamia de los aqueos, dueño de
mis hijos, anciano Príamo, acompáñame al Hades!
595 ANDRÓMACA. — Oh, esta gran añoranza que siento
HÉCUBA. — ¡Desgraciada, así es el dolor que su.
frimos!
ANDRóMACA. — ... por mi ciudad perdida...
HÉCUBA. — ¡El dolor se amontona sobre el dolor!
ANDRÓMACA. — ... por premeditación de los dioses,
cuando escapó de la muerte tu hijo ~, el que por su
odioso matrimonio ha perdido los palacios de Troya.
Ensangrentados, los cuerpos de los muertos junto a la
diosa Palas están tendidos para que el buitre los lleve.
600 El yugo de la esclavitud ha alcanzado Troya.
HÉCUBA. — ¡Oh patria, oh desdichada!
ANDRÓMACA. — Lloro por ti, a quien abandono...
HÉCUBA. — ¡Ahora ves tu lamentable fin!
ANDRt~MACA. — ... y por la casa en la que di a luz.
HÉcUBA. — ¡Hijos, vuestra madre, que ya no tiene
29 Sc. Paris. Nueva alusión al Alejandro que da trabaZófl
a la trilogía (cf. Introducción).
ciudad, se queda sin vosotros! ¡Qué canto fúnebre,
qué canto de dolor! ~. Derramo lágrima tras lágrima 605
por nuestra casa. ¡El que ha muerto no recuerda el
dolor!
CORIFEO. — 1Qué consuelo son las lágrimas para
quienes sufren y los lamentos de un treno y la Musa
que canta la pena!
ANDR~MACA. — ¡Oh madre de mi marido que un día 610
perdió a tantos argivos con su lanza! ¿Ves esto?
HÉCUBA. — Veo la mano de los dioses que ensalzan
unas veces a quien no es nada y abaten otras a quienes
parecen algo.
ANDRÓMACA. — Me llevan como botín con mi hijo. El
noble se toma esclavo. ¡Éste es el cambio que he su- 615
frido!
HÉCUBA. — Es terrible la fuerza del destino. Hace
poco marchó de mi lado Casandra, arrancada a la
fuerza.
ANDR~MACA. — ¡Ay, ay! Un segundo Ayax 31, al parecer, ha surgido para tu hija. Pero tienes otros sufrimientos.
HÉCUBA. — Éstos ya no tienen medida ni número. 620
Un mal viene a competir con otro mal.
ANDRÓMACA. — Tu hija Políxena ha muerto degollada
junto a la tumba de Aquiles, ofrenda para un cadáver
sin vida.
HÉCUBA. — ¡Ay, desdichada de mí! Éste es el claro
enigma que antes Taltibio me dijo con oscuras pa- 625
labras.
Falta un verso detrás del 604, como se ve por la responsión.
31 ~ se refiere a Agamenón. Ayax, el hijo de Qileo (no el
de Telamón), era prototipo de h~brís por haber arrastrado
a Casandra del templo de Palas (cf. y. 70).
184
TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
ANDRÓMACA. — Yo misma la vi. Descendí de est
carro, cubrí su cadáver con mi túnica y me golpeé el
pecho.
HÉCUBA. — ¡Ay, ay, hija mía! ¡Qué sacrificio el tuyo
tan impío! ¡Ay, ay [mil veces ¡ay!] 32, cuán indignamente has perecido!
630 ANDRÓMACA. — Murió como murió; pero, con todo,
su muerte es más afortunada que mi vida.
HÉCUBA. — Hija, no es lo mismo morir que seguir
viviendo. Lo uno significa la nada, en lo otro hay es.
peranzas.
ANDRÓMACA. — Madre, ahora que acabas de emitir
635 un juicio nada cabal, escucha, que quiero dar consuelo
a tu corazon.
Afirmo que no haber nacido es igual a morir y que
es mejor morir de una vez que vivir miserablemente,
pues no se percibe dolor por mal alguno ~
640 Quien ha sido feliz y cae en la desgracia, se aleja
con el alma de su anterior felicidad. En cambio Políxena está muerta y no conoce ninguno de sus propios
males como quien no contempla la luz. Yo que me
propuse como objetivo una gran reputación, después
de obtener una parte mayor de la normal, perdí la
645 suerte que había conseguido. Cuantas virtudes se han
descubierto propias de las mujeres, todas las he practicado en casa de Héctor. En primer lugar, abandoné
650 el deseo de no quedarme en casa, lo cual —haya o no
haya motivo de reproche para las mujeres— arrastra
por sí solo mala fama. No permitía a las mujeres
dentro del palacio palabras altaneras. Me bastaba con
tener en mí misma un maestro honesto, la inteligencia.
A mi esposo siempre le ofrecía una lengua silenciosa
32 Lit. <otra vez ¡ay!<.
33 Si no es una glosa al verso anterior, como piensa Wmxi.mN,
es la única forma de entender esta frase que gramaticalmente
es desconcertante.
y un aspecto sereno. Conocía aquello en lo que tenía 655
que prevalecer sobre mi marido y sabía concederle la
victoria en lo que debía.
La fama de esto llegó al campamento de los aqueos
y es lo que me ha perdido. Pues apenas fui capturada,
el hijo de Aquiles quiso tomarme por esposa. Y voy a 660
ser esclava en casa de nuestros asesinos. Si rechazo
la querida imagen de Héctor y abro las puertas de mi
corazón al esposo actual, pareceré malvada para con
el muerto. Y si, por el contrario, me muestro despectiva con éste, me haré odiosa a mis propios señores.
Dicen que una sola noche hace ceder la aversión de 665
una mujer hacia el lecho de un hombre; yo escupo a
aquella que rechaza con una nueva unión a su antiguo
esposo y ama a otro. Ni siquiera una potra que es
separada de su compañero lleva con facilidad el yugo. 670
Y eso que los animales son mudos, carecen de inteli-
gencia y son inferiores por naturaleza.
¡Oh querido Héctor, como marido me bastabas en
inteligencia, cuna y riqueza, y por grande te tenía en
valor! Tú me tomaste pura de casa de mi padre y 675
fuiste el primero en unirte a mi lecho de virgen. Ahora
tú estás muerto y yo navego como prisionera hacia un
yugo de esclava en Grecia. ¡Ah Hécuba! ¿Es que la
muerte de Políxena, a quien tú lloras, no es inferior 680
a mis males? A mi no me queda ni la esperanza, cosa
que tienen todos los mortales, ni acaricio la ilusión
de que voy a experimentar algún bien. Y hasta el
imaginarlo es agradable.
CORIFEO. — Has llegado al mismo límite de desventura que yo. Al lamentar tu destino me has enseñado 685
en qué extremo de dolor me encuentro.
HÉCUBA. — Nunca he subido en persona a la quilla
de una nave, pero lo he visto en pintura y lo conozco
de oídas. Si los marineros sufren una tempestad moderada, ponen todo su esfuerzo en salvarse de la caía186
TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
690 midad. Y uno acude junto al timón, otro a las velas
otro achica agua de la nave. Pero cuando el ponto, todo
revuelto, se les echa encima, ceden al destino y se
entregan al movimiento de las olas.
695 Así yo, que tengo calamidades sin cuento, me he
quedado sin voz y abandonándome renuncio a hablar ~‘
pues me ha abatido funesta tempestad de los dioses.
Conque hija, olvida la suerte de Héctor; tus lágrimas no van a salvarlo. Honra a tu actual esposo,
700 muéstrale el agradable atractivo de tu carácter; que
si lo haces, darás consuelo a todos los tuyos y podrás
criar a este hijo de mi hijo para mayor beneficio de
Troya, a fin de que los descendientes que te nazcan —si
705 un día te nacen— puedan volver a habitar Troya y ésta
vuelva a ser una ciudad.
Mas... una palabra sigue a otra. (Aparece Taltibio.)
¿No estoy viendo venir de nuevo a este servidor de
los aqueos, mensajero de. una decisión nueva?
TALTIBIo. — Tú que un día fuiste esposa de Héctor,
710 el más excelente de los frigios, no me odies, pues no
traigo noticias por propia iniciativa. Mi mensaje es de
los dánaos y pelópidas.
ANDRóMACA. — ¿Qué sucede? Tu comienzo es un
proemio de males.
TALTIBIO. — Han decidido que este niño... ¿Cómo
diré mi mensaje?
ANDR~MAcA. — ¿Es que no va a tener el mismo
dueño que yo?
715 TALTIBIo. — Ninguno de los aqueos será jamás dueño de éste.
ANDRóMAcA. — ¿Entonces lo dejan aquí mismo como
un resto de sangre troyana?
TALTIBIO. — No sé cómo transmitirte la desgracia
con suavidad.
34 Lit. <dejo mi boca en paz».
ANDRÓMAcA. — Elogiaría tu respeto si no fueras a
decirme algo malo.
TALTIBIO. — Van a matar a tu hijo, para que conozcas una gran desgracia.
ANDRÓMAcA. — ¡Ay de mí!, esta desgracia que oigo 720
es mayor que la de mi boda.
TALTIBIO. — Ha prevalecido la opinión de Odiseo
entre todos los griegos...
ANDRóMAcA. — ¡Ay, ay! No son moderados estos
males que sufrimos!
TALTIBIO. — ... diciendo que no hay que dejar crecer
al hijo de un hombre excelente...
ANDRÓMAcA. — ¡Ojalá prevaleciera tal opinión acerca
de los suyos!
TALTIBIo. — ... y que hay que arrojarlo desde los 725
muros de Troya. Así va a suceder, muéstrate prudente. No te aferres a él, soporta con nobleza tus males
y no imagines que, débil como eres, tienes fuerza. No
tienes defensa en parte alguna, reflexiona: han pere- 730
cido tu ciudad y tu esposo; tú estás dominada y nosotros somos capaces de luchar contra una sola mujer.
Por ello no quiero que acudas a la lucha ni que hagas
nada indigno ni irritante, ni siquiera que lances maldiciones contra los aqueos. Si dices algo que enoje al 735
ejército, tu hijo no tendrá tumba ni funeral. En cambio, si te callas y llevas bien tu suerte, no dejarás su
cadáver sin enterrar y tú misma tendrás a los aqueos
mejor dispuestos.
ANDR~MAcA. — Amadísimo hijo, oh hijo amado en 740
exceso, vas a morir a manos de nuestros enemigos dejando en el desconsuelo a tu madre. Te va a matar la
nobleza de tu padre. Ella fue salvación de muchos, mas
a ti te llega a deshora su excelencia.
¡ Oh lecho mío y malhadadas nupcias por las que 745
vine un día al palacio de Héctor! No traía intención
de parir a mi hijo para víctima de los dánaos, sino
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TRAGEDIAS
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LAS TROYANAS
para soberano de la fecunda Asia. ¡Hijo mío! ¿Lloras?
750 ¿Barruntas tu desgracia? ¿Por qué te aferras a mis
brazos y te ases de mi peplo como un pajarillo que se
cobija en mis alas?
No vendrá Héctor con su ilustre lanza, no saldrá
de bajo tierra para traerte la salvación, ni los parien.
tes de tu padre ni la fuerza de los frigios.
755 Caerás contra tu cuello en salto lamentable —sin
que nadie te llore— y quebrarás tu respiración.
¡Oh jóvenes brazos tan queridos de tu madre, oh
dulce olor de tu cuerpo! En vano te crió este pecho
760 entre tus pañales, en vano me esforcé y encanecí en
vano.
Abraza ahora a tu madre —nunca lo volverás a
hacer—, recuéstate contra ella, entrelaza mi espalda
con tus brazos y acércanle tu boca.
765 ¡Oh griegos, inventores de suplicios bárbaros! ¿Por
qué matáis a este niño que de nada es culpable? Oh
brote de Tindáreo ~, nunca has sido hija de Zeus. Afirmo que has nacido de numerosos padres: de Alástor3’
primero, después de Envidia, de Asesinato, de Muerte
770 y de cuantos males produce la tierra. A voces afirmo
que Zeus nunca te engendró, ruina de muchos bárbaros
y griegos. ¡Así te mueras! Con tus hermosos ojos has
perdido vergonzosamente las ilustres llanuras de los
frigios.
Vamos, lleváoslo, tiradlo si lo habéis decidido.
775 Repartios sus carnes. Si la perdición nos viene de los
dioses, es imposible apartar de mi hijo la muerte.
¡Velad mi desdichado cuerpo y arrojadme a la nave.
¡Hermoso es el himeneo al que marcho ahora que he
perdido a mi hijo! (Taltibio toma a Astianacte. El
carro se aleja con Andrómaca.)
35 Imprecación a Helena.
~ Demón vengador (lit. <implacable. o ‘ciego.. Cf. Electra,
nota 41).
CORIFEO. — Paciente Troya, ¡a cuántos has perdido 780
por una sola mujer y su odioso lecho!
TALTIBIO. — Vamos, niño, deja de abrazar a tu pobre madre, asciende a lo alto de la corona que forman
los muros de tu patria. Allí ha decidido el voto que
abandones tu vida. Prendedio, que para transmitir esas 785
órdenes se precisa de alguien que sea implacable y más
amante de la desvergúenza que lo es mi corazón.
HÉCUBA. — Hijo, oh hijo de mi pobre hijo, de tu 790
vida privadas nos vemos injustamente tu madre y yo.
¿Qué me pasa? ¿Qué haré por ti, desdichado? Te
ofrezco estos golpes de cabeza, estos golpes de pecho.
estos son mi única posesión. ¡Ay, mi ciudad! ¡Ay de 795
ti! ¿Qué no tt~nemos? ¿Qué nos falta para en total
ruina perecer con muerte total?
CORO.
Estrofa 1.»
¡Oh Telamón, rey de Salamina criadora de abejas,
que habitas la sede de tu isla batida de olas inclinada wo
a las santas colinas, donde Atenea mostró la primera
rama del verdeante olivo, elevada corona y adorno de
la opulenta Atenas! Viniste, viniste en busca de hazañas con el lancero hijo de Alcmena ~, cuando llegaste 805
de Grecia para destruir Ilión, Ilión, que un día fue
nuestra ciudad.
Antistrofa 1.»
Cuando él se trajo de Grecia la primera flor ~,
dolido por sus potros robados, y en la corriente del 810
37 Heracles. Este héroe destruyó la ciudad de Troya con la
ayuda de un ejército de héroes, entre los que destacaba Telamón. El rey de la ciudad, Laomedonte, se había negado a
pagarle la recompensa prometida por liberar a Troya del
monstruo que había enviado Posidón (cf. nota 1).
~
1. e. jóvenes selectos, <la flor y nata., decimos en castellano.
190
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191
192
TRAGEDIAS
Simoeis detuvo su nave surcadora del ponto, amarró
cable a proa y tomó de la nave en sus manos el arco
infalible, muerte para Laomedonte. Los bloques de
815 piedra tallados por Febo a plomada con el rojo aliento
del fuego, del fuego, arruinó y devastó la tierra de
Troya. Dos veces ~, con dos ataques, los muros de
Dardania la lanza asesina abatid.
Estrofa 2.’
820 En vano, pues, oh tú que con cántaros de oro caminas delicadamente, hijo40 de Laomedonte, llenas las
825 copas de Zeus, servicio el más hermoso. La ciudad
que te engendró se consume en el fuego y los acantí~o lados marinos resuenan como un pájaro chilla por sus
cras —aquí por sus maridos, aquí por sus hijos, allá
por sus ancianas madres. Tus baños refrescantes, las
835 pistas de tus gimnasios ya no existen. ¡Y tú, junto al
trono de Zeus, mantienes la bella serenidad de tu rostro adolescente, mientras las lanzas de Grecia han destruido la tierra de Príamo!
840 ¡Oh Amor, Amor, que un día viniste a los palacios
dardanios cuando las hijas de Urano se ocuparon de
845 ti! 41• Cómo ensalzaste entonces a Troya trabándola en
parentesco con los dioses. A Zeus no voy a censurarlo,
pero la luz —querida a los mortales— de la Aurora de
850 blancas alas ha contemplado nuestra tierra arruinada,
ha contemplado la destrucción de los palacios, aunque
comparte el lecho de un esposo 42, el padre de sus
39 Cf. nota 37.
40 Ganimedes, arrebatado por las garras de Zeus —convertido
en águila— y llevado al cielo como escanciador y copero del
Olimpo. El coro acusa a todas las divinidades —mejor, héroes
divinizados— originazias de Troya por haber vuelto la espalda
a la ciudad.
41 Se refiere al juicio de Paris.
42 Titono, también arrebatado —en este caso por la diosa
Aurora— y elevado a un rango superior.
1
LAS TROYANAS
193
hijos nativo de esta tierra, a quien arrebató la cua- 855
dríga de oro de los astros, gran esperanza para su
tierra patria. El amor de los dioses por Troya se ha ido.
(Entra Menelao con una escolta.)
MENELAO. — ¡Qué hermosa es esta luz del día en que 860
voy a recuperar a mi esposa Helena! Yo soy Menelao,
el que mucho se ha esforzado, y éste es el ejército
argivo ~.
Vine a Troya no sólo por lo que se piensa —por s~s
causa de mi esposa—, sino en busca del hombre que
engañó a quien le hospedó y robó a mi esposa del
palacio.
Pues bien, con la ayuda de los dioses aquél ya ha
pagado, pues ha sucumbido junto con su tierra a la
lanza helénica.
He venido para llevarme a esa desdichada —pues
no me place dar el nombre de esposa a la que un día 870
lo fue mía. Se encuentra entre otras troyanas en este
recinto para prisioneros de guerra.
Los que por ella lucharon me la entregan para que
la mate a menos que quiera llevármela, sin matarla, a 875
la tierra de Argos. He decidido rechazar la alternativa
de matarla en Troya y llevármela en una nave a tierras
de Grecia para entregarla allí a la muerte. Será una
recompensa para quienes perdieron en Ilión a los
suyos.
Mas, ea, encamináos a la casa, siervos, y traedía 880
aquí arrastrándola de su criminal cabello. Cuando
vengan vientos favorables, la enviaremos a Grecia.
43 Se ha sospechado que estos versos son espureos porque
un personaje que aparece en escena (salvo en Prólogo y Epílogo) no suele presentarse a sí mismo En este caso, sin embargo, está justificada la presentación, pues se trata de una
aparición totalmente inesperada; piénsese que los griegos -el
gran protagonista colectivo de la obra— están, salvo en este
caso, detrds de la acción, no en la acción.
LAS TROYANAS
HÉcUBA. — ¡Oh Zeus, soporte de la tierra y que sobre
885 la tierra tienes tu asiento, ser inescrutable, quienquiera
que tú seas —ya necesidad de la naturaleza o mente
de los hombres u~.! ¡A ti dirijo mis súplicas! Pues conduces todo lo mortal conforme a justicia por caminos
silenciosos.
MENELAO. — ¿Qué sucede? ¿Qué nuevas súplicas diriges a los dioses?
890 HÉcUBA. — Te alabo, Menelao, si piensas matar a tu
esposa. Mas rehúye su mirada, no vaya a ser que te
venza el deseo. Ella arrebata las miradas de los hombres, destruye las ciudades, pone fuego a las casas.
Tal es su poder seductor. Yo la conozco, y tú, y cuantos han sufrido. (Los soldados hacen salir a Helena
de la tienda.)
895 HELENA. — Menelao, este comienzo es sin duda para
asustarme, pues en manos de tus siervos he sido sacada
por la fuerza delante de estas puertas. Sé que me
odias, mas con todo quiero hacerte una pregunta: ¿qué
~oo habéis decidido los griegos y tú sobre mi vida?
MENELAO. — No tuviste que llegar al recuento exacto
de votos, pues todo el ejército, al cual ultrajaste, te
entregó a mí para que te matara.
HELENA. —-¿Puedo, entonces, contestar a eso razonando que, si muero, moriré injustamente?
905 MENELAO. — No he venido con intención de hablar,
sino de matarte.
HÉCUBA. — Escúchala, Menelao, que no muera privada de esto; pero concédeme también a mí la palabra
para enfrentarme a ella. De los males que ha causado
a Troya ninguno conoces bien, en cambio todo mi
4~ Desde siempre se ha visto en esta frase una influencia
de la filosofía de Drd~E~s DE APOLONIA y ANAXAGOIUS. Aquí
Zeus
ya no es el dios de la religión popular, ni siquiera el garante
de justicia de HEstono, SOLóN o ESQUILO. Es un dios filosófico
identificado con el Éter - Nous.
discurso —una vez ensamblado- causará su muerte 910
sin escapatoria posible.
MENELAO. — Será un regalo de tiempo perdido, pero
si quiere hablar, tiene permiso. Se lo concedo en gracia a tus palabras —para que ella lo sepa—, no por
darle gusto.
HELENA. — Puede que no me contestes por conside- 915
rarme enemiga —te parezca que hablo bien o mal—,
pero yo voy a contestar a aquello de lo que me vas a
acusar con tus palabras, oponiendo a tus razones las
mías y mis acusaciones contra ti.
En primer lugar, ésta fue quien engendró el origen
de los males cuando alumbró a Paris. Después nos 920
perdió a Troya y a mí el anciano que no mató al niño
Alejandro bajo la forma de un tizón. Escucha ahora
lo que se ha seguido de aquí. Éste dirimió el juicio de
las tres diosas: el regalo de Palas a Alejandro era con- 925
quistar Grecia al frente de los frigios; Hera le prometió
el dominio de los límites de Europa y Asia si Paris la
elegía, y Afrodita, ensalzando mi figura, le prometió 930
entregarme si sobrepasaba a las diosas en belleza.
Escucha las razones de lo que pasó después: venció
Cipris45 a las diosas y en esto mi boda benefició a Grecia: ni fue dominada por los bárbaros ni os sometisteis
8 su lanza ni a su tiranía.
En cambio, lo que hizo feliz a Grecia me perdió a 935
mí, que fui vendida por mi belleza. Y se me insulta por
algo por lo que debíais coronar mi cabeza.
Dirás que no me estoy refiriendo a la cuestión
obvia: por qué escapé furtivamente de tu casa. El dios 940
vengador que acompaña a ésta —llámalo Alejandro o
Paris, como quieras—, vino trayendo consigo a una
diosa nada insignificante. Y tú, el peor de los homAfrodita.
194
TRAGEDIAS
195
LAS TROYANAS
bres, lo dejaste en tu propia casa, zarpando de Esparta
en tu nave hacia Creta.
945 Pero basta; a continuación voy a hacerme una pregunta a mí misma, no a ti: ¿en qué estaba pensando
para abandonar mi casa y seguir a un extranjero tra¡cionando a mi patria y familia?
Castiga a la diosa, hazte más poderoso que Zeus,
950 quien tiene el poder sobre los demás dioses pero es
esclavo de aquélla. Y ten comprensión conmigo. En un
punto sí que tendrías un argumento razonable contra
mí: cuando Alejandro murió y descendió a las entrañas de la tierra, debía yo haber abandonado el palacio
y marchado a las naves argivas ahora que ya no tenía
una boda dispuesta por los dioses.
955 Me apresuré a hacerlo y son mis testigos los guardianes de las puertas y los vigías de las torres, quienes
más de una vez me sorprendieron tratando de hurtar
mi cuerpo desde las almenas hasta el suelo con cuer~o das. Pero un nuevo esposo, Deifobo, me arrebató y me
retenía como esposa con el consentimiento de los
frigios.
¿Cómo pues, esposo mío, va a ser justo que muera
a tus manos ~ yo, a quien uno desposó a la fuerza y
que, lejos de salir victoriosa, tuve que servir amargamente en mi segunda casa? Si quieres ser superior a
965 los dioses, tal pretensión es insensata por tu parte.
CORIFEO. — Reina, defiende a tus hijos y a tu patria
destruyendo la persuasión de ésta, puesto que, con ser
malvada, habla razonablemente. Y esto es terrible.
HÉCUBA. — En primer lugar, me pondré del lado de
970 las diosas y demostraré que ésta habla sin razón. No
creo que Hera y la virgen Palas llegaran a tal punto de
insensatez como para que una vendiera Argos a los
46 No hay necesidad de postular con LENTING —como admite
MURRAy— la existencia de una laguna tras el y. %l.
bárbaros y Palas esclavizara Atenas a los frigios, cuando
vinieron al Ida de broma y por coquetería. ¿Por qué 975
iba a tener Hera tantos deseos de aparentar belleza?
¿Acaso para conseguir un marido mejor que Zeus? Y
Atenea, ¿perseguía el amor de algún dios, ella que pidió 980
la virginidad a su padre por huir del matrimonio? No
trates de hacer de las diosas unas insensatas por adornar tu maldad; no vas a persuadir a personas juiciosas.
Has dicho que Cipris —y esto sí que es ridículomarchó junto con mi hijo a casa de Menelao. ¿No 985
podría haberse quedado tranquilamente en el cielo y
transportarte a ti con todo Amidas ~ hasta Ilión?
Si mi hijo era sobresaliente por su belleza, tu
mente al verlo se convirtió en Cipris; que a todas sus
insensateces dan los mortales el nombre de Afrodita.
¡Con razón el nombre de las diosas comienza por «in- 990
sensatez»! ~.
Cuando lo contemplaste con ropajes extranjeros y
brillante de oro se desbocó tu mente. Y es que en
Argos te desenvolvías con pocas cosas, pero si abandonabas Esparta pensabas que inundarías con tus 995
gastos la ciudad de los frigios que manaba oro. ¡El
palacio de Menelao no era suficiente para que te insolentaras con tus lujos!
Bien. Dices que mi hijo te llevó a la fuerza. ¿Quién
se enteró en Esparta? ¿Qué voces diste —y eso que el í~
joven Cástor y su gemelo aún vivían ‘a no estaban entre
los astros?
Cuando llegaste a Troya —los argivos siguiendo tus
pasos— y se trabó combate a lanza, si te anunciaban
las hazañas de Menelao lo elogiabas para que mi hijo ioos
4~ Centro importante durante la época «micénica» era, según
la tradición, la patria de Helena y de su padre Tindáreo.
~
Juego de palabras basado en la (falsa) etimologia popular de Aphrodíte como aphros~ne «insensatez».
196
TRAGEDIAS
197
LAS TROYANAS
sufriera por tener tan gran competidor de su amor. Si
eran los troyanos quienes tenían éxito, éste ni existía.
Esto lo hacías poniendo los ojos en la fortuna; a
ésta querías seguir los pasos, mas no a la virtud.
1010 ¿Y luego dices que tratabas de hurtar tu cuerpo
con sogas, dejándote caer de las torres, porque no
querías permanecer aquí?
Entonces, ¿dónde te sorprendieron trenzando un
nudo o afilando una espada, como haría una mujer
noble que añora a su anterior esposo?
1015 Y sin embargo, yo te reprendí más de una vez diciendo: «Hija, sal de aquí, mis hijos casarán con otras;
te enviaré a ocultas hacia las naves aqueas; pon fin a
la lucha entre los griegos y nosotros.» Pero esto te
1020 resultaba amargo. Paseabas tu insolencia en el palacio de Alejandro y exigías que los bárbaros se postraran ante ti. Esto era grande para ti. Y después de esto
¿has salido con el cuerpo lleno de adornos y respiras
el mismo aire de tu esposo, tú, cuya cara habría que
1025 escupir? Debías venir pobre, con la túnica hecha jirones, temblando de miedo, con la cabeza rapada como
un escita49 y con más humildad que desvergilenza por
tus culpas pasadas.
Menelao —mira dónde pongo fin a mi discurso-,
1030 coloca una corona sobre la Hélade matando a ésta
como se espera de ti, y establece esta ley para las demás
mujeres: que muera la que traicione a su esposo.
CORIFEO. — Menelao, castiga a ésta como merecen
tus antepasados y tu casa y borra de la Hélade el re1035 proche de blando, tú que te has mostrado tan gallardo
con los enemigos.
MENELAO. — Estás de acuerdo conmigo al decir que
ésta salió voluntariamente de mi casa hacia un lecho
Los escitas solían desollar la cabeza de sus enemigos
capturados y muertos en guerra (cf. HERÓeOTO, IV 64).
extranjero. Y que Cipris se encuentra en sus palabras
por orgullo.
(A Helena.) Marcha con los que te van a apedrear
y paga con tu muerte, en corto tiempo, los dilatados io4o
sufrimientos de los aqueos para que aprendas a no
cubrirme de vergúenza.
HELENA. — (De rodillas.) No, te pido abrazada a tus
rodillas, no me atribuyas la locura que los dioses me
enviaron. No me mates, perdóname.
HÉcUBA. — (También de rodillas.) No traiciones a
tus aliados a quienes ella mató. Te lo suplico por ellos 1045
y por sus hijos.
MENELAO. — Calla, anciana. No tengo miramientos
con ella. Voy a decir a mis siervos que la acompañen
a las naves en que será enviada.
HÉCUBA. — No permitas que suba al mismo barco
que tú.
MENELAO. — ¿Qué sucede? ¿Es que pesa más que 1050
antes? ~.
HÉCUBA. — No hay amante que pierda el amor para
siempre, de cualquier forma que se manifieste el talante de su amado ~
MENELAO. — Será como deseas. No ascenderá a la
misma nave que yo —no te falta razón en lo que dices—. Y cuando llegue a Argos morirá de mala ma- íoss
nera, como merece, y hará que todas las mujeres sean
comedidas aunque esto no es fácil. Sin embargo, la
~ No puedo evitar el pensar que se trata de una interpolación —graciosa— de actor; sobre todo, aparte de la irrelevancia de tal pregunta (por más que Menelao aparezca a veces
como un imbécil), porque rompe la estructura de dos versos
por interlocutor, introduciendo inesperadamente un par de versos esticomíticos.
51 Es evidente que el y. 1052 sigue perteneciendo a Hécuba.
De esta forma, si suprimimos el y. 1050 como interpolado.
queda una estructura más regular con tres versos para Menelao (1046-1048) y tres para Hécuba (1049, 1051 y 1052).
198
TRAGEDIAS
199
LAS TROYANAS
muerte de ésta hará que teman su ligereza aunque serna
todavía peores. (Menelao, Helena y la escolta salen por
la izquierda.)
CORO.
Estrofa 1.a
1060 ¡Así has entregado a los aqueos, Zeus, tu templo
de Ilión, tu altar humeante, la llama del pélano 32, eL
1065 humo de la mirra que asciende hasta el éter, y la sagrada Pérgamo y los valles del Ida —¡del Ida!—, criadores de hiedra, regados por la nieve convertida en
1070 ríos, límite tocado primero por el sol, divina morada
que resplandece toda.
Antistrofa 1.a
Se acabaron tus sacrificios, y de los coros los santos
sonidos y en la oscuridad las fiestas nocturnas de los
1075 dioses, y las estatuas de oro y madera, y de los frigios
las divinas lunas ~, doce en total. Quiero, soberano,
quiero conocer si te percatas de ello al ascender a tu
trono celeste y al éter de esta ciudad desventurada
íoso a la que ha destruido el ímpetu abrasador del fuego.
Estrofa 2.a
Oh amado esposo mío, tu cadáver anda errante
1085 sin tumba, sin agua lustral, y a mí la marina nave
al impulso de sus alas me transportará a Argos, criadora de caballos, donde muros de piedra ciclópeoS
hasta el cielo se elevan y una muchedumbre de hijos
1090 a las puertas lloran colgados del cuello de sus madres.
Y gritan, y gritan: «Oh madre —¡ay de nzí!—, sola a
mí los aqueos me llevan lejos de tu vista sobre azul-
32 Ofrenda que podía ser sólida (un pastelillo de harina) o
liquida (puré a base de cebada y trigo).
53 Se refiere a las fiestas celebradas por los frigios cada
plenilunio.
oscura nave, con remos que se hunden en la mar, a 1095
la sagrada Salamina o a la cumbre del Istmo que domina dos mares, donde la sede de Pélope ~ tiene 5U
entrada.
AntIstrofa 2.»
¡Ojalá, cuando la nave de Menelao atraviese el cen- 1100
tro del ponto, el fuego sagrado del rayo brillante, lanzado con ambas manos, caiga en medio de los reffo5
a la hora en que me sacan llorando de mi tierra Ilión ííos
—como sierva de Grecia— y espejos de oro —delicias
de las muchachas— están en manos de Helena, la
hija de Zeus!
¡Que nunca arribe a la tierra laconia, ni al tálamo 1110
de su hogar paterno ni a la ciudad de Pitana y su diosa
de puertas de bronce! ~. Pues ha cobrado para la gran íiis
Hélade la verguenza de un triste matrimonio y sufrimientos tristes para las corrientes del Simoeis. (Exitra
Taltibio con el cadáver de Astianacte sobre el escudo
de Héctor.)
CoiUEDo. — ¡Ay, ay! Nuevas calamidades para el
país se suceden sin cesar unas a otras. ¡Mirad aquí, 1120
tristes esposas de los troyanos, a Astianacte muerto,
amargo despojo arrojado de los muros a quien traen
los ddnaos, sus asesinos!
TALTIBIO. — Hécuba, sólo queda una nave que va a í 125
transportar hasta las costas de Ptia el restante botín
del hijo de Aquiles.
Neoptólemo mismo ya ha zarpado luego de COnOcer la nueva desgracia de Peleo: Acasto, hijo de PeliaS,
lo ha expulsado del país. Por ello se ha marchado ráPldamente, sin ceder a sus deseos de quedarse, y cofl él 1130
54 El Peloponeso.
~
Atenea tenl a en Pitana, barrio de Esparta, un templo de
bronce (cf. Helena 228, donde esta diosa recibe el epítetO de
chal ktoikos «la del templo de bronce»).
200
TRAGEDIAS
201
LAS TROYANAS
iba Andrómaca. Me ha excitado el llanto cuando salía
del país llorando a su patria y despidiéndose de la
tumba de Héctor. Pidió a Neoptólemo que enterrara
1 t35este cadáver del hijo de Héctor que murió despeñado
desde la muralla.
En cuanto a este escudo de bronce, terror de los
aqueos, con que el padre de éste rodeaba su pecho,
pidió que no se lo llevara al hogar de Peleo ni al tá1140 lamo en que Andrómaca, madre de este cadáver, será
desposada —¡seria doloroso contemplarlo!—, sino que
lo entierren en él en vez de en caja de cedro y cerco
de piedra. Que lo pongas en tus brazos a fin de adornar
su cadáver con túnica y coronas (si es que tienes fuer1145 zas —¡tales son tus males!—), ya que ella ha partido
y la prisa de su dueño la ha privado de enterrar a su
hijo.
Nosotros, entonces, cuando hayas amortajado el
cadáver, pondremos tierra sobre él y zarparemos.
1150 Realiza con presteza lo que se te ha ordenado. Yo
te he librado ya de un trabajo: cuando atravesaba la
corriente del Escamandro, lavé su cadáver y limpié sus
heridas.
Conque marcho a cavar su tumba a fin de que
1155 aunemos mi trabajo y el tuyo y podamos poner proa
hacia mi patria. (Sale por la derecha.)
HI~CUBA. — Depositad en tierra el bien torneado escudo de Héctor, visión dolorosa y nada agradable para
mis ojos.
Oh aqueos, vosotros que tenéis más valor por la
lanza que por la razón, ¿qué temíais de este niño
ííw para ejecutar una muerte tan incomprensible? ¿Acaso
que volviera a poner en pie a Troya caída? Nada érais
entonces, si, cuando Héctor y otros mil tenían éxito en
el combate, nos veíamos perdidos y en cambio, ahora
que la ciudad ha sido tomada y destruidos los frigios,
tenéis miedo de un niño tan pequeño. No alabo el 1165
miedo de quien teme sin reflexionar.
Hijo querido, ¡qué desdichada muerte te ha sobrevenido! Si hubieras sucunibido por tu ciudad, una vez
alcanzados juventud, matrimonio y poder, habrías sido 1170
dichoso —si es que algo de esto hace feliz. Sin embargo, tu espíritu no recuerda haberlos visto ni conocido y no ha gozado de nada, aunque lo tema en casa.
¡Desdichado, qué tristemente han segado tu cabeza los
muros de tu patria, las torres fabricadas por Loxias!
Cómo la cuidaba tu madre y besaba tus bucles de los í 175
que ahora sale riendo la sangre entre las grietas de
los huesos —por no decir nada indigno ~—.
¡Oh manos, dulce imagen de las de tu padre, que
ahora estáis ante mí con las articulaciones rotas!
¡Oh querida boca que a menudo dejabas escapar uso
palabras jactanciosas, estás perdida! Me mentiste
cuando, echándote sobre mi cama, decías: <Madre, me
cortaré por ti un largo bucle de mi pelo y conduciré
hasta tu tumba los grupos de mis compañeros para
darte una amable despedida.» Pero soy yo, una an- iíss
ciana sin ciudad y sin hijos, quien entierro tu triste
cadáver de joven; no tú a ml. ¡Ay de mí! En vano
fueron mis muchos abrazos, mis cuidados, mis sueños
de entonces.
¿Qué podría escribir un poeta sobre tu tumba? «A 1190
este niño lo mataron un día los aqueos por temor.»
¡Vergonzoso epigrama para Grecia!
Con todo, aunque no heredes los bienes de tu padre, tendrás su escudo de bronce donde recibir sepultura.
¡Oh escudo que protegías el hermoso brazo de
Héctor, has perdido a tu más excelente protector! i 195
56 Según el escoliasta, la reticencia de Hécuba se debe a
que seria indigno mencionar el cerebro saliendo por las aberturas del cráneo (!).
202
TRAGEDIAS
203
LAS TROYANAS
¡Qué agradable es la impronta de su brazo que per.
manece en tu correa! ¡Qué agradable su sudor en el
bien torneado cerco del escudo, que tantas veces puso
Héctor, apoyándolo contra su mejilla, cuando sOportaba los esfuerzos de la guerra!
1200 Traed, traed de lo que tenemos una mortaja para
el pobre cadáver. Dios no nos concede oportunidad
de embellecerlo, pero de lo que poseo, tomad adornos.
Estúpido es el mortal que se alegra creyendo que
1205 tiene éxito. La fortuna con sus caprichos —como un
demente— salta de un lado a otro. Nunca tiene suerte
el mismo hombre.
CORIFEO. — Sí, ya te traen estas mujeres, para que
se los pongas al cadáver, los adornos que tienen a
mano de los despojos frigios.
HÉCUBA. — Hijo, la madre de tu padre te pone estos
1210 adornos, no porque hayas vencido a los de tu edad en
competiciones a caballo o con armas, costumbres caras
a los frigios, aunque no las persigan en exceso. Un día
fueron tuyos, mas ahora te los ha arrebatado Helena,
1215 la aborrecida de los dioses. Además ha puesto fin a tu
vida y arruinado tu casa toda.
CoRo. — ¡Oh, oh! Mi corazón has tocado, has tocado. ¡Ah, el poderoso monarca de mi ciudad que un
día debías haber sido!
1220 HÉCUBA. — Yo sujeto a tu cuerpo la adornada túnica
frigia que debías haber llevado en tu boda, cuando desposaras a la mejor de las mujeres de Asia.
Y tú que un día fuiste victoriosa madre de mil trofeos, querida rodela de Héctor, sírvele de corona.
Vas a morir —aunque nunca murieras— con el
muerto. Pues eres más digna de recibir honores que
1225 las armas del astuto y malvado Odiseo.
CoRo. — ¡Ay, ay!, la tierra te acogerá...
HÉCUBA. — ... como a un dolor amargo, hijo mio!
CoRo. — ¡Laméntate, madre!
1230
HÉcUBA. — ¡Ay, ay!
CORO. — ¡Llora por tus muertos!
HÉCUBA. — ¡Ay de mí!
CORO. — ¡Ay de mí! ¡Qué males sufres tan impíacab les!
HÉCUBA. — Con vendas cuidaré tus heridas yo, paciente médico de nombre, que no de hecho. Tu padre
se cuidará del resto entre los muertos.
CORO. —Araña, araña tu cabeza a golpes de mano. 1235
¡Ay, ay de mí!
HÉCUBA. — Queridas mujeres...
CORO. — Hécuba, habla a las tuyas, ¿que vas a decir?
HÉCUBA. — Está claro que para los dioses nada 1240
había sino mis dolores y Troya, odiada por encima de
todas las ciudades.
En vano les hicimos sacrificios. Pero si un dios no
hubiera revuelto lo de arriba poniéndolo al revés, bajo
la tierra, seríamos desconocidos y no estaríamos en
boca de los cantores ofreciendo tema de canto a las 1245
Musas de los hombres venideros. Marchad, enterrad
el cadáver en su desdichada tumba. Ya tiene todos los
adornos que necesitan los muertos. Creo que a ellos
les importa bien poco el obtener unos funerales mag- 1250
nificentes. Esto es x’ana gloria de los vivos.
CORO. — ¡Ay, ay! ¡Pobre madre, que ha perdido en
ti las mayores esperanzas de su vida! ¡Cuántos parabienes recibiste por nacer de nobles padres, y con qué 1255
terrible muerte has perecido!
¡Eh, ah! ¿Qué manos son ésas que veo en las cumbres de Ilión agitando antorchas? Alguna nueva desgracia va a sumarse a Troya.
TALTIBIO. — Hablo a los capitanes que tienen orden 1260
de poner fuego a la ciudad de Príamo: no retengáis
inactiva en vuestras manos la llama, prended fuego a
fin de destruir por completo la ciudad de Ilión y poner
proa gustosamente a casa desde Troya.
204
TRAGEDIAS
205
LAS TROYANAS
1265 Y vosotras, hijas de los troyanos (para que mi palabra tenga dobles órdenes), cuando los jefes del ejército hagan sonar la trompeta, poneos en marcha hacia
las naves aqueas para ser llevados lejos de esta tierra.
1270 Y tú, anciana desgraciada, sígueme. Éstos han venido
a buscarte de parte de Odiseo, a quien la suerte te ha
enviado como esclava lejos de tu patria.
HÉCUBA. — ¡Ay, desgraciada de mí! Esto es lo último, el límite de todos mis males. Salgo de mi patria,
1275 mi ciudad arde. Oh anciano pie, apresurate aun con
trabajo, que voy a despedirme de esta desdichada
ciudad.
Oh Troya, que en otro tiempo respirabas altanera
entre los bárbaros, tu ilustre nombre va a borrarse en
seguida. Te están quemando y a nosotras nos sacan de
1280 esta tierra como esclavas.
¡Oh, dioses! Mas ¿a qué llamo a los dioses si antes
no me escucharon cuando los invoqué?
Ea, voy a saltar a la hoguera, pues será lo más hermoso para mí morir ardiendo junto con mi patria.
TALTIBIO. — Desgraciada, tus males te han enloque1285 cido. Vanios, lleváosla, no hagáis caso. Tenéis que ponerla en manos de Odiseo y acompañarla como botín
de guerra.
HÉCUBA. — ¡Ay, ay, huy, huy! Hijo de Cronos, sobe1290 rano frigio, progenitor nuestro, ¿has visto estos sufrimientos, indignos de la estirpe de Dárdano?
CoRo. — Los ha visto; y la gran ciudad ya no es
ciudad; ha sucumbido. Ya no existe Troya.
1295 HÉCUBA. — ¡Ay, ay, huy, huy! Ilión resplandece, los
techos de los palacios arden con fuego y la ciudad y
lo alto de los muros.
CoRo. — Como una humareda que se eleva al cielo,
1300 se consume la tierra caída por lanza. El fuego recorre
los palacios con furia, y la lanza enemiga.
HÉCUBA. — ¡Ay, tierra nodriza de mis hijos!
CORO. — ¡Eh, eh!
HÉCUBA. — Hijos, escuchad, atended a la voz de
vuestra madre.
CORO. — Con lamentos llamas a quienes murieron...
HÉCUBA. — ... poniendo en tierra mis viejos miem- í3os
bros y golpeando con doble mano el suelo.
CORO. — En seguimiento tuyo pongo rodilla en
tierra evocando a los míos desde abajo, a mis pobres
maridos.
HÉCUBA. — Me arrastran, me llevan... 1310
CORO. — ¡Gritas tu dolor, tu dolor!
HÉCUBA. — ... bajo los techos de mi palacio como
esclava...
CoRo. — ... lejos de mi patria.
HÉCUBA. — ¡Ay! ¡Ay Príamo, Príamo muerto sin
tumba, sin amigos! Eres ignorante de mi ruina.
CoRo. — Tus ojos cubrió negrq la muerte piadosa 1315
con impío degUello ~.
HÉCUBA. — ¡Ay, palacios de los dioses y amada
ciudad!
CoRo. — ¡Eh, eh!
HÉCUBA. — ¡Llama asesína te abraza y puntas de
lanza!
CoRo. — Pronto os derrumbaréis sin nombre en la
tierra querida.
HÉCUBA. — Polvo y humo elevándose al cielo me 1320
quitarán la vista de mis palacios.
CoRo. — El nombre de esta tierra marcha a la oscuridad. Cada cosa se ha ido por un lado y ya no existe
más la infortunada Troya.
Oximoron (o paradoja) explicado por WIL&Mowrrz en cl
Sentido de que el asesinato de Príamo en sí es impío; su
muerte, según él, es piadosa en cuanto que se acogió al altar
de Zeus y no vio la muerte de su familia.
206
TRAGEDIAS
207
208 TRAGEDIAS
1325 HÉCUBA. — ¿Lo captáis, lo oís?
CoRo. — Sí, el ruido de los palacios.
HÉCUBA. — Terremotos, terremotos recorren...
CoRo. — ... toda la ciudad.
HÉCUBA. — ¡Ay, temblorosos miembros míos, con1330 ducid mis pasos! Marchad, míseros, al día de mi esclavitud de por vida.
CoRo. — ¡Ay, pobre ciudad! Con todo... adelanta tu
pie hacia las naves aqueas.
ELECTRA
INTRODUCCIÓN
1. Escrita hacia el año 413 a. C., la Electra de
Euripides dramatiza la venganza de los hijos de Agamenón sobre su madre Clitemnestra y sobre el amante
de ésta y usurpador del trono, Egisto. Acerca de sus
diferencias, tanto en el mito como en la concepción
dramática, con las tragedias de los otros grandes trágicos sobre el mismo tema, y de sus características literarias trataremos luego. Veamos en primer lugar su
estructura:
2. El drama consta de cuatro episodios, más Prólogo y
Exodo.
El PRóLOGO (1-214) es uno de los más complicados formal.
mente y muy similar al de Troyanas. Se inicia con la resis de
Un campesino, esposo de Electra, el cual nos informa sumariamente, como siempre, sobre la situación, arrancando desde
el inicio de la guerra de Troya, y cuenta la historia de los dos
hermanos subsiguiente a la muerte de Agamenón, haciendo esPecial hincapié en la situación lamentable de Electra: arrojada
de su casa y casada a la fuerza con un campesino para impedir
que tenga hijos nobles que venguen a Agamenón; viviendo en
la miseria.
Tras estas palabras aparece Electra, que inicia una breve
tesis en la que lamenta su suerte, no mencionando siquiera la
muerte de su padre. Veremos a lo largo de la obra que se
Insiste mucho más en la situación actual de los protagonistas
que en la muerte del padre, que aparece relegado a un segundo
212
TRAGEDIAS
término. La venganza queda así desprovista del ambiente y rna.
tivos religiosos tan predominantes en Esquilo.
Acabada la resís, entabla un corto diálogo con el campesim
que profundiza aún más en este aspecto negativo de su situa..
ción (tiene que hacer incluso las tareas domésticas).
Cuando salen ambos esposos (Electra por agua y el labrador
a su trabajo) entra Orestes dialogando con Pílades aunque, como
es habitual, sólo oímos al primero. Por sus palabras nos enteramos de que se encuentran en las fronteras de Argos y pretende
vengar a su padre con la ayuda de su hermana. También percibimos su miedo: no quiere pasar por si le descubren y prefiere
ocultarse tras unos arbustos en espera de que pase alguien que
le informe sobre el paradero de su hermana.
Aparece Electra de vuelta del rio y los dos amigos corren
a su escondrijo. Allí van a escuchar una monodia lírica de
Electra, con lo que Orestes reconoce ya a su hermana, aunque
él no se dará a conocer hasta mucho más tarde. Es una monodia
estrófica en cuyas primera estrofa y antistrofa se queja de su
suerte y la de su hermano. La segunda estrofa y antistrofa es
un treno que acompaña a una libación por Agamenón. Acabada
ésta, entra el Coro de muchachas argivas invitando a Electra
a participar de la fiesta de Hera que se celebra en Argos. No
canta una párodos normal, sino un canto lírico alternado con
Electra, cuya función es profundizar líricamente aún más en la
situación de que arranca el drama (soledad y dolor de la protagonista, abandono por parte de los dioses, etc.).
El PRIMER EPISODIO (215431) abarca el primer encuentro
entre Electra y Orestes (sin que aquélla reconozca la identidad
de éste). Electra queda en escena y descubre a los forasteros;
se inicia un rápido diálogo en esticomitía (Orestes, haciéndose
pasar por un amigo) en que se informan mutuamente sobre
su situación. Ahora se entera Orestes también de la perfidia
de Clitemnestra y Egisto; Electra oye que su hermano vive
exiliado; que desea volver a Argos, aunque necesita la colaboración de su hermana, que ésta promete con presteza. El
diálogo acaba con una larga resis de Electra en que de nuevo
se queja de su propio estado y del abandono de la tumba de
Agamenón (esto siempre en segundo lugar), cerrándolo con una
llamada a la nobleza de Orestes para que vengue a su padre.
ELECTRA
213
El episodio termina con un diálogo entre Electra, Orestes y
el labrador, cuya presencia en escena (viene casualmente del
campo) tiene como fin único el que puedan enviarlo a buscar
a un anciano esclavo (que será pieza básica en la anagnc$risis);
pero que de hecho ofrece a Eurípides la oportunidad de extenderse por boca de Orestes, al comprobar la nobleza del labrador, en consideraciones sobre la nobleza auténtica y la aparente.
A continuación, y mientras marcha el labrador en busca del
anciano sirviente, canta el Coro su PRIMER ESTASIMo (432-486),
que cubre este espacio de tiempo. El tema de su canto es la
descripción de las armas de Aquiles; tema un tanto sorprendente por su alejamiento aparente de lo que ocurre en escena,
pero que evita lo que resultaría ya una insistencia excesiva en
el tema de Electra y después de todo se relaciona con la
guerra de Troya, causa última de la tragedia de los Atridas.
Con un diálogo entre Electra y el Anciano se inicia el
SInUNDO EPISODIO (487-698). A través de este diálogo, lleno de
fina ironia y paródico de las anagnórisis de Esquilo y Sófocles,
nos enteramos que alguien ha visitado la tumba de Agamenón.
El Anciano bari-unta que es Orestes y trata de provocar una
anagnórisis a través de las pruebas tradicionales (pelo, huellas,
ropa). Pero el verdadero reconocimiento se producirá en seguida
en un diálogo estico,nítico triangular entre Orestes-Electra-
Anciano (será éste quien descubra la identidad de Orestes por
una cicatriz), tras el cual se inicia, entre ambos hermanos, un
epirrema en que Electra canta y Orestes recita.
Luego del epirrema se reanuda el diálogo esticomítico: Orestes se muestra muy indeciso (se siente su miedo, pregunta continuamente por los aliados que pueda tener y pide que le
acompañen), pero entre Electra y el Anciano preparan una estratagema para matar primero a Egisto y luego a Clitemnestra:
cuando venia el Anciano, vio a Egisto en el campo disponiéndose a realizar un sacrificio a las Ninfas. Orestes se acercará,
Egisto le invitará a la fiesta y allí tendrá ocasión de matarlo.
En cuanto a Clitemnestra, el Anciano irá a comunicarle que
Electra ha dado a luz. Si aquélla pasa por la choza del campesino antes de ir a reunirse con Egisto, estará perdida.
214
TRAGEDIAS
El diálogo termina con una invocación en ayuda a Zeus fa.
miliar, a Hera, a su padre y a la tierra.
El SEGuNDo ESTAsIMO (699-746) cubre el espacio de tiempo en
que Orestes mata a Egisto. El tema es la historia del cordero
de oro, inicio de las diferencias entre los miembros de la familia de los Pelópidas (Atreo, padre de Agamenón, y Tiestes,
padre de Egisto). Aunque parece alejado del drama, tiene una
relación muy sutil con él, pues de hecho compara el adulterio
de la mujer de Atreo (y sus funestas consecuencias: alteración
del curso del cosmos) con el de la mujer de Agamenón (y sus
funestas consecuencias: la alteración del orden moral) 1
El TERcER EPISODIO (747-858) lo ocupa casi por completo la
escena del mensalero que trae noticias sobre la muerte de Egisto. Pero la precede un diálogo entre Corifeo y Electra, en que
la angustia de ésta por conocer el resultado marca un tiempo
de espera que resulta dramáticamente muy eficaz.
Todo ha salido bien. Orestes ha aprovechado el momento en
que Egisto se inclinaba de espaldas para observar, durante el
sacrificio, las entrañas de las víctimas, y le ha asestado un
golpe mortal.
El TERCER E5~A5IMO (859-879) se presenta no bajo la forma
de un canto lírico ordinario, sino como epirrema entre Electra
y el Coro. Es un canto de triunfo en que el Coro invita por
segunda vez a Electra a vestirse de fiesta y danzar. Ahora si
que acepta.
El CUARTO EPISODIO (880-1146) consta de dos escenas. La primera, entre Orestes y Electra, tiene como centro una larga
resis de la última que, dado el contexto en que está inserta
(ante el cadáver de Egisto), es formalmente una oración fúnebre, aunque de hecho contiene lo opuesto a un elogio del
muerto: es una serie de improperios que Electra no se atrevió
a dirigir a Egisto cuando éste vivía y que ahora lanza con gran
apasionamiento (lo que no impide que aquí y allá intercale reflexiones sobre el matrimonio de plebeyo con mujer noble o de
la valía de un marido) Luego de esta resis se entabla un diálogo esticomítico entre
ambos hermanos, en que se revela la indecisión de Orestes y
Cf. J. R. MULRYNE, .Poetic structures in the Electra of
Euripides», LCM II (1977), 31-38.
ELECTRA
215
el odio de Electra por Clitemnestra y la seguridad y fortaleza
de sus deseos matricidas.
Acabado este diálogo entra pomposamente Clitemnestra en un
lujoso carro, rodeada de esclavas troyanas conquistadas por
Agamenón. Así se inicia la segunda escena de este episodio, que
está constituido por un agón entre madre e hija. El centro del
agón lo constituyen dos largos discursos en que Clitemnestra
justifica la muerte de Agamenón y Electra contesta atacando
su ligereza y su lascivia; acusándola del exilio de Orestesydel
suyo propio, al que califica de «muerte en vida«; llevando hasta
el final la lógica de Clitemnestra: si tu mataste a Agamenón,
justo es que nosotros te matemos a ti.
Clitemnestra entra engañada en la choza de Electra para
realizar un sacrificio de natalicio!, y cuando el Coro ha acabado
de cantar el CUARTO ESTÁSIMO (886-1146), comentando el crimen
de Agamenón, se oyen los gritos de muerte de Clitemnestra.
Luego el eccíclema 2 expone ambos cadáveres y se inicia el
Éxooo (1172-1358) con un kommós alternando entre Orestes,
Electra y Coro. Los tres lamentan el crimen y, mientras Orestes
y Electra recuerdan en su canto con horror el acto del crimen,
el Coro intenta trascender la inmediatez del mismo aludiendo
a la justicia restaurada. Sólo falta atar los cabos, y para ello
aparecen los Dióscuros que, en una larga resis, nos informan
sobre lo que espera a Orestes (fuga, expiación y juicio), el
matrimonio de Electra con Pílades y el entierro de los dos
Cadáveres La obra termina con un diálogo lírico de despedida entre
Orestes y Electra, con breves intervenciones de Cástor.
3. Es sabido que los tres grandes trágicos atenienses dramatizan el mismo tema en sendas obras
(Esquilo en Coé toras, Sófocles y Eurípides en sus respectivas Electras) y que las diferencias entre los tres
autores son notables tanto en el tratamiento del mito,
como en la estructura dramática, como sobre todo en
2 Máquina giratoria usada en el teatro para exponer sobre
el escenario algo que estaba en el interior.
216
TRAGBDIAS
la idea trágica que las informa; siendo este últin»
punto, desde luego, el determinante de los otros dom.
La pri.rnera gran diferencia que cabe establec~3.
entre ellos es que Esquilo trató el tema del matricidio
en la obra central de su trilogía la Orestía; lo cual
pone de manifiesto que para él constituye un momento
más en la concepción global de la trilogía, mientru
que tanto para Sófocles como para Eurípides es cl
único tema. El mismo título es indicativo de que para
el primero la figura central no es Electra, mientru
que sí lo es para los otros dos.
El fin que persigue Esquilo es presentamos dial¿cticamente, a lo largo de la trilogía, la dinámica de la
«vendetta», enraizada en la sociedad tribal, y su superación mediante la justicia garantizada en el píano divino por Zeus y por una nueva estructura social basada
en el Derecho y los tribunales ~. Su intención es, por
tanto, básicamente moral. El matricidio es para él una
fase transitoria en la lucha por el establecimiento dc
la justicia. De aquí que su obra esté traspasada por un
sentimiento ético-religioso trascendentalista que se refleja en la misma estructura de la obra: el rito fimorario alrededor de la tumba, el sueño de Clitemnestra,
las numerosas oraciones a los dioses y a Agamenén,
etcétera. En cambio sus caracteres no poseen la riqueza
de los de Sófocles o Eurípides porque son meros
portadores de esta idea.
Entre Sófocles y Eurípides hay aparentemente mayor convergencia, pero un análisis detenido nos llevará
a ver diferencias aún mayores.
En Sófocles, desde luego, el centro de la obra 10
constituye Electra; pero el interés no se centra en el
3 En el plano divino se plantea la superación de la opoSi
ción entre las Ermis, divinidades arcaicas protectoras de 1*
sociedad tribal, y Zeus, Apolo, Atenea, etc., nuevas divinidadeS
protectoras de la nueva sociedad basada en la justicia.
I3LECTRA
217
matricidio, como demuestra el que el clímax no lo constituye la muerte de Clitemnestra, sino la de Egisto; ni
se plantea un problema propiamente moral: el matricidio no es una etapa en la consecución de la auténtica justicia, como en Esquilo. Tampoco es, sin embargo, contra lo que se suele mantener, una obra en
la que lo principal es el estudio del carácter de Electra.
Creo que es Kitto’ quien ha entendido mejor este
drama de Sófocles. Según este critico, lo que plantea
cl dramaturgo es la dinámica de dík~, pero entendiendo
por dik~ no la justicia moralizadora de Esquilo, sino
el equilibrio, el orden normal de las cosas. Es un concepto más cercano al de la filosofía jonia, un concepto
amoral de dik~ que presupone una identificación del
mundo físico y el humano.
De aquí se siguen una serie de divergencias —con
respecto a Esquilo y Eurípides— tanto en lo que se
refiere al tema como al carácter <1e los protagonistas:
así el que Apolo no ordene la muerte de Clitemnestra
para que el matricidio aparezca como un acto natural;
que nunca se censure el matricidio como un acto perverso; que los protagonistas actúen con la frialdad
propia del ejecutor de un crimen necesario, etc.
Eurípides, aparentemente más cercano a Sófocles
por hacer de Electra el centro del drama, de hecho está
más cerca de Esquilo en el sentido de que lo que
plantea su obra es también un problema moral. Pero
está muy lejos de uno y otro, hasta el punto de que
su obra -resulta una auténtica recreación del tema y
no se puede admitir que sea un mero intento de
criticar o de ridiculizar el tratamiento que de ~l hicieron sus predecesores, como han sugerido algunos
críticos ~.
~
Cap. y, págs. 131 y sigs.
5 Aunque de hecho haya, circunstancialmente, ironía con
respecte a algunos puntos y se introduzcan detalles más realis-
218
TRAGEDIAS
Tampoco se puede admitir, sin más, la opinión
Kitto6 en el sentido de que se trata sencillamente
un melodrama. Según él seria inútil buscar una idem
trágíca, dado que lo que pretende Eurípides es
tener el interés del espectador con efectos drarnáti~~
porque «sobre el aspecto moral de la venganza no tenía
nada nuevo que decir» ~.
Es evidente que para «decir» algo nuevo sobre este
tema bastaba con hacer precisamente lo que hace Enrí.
pides, esto es, suprimir la importancia del elemento
divino, fundamental en sus predecesores, y humanizar
el drama: esto le ha llevado a su vez a dotarle de detalles más realistas y en definitiva de una mayor verosimilitud, haciendo a los personajes más cercanos a
nosotros. En efecto, la Electra de Eurípides es un
drama familiar, pero no un drama burgués, lo que le
quitaría su carácter de universalidad y, en definitiva,
de tragedia clásica.
De esta forma Eurípides se vio forzado a innovar
el mito, tanto en determinados detalles como en el
carácter de sus personajes principales.
En cuanto al mito, se suprimen los elementos más
conspícuamente religiosos: los mismos personajes dudan que Apolo haya dado la orden; ya no hay rito
funerario en la tumba de Agamenón; no hay suello
de Clitemnestra. Y se plantean situaciones más realistas: aquí Electra no está en el palacio, como la encontramos en Esquilo y Sófocles, sino casada con un
campesino para que sus hijos, si los tiene, no sean
válidos vengadores de Agamenón, dada su baja estirpe;
tas; así el que Orestes no entre en Micenas (o Argos); el rechazo de los objetos de las anagnórisís, etc.
6 Cap. XII, págs. 330 y sigs.
7 En realidad el análisis de Krrro sobre diferentes aspectos
de la Electra de EURíPIDES es uno de los más inteligentes que
se han escrito, pero la tesis general es difícil de admitir.
BLECTRA
219
~restes no entra en Argos para matar allí a Clitemestra y Egisto, sino que el autor los hace salir a ellos
jera de la ciudad, lo cual es, sin duda, más verosímil,
tcétera.
En cuanto a los personajes, la riqueza de sus carac~s es mayor que en Esquilo y aun que en Sófocles,
>ien en el de Electra carga demasiado las tintas: es
;iado malvada para que el espectador pueda identillcarse con ella.
Como Apolo ya no es el motor supremo de la acción
~l mismo Orestes duda que pueda haber salido de
dios tal orden), Eurípides tiene que resaltar el
lado humano de sus motivaciones; de aquí la insistencia hasta la saciedad en la situación lamentable e injusta en que se encuentran: Orestes desposeído de su
reino, Electra vejada y entregada en matrimonio a un
campesino. También por la misma razón se contrasta
de una manera mucho más realista que en Esquilo o
Sófocles la opulencia y felicidad de Egisto y Clitemnestra con la pobreza de los dos hermanos, especialmente en la escena del agón entre Electra y Clitemnestra.
Pero si Eurípides ha cargado las tintas hasta la
exageración en el personaje de Electra, haciendo de ella
una mujer amargada e incluso malvada, en el de Orestes ha creado un carácter magistral. Este Orestes no
es el ejecutor firme de la orden de Apolo que se nos
muestra en Esquilo y Sófocles, sino el adolescente
irresoluto y desconfiado: no entra en Argos; busca
continuamente apoyo y guía; no se da a conocer a Electra ni aún después de saber que el Coro le es fiel;
está dispuesto a huir en cualquier momento. Es incluso
histérico —como se ve en el kommós que sigue a la
muerte de Clitemnestra— y cobarde: mata a Egisto
por la espalda, necesita de la ayuda material de Electra para matar a su madre.
220
TRAGEDIAS
En fin, se puede afirmar que la Electra de Eurfpidu
es una de sus obras más logradas, tanto en lo que me
refiere a la estructura, como se ve en el equilibrio entre sus dos partes (reconocimiento - anagnórisis y estrm-
tagema - mechánema) 8, como en el dibujo de caracteres. El que los de Orestes y —sobre todo— Electra
estén un poco recargados no debe hacemos pensar
que se trata de un melodrama de buenos y malos.
Hay tragedia, hay sufrimiento de unos seres muy
humanos que se debaten entre el odio, el crimen y
los remordimientos. Y el espectador sale con el sentimiento de que el matricidio es un crimen repugnante
y que si es un dios el que lo ha ordenado, este dios es
igualmente repugnante.
ARGUMENTO (POxy 420)
- . - el campesino [ordena?] entrar a los hombres
para que participen de una hospitalidad [.. -] pobre
pero generosa (?) y el mismo se retira luego a disponer
con diligencia el alimento. Como se enterara de lo
sucedido el viejo que [salvó?...] a Orestes, llegó con
presentes para Electra, regalos que hace la tierra gratuitamente para los que trabajan en el campo. Cuando
hubo visto a Orestes y reconocido una señal en su piel,
descubrió a Orestes ante su hermana. Éste no estaba
dispuesto.. - pero aceptó...
PERSONAJES
LABRADOR de Micenas.
ELEcTRA.
ORESTES.
PÍLADES.
VIEJO ESCLAVO.
SIERVO de Orestes.
CLITEMNESTRA.
DíoscuRos.
CoRo de mujeres de Micenas.
Escena: Junto a la frontera de Argos, ante la casa
de un labrador.
LABRADOR. — Oh antigua llanura’ de mi tierra y
corriente del Inaco, de donde un día el soberano Agamenón navegó hacia Troya con mil naves para levantar guerra. Mató a Príamo, soberano de Ilión, destruyó 5
la ilustre ciudad de Dárdano, regresó a Argos y erigió
en los elevados templos numerosos despojos de guerreros bárbaros.
Allí fue afortunado, en cambio en casa murió a
traición a manos de su esposa Clitemnestra y de Egis- lo
lo, el hijo de Tiestes 2
Conque al morir dejó el antiguo cetro de Tántalo
y Egisto se convirtió en rey del país quedándose con
la esposa de aquél, con la hija de Tindáreo.
A los hijos que dejó en casa cuando partió navegando hacia Troya... —un varón, Orestes, y una hembra, is
Elecíra— a Orestes lo arrebató a ocultas el viejo ayo
de su madre cuando iba a morir a manos de Egisto y
se lo entregó a Estrofio4 para que lo criara en el país
Gr. árgos. Otros editores lo escriben con mayúscula, aunque
hacen la salvedad de que no se refiere a la ciudad, sino a la región.
Cf. SCHIASSI, Euripide, Elettra, Bolonia, 1967, pág. 37.
2 Aquí se reparte la responsabilidad del crimen entre Clitemnestra y Egisto, aunque más adelante (y. 1046) se considera
Clitemnestra a sí misma la principal culpable (como sucede en
Esouní,>. En HOMERO a veces (Odisea III 193) es Egisto el
asesino exclusivamente.
Hijo de Zeus y padre de Pélope. La estirpe de éstos reciben el nombre de Tantálidas y de Pelópidas.
Padre de Pílades, casado con una hermana de Agamenón,
qué acogió al pequeño Orestes cuando tuvo que huir.
224
TRAGEDIAS
de Focea. Electra permaneció en casa de su padre
20 y cuando le llegó la edad floreciente de la juventud,
la pretendieron los más nobles de la Hélade. Pero
Egisto, temiendo no fuera a tener con uno de los nobies un hijo que vengara a Agamenón, la retuvo en
casa y no la entregó a novio alguno.
25 Pero como todavía era motivo de miedo el que
fuera a engendrar un hijo ocultamente con algún noble, decidió matarla, si bien su madre, con ser cruel,
la salvó de manos de Egisto.
Y es que excusas sí tenía para la muerte de su
30 marido, pero temía incurrir en odio si mataba a sus
hijos.
Con estas premisas Egisto ideó lo siguiente: pro.
metió oro a quien matara al hijo de Agamenón, que
había salido fugitivo del país, y a mí me entregó Elec35 tra como esposa (yo soy descendiente de antepasados
de Micenas y en esto, desde luego, no ofrezco motivo
de reproche; éramos brillantes por cuna, pero pobres
de dinero y así se perdió nuestra nobleza) con la idea
de que entregándola a alguien insignificante menor
40 sería su miedo. En efecto, si la hubiera poseído un
hombre de categoría habría despertado la sangre de
Agamenón, que ahora dherme, y algún día le habría
llegado el castigo a Egisto.
Este hombre que veis aquí nunca ha mancillado
su lecho —Cipris es testigo—. Todavía permanece
45 virgen, pues me da verguenza deshonrar a la hija de
hombres nobles yo que soy indigno.
Por otra parte, sufro por el desdichado Orestes
—pariente mío de palabra— si algún día vuelve a ArgoS
y contempla el desgraciado matrimonio de su hermana.
5 Sobrenombre de Afrodita, la diosa de Chipre. A veces e5
simple metonimia por «amor».
ELECTRA
225
El que nrea que soy bobo6 si teniendo a una joven so
virgen en mi casa no la toco, sepa que lo es él por
medir la moderación con la vara de su mente perversa.
(Sale Electra con un cántaro en la cabeza.)
ELECTRA. — Oh negra noche, nodriza de los astros
de oro, en que me dirijo al río, en busca de agua, líe- ss
vando este cántaro apoyado sobre mi cabeza (no porque haya llegado a tal punto de indigencia, sino para
mostrar a los dioses los ultrajes de Egisto); y suelto
al gran éter lamentos por mi padre. La infame hija de 60
Tindáreo, mi madre, me ha arrojado de casa por congraciarse con su esposo. Ahora que ha parido otros
hijos con Egisto, nos tiene a Orestes y a mí marginados de su casa.
LABRADOR. — ¿Por qué, desdichada, trajinas para mí
y realizas esas tareas —tú que te criaste en el lujo- 65
y no las dejas cuando te lo digo?
ELECTRA. — Te tengo por amigo semejante a los
dioses, pues no te me has insolentado en mi desgracia.
Gran suerte es para el hombre encontrar en la desdicha un alivio como yo tengo en ti. Pero precisamente 70
debo compartir contigo voluntariamente las tareas,
aligerando tu trabajo en la medida de mis fuerzas
para que lo soportes mejor. Ya tienes bastante con
tus labores del campo; el de la casa debo disponer- 75
lo yo.
A un trabajador que vuelve del campo le resulta
agradable encontrar dentro todo bien dispuesto.
LABRADOR. — Si así te lo parece, marcha. En realidad
la fuente no está lejos de esta casa. Yo al amanecer
llevaré los bueyes al campo para sembrar los surcos.
Que ningún gandul, por más que tenga siempre a los 80
6 Frase s6lo inteligible si se tiene en cuenta que moros
significa «bobalicón>, pero también «lascivo>, etc. (en oposición
a s6phr3n).
226
TRAGEDIAS
dioses en su boca, podrá reunir el sustento sin esfuerzo. (Salen ambos por la derecha. Entran Pílades
y Orestes por la izquierda.)
ORESTES. — Pilades, sabes que te considero, por
encima de los demás hombres, mi amigo y huésped
más fiel. Sólo tú honrabas a este Orestes entre tus
85 amigos, infortunado como soy por el terrible trato que
he recibido de Egisto. Él fue quien mató a mi padre.. él y mi funesta madre por mandato del oráculo de
un dios. Acabo de llegar, sin que nadie lo sepa, al
umbral de Argos para cobrar su crimen a los asesinos
de mi padre.
90 La pasada noche me acerqué a la tumba de mi
padre, ofrecí mis lágrimas y parte de mi pelo e inmolé
sobre el altar la sangre de una oveja, pasando inadvertido a los tiranos que dominan esta tierra.
No voy a poner mi pie dentro de los muros ~, me
95 he detenido en la frontera del país juntando dos deseos:
poder dirigir mis pasos a otra tierra si me reconoce
alguno de los vigilantes, y buscar a mi hermana (dicen
tao que vive casada y que ya no permanece virgen). Mi
intención es reunirme con ella y hacerla cómplice de
mi crimen para enterarme, al menos, de lo que sucede
dentro de los muros.
Ahora pues, ya que la aurora levanta su blanco
rostro, pondremos nuestra huella fuera de este sendero. Aparecerá a nuestra vista un labrador o una
íos esclava a la que podremos preguntar si mi hermana
vive por estos contornos. (Vuelve a entrar Electra por
la derecha.)
Bien, Pílades, ahí veo a una sierva que lleva en sU
cabeza rapada el peso de un cántaro. Sentémonos,
~
Tanto aquí como en la anagnórisis (cf. vv. 520 y sigs.>.
Eurípides parece rectificar e incluso criticar a sus predecesores
buscando un mayor realismo y verosimilitud. En Esquilo Y
Sófocles la acción se desarrolla en pleno corazón d~ Argos.
ELECTRA
227
preguntemos a esa mujer por si nos ofrece alguna ex- i io
plicación de las cosas por las que hemos venido a
esta tierra.
Estrofa 1.»
ELECTRA. — Acelera —¡es hora!— el ritmo de tu pie,
¡oh!, camina, camina llorando. ¡Ay de mí, ay de mí!
Hija soy de Agamenón y me parió Clitemnestra, la tis
odiosa hija de Tíndáreo, y me llaman «desdichada
Electra» los ciudadanos. ¡Ah, qué horribles trabajos, 120
qué vida tan odiosa! Padre, tú yaces en el Hades inmolado por tu esposa y por Egisto, oh Agamenón.
Mesoda astrófica.
Vamos, levanta el mismo lamento de siempre, sus- 125
cita el placer del abundante llanto.
Antistrofa 1.a
Acelera —¡es hora!— el ritmo de tu pie. ¡Oh!, camina, camina llorando. ¡Ay de mi, ay de mí! ¿Por qué 130
ciudad, por qué moradas, desdichado hermano, andas
trajinando y dejas en la casa paterna a tu pobre hermana entre los más terribles sufrimientos? Ven a 135
librarme a mí, la desdichada, de estas fatigas —¡oh
Zeus, Zeus!— y a vengar la sangre de tu padre, la
más aborrecible.
Estrofa 2.«
Toma8 este cántaro de mi cabeza, deposítalo para 14.0
que a mi padre nocturnos gemidos al amanecer yo
grite, un alarido, un canto de Hades, padre, de Hades. Te dedico soterraños lamentos a los que sin cesar 145
de día me entrego cortando mí querida piel con las
8 Según SCHADEWALDT (Monolog und Selbstgesprach, Berlin,
1926, pág. 215), este imperativo se refiere a una esclava que
entra detrás; los demás se refieren a ella misma.
228
TRAGEDIAS
uñas y poniendo —por causa de tu muerte— las manos
sobre mi rapada cabeza.
Mesoda astrófica.
150 ¡Ay, ay, des garra tu rostro! Como el cisne que jumbroso junto a la corriente del río llama a su querido
íss padre, perdido de muerte entre los traidores cercos
de una red, así, padre, te lloro a ti, al infeliz.
Antistrofa 2.~
Y por vez postrera agua derramo sobre tu cuerpo
en el triste lecho de tu muerte. ¡Ay de mí, ay de mi!
160 ¡Qué amargo, padre, el trabajo del hacha que te segó,
qué amarga la emboscada cuando volvías de Troya!
No con diademas te acogió tu mujer ni con coronas.
165 Con la espada de Egisto de doble filo te asesto un
triste golpe mortal y cabrá un esposo a traición. (Entra
el Coro formado por muchachas argivas.)
Estrofa 3a
CoRo. — Hija de Agamenón, Electra, me he acer-
170 cado a tu morada del campo. Vino un hombre de Micenas, vino un montero bebedor de leche y me anunció
que los argivos han proclamado fiesta de tres días9 y
todas las doncellas se aprestan a venir hasta el templo
de Hera.
175 ELECTRA. — Mi corazón no vuela hacia los adornos
de fiesta, amigas, ni hacia collares de oro —¡desdicha180 da!— ni voy a formar coro con las mozas argivas ni
a marcar círculos con golpes de mi pie. Entre lágrimas
paso la noche, y de llorar me ocupo —¡desdichada!—
185 de día. Mira mi pelo sucio. Y los jirones éstos de mi
peplo mira si son dignos de una princesa, hija de
9 Las Hereas o Hecatombeas que se celebraban en el célebre
templo de Hera en Argos (cf. HEaóooro, 1 31).
ELEcTRA
229
Againenón, y de la Troya que no olvida que un día fue
abatida por mi padre.
Antistrofa 3a
CORO. — Grande es la diosa. Anda, vamos, toma de 190
mí prestada una túnica llena de broches y adornos de
oro para alegrar la fiesta. ¿Crees que con lágrimas, sin
honrar a los dioses, podrás vencer a tus enemigos? No 195
es con lamentos, sino con súplicas venerando a los
dioses como tendrás sosiego, hija.
ELEcTRA. — Ninguno de los dioses se ocupa de la
voz de esta malhadada ni de la ya vieja muerte de mi 200
padre. ¡Ay de mi muerto! ¡Ay de mi vivo errante, que
habita en cualquier tierra, un pobre desterrado en el 205
hogar de un tete Ifl, él, que nació de ilustre padre! Yo
misma habito en casa de un bracero con corazón ajado
expulsada de la casa materna en las cárcavas del 210
monte. Y mi madre vive con otro amancebada en lecho de sangre.
CORIFEO. — De los muchos males de Grecia y de tu
casa es culpable Helena, la hermana de tu madre.
<Electra descubre a Pílades y Orestes.)
ELEcTRA. — Ay de mí, mujeres, abandono mi canto 215
fúnebre. Han dejado su escondrijo unos hombres extraños que se apostaban junto a la casa. Huye tú por
el camino, que yo trataré de refugiarme en casa librándome de esos malhechores. (Orestes se interpone
y trata de asirla de la mano.)
ORESTES. — Espera, amiga. No temas mi mano. 220
ELECTRA. — Oh Febo Apolo, postrada te suplico que
no me dejes morir.
ORESTES. — Antes que a ti mataría a otros que me
son más odiosos.
10 Obrero a sueldo, aunque libre. Forma el último estrato
inmediatamente antes del esclavo, en la escala social homérica.
230 TRAGEDIAS
ELECTRA. — Márchate, no toques lo que no te es
lícito tocar.
ORESTES. — Nadie hay a quien podría tocar con más
razón.
225 ELECTRA. — ¿Entonces por qué te ocultas junto a
mi casa armado de espada?
ORESTES. — Detente, escúchame y dejarás pronto de
hablar en vano.
ELECTRA. — Me detengo, soy toda tuya, pues eres
más fuerte.
ORESTES. — He venido a traerte un mensaje de tu
hermano.
ELECTRA. — ¡Oh mi más caro amigo! ¿Vive él o está
muerto?
230 ORESTES. — Vive —quiero comunicarte primero las
buenas noticias—.
ELECTRA. — ¡ Que seas feliz en premio a tus agradables palabras!
ORESTES. — Este tu deseo lo pongo en común para
ambos.
ELECTRA. — ¿ En qué parte de la tierra tiene paciente exilio el desdichado?
ORESTES. — Se conforma acatando las leyes de muchos paises.
235 ELECTRA. — ¿No anda falto del sustento diario?
ORESTES. — Lo tiene, pero ¡qué débil vive un hombre que anda huyendo!
ELECTRA. — ¿Qué palabras me traes de parte suya?
ORESTES. — Quiere saber si vives, dónde vives y en
qué condiciones
ELEIDTRA. — Ya ves, para empezar, que mi cuerpo
está ajado.. ~-~o ORESTES. — Sí, consumido por la pena hasta hacerme llorar.
ELECTRA
231
ELECTRA. — .. y que mi cabeza y pelo están rapados
a la manera escita “.
ORESTES. — ¡Seguro que te duelen tu hermano y el
padre que perdiste!
ELECTRA. — ¡Ay de mí! ¿Qué puede serme más querido que ellos?
ORESTES. — ¡Ay, ay! ¿Y qué crees que eres tú para
tu hermano?
ELECTRA. — Amigo ausente, no presente, es él para 245
mí.
ORESTES. — ¿Por qué vives aquí, lejos de la ciudad?
ELECTRA. — He sido entregada, forastero, en mortal 12 matrimonio.
ORESTES. — (Lanza un gemido.) Gimo por tu hermano. - - ¿A quién de los miceneos?
ELECTRA. — No a quien mi padre esperaba un día
entregarme.
ORESTES. — Dimelo, para que me entere y se lo co- 250
munique a tu hermano.
ELECTRA. — Vivo apartada en esta su casa.
ORESTES. — Un cavador o un vaquero sería digno
habitante de esta casa.
ELECTRA. — Es hombre pobre, pero noble y respetuoso conmigo.
ORESTES. — ¿Qué clase de respeto te tiene tu esposo?
ELECTRA. — Nunca se ha atrevido a tocar mi cama. 255
ORESTES. — ¿ Tiene algún escrúpulo ‘~ por los dioses,
o
es que te desprecia?
II Eskythísm~nofl, verbo formado en base a la costumbre
escita de rapar la cabeza al enemigo capturado (cf. HERdoOTO,
Iv 64).
12 El matrimonio con un obrero la hace sentirse desclasada
y, por tanto, muerta. Esta misma idea la repite en el agón con
Clitemnestra (cf. Vv. 1092 y sigs.).
13 Gr. hágneuma. Podría quizá traducirse por <sentimiento
de castidad’, nunca <voto de castidad», como hace ScHIAs5I,
página 76.
232 TRAGEDIAS
ELECTRA. — No quería ultrajar a mis padres.
ORESTES. — ¿Cómo es que no se aprovechó de taj
matrimonio teniéndolo en sus manos?
ELECTRA. — No tiene por señor a quien me entregó,
forastero.
260 ORESTES. — Comprendo. Teme rendir cuentas un cija
a Orestes.
ELECTRA. — Por temor a esto y porque además es
hombre cuerdo de si.
ORESTES. — ¡Ah, noble es el hombre de que hablas
y hay que recompensarle!
ELEcTRA. — Desde luego, si es que el que ahora
está ausente regresa algún día a casa.
ORESTES. — ¿ Y la madre que te parió ha soportado
este tu matrimonio?
265 ELECTRA. — Forastero, las mujeres aman a sus hombres, no a sus hijos.
ORESTES. — ¿ Por qué razón te ha inferido Egisto
este ultraje?
ELECTRA. — Me entregó a un hombre débil, pues
quería que mis hijos no tuvieran fuerza.
ORESTES. — ¿Sin duda para que no parieras hijos
que se vengaran?
ELECTRA. — Eso deseaba. ¡Un día le ajustaré yo
cuentas por ello!
270 ORESTES. — ¿ Sabe el marido de tu madre que permaneces virgen?
ELECTRA. — No lo sabe. Nuestro silencio le priva
de ello.
ORESTES. — Bien. ¿Son éstas amigas para que escuchen nuestras palabras?
ELECTRA. — Sí, y para ocultar bien tus palabras y
las mías.
ORESTES. — En vista de esto, ¿qué puede hacer Orestes si vuelve a Argos?
ELECTRA
233
ELECTRA. — ¿Y tú me lo preguntas? ¡Qué yerguen- 275
za! ¿No es ya momento de actuar?
ORESTES. — Suponiendo que vuelva, ¿cómo podría
matar a los asesinos de su padre?
ELECTRA. — Con arrestos, como los que sus enemigos tuvieron con su padre.
ORESTES. — Y tú, ¿te atreverías a matar a tu madre con él?
ELECTRA. — Sí, con la misma segur con que mi padre murió.
ORESTES. — ¿Le digo esto y que es firme por tu 280
parte?
ELECTRA. — ¡Ojalá pudiera yo morir luego de derramar la sangre de mi madre!
ORESTES. — ¡Oh, ojalá estuviera Orestes aquí cerca
para oírlo! ~
ELECTRA. — Pero, forastero, si le viera no lo reconoceda. - OREsTES. — No es de extrañar, si os separasteis
cuando los dos erais niños.
ELECTRA. — Sólo uno de los que me son fieles lo 285
reconocerla.
ORESTES. — ¿Quizá el hombre que, dicen, lo salvó
de la muerte?
ELECTRA. — Sí, un anciano que educó antiguamente
a mi padre.
ORESTES. — ¿Tu difunto padre ha recibido sepultura?
ELECTRA. — La recibió como la recibió, arrojado
fuera del palacio.
ORESTES. — ¡Ay de mí! ¿Qué dices?. - - El recibir noticias de males, incluso ajenos, produce dolor a los 290
mortales. Habla para que transmita con conocimiento
14 Ironía trágica. Los espectadores están viendo a Orestes
en persona.
234
TRAGEDIAS
a tu hermano esas palabras tristes, pero que necesita
oír. De ninguna manera se asienta la piedad en el
295 ignorante, sino en el hombre que conoce, aunque
tampoco la sabiduría excesiva de los sabios suele
quedar sin castigo.
CoRIFEO. — También yo tengo en mi corazón un
deseo semejante al suyo. Como vivo lejos de la ciudad,
no conozco los horrores que suceden dentro y ahora
he dado también yo en querer conocerlos.
300 ELEcTRA. — Hablaré si es preciso —y he de hacerlo
ante un amigo- del pesado destino mío y de mi
padre.
Pues me has movido a hablar, forastero, te ruego
transmitas a Orestes mi desgracia y la de aquél: pri305 mero en qué ropa ando por el campo, qué carga tengo
de suciedad y en qué casa vivo —yo que procedo de
un palacio real—; que con mi propio esfuerzo fabrico
mis vestidos en el telar, si no quiero llevar desnudo
el cuerpo y privado de ropa; que voy por agua al río
310 y que no participo en fiestas, sacrificios ni coros. Rehuyo por verguenza a las mujeres, pues soy virgen, y he
renunciando a Cástor, a quien por ser pariente me
prometieron antes de que él ascendiera junto a los
dioses 15
315 En cambio mi madre se sienta en el trono entre
despojos frigios y a su vera se apostan las esclavas
asiáticas que conquistó mi padre, mientras entretejen
mantos del Ida con lanzaderas de oro.
Entre tanto, la sangre de mi padre —¡todavía!— se
corrompe y ennegrece, mientras el que lo mató anda
320 paseándose subido al mismo carro de mi padre y se
pavonea llevando entre sus manos criminales el cetro
con que aquél conducía a los griegos.
15 Hecho desconocido fuera de este pasaje. Cástor era tío
de Electra.
ELECTRA
235
La tumba de Agamenón aún no ha recibido, para su
deshonra, libaciones ni ramos de arrayán y su altar 325
está vacio de ornamentos. Empapado en vino, el esposo
de mi madre, «el ilustre’ como ahora lo llaman, pisotea la tumba y apedrea el monumento roqueño de
mi padre. Y todavía se atreve a proferir este insulto
contra nosotros: «¿Dónde está tu hijo Orestes? ¿No 330
está aquí presente para proteger debidamente tu sepultura?’ Estos ultrajes recibe Orestes por estar
ausente.
Conque, forastero, te ruego comuniques estas palabras: «muchos desean su vuelta y yo soy su intérprete —yo y mis manos, lengua y sufrido corazón,
mi cabeza rapada—, y el padre que engendró al au- 335
sente» 16
Es un baldón que su padre haya destruido a los
Frigios y que él no sea capaz de matar a un solo
hombre, joven como es y nacido de mejor padre.
(Entra el labrador.)
CORIFEO. — Bien, estoy viendo a éste —a tu esposo
digo— que se dirige a casa terminado su trabajo. 340
LABRADOR. — (Se dirige a Electra.) ¡Vaya’ ¿Qué forasteros son éstos que veo a mi puerta? ¿Por qué
razón han venido a mi casa del campo? ¿Me necesitan
a mí? En cualquier caso, es feo para una mujer casada estar en compañía de hombres mozos.
ELECTRA. — Querido, no me vengas con suspicacias; 345
vas a conocer la verdad. Estos forasteros han venido a
comunicarme un mensaje de Orestes. Vamos, forasteros, perdonadle sus palabras.
LABRADOR. — ¿Qué dicen? ¿Es ya un hombre y vive?
ELECTRA. — Vive, según cuentan, y lo que dicen es aso
de confianza para mi.
16 Cf. nota 14.
236
TRAGEDIAS
LABRADOR. — ¿También piensa en la desgracia de tu
padre y tuya?
ELEcTRA. — Eso espero, mas un hombre que huye
es débil.
LABRADOR. — ¿Qué mensaje vienen a comunicarte de
Orestes?
ELECTRA. — Los ha enviado para que observen mis
males.
355 LABRADOR. — Entonces unos ya los ven y los otros
seguro que se los has contado tú.
ELECTRA. — No les falta por conocer ninguno de
ellos.
LABRADOR. — ¿No deberíamos, entonces, haber abierto hace tiempo nuestra puerta para ellos?
Entrad en casa, a cambio de vuestras buenas noticias recibiréis los dones de hospitalidad que mi hogar
pueda tener dentro.
360 Siervos, llevad adentro su equipaje. Y vosotros,
que sois amigos y venís de parte de un amigo, nada
repliquéis; que si soy pobre de nacimiento, os voy a
demostrar que mi natural, al menos, no carece de
nobleza.
ORESTES. — ¡Por los dioses! ¿Es éste el hombre que
365 coopera para ocultar tu matrimonio por no afrentar
a Orestes?
ELECTRA. — Él es quien tiene el nombre de esposo
de la pobre Electra.
ORESTES. — ¡Ah! En lo tocante a nobleza ninguna
señal es inequívoca. Y es que la naturaleza humana
está en confusión.
370 He visto a hijos de padre noble que nada son y a
hijos de villamfs que son hombres excelentes; he visto
la miseria en el corazón de un rico y un alma grande
en el cuerpo de un pobre. ¿Cómo, entonces, se puede
juzgar distinguiendo rectamente entre una y otra cosa?
¿Acaso por la riqueza? Mal juez para servirse de él.
ELECTRA
237
¿Entonces por la pobreza? Pero es que la pobreza com- 375
porta una tara y enseña a un hombre a ser malo
por culpa de la necesidad. ¿Tomaré en consideración
acaso las armas? Nadie puede testificar quién es valiente si está concentrado en la lucha 17 Lo mejor es
dejar estas cosas abandonadas al azar.
He aquí un hombre que se ha revelado excelente sin 380
ser grande en Argos ni orgulloso de la reputación de
su familia. Un hombre que pertenece a la mayoría.
¿No vais a entrar en razón los que andáis por ahí llenos de prejuicios hueros? ¿No vais a juzgar a un hom- 385
bre noble por el trato y por su forma de ser? Hombres
como éste gobiernan bien los Estados y sus casas; en
cambio esos cuerpos vacíos de juicio son adornos del
ágora. Tampoco es cierto que un brazo fuerte aguante
la lanza mejor que uno débil. La entereza reside en la 390
naturaleza y en el valor ‘~.
Pero aceptemos alojarnos en su casa, que lo merece el aquí presente y el hijo de Agamenón ausente
por cuya causa hemos venido. Esclavos, hemos de
dirigirnos al interior de la casa, que para mí tengo
que un pobre está más dispuesto a hospedar que un 395
rico. Acepto, pues, el alojamiento en casa de este hombre, si bien preferiría que tu hermano me condujera
a su próspera morada como hombre afortunado. Pero
puede que regrese, pues los oráculos de Loxias son 400
firmes; en cambio la adivinación de los hombres.. ¡que se vaya al cuerno! (Entran Orestes y Pílades en
la casa.)
17 Esta misma idea en Sup1icantes~ VV. 849 y sigs.
18 WILAMOWITz considera sospechosos los Vv. 373-379 y 386390; piensa que pertenecen a otra obra y han sido incorporados
aquí secundariamente. Sin embargo, este tipo de generalizaciones son lo suficiente familiares como para no extrañar.
238
TRAGEDIAS
CORIFEO. — Ahora más que antes, Electra, tenemos
el corazón caldeado por la alegría. Quizá la suerte se
quede para bien, aunque avance con dificultad.
405 ELEcTRA. — ¡Pobre hombre! ¿Por qué has recibido
a estos forasteros, superiores a ti, conociendo la pobreza de tu casa?
LABRADOR. — ¿Por qué no? Si son nobles, como lo
parecen, ¿no se contentarán lo mismo con la escasez
que con la abundancia?
ELECTRA. — Ahora que has cometido un tropiezo estando, como estás, en la escasez, marcha junto al viejo
y querido ayo de mi padre que, expulsado de la ciu—
dad, anda pastoreando el ganado cerca del río Tánao
410 que traza la frontera entre Argos y la tierra espartana.
Ordénale que venga y prepare algo para agasajar
415 a estos forasteros que acaban de llegarme. ¡Cómo va
a alegrarse y a dar gracias a los dioses cuando oiga
que vive el niño a quien él salvó un día!
De lo que pertenece a la casa de mi padre nada
tomaré de manos de mi madre. ¡Amargo nos resultaría
el anuncio si la desdichada se entera ya de que Orestes
vive!
420 LABRADOR. — Bien, si te parece, llevaré estas tus
palabras al anciano. Entra en casa en seguida y dispón
todo dentro; que una mujer, si quiere, puede encontrar cosas que añadir a un banquete. Todavía quedan
425 en casa alimentos como para saciar a éstos de comida
durante todo un día. (Entra Electra en casa.)
Cuando en ocasiones como ésta fracaso en mis intenciones ~, observo que la riqueza tiene gran importancia; puede obsequiar a los huéspedes y salvar con
recursos un cuerpo que ha caído enfermo. En cambio,
430 en lo tocante al alimento diario, de poco vale: todo
19 El y. 426 es probablemente corrupto, aunque mantenemos el texto que ya leyó así ESTOBEO (cf. 91-%). Otros (cf.
ScHIASS¡, pág. 100) traducen «contra mi voluntad«.
ELECTRA
239
hombre que se sacia —sea rico o pobre— se lleva lo
mismo. (Sale por la derecha.)
CoRo.
Estrofa 1.a
Naves ilustres que un día arribasteis a Troy~ con
incontables remos escoltando la danza de las Neretdas
cuando saltaba el delfín amante de la flauta ante ‘as 45
proas de oscuros espolones retorciéndose, acompañando al hijo de Tetis, ligero en el salto de sus pí?s,
a Aquiles, junto con Agamenón hasta las riberas del 440
Simoeis en Troya.
Antistrofa L«
Las Nereidas dejaron las alturas de Eubea y llevaron el escudo, armadura de oro, trabajo de los yunques
de Hefesto ~ y por el Pelión y por los hondos valles de 445
la Sagrada Osa, ataiaya de las Ninfas, buscaban al
muchacho donde un jinete2’ lo crió como padre para
luz de la Grecia, el hijo de la marina Tetis, pie veloz 450
para bien de los Atridas.
Estrofa 2.a
A alguien que de Ilión venía, en el puerto de Naziplio oi decir, ¡oh hijo de Tetis!, que en el orbe de tu 455
ilustre escudo hay estas figuras, terror para los frigios: que en la base del escudo, en su borde, Perseo,
Literalmente «llevaron de los yunques de Hefesto las fatigas del escudo (consistentes en), una armadura de oro”. Según
la versión homérica, Aquiles heredé sus célebres armas de
Peleo, a quien se las dieron los dioses como regalo de boda.
Aquí son las Nereidas quienes le llevan este regalo que Tetis
obtiene de Hefesto.
21 Probablemente referido a Quirón, preceptor de Aquiles, como
piensa DENNISTON, Eurípides: Electra, Oxford, 1938 (en cuyo caso
hay que entender pat¿r como predicativo). Schiassi cree que pater
hippóías («su padre el jinete») se refiere a Peleo, aduciendo el adjetivo hippiléta que le aplica HOMERO.
240
TRAGEDIAS
el segador de cuellos, sostiene la cabeza de Gorgona
460 con sandalias aladas ~ sobre el mar y con él está Hermes, pregonero de Zeus, el hijo montaraz de Maya.
Antistrofa 2.~
465 y en medio del escudo brillaba radiante el carro
redondo del sol con yeguas aladas y los coros celestes
de astros, las Pléyades, las Híades que ante los ojos
470 de Héctor rotaban. Sobre el casco de oro trabajado
la Esfinge llevando entre sus uñas un trofeo ganado
por sus cantos. En la coraza que rodea sus flancos una
leona que respira fuego apresura la marcha con sus
475 zarpas cuando ve al potro de Pirene ~.
Epodo.
En la homicida lanza saltan cuatro caballos y el polvo vuela por sus lomos. ¡Hija de Tindáreo 24, de malos
480 pensamientos, tus amores mataron al rey de guerreros
tan esforzados en la lucha! Por tanto, algún día los
hijos de Urano te darán la muerte. Sí, todavía he de
485 ver, todavía, la sangre correr por el hierro de tu garganta enrojecida. (Entra por la derecha el viejo es-
clavo.)
ANCIANO. — ¿Dónde, dónde está mi joven señora y
dueña, la hija de Agamenón a quien un día yo crié?
490 Bien empinada tiene la subida a la casa para que un
viejo arrugado como yo ascienda a pie. Con todo, tratándose de amigos he de arrastrar mi espalda doblada
y torcida rodilla. (Sale Electra de la casa.)
Hija —ahora te veo ya ante la casa—, te traigo de
495 mis ganados este recental que acabo de sacar de de-
22 Son las sandalias aladas, atributo de Hermes como mensajero divino que este dios prestó a Perseo para esta hazaña.
23 Es la quimera que huye de Pegaso, montado por Belerofonte de Corinto (donde está la fuente y el río Pirene).
24 (Imprecación inesperada a) Clitemnestra.
ELECTRA
241
bajo de una oveja, y coronas y quesos recién salidos
del molde, y este viejo tesoro de Dioniso bien provisto
de olor, pequeño, pero para echarlo en bebida más
floja que él. Vamos, que alguien lo lleve dentro de la 500
casa para los forasteros, que yo he regado mis ojos de
lágrimas y quiero antes secarlas con estos harapos que
tengo por manto.
ELECTRA. — Anciano, ¿por qué tienes el rostro empapado? ¿Es que después de tanto tiempo mis males han
avivado tus recuerdos? ¿O acaso lloras el triste exilio 505
de Orestes y a mi padre, a quien criaste entre tus brazos sin que pudiera servirte de provecho ni a ti ni a
tus amigos?
ANCIANO. — Sin provecho, pero con todo no es esto
lo que no he podido aguantar. Es que me he acercado
a su tumba desviándome del camino. Me postré lío- sio
rando, ya que estaba solo, y desatando el hato que
traigo para los forasteros, derramé una libación y puse
sobre la tumba ramas de arrayán. Pero sobre el mismo
altar vi sacrificada una oveja de negro vellón, sangre
recién derramada y un mechón cortado de pelo rubio. sis
Conque me asombró, hija mía, qué hombre había osado
acercarse a la tumba. Desde luego no es ningún argivo,
ahora que quizá ha venido tu hermano ocultamente y
ha honrado, en su retorno, la triste tumba de tu padre.
Acerca este mechón a tus cabellos y observa si son 520
del mismo color que este pelo cortado. A quienes tienen
la misma sangre paterna suelen nacerles iguales muchas partes del cuerpo.
ELECTRA. — Anciano, no hablas como corresponde a
un hombre sensato, si piensas que mi valeroso herma- 525
no ha venido furtivamente a esta tierra por miedo a
Egisto. En segundo lugar, ¿cómo pueden corresponder
el pelo de un hombre noble, cuidado para las palestras, y el de una mujer, acostumbrado a los peines? Es
imposible. Además encontrarás que muchos tienen se- 530
242
TRAGEDIAS
mejante el pelo y sin embargo no han nacido de la
misma sangre.
ANCIANO. — Entonces ve a ponerte en sus huellas,
hija, y mira si la pisada de su bota se corresponde
con tu pie.
sas ELECTRA. — ¿Cómo puede quedar en suelo duro la
impronta de los pies? Pero aún si esto fuera posible,
no podría ser igual el pie de dos hermanos, varón y
mujer. El varón es más robusto.
ANCIANO. — ¿No existe un vestido tejido por tu lanzadera por el que reconocieras a tu hermano si regresa
540 a esta tierra, aquel en el que estaba envuelto cuando
yo lo sustraje a la muerte?
ELECTRA. — ¿No sabes que cuando Orestes se exilió
del país yo era todavía niña? Y aún si yo tejiera mantos, ¿cómo iba a llevar ahora la misma ropa que entonces, cuando era niño, a menos que la ropa crezca
junto con el cuerpo?
545 Conque o bien se compadeció de su tumba un forastero y cortó su pelo, o uno de aquí burlando a los
vigilantes.
ANCIANO. — ¿Dónde están los forasteros? Quiero
verlos para preguntarles por tu hermano. (Salen Orestes y Pílades.)
ELECTRA. — Helos aquí que salen de la casa con
rápido pie.
550 ANCIANO. — Pues nobles sí son, aunque la apariencia no es prueba de buena ley, que muchos de noble
cuna son villanos. Sin embargo..., doy la venia a los
forasteros: ¡Salud!
ORESTES. — Salud anciano.. - Electra, ¿a quién de tus
amigos pertenece esta vieja reliquia de hombre?
sss ELECTRA. — Él fue quien crió a mi padre, forastero.
ORESTES. — ¿Qué dices? ¿Es éste quien ocultó a tu
hermano?
ELECTRA
243
ELECTRA. — Él fue quien lo salvó, si es que todavía
vive.
ORESTES. — ¡Eh! ¿Por qué me mira intensamente
como si examinara la brillante impronta de una pieza
de plata? ¿Es que me compara con alguien?
ELECTRA. — Quizá le cumple mirarte, ya que eres 560
de la edad de Orestes.
ORESTES. — Sí, de un amigo. Mas, ¿por qué da vuelta
a su pie?
ELECTRA. — También yo, forastero, me admiro al
verlo.
ANCIANO. — Señora, hija mía Electra, da gracias a
los dioses.
ELECTRA. — ¿Por qué? ¿Por algo ausente o por algo
presente?
ANCIANO. — Por recibir un querido tesoro que dios 565
pone ante tus ojos.
ELECTRA. — ¡Sea!, invoco a los dioses. ¿Qué quieres
decirme ahora, anciano?
ANCIANO. — Hija, contempla a éste, a quien tú más
amas.
ELECTRA. — Hace tiempo que no estás ya en tus
cabales.
ANCIANO. — ¿Que no estoy en mis cabales por contemplar a tu hermano?
ELECTRA. — ¡Anciano!, ¿qué palabras inesperadas 570
has pronunciado?
ANCIANO. — Que estás viendo aquí a Orestes, el hijo
de Agamenón.
ELECTRA. — ¿Qué marca miro en la que pueda confiar?
ANCIANO. — Una cicatriz junto a la ceja, la que se
produjo un día al caerse cuando perseguía contigo a
una cervatilla en el palacio de tu padre.
ELECTRA. — ¿Qué dices?... Si, veo la prueba de su 575
calda.
244
TRAGEDIAS
ANCIANO. — ¿Y después de esto tardas en postrarte
ante tu ser más querido?
ELEcTRA. — Ya no, anciano, mi corazón está convencido con tus señales. ¡Oh, por fin has aparecido y
te tengo inesperadamente. - ORESTES. — También yo te tengo por fin.
580 ELECTRA. — ... cuando jamás pensaba!
ORESTES. — Tampoco yo lo esperaba.
ELECTRA. — ¿Eres tú aquél?
ORESTES. — Sí, tu único aliado. Si consigo tirar de
la red tras la que vengo.. - Y estoy convencido de ello
o, de lo contrario, habrá que pensar que ya no hay
dioses si la injusticia va a superar a la justicia.
585 CoRo. — Oh día moroso, has llegado por fin, has
líe gado, has brillado, has mostrado a las claras una
antorcha para la ciudad, un hombre que en fuga ya
lejana salió paciente vagabundo de la casa paterna.
590 Un dios, de nuevo un dios arrastra nuestra victoria,
amiga. Levanta tus manos, levanta tu voz, lanza tus
súplicas a los dioses, que con suerte, con suerte para
s~s ti ponga tu hermano su pie en la ciudad.
ORESTES. — Bien, guardo en mi corazón el placer
de vuestro amable saludo y a su debido tiempo os lo
devolveré a mi vez.
Y ahora anciano (pues has llegado oportunamente),
dime qué podría hacer para castigar al asesino de mi
600 padre y a mi madre, copartícipe de un matrimonio
impío ~. ¿Tengo en Argos algún amigo fiel o todo se
ha desbaratado como mi suerte? ¿Con quién relacionarme? ¿De noche o de día? ¿Qué camino podemos
emprender contra mis enemigos?
605 ANCIANO. — Hijo mío, no te queda ningún amigo
ahora que eres infortunado. ¡Qué suerte significa el
25 MURRAY, siguiendo a WILAMOWITZ, suprime como interpolado el y. 600, pero no hay razón de suficiente peso para
dudar de la autenticidad del mismo.
¡
ELECTRA
245
participar lo mismo en lo bueno que en lo malo! Pero
tú —pues para tus amigos estabas completamente destruido y ninguna esperanza les dejaste— has de saber,
tras escucharme, que tienes todo en tus manos y en las áio
de la suerte. Puedes apoderarte de tu casa paterna y
de tu ciudad.
ORESTES. — Entonces, ¿qué podría hacer para alcanzarlo?
ANCIANO. — Matar al hijo de Tiestes y a tu propia
madre.
ORESTES. — Ésta es la corona en pos de la cual
vengo. Mas ¿cómo me apodero de ella?
ANCIANO. — Entrando en los muros no, ni aunque 615
quisieras.
ORESTES. — ¿Están provistos de centinelas y de
lanceros?
ANCIANO. — Bien te has percatado. Egisto tiene miedo y no duerme bien.
ORESTES. — Bien; aconséjame tu ahora, anciano, el
paso siguiente.
ANCIANO. — Escúchame atentamente, acaba de ocurrirseme algo.
ORESTES. — ¡Así me manifestaras algo bueno y yo 620
lo captara!
ANCIANO. — He visto a Egisto cuando me dirigía
hacia acá.
ORESTES. — Entiendo lo que dices. ¿En qué lugares?
ANCIANO. — En el campo, cerca de los pastizales de
las caballadas.
ORESTES. — ¿Qué hacía? En mi impotencia vislumbro una esperanza.
ANCIANO. — Preparaba un sacrificio a las Ninfas, 625
según me pareció.
ORESTES. — ¿Por la crianza de sus hijos o por un
futuro parto?
246
TRAGEDIAS
ANCIANO. — Sólo sé una cosa: preparaba un sacrificio de toros.
ORESTES. — ¿Con cuántos hombres? ¿O estaba sólo
con esclavos?
ANCIANO. — No había ningún argivo, sólo un grupo
de sirvientes.
630 ORESTES. — ¿No habrá alguno que me conozca, anciano?
ANCIANO. — No, son esclavos que nunca te han visto.
ORESTES. — ¿Estarían de nuestro lado si vencemos?
ANCIANO. — Sí, esto es propio de esclavos y en
interés tuyo.
ORESTES. — Entonces, ¿cómo podría acercarme un
momento a él?
635 ANCIANO. — Poniéndote donde pueda verte al realizar
el sacrificio.
ORESTES. — Tendrá el campo, como es lógico, junto
al camino mismo.
ANCIANO. — Sí, donde te verá y te invitará a que
participes del banquete.
ORESTES. — Amargo compañero de festín tendrá si
dios lo quiere.
ANCIANO. — Lo demás discúrrelo tú mismo sobre la
marcha.
640 ORESTES. — Has hablado bien. ¿Y mi madre, dónde
está?
ANCIANO. — En Argos, pero estará junto a su esposo
para la comida.
ORESTES. — ¿Por qué no ha hecho el viaje mi madre
con su esposo?
ANCIANO. — Viene detrás, por temor a las habladurías de los ciudadanos.
ORESTES. — Comprendo, sabe que la ciudad la odia.
645 ANCIANO. — Así es. Una mujer impura produce repugnancia.
ELECTRA
247
ORESTES. — Y ¿cómo mataré a aquélla y a éste en
el mismo sitio?
ELECTRA. — Yo te prepararé el asesinato de la
madre.
ORESTES. — Sí, que el de aquél seguro que lo dispondrá bien la suerte.
ELECTRA. — Que la suerte, que es una, nos haga a
nosotros dos este servicio 26
ANCIANO. — Así será. ¿Qué clase de muerte andas 650
buscando para tu madre?
ELECTRA. — Anciano, ve y di a Clitemnestra esto;
anúnciale que soy puérpera por el parto de un niño.
ANCIANO. — ¿Diré que has parido hace tiempo o recientemente?
ELECTRA. — Hace diez días, tiempo en que se purifica una parturienta.
ANCIANO. — Si, pero ¿cómo puede esto llevar la 655
muerte a tu madre?
ELECTRA. — Vendrá para escuchar mis dolores de
parto.
ANCIANO. — ¿Cómo? ¿Crees, hija mía, que le importas tú algo?
ELECTRA. — Sí. Y seguro que llorará la posición hu-
milde de mi hijo.
ANCIANO. — Ouizá; pero, vamos, lleva tus palabras
a su meta.
ELECTRA. — Bien, si viene es evidente que está per- 660
dida.
ANCIANO. — Si, porque se acercará hasta las mismas puertas de tu casa.
26 Verso probablemente corrupto. Seguimos a DENNISTON,
cuyo mínimo retoque (mía por mén) ofrece un sentido lógico
y aceptable. MURRAY acepta el cambio tóde en hóde de
TYRWHrrT, con lo que el sujeto sería el viejo (~~que éste nos
sirva a nosotros dos”) k
248
TRAGEDIAS
ELEcTRA. — ¿Y no es eso adentrarse un poco por la
senda de Hades?
ANCIANO. — ¡Así muriera yo una vez que lo haya
visto!
ELEcTRA. — Sí, pero primero, anciano, señala el camino a Orestes...
665 ANCIANO. — ¿A donde se encuentra ahora Egisto sacrificando a los dioses?
ELEcTRA. — . -. y luego llégate a mi madre y comunicale mis palabras.
ANCIANO. — Lo haré de forma que crea que están
saliendo de tu propia boca.
ELECTRA. — (A Orestes.) Es hora de que actúes. Te
ha tocado la primera sangre.
ORESTES. — Con gusto marcho, si alguien guía mis
pasos.
670 ANCIANO. — También yo te escoltaré con agrado.
ORESTES. — ¡Oh Zeus familiar!, pon en fuga a mis
enemigos.
ELEcTRA. — Apiádate de nosotros, que hemos sufrido lamentablemente.
ANCIANO. — Apiádate, por favor, de tus propios descendientes.
ELEcTRA. — Y tú, Hera, que presides los altares de
Micenas...
675 ORESTES. — ... concédenos victoria si pedimos justicia.
ANCIANO. — Sí, y a éstos concédeles castigo que
vengue a su padre.
ORESTES. — Y tú, padre, que habitas bajo tierra
contra toda religión...
ELECTRA. — ... Y tú, soberana Tierra a quien dirijo
mis manos.. ANcIANo. — .. defiende, defiende a estos tus amados hijos. - ELECTRA
249
ORESTES. — - . - ven ahora tomando por aliados a 680
todos los muertos - . ELECTRA. — - - - al menos cuantos contigo destruyeron a los frigios en combate. -.
ANCIANO. — - - - y cuantos sienten repugnancia por
quienes se manchan de sangre impíamente.
ELECTRA. — ¿Has oído, oh tú, que tan terrible muerte sufriste a manos de mi madre?
ANCIANO. — Sé que tu padre está oyendo todo esto.
Ya es hora de marchar.
ELECTRA. — Antes que nada te pido, además de esto, 685
que muera Egisto; que si sucumbes en la lucha con
calda mortal, también yo soy muerta. No me consideres viva, pues atravesaré mi vientre con espada de
doble filo.
Voy a entrar en casa y dispondré todo. Si mc 690
vienen nuevas felices de ti, toda la casa resonará por
los gritos; pero si mueres, será al contrario. Esto es
lo que te digo.
ORESTES. — Ya conozco todo.
ELECTRA. — Para esta acción has de ser un hombre.
En cuanto a vosotras, mujeres, levantad bien alto,
como antorcha, el grito de este combate 27; que yo 695
montaré guardia sosteniendo en mis propias manos la
lanza. Si me vencen, jamás rendiré cuentas a mis
enemigos para que ultrajen mi cuerpo. (Salen todos.)
CoRo.
Estrofa 1.a
Está en venerable leyenda ~ la historia de que un 700
día Pan, despensero de los campos, tomó a un cordero
27 Frase muy compendiada. Su sentido es: ~levantad bien.
como una antorcha (señal), un grito que anuncie el resultado
de este combate..
28 La historia del cordero de oro es la siguiente: los dioses
dan a Atreo un cordero de oro, cuya posesión asegura su rea-
250
TRAGEDIAS
705 de los montes argivos, de hermoso y dorado vellón, de
debajo de su tierna madre y lo conducía soplando
dulce música con el bien trabado caramillo, Y un heraldo apostóse en un poyo de piedra y gritó: «Al ágora,
710 al ágora, Miceneos, íd a ver la visión de unos reyes
felices.» Y los coros celebraban la casa de los Atrídas ~.
Antistrofa La
715 Se expusieron incensarios de oro; brillaba sobre
los altares el fuego en la ciudad de Argos. La flauta,
servidora de las Musas, cantaba hermosísimos sones;
se desbordaban amables cantos por el cordero de oro.
720 Y luego.. - la trampa de Tiestes; en oculto lecho persuadió a la esposa querida de Atreo y llevó a su casa
aquel portento. Volviendo a la plaza proclama que tiene
725 en su casa la ove ja dotada de cuernos y de vellón de
oro.
Estrofa 2.a
Entonces fue, entonces fue cuando Zeus cambió el
730 curso brillante de los astros y la luz del sol y el blanco
rostro de la aurora. El sol cabalgó hacia poniente con
la llama ardiente de su fuego divino y las nubes, henchidas de agua, hacia la Osa.
735 El asiento de Amón ~ se agostó sin probar el rocío,
sin recibir la hermosísima lluvia de Zeus.
leza. Tiestes, su hermano, seduce a su esposa y roba el cordero proclamándose rey. Zeus, irritado, da la vuelta al curso
del universo.
29 Verso corrupto. Deimata, que es evidemennte una glosa
de phdsmata, ha desplazado una palabra que se ha perdido. El
anacronismo Atreiddn of kou no es suficiente para considerar
corrupto también el verso siguiente.
~ Egipto y Libia eran los dominios de Amón, dios equivalente a Zeus.
ELEcTRA
251
Antistrofa 2.a
Se dice —mas poco crédito doy31— que el sol de
aspecto dorado se tomó cambiando de posición para 740
mal de los hombres, por castigar a los mortales. Los
mitos que asustan a los hombres son convenientes
para el culto de los dioses. Te olvidaste de ellos y 745
mataste a tu esposo, oh hermana de gloriosos hermanos ~ (Se oyen gritos lejanos.)
CORIFEO. — ¡Eh, eh, amigas! ¿Habéis oído un grito,
como un trueno subterráneo de Zeus? ¿O me ha sobrevenido una impresión falsa?
Mira, aquí se eleva un sonido bien claro. Electra, 750
mi señora, traspón el umbral de esta tu casa. (Sale
Electra con una espada.)
ELECTRA. — Amigas, ¿qué sucede? ¿En qué punto
estamos del combate?
CORIFEO. — Sólo sé una cosa: estoy oyendo un lamento de muerte.
ELEcTRA. — También yo acabo de oírlo, en la lejanía
desde luego, pero con todo.. CORIFEO. — De lejos viene el sonido, pero es claro
en verdad.
ELEcTRA. — Es el gemido de un argivo. ¿Será de 755
mis amigos?
CORIFEO. — No sé, pues los timbres de voz se confunden por completo.
ELECTRA. — Esta señal que me das es de deguello.
¿A qué aguardamos?
31 Eurípides, el racionalista, critica abiertamente esta historia y la considera simplemente un mito que «asusta a los
hombres>, aunque acepta su conveniencia para el culto divino.
Con ello niega la maldición hereditaria de la casa de Atreo y
desbarata de un golpe la base teológica de la concepción trágica de Esquilo.
32 Clitemnestra era hermana de Cástor y Polideuces (cf.
verso 1239).
252
TRAGEDIAS
CORIFEO. — Espera a enterarte con certeza sobre tu
destino.
ELEcTRA. — No puedo, estamos vencidos, pues.. ¿dónde están los mensajeros?
760 CoRIFEo. — Ya vendrán. No es nada fácil matar a
un rey. (Entra un servidor de Orestes.)
MENSAJERO. — Victoriosas mozas de Micenas, anuncio a todos mis amigos que Orestes ha vencido y que
Egisto, asesino de Agamenón, yace postrado en tierra.
Conque es fuerza orar a los dioses.
765 ELECTRA. — ¿Quién eres tú? ¿Cómo puedo creer lo
que me comunicas?
MENSAJERO. — ¿No me conoces de yerme como
acompañante de tu hermano?
ELEcTRA. — Amigo mío, he tenido dificultad de reconocer tu rostro por culpa del miedo, pero ahora ya te
conozco. ¿ Qué dices? ¿ Ha muerto el repugnante asesino de mi padre?
770 MENSAJERO. — Ha muerto. Por segunda vez te digo
lo mismo, ya que te agrada.
ELEcTRA. — Oh dioses —y tú, Justicia que todo lo
ves, por fin has llegado-. ¿De qué forma, con qué clase
de muerte ha acabado con el hijo de Tiestes? Quiero
saberlo.
775 MENSAJERO. — Cuando salimos de esta casa, tomamos la carretera de doble calzada en dirección al lugar
donde se encontraba el ilustre rey de Micenas. Resulta que éste paseaba por un huerto bien regado cortando para su cabeza ramos de tierno mirto. Al vernos
780 gritó: «Hola, forasteros, ¿quiénes sois, de dónde venís
y de qué tierra procedéis?» «Tesalios —contestó Orestes—, y nos dirigimos al Alfeo para hacer un sacrificio
a Zeus Olímpico.> Al oír esto dijo Egisto: <Pero ahora
785 debéis quedaros con nosotros para acompañarme en
un banquete. Me encuentro a punto de ofrecer un sacrificio a las Ninfas. Si os levantáis a la aurora, os
L
ELECTRA
253
resultará lo mismo. Conque vayamos a casa (y al
tiempo que esto decía nos tomó de las manos y nos
conducía); no habéis de negaros.» Cuando estuvimos 790
en su casa dijo ~ «Que alguien prepare en seguida un
baño para los forasteros, a fin de que puedan acercarse
al agua lustral y al altar.»
Pero Orestes dijo: «Acabamos de purificarnos con
un baño en las limpias corrientes del río. Mas si es 795
fuerza que unos forasteros participen del sacrificio con
los ciudadanos, entonces, rey Egisto, estamos dispuestos, no nos negamos.»
Así que ésta fue la conversación que sostuvieron
entre sí. Los esclavos depositaron las lanzas —protección de su señor— en el suelo y pusieron todos manos
a la obra: unos llevaban las victimas, otros portaban soo
canastas, otros encendían fuego y ponían calderos
junto al hogar. En fin, toda la casa rebullía.
El amante de tu madre tomó. granos de cebada y
los arrojó al altar diciendo estas palabras: «Ninfas de 805
las rocas, que podamos sacrificar muchas veces yo y
mi esposa, la hija de Tindáreo que está en la casa, con
buena suerte como ahora, y nuestros enemigos con
mala (refiriéndose a Orestes y a ti).
Pero mi señor, sin proferir en voz alta sus palabras,
pedía lo contrario, recobrar la casa paterna. 810
Tomó Egisto de la canasta un cuchillo afilado, cortó
un mechón al ternero y lo puso con su diestra sobre
el fuego sagrado.
Finalmente descargó el cuchillo sobre la paletilla
del ternero mientras lo sujetaban los esclavos en sus
brazos, y dijo a tu~hermano estas palabras: «Entre las 815
buenas cosas de que se jactan los tesalios está el que
despiezan bien un toro y sujetan a los caballos. Toma
el hierro, forastero, y demuestra que la fama de los
33 Wn.A,a¡owlTz considera interpolado el y. 790.
254
TRAGEDIAS
tesalios es legítima.» Entonces Orestes asió con sus
820 manos una dorisTM bien forjada y, dejando caer de sus
hombros el magnífico manto, apartó a los esclavos y
tomó a Pílades por ayudante en la tarea: asió al ternero por la pata y con el brazo extendido dejó desnuda
su blanca piel.
Así que desolló el cuero con más rapidez que un
825 corredor completa a caballo la doble carrera y cortó
los lomos.
Egisto examinó en sus manos la víctima: las en-
trañas carecían de lóbulo y las fisuras y receptáculos
del hígado anunciaban la llegada cercana de algún mal
830 a quien las observaba. Ensombreciose Egisto y le preguntó mi señor: «¿Por qué esa congoja?» «Forastero,
temo el engaño de un hombre ausente. En verdad, es
el hijo de Agamenón el que más me odia de los hombres y el mayor enemigo de mi casa.» Y éste contestó:
835 «¿Y temes el engaño de un exiliado tú que gobiernas esta ciudad? ¿No me traerá alguien un tajo de Ptía
en vez de la doris para partir las costillas y que nos
banqueteemos con las carnes?» Y tomándola, las troceó. Egisto entonces tomó las entrañas y las obser840 yaba dividiéndolas. Y mientras se agachaba, tu hermano se puso de puntillas, le hundió el cuchillo hasta
las vértebras y le desgarró los músculos de la espalda.
Todo el cuerpo se convulsionó de arriba abajo y daba
alaridos mientras moría de mala muerte.
Los esclavos que lo vieron saltaron prestos al
845 combate. Eran muchos para luchar contra dos, pero
Pílades y Orestes se mantuvieron por hombría agitando
enfrente sus venablos. Y éste dijo: «No he venido
850 como enemigo de la ciudad ni de mis servidores. Soy
34 Cuchillo especial para despellejar un animal; toma su
nombre del lugar donde se hacían (cf. una «Toledo>, ref. a las
espadas). SCHIAssI (pág. 151) piensa que pudo originariamente
ser doris (cf. d¿rc5 «despellejar>).
1
1
L
ELECTRA
255
el desventurado Orestes y acabo de tomarme venganza
del asesinato de mi padre. Conque no me matéis, antiguos esclavos de mi padre.» Y éstos, luego que oyeron
sus palabras, contuvieron las picas —pues lo reconoció un viejo del palacio-, y al pronto coronaron la
cabeza de tu hermano profiriendo gritos de alegría. 855
Está en camino para mostrarte la cabeza no de la
Gorgona, sino de Egisto, a quien tú odias. Sangre por
sangre ha venido, préstamo amargo para quien acaba
de morir ~ (Sale.)
CoRo.
Estrofa.
Amiga, pon tu huella en el coro, levantando radiante 860
como un cervatillo tu salto hasta el cielo. Ha ganado
una corona de victoria tu hermano; no la de junto a
las aguas de Alteo ~. ¡Ea! Canta un himno de victoria
para acompañar mi danza. 865
ELEcTRA. — ¡Oh luz, oh brillo de la cuadriga de
Helios, oh tierra y oscuridad nocturna que antes yo
veía! Las ventanas de mis ojos son libres ahora que
ha caído Egisto, matador de mi padre.
Vamos, amigas, voy a traer cuantas joyas tengo 870
y me guarda la casa para adornar mi pelo. Y voy a coronar la cabeza de mi hermano victorioso.
CORO.
Antistrofa.
Sí, tú levanta la cabeza adornada, que nosotras dan- 875
zaremos una danza querida de las Musas. Ya van a go~ La idea que subyace a esta frase, la verdadera idea motriz de toda la tragedia griega, es que un crimen genera otro
crimen. Egisto había tomado prestada la sangre de Agamenón:
préstamo que él reembolsa con su propia sangre.
36 1. e. más importante. En una glosa así debió surgir la corrupción del y. 863, como agudamente observó MURRAY. El Alfeo es el
rio de Olimpia.
256
TRAGEDIAS
bernar el país nuestros amados reyes de otro tiempo
ahora que han matado con justicia a los injustos. ¡Eai
Vayan nuestros gritos al unísono con la alegría. (Entran
Pílades y servidores con el cadáver de Egistoj
880 ELEcTRA. — ¡Orestes victorioso, nacido de un padre
vencedor de la guerra de Ilión! Acepta esta banda para
los bucles de tu pelo. Has llegado a casa no después
de recorrer una prueba inútil de seis pletros, sino de
885 matar al enemigo Egisto, el que mató a tu padre y
mío. Y tú, Pílades, escudero, discípulo del hombre más
piadoso ~‘, acepta esta corona de mis manos; pues en
esta lucha tú llevas una parte igual a la de éste. Que
siempre os vea felices.
890 ORESTES. — Electra, considera primero a los dioses
autores de esta suerte y luego elógiame como a servidor de los dioses y de Fortuna. Aquí estoy ahora
que he matado a Egisto de obra, no de palabra. Y para
895 contribuir al conocimiento claro del hecho, aquí te
traigo el cadáver mismo a fin de que, si quieres, lo
expongas para carnaza de las fieras o lo empales y
claves como presa de las aves, hijas del éter. Ahora
es tu esclavo quien antes recibía el nombre de señor ~.
900 ELEcTRA. — Siento vergúenza, pero con todo deseo
decir...
OREsTEs. — ¿Qué cosa? Habla, pues ahora sí estás
libre de temores.
ELECTRA. — ... de ultrajar a los muertos, no vaya a
ser que incurra en odio.
ORESTES. — No existe quien pueda reprocharte nada.
ELEcTRA. — La ciudad es implacable con nosotros
y gusta de murmurar.
905 ORESTES. — Hermana, habla si algo quieres decir,
pues con éste hemos entablado una lucha sin tregua.
3~ Su padre Estrofio.
38 Conservamos como genuino el y. 899, como casi todos
los editores.
ELECTRA
257
ELEcTRA. — Bien. (Dirigiéndose al cadáver.) ¿Qué comienzo daré a mis palabras, para maldecirte, o qué
final? ¿Qué palabras pondré en el medio? 1Y eso que 910
nunca dejaba de repetir cada mañana lo que quena
decirte a la cara, si de verdad conseguía yerme libre
de mis miedos de antes!
Pues bien, ya lo estoy y quiero dedicarte todos los
insultos que deseaba decirte cuando vivías.
Me arruinaste haciéndome huérfana de mi querido
padre, como a éste ~ sin recibir tú daño alguno; des- 915
posaste vergonzosamente a mi madre y mataste a un
hombre que condujo el ejército griego, tú que no
marchaste contra los frigios.
Llegaste hasta tal punto de torpeza que pensabas 920
que desposando a mi madre no iba a ser mala contigoY mancillabas el lecho de mi padre. Entérate bien,
cuando uno corrompe a la mujer de otro y se ve forzado a tomarla en cama furtiva es un pobre hombre si
cree que la que no pudo ser continente con aquél
puede serlo con él. Vivías entre los mayores tormen- 925
tos, aunque no parecías vivir mal, pues sabías, si, sabías que el tuyo era un matrimonio ilegal y mi madre
que había tomado por esposo a un impío.
Ambos erais malvados y os habéis privado mutuamente ella a ti de tu prosperidad, tú a ella de su
honor ~.
Ya oías lo que se decía entre los argivos: «El marido 930
de su esposa...», no «la mujer de su marido». Y en
verdad es feo que sea la mujer, y no el hombre, quien
manda en una casa. Aborrezco a los hijos que en una 935
ciudad no reciben el nombre de su padre, sino el de
la madre. Cuando un hombre casa con mujer notable
39 1. e. Orestes.
40 Frase interpretada de muy varias maneras cuando no
considerada ininteligible. Nuestra traducción sigue la interpretación de KIRcH H 0FF.
1.
258
TRAGEDIAS
y superior a él no se habla del hombre, sino de la
mujer.
Te creías alguien por apoyar tu fuerza en la riqueza, y eso fue lo que más te engañó a ti, que desconocías
muchas otras cosas. La riqueza no vale nada si no es
940 por el breve tiempo que se está con ella. Lo firme es
la naturaleza, no la riqueza. La primera siempre permanece y acaba con la desgracia, en cambio la riqueza
que, acompaña al injusto y al torpe acaba volando de
su casa tras florecer por breve tiempo.
945 En lo que respecta a las mujeres, callaré —pues
no está bien a una virgen hablar—, pero lo manifestaré
veladamente de forma que se entienda. Eras altanero,
¡como que poseias una mansión real y estabas dotado
de belleza! Pero tenga yo un esposo no con aspecto
950 afeminado, sino al estilo varonil. Los hijos de éstos
últimos son afectos a Ares, en cambio los guapos son
un mero adorno de los coros. Al infierno, tú que has
pagado tu pena sin conocer nada de lo que, por fin, se
te encuentra culpable.
955 De la misma forma, que nadie crea que ha vencido
a Justicia, por haber corrido bien el primer tramo,
antes de que se acerque a la línea y doble la meta de
la vida.
CORIFEO. — Terribles fueron sus actos y terrible la
compensación que os ha pagado a ti y a éste. En verdad, grande es el poder de Justicia.
ELEcTRA. — Bien. Esclavos, hay que introducir su
960 cadáver y ocultarlo para que, cuando venga mi madre,
no vea el cadáver antes de su propia muerte.
ORESTES. — Espera, pasemos a considerar otra cosa.
ELEcTRA. — ¿Qué? ¿No estoy viendo tropas que
vienen desde Micenas?
ORESTES. — No, sólo la madre que me alumbró.
965 ELEcTRA. — ¡Qué bien camina hacia el centro de la
red!... y relumbra, eso sí, con su carro y sus arreos.
L
ELECTRA
259
ORESTES. — Entonces, ¿qué hacemos con nuestra
madre? ¿La mataremos?
ELEcTRA. — ¿Acaso te ha entrado compasión ahora
que has visto su figura?
ORESTES. — ¡Ay! ¿Cómo voy a matar a la que me
crió, a la que me parió?
ELECTRA. — Igual que ella mató a tu padre y al mío. 970
ORESTES. — ¡Oh Febo, grande es la insensatez que
has pronunciado en tu oráculo!
ELECTRA. —Pues si Apolo es torpe, ¿quiénes son
los sabios?
ORESTES. — ... tú que me has ordenado matar a mí
madre, a quien no debía.
ELECTRA. — ¿Qué daño puedes recibir por vengar a
tu propio padre?
ORESTES. — Tendré que desterrarme como matricida, 975
yo que antes era puro.
ELECTRA. — No serás impío por defender a tu padre.
ORESTES. — Pero de mi madre... ¿a quién rendiré
cuentas..por su muerte?
ELECTRA. — ¿Y a quién rendirás cuentas si abandonas la venganza de tu padre?
ORESTES. — ¿No me habrá aconsejado esto un alástor4’ tomando la figura del dios?
ELECTRA. — ¿Sentado sobre el sagrado trípode? No 980
lo creo.
ORESTES. — Pues tampoco podría yo tener por
bueno este oráculo.
ELECTRA. — ¡No vayas a acobardarte y caer en flaqueza!
ORESTES. — ¿Entonces le preparo a ella el mismo
engaño?
41 Genio vengador (etimológicamente «el que no olvida o
perdona”, <*a.lath.. Otros lo relacionan con alaós <~ciego” o
«invisible»).
260
TRAGEDIAS
ELEcTRA. — El mismo con que destruiste a su esposo, matando a Egisto.
985 ORESTES. — Me pondré en camino. Terrible es la
tarea que emprendo y terrible lo que voy a hacer, pero
si los dioses lo han decidido, sea. Este combate me
será amargo y dulce a la vez. (Entran Orestes y Pílades.
Aparece Clitemnestra en un carro lujoso.)
CORO. — Oh reina de la tierra argiva, hija de Tin990 dáreo y hermana de los nobles gemelos hijos de Zeus
que habitan entre los astros en el éter ardiente y tienen
la prerrogativa de salvar a los mortales entre las olas
del mar. ¡Salud! Yo te venero igual que a las felices
995 diosas por tu riqueza, por tu gran opulencia. Es momento de rendir pleitesía a tu suerte. Salud, reina.
CLITEMNESTRA. — Troyanas, descended del carro y
tomad mi mano para que ponga mi pie fuera de él.
íooo Que los templos de los dioses están adornados con los
despojos frigios, pero yo tengo en mi palacio a éstas,
lo más escogido de la Tróade; pequeño regalo, pero
hermoso, a cambio de la hija que perdí.
ELECTRA. — Madre, ¿ tomaré tu mano afortunada yo
íoos que he sido arrojada del palacio de mi padre y habito
una infeliz morada?
CLITEMNESTRA. — Aquí están las esclavas, no te molestes tú.
ELEcTRA. — ¿Pues qué? También a mí me expulsaste
del palacio como a una prisionera. Destruido el palacio,
ioio destruidas fuimos —como éstas—, quedando huérfanas de padre.
CLITEMNESTRA. — Con todo, pareja decisión tomó tu
padre contra quienes entre los suyos en modo alguno
debía haber tomado.
Hablaré..., que cuando la mala fama se apodera
de una mujer, en su lengua se asienta una cierta
amargura.
ELECTRA
261
En lo que a mí se refiere, no está bien. Atendiendo tois
a los hechos, si tienes razón en odiarme, es justo que
me odies, pero si no, ¿a qué esa repugnancia por mí?
Tindáreo me entregó a tu padre no para que muriera yo ni aquéllos a quienes yo engendrara. Pero 1020
aquél convenció a mi hija con la boda de Aquiles y se
marchó llevándola a Áulide, de buen anclaje para las
naves. Allí la extendió sobre un altar y segó el blanco
cuello de Ifigenia.
Si hubiera inmolado a una en beneficio de muchos,
para ganarse la toma de Troya o por beneficiar a su 1025
casa y salvar a sus otros hijos, habría sido perdonable.
Ahora bien, destruyó a mi hija porque Helena era
lasciva y el que la tomó por esposa no supo castigar
a la traidora. Con todo, ni por esto habría cometido 1030
la crueldad de matar a mi esposo, ofendida como
había sido. Pero vino con una enloquecida doncella
poseída de dios y la introdujo en mi cama; conque
éramos dos novias alojadas en la misma casa.
En efecto, casquivana es la mujer, no digo que no; 1035
pero cuando, sentado esto, el marido comete el yerro
de rechazar la cama que tiene en casa, la mujer quiere
imitar al marido y buscarse un nuevo amante.
Y luego los reproches resplandecen en nosotras y
en cambio los hombres, los culpables, no llevan la mala 1040
fama.
¿Es que si Menelao hubiera sido raptado a ocultas
de su palacio, tenía yo que matar a Orestes para salvar
al esposo de mi hermana? Entonces, ¿cómo habría llevado esto tu padre? ¿ Es que no tenía él que morir
habiendo matado a uno de los míos, y yo había de 1045
sufrir este trato por su parte? Lo maté, me dirigí a
sus enemigos 42 tomando el camino más fácil. Pues
42 1. e. Egisto.
262
TRAGEDIAS
¿quién de los míos habría sido mi cómplice en la
muerte de tu padre?
Habla, si algo quieres decir, y replícame con liber1050 tad que tu padre no murió con justicia.
CORIFEO. — Has hablado con razón, pero tu justicia
está envuelta en verguenza. Toda mujer ha de ceder
ante su esposo, la que sea sensata. La que opine de
otra forma, no ha llegado al sentido de mis palabras ‘3.
1055 ELECTRA. — Madre, recuerda las últimas palabras
que has pronunciado concediéndome libertad para
hablar.
CLITEMNESTRA. — También ahora lo afirmo y no me
niego, hija.
ELEcTRA. — ¿No me harás daño, madre, después de
oírme?
CLITEMNESTRA. — No puedo, a tu opinión opondré
mi dulzura.
ío~o
ELEcTRA. — Hablaré y éste será el comienzo de mi
proemio: ¡ojalá hubieras poseído, madre, mejor cabeza! Justo es que atraigan alabanzas la belleza de Helena y la tuya; ambas sois hermanas, casquivanas las
1065 dos e indignas de Cástor. La una se perdió por dejarse
raptar de buen grado y tú has perdido al mejor hom-
bre de Grecia con la excusa de que matabas a tu esposo en compensación por una hija. Pero no te conocen
bien, como yo. ¡Tú, la que antes de que se decidiera
1070 la inmolación de tu hija y, apenas partido tu esposo
de casa, cuidabas los rubios bucles de tu pelo ante el
espejo! Mujer que en ausencia del marido se esfuerza
en embellecerse se tacha a sí misma de mala. A menos
1075 que busque algún mal, en nada le conviene mostrar
en la calle un rostro hermoso. Tú eres la única de las
43 MURRAY condena los vv. 1097-1099, siguiendo a HARThNG,
por el hecho de que ESTOBEO (cf. 72.4) los atribuye a Las Cretenses; y el 1100 y 1101 siguiendo a HARrUnO y NAUCK, respectivamente.
ELECTRA
263
griegas, que yo sepa, que te alegrabas si los troyanos
tenían un éxito; y si fracasaban, tus ojos se ensombrecían porque no deseabas que Agamenón regresara
de Troya. ¡Con los buenos motivos que tenias para ser 1080
recatada!; tenias un marido, en nada inferior a Egisto,
a quien la Grecia eligió como su conductor, y una vez
que tu hermana Helena había realizado tamaña acción,
podías tú haber cobrado una gran gloria. Pues los
malos constituyen un escarmiento en beneficio de los 1085
buenos y atraen la atención.
Si, como dices, mi padre mato a su hija, ¿en qué
te faltamos yo y mi hermano? ¿Por qué no estrechaste
nuestros lazos con la casa paterna tras matar a tu
esposo, en vez de aportar a tu matrimonio bienes ajenos comprando su amor con dinero? 1090
Tu marido no ha sido exiliado a cambio del exilio
de tu hijo ni ha muerto a cambio de mi muerte, dos
veces mayor que la de mi hermana, pues me mató en
vida. Si un crimen se sienta como juez para exigir otro
crimen a cambio, yo te mataré —con tu hijo Orestes— 1095
por vengar a mi padre. Que si aquello fue justo, también hay justicia en esto.
Quien casa con mujer malvada por su riqueza o
noble cuna es necio. Casamiento modesto, pero prudente, es mejor en una casa que matrimonio notable.
CORIFEO. — El azar gobierna el matrimonio de las ííoo
mujeres. Veo que de los humanos unas jugadas salen
bien, mal otras.
CLITEMNESTRA. — Hija, tú has nacido para amar a
tu padre por siempre. También sucede que unos están
de parte del padre, mientras que otros aman a su
madre más que al padre. Te perdono, pues en verdad tíos
no me alegro en exceso de mis acciones. ¿Así de sucia
y mal vestida has salido de tus labores de parto? ¡Ay,
pobre de mí, por mis decisiones, por haber empujado ííío
a mi esposo a la ira más de lo debido!
264
TRAGEDIAS
ELECTRA. — Tarde te lamentas cuando ya no tienes
cura. Bien, mi padre ha muerto. ¿Por qué, entonces, no
haces venir de fuera a tu hijo que anda errante?
CLITEMNESTRA. — Tengo miedo y miro por mis inte1115 reses, no por los suyos. Está encolerizado, según dicen,
por la muerte de su padre.
ELEcTRA. — ¿ Por qué, entonces, tienes a tu esposo
enfurecido contra nosotros?
CLITEMNESTRA. — Ése es su carácter. También tú
eres obstinada por naturaleza.
ELEcTRA. — Porque sufro. Pronto dejaré de enfure-
cerme.
CLITEMNESTRA. — Entonces tampoco él estará más
tiempo resentido contra ti.
1120 ELECTRA. — Muchos son sus humos. Ahora lo cobija
mi morada...
CLITEMNESTRA. — ¿Ves? Ya estás atizando nuevas
disputas.
ELEcTRA. — Callaré, pues le temo como le temo ~
CLITEMNESTRA. — Pon fin a esas palabras. Bien. ¿Por
qué me has llamado, hija?
1125 ELEcTRA. — Creo que has oído sobre mi parto. Ofrece en mi lugar —pues yo no sé— un sacrificio en la
décima luna de mi hijo, como es costumbre. Que yo
no estoy avezada por no haber parido en el pasado.
CLITEMNESTRA. — Eso es trabajo de otra, de la que
te ayudó en las labores de parto.
ELECTRA. — Yo misma me asistí, yo sola pan a mi
hijo.
1130 CLITEMNESTRA. — ¿Tan aislada de vecinos se encuentra esta casa?
“ Expresión eufemística típica de Eurípides (cf. Vv. 85,
289; Medea 889, 1011; Hécuba 100; Troyanas 630), que aquí encierra una gran ironía.
ELECTRA
265
ELECTRA. — Nadie quiere tener a los pobres por
amigos CLITEMNESTRA. — Marcharé entonces a ofrecer a los
dioses un sacrificio por tu hijo en el día prescrito, y
cuando te haya hecho este favor iré al campo donde
mi esposo sacrifica a las Ninfas. Vamos, esclavos, arri- 1135
mad este carro a los pesebres y cuando creáis que he
terminado el sacrificio a los dioses, presentaos aquí;
que también he de dar gusto a mi marido. (Salen los
esclavos con el carro.)
ELECTRA. — Entra en casa de un pobre. Cuidado no 1140
vaya a quemar tu túnica este techo ahumado, pues
vas a realizar el sacrificio que los dioses te exigen.
(Entra Clitemnestra.)
La cesta está preparada y afilado el cuchillo que
mató al toro ~ cerca del cual vas tú a caer herida.
Vas a desposar, también en Hades, al hombre con 1145
quien dormías en vida. Éste es el favor que yo voy a
hacerte, esta es la satisfacción que tú vas a pagarme
por mi padre. (Entra Electra.)
CoRo.
Estrofa 1.a
Mal por mal: los vientos de esta casa soplan contrarios. Aquel día cayó en el baño mi señor, mi señor,
y resonó el techo y las pétreas cornisas de la casa uso
mientras decía: «¡Desdichada esposa, ¿por qué me
matas cuando vuelvo a mi patria después de diez sementeras?»
Antistrofa 1.»
<El tiempo> ~ en su retorno se cobra retribución ííss
por la unión extraviada de esta mujer que, sosteniendo
~5 1. e. Egisto, considerado como víctima de un sacrificio.
46 Faltan dos versos cuya responsión forman los vv. 11621163. En ellos probablemente estaba la palabra <tiempo~<, como
señala MURRAY.
266
TRAGEDIAS
en sus manos el arma afilada, asiendo el hacha, maté
a su marido cuando al fin volvió a casa y a los muros
1160 ciclópeos que llegan al cielo. ¡Desdichado esposo! ¿Qué
mal se apoderó de la desgraciada? Como leona montaraz, que frecuenta los pastos de los bosques, llevó hasta
el final este crimen.
1165 CLITEMNESTRA. — (Desde dentro.) ¡Hijos, por los dioses, no matéis a vuestra madre!
CoRo. — ¿Oyes los gritos bajo el techo?
CLITEMNESTRA. — ¡Ay, ay de mi!
CoRo. — También yo gimo por la que ha muerto a
manos de sus hijos. En verdad dios reparte justicia
1170 cuando llega el momento. Crueldad has sufrido, impíamente obraste —¡desdichada!— contra tu esposo.
(Salen todos de la casa. El eccíclema expone los cadáveres de Clitemnestra y Egisto.)
CORIFEO. — Mas helos aquí que ponen su pie fuera
de la casa teñidos con la .sangre reciente de su madre,
demostrando que huyen de su triste llamada.
1175 No existe ni ha nacido nunca otra casa más infortunada que la de los Tantálidas.
Estrofa 2.8
ORESTES. — ¡Tierra y Zeus que ves todo lo mortal!
Contemplad esta acción de muerte odiosa: dos cueruso pos en tierra postrados, a golpes de mi mano, en pago
de mis mise rías ~.
ELECTRA. — Hermano, sí, deplorable en exceso, pero
yo soy culpable. ¡Pobre de mí! Me consumí en odio
contra esta mi madre que me parió mujer.
47 Se puede postular, metri causa, que faltan cuatro sílabas
en el y. 1182 o un metro yámbico y todo el verso que le seguía
(dimetro yámbico).
ELEcTRA
267
CoRo. — ¡Ah, qué suerte, madre, qué suerte la tuya 1185
que pariste vengadores y sufriste desdichas sin límites
a manos de tus hijos! ¡Con justicia has pagado la
muerte de su padre!
Antistrofa 2.8
ORESTES. — Oh Febo, invisible es la justicia que can- 1190
taste, pero bien visibles los dolores que has cobrado:
¡me has dado un lecho de asesino lejos de la tierra
griega! ¿A qué otro pueblo marcharé? ¿Qué huésped, “95
quién que sea piadoso pondrá sus ojos en mi rostro
de matricida?
ELEcTRA. — ¡Ay, ay de mí! Y yo, ¿adónde?, ¿a qué
coro, a qué boda marcharé? ¿Qué esposo me aceptará
en su cama nupcial? 1200
CoRo. — Otra vez, otra vez tu pensamiento ha cambiado con el viento. Ahora albergas sentimientos piadosos, antes no los tenias e hiciste algo terrible a tu 1205
hermano, amiga, que no quería.
Estrofa 3a
ORESTES. — ¿Viste cómo la desdichada sacaba del
manto y mostraba su pecho en el momento de morir
—¡ay de mi!—, poniendo en el suelo los miembros que
me dieron vida? Yo por el pelo.. CoRo. — Lo sé bien, el dolor te consumió cuando 1210
oías el lamento de dolor de una madre, la que te parió.
Antistrofa 3a
ORESTES. — este fue el grito que lanzaba poniendo 1215
sus manos en mi rostro: «¡Hijo mío, piedad!», y se
colgaba de mi cuello hasta que el arma cayó de mis
manos.
CoRo. — ¡Desventurada! ¿Cómo sufriste ver con tus
propios ojos la muerte de tu madre expirante? 1220
268
TRAGEDIAS
Estrofa 4a
ORESTES. — Yo puse el manto sobre mis ojos y di
comienzo con la espada al sacrificio hundiéndola en
el cuello de mi madre.
1225 ELEcTRA. — Y yo te animaba al tiempo que ponía
mano a la espada.
CoRo. — Has cometido el más terrible crimen.
Antistrofa 4»
ORESTES. — Tonta, cubre los miembros de mí madre
con el manto y cierra sus heridas. ¡En verdad alumbraste a tus propios asesinos!
1230 ELEcTRA. — ¡Ved cómo ponemos este manto sobre
quien era amiga y a la vez no amiga!
CoRo. — Éste es el límite de la desgracia para la
casa. (Aparecen los Dioscuros sobre el palacio.)
CORIFEO. — Mas he aquí que sobre lo más alto del
palacio han aparecido... ¿Quiénes serán, démones ~
1235 0 alguno de los dioses del cielo? Pues no es éste el
camino de los hombres. ¿Por qué se aparecerán a nuestra vista de mortales?
C~&STOR ~ — Escucha, hijo de Agamenón. Te llaman
1240 los Dioscuros, hermanos gemelos de tu madre, Cástor
y mi hermano Polideuces, aquí presente. Acabamos de
llegar a Argos después de poner fin a la galerna que
amenazaba a una nave ~, cuando vimos la muerte de
4~ Aquí «divinidades de rango inferior» (por oposición contextual a los olímpicos). En general tiene un valor neutro
(~ dios) frente a las divinidades particulares cuando no interesa
especificar de cuál se trata, o anafórico (= el dios antes citado).
49 Los editores en general atribuyen este parlamento a
ambos Dioscuros, aunque los Mss. no lo señalan. Con BOTHE
creemos que debe ser Cástor sólo el que habla, sobre todo
porque en y. 1240 presenta a su hermano («y éste que aquí
veis es Polideuces»).
50 Ya WIL’~Mowrn señaló que no se trata de una nave
cualquiera, sino de la de Menelao y Helena (cf. Helena 1163 y
ELECTRA
269
esta hermana nuestra y madre tuya. Ella ha recibido
su merecido, pero tú no has obrado con justicia. Y 1245
Febo... (mas callaré, pues es mi soberano) con ser sabio
no te ha aconsejado sabiamente con su oráculo. Mas
es fuerza resignarse y desde ahora has de cumplir lo
que Moira 51 y Zeus han decretado sobre ti. Entrega
Electra a Pílades como esposa y abandona Argos. No 1250
te está permitido poner el pie en esta ciudad ahora
que has matado a tu madre.
Las terribles Keres 52, las diosas de cara perruna, te
harán dar vueltas enloquecido como una rueda. Pero
ve a Atenas y abrázate a la santa imagen de Palas; ella 1255
las asustará e impedirá que te toquen con sus terribles serpientes, tendiendo sobre tu cabeza su escudo
con la Gorgona. Hay una colina de Ares donde los
dioses se sentaron por primera vez a votar en un
crimen de sangre, cuando el cruel Ares mató a Hali- 1260
rrocio, hijo del rey del mar, enfurecido por la impía
unión con su hija. Allí el voto es sagrado y firme desde
entonces a los ojos de los dioses; allí debes también
tú ser juzgado por el crimen. Te salvará de morir ajus- 1265
ticiado el que el número de votos depositados será
igual, pues Loxias cargará con la culpa por empujarte
con su oráculo al matricidio.
Y ésta será la lev vigente para los venideros: que
gane siempre el acusado con igualdad de votos.
siguientes), a los que se alude un poco más adelante (y. 1279
y sigs.).
51 Personificación del Destino (etimológicamente “parte,
porción») independiente y superior a los dioses. Aquí unida a
Zeus en términos de igualdad; incluso, a veces, se subordina
a este y equivale (especialmente en Esou¡Lo, Suplicantes 673)
a la ley antigua de Zeus.
52 En la tragedia pluralizadas e identificadas con las Erinis
(diosas vengadoras del parricida). Originariamente, sin embargo, K~r es un démon destructor, hijo de Noche y hermano de
Muerte.
270
TRAGEDIAS
1270 Así que las terribles diosas, abrumadas por el
dolor, harán que se abra junto a la colina misma una
sima, oráculo piadoso y venerando para los mortales.
También has de vivir junto a las riberas del Alfeo,
1275 en una ciudad arcadia, cabe el templo de Liceo; y la
ciudad recibirá tu nombre.
Esto es lo que a ti te digo. En cuanto al cadáver de
Egisto, los ciudadanos de Argos lo ocultarán en una
tumba. A tu madre la enterrarán Menelao (que se encuentra desde hace poco en Nauplia, desde que tomó
1280 la tierra troyana) y Helena. ~sta ha llegado del palacio
de Proteo en Egipto y nunca fue a Troya; Zeus envió a
Ilión un simulacro ~ de Helena para enzarzar a los
humanos en disensiones y muertes.
1285 En fin, que Pílades abandone la tierra aquea y regrese a su hogar con una virgen y esposa a la vez; que
lleve también a la tierra focense a tu cuñado de nombre ~ y le cargue de riquezas. En cuanto a ti, enfila
el cuello del Istmo y dirígete a pie hacia la próspera
1290 ribera de Cecropia 55; que cuando hayas cumplido el
destino que te señaló como homicida, serás feliz libre
de estos sufrimientos.
CORIFEO. — Hijos de Zeus, ¿se nos perníite acercarnos a vuestra voz?
C~5TOR. — Sí, pues no estáis contaminadas por este
crimen.
1295 ELECTRA. — ¿Puedo hablar yo, Tindáridas?
CÁSTOR. — También tú; atribuiré a Febo esta acción
crint mal.
CORIFEO. — ¿Por qué siendo dioses los dos y herma1300 nos de la víctima no habéis alejado a las Keres del
palacio?
53 La historia del simulacro de Helena fue introducida por
Estesícoro en su Palinodia.
~ 1. e. el campesino.
55 Atenas.
ELECTRA
271
CÁSTOR. — La fuerza del destino las arrastró por
donde era menester y las torpes órdenes de la lengua
de Febo.
ELECTRA. — ¿Y qué Apolo, qué oráculos me hicieron
a mí matricida?
CÁSTOR. — Común fue la acción, común vuestro 1305
destino, y una sola maldición de vuestros padres os
perdió a los dos.
ORESTES. — Hermana mía, con verte tarde, ya me
veo privado de tus caricias y he de abandonarte que- 1310
dando yo, a mi vez, abandonado.
CÁSTOR. — Ésta tiene marido y casa. No es ella
quien ha sufrido lamentablemente excepto en abandonar la tierra de Argos.
ELECTRA. — ¿Y qué otra cosa produce mayores lamentos que abandonar las fronteras de la patria? 1315
ORESTES. — Pero yo saldré de la casa paterna y en
juicio extranjero purgaré el matricidio.
CÁSTOR. — Ten valor. Llegarás a la piadosa ciudad 1320
de Palas. Conque sopórtalo con entereza.
ELECTRA. — Junta tu pecho con el mío, queridísimo
hermano. Las sangrientas maldiciones de madre nos
separan del palacio paterno.
ORESTES. — Vamos, abrázame. Vierte tus lamentos 1325
sobre mí como sobre la tumba de un muerto.
CÁSTOR. — ¡Ay, ay! Terrible es lo que has dicho incluso para que lo oigan los dioses. También yo y los
dioses del cielo lamentamos los sufrimientos de los 1330
hombres.
ORESTES. — ¡Ya no te veré más!
ELECTRA. — ¡Tampoco yo me acercaré a tus OJOS!
ORESTES. — Ésta es mi postrera despedida.
ELECTRA. — ¡Adiós, ciudad; adiós vosotras, ciuda- 1335
danas!
ORESTES. — Oh mi más fiel amiga, ¿ya te marchas?
ELECTRA. — Ya parto empapando mi tierna mejilla.
272
TRAGEDIAS
1340 ORESTES. — Pílades, marcha en paz y desposa a
Electra.
CÁSTOR. — Éstos se ocuparán de su boda. Marcha
tú a Atenas huyendo de estas perras. Ya lanzan contra
1345 ti su terrible rastro estas diosas negras de piel, con
serpientes por brazos, que cosechan un fruto de terrible dolor.
Nosotros marchamos prestos hacia el mar siciliano
para salvar las marinas proas de las naves. Caminamos
1350 por la llanura del éter y no auxiliamos a los hombres
mancillados, sino a quienes en su vida estiman piedad
y justicia.
A éstos salvamos de las dificultades y libramos del
1355 sufrimiento. Así que nadie prefiera delinquir ni ser
compañero de viaje de los perjuros. Yo, que soy dios,
así lo anuncio a los mortales.
CoRo. — ¡Adiós! Quien puede estar contento y no
le doblega desgracia alguna, ha conseguido la felicidad.
IFiGENIA ENTRE LOS lAUROS
INTRODUCCIÓN
1. El drama Ifigenia entre los Tau ros, incorrectamente llamada en Táuride (nombre de lugar inexistente), sin duda por analogia con la otra Ifigenia, la en
Aulide, se debió de representar por vez primera entre
los años 414-12 a. C. Y decimos drama, porque mal podemos llamar tragedia a esta entretenida pieza teatral
que más parece novela escenificada que otra cosa.
Su argumento, que en seguida veremos más en detalle, enlaza la última aventura de Orestes, en su purlficación del matricidio, con el rescate de su hermana
Ifigenia, que fue llevada por Artemis a su templo de
la costa de Crimea, lugar habitado por los bárbaros
tauros, luego de ser sustituida por una cierva.
El primer punto, la llegada de Orestes a la Táurica
en busca de la imagen de Artemis es pura invención
de Eurípides. La estancia de Ifigenia allí y su carácter
de sacerdotisa es algo perteneciente a la tradición de la
época de Eurípides y se basa en un sincretismo de tres
Ifigenias en origen diferentes: la diosa ática identificada con Artemis (Artemis - Ifigenia o «protectora del
parto»), la cual recibía culto en Halas y Braurón en la
costa norte del Ática; la diosa táurica que, según Heródoto (IV, 103), «los mismos Tauros llamaban Ifigenia,
hija de Agamenón»; y finalmente la Ifigenia humana,
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
hermana de Orestes, Electra y Crisótemis e hija de
Agamenón y Clitemnestra.
La diosa Ifigenia del Ática fue identificada sin duda
con la humana por mera coincidencia de sus nombres,
aunque de hecho el de la diosa ya hemos visto que se
relaciona con su función como diosa del parto y el de
la segunda no siempre fue Ifigenia: Homero y Sófocles
la llamar! Ifianassa (Ilíada, IX, 145, y Electra, 158). La
última identificación de éstas dos con la de los tauros
sin duda se debió a los griegos que colonizaron el
Quersoneso táurico y sirvió como magnífica excusa
para que le «asignaran» los sacrificios humanos de los
que todavía quedaban indicios en las localidades citadas del Ática. Pues bien, tratando de explicar, en base
a este sincretismo, la presencia de una imagen de madera, caída del cielo, de Ártemis en el Ática y el culto
a Ártemis - Ifigenia, y fundiendo todo ello con un inventado viaje de Orestes, perseguido ¡ todavía! por las
Erinis, compuso Eurípides este drama singular cuya
estructura vamos a analizar a continuación.
2. La obra se abre con el PRóLOGO (1-235), constituido formalmente por una resis, un diálogo y la párodos, que es realmente un diálogo lírico en anapestos. La resis introductoria es
de Ifigenia. En ella nos cuenta la historia de su sacrificio en
Aulide, las razones de su presencia entre los Tauros y su función de sacerdotisa de una diosa que gusta de matar a los
extranjeros. Finalmente nos revela un sueño que ha tenido,
sueño que ella interpreta en el sentido de que ha muerto su
hermano Orestes, el último retoño masculino de la estirpe de
Agamenón.
Precisamente tras oír esto vemos aparecer a Orestes y Pí-
lades que, en diálogo rápido, nos informan de las razones de
su llegada: tienen que robar la imagen de Artemis y llevarla
al Ática para que cesen las persecuciones de las Erinis, que
no se convencieron con el juicio del Areópago. Sin duda éste
es el mismo Orestes que el de Electra: nada seguro de Sí
mismo, hasta cobarde: Pílades tiene que recordarle la obligación impuesta por el oráculo y aludir a su sentido del honor
para no volverse atrás.
Entra ahora el Coro que, tras presentarse a sí mismo como
mujeres griegas que sirven a Ifigenia en el templo, inician un
diálogo lírico con Ifigenia. En realidad es un treno por Orestes
muerto acompañado de un rito funerario. Ifigenia nos vuelve a
recordar su frustrado sacrificio de Aulide y su sanguinario
sacerdocio de ahora. Terminado el canto de entrada se inicia
el PRIMER EPISODIO (236-391) con la entrada precipitada de un
vaquero. Formalmente este episodio es una escena de mensajero; su parte central consiste en una brillante descripción, por
parte de éste, del descubrimiento y captura de Orestes y Pílades:
los descubren unos pastores escondidos en una cueva y, poco
después de verlos, Orestes tiene un ataque de locura. Consiguen
reducirlos, aunque no herirlos por intervención de Artemis, y
llevarlos ante el rey. Ya están a punto de llegar para ser sacrificados.
El episodio se cierra con un monólogo de Ifigenia en el que
vuelve a insistir en el mismo tema —Aulide y la muerte de
Orestes—, teminando con una crítica a la diosa que « se complace en cruentos sacrificios humanos., aunque luego añada que
no es posible que un dios sea homicida: son los hombres del
país que se lo atribuyen a la diosa.
A continuación se pregunta el Coro, en el PRIMER ESTASIMO
(392-566), quiénes pueden ser esos extranjeros y cómo han conseguido atravesar las terribles Simplégades. El estásimo cubre
el tiempo que tardan los prisioneros en llegar desde el palacio
del rey.
Acabado éste, entran maniatados los dos jóvenes y se abre
el SecUNDO EPIsODIO (467-642), constituido íntegramente por un
diálogo en su mayor parte esticomítico, entre Ifigenia y Orestes.
Es de tipo informativo. En él Ifigenia se entera de que son argivos y se interesa por el destino que han corrido, tras la guerra
de Troya, los griegos: Helena, Calcante, Ulises, Aquiles, Agamenón y su propia familia. Orestes le habla enigmáticamente
de la muerte de Clitemnestra, pero Ifigenia no lo comprende.
Hay que retrasar el reconocimiento. Ifigenia les propone salvar
a uno de ellos si llevan a Argos una carta en la que revela su
salvación por Artemis y su paradero actual. Orestes se ofrece
276
TRAGEDIAS
277
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
a morir, lo que da lugar a una situación irónica, aunque no
de ironía trágica, como veremos: Ifigenia ensalza su nobleza y
afirma que así debía de ser su hermano si viviera; Orestes se
lamenta de que no pueda amortajarlo su hermana, e Ifigenia
dice que lo hará ella en su lugar.
El SECuNDo E5TA~sIMO (643-656) está formado por solamente
trece versos de diálogo epirrematico entre el Coro, Orestes y
Pílades, lamentando aquél la muerte del uno y alegrándose por
la salvación del otro. Es muy corto, quizá intencionadamente,
porque sirve sólo para cubrir el escaso tiempo que tarda Ifigenia en buscar la carta dentro del templo.
El TeRcm~ EPISODIO (657-1088) es el verdadero centro de gravedad del drama. Es formalmente dialógico en su totalidad y
contiene la anagnorisis o reconocimiento entre ambos hermanos
y la mechané o plan de huida y robo de la imagen.
El reconocimiento se hace precisamente a través de la carta.
Pílades la llevará, pero ¿y si desaparece ésta en el viaje? Para
evitar esto, Ifigenia la acaba leyendo en voz alta, a fin de que
Pílades pueda comunicar de palabra el mensaje. La carta va
dirigida a Orestes y en ella se identifica Ifigenia, con lo que la
anagnórisis se produce con gran naturalidad y sin brusquedades.
Al reconocimiento sigue un diálogo epirrematico entre los
hermano (Ifigenia en la parte cantada). Luego se reanuda el
diálogo yámbico. Orestes le informa del matricidio, la persecución de las Erinis, el juicio del Areópago y la nueva orden de
Apolo de robar la imagen de Artemis. A continuación preparan
—o mejor, Ifigenia prepara— el plan de huida: dirá al rey que
los dos fugitivos están contaminados por matricidio y han tocado la imagen de la diosa, por lo que tanto ellos como la
imagen tienen que ser purificados en el mar antes del sacrificio.
Así podrán escapar con la imagen en el mismo barco en que
llegaron Orestes y Pílades.
El Coro entona, mientras esperan la llegada del rey, su TERCER EsTASIMO (1089-1151). Es un canto lleno de lirismo y nostalgia
por Grecia: el Coro es como el alción que no deja de llorar
en su canto. Ifigenia se va a salvar en una nave de velas hinchadas, acompañada del ritmico sonar de los remos y la música de Pan. ¡Si fuera posible que ellas se convirtieran en aves
para volver a tomar parte en las brillantes danzas de su patria!
Cuando, terminado el canto, entra el rey Toante preguntando por Ifigenia, da comienzo el CUARTO EPISODIO (1152-1233). Es
la puesta en marcha del engaño, del plan de huida. Formalmente
es un diálogo entre Ifigenia y Toante, brillantemente dotado de
un ritmo creciente por Euripides (primero en yambos y luego
en tetrámetros trocaicos) en que la astucia de la griega se
aprovecha de la ingenuidad del salvaje.
Mientras Ifigenia se dirige con los prisioneros hacia el mar
y ponen en práctica su plan de huida, el Coro canta el CUARTO
ESTÁsIM o (1234-1282) - Es un himno a Apolo, formalmente del
tipo -tradicional, con una breve invocación al comienzo y luego
la narración de cómo Febo se apoderó del Oráculo de Delfos
matando a la serpiente Pitón y desalojando a Temis; cómo
Ctón arrojó de nuevo a Apolo y éste se dirigió suplicante a su
padre Zeus que acabó devolviéndoselo para siempre, devolviendo con ello <~a los mortales su confianza en los versos proféticos<>. Es un hermoso himno, pero que, debido a su contexto,
de hecho constituye una pieza de magistral ironía.
Acabado el canto del Coro, entra precipitadamente un mensajero, dando inicio al ExoDo (1283-1499). En un breve diálogo
introductorio entre el mensajero y el Corifeo, éste hace lo que
no se espera de él normalmente, esto es, intervenir en la acción.
Trata de dar tiempo a que se escapen los fugitivos diciendo al
mensajero que el rey está en su palacio, cuando la realidad es
que está en el templo. Pero el mensajero no cae en la trampa.
Golpea la aldaba del templo; sale Toante y, tras una esticomitía
entre ambos, el mensajero le hace una brillante descripción de
la estratagema.
Cuando Toante da orden de perseguirlos por tierra y mar,
aparece Atenea ex machina que lo contiene, y como otras veces,
epiloga el drama revelando el destino que aguarda a los protagonistas y ofreciendo la etiología del culto a Artemis-IfigeniaTaurópola en el Ática.
3. Nadie se atrevería a afirmar que este drama es
una verdadera tragedia ni a negar que es una de las
producciones más brillantes de Eurípides. Bien es cierto que quizá las dos cosas están relacionadas, si tiene
278
TRAGEDIAS
279
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
razón Kitto al decir que, mientras que las obras de
tema trágico forzaban a Eurípides a dotarlas de una
forma que resultaba chocante (siempre, por supuesto,
en relación con la tragedia «típica»), en cambio las
tragicomedias o melodramas dejaban libre al autor
para crear una estructura formalmente magistral.
Frente a las tragedias, la Ifigenia entre los Tauros
presenta unas características que podríamos calificar
como negativas y resumir en: carencia de realidad dramática (sustituida por una irrealidad imposible); carencia de auténtico pat hos (sustituido pot~ el mero suspense); crítica seria al elemento sobrenatural: es, más
bien, chanza o ironía aristofánica la que aquí encontramos.
Pero es incorrecto comparar esta obra con una tragedia para resaltar sus deméritos. Eurípides era consciente de que no estaba creando tragedia, sino melodrama.
Veamos, pues, sus méritos como tal. Para empezar,
la brillantez y originalidad de su argumento. No presenta fallo alguno (aceptando, por supuesto, las convenciones del teatro griego, y sobre todo, el hecho de
que no es una obra realista, sino más bien basada en
situaciones milagrosas). Y uno de sus mayores méritos
es, precisamente, la retardación, el suspense dentro
del equilibrio entre sus partes (la primera retardando
el conocimiento, la segunda el plan de huida).
La acción es movida, variada y siempre interesante.
El final es un clímax magnífico, también dotado de
suspense: cuando ya están en el barco, una tempestad
les impide salir del puerto retardando su huida.
Como en el Ion, aunque en menor grado, el interés
de la obra se basa en sucesivas situaciones irónicas.
Pero no de ironía trágica, pues ésta es amarga, sino
casi cómica: cuando Ifigenia llora la muerte de su
hermano y le hace una libación funeraria, todos lo
L
hemos visto ya sobre el escenario; y muerto, sí, pero
de miedo. Y todos sabemos que los hermanos acabarán reconociéndose.
Brillantes son también, ya desde un punto de vista
particular, algunas escenas —como las dos narraciones
de mensajero, la anagnárisis, el diálogo Ifigenia - Toante, etc., y la actuación del Coro.
Los caracteres, sin embargo, no están a gran altura.
Pero, ¿por qué esperar de un melodrama unos caracteres bien contruidos, si en este tipo de drama la
acción no depende de ellos? El de Ifigenia quizá sea el
más logrado: hasta la anagnórisis es el de una mujer
obsesa, pero luego se muestra decidida y, sobre todo,
astuta, tanto en relación con los dos jóvenes como con
Toante Orestes no deja de ser el adolescente irresoluto de
siempre —y ya casi degenerado, aunque no hasta el
grado que lo presenta el Orestes—. No esperamos de
su carácter la decisión de morir en lugar de Pílades, y
sin duda ésta se debe a la intención de Eurípides de
ofrecernos un par de situaciones irónicas y preparar
mejor la anagnó Tisis.
Tampoco los caracteres menores son muy brillantes, aunque el de Toante resulta más complejo por
unir a su natural bárbaro la ingenuidad del salvaje,
con una cierta inclinación y ¡espeto hacia Ifigenia.
Pílades, que aquí habla más que nunca, no deja de
ser el personaje «conciencia» que se espera de él. Y
los dos mensajeros no se pueden comparar ni de lejos
con algunos creados por Sófocles, como el de la Antígona, por poner un solo ejemplo.
A pesar de todo, la Ifigenia entre los Tauros es un
drama que bien merece la aprobación que ya mereció
a un crítico, tan poco atraído por Eurípides en general,
como Aristóteles.
280
TRAGEDIAS
281
ARGUMENTO
Orestes llegó en compañia de Pílades a los tauros
de Escitia en virtud de un oráculo.
Una vez allí, pretendía robar la imagen de Ártemis
venerada por aquéllos. Como se hubiera separado de
la nave y caído en un ataque de locura, fue capturado,
junto a su amigo, por los lugareños y llevado, conforme
a la costumbre entre ellos vigente, para ser víctima del
templo de Artemis; pues degollaban a los extranjeros
que llegaban navegando. - -
La escena del drama se sitúa entre los tauros de
Escitia. El Coro se compone de mujeres griegas, siervas de Ifigenia. El prólogo lo inicia Ifigenia.
PERSONAJES
IFIGENIA.
ORESTES.
PÍLADES.
VAQUERO.
TOANTE, rey de los Tauros.
UN ESCLAVO como Mensajero.
ATENEA.
CoRo, formado por cautivas griegas.
Escena: Fachada del templo de Ártemis en la Táurica. Delante, un altar.
IFIGENIA. — Cuando Pélope, hijo de Tántalo, marchó
a Pisa con veloces corceles, desposó a la hija de
Enómao’, de quien nació Atreo.
Los hijos de Atreo fueron Menelao y Agamenón, y
de éste y de la hija de 2 nací yo, Ifigenia. Mi 5
padre, según se cree ~, me sacrificó a Artemis, por
causa de Helena, en los pliegues ilustres de Aulide,
junto a las corrientes que revuelve el Euripo cuando
riza el mar azuloscuro con espesas brisas.
Es el caso que el soberano Agamenón había con- io
gregado allí una escuadra griega de mil navíos, porque
quería tomar para los aqueos la corona victoriosa
de Ilión y perseguir el matrimonio injurioso de Helena
por hacer un favor a Menelao.
Mas como tuviera imposibilidad de navegar y vien- ts
tos contrarios, dio en hacer un sacrificio y Calcante le
dijo estas palabras: «Agamenón, comandante de esta
expedición griega, no vas a poder levar anclas de esta
tierra hasta que Artemis reciba a tu hija Ifigenia en 20
sacrificio. Has hecho voto de ofrecer a la diosa Lu1 Pisa es Olimpia. El hecho a que alude es la victoria, conseguida con trampa, de Pélope sobre Enómao y, como consecuencia, su boda con Hipodamía (cf. Vv. 824-825). Se trata de
una genealogía muy sumaria pero completa, como gusta de
hacer Eurípides en sus prólogos.
2 Tindáreo era padre de Clitemnestra —aquí aludida— y
además de Helena y de los Dioscuros, conocidos todos por el
sobrenombre de Tindáridas.
3 0 quizá «según él piensa..
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
cifer ~ lo más hermoso que te naciera este año. Pues
bien, tu esposa Clitemnestra te ha parido una hija
—me ha traído una ofrenda de natalicio-. Tienes
que sacrificaría.>’
Conque me arrebataron de junto a mi madre, por
25 las artes de Odiseo, para casarme con Aquiles. Cuando
llegué a Aulide —¡pobre de mí!— me pusieron sobre
una pira y me iban a matar a espada. Pero Artemis
me arrebató, y entregó a los aqueos una cierva en mi
30 lugar. Me transportó a través del límpido éter y me
estableció en este país de los tauros ~, donde reina sobre bárbaros el bárbaro Toante, quien por tener pies
tan veloces como alas ha recibido este nombre 6 a
causa de su ligereza de pies.
Y me ha establecido como sacerdotisa en este tem35 pío, donde la diosa Artemis se complace en estos
ritos —fiesta de la que sólo el nombre es bueno (lo
demás lo callo por miedo a la diosa), pues sacrifico a
todo griego que arriba a esta tierra según una ley anti—
40 gua de esta ciudad ~‘. Yo oficio el rito, pero de las
muertes se ocupan otros en secreto dentro de este
recinto de la diosa.
Ahora voy a confiar al aire —por si hay en ello
algún alivio- las extrañas visiones que me ha traído
la noche pasada.
4 (1. e. »portadora de luz»). Artemis, en tanto que diosa
lunar.
5 En el Quersoneso escita, i. e. en Crimea.
6 Etimología popular (thods «rápido»), a la que es muy
dada la tragedia en general.
No hay razones de peso para considerar interpolados los vv.
38-39, como hace MURRAY (en pura lógica habría también que excluir los dos siguientes). La frase «lo demás lo callo» no significa
«no voy a hablar más sobre ello», cosa que hace a continuación, sino
más bien, «no diré todo lo que pienso» (cf. ENGLANO, The Iph¡geneta among the Tauri of Eurípides, Londres, 1950, pág. 126).
Me pareció en sueños que vivía en Argos, muy lejos 45
de esta tierra, y que dormía en medio de otras jóvenes.
De repente se conmovió la tierra por un terremoto,
eché a huir y, ya fuera, vi cómo se desrrumbaba el
entablamento del palacio y cómo el elevado techo caía
por tierra desde sus altos soportes. Me pareció que 50
sólo quedaba una columna de la casa paterna que dejaba caer pelo rubio de su capitel y cobraba voz humana. Yo, siguiendo esta costumbre de matar extranjeros, le rociaba con agua lustral como a quien va a
morir y lloraba.
Así es como yo interpreto este sueño: Ha muerto ss
Orestes, a quien yo consagré —porque las columnas
de una casa son los hijos varones y porque siempre
mueren aquellos a quienes alcanzan mis lustraciones—.
Y no puedo relacionar el sueño con ningún amigo,
pues Estrofio no tenía hijos cuando yo fui sacrificada 8. 60
Así que yo, que estoy aquí, quiero hacer libaciones a
mi hermano —aunque esté lejos, esto sí puedo hacerlo- en compañía de las sirvientas que me entregó
el rey —mujeres griegas—.
¿Por qué razón no se han presentado todavía? Mar- 65
charé dentro del recinto de la diosa en el que vivo.
(Entra en el templo. Orestes y Pílades aparecen por
la izquierda.)
ORESTES. — Observa, vigila, no haya algún hombre
en el camino.
PÍLADES. — Ya miro, ya vigilo volviendo mis ojos
a todas partes.
Aqul (vv. 59-60) se puede pensar en una interpolación,
dado que Ifigenia no conoce la existencia de Pílades, hijo de
Estrofio, a quien se refiere aquí tácitamente (como confiesa
expresamente en el y. 920). Sin embargo yo me inclino a pensar en una incongruencia inconsciente por parte del propio
Eurípides.
286
TRAGEDIAS
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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
ORESTES. — Pílades, ¿ te parece que es éste el templo
70 de la diosa al que hemos dirigido nuestras naves desde
Argos?
PÍLADES. — A mi, sí, Orestes; y tú debes creerlo también.
ORESTES. — ¿Y el altar del que gotea sangre griega?
PÍLADES. — Sí, todavía tiene pelos enrojecidos por la
sangre.
ORESTES. — ¿Ves cráneos colgados de la misma
cornisa?
75 PÍLADES. —~ Sí, con exvotos de extranjeros muertos.
Mas conviene vigilar bien revolviendo los ojos.
ORESTES. —Oh Febo, ¿qué trampa es ésta a la que
me has conducido con tu oráculo? Desde que vengué
so la muerte de mi padre matando a mi madre, venimos
huyendo de nuestra tierra perseguidos por relevos de
las Erinis. Ya he realizado muchos viajes por cami-
nos torcidos desde que me dirigí a ti para preguntarte
cómo podría llegar al final de esta locura, que me
agita como a una rueda, y de los sufrimientos que he
padecido dando vueltas por Grecia.
85 Tú me ordenaste que me dirigiera a los confines de
la tierra Táurica donde Ártemis, tu hermana, tiene sus
altares, y que tomara la imagen de la diosa que dicen
cayó en este templo desde el cielo; que luego de to90 maría con trampa o por un golpe de suerte, y correr
el riesgo, la entregara en tierra ateniense (desde allí no
se me dijo a dónde más). Y que, cuando hiciera esto,
tendría un respiro en mis sufrimientos. Pues bien, he
llegado, obedeciendo tus palabras, a esta tierra ignota
y que odia a los extranjeros.
95 A ti pregunto, Pílades —pues colaboras conmigo en
este trabajo—, ¿qué hacemos? Ya ves el recinto elevado
de los muros. ¿Salimos de aquí para dirigirnos a la
entrada del templo? ¿Y cómo evitaríamos ser vistos?
¿Entonces, soltamos con palancas los cerrojos de bronce? Pero no sabemos cuáles son ~. Y si nos sorprenden ioo
abriendo las puertas y forzando una entrada, será nuestra muerte. Conque, antes que morir, huyamos a la
nave que nos ha traído aquí.
PÍLADES. — La huida es inaceptable y además no
estamos acostumbrados; por otra parte, no hay que sos
burlarse del oráculo del dios. Alejémonos del templo
y ocultemos nuestro cuerpo en la cueva que el negro
mar inunda con su agua, lejos de la nave; no vaya a
ser que alguien la vea, se lo comunique al rey y nos
capturen a la fuerza.
Cuando la noche se acerque con aspecto tenebroso, 110
hemos de tener el valor de arrebatar del templo la
pulida imagen haciendo uso de toda clase de artimañas. Mira el espacio hueco entre los triglifos 10 por
donde se puede hacer pasar un cuerpo. Los valientes
afrontan el esfuerzo, en cambio los cobardes no son sís
nada en ninguna parte.
ORESTES. — En efecto, no hemos recorrido tan largo
camino con el remo para emprender el regreso desde
la misma meta. Has hablado bien, he de confiar en ti.
Hay que dirigirse adonde podamos ocultar nuestro
cuerpo sin ser vistos. No he de ser culpable de que 120
el oráculo del dios quede sin efecto.
9 Probablemente referido al mecanismo de los cerrojos,
pero todo el pasaje es obscuro, probablemente corrupto. Ha
habido varias tentativas de mejorarlo. Nosotros lo traducimos
siguiendo a MURRAY, que cambia poco el texto transmitido por
los Mss.
10 Los triglifos son propiamente, en templos antiguos, los
extremos de las vigas que soportan el techo. En el templo
clásico «el espacio hueco entre los tiglifos» está relleno formando las metopas. Esta descripción de un templo más bien
elemental contrasta con la que del mismo hace poco después
el coro (Vv. 128-129): «las comisas de oro de tu templo porticado~..
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TRAGEDIAS
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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
Tengamos valor, que ningún esfuerzo produce ciiidado en los jóvenes. (Salen por la izquierda, mientras
el Coro entra por la derecha.)
CoRo. — Guardad silencio, ¡oh vosotros que habi125 táis la doble roca que cierra el mar Inhóspito! 11
—Oh hija de Leto, Dictina 12 montaraz, hacia tu
patio, hacia las cornisas de oro de tu templo porticado
130 encamino mi pie consagrado de virgen como esclava
de la clave ra consagrada, ahora que he abandonado
las torres de Grecia, de hermosos potros, y sus muros,
135 y Europa de huertos arbolados, sede de mi casa paterna.
—Ya he venido: ¿qué hay de nuevo? ¿Qué preocupación albergas? ¿Por qué me has traído a este tempío, oh hija del que a las torres de Troya vino con su
140 ilustre remo 23, el de los mil marineros, el de las mil
armaduras, oh retoño de los ilustres Atridas? (Sale
Ifigenia del templo acompañada de servidoras que llevan vasos sagrados.)
IFIGENIA. — ¡Ay!, esclavas, entre plan tos de mal
145 agUero estoy postrada, entre elegías sin lira —¡ay!—
de un canto de mala musa —¡ay!— entre lamentos funerarios. La ruina me ha alcanzado y lloro por mi
11 El mar Inhóspito es el Ponto Euxino (i. e. “Hospitalario»). La doble roca son las Simplégades, míticas rocas móviles que chocaban entre sí aplastando a las naves que trataban
de atravesarlas. Cuando consiguió atravesarlas la nave Argo,
con ayuda de Hera (cf. Odisea XII 70 y sigs.; PÍNDARO, Pírica
IV 208; APOLoNIo, II 528 y sigs.), quedaron fijas. “Los habitantes de la doble roca» son, por ende, los habitantes de la
costa del Ponto. El coro les ordena ritualmente silencio para
iniciar el rito.
12 Diosa cretense, identificada luego con Artemis (y en Egina
con la Ninfa Afea). Huyendo de Minos se arrojó al mar, donde
cayó en las «redes» (df ktya, de ahí su nombre) de unos pescadores.
13 Sinécdoque por «escuadra».
hermano, por su vida; ¡qué visión, qué visión de sue- 150
ños he contemplado esta noche, cuya oscuridad se
acaba de marchar! Estoy perdida, perdida. Ya no
existe mi hogar paterno, ¡ay de mí! Se acabó mi
estirpe y lloro, lloro los dolores de Argos. ¡Ay destino, 155
que me arrebatas el único hermano y lo envías a
Hades! Por él voy a verter esta libación sobre la es- 160
palda de la tierra: esta copa de los muertos y este
chorro de vacas montaraces y el vino de Baco y el íás
trabajo de las rubias abejas, cosas que aplacan a los
muertos 14
Vamos, entrégame la vasija de oro y la libación de
Hades. Oh retoño de Agamenón, bajo tierra estás, 170
como a muerto te hago esta of renda, acéptala. No voy
a portar hacia tu tumba mi rubio pelo ni mis lágrimas. Muy lejos, en verdad, habito de tu tierra y la 175
mía, donde —según creen— yazgo sacrificada —¡desdichada de mí!—.
CoRo. — Cantos de antífona 15, y de himnos asiáti- 180
cos bárbaro eco, haré sonar en tu honor, mi señora:
la Musa que entre lamentos canta a los muertos, la
que con sones de Hades entona sus himnos sin peanes. 185
¡Ay de mí, ay de la casa de los Atridas! Ha desa parecido la luz de su cetro —¡ay de mí!—, la luz de mi
casa paterna. Hubo un tiempo en que el poder estaba
en manos de los poderosos reyes de Argos. Mas el dolor 190
sucedió con rapidez al dolor y con sus yeguas aladas
volviendo grupas el sol mudó de sitio y cambió la sagrada mirada de su luz 16 Sobre el palacio del cordero 195
14 La libación normal en honor de los muertos se hacía
con vino, leche y miel, mezclados o separados.
15 Lit. «en respuesta a tus cantos» <de hecho no se corresponden métricamente).
16 Pasaje mutilado (MuRRAY piensa que el arquetipo ya lo
estaba desde el y. 190 hasta el 232), pero de sentido claro: el
coro recuerda sumariamente el destino de la casa de Atreo
290
TRAGEDIAS
291
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
de oro ha descendido pena sobre pena, muerte sobre
muerte, dolor tras dolor. De la sangre de los primeros
200 Tantálidas ha venido sobre tu casa la venganza y el
dios precipita sobre ti lo que no has buscado.
IFIGENIA. — Desde el principio me fue adverso el
205 destino del ceñidor de mi madre y de la noche aquella 17 Desde el principio las Moiras del nacimiento estrangularon mi juventud con apretado lazo. La muy
cortejada por los griegos, la desdichada hija de Leda,
210 me parió como fruto primerizo de su tálamo para
víctima del ultraje de mi padre, para of renda nada placentera, me crió para consagrada. Y en carro de caba215 líos me depositaron sobre las arenas de Aulide como
novia —¡ay de mí!—, malhadada novia, del hijo de la
hija de Nereo 18
Y ahora, huésped del mar Inhóspito, habito en
220 casa de salvaje alimento sin esposo, sin hijos, sin ciudad, sin amigos. No canto .a Hera la de Argos, ni junto
al telar, de bellos sones, bordo la imagen con mi lan225 zadera de Palas la ateniense y los Titanes, sino que
causo la muerte sangrienta, de sangre vertida’9 —no
acompañada de forminge ~— a extranjeros que lanzan
lamentables gritos, que arrojan lamentables lágrimas.
230 Mas ahora no pienso en éstos y lloro por ~ni hermano que ha caído en Argos, a quien dejé niño de
pecho aún reciente, apenas un tallito en brazos de su
desde sus inicios: el robo a traición, por parte de Tiestes, del
oqrdero de oro que aseguraba la dinastía de Atreo, y el castigo
de Zeus, trastocando el curso del sol y de otros elementos
meteorológicos. El mismo Eurípides da una versión más completa en Etectra 698-742.
17 S. e. «de su boda».
1~ Aquiles, hijo de Tetis, hija de Nereo.
19 Construcción muy audaz: lit. «ensangrienta una destrucción de sangre vertida».
~> 1. e. «ajena a toda música». La forminge es la lira, instruniento de Apolo.
L
madre, junto al pecho, a Orestes, heredero del cetro 235
de Argos. (Un vaquero entra por la izquierda.)
CORIFEO. — He aquí que llega un vaquero, que ha
dejado la ribera del mar, para anunciarte alguna
nueva.
VAQUERO. — Hija de Agamenón y Clitemnestra, escucha de mi boca el mensaje que traigo.
IFIGENIA. — ¿Qué es lo que me distrae de las pa- 240
labras que ahora pronuncio? 21
VAQUERO. — Han llegado a nuestra tierra, huyendo
en barca de las oscuras Simplégades 22, dos jóvenes,
víctimas del sacrificio que agrada a la diosa Artemis. 245
Apresúrate a realizar las abluciones y primeras ofrendas.
IFIGENIA. — ¿De dónde son? ¿De qué tierra parece
el aspecto de los extranjeros?
VAQUERO. — Griegos. Sólo sé esto, nada más.
IFIGENIA. — ¿No has oído el nombre de los extranjeros y puedes comunicármelo?
VAQUERO. — Uno llamaba Pílades al otro.
IFIGENIA. — ¿Y el compaflero qué nombre tiene? 250
VAQUERO. — Nadie lo sabe. No lo hemos oído.
IFIGENIA. — ¿Cómo los visteis, cómo disteis con
ellos y los capturasteis?
VAQUERO. — En los altos acantilados del estrecho
Inhóspito. - IFIGENIA. — ¿Y qué tiene que ver un vaquero con
el mar?
VAQUERO. — Llegamos para bañar a los bueyes en 255
el agua marina.
IFIGENIA. — Comienza por contar cómo los sorprendisteis y en qué circunstancias. Esto es lo que quiero
21 o quizá: «qué es lo alarmante de tus actuales palabras», según
PLATNAUER, Eurípides: Iphigenía in Tauris, Oxford, 1938.
~ Cf. nota 10.
292
TRAGEDIAS
293
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
saber, pues han tardado en llegar. Aún no se había
enrojecido con sangre griega el altar de la diosa 23
260 VAQUERO. — Cuando introducíamos los montaraces
bueyes en la corriente que fluye entre las Simplégades...
había un cóncavo rompiente quebrado por las olas con
abundante espuma, cobijo para los pescadores de
265 púrpura. Uno de nuestros vaqueros vio a dos jóvenes
allí y volvió sobre sus pasos de puntillas. Nos dijo:
«¿No veis? Son dioses ésos que ahí se sientan.» Uno
de nosotros, hombre piadoso, levantó su mano y oró
270 así al verlos: «Oh hijo de la marina Leucótea protector
de los jóvenes, soberano Palemón 24, senos propicio. Sobre la ribera se sientan los Dioscuros o dos adornos ~‘
de Nereo, quien engendró al noble coro de las cm275 cuenta Nereidas.» Otro, que era estúpido y de osada
impiedad, se burló de la súplica y afirmaba que eran
marineros náufragos, y que habían oído que aquí sacrificamos a los extranjeros y se sentaban en la cueva por
temor a nuestra ley. A la mayoría de nosotros nos pa23 Afirmación absurda —ya que contradice otros varios pasajes (cf. vv. 72, 73, 347, 587>— y fuera de lugar. Por ello: a) se
ha suprimido sin más; b) se ha cambiado en «han llegado en
un largo intervalo desde que (hoid’ epeí por oudé pó, SEIDLER)
se había enrojecido», etc., y al mismo tiempo se ha pasado
detrás del y. 245 (WEcKLEIN), i. e. al final de la primera intervención del vaquero.
24 Conocido también por el nombre de Melicertes, hijo de
Ino Leucótea, nodriza de Dioniso y diosa marina luego de
arrojarse al mar perseguida por su esposo Atamante. En su
honor se celebraba un rito durante los juegos ístmicos, pues
en Corinto apareció su cuerpo flotando. Cf. APO1.ODORO, III 28-29;
OVIDIO, Metamorfosis IV 416 y sigs.
25 Gr. dgalma. Lit. «aquello en lo que uno se complace»
(cf. HasIouio, s. y.) y se refiere a niños a menudo (cf. Sóroci.as,
Antígona 1115, referido a Dioniso; EURÍPIDEs, Suplicantes 3701164). Luego se refiere a hijos o a nietos de Nereo, más probable lo segundo que lo primero, pues la tradición mítica sólo
habla de «las 50 hijas de Nereo».
A
reció que llevaba razón y decidimos capturarles como 280
víctimas de la diosa, según la costumbre del país.
Conque en esto, uno de los extranjeros abandonó
la gruta, enderezó el cuello y agitaba la cabeza arriba
y abajo. Lanzaba gemidos con manos temblorosas, en
un ataque de locura, y gritaba como un cazador: «Pila- 285
des, ¿no ves a ésta? ¿Y no ves aquí a la serpiente de
Hades cómo quiere matarme con boca bordeada por
terribles víboras? ¿Y ésta otra que exhala fuego de su
manto y agita sus alas ensangrentadas, que lleva en
brazos a mi madre como si fuera una carga de piedra 290
para arrojármela? ¡Ay de mí! ¡Va a matarme! ¿Adónde
voy a huir?».
Nosotros no podíamos ver tales figuras, pero él
tomaba los mugidos de las terneras y los ladridos de
los perros por sonidos 26 que pensaba que emitían las
Erinis.
Nosotros nos agrupamos, espantados como estába- 295
mos, y nos sentamos en silencio. Entonces él desenvainó la espada y arreando a los terneros hacia el
centro, como un león, golpeaba con el hierro sus lomos
y atravesaba sus costados —creyendo defenderse de
las Erinis— hasta que enrojeció de sangre la super- 300
ficie del mar.
En esto, como viéramos que nuestro rebaño caía
degollado, nos armamos todos, hicimos sonar los cuernos y reunimos a los hombres del contorno. Pensá- 305
bamos que unos vaqueros son poca cosa para luchar
contra extranjeros bien plantados y además jóvenes.
Así que nos congregamos muchos en poco tiempo.
El extranjero cayó al suelo una vez que se hubo
librado del ataque y su barba rezumaba espuma.
Cuando lo vimos convenientemente caído, cada uno de
nosotros se aplicó denodadamente a arrojar dardos y 310
26 Lit. «imitaciones».
294
TRAGEDIAS
295
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
piedras. El otro extranjero limpiaba la espuma y
cuidaba su cuerpo. Lo protegía con su túnica de fino
tejido contra los golpes que se le venían encima y
315 atendía a su amigo. El extranjero volvió en sí de su
postración y se percató de la tempestad de enemigos
que los acosaba y de la desgracia que los cercaba. Y
gritó. Pero nosotros no dejamos de arrojar piedras
320 acosándolos de uno y otro lado. Entonces oímos su
terrible voz de mando: «Pílades, muertos somos, pero
al menos perezcamos con honor. Sigueme espada en
mano.»
Cuando vimos las espadas que blandían nuestros
enemigos, llenamos con nuestra huida los valles ro325 cosos. Pero si huía uno, otros muchos les acosaban
con sus disparos. Y si rechazaban a éstos, los que
habían cedido volvían a atacarlos con piedras. Mas lo
increíble fue que, miles como eran nuestras manos,
nadie consiguiera alcanzar a las victimas de la diosa.
330 A duras penas logramos apresarlos, no por nuestro arrojo, sino porque, rodeándolos en círculo, arrancamos a pedradas las espadas de sus manos y cayeron
de rodillas por el cansancio. Los llevamos ante el rey
335 de estas tierras y él, al verlos, los ha enviado inmediatamente a ti para su lustración y sacrificio.
Joven señora, siempre orabas que se te presentaran
víctimas como éstas de hombres extranjeros. Si, además, destruyes a éstos, la Hélade pagará por tu muerte,
pagará por tu sacrificio en Áulide.
340 CORIFEO. — Has narrado maravillas de este demente,
quienquiera que sea el griego que se ha llegado desde
su tierra al mar Inhóspito.
IFIGENIA. — Bien. Ve tú a traerme a los extranjeros,
que nosotros nos encargaremos aquí del ritual.
345 ¡Ah, paciente corazón! Hasta ahora siempre fuiste
suave y compasivo con los extranjeros, y pagabas un
tributo de llanto a tus compatriotas, cada vez que un
griego caía en tus manos. Mas ahora que, por los sueños que me han llenado de amargura, creo que Orestes
ya no vive, me encontráis mal dispuesta, quienquiera 350
que seáis quienes habéis llegado. Y es que, amigas
mías, sé que es verdad que los infortunados no tienen
buenos sentimientos hacia quienes les superan en mfortunio cuando han recibido un revés.
Pero nunca ha llegado aquí el viento favorable de
Zeus ni un navío que, atravesando las Simplégades, ass
trajera aquí a Helena —la que me perdió— y a Menelao, para vengarme de ellos cambiando este Aulide ~
de aquí por la de allí, en la que los Danaidas me
asieron como a una ternera e iban a sacrificarme, y 360
el sacerdote iba a ser el padre que me engendró.
¡Ay de mí! ¡No quiero acordarme de los males de
entonces! ¡Cuántas veces levanté mis manos hacia la
barba y rodillas de mi padre y colgada de él decía
estas palabras!: «Padre, me entregas en nefando ma- 365
trimonio. Mientras tú me matas, mi madre y las argivas
están cantando los cantos de mi himeneo y todo el
palacio resuena con las flautas. Y yo perezco a tus
manos. ¡Conque era Hades, y no el hijo de Peleo, el
Aquiles a quien me prometiste como esposo mientras, 370
con engaño, me conducías en carro a una boda de
sangre! » Yo tenía mi vista oculta tras el sutil velo y
no tomé las manos de mi hermano —¡el que ahora está
¡
muerto!— ni besé, por vergúenza, la boca de mi her- 375
mana pensando que marchaba al palacio de Peleo. Muchas despedidas las dejé para después, ya que iba a
regresar a Argos.
¡Ah, pobre Orestes! Si has muerto, ¡por qué maldades y ambiciones de tu padre has perecido!
Yo repruebo los pensamientos torcidos de esta dio- 380
sa. Si un mortal se contamina con una muerte, o si toca
1~
27 Metonimia por «sacrificio” o «muerte».
296
TRAGEDIAS
297
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
con sus manos a una parturienta o a un cadáver, lo
rechaza de sus altares, ya que lo considera abominable.
En cambio, ella se complace en cruentos sacrificios
385 humanos. No es posible que Leto, la esposa de Zeus,
haya parido semejante sinrazón. En verdad, juzgo que
es increíble el banquete de Tántalo a los dioses —¡que
se complacieron engullendo a su hijo!—. Creo que los
390 habitantes de esta tierra, homicidas como son, atribuyen a la diosa su maldad. Pues no creo que ninguno
de los dioses sea malvado.
CoRo.
Estrofa 1.a
Oscuros, oscuros estrechos 2< del mar, donde el
395 tábano volador de lo pasó desde Argos al mar Inhóspito cambiando Europa por la tierra de Asia.
400 ¿Quiénes serán los que han abandonado el Eurotas
de hermosas aguas, de verdean tes juncos, o la sagrada
corriente de Dirce ~ y han llegado, llegado, a una tierra
405 insociable, donde la sangre humana empapa los altares
y el templo porticado de la hija de Zeus?
Antistrofa 1 a
¿Acaso con el sonoro doble batir de sus remos de
410 abeto han hecho navegar sobre las olas su carro marino con brisas que sacuden las velas, emulándose para
acrecentar la riqueza de sus palacios?
415 Sí, pues la esperanza es amada e insaciable para
daño de los hombres que portan el peso de su riqueza
28 El Bósforo, que separa Asia ‘.‘ Europa. Ya ESQUILO (Prometeo 732> explica su nombre relacionándolo con el tránsito
(póros) de lo convertida en vaca (bós) por los celos de Hera
y perseguida por un tábano (cf. también EsQUILo, Suplicantes
540 y sigs.).
29 Son los ríos de Esparta y Tebas, respectivamente. Aquí
contrastados con las tierras secas y semidesérticas de los
Tauros.
vagando sobre el mar y atravesando países bárbaros.
Su esperanza es la misma, mas para unos la idea de
riqueza está fuera de sazón y para otros se sitúa en 420
el centro.
Estrofa 2.a
¿Cómo atravesaron las Rocas que entrechocan,
cómo las riberas ~, que no duermen, de los hijos de
Fineo a lo largo del marino borde, corriendo entre el 425
rumor de las olas de Anfitrite 3¡, donde cantan los coros
de las cincuenta hijas de Nereo con pies circulares,
mientras en proa estride el ajustado timón con las 430
húmedas brisas o los so píos de Céfiro hacia la tierra 435
poblada de aves, blanca 32 ribera, hermoso estadio para
las carreras de Aquiles más allá del mar inhóspito?
Antistrofa 2.»
¡Ojalá respondiendo a las preces de mi dueña, Helena, la querida hija de Leda, abandonara la ciudad de 440
Troya y diera por venir aquí donde —su pelo rociado
con lustración sangrienta— muriera a manos de mi 445
dueña recibiendo castigo equitativo! ¡Ojalá recibiéraEs la costa de Tracia, siempre agitada, que sigue la dirección Norte a Oeste desde el Bósforo hasta el promontorio
de Tinias. Fineo era su rey y se asocia con personajes portadores de tormenta: casado con una hija de Bóreas y visitado
por las Harpías, personificaciones del ciclón.
31 Esposa de Posidón, reina del mar y personificación del
movimiento mismo de las olas.
32 Se refiere a las islas de Leuke («blanca»), frente a la desembocadura del Danubio, donde habla un templo de Aquiles.
Según el mito, Tetis lo transportó allí desde su pira funeraria.
Allí seguía practicando los deportes con sus camaradas (cf.
MAXIMO DE TIRO, XV 71, y PÍNDARO, Nemea TV 79).
Según otras versiones, Aquiles llega allí persiguiendo a Ifigenia (Escolio A P11~D~o, loc. cit.). También era conocida esta
isla por sus gaviotas, de donde tomó el nombre de blanca, según
DIONISO PERIFX~ETA, 542 y sigs.
298
TRAGEDIAS
299
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
mos la placentera nueva de que ha llegado un nave450 gante de la tierra de Grecia para poner fin al dolor de
mi triste esclavitud! ¡Ojalá estuviera en casa, aun en
sueños, y en la ciudad paterna —gozo de sueños pía.
~ss centeros, placer común de la riqueza! ~ (Entran Orestes
y Pílades encadenados y acompañados por guardias.)
CORIFEO. — ¡Mas he aquí que se acercan con manos
atadas estos dos, el nuevo sacrificio de la diosa! Silen~o cío, amigas, que se acercan al templo estas primicias
de hombres griegos. No fue engañoso el anuncio que
nos comunicó el vaquero.
Soberana, si nuestro pueblo te ofrece estas víc465 timas con agrado de tu parte, acepta el sacrificio que
nuestras leyes declaran impío.
IFIGENIA. — Bien. Primero he de ocuparme de que
los asuntos de la diosa vayan bien. Soltad las manos
de los extranjeros; que, sagrados como son, no estén
más tiempo átados.
470 (A los guardianes.) Marchad dentro del templo y
disponed lo que es necesario y ritual para el caso
presente.
(A los extranjeros.) ¡Ay! ¿Quién es vuestra madre y
padre? Y vuestra hermana —si es que tenéis una—,
475 1qué dos hermanos va a perder!
Nadie sabe a quién le espera un destino así. Todo
lo divino camina en la oscuridad y nadie conoce
Frase difícil. Puede significar: a) «ojalá estuviera ya en
casa (porque ello sería) gozar de aquello que ahora sueño y
que es un placer que los ricos gozan en compañía»; b) «ojalá
estuviera ya en casa (porque ello sería) un placer (i. e. un
sueño) común a nosotras y a los ricos» (PLATNAUER).
Ninguno de los dos sentidos es satisfactorio y probablemente hay que pensar en una corrupción incurable del texto.
~
S. e. «con seguridad de antemano, etc.». No hay necesidad
de cambiar el texto de los Mss., como han hecho muchos editores, y mucho menos suponer una laguna.
ji
mal alguno, pues la Fortuna nos conduce en la ignorancia.
¿De dónde habéis llegado, desventurados extranjeros?
Durante largo tiempo habéis navegado hasta esta 480
tierra y por largo tiempo, para siempre, vais a estar
bajo tierra lejos del hogar.
ORESTES. — ¿Por qué te lamentas, mujer, por qué te
apena la desgracia que nos aguarda, quienquiera que
tú seas?
No considero sensato a quien va a morir y quiere 485
superar con la lástima ajena el miedo a la muerte, prívado como está de toda esperanza de salvación. De un
mal hace dos: incurre en la acusación de necio y muere
igualmente. Hay que ceder a la suerte. No lamentes 490
nuestro destino: ya conocemos los sacrificios de aquí,
lo sabemos.
IFIGENIA. — ¿Quién de vosotros tiene el nombre de
Pílades? Esto es lo primero que quiero saber.
ORESTES. — Éste, si te causa placer el conocerlo.
IFIGENIA. — ¿De qué ciudad es ciudadano griego? 495
ORESTES. — ¿Y de qué te servirá saberlo, mujer?
IFIGENIA. — ¿Sois hermanos de una sola madre?
ORESTES. — Somos hermanos por amistad, mas no
por parentesco.
IFIGENIA. — ¿Y a ti qué nombre te puso el padre
que te engendró?
ORESTES. — En justicia debería llamarme Desven- soo
7
turado.
IFIGENIA. — No es ésta mi pregunta. Eso atribúyelo
a tu destino.
ORESTES. — Si muero sin nombre no seré objeto de
burla.
IFIGENIA. — ¿Y por qué te irrita eso? ¿Cómo puedes
ser tan orgulloso?
L
300
TRAGEDIAS
301
302 TRAGEDIAS
ORESTES. — Tú sacrificarás mi cuerpo, no mi
nombre.
505 IFIGENIA. — ¿Tampoco me dirás el nombre de tu
ciudad?
ORESTES. — Estás preguntando algo que no me va
a ofrecer ventaja alguna, ya que voy a morir.
IFIGENIA. — ¿Qué te impide hacerme este favor?
ORESTES. — Afirmo con orgullo que mi patria es la
ilustre Argos.
IFIGENIA. — ¡Por los dioses, extranjero! ¿En verdad
eres nativo de allí?
510 ORESTES. — Sí, de la Micenas que un día fue opulenta.
IFIGENIA. — ¿Has salido exiliado de tu patria? ¿O
por qué circunstancia?
ORESTES. — De alguna forma soy exiliado voluntario, aunque no lo deseo.
IFIGENIA. — ¿Entonces me dirás algo de lo que deseo
oír?
ORESTEs. — Será una adición a mis desventuras.
515 IFIGENIA. — Y sin embargo eres bienvenido al llegar
de Argos.
ORESTES. — No para mi, desde luego. Si lo soy para
ti, puedes complacerte en ello.
IFIGENIA. — Seguro que tienes conocimiento de Troya, de la que se habla por todas partes.
ORESTES. — ¡Ojalá no la hubiera conocido ni siquiera en sueños!
IFIGENIA. — Dicen que ya no existe, que ha sucumbido a la guerra.
520 ORESTES. — Así es, tus noticias son exactas.
IFIGENIA. — ¿ Ha llegado Helena de regreso a casa
de Menelao?
Ov.~STEs. — Ha llegado para desgracia de uno de
los mfos.
IFIGENIA ENTRE LOS lAUROS
303
IFIGENIA. — ¿Y dónde está? Que también a mí me
debe un daño desde antiguo.
ORESTES. — Habita en Esparta con su primer
marido.
IFIGENIA. — ¡Oh mujer odiada por los griegos y no 525
sólo por mí!
ORESTES. — También a mí, en verdad, me alcanzaron sus bodas ~.
IFIGENIA. — ¿Y el regreso de los aqueos? ¿Se ha producido tal como se cuenta?
ORESTES. — Estás interrogándome de una vez, tratando de abarcarlo todo.
IFIGENIA. — Quiero sacarte todo antes de que
mueras ORESTES. — Pregunta, ya que lo deseas. Hablaré. 530
IFIGENIA. — ¿Volvió de Troya un adivino, un tal
Calcante?
ORESTES. — Ha muerto, según se decía en Micenas.
IFIGENIA. — ¡Oh diosa soberana, qué hermosura! ¿Y
qué hay del hijo de Laertes?
ORESTES. — Todavía no ha regresado a casa, pero
vive, según cuentan.
IFIGENIA. — Ojalá muera! ¡Que nunca consiga volver 535
a su patria!
ORESTES. — ¡No lo maldigas! Todo lo que le rodea
se torna sufrimiento.
IFIGENIA. — ¿Y el hijo de la Nereida Tetis vive aún?
ORESTES. — No vive. En Aulide contrajo matrimonio
con resultado funesto.
IFIGENIA. — Y engañoso, como saben los que lo sufrieron.
ORESTES. — ¿Quién puedes ser tú? ¡Qué exactas son 540
tus palabras sobre todo lo de Grecia!
~5 Sc. con Paris.
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
IFIGENIA. — De allí soy. Cuando aún era niña la abandoné para mi ruina.
ORESTES. — ¡Con razón deseas entonces conocer las
cosas de allí!
IFIGENIA. — ¿Y el general a quien todos llaman afortunado?
ORESTES. — ¿Quién? Porque el que yo conozco no se
cuenta entre los afortunados.
545 IFIGENIA. — Un hijo de Atreo, de nombre Agamenón
el soberano.
ORESTES. — No lo sé. Deja ya de interrogarme,
mujer.
IFIGENIA. — No, por los dioses. Dímelo, extranjero,
para recibir consuelo.
ORESTES. — Ha muerto el desdichado, y con él ha
perdido a otro.
IFIGENIA. — ¿Ha muerto? ¿En qué circunstancias?
¡Pobre de mí! -.
sso ORESTES. — ¿ Por qué lamentas su muerte? ¿Acaso te
atañe?
IFIGENIA. — Lamento su antigua prosperidad.
ORESTES. — Ha perecido de mala manera, degollado
por una mujer.
IFIGENIA. — ¡Qué digna de lástima es la asesma. . y la víctima!
ORESTES. — Pon fin a tus palabras, no preguntes
más.
555 IFIGENIA. — Sólo una cosa: ¿vive la esposa de ese
desdichado?
ORESTES. — No vive. La ha matado el propio hijo a
quien parió.
IFIGENIA. — ¡Oh casa conmocionada! ¿Y qué quería
con ello?
ORESTES. — Vengarse de ella por la muerte del
padre.
IFIGENIA. — ¡Ay! ¡Qué bien ha llevado a cabo un acto
injusto de justicia!
ORESTES. — Y sin embargo, con ser justo, no tiene s~o
suerte de parte de los dioses.
IFIGENIA. — ¿Ha dejado Agamenón algún otro hijo
en casa?
ORESTES. — Sólo a Electra soltera.
IFIGENIA. — ¿Y de la hija sacrificada? ¿Se dice algo?
ORESTES. — Nada, excepto que ha muerto y ya no ve
•
la luz del sol.
IFIGENIA. — ¡Pobre de ella y del padre que la mató! 565
•
ORESTES. — Pereció por la maldita gracia de una
mala mujer.
IFIGENIA. — ¿Y el hijo del padre muerto vive en
Argos?
ORESTES. — Vive —y bien desdichado- en ninguna
y en todas partes.
IFIGENIA. — ¡Adiós, sueños falaces! Resulta que no
teníais ningún valor.
ORESTES. — Desde luego. Tampoco los dioses a quie- 570
nes llamamos sabios son más veraces que los fugaces
sueños. Hay una gran confusión, tanto en el mundo
divino como en el humano. Sólo una cosa es dolorosa:
el que —siendo prudente— hace caso a las palabras
de los adivinos, está perdido a los ojos de quienes lo 575
saben bien.
CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¿Y nosotras y nuestros progenitores? ¿Acaso viven? ¿Acaso no viven? ¿Quién podría
decirlo?
IFIGENIA. — Escuchad. Buscando afanosamente algo
que fuera de provecho para vosotros y para mí al
mismo tiempo, extranjeros, he dado con una idea
—pues se llega a una buena situación sobre todo 580
cuando la misma cosa agrada a todo el mundo—: ¿estarías dispuesto, si yo te salvara, a marchar a Argos y
llevar un mensaje a mis amigos de allí? Es una ta304
TRAGEDIAS
305
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
585 blilla que me escribió un prisionero que se compadeció
de mí, porque pensaba que no era mi mano quien lo
mataba, sino que moría por causa de la ley, dado que
la diosa lo consideraba justo. Nunca he tenido a nadie
590 que volviera a Argos para llevar el mensaje, nadie que
se salvara y entregara esta carta a alguno de mis
amigos.
Pero tú —pues al parecer no eres enemigo y conoces Micenas y a quienes yo amo— sálvate y acepta,
a cambio de unas letras que nada pesan, un precio
nada indigno, tu salvación.
.595 Que éste, sin que tú lo acompañes, sea la víctima
de la diosa, puesto que la ciudad me obliga a ello.
ORESTES. — Está bien lo que has dicho, excepto en
un punto, forastera: que éste sea sacrificado es para
mí grave carga. Soy yo quien t¡ansporta el peso de la
óoo desgracia; él es mi compañero de viaje para aliviar mis
trabajos. No sería justo que cargara tu agradecimiento
a cuenta de su muerte y que yo mismo me librara del
mal. Conque se hará así: entrégale a él la carta —la
hará llegar a Argos de forma que todo te resulte bien—
605 y a mí que me mate quien quiera. Lo más indigno es
salvarse uno mismo luego de poner a los amigos en
situación desgraciada. Resulta que éste es un amigo a
quien deseo que viva antes que yo mismo.
IFIGENIA. — ¡Qué nobleza de carácter! ¡Qué nobles
610 son tus raíces y cuán amigo de tus amigos eres en
verdad! Ojalá fuera así el que quede de mis hermanos.
Y es que yo, forastero, también tengo un hermano
aunque no lo vea con mis ojos. Mas, ya que así lo
615 deseas, enviaremos a éste con la tablilla y tú morirás.
Se da el caso de que eres tú quien tiene grandes deseos
de morir.
ORESTES. — ¿ Quién me sacrificará soportando este
horror?
IFIGENIA. — Yo. Éste es el servicio ~ que tengo de la
diosa.
ORESTES. — Nada envidiable por cierto, muchacha,
ni feliz.
IFIGENIA. — Pero en esta obligación he caído y tengo 620
que cumplirla.
ORESTES. — ¿Y tú, una mujer, sacrificas con espada
a los hombres?
IFIGENIA. — No, yo rociaré tu pelo con agua lustral.
ORESTES. — ¿Y quién es el verdugo, si es que sirve
de algo preguntarlo?
IFIGENIA. — Dentro de este recinto están quienes se
ocupan de ello.
ORESTES. — ¿Qué clase de tumba me aguarda una 625
vez que haya muerto?
IFIGENIA. — Dentro hay un fuego sagrado y la amplia abertura de una gruta.
ORESTES. — ¡Ay! ¿Y cómo podrían amortajarme las
manos de mi hermana?
IFIGENIA. — Desdichado —quienquiera que tú seas—,
yana es la súplica que has hecho. Ella vive lejos de
esta tierra bárbara. Sin embargo, puesto que eres ar- 630
givo, no dejaré yo misma de hacerte ese favor en lo
que esté a mi alcance. Pondré sobre tu tumba numeroros adornos, haré que tu cuerpo se consuma en dorado aceite y arrojaré en tu pira el jugo de la rubia 635
abeja montaraz que fluye de las flores.
Bien, voy a traer la tablilla del templo de la diosa
y, desde luego, no me acuses de crueldad. Siervos,
guardadlos sin ligaduras. Puede que envíe a alguno de
mis amigos de Argos —a quien yo más amo- noticias 640
que no espera. Esta tablilla le anunciará que viven
36 Sc. religioso. La palabra prostrop~ significa propiamente
«plegaria», pero aquí tiene el sentido amplio de «servicio religioso..
306
TRAGEDIAS
307
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
quienes él cree muertos y le producirá con sus palabras
un placer seguro. (Entra en el templo.)
~s CoRo. — (A Orestes.) Levanto mi llanto por ti, que
te debes a la sangrienta aspersión del agua lustral.
ORESTES. — No es para lamentarse, extranjeras, alegraos.
CoRo. — (A Pílades.) Y a ti, joven, te bendecimos
por tu buena suerte. Feliz tú, porque pronto arribarás
a la patria.
650 PÍLADES. — No es envidiable para un amigo el que
sus amigos mueran.
CoRo. — ¡Oh triste regreso! ¡Ay, ay, perdido estás!
ess ¡Ay, ay! ¿Cuál de los dos lo está más? Mi mente se
debate entre dos pensamientos contrarios: ¿Levantará
mis lamentos por ti o más bien por ti?
ORESTES. — Pílades, por los dioses, ¿tienes la misma
idea que yo?
PÍLADES. — No sé. Me preguntas y no sé qué decir.
660 ORESTES. — ¿Quién es esta joven? Porque nos ha
interrogado en griego por los sufrimientos de Troya y
el regreso de los aqueos; por Calcante, el entendido
en aves de aguero, y por el nombre de Aquiles. Como
lamentaba también al desventurado Agamenón y me
665 preguntaba por su esposa e hijos. Esta extranjera procede de allí, es argiva. No habría enviado una tablilla
ni trataría de saber si Argos se encuentra bien, como
quien tiene algo en común.
PÍLADES. —Te me has adelantado un poco. Has
670 dicho, antes que yo, lo mismo que iba a decir, excepto
en un punto: la suerte de nuestros reyes la conoce
todo aquel que ha hecho o recibido una visita. Sin
embargo, hay también otra cosa que he estado considerando.
ORESTES. — ¿Cuál? Si la expones abiertamente podrás dilucidaría mejor.
L
PÍLADES. — Es verguenza que yo siga viviendo, muerto tú. En tu compañía emprendí el viaje y en cOm- 675
pañía tuya he de morir. Cobraré fama de cobarde y
malvado en Argos y en la Fócide, tierra de numerosos
valles. La mayoría —pues la mayoría es aviesa— pensarán que te traicioné para salvarme yo solo o incluso 680
que te asesiné —atribuyendo tu muerte a la ruina de
tu familia— por conseguir tu realeza casándome con la
heredera, tu hermana. En efecto, éste es ¡ni temor y
por verguenza lo tengo. Nada impedirá que muera contigo, que contigo sea degollado y que el fuego consuma 685
mi cuerpo, ya que soy tu amigo y temo la maledicencia.
ORESTES. — Contén tus palabras. Soy yo quien tiene
que sobrellevar mis males y si puedo soportar un
dolor, no estoy dispuesto a soportar dos. Lo que tú
llamas doloroso y reprochable, también lo es para mi 690
si causo tu muerte cuando has participado de mis penalidades. En lo que a mí respecta, no es malo que
muera si sufro lo que sufro de parte de los dioses. En
cambio tú eres afortunado, tienes un hogar limpio y no
contaminado; yo estoy maldito y soy desafortunado.
Si te salvas y tienes hijos de mi hermana, a la que te 695
entregué como esposa, mi nombre sobrevivirá. Mi casa
paterna no desaparecerá falta de descendencia. Conque
marcha, sigue viviendo y haz tu hogar de la casa de
mi padre. Y cuando llegues a la Hélade y a Argos, tierra 700
de caballos, te encomiendo por tu mano derecha que
me levantes una tumba y me erijas un monumento; y
que mi hermana ponga sobre mi tumba sus lágrimas
y su pelo. Comunícale que he muerto a manos de una 705
mujer argiva, luego de ser purificado junto al altar
para mi sacrificio. No traiciones jamás a ¡ni hermana
porque veas en soledad la familia con la que has emparentado.
Adiós. Tú eres el más amado de mis amigos, tú que
308
TRAGEDIAS
309
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
710 conmigo te educaste y conmigo fuiste de caza, tú que
has soportado el peso de mis males.
Febo nos engañó, con ser profeta, y me alejó lo más
que pudo de Grecia, sirviéndose de malas artes, por
verguenza a su primer oráculo ~ A él me entregué en
715 cuerpo y alma y por obedecer sus palabras y matar
a mi madre ahora perezco yo mismo.
PÍLADES. — Tendrás una tumba y jamás traicionaré
el lecho de tu hermana, desdichado, pues muerto te
tendré por más amigo que vivo.
720 Sin embargo, no te ha destruido todavía el oráculo
del dios por cerca que estés de la muerte. Y es que es
verdad, es verdad que un excesivo infortunio produce
un cambio completo en ocasiones. (Sale If igenia del
templo.)
ORESTES. — Las palabras del dios no me han beneficiado. Mas calla, que sale del templo esta mujer.
725 IFIGENIA. — (A los guardianes.) Retiraos vosotros,
marchad a preparar lo de dentro para quienes se encargan del sacrificio.
Éstos son, extranjeros, los pliegues de la tablilla.
Escuchad ahora lo que deseo, además de esto, pues
ningún hombre es el mismo cuando está en dificulta730 des y cuando sale del miedo y se siente seguro.
Temo que cuando se aleje de esta tierra el que
va a llevar a Argos la tablilla, no tenga en nada esta
mi carta.
ORESTES. — ¿Entonces qué quieres? ¿Qué te falta?
735 IFIGENIA. — Que me preste juramento de que ~‘a a
llevar a Argos este escrito y transmitírselo a los míos,
como deseo.
ORESTES. — ¿Le harás tú a él una promesa semejante?
IFIGENIA. — ¿Qué tengo que hacer o no hacer? Dime.
37 Aquel en el que le ordenó matar a su madre.
It
ORESTES. — Dejarlo salir con vida de esta tierra
bárbara.
IFIGENIA. — Tienes razón, pues, ¿cómo, si no, podría 740
transmitirlo?
ORESTES. — ¿Es que accederá el rey a esto?
IFIGENIA. — Sí. Yo lo persuadiré y yo misma pondré
a éste en la nave.
ORESTES. — (A Pílades.) Jura. (A Ifigenia.) Inicia tú
el juramento, que será sagrado.
IFIGENIA. — Tienes que decir: «Entregaré ésta a tus
amigos.»
PÍLADES. — «A tus amigos entregaré esta carta.»
745
IFIGENIA. — «Y yo te enviaré vivo fuera de las Rocas Oscuras.»
PÍLADES. — ¿Por quién de los dioses juras como ga-
rante?
IFIGENIA. — Por Artemis, en cuyo templo tengo oficio sagrado.
PÍLADES. — Y por el rey del cielo, por el tremendo
Zeus.
IFIGENIA. — ¿Y si conculcas el juramento Y me trai- 750
cionas?
PÍLADES. — Que no pueda volver. ¿Y tú qué, si no
me salvas?
IFIGENIA. — Que jamás, mientras viva, vuelva a poner en Argos la huella de mi pie.
PÍLADES. — Escucha ahora una fórmula que hemos
omitido.
IFIGENIA. — Bien. Ninguna sugerencia está fuera de
lugar si es buena.
PÍLADES. — Concédeme esto de buena gana: si le 755
pasa algo a la nave y la tablilla desaparece con las
otras cosas entre el oleaje —y sólo salvo mi cuerpo-,
que x’o no siga ligado a este juramento.
IFIGENIA. — Entonces, ¿sabes lo que voy a hacer?
—pues muchas precauciones aseguran muchos éxitos—.
L
310
TRAGEDIAS
311
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
Te diré de palabra, para que lo puedas comunicar a
760 los míos, todo lo que está escrito en los pliegues de la
tablilla, pues así es más seguro. Conque si consigues
salvar el escrito, él mismo comunicará en silencio sus
palabras. Pero si estas letras desaparecen en el mar,.
765 salvando tu cuerpo salvarás mis palabras.
PÍLADES. — Has hablado para bien tuyo y mío. Indícame a quién tengo que llevar esta carta en Argos y
qué tengo que decir una vez que te haya escuchado.
770 IFIGENIA. — Comunica a Orestes, el hijo de Agamenón: «Te envía esta carta Ifigenia, la que fue sacrificada en Áulide, pero que vive, aunque ya no exista
para los de allí.»
ORESTES. — ¿Y dónde está ella? ¿Ha vuelto a la vida
después de muerta?
IFIGENIA. — Ella es a quien tú estás viendo, no me
interrumpas con tus palabras. «Hermano, llévame a
775 Argos antes de que muera, llévame lejos de esta tierra
bárbara. Apártame de los sacrificios de la diosa en los
que tengo por oficio matar extranjeros. - - »
ORESTES. — Pílades, ¿qué diré? ¿En qué situación
nos encontramos?
IFIGENIA. — <... o me convertiré en una maldición
para tu casa, Orestes... » —aprende este nombre oyéndolo por segunda vez—.
780 PÍLADES. — ¡Oh, dioses!.. IFIGENIA. — ¿Por qué invocas a los dioses en un
asunto que me concierne a mí?
PÍLADES. — Por nada. Continúa, me había distraído.
IFIGENIA ~. — Él te interrogará y llegará a conocer
lo que no podrá creerse. Dile que Artemis me salvó
poniendo en mi lugar una cierva. Fue a ésta a quien
785 sacrificó mi padre creyendo descargar su aguda espada
38 Atribuimos, con WacIa.EIN, esta línea a Ifigenia.
sobre mi. Y luego me estableció en esta tierra. Ésta
es la carta, esto es lo que hay escrito en la tablilla.
PÍLADES. — ¡Qué fácil de cumplir es el juramento
con que me has ligado! ¡Qué hermoso juramento! No
esperaré mucho tiempo, cumpliré la promesa que he 790
jurado.
(A Orestes.) Aquí te traigo, Orestes, una tablilla;
te la entrego de parte de tu hermana.
ORESTES. — La acepto, pero dejaré de lado los pliegues de la carta. Antes prefiero tomar placer de los
hechos que no de las palabras. Queridísima hermana 795
mía, asombrado como estoy te rodeo con brazos incrédulos y me sumerjo en la alegría ahora que conozco lo
que me resulta increíble.
CORIFEO. — Extranjero, no tienes derecho a tocar a
la sierva de la diosa poniendo tus manos en su túnica
intocable.
ORESTES. — No me des la espalda, hermana mía, hija 800
de mi mismo padre Agamenón. Ya tienes a tu hermano
cuando pensabas que jamás lo tendrías.
IFIGENIA. — ¿Tú, hermano mío? ¿No dejarás de
hablar? Son Argos y Nauplia quienes están llenos de
su presencia ~
ORESTES. — Desventurada, no es allí donde está tu 805
hermano.
IFIGENIA. — ¿Entonces te engendró la laconia hija de
Tindáreo?
ORESTES. — Sí, del nieto de Pélope, de quien yo nací.
IFIGENIA. — ¿Qué dices? ¿Tienes alguna prueba de
ello?
ORESTES. — La tengo. Pregúntame cualquier cosa de
la familia paterna.
39 Quizá, con GaÉoíRE e ENGL4ND, «de su grandeza’., i. e. que
es aThxnado o importante allí.
312
TRAGEDIAS
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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
810 IFIGENIA. — Eres tú quien tienes que hablar y yo
enterarme.
ORESTES. — Te diré primero esto, por habérselo
oído a Electra: ¿sabes que hubo una disputa entre
Atreo y Tiestes?
IFIGENIA. — De oídas. Fue cuando se produjo la
querella por el cordero de oro.
ORESTES. — ¿ Entonces sabes que la bordaste en una
tela sutil?
815 IFIGENIA. — Queridísimo hermano, estás acercándote
a mis recuerdos.
ORESTES. — ¿ Y que bordaste en el telar la imagen
del sol cambiando su curso?
IFIGENIA. — También bordé esta imagen en el fino
tejido.
ORESTES. — ¿ Y recibiste en Aulide el baño nupcial
de manos de tu madre?
IFIGENIA. — Lo sé; mi boda, no siendo feliz, no me
ha privado de ello ~.
820 ORESTES. — ¿Y qué? ¿Recuerdas haber entregado tu
pelo para que se lo llevaran a tu madre?
IFIGENIA. — Sí, como recuerdo sobre mi tumba en
lugar de mi cuerpo.
ORES1~s. — En cuanto a lo que yo mismo he visto,
te lo ofreceré como prueba: la lanza antigua de mi
padre que permanece oculta en tu habitación de soltera, en el palacio de Pélope; la que blandió en sus
825 manos cuando consiguió a Hipodamía, la moza de Pisa,
después de matar a Enómao.
IFIGENIA. — ¡Oh mi querido! Por ninguna otra cosa
—pues eres lo más amado- te tengo, Orestes, venido
830 de lejos de mi patria Argos. ¡Oh, mi amado!
40 ~ e. de su recuerdo, como explica el escoliasta del ms. L
ORESTES. — También yo te tengo a ti, a la que se
cree muerta. El llanto, el gemido unido a la alegría
empapan tus párpados lo mismo que los míos.
IFIGENIA. — este es el que todavía niño dejé recién 835
nacido en brazos de la nodriza, recién nacido en casa.
¡Oh alma mía, que eres más feliz que para dicho!
¿Qué diré? Más lejos que un milagro, mas lejos que 840
cualquier palabra ha llegado este encuentro.
ORESTES. — ¡Que en el futuro seamos felices en
mutua compañia!
IFIGENIA. — Extraña alegría me invade, amigas. Temo
que de mis brazos hasta el éter con alas se me escape.
¡Ay hogar cicló peo! ¡Ah patria mía, amada Micenas!, s~ts
gracias te doy por su vida, gracias por su crianza,
porque criaste a este mi hermano, luz para mi casa.
ORESTES. — Hermana, por estirpe somos afortuna- &5o
dos, mas por circunstancias adversas nuestra vida es
infeliz.
IFIGENIA. — Ya sé —¡pobre de mí!—, ya sé que mi
padre puso sobre mí cuello su espada.
ORESTES. — ¡Ay de mí! Me parece que te estoy sss
viendo allí, aunque no estuve presente.
IFIGENIA. — Hermano, no había cantos de himeneo
cuando a la tienda y al lecho de Aquiles a traición me
llevaron. Mas sí había llanto y lamentos junto al altar. 860
¡Horror, horror de aquellas lustraciones!
ORESTES. — También yo lamenté la osadía de mi
padre.
IFIGENIA. — En suerte me tocó un destino de mal
padre, de mal padre. Una desdicha sigue a otra por 865
voluntad de algún dios.
ORESTES. — ¡Y si hubieras matado a tu hermano,
desdichada!
IFIGENIA. — ¡Ah, desventurada, qué tremenda osadía!
Un acto terrible, terrible, iba a cometer. Hermano,
~av de mi!, a punto estuviste de morir con muerte 870
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TRAGEDIAS
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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
impía segado por mis manos. Mas de todo esto, ¿cuál
875 será el término? ¿Qué suerte me acompañará? ¿Qué
camino encontraré para alejarte de este pueblo 41, de
880 la muerte, y enviarte a la patria Argos antes de que la
espada toque tu sangre? Esto es, esto es, triste alma
mía, lo que tienes que encontrar. ¿Acaso por tierra?
885 ¿No por mar, sino a golpes de tu pie? Encontrarás la
muerte entre bárbaras tribus y por caminos, que no
890 son caminos, caminando. ¡Tendrá que ser por las Rocas
Oscuras del es trecho, larga singladura para el correr
895 de una nave! ¡Pobre de mí, pobre de mí! ¿Qué dios,
pues, o qué mortal o qué circunstancia inesperada en-
contraría una salida imposible para librar del mal a
los dos únicos Atridas?
900 CORIFEO. — Entre lo maravillaso y que supera toda
palabra yo misma he visto este encuentro; no lo he
oído por boca de un tercero.
PÍLADES. — Es natural, Orestes, que cuando un amigo
llega ante la presencia de quien ama, se abracen, pero
hay que abandonar las lamentaciones y poner todo
905 nuestro empeño en recobrar la salvación —¡glorioso
nombre!— y salir de esta tierra bárbara. Es propio
de hombres sabios no abandonar su suerte, dejando
pasar la oportunidad, por gozar de un placer inoportuno.
ORESTES. — Dices bien. Creo que es cosa de la suer910 te y de nosotros. Si un hombre es diligente, es razonable que la suerte42 tenga más fuerza.
IFIGENIA. Nada puede retenerme ni impedir que
pregunte primero qué suerte le ha tocado vivir a
Electra, pues todos vosotros me sois queridos.
41 Lit. «de esta ciudad~~. Esta expresión resulta chocante, por
lo que se ha alterado variablemente el texto. Quizá la conietura más aceptable, de ser necesaria, sería peléke¿5n de REI5KB
(alejarte «del hacha.>.
42 Lit. <la divinidad..
L
ORESTES. — Ella vive con éste ‘~ y lleva una existen- 915
cia feliz.
IFIGENIA. — ¿Y éste de dónde procede, de quién es
hijo?
ORESTES. — Su padre tiene el nombre de Estrofio,
el Focense.
IFIGENIA. — ¿Entonces es hijo de la hija ~ de Atreo,
pariente mío?
ORESTES. — Sí, es tu primo y mi único amigo de
verdad.
IFIGENIA. — Él no vivía cuando mi padre me sacri- 920
ficó.
ORESTES. — No vivía, pues Estrofio estuvo cierto
tiempo sin hijos.
IFIGENIA. — Yo te saludo, esposo de mi hermana.
ORESTES. — Y salvador mío, no sólo pariente.
IFIGENIA. — ¿Cómo te atreviste a un acto tan terrible contra tu madre?
ORESTES. — Guardemos silencio sobre ello... Fue en 925
venganza de mi padre.
IFIGENIA. — ¿Cuál fue la causa? ¿Por qué mató a su
esposo?
ORESTES. — Deja de preguntar por tu madre. No
está bien que lo conozcas.
IFIGENIA. — Callaré. Pero ¿y Argos? ¿Tiene todavía
puestos sus ojos en ti?
ORESTES. — Menelao es rey. Yo soy exiliado de mi
patria.
IFIGENIA. — ¿No habrá ultrajado nuestro tío nuestra 930
casa en ruinas?
ORESTES. — No, es el terror de las Erinis lo que me
ha arrojado del país.
Con Pílades.
44 Anaxibia, hermana de Agamenón y esposa de Estrofio.
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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
IFIGENIA. — ¿Entonces es éste el ataque de locura
que se anunció que padecías en estas mismas costas?
ORESTES. — No es ahora la primera vez que me ven
en este miserable estado.
IFIGENIA. — Entiendo. Las diosas te persiguen por
causa de tu madre.
935 ORESTES. — Hasta el punto de que han puesto un
freno sangriento en mi boca.
IFIGENIA. — ¿Y por qué has pasado a esta tierra?
ORESTES. — He llegado por orden del oráculo de
Febo.
IFIGENIA. — ¿Qué tienes que hacer? ¿Se puede decir o es secreto?
ORESTES. — Te lo diré. Éste es el comienzo de mis
940 muchos males. Desde que esta desgracia de mi madre
que ahora silenciamos recayó sobre mis manos, me
acosaron las Erinis, como a un fugitivo, con sus persecuciones. Después, Loxias dirigió mis pasos hacia
Atenas para ofrecer expiación a las diosas sin nom945 bre ~, pues hay allí un sagrado tribunal que Zeus estableció para Ares como consecuencia de haber mancillado sus manos con cierto crimen”.
Allí me presenté... Al principio ningún huésped me
acogió de buen grado, pues era un ser odiado por los
dioses. Pero los que sintieron piedad me ofrecieron en
950 hospitalidad una mesa apartada4’ —aunque vivían bajo
el mismo techo- y con su silencio me mantuvieron
43 Son las Erínis. No es que no tengan nombre, sino que
se las solfa dar un nombre eufemístico, como Euménídes (<benévolas «) o Semnai («venerandas»).
“ Ares mató a Halirrocio porque éste habla violado a su
hija Mcipe.
47 Esto no implica que sólo Orestes tuviera una mesa
aparte. También los demás la tenían. Los espectadores atenienses, sin duda, no necesitaban esta explicación, pues conocían muy bien los detalles de la fiesta. Cf. n. 49.
silencioso de forma que estuviera alejado de su comida
y bebida. Llenaron una vasija propia, con la misma
medida de vino para todos, y tenían contento.
Yo no me consideraba digno de censurar a mis 955
hospedadores, sufría en silencio simulando no entender
y lamentando sobremanera ser el asesino de mi madre ~. He oído que mis desdichas se han convertido
en un rito de Atenas y que todavía se mantiene la
costumbre de que el pueblo de Palas venere la vasija ~o
de las Coes44.
Cuando llegué a la colina de Ares me sometí a
juicio: yo ocupaba uno de los dos asientos y el otro
la más anciana de las Erinis ~. Después que hube hablado y escuchado sobre la muerte de mi padre, Febo 965
me salvó con su testimonio y Palas igualó los votos
con su mano. Y salí victorioso en esta prueba de mi
asesinato. Cuantas Erinis acataron el veredicto, se
marcaron los limites de un terreno sagrado en el mismo
lugar de la votación; pero las que no se plegaron a la 970
legalidad no dejaban de acosarme en una persecución
que no daba lugar al descanso, hasta que volví al sagrado recinto de Febo. Me puse delante de la entrada,
ayuno de alimentos, y juré que reventaría allí mismo
perdiendo mi vida si no me salvaba Febo, ya que él 975
me había perdido.
48 Se ha dado otra interpretación (ENGLAND, PLATNAUER) a
los Vv. 956-957: « sufría en silencio, entre grandes lamentos, simulando no tener conciencia de que era el asesino de mi
madre».
49 Esta narración es un mito etiológico de la fiesta ateniense de las Coes, que tenía lugar el segundo día de las Antesterias o fiestas de difuntos. En ella los participantes bebían,
en mesas separadas, de una Coe (12 cotilas aprox. 4 litros)
en vez de beber juntos de la cratera comun.
~ El acusado se sentaba en una piedra llamada « del crimen< <h~bre5s), el acusador en la de la «implacabilidad»
(anaideías) (cf. PAUsANIAs, 1 28, 5).
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TRAGEDIAS
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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
Allí mismo dejó Febo oír su voz desde el áureo trípode y me envió aquí para apoderarme de la imagen
caída del cielo y erigiría en suelo ateniense s~.
Conque colabora conmigo en conseguir la salvación
980 que me ha señalado. Si nos apoderamos de la imagen
de la diosa, cesarán mis ataques de locura y te estableceré de nuevo en Micenas, luego de embarcarte en
mi navío de muchos remos.
Vamos, hermana querida, salva tu casa paterna y
985 sálvame a mí. Perdido soy y perdidos los Pelópidas si
no arrebatamos la celeste imagen de la diosa.
CORIFEO. — Terrible hierve la ira de los dioses; entre dolores arrastra a la simiente de Tántalo.
IFIGENIA. — Tengo voluntad —y la tenía antes de que
990 tú vinieras— de estar en Argos y de verte a ti, hermano. Deseo tanto como tú librarte de las dificultades
y enderezar la casa paterna que se halla enferma, sin
odio contra quien quiso matarme. Lo deseo, pues así
995 alejaría mi mano de tu sangre y salvaría la casa. Pero
no sé cómo escapar de la diosa y el rey cuando éste
encuentre el pedestal de piedra sin su estatua. ¿Cómo
librarme de la muerte? ¿Qué explicación podré dar?
Ahora bien, si esto se produce junto y al mismo
íooo tiempo —si te llevas la estatua y a mí me llevas sobre
nave de buena proa—, el riesgo valdrá la pena. Si, por
el contrario, no consigo esto 52, entonces yo estoy perdida y tu, en cambio, conseguirás volver habiendo dispuesto bien tus intereses.
íoos Mas no, no me arredro aunque tenga que morir para
salvarte. Cuando un hombre muere en una casa, se le
echa de menos; en cambio la mujer es débil.
SI Sobre esta nueva complicación en el mito de Orestes,
cf. la Introducción.
52 1. e. el conseguir las dos cosas juntas. Se ha querido
hacer más explícito este sentido corrigiendo el texto innecesariamente (cf. aparato crítico de MURRAY).
ORESTES. — No seré el causante de tu muerte y de
la de mi madre. Ya basta con su sangre. Contigo quiero
compartir la suerte, vivo o muerto. Te llevaré a casa, 1010
si es que yo mismo consigo llegar allí, o me quedaré
aquí para morir contigo.
Escucha mi opinión. Si nuestro plan fuera hostil a
Ártemis, ¿cómo me habría Loxias ordenado que llevara
a la ciudad de Palas la estatua de la diosa y que con- 1015
templara tu rostro? ~
Poniendo todo esto en relación, espero conseguír
el regreso.
IFIGENIA. — ¿Y cómo podríamos evitar la muerte y
apoderarnos de lo que queremos? Éste es el punto
débil del regreso a casa. Éste es el punto a deliberar.
ORESTES. — ¿Nos sería posible matar al rey? 102o
IFIGENIA. — Terrible es el acto que has propuesto:
que un forastero mate a quien le hospeda.
ORESTES. — Con todo, hay que afrontarlo si puede
salvarnos a ti y a mí.
IFIGENIA. — No sería capaz, aunque alabo tu audacia.
ORESTES. — ¿Y si me ocultaras en este templo?
IFIGENIA. — ¿Con la idea de aprovechar la oscuridad io~s
para salvarnos?
ORESTES. — Sí, pues la noche es para los ladrones
y el día para la verdad ~.
IFIGENIA. — Hay dentro vigilantes sagrados, a quienes no podremos hurtarnos.
53 Se ha pensado que hay una laguna entre la primera subordinada y la segunda, dado que Loxias no ordenó a Orestes
<que contemplara el rostro de Ifigenia». Pero dado que graxnaticalmente el periodo 
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