PERIODISMO INVESTIGATIVO EN CUATRO ACTOS

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PERIODISMO INVESTIGATIVO EN CUATRO ACTOS
Taller: Periodismo de Investigación
JULIA PRESTON
Cartagena de Indias, octubre de 2000
Relator: Tadeo Martínez Méndez
Editor para internet: Óscar Escamilla
Julia Preston ejerce el periodismo desde hace 26 años. Durante ese tiempo ha
trabajado para The Boston Globe, National Public Radio, The Washington Post
y The New York Times. Desde esos medios informativos ha sido testigo de las
guerras y de los cambios sociales y políticos ocurridos en algunos de los
países de América Latina, además de Bosnia, Somalia, Corea del Norte,
Ruanda e Iraq. En 1998 ganó el Premio Pulitzer en la categoría de Reportaje
Internacional por una investigación sobre el narcotráfico en México. Un año
antes había recibido el premio de periodismo Maria Moors Cabot.
“Represento a un periódico –The New York Times– que publica 1.8 millones de
ejemplares el día domingo y a través de Internet nos leen millones. Es una
empresa de negocios relativamente exitosa. El periódico nos da tiempo para
dedicarnos a investigar y eso nos favorece”, dijo Preston en la introducción al
taller que dirigió para la Fundación.
La relatoría que presentamos a continuación y que corresponde a ese taller
está organizada en cuatro grandes ejes, o actos: cómo hacer una
investigación periodística, manejo de fuentes, la organización y el rastreo
de documentos y sentarse a escribir. Insertos entre aquellos temas, el lector
también encontrará varias historias relatadas por la misma Julia Preston y una
serie de preguntas formuladas por los participantes del taller. La idea
fundamental de este texto es la de poder transmitir los saberes periodísticos
acumulados durante años por esta gran periodista norteamericana.
PRIMER ACTO
Cómo hacer una investigación periodística
Inicialmente quiero plantear qué es una investigación periodística y sus
diferencias con otros trabajos periodísticos. Una investigación empieza con un
hecho del cual se sabe algo, pero no se sabe todo. Normalmente, en la
mayoría de los casos, es un hecho que no es inapropiado, sino criminal.
En una investigación periodística hay que cruzar un camino para poder llegar a
la verdad. En la mayoría de los casos no sabemos cuál es la verdad de lo que
estamos buscando. Muchas veces estas investigaciones empiezan con algún
tipo de acusación de una persona contra otra, o por un acto de alguien que
prende las alarmas investigativas del reportero.
Una vez tenemos el tema hay que ver que tan profunda puede ser. El fondo
acusatorio, el contexto de los hechos, puede darnos señales de cuál podría ser
el tiempo que vamos a invertir en una investigación periodística. Ese es un
factor importante que hay que determinar dentro de investigación, porque en
ocasiones no sabemos dónde está el final. Lo que también es importante saber
es que no todas las investigaciones se pueden ni se deben realizar.
En el inicio de la investigación, el reportero y su editor –si es que tiene uno
bueno y pensante– tienen que hacer evaluaciones. Lo digo porque uno debe de
estar consciente de la posibilidad de fracasar, así que hay que saber medir con
mucha precisión los riesgos desde el inicio. Por eso es fundamental para mí
que las investigaciones se inicien con algo en la mano: un documento, una
fuente, algo más que una sospecha.
Hay casos que no se pueden investigar y el reportero debe estar consciente
que meterse en un caso así es arriesgar demasiado. Recuerdo el asesinato de
un candidato presidencial mexicano en el 1994 que las autoridades no pudieron
resolver, porque desde el principio se destruyó la información y las pistas sobre
los móviles del hecho. Cuando un periodista se mete en un caso así, arriesga
su carrera. Hubo periodistas que lo hicieron: unos fracasaron y otros publicaron
obras que eran una total locura.
Las autoridades tienen la obligación de investigar los homicidios, los crímenes
mayores, las violaciones federales de la ley, pero nosotros no. Las autoridades
pueden fracasar en las investigaciones o no solucionar los casos, pero si
nosotros no solucionamos un caso que tomamos entonces se trata de una
pérdida de tiempo. Hay que ir con cautela desde el principio.
Les voy a contar un caso en mi periódico sobre una investigación hecha por mi
amigo Craig Pyes sobre terrorismo islámico. Se empantanaron dos años y no
encontraron nada porque cometieron el error clásico de empezar con una
suposición; no con una fuente, un documento o algo sólido por donde arrancar
el caso.
Todo esto lo digo después de muchos años de experiencia y de algunos
fracasos de historias que me tomaron algún tiempo y que no me llevaron a
ningún lado. Los fracasos son muy dolorosos. Yo sé que hay muchos crímenes
que quisiéramos resolver y muchas injusticias que quisiéramos corregir pero no
siempre se puede. Hay que ser muy prudente con nuestro tiempo y trabajo.
Cada vez que acertamos en una investigación nos llenamos de argumentos
para enfrentar al editor cuando iniciamos un nuevo trabajo.
Las investigaciones más fáciles son aquellas que se inician cuando una fuente
viene a nosotros. En todo caso hay que evaluar lo que tiene a mano:
argumentos, documentación o el conocimiento de actos ilegales. Y los
intereses que trae consigo, si son más o menos dignos o mezquinos. Hay que
identificar desde el inicio cuál es ese interés para entender con quién es que
estamos lidiando y cómo lo vamos a manejar.
Cuando se habla de la confianza entre una fuente y el periodista no se trata de
una confianza humanitaria o de caridad, sino de una confianza con base en un
equilibrio de intereses. Es decir, un pacto que no se sustenta sobre premisas
como “me caes bien” o “somos amigos”. Desde el principio es importante que el
periodista entienda cuál es el interés en la fuente y que al mismo tiempo la
fuente entienda cuál es el interés del periodista.
El interés del reportero es tener información precisa, verídica. Para mí es un
error creernos que somos defensores de la justicia o dar la impresión que
vamos a salvar las causas de la persona o grupos que se acercan a nosotros.
Lo que el reportero quiere es describir los hechos tal y como fueron, la
información verídica y punto. Eso es lo que puede ofrecer un reportero, nada
más.
Al periódico se acercan por lo menos una persona cada mes y nos dice que
quiere hablar con nosotros pero que su situación económica es crítica y quiere
ver si hay la posibilidad de que se venda la información. No lo hacemos.
Tenemos claro que en el momento en que compremos información ponemos
en riesgo nuestra credibilidad.
Prácticas fundamentales
Hay una serie de mecanismos fundamentales que deben llevarse a cabo en
una investigación periodística, son ellas:
i Las cronologías. Cuando se ponen las cosas en orden, empezando
con la fecha de nacimiento de las personas, fechas relevantes y otros
detalles que salen de los documentos y entrevistas, aparece una
suma de hechos que no se sabía que ocurrían de manera simultánea
o en contradicción. Así que una vez que se tiene la cronología, se
descubre lo que hace falta en la investigación y se entiende la lógica
de todos los acontecimientos. El siguiente paso es tener a la mano la
información cronológica básica que resulta fundamental para éste
juego, que se hace de acumulación de datos.
i Las biografías y los datos. Cada periodista organiza la información
de manera que resulte fácil y rápido consultarla. Dentro de esa
información deben estar los datos y las biografías de los personajes
que hacen parte de la investigación. Cuando se trata de investigación
de largo plazo, o más de una investigación, lo mejor es armar una
enciclopedia personal básica para no confundirse.
i Volver a escuchar. Es importante transcribir uno mismo las
entrevistas. A veces, el proceso de escuchar nuevamente la voz de la
persona sirve para interiorizar datos que pueden luego servir en otras
entrevistas o durante cotejos de información.
La historia de los hombres del Presidente
Quiero empezar por la película ‘Los hombres del Presidente’, basada en la
célebre investigación periodística de Bob Woodward y Carl Bernstein sobre el
caso Watergate, que obligó al presidente estadounidense Richard Nixon a
renunciar a su cargo.
Primero voy a referirme al manejo que los periodistas le dieron a las fuentes
vivas y a la documentación recolectada. Recordemos que las fuentes de papel
son extraordinariamente básicas y muy comunes: la guía telefónica es una de
esas fuentes y un punto clave donde encontrar información. También lo son los
cheques. En un momento de la investigación y que es una de las escenas
claves de la película, el director del Washington Post le dice a los periodistas:
“sigan el dinero”.
Uno de los caminos en una investigación periodística es seguir las pistas sobre
actuaciones de una persona o de un grupo que se quieren ocultar. En muchas
ocasiones esas huellas están en acciones tan cotidianas como las fuentes
telefónicas o las cuentas bancarias.
En la película hay un momento crucial para los dos periodistas y es cuando
descubren que un actor importante en todo el proceso ha estado sacando libros
de la Biblioteca del Congreso Nacional de los Estados Unidos para investigar
las debilidades del Partido Demócrata.
Hoy tenemos muchas más posibilidades de conocer información documental a
través, por ejemplo, de internet. Pero lo fundamental que se demuestra en el
ejemplo de la investigación de estos dos reporteros es como pusieron a
interactuar a las fuentes de carne y hueso, con los datos acumulados y los
documentos conseguidos.
En una investigación periodística es necesario acudir a todas las fuentes, no
hay que caer en la tendencia de evadir inmediatamente a quienes se está
investigando o a la contraparte. Sin embargo, hay que saber cuándo y en qué
forma se va a ir a la parte acusada. Es muy importante hacerlo, inclusive hay
que evaluar si se hace antes de lo planeado. Todo depende de lo útil que
pueda llegar a ser en el proceso de la nota.
Muchos tienden a pensar que si van con la persona investigada se les va a
escapar la noticia. Cosa que no es necesariamente cierta. Eso ocurre en el
caso Watergate, en el que los dos periodistas llamaban constantemente a
consultar las fuentes del Gobierno, entre otros, al vocero presidencial de la
Casa Blanca, con quien establecieron una especie de alimentación y
retroalimentación extremadamente activa en todo el proceso de investigación.
No acudimos a las fuentes claves de una investigación para que nos repitan los
datos básicos o lo que ya sabemos de antemano. Acudimos a ellas para que
verifiquen, amplíen o complementen la información que ya poseemos. Lo otro,
es que a esas fuentes debemos dejarles la sensación de que sabemos tanto o
más que ellas sobre lo que estamos investigando. Es como un juego.
En la película se ve –una cosa que me gusta mucho– lo activos que son este
par de reporteros: están en el teléfono día y noche. Lo otro es el acercamiento
en frío a las fuentes; en un momento llegan a tener una lista de todos los
empleados del comité para la reelección, encargada de organizar el asalto a la
sede Demócrata. Se trata de más de cien nombres y ellos (Woodward y
Bernstein) van de puerta en puerta intentando hablar con cada uno. Y si en la
primera pasada no les resulta, lo hacen de nuevo.
Hay que saber cuándo se hacen este tipo de cosas. Lo importante es no
quedarse sentado en el periódico, hay que salir y empezar a preguntar así te
digan NO al principio. Recuerden que no es fácil que una persona se lance a
conversar con nosotros y mucho más si está en líos.
Aunque en la película se ve el comportamiento agresivo de los reporteros,
también se muestra esa cortesía profesional con la que siempre se dirigen a los
demás. En la investigación se trata mucho y a fondo con personas que no
conocemos, así que hay que pensar rápidamente en el encuentro inicial y en la
manera como vamos a enfocar nuestro trato para lograr acercarnos a esas
personas.
En la película, Woodward era mucho más desordenado, más arriesgado,
mucho más directo, sin embargo era Bernstein el que lograba casi siempre
pasar la puerta de los demás.
Tal vez el punto más importante es el momento en que la credibilidad que
habían construido el par de reporteros los protege. Es muy común en las
investigaciones periodísticas que haya presiones (cosa que en América Latina
se siente con más fuerza). Pero si la información es correcta entonces se
genera una confianza en el reportero, que con el tiempo se convierte en una
cadena de confianzas que incluyen al lector. Cada vez que el lector nos da su
voto de confianza está a su vez protegiéndonos.
La investigación de Woodward y Bernstein era tan sólida –tenían las fuentes y
habían confirmado cuatro veces cada dato– que cuando se equivocaron, el
director del periódico confió en ellos y les ayudó. Para llegar a esa credibilidad
es necesario un trabajo de investigación fuerte y de mucho cuidado.
Claro que hubo un detalle histórico, que en la traducción de la película al
español no está, y es que cuando Bernstein llama por teléfono al ex procurador
General de Estados Unidos de la época, Jean Michel, a las once de la noche y
le dice: “Señor necesito su comentario porque vamos a tener una nota en el
periódico al día siguiente que dice que usted aprobó el operativo y luego lo
encubrió”. La respuesta, más o menos en español es: “Si usted publica esa
nota le voy a pasar las tetas por los rodillos”.
Cuando los reporteros van donde el editor y le transmiten la respuesta de
Michel, éste se ofende porque lo considera un comentario vulgar, sexista y
fuera de lo común para un ex funcionario de ese nivel. Ese elemento influyó en
el editor quien se dio cuenta que este par de reporteros estaban acercándose a
algo muy delicado.
Al final de cuentas quien estaba detrás de todo era el presidente Richard Nixon,
quien en ese momento había asumido una actitud de prepotencia, pues
acababa de ser reelegido, así que se sentía intocable. De tal manera que todas
sus medidas eran de fuerza. Claro que en el contexto de Estados Unidos,
donde se supone que hay una tradición de libertad de expresión y un sistema
judicial que funciona, resultaba peligroso para el presidente montar un
operativo alrededor de unos periodistas. Eso podría, inclusive, llevarlo a incurrir
en otros crímenes.
Si todo esto hubiera ocurrido en América Latina seguramente no se habría
sabido porque nadie lo vería como un hecho excepcional o como un delito. En
cambio en Estados Unidos que un presidente ordene un operativo de espionaje
a su partido contrincante, en plena elección presidencial, es un crimen de
Estado.
Para una investigación de éste tipo se necesita persistencia y multiplicar los
esfuerzos más de dos veces. El gran problema en América Latina con estas
investigaciones es el poco tiempo que les otorgan a los periodistas para
trabajar.
La última razón por la que me pareció válido hablar de esta película, es porque
en ella se percibe hasta que punto Washington se parece a Buenos Aires o a
Bogotá, o al DF. Se trata de una sociedad pequeña. Recuerden la periodista
amiga de ellos que sostiene un romance incipiente con alguien que trabajaba
en la Casa Blanca. Lo que quiero decir es que el mundo pude parecer muy
grande, pero en el fondo es pequeño. Así mismo podemos armarnos ideas de
algunas instancias aparentemente impenetrables, sobre todo las militares. En
momentos como esos, siempre cabe recordar que esas instancias están
conformadas por seres humanos que van a la playa, tienen clubes y tienen
relaciones por fuera de la instancia militar. Hay que pensar en cada caso como
otro episodio de relaciones humanas, eso ayuda mucho al hacer la
investigación y eso se ve en ‘Los hombres del presidente’.
SEGUNDO ACTO
Manejo de fuentes
La gente de carne y hueso
Las fuentes que buscamos para hacer nuestras historias son seres humanos
con hábitos cotidianos, con familia, con amistades, que salen a divertirse o que
tienen vínculos sociales, que fueron a la escuela o a la universidad.
Esta es una de las razones por las cuales elaborar biografías de los personajes
de nuestra historia en el proceso de la investigación es muy importante. Sobre
todo si se trata de militares o de personas del gobierno. En la medida en que
uno puede acercarse a ellas e ir acumulando información es que surgen las
posibilidades menos esperadas.
Voy a dar un ejemplo: la investigación sobre el caso Irán – Contras se inició
con el derribamiento de un avión por parte de los sandinistas. Era una de esas
naves que abastecían en secreto a los contras nicaragüenses. En ese
momento el gobierno norteamericano negaba tajantemente que tuviera alguna
relación con ese grupo armado de oposición.
El grupo de pilotos, de esos aviones clandestinos, estaba conformado por
hombres de dudosa reputación, ex militares y fracasados contratados por el
coronel Oliver North. Cuando el avión se vino abajo se descubrieron los
nombres y procedencia de los tripulantes, pues llevaban sus identidades en los
bolsillos. Ese hecho desató un flujo grande de información, que es lo yo llamo
un magno evento para el periodismo. A mí me tocó hacer un retrato de los
tripulantes de esa nave.
Al principio no conocíamos sus identidades, pero cuando aparecieron los
documentos, nos enteramos que muchos de ellos eran veteranos de Vietnam,
incluso uno había trabajado para la CIA en Vietnam piloteando aviones en
operativos importantes de esa guerra.
No todos los tripulantes murieron, algunos sobrevivieron y fueron a dar a la
cárcel. Entre las identidades que les encontraron había una tarjeta de un club
de legionarios extranjeros de Shanghai, un grupo organizado de veteranos de
diferentes guerras, que se reunían en clubes con nombres de lugares asiáticos.
En las pesquisas establecimos que se trataba de una organización grande con
sedes y afiliados en todo Estados Unidos. Se sabía, por rumores, que todos los
legionarios de Shanghai habían sido operativos de la CIA.
Coincidió por esos días que la legión de extranjeros de Shanghai iba a tener su
reunión anual en un pueblo a 50 millas de Miami. Los localizamos y nos
sentamos a verlos entrar uno por uno al hotel. Los conocíamos por fotos pero
el dilema era cómo abordarlos.
Se sorprendieron cuando nos aparecimos y les dijimos que éramos de la
prensa. No es imposible encontrar a las personas, se pueden encontrar, dejan
pistas, tienen necesidades como las tenemos todos. Una fuente a la que
siempre debemos acudir es la guía telefónica.
Hay unas viejas prácticas en este oficio que cada vez me agradan menos y es
ir a pararse frente a un lugar y estar allí todo un día esperando a ver qué y
quiénes pasan. Sé que es un trabajo pesado, pero hay que hacerlo.
Tampoco es agradable llamar a personas que uno no conoce pero también hay
que hacerlo. En el caso Irán – Contras fue fructífero esto de las llamadas. Lo
otro que nos funcionó fue el hecho de que un asistente del corresponsal de la
United Press International en El Salvador, había tenido como novia a una
empleada de la compañía de teléfonos en San Salvador. De esa manera fue
que conseguimos un listado de todas las llamadas telefónicas que habían
salido de una casa de seguridad donde se alojaban unos cubanos que
trabajaban para North.
Con la lista en mano empezamos a llamar a todos los teléfonos, uno por uno.
En la llamada 56 de repente contestó la esposa de un cubano de nombre Félix
Rodríguez:
—Quién habla–, preguntamos.
—La esposa de Félix Rodríguez–, respondieron al otro lado de la línea.
—Dónde está Félix.
—No está aquí, no sé dónde está, pero...
Y ahí comenzó una conversación de la que obtuvimos mucha información.
Son viejas técnicas algo desagradables pero efectivas. En general, los puntos
claves que tienen que ver con cualquier investigación no los sustento en el
trabajo de otros. Lo que sí hago es citar la información que otros obtuvieron,
pero estoy atenta en caso de que no sea verídica o esté mal.
Hemos hablado de la clandestinidad. Es importante no dejar saber a los demás
nuestra información. En ese caso hay que comportarse con disciplina militar,
porque no solo expone la noticia, sino el bienestar de las fuentes. Para eso se
necesita tomar todas las precauciones necesarias: no hablar por teléfono, tener
procedimientos muy cuidadosos para guardar la información y no conversar
sobre el trabajo que estamos adelantado con nadie.
El peligro del anonimato
Basar una investigación periodística en fuentes anónimas es sumamente
peligroso. El anonimato es algo que no debemos conceder fácilmente a las
fuentes. Aunque es una decisión personal, hay que hacerle ver a las fuentes
que estamos haciendo un trato muy serio y muy grave que implica
responsabilidades en ambos lados.
Aceptar el anonimato de una fuente ese hacer un pacto de por vida, es como
una especie de matrimonio. Porque ese acuerdo no se acaba cuando aparece
publicada la nota, va más allá: es mantener en secreto la identidad de esa
persona por mucho tiempo.
En cuanto al tema del off the record lo fundamental es negociar con las fuentes.
No sé por qué, pero hay una tendencia en nuestra profesión a no negociar,
cuando lo que hay que hacer es sentarse en una entrevista y dejar en claro
cuáles son nuestros términos, de manera que nadie pueda decir después que
no sabía que lo iban a citar. Hasta en las conversaciones más sencillas hay
que hacerlo.
A pesar de que la fuente pida hablar con nosotros en off the record, hay que
insistirle, negociar con ella, es algo en lo que no podemos ceder con facilidad y
eso debemos hacérselo sentir. En todo caso hay que dejar las cosas claras con
las fuentes. Parece elemental decirlo pero a quienes representamos es a los
lectores y nuestro trabajo consiste en hacer público lo que más se pueda.
Lo otro es que si se desconfía de la credibilidad de una persona que quiere
acusar a otra hay que dejar claro que no vas a prestarte para ese juego. Todo
esto no son más que sutilezas porque cada situación es diferente. Reconozco
eso sí, que como trabajo para The New York Times tengo más poder de
negociación que un periodista de otro medio.
Aunque eso significa que tengo más responsabilidad cuando establezco los
términos de mis entrevistas, que no puedo aceptar fácilmente el anonimato, de
dejarle en claro a la fuente que yo considero que se trata de una especie de
compromiso –en inglés tiene una doble connotación y se puede aceptar como
una componenda– y eso no se hace fácilmente.
La historia del hombre que se enamoró de un general
Junto con Craig Pyes realizamos una investigación a la que titulamos: ‘Cuento
mexicano: Drogas, Crimen, Tortura y los Estados Unidos’, que nos mereció el
Premio Pulitzer. Trabajamos, durante seis meses, reconstruyendo la
desaparición de un narcotraficante de cuarto nivel, sin mayor trascendencia
dentro de la organización de los hermanos Arellano. El artículo demostraba la
participación de un alto oficial del ejército mexicano en ese hecho y ponía en
evidencia las debilidades del programa de lucha norteamericana contra las
drogas en ese país.
Al inicio de la investigación tuvimos un debate útil en el que se tocaron varios
puntos esenciales y sensibles. El principal fue enfrentar el prejuicio general de
que no valía la pena hacer un reportaje sobre la historia de un narcotraficante,
de un criminal, que en apariencia importaba poco. Para nosotros ese era un
razonamiento falso y muy peligroso, pues aún siendo un hombre del bajo
mundo, Alejandro Hodoyán (nuestro personaje) era un ser humano con
derechos.
Nos interesamos por éste caso por una razón que puede parecer perversa,
pero que al final tuvo un buen efecto. Se trataba de un ciudadano americano y
el New York Times es un periódico de Estados Unidos. Y porque uno de los
testigos de la tortura y desaparición de Hodoyán había sido un agente de la
justicia americana.
Como corresponsales en el extranjero entendíamos que era una tarea
fundamental velar porque los derechos de los Estados Unidos y sus
ciudadanos, las prácticas de nuestros agentes y que nuestra justicia se
preservaran en otros países. Además, resultó ser un trabajo a la interioridad de
lo que es la guerra contra el narcotráfico, extraordinariamente detallada, íntima
y dramática.
Todo empezó con la publicación de un artículo mío en marzo de 1997 titulado:
‘Las drogas relacionan a líderes mexicanos con secuestros’, sobre
desaparecidos en la lucha antidrogas. A raíz de esa nota recibí una llamada
desde Tijuana de una señora que quería enviarme por fax la carta de un hijo
desaparecido en la que él mismo describía como había sido torturado y en la
que aparecía el nombre del general Jesús Gutiérrez Rebollo.
En este punto debo decir que a veces ocurren lo que yo llamo magnos eventos
para el periodismo, no siempre pasan pero hay que saber reconocerlos y
aprovecharlos. El arresto del general Jesús Gutiérrez Rebollo fue un de esos
eventos para el periodismo en México porque abrió por primera vez la puerta,
casi siempre cerrada, de las fuerzas armadas de ese país.
Gutiérrez Rebollo, uno de los militares más condecorados en México, había
sido arrestado por esos días cuando se descubrió que estaba asociado con
Amado Carrillo Fuentes. El hecho se mantuvo en reserva hasta que el
periódico Público lo dio a conocer y eso generó una serie de eventos en la
misma prensa y entre los familiares del general, por lo que ellos llamaban “falta
total de justicia en el caso”. Nosotros establecimos cierto grado de confianza
con el general y su familia de tal manera que nos fueron soltando documentos
confidenciales del juicio, hasta tener la transcripción completa del proceso en
nuestra oficina.
Una de las cosas que me llamó la atención de la llamada de la señora de
Tijuana era que a uno de sus hijos –distinto al que estaba desaparecido– lo
buscaban, por aquella época, por hacer parte del grupo de sicarios al servicio
de los hermanos Arellano Félix.
Había algo raro en todo esto: tenía en mi poder un fax que, según la señora de
Tijuana, había sido escrito por su hijo Alex poco antes de desaparecer. Ese fax
no estaba escrito a mano, sino dictado a máquina y sin firma. Así que teníamos
un documento sobre el que había ciertas dudas, pero seguimos adelante.
El texto empezaba así: “Yo soy Alejandro Enrique Hodoyán Palacios...”, luego
describía su detención por parte de hombres de las fuerzas militares y la
manera como había sido torturado. En una de las citas decía: “Me informaron
que había llegado al infierno. Me pusieron una funda de almohada sobre la
cabeza, me acostaron en una cama y me esposaron los brazos y los pies.
Luego me echaron agua en la boca y como tenía la funda sobre mi rostro
sentía que me ahogaba... Me daban golpes eléctricos en distintas partes del
cuerpo, pero los que recibí en las plantas de los pies y en los párpados eran
casi insoportables...”.
Más adelanta decía que en el lugar donde estaba retenido había recibido lo
visita de un agente de la oficina de Alcohol, Tabaco y Armas (ATF) de Estados
Unidos: “Un lunes, durante de octubre me pidieron de nuevo pararme, me
esposaron, me encapucharon, se llevaron la televisión y me dijeron que tendría
una visita. Me advirtieron que si hacía mención de mi tortura, iba a ser la última
persona con la que cruzaría palabra. Una tarde entraron en mi alcoba tres
personas, una dijo que era del consulado, el otro de la ATF y el último se
identificó en español como el teniente Rand”.
Pensé que de llegar a ser cierto todo esto, estaba ante algo muy grande: la
violación de la política exterior de Estados Unidos. Durante un rato me quedé
reflexionando y preguntándome ¡¿Qué hago?!
Logré convencer a Craig Pyes, un periodista de investigación, para que fuera a
Tijuana por lo menos a conversar con la familia de Hodoyán. Una vez que
Craig estuvo allá descubrimos que había historia, en buena medida, porque la
señora Hodoyán resultó ser una mujer extremadamente cuidadosa, meticulosa
en sus cosas, con una gran memoria e interesada en saber de su hijo
desaparecido y de tratar de salvar al que estaba en la cárcel por homicidio.
Esto me sirve para volver a decir que una investigación se inicia con algo en la
mano y no con una suposición. En ese momento nosotros no teníamos
confirmación de que un agente de la ATF hubiera visitado en el sitio donde
escondían a Hodoyán, pero sí teníamos su historia.
Después de pasar dos semanas con la señora Hodoyán en Tijuana, Craig
había establecido una relación con esa familia. Ese vínculo nos sirvió después
para obtener uno de los elementos claves de la investigación. En una
conversación con una persona cercana a los Hodoyán descubrimos que
existían grabaciones de las llamadas de Alex a su madre.
Resultó que Alex llamaba a su madre desde una cárcel clandestina en
Guadalajara y ella apretaba el botón del contestador y grababa la
conversación. En esos diálogos la familia Hodoyán notó que el general
Gutiérrez Rebollo había trabajado sicológicamente a Alex hasta convertirlo en
un aliado, confundirlo e incluso presionarlo para que testificara en contra de su
propio hermano arrestado en los Estados Unidos.
Esas grabaciones confirmaron las torturas y la retención, pero había que
averiguar si era cierto lo del agente de la ATF. Nuestro siguiente paso fue
llamar a esa oficina para confirmar o descartar la versión que teníamos. Fue un
trabajo de paciencia, de dos y tres llamadas semanales al vocero oficial, en las
que le pedimos información de reuniones de miembros de esa oficina con un
informante llamado Alex Hodoyán.
Un día el vocero le dijo a Craig: “si me prometes que jamás me vas a llamar de
nuevo te voy a decir que no encontré al agente pero sí halle una tarjeta con el
nombre que decía: “Reunión con Alejandro Hodoyán. Guadalajara”. Creo que
dijo además “barraca o guarnición militar”, y luego “esposado a la cama”.
Habíamos confirmado la reunión y el lugar, y teníamos una frase: “esposado a
la cama”.
Lo otro que investigamos fueron las visitas de familia Hodoyán al consulado
norteamericano en Guadalajara para rogarle al cónsul que le ayudara a
encontrar a su hijo desaparecido. En un viaje a Guadalajara, me entrevisté toda
la mañana con el cónsul y no saqué nada. De regreso al DF fui hablar a la
embajada americana con el encargado de los temas consulares y le conté la
historia. Pero no hubo mayor cosa.
En la embajada descubrí que el encargado de prensa era el mismo con el que
había tenido problemas en la embajada de El Salvador, durante los momentos
más críticos de la guerra. Se trataba de un hombre con el que siempre mantuve
una relación conflictiva pero de respeto: él me reconocía como una periodista
profesional, y yo a él como un funcionario que decía la verdad.
Para nuestra sorpresa Craig y yo fuimos a su casa y allá nos contó la historia
del agente de la ATF que había estado en Guadalajara y que a su regreso
relató su encuentro con un ciudadano americano esposado a una cama “en un
lugar inusual pero no inapropiado; un centro secreto de tortura y detención de
los militares en Guadalajara”.
La embajada envió el caso al Cónsul General en México, encargado de estos
asuntos. Su única respuesta fue: “Este es otro mexicano que se quiere hacer
pasar por gringo”. No hicieron nada, ni siquiera volvieron a hablar del tema. Así
que estábamos ante un caso de negligencia.
Cómo no sabíamos quién era ese cónsul decidimos averiguar. Resulta que el
Departamento de Estado en Washington lleva un archivo de sus diplomáticos,
expedientes completos en memoria de computador. A través de ellos logramos
identificar al ex cónsul, se llamaba James Randall.
El siguiente paso era encontrarlo. Hallamos su número telefónico en la guía
telefónica, pero ya no vivía allí. Sin embargo identificamos a algún vecino suyo
quien nos dijo que se había trasladado a un pueblo en el sur de California.
También en la guía telefónica localizamos el número telefónico de la hermana
de Randall, y fue ella quien nos dijo donde podíamos ubicarlo. Yo llamé y me
contestó el mismo James Randall. Le dije: “Señor le tengo una muy mala
noticia. Tenemos este caso.....”. Él dijo una cosa muy interesante: “La verdad
es que yo no me acuerdo de ese caso..... Pero me llama la atención que ellos
están culpando a la única persona que ya no está en el gobierno”.
Una de las características de éste caso, que ocurre con frecuencia en otras
investigaciones, es que el final no fue lo que esperábamos, porque nunca
pudimos comprobar que un agente del gobierno había presenciado la tortura de
un ciudadano norteamericano.
Al final, cuando ya habíamos hablamos con todas las fuentes de la embajada y
teníamos el relato, nos dimos cuenta que lo que decía la tarjeta del agente ATF
era cierto. Él había visto a Alex, lo había interrogado brevemente, incluso
pensó en llevarlo a los Estados Unidos como informante. Pero el agente, por
ingenuo o por estar tan metido en la dinámica de la guerra contra del
narcotráfico, no le pareció inapropiado lo que vio ese día. Tampoco pudimos
demostrar que este hombre había sido testigo de la muerte de un ciudadano
americano.
El artículo se escribió en dos semanas. Al final quedaron cinco mil palabras
después de una gran edición. Por fuera quedaron cosas como ubicaciones
geográficas. Los detalles vitales para un lector que no conoce México fueron
más bien detalles íntimos. Muchos detalles sobre el uso del centro de
detención, los tuvimos confirmados varias veces por los testimonios en el juicio
contra el general Gutiérrez Rebollo. Esos documentos los obtuvimos en el
momento en el que escribíamos la nota.
Conocimos a dos personas que vieron a Alex pocos días después de recuperar
su libertad. Ambos notaron que partes de su cuerpo estaban en carne viva y
que le habían quitado las cejas.
Ronda de preguntas
Tenías indicios del lugar donde estaba Alex Hodoyán.
Estaba descrito y había testimonios en el juicio del general Gutiérrez Rebollo,
también había varios juicios más de narcotraficantes en donde habían salido
pequeños detalles.
Los detalles de lugar podrían explicarse con infografías
La visión geográfica en muchos casos es importante. Este trabajo tiene mucho
que ver con lo policial. El general Gutiérrez Rebollo tiene su cuartel en el centro
de la ciudad de Guadalajara. Fui allí y medí la distancia con el centro de
detención personal en medio de la nada donde llevaba a cabo estas torturas. Al
final de cuentas esos detalles no eran de los más relevantes, pero me sirvió
mucho para entender como era la geografía.
Cómo se organizaron para elaborar este artículo
Redactarlo nos llevó dos semanas. Craig hizo mucho del reportaje, pero fui yo
quien escribió toda la nota. Pasé seis días encerrada en un hotel escribiendo el
texto. Luego lo llevé a Nueva York y estuvimos dos semanas más con un editor
y un abogado revisando palabra por palabra: “cómo sabes esto... Cómo puedes
decir tal cosa”, preguntaba el abogado.
Luego discutimos si la desaparición de Alex la poníamos al inicio o al final.
Cómo se iba a construir la trama de la nota sin entrar en prepotencias ni
arrogancias. Pienso que una de las cosas que tiene este artículo y por lo cual
me dio mucho gusto escribirlo es que es muy humano. A veces, de tanto
trabajar con documentos, perdemos el sentido de lo humano. En particular esta
es una nota muy compleja y de difícil lectura pero para que un lector pueda
internarse en esos detalles debe tener siempre en mente lo humano.
Lo otro tema complicado fueron las confirmaciones, un ejemplo de ello fue el
memo que el abogado del periódico nos escribió después de revisar el
reportaje: “El paso crucial de identificar a James Randall como el oficial malo
de la embajada está basado en fuentes anónimas y por tanto es muy
peligroso”. Nos exigió que lo volviéramos a llamar para ver si había alguna
posibilidad de que éste señor tomara un paso legal de dispensar formalmente
sus derechos de privacidad como ex oficial del gobierno de los Estados Unidos.
Esto me cayó como un balde de agua fría, estaba desesperada.
Lo volvimos a llamar, conversé largamente con él pero se negó a dispensar sus
derechos de privacidad, cosa que nos hubiera dado la posibilidad de ir al
Departamento de Estado y confirmar oficialmente que él era el cónsul general
en México para la época.
Me reuní con el vocero de la embajada en México, aquel con quien había
tenido problemas en el pasado, le pedí que me confirmara el nombre del cónsul
y le advertí que no me mintiera porque me haría quedar muy mal. Él me volvió
a confirmar la identidad del ex funcionario y esa fue la única manera de que el
abogado aceptara.
En cuanto al lenguaje, hubo apartes donde fuimos directos como cuando
hablamos de los hermanos Arellano. Por ejemplo escribimos que Ramón
Arellano era un homicida compulsivo que había matado más de 80 veces,
algunas veces por diversión. Teníamos una buena fuente y yo sabía que era
muy difícil que nos enjuiciaran por difamación.
Grabaste tus conversaciones con James Randall
No. Legalmente no se puede a menos que la persona acepte, pero eso es
complicado. Cómo decirle a alguien, al otro lado de la línea: sabe qué señor,
aún cuando estoy dejando que su carrera de 52 años en el gobierno americano
quede hecha cenizas quiero grabar su conversación.
Pero él era la única persona que te podía confirmar la tesis
Él confirma por su nombre. La mayor parte de lo que habló fue on the record,
identificado como oficial de la embajada de los Estados Unidos en México, y
además con alto nivel de detalle.
El verdadero objetivo de la información era mostrar la negligencia de un
diplomático de los Estados Unidos que había ignorado la situación de un
ciudadano norteamericano desaparecido.
A mí no me cabe la menor duda, después de que supimos su nombre, tuvimos
muchos detalles sobre éste hombre que no publicamos y que muchos
conocían. Aparentemente era un hombre flojo, tenía un desprecio por los
mexicanos, yo diría que racista. Me pregunto ¿Cómo llegó a ser cónsul?
En todo caso él ya se había jubilado y sólo había la posibilidad de un
procedimiento si la familia Hodoyán se hubiera quejado en su contra, pero ellos
ya tenían demasiados problemas encima. Creo que esta nota es relevante
hasta cierto punto para Colombia y para lo que está pasando ahora, porque
muestra más allá del detalle de la tortura de Alex, el proceso de degradación de
la justicia americana.
Pero la familia Hodoyán podría haber demandado por perjuicios
Ese no era su interés. Lo que quería la señora Hodoyán era encontrar a su hijo
vivo, o muerto, o como fuera. La parte más dramática de esto es que un
hombre torturado, quebrado síquicamente, lo pasan como informante de la
DEA, lo instalan en un hotel en San Diego, lo presionan para que rinda
testimonio ante un jurado en contra de su hermano, cosa que ya había hecho
en un video realizado en México.
El fiscal le asegura que sólo irá un par de meses a la cárcel, después saldrá y
le asegura que no va a integrar el programa de protección a testigos. Todo eso
a cambio de que hable en contra de su hermano.
Su esposa describió esa situación dramática mejor que nadie: “Una madrugada
se apareció en la puerta de la casa de su mamá, en Tijuana, diciendo que se
arrepentía. Era como un niño chiquito, llorando, llorando. Se quedó un par de
días y luego lo secuestraron.
¿El fax con la declaración de Alex que sirvió de pista inicial de dónde
provino?
La mamá nos dijo que ella lo había escrito a máquina cuando Alex regreso de
San Diego. Lo curioso es que no estaba firmado. Sin embargo el documento
está lleno de detalles y lo utilizamos como una fuente off the record. Por
ejemplo el detalle de las esposas y que estaba amarrado a la cama luego lo
pudimos confirmar.
Alex fue torturado y terminó ‘enamorado’ de su captor, el general Gutiérrez
Rebollo. Cuando a este lo nombraron zar antidrogas se lo llevó a México como
si fuera su perro. Lo tenía en un cuarto, en un hotelito en la policía atrás de la
Procuraduría General de la República. Pasado un tiempo a Gutiérrez Rebollo
ya no le interesa Alex y lo entregó como un gran premio a la DEA y estos se lo
llevaron.
Cuál era la relación del general Gutiérrez Rebollo con Amado Carrillo
Fuentes
Se descubrió que la estrategia militar de Gutiérrez Rebollo fue atacar a los
enemigos de Amado Carrillo Fuentes con quien tenía negocios. Cuando se
instaló en Ciudad de México se fue a vivir a un departamento que estaba
debajo de donde vivía Amado Carrillo, que era además el dueño del edificio.
Cuando arrestaron al general encontraron en su apartamento un barril de
tequila con las siglas A. C. F.: Amado Carrillo Fuentes.
En Estados Unidos es inconstitucional obligar a una persona a declarar
en contra de sus familiares. En Colombia está prohibido que una persona
sea obligada a declarar contra algún familiar o en contra de sí mismo
Aparentemente eso también es cierto en México. En Estados Unidos tenemos
libertad de traición. Puedes acusar a quien te dé la gana. Pero en este caso lo
que vimos fue mucho peor. Permitieron que se degradara a una persona por el
afán de conseguir unos testimonios. Permitieron que se degradara totalmente
el proceso y se desconocieran e irrespetaran los derechos de esta persona.
Fue un proceso viciado enteramente por la alianza entre el gobierno de
Estados Unidos y el ejército mexicano en su lucha conjunta contra el
narcotráfico.
TERCER ACTO
La organización y el rastreo de documentos
Para una investigación periodística hay que conseguir documentos, pruebas
concretas y ser muy disciplinado. Cuando se está ante un trabajo de
investigación hay que recoger todo tipo de documentos, desde la cajetilla de
fósforos del restaurante donde entrevistamos a una persona hasta el último
papel por insignificante que parezca. Uno no puede dejar ir los documentos,
como nos pasó con la lista de preguntas hechas a un ex militar de la
inteligencia cubana. El punto número dos es la importancia de sistematizar el
trabajo y organizar todos los documentos que se vayan consiguiendo en un
archivo fácil de consultar.
En cuanto a los archivos públicos hay que saber qué es público, medianamente
público o secreto. En Estados Unidos, por ejemplo, todo lo que tiene que ver
con licencias de conducir es público. Se pueden verificar en línea. En algunos
estados las declaraciones fiscales o personales de los oficiales públicos se
tienen que colocar a la vista de todos.
En cambio, creo que en la sociedad latinoamericana, con toda su herencia
burocrática y la tradición de hacer papel en vez de hacer justicia, hay que
utilizar un poquito de imaginación para darse cuenta de cómo ocurrieron las
cosas.
La historia del espía disidente
Estando en México me contactó un mayor de la inteligencia cubana, con treinta
años de carrera, que estaba en la clandestinidad. Se llamaba Pedro Riera y
quería hacer pública su disidente al régimen de Fidel Castro, a través nuestro
periódico y del diario Reforma, para lograr asilo político en un país distinto a
Estados Unidos.
Antes de entrar en contacto con esta persona, a través de un intermediario de
mi entera confianza, obtuve suficientes datos para saber que tenía ante mí una
historia sensacional por el nivel y el tipo de información que debía manejar este
ex militar.
En su primer contacto nos decía que su situación económica era crítica y nos
sugería que le ayudáramos. Le respondimos que el New York Times no pagaba
por la información y que lo único que le ofrecíamos era la credibilidad del diario,
construida durante muchos años de trabajo. Que se respetarían sus palabras
en caso de aparecer una noticia suya en nuestras páginas, pero que así mismo
íbamos a confirmar cada dato que nos suministrara. Que de confiar en nosotros
iba a encontrar publicada una noticia intachable, construida sobre la base de
hechos concretos y difíciles de impugnar.
De antemano establecimos que si aparecía una noticia sobre esta persona
habría un choque fuerte con el gobierno de Fidel Castro, que seguramente iba
a salir a decir que se trataba de un mentiroso. Así que era necesario confirmar
cada dato para evitar sorpresas.
Dos días después respondió que aceptaba nuestras condiciones. Sé que esto
puede ser un riesgo grande, que la fuente se puede espantar, pero es mejor
establecer reglas claras desde el principio que enfrentarse a futuros problemas.
Por lo menos esa es nuestra política editorial.
Cuando averiguamos sobre Riera en la CIA nos confirmaron que se trataba del
hombre que durante varios años había manejado la inteligencia cubana. Claro
que este señor pensaba que la CIA estaba compuesta por una bola de idiotas,
que durante años le permitieron a la inteligencia de su país infiltraciones de
todo tipo. Especialmente, porque no entendían la sicología de Latinoamérica.
Esto, por supuesto, no representaba para mí un pleito político, al contrario
estaba ante una mina de oro de información. Yo estaba encantada con su tesis
de entrada y me dije “esta es una nota que puedo escribir”.
Nuestra primera conversación se dio en algún lugar del DF. El corresponsal
que me remplazó en México había sido el periodista encargado por el New
York Times, durante 14 años, de la información de la CIA. Era una combinación
genial: él tenía fuentes en aquella agencia y yo que había estado en Cuba
varias veces, lo que me permitía entender al personaje, incluida su forma de
hablar. En casos como este considero que es muy útil tener dos personas
frente al tema.
En aquella cita notamos a Riera muy nervioso. Se encontraba sin estatus
migratorio en México y no quería ir a los Estados Unido porque se sentía
todavía un socialista. Su disidencia no era con el socialismo cubano sino con
Fidel Castro. Habló en términos generales de él y nos dio algunos datos que
nos dejaron con hambre periodística. También le entregamos la lista de
preguntas, que acordamos previamente, para que él las respondiera y no las
entregara en la segunda cita. Durante esa reunión yo lo presioné un poco
porque quería concretarlo de una vez, sentía que iba a ser un problema si
dejábamos alargar el tiempo.
Pasaron diez días entre la primera y la segunda reunión, en la que
esperábamos con ansias las respuestas. El hombre estaba todavía más
nervioso que en la cita anterior y temía por la suerte de un pariente que aún
vivía en La Habana, con quien no se había podido comunicar y al que esperaba
sacar de la isla.
Recuerdo que llegó a la segunda cita con dos horas y media de retraso y nos
dijo que tenía poco tiempo, porque luego debía reunirse con un agente del
Ministerio del Interior mexicano para hablar de su asilo político. Una vez
instalados, no nos permitió grabar la conversación, sin embargo yo tomé
apuntes. En casos como estos considero que es importante, así las personas
se pongan nerviosas, sacar la libreta y tomar apuntes. Claro que hay que
hacerlo de la manera más natural.
Durante esa conversación el hombre todavía no había decidido si debía o no
asistir a la cita con la gente del gobierno mexicano. Cuando tomó la decisión de
ir alistó su maleta y guardó el texto de las preguntas, de unas catorce páginas.
Le insistimos para que lo dejara, pero estaba fuera de quicio y no quisimos
insistir más. Mi compañero y yo nos miramos, no sabíamos que hacer.
Al terminar aquella reunión, Riera se dirigió a la reunión que resultó ser una
trampa. Le invitaron a un cafecito, hablaron sobre su asilo político y a la salida
le cayeron los agentes de inmigración y a la mañana siguiente lo enviaron a La
Habana. Luego leí las respuestas de nuestras preguntas en la primera página
del diario Reforma. La secretaría de gobernación se las había entregado.
El no haber insistido en ese documento nos hizo perder una nota importante.
Aunque el hecho se hizo público, nosotros sabíamos que Reforma no había
tratado a la persona. Era un caso en el que el conocimiento personal era
importante, porque se trataba de un hombre con experiencia militar y en
espionaje que se veía en ese momento angustiado, desamparado.
Ronda de preguntas
¿Ustedes publicaron alguna nota sobre ese caso?
Publicamos la noticia cuando lo deportaron, pero sabíamos lo que le esperaba
a ese hombre. Luego entendimos que si él no había querido entregarnos esa
información era por su seguridad. Fue uno de los pocos casos en que
preferimos no ser primeros.
Esto también me sirve para contar otra historia. En una ocasión hace varios
años escribí una nota sobre el caso de los militares cubanos implicados en
narcotráfico. Luego fui a Cuba y hablé con varias personas, entre ellas con
Elizardo Sánchez, un defensor de derechos humanos, que pensaba que había
sido una ejecución sumaria, que no había habido un juicio justo y que se
trataba de persecución política porque diferencias entre Ochoa y Fidel Castro.
Le preguntamos a Elizardo si él quería que aparecieran esas frases y nos dijo
que eso era lo que él pensaba.
Para esa época yo trabajaba para el Washington Post y en el penúltimo
párrafo de mi artículo puse la cita de Elizardo Sánchez diciendo que: “fue un
juicio sumario”. Por esas cuatro palabras pagó tres años en la cárcel. En todo
ese tiempo no pude comunicarme con él y para mí fue angustiante.
Cuando dice “no ser primero” significa que cuando están investigando
algún tema y es publicado en otro medio lo abandonan
No, aunque depende del tema. En general nos gusta ser los primeros.
Después de la deportación confirmaron en La Habana si esa persona
tenía ese nivel que decía tener
Él debía regresar a La Habana después de terminar su periodo como cónsul en
México. Pero más que un cónsul era alguien dedicado a hacerle
contrainteligencia a la CIA. Para eso había reclutado a varios oficiales en
México. El problema estuvo cuando TV Martí publicó su nombre y rango. Por
eso lo llamaron a retiro. Además, estaba de pleito con Fidel Castro por el caso
del general Ochoa y los hermanos La Guardia.
¿Un espía convencido?
Sí. Uno tiene que evaluar claramente las cosas, pero a mí me convencía su
situación. Él decía: “yo no quiero ir a Estados Unidos, no quiero ir a Miami, no
comparto esa ideología con la gente de allá. He dedicado mi vida a una causa
y ahora este señor por sus intereses políticos mezquinos, lo ha quebrado”. Esa
era su línea de acción.
Cómo afrontar el hecho cuan una fuente te pide protección a cambio de la
información que nos va a entregar
Creo que una parte del trabajo se puede o se tiene que llevar en la
clandestinidad, cuando se trata de una persona asustada que quiere contar
algo y que espera que nadie sepa quien lo dijo. Como periodistas somos a
veces parte de un juego sin disciplinado, sin un código de conducta y sin
uniforme. Llevamos vidas medio desorganizadas y somos casuales en nuestras
cosas. En general somos rebeldes por naturaleza y no nos gusta que nos digan
qué es lo que tenemos qué hacer. Sin embargo, cuando se trata de cosas tan
delicadas como el manejo de fuentes de este nivel, debemos tomar la situación
con mucho rigor, manejar todo con cuidado porque estamos tomando la
responsabilidad de la vida y del bienestar de una persona.
Hay que ser cuidadosos con las llamadas telefónicas y con no violar la
confianza de la persona. Tengo toda la confianza de que no fue a través
nuestro que las autoridades mexicanas supieron de Pedro Riera, el agente
cubano.
¿Cómo se enteró de la detención del agente cubano?
Por otro cubano que estaba con él en el momento de su captura y que pensó
que se trataba de un secuestro. Cuando nos enteramos del asunto
inmediatamente llamamos por teléfono a presidencia y a gobernación.
¿Sería por eso que el gobierno divulgó el informe con las preguntas que
Riera les había contestado?
Pienso que el gobierno mexicano necesitaba justificar lo que había hecho, así
que utilizaron esa información y se la entregaron a la prensa para decir que el
detenido no era ningún ángel.
Si hay una fuente de este tipo y les dice que tiene miedo y que su vida
está en riesgo, no tienen previsto un programa de protección de fuentes
Mi experiencia me dice que es mejor esperara a que se publique la nota. Yo lo
que creo es que aquí se pone en juego la credibilidad a largo plazo. En la
medida en que hay un valor, el que sea, el interés común ya no será el mismo.
El interés ahí no será la divulgación de la verdad en los periódicos. Si se paga
una vez, a la siguiente semana van a llamar cien personas a vender
información y va ser muy difícil decir que no, porque ya no habrá argumentos
que esgrimir.
También hay que tener cuidado con ofrecer ayudas fuera del alcance del
periodista y con las personas que dicen necesitar esas ayudas. En una de esas
uno termina metido en un problema grande.
El derecho que nosotros debemos defender es de la libertad de expresión, no
los que tienen que ver con temas políticos o partidistas.
Cómo distinguir entre una invitación y pagar por información
No creo que sea una falta de ética que el periódico pague por crear las
condiciones para que se dé el intercambio libre de información. En el caso de
Pedro Riera nosotros arreglamos un lugar en la ciudad de México, confiábamos
que era totalmente seguro. También pagamos unos taxis para que llegara al
lugar de la cita. No lo considero inapropiado si se deja claro con la fuente que
se están dando las condiciones para un encuentro y no un pago directo a él.
En casos como éste se establece una relación con la fuente en la que lo
importante no es que te caiga bien, o quieras promover sus causas políticas,
sino que te dé información verídica para ser publicada. De no ser así la relación
con la fuente se puede viciar.
Si se paga por la información y la noticia resulta ser controvertida porque la
fuente resultó ser un violador, un criminal, un mentiroso, lo que se va a
deteriorar es la credibilidad. Así haya sido un monto pequeño de dinero. Es un
riesgo muy grande que compromete el futuro del reportero. Uno no debe
pensar en ser periodista hasta la semana siguiente. Con suerte puedes llegar a
ser periodista hasta los 50 años.
El intermediario en el caso del cubano fue una persona que yo conocía desde
hacía diez años, que sabía que soy una periodista profesional. Esa son las
relaciones de confianza que se van creando por la seriedad en el trabajo.
Pero en el caso de las fotografías no ocurre igual. Muchos medios pagan
miles de dólares por placas hechas por aficionados, o por gente que les
vende las fotografías.
Esa es otra cosa. En el mundo de la fotografía las cosas son diferentes porque
de entrada hay una relación comercial.
Cómo manejar el tema de los periodistas que deben encubrirse para
investigar un caso
Una vez hice un viaje de México a Estados Unidos cruzando la frontera con un
grupo de emigrantes mexicanos. Yo no sabía cuál era mi relación con la ley
porque entré a mi país sin pasar por un puesto fronterizo y eso es un delito,
pero además participé en una conspiración de 25 mexicanos que lograron
cruzar la frontera.
En otro caso un periodista mexicano se hizo pasar por un ciudadano del común
y tramitó una credencial falsa de elector para demostrar que todas estas
historias y aseveraciones sobre fraude en el Instituto Federal Electoral no eran
exageradas, sino ciertas. El caso fue que el Instituto se preocupó más por la
manera en que el periodista consiguió la información que por las denuncias que
se publicaron.
El reportero cometió un delito que restó credibilidad a su información, pero no
creo que sea un problema de ética periodística. Los periódicos deben tener
medios para defender eso. Para mí es más delicado cuando un periodista crea
una decepción, es decir cuando se presenta activamente como algo que no es.
Siento que allí no hay reglas. Ha habido muchos casos en donde una persona
se mete a una situación donde se cometió un crimen u algo irregular y participa
en esa situación. Eso ocurre con frecuencia en la televisión. El riesgo aquí es el
mismo que se corre en la policía. El periodista no puede ser un falso
protagonista.
Imaginémonos que hay una reunión de la mafia y alguien entra con una
cámara oculta y simplemente capta un hecho muy delicado ¿Es válido?
Quien haya grabado lo que ocurrió en esa reunión entró como mafioso no
como periodista. Si uno va a esconder su identidad, lo mínimo es no cometer
un delito o participar en al comisión de un delito, menos cuando hay víctima de
por medio. ¿Cuál es el principio? El principio es no queremos lastimar a las
personas, estamos tratando de poner a la vista pública datos y cosas que son
verdaderas, que ayudan de alguna manera a que funcione mejor la sociedad.
En algunos países la figura del Ombudsman ha tenido buenos resultados
cómo funciona en el New York Times
The New York Times no tiene, pero el Washington Post sí. Hubo un caso en el
periódico sobre una investigación larga de un chino–americano acusado de
haber divulgado secretos nucleares a China y que después de un tiempo
resultó absuelto. Los editores del New York Times, que habían redactado las
notas, tuvieron que hacer un análisis y un balance sobre si la cobertura había
sido correcta o no. Francamente a mí, el análisis, siendo del mismo periódico,
me dejó con la duda porque siento que no era la solución ideal. Tal vez habría
sido mejor que una persona con mandato y autonomía hubiera revisado todo el
caso.
Pienso que la figura Ombudsman puede ser muy útil. El problema es encontrar
alguien que tenga la posibilidad de hacerlo correctamente. Sobre todo cuando
están sumamente politizada las coberturas, cuando diferentes periódicos se
ven desde lados opuestos, de brechas ideológicas, políticas y partidarias. Es
muy difícil.
CUARTO ACTO
Sentarse a escribir
Cuando llega el momento de sentarse a escribir una nota de investigación es
bueno pensar primero en lo relevante que hay que contar. Esto es importante
porque si nos metemos en una suma de detalles innecesarios, no le dejamos
campo a lo importante. Hay que partir del hecho de que no todo lo que se
averiguó en la investigación se debe escribir.
Es muy útil dar un paso atrás y decir no sólo, que es lo que significa para la
vida de alguien un caso de corrupción, sino qué puedo decir además sobre
este hecho. Óscar Libbon decía que las notas de investigación resultan ser
muy notariales en cuanto se reseñan unos documentos, y eso es cierto.
La nota de investigación no es una relación de todo lo que tú has hecho,
aunque quisieras que eso sea. Un buen cronista es aquel que hace sufrir al
lector ese calvario que vivió cuando le cerraron puertas, cuando le negaron
acceso a algunos archivos, cuando las fuentes lo trataron mal. Una fórmula
antes de sentarse a escribir es tomarse un día y ver de qué se trata la historia y
encontrar la manera de contarla. Al final de cuentas somos narradores de
realidades.
Siento que los medios de América Latina, siendo un continente de grandes
narradores, no le dan tiempo a sus periodistas para pensar antes de sentarse a
escribir, ni cuando están investigando. Eso se percibe cuando se leen los
periódicos y sientes que estas leyendo cartas entre periodista, no historias de
prensa.
Lo otro que quería decir es que en los textos sobre investigaciones
periodísticas siempre se deben incluir todas las versiones: la de los acusados y
la de los que los inculpan. El punto de vista del acusado debe ser amplio y hay
que hacer los esfuerzos necesarios para incluirlo. No basta con decir lo llamé y
como no estaba le dejé un recado, pero como no me devolvió la llamada
durante este tiempo de trabajo puedo publicar que éste señor es un asesino o
un corrupto.
Se tienen que hacer esfuerzos intensos para que hable esa persona, si no
quiere hacerlo entonces es necesario buscar la manera de contrastar la
información sobre el personaje y dejarle claro al lector que se buscó la otra
versión. A veces no es tanto por procedimiento, sino porque en cualquier
momento uno puede encontrarse con una nueva versión que le dé un giro a la
historia. La verdad se establece tomando todos los ángulos y configurándolos.
También es posible que la fuente tenga datos nuevos que no incluimos en
nuestra nota y al ser consultado por otros puede decir que no se lo
preguntaron, que apenas sabían parte de la historia. Eso deteriora la
credibilidad del artículo que escribimos.
La historia de un sueño perdido
He tenido algunas experiencias satisfactorias, no precisamente de
investigaciones pero sí de trabajos que en los que invertí mucho tiempo y que
realicé con mucho cuidado. En 1985 hice una nota que me llevó dos semanas
de trabajo y una caminata por una montaña salvadoreña en busca de un sitio
donde ocurrió una masacre provocada por las Fuerzas Armadas de ese país,
en la que murieron 65 personas y que todavía no había salido a la luz pública.
Al día siguiente de la publicación fui a Boston por asuntos de trabajo. Esa
mañana recibí la llamada de un abogado de inmigración que tenía unos
clientes de origen salvadoreño de apellido Vides, el mismo de muchas de las
víctimas de la masacre.
Le respondí que la mitad del pueblo salvadoreño era de apellido Vides. Pero él
me aseguró que venían del mismo pueblo donde ocurrió la matanza. Eran ocho
en total, incluidos niños, y estaban en Estados Unidos a la espera de asilo
político.
Los entrevisté largamente y resultaron no sólo ser del mismo lugar, sino primos
de una de las familias masacradas. Para esa época era imposible que un
salvadoreño consiguiera asilo político, porque el gobierno de Reagan apoyaba
a las fuerzas militares de ese país.
Sin embargo, en la nota demostramos que había un peligro inminente para esta
gente si los devolvían a su país. Al final ganaron el juicio de asilo político y esto
abrió la posibilidad para que otros salvadoreños en Estados Unidos, con
problemas como los de la familia Vides, pudieran acogerse a una nueva
medida de protección.
Resultó que este caso no solo cambió la vida de esas personas, sino que
también abrió una línea de política en los Estados Unidos que favoreció a
muchos salvadoreños de izquierda. De todas las notas que he hecho,
entrevistas importantes, investigaciones y premios que he recibido, este fue
uno de los casos que me dejó más satisfecha porque tuvo un efecto positivo en
las vidas de personas con las que traté.
¿Por qué cuento esto? Porque creo que también es bueno investigar otros
temas, que no solo sean hechos que indignen. Es cuestión de tener la mente
abierta, de entender también que a veces los lectores se cansan de tanta mala
noticia sobre sus gobiernos. Sin embargo, son oportunidades que no se
pueden forzar, que se presentan.
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