Disidencia y radicalismo: El 68 en la novela mexicana de temática

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Disidencia y radicalismo:
El 68 en la novela mexicana de temática homosexual
José César Del Toro
En el libro, La noche de Tlatelolco (1971), de la escritora Elena Poniatowska se relata el movimiento
estudiantil de 1968 en la Ciudad de México, donde estudiantes y civiles son reprimidos por el gobierno
mexicano en lo que se conoce como la Matanza de Tlatelolco:
A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se
congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles
del Consejo Nacional de Huelga […] la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres
y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en los
brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear [momentos después]
surgieron en el cielo las luces de bengala que hicieron que los concurrentes dirigieran automáticamente
su mirada hacia arriba. Se oyeron los primeros disparos […] Todos huían despavoridos y muchos caían en
la Plaza, en las ruinas prehispánicas frente a la iglesia de Santiago Tlatelolco (166-7).
La matanza del 2 de octubre de 1968 en México es una desgracia nacional, donde las fuerzas del
gobierno asesinan a estudiantes y civiles. La noche de Tlatelolco es una tragedia histórica que da lugar a
nuevos cambios en el país. A más de cuarenta años de este suceso las nuevas generaciones lo examinan.
El 68, comenta Carlos Monsiváis, “es la gran memoria histórica de México en la segunda mitad del siglo
XX. Ha probado que no fue un antecedente, es un presente perpetuo […]” (Vargas 1).
Este ensayo tiene el objetivo de señalar la influencia del 68 en relación con la comunidad LGBTQ.
Apuntando hacia los textos literarios que son publicados alrededor de estas décadas de cambio,
señalaré la relevancia del 68 en conexión directa con las novelas de personajes homosexuales que son
editadas en estos años. Al 68 la crítica lo ha considerado como un parte aguas en la nación mexicana
que no sólo crea conciencia, sino que compromete a los ciudadanos a actuar en pro de sus derechos.
Una muestra de esto es la trascendencia que tiene la literatura de temática homosexual a partir de este
momento tan significativo.
Existen dos obras de extrema importancia en relación con el movimiento estudiantil del 68 en México
debido a que son testimoniales, publicadas casi inmediatamente después de la masacre del 2 de octubre
de 1968. En La noche de Tlatelolco (1971), de la periodista Elena Poniatowska se nos presenta el
testimonio de múltiples voces de estudiantes y demás participantes de este movimiento que vivieron el
momento de la masacre. El libro está estructurado por la pluralidad o multiplicidad de voces que dan
testimonio y a la vez reclaman justicia como ciudadanos dentro de la sociedad mexicana. En el texto “las
palabras vibran en la página con su textura y su tono oral […] un libro que será oído más que leído”
(Poniatowska 31) y, por esta misma razón, La noche de Tlatelolco proporciona al lector una intensa
experiencia de acciones y relaciones sociales que regularmente no se obtienen tan fácilmente por la
percepción sensorial (Scarry 102). Los testimonios de la historia oral son un collage de voces trasladadas
a la memoria escrita que responden al horror de la masacre en múltiples registros.
En algunos casos son exclamaciones de consternación: “Vi la sangre embarrada en la pared” y “¡No
puedo! ¡No soporto más!” (189, 196). La autora postula a la oralidad como el medio más eficaz de
desmontar la retórica del gobierno y su versión de los hechos; la “versión” del gobierno aparece como
una construcción falsa de la realidad, como una “ficción”, mientras que los testimonios se proyectan
como la “verdad” (parcial, pero colectiva) sobre el movimiento estudiantil y la masacre en Tlatelolco
(Medina 208-9). Así, Poniatowska es capaz de escuchar las voces de afuera que se registran a través de
toda su obra, y transmitir todo ese entendimiento a través de estos testimonios.
En ese mismo año (1971) la obra testimonial del activista gay mexicano Luis González de Alba Los días y
los años se publica unas semanas antes que el libro de Poniatowska, en esta obra testimonial se narra la
experiencia desde la cárcel de Lecumberri. Este texto habla de la experiencia individual y colectiva
dentro del movimiento estudiantil y de los abusos por parte del sistema oficial en contra de sus
protagonistas. A esta novela se adhieren otras que también hablan de la tragedia de una manera
directa, como El gran solitario del palacio (1971) de René Avilés Fabila y Al cielo por asalto (1979) de
Agustín Ramos. En este último libro se ejemplifica la relación entre Tlatelolco y la identidad variable del
individuo.
John S. Brushwood en su libro La novela mexicana (1967-1982) (1985) subraya la importancia e
influencia de Tlatelolco en la novela y en la sociedad, es así, que se llegan a escribir novelas que hablan
de forma directa y abierta sobre este momento histórico. Pone como ejemplo, Muertes de aurora
(1980) de Gerardo de la Torre una narrativa que propone captar la esencia de la participación obrera en
el movimiento, mediante su enfoque a los petroleros. La historia se basa en una reconstrucción de los
sucesos de 1968 (29). Aurora Maura Ocampo de Gómez también en su revisión sobre el tema (la
narrativa del 68 o el 68 en la narrativa) propone a las novelas que abordan todos o algunos aspectos del
movimiento: Regina (1987) de Antonio Velasco Piña, donde se presenta junto a lo político, económico y
social del movimiento estudiantil de 1968, el fenómeno espiritual (559).
A más de cuarenta años de este acontecimiento recientemente se han publicado diversas obras sobre el
tema, entre ellas se encuentran la obra 1968, la historia está también hecha de derrotas (2008) de Pablo
Gómez, crónica elaborada a partir de los archivos de Gobernación y cuyo valor consiste en incluir
testimonios o confesiones sólo de los que fueron víctimas del movimiento estudiantil. González de Alba
publica de nuevo Los días y los años (2008) edición definitiva y corregida por el autor que a cuarenta
años de estos sucesos revive aquellos días de reclamos y versiones discordantes, y admite que no
sabemos todo sobre el 2 de octubre de 1968. Adicionalmente, publica Otros días y otros años (2008), la
cual se presenta desde una visión actual y recapitulada de hechos rezagados. En ésta, el autor hace un
registro personal de un joven homosexual en prisión y sus esfuerzos por sobrevivir al encierro. Los
dilemas de este protagonista enmarcan en el testimonio de un narrador esperanzado en los momentos
de juventud y libertad, que le ofrecen una vida según sus deseos y elecciones sexuales.
Estas obras marcan la importancia sobre el tema del 68 y su ponderada trascendencia que no se escapa
de la memoria de los ciudadanos. A cuarenta años de esta tragedia, el escritor Carlos Monsiváis señala
que “el 68 fue un movimiento de masas contra el autoritarismo, en favor de los derechos humanos y
una búsqueda organizativa de lo que después se llamará sociedad civil” (Jiménez 1). El diario mexicano
La Jornada (2008) menciona en relación con el cuarenta aniversario de este acontecer histórico que
“[en] Monterrey, Nuevo León, grupos de activistas realizaron una manifestación de protesta frente al
monumento erigido hace 26 años en memoria del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, en el municipio de
Linares, por considerar que es una ‘vergüenza’ que haya en el estado una estatua para ‘honrar a un
asesino’, quien asumió la responsabilidad por la matanza de Tlatelolco en 1968” (1).
A partir del 68 nos encontramos con la formación de uno de los grupos que se expresan después de esta
tragedia. Dentro de esta misma lucha por la igualdad tenemos a la comunidad LGBTQ que hace oír su
palabra. De tal modo, en la obra titulada ¡Que se quede el infinito sin estrellas! (2001), su autor Antonio
Marquet lleva a cabo una amplia investigación sobre la comunidad homosexual en México y al respecto
sobre el activismo de grupos homosexuales de la época nos dice:
La cultura gay, tal como la conocemos actualmente, debe mucho al movimiento del 68 […] Las semillas
de la liberación gay/lésbica germinan muy temprano en México: se ha fijado legendaria y
arbitrariamente el 15 de agosto de 1971 como la fecha en que Nancy Cárdenas y otros intelectuales gay
mexicanos convocan a su alrededor a un decidido núcleo de gays y lesbianas para organizarse en base a
su preferencia sexual. Por primera vez en su vida los integrantes de aquel grupo (al que se le conoció
popularmente como el “gay”, por la influencia que tenía el Gay Liberation Front de Londres) discuten
abiertamente sobre lo que significa para ellos ser gay o lesbiana en un país de rancia tradición machista
y homofóbica. En esas reuniones se funda el Frente de Liberación Homosexual de México […] que es uno
de los precursores de la liberación gay en América Latina (15).
El movimiento del 68 fomenta las bases imperiosas de espontaneidad a los individuos en necesidad de
expresión. La salida del clóset de la comunidad genera un activismo que se exterioriza a través de las
formas expresivas de lo que conforma la cultura mexicana como es por ejemplo la literatura. Es un
coming out verbal que reclama su propia inserción dentro de la sociedad. De esta manera, nos
encontramos con la organización de este grupo que advierte de su presencia al resto de la nación, para
así poder reclamar sus derechos como el resto de los ciudadanos.
En México se forman organizaciones gay después de “la primera marcha del orgullo homosexual en
1979; las primeras formas de organización grupal surgieron en la década de los setenta: el Frente de
Liberación Homosexual (1971), el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (1978-1981); el Lamda
(1978-1984) […]” (Marquet 16). Según Claudia Schaeffer, “son las eufóricas experiencias de los años
setenta cuando grupos de liberación homosexual mexicana empiezan a florecer y cuando los jóvenes
acuden a la ciudad […]” (48).
En los años cincuenta y a principio de los sesenta, el sexismo y el juicio moral prevalecen fuertemente en
México. El efecto del catolicismo en la sexualidad y en particular en la homosexualidad, todavía define,
de cierta forma, las formaciones de identidad sexual (Pérez de Mendiola 117). Justamente, se puede
observar que en los años cincuenta, “la inscripción social y literaria de la homosexualidad en México es
ya un reto subversivo a estas instituciones” (Pérez de Mendiola 116). Una muestra es la publicación de
la novela Fabrizio Lupo (1953) de Carlo Cóccioli, que traza la imagen del homosexual que lucha contra la
condena religiosa.
Sin duda en los años cincuenta hay limitaciones escriturarias, pero durante las décadas de los años
sesenta y setenta se experimenta una transformación -en la nación- a través de las letras mexicanas,
donde las novelas de estas dos décadas son el testimonio de una época que está en la bifurcación de las
transformaciones discursivas. El articulista Mario Muñoz menciona al respecto: “Lo cierto es que hasta la
década del 60 comienza a aparecer las primeras novelas que abordan sin autocensura ni coerciones el
conflictivo ámbito de la homosexualidad” (25). Tenemos a los primeros ejemplos literarios que dan
testimonio de estos cambios en las letras mexicanas: El diario de José Toledo (1964) de Miguel
Barbachano Ponce y la novela 41 o el muchacho que soñaba en fantasmas (1964) de Paolo Po.
El crítico Luis Mario Schneider considera el texto de Barbachano Ponce como la primera novela de tema
homosexual por haber sido escrita en 1962, aunque publicada en 1964. En El diario de José Toledo se
traza una imagen poco positiva del homosexual. La historia del protagonista se desarrolla a través de
situaciones caóticas, donde el homosexual urbano tiene restringidas alternativas y no puede aspirar a
una posición próspera. En 41 o el muchacho que soñaba en fantasmas su personaje, nada alborotador,
más que en fantasmas se revela en un sinfín de idílicas fantasías. En la novela se narra la problemática
de ser homosexual en un ambiente un tanto religioso y que marca pocas dudas entre normalidad y
“anormalidad.” En ambas novelas los personajes por su homosexualidad son castigados con la muerte,
el suicidio o por las restricciones que plantea la religión.
Es al comienzo de esos años cuando se registra una proliferación de obras literarias en México de
temática homosexual. Según Antonio Marquet, “el ensayo pionero de Luis Mario Schneider da origen a
la investigación sobre la literatura gay. Este crítico divulga el ‘tema homosexual’ en 1977 a través de 16
novelas publicadas entre 1964 y 1977, desde El diario de José Toledo hasta Letargo de Bahía, corpus en
el que descubre una evolución que va de lo trágico a la risa” (89). Algunos de los títulos de estas 16
novelas son: Los inestables (1968) de Alberto X. Teruel; Cielo tormentoso (1972) de Carlos Valdemar; La
máscara de cristal (1973) de Genaro Solís; Mocambo (1976) de Alberto Dallal; El desconocido (1977) de
Raúl Rodríguez Cetina, entre otras.
La publicación de la novela, Los inestables (1968) de Alberto X. Teruel, (mismo año de la masacre de
Tlatelolco) contribuye y se adhiere al diálogo sobre el tema de la homosexualidad. En la novela, el
argumento del amor homosexual se mide por las frivolidades, por una falta de estabilidad emocional
(Schneider 196). Por otro lado, Cielo tormentoso (1972) de Carlos Valdemar, la historia se desarrolla en
un seminario católico, donde la relación amorosa de dos seminaristas (Víctor y Carlos) provoca polémica
y división de opiniones entre los dirigentes de la institución. Ante la represión de los sacerdotes los
seminaristas se ven obligados a fugarse, pero tras la malograda huida y la repentina muerte de Víctor,
Carlos se ve obligado a confesar su “pecado.” En la novela La máscara de cristal (1973) de Genaro Solís
para este autor: “el homosexual es un hombre como cualquier otro; incluso su valentía, la batalla que
libra para sostener su mundo, puede hacerlo más arrojado que el común” (Schneider 198).
Estas tres aportaciones literarias son consideradas por la crítica como novelas valiosas dentro de la
narrativa homosexual en el país por tratar el tema del personaje homosexual de este período desde
distintas perspectivas. Sin ignorar la fecha en que estos tres libros fueron impresos, hay otros autores
aparte de Teruel, Valdemar y Solís (ya anteriormente mencionados) que también se ven en la necesidad
de publicar bajo el seudónimo debido al tan censurado tema homosexual de su narrativa como es en el
caso del escritor Paolo Po. Estos autores demuestran su valentía al escribir sobre un tema tabú, que en
su momento era casi imposible de que la sociedad llegará a reconocer o valorar.
En Mocambo (1976) de Alberto Dallal la homosexualidad se presenta de manera tenue, temerosa e
inconsciente. Los protagonistas son incapaces de afirmar ese amor homosexual presente en sus vidas.
Dallal no presenta ni una relación frustrada ni la presencia única, solitaria y aceptable de la
homosexualidad (Schneider 199). El desconocido (1977) de Raúl Rodríguez Cetina introduce la vida de
un fichero. En esta novela se explora la belleza del joven homosexual, quien tiene la audacia de utilizar
este atributo para sobrevivir y avanzar en la sociedad.
Precisamente, por medio de las novelas se fomenta un cierto cambio en la representación del personaje
homosexual dentro de las letras mexicanas, que van encadenados con los movimientos sociales que
acontecen en la época. Anteriormente los personajes homosexuales en los relatos no eran examinados
detenidamente o eran castigados por la sociedad, ya sea a través de la cárcel o la muerte misma.
Schneider señala que “[…] la literatura homosexual en México tiene tradición pero nunca como en estos
años había aparecido un buen número de obras sobre el tema. Ello se debe fundamentalmente a que en
cierta forma la sociedad acepta, comprende o es menos violenta frente a una concepción de la vida que
antes era tabú” (71). Igualmente, Rosa María Acero menciona que “[…] hasta principios del siglo veinte,
en muchos países el tratamiento abierto del tema, o la presencia de un personaje homosexual en la
literatura, fueron tabú” (84).
Además, esta creciente selección de obras tiene una conexión directa con el movimiento estudiantil del
68, pues las diferentes organizaciones de homosexuales que se crean en este momento se abren a una
nueva búsqueda de diálogo que se basa en su propia preferencia sexual, al igual que en las novelas de
estos años. Se puede declarar que el hecho de que la novela Después de todo (1969) de José Ceballos
Maldonado y otros textos de la época sean publicados es un adelanto para la discusión de temas sobre
la homosexualidad, y a la vez abre un espacio de otras voces literarias diferentes a las canónicas (Paz,
Fuentes y Rulfo por sólo mencionar algunos).
A partir de los años setenta, diez años después de la masacre del 68, hay todo un cambio que toma
presencia en México: la revolución sexual que empieza en los años sesenta y continúa en los años
setenta misma década del movimiento feminista abre el camino a cambios de comportamiento
(Monsiváis 174). Localmente, el movimiento feminista mexicano, constituido por mujeres de los
sectores medios universitarios, se alzó contra la desigualdad y la falta de oportunidades que el género
femenino sufría dentro del país (Lau 14-5). La mujer lucha por no ser restringida a los espacios privados
(el hogar) y tener una mayor visibilidad en la esfera pública. El feminismo no sólo aboga por la mujer,
sino también apoya los derechos de las y los homosexuales. El movimiento feminista se adhiere a la
serie de discursos que brotan después del 68, y que luchan por la igualdad del ser humano.
A nivel global, la liberación sexual también tuvo como efecto, durante el último cuarto del siglo XX, el
debilitamiento de las restricciones que pesaban sobre las prácticas homosexuales en las sociedades
occidentales. A pesar de que la condición de quienes las practicaban siguiera considerándose marginal,
la conciencia de una nueva identidad facilitaba reivindicaciones de grupo frente al resto de la sociedad
(Ariès 103). En este sentido, la apropiación de la identidad gay en la Ciudad de México habría de estar
relacionada con el estrechamiento de los lazos que unían a México con su vecino del norte (Cantú 146).
En la segunda mitad de la década de 1970, comenzó una lucha entre estas representaciones, definidas
como “tradicionales” –esto es, anteriores al modelo gay de organizar los encuentros homosexuales-, y
otras, pensadas como ‘modernas’ y asociadas a una identidad social específica: la identidad gay
(Laguarda 64). Debido al carácter despectivo, las expresiones regularmente utilizadas para referirse a
quienes el siglo XX otorgó el vocablo de homosexuales, se han usado para denigrar a quienes son parte
de ese grupo. El término gay, por su parte, implica la reorganización de las jerarquías sexuales (64).
De esta forma, vemos una evolución de la comunidad homosexual dentro de la literatura mexicana. Una
muestra es la publicación en 1979 de la novela de Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma, que trata
del testimonio de un personaje homosexual y sus dilemas existenciales en la capital mexicana. Esta
novela da la pauta a seguir para formalizar lo que andando el tiempo llegaría a constituirse en una
auténtica literatura gay (Muñoz 26). El vampiro de la colonia Roma es la historia de un personaje
homosexual llamado Adonis, quien emigra de la provincia a la Ciudad de México en busca de
prosperidad y un espacio donde poder subsistir. El vampiro urbano se dedica a la prostitución en los
bajos fondos y submundos de la Ciudad de México. El extenso soliloquio de este sexoservidor tiene una
mirada retrospectiva que narra con minucioso detalle todas sus aventuras, las cuales terminan siempre
en desventuras.
Zapata utiliza el lenguaje coloquial como uno de los medios de expresión del protagonista para describir
el mundo y la situación en la que coexiste con éste. En la obra se puede observar “[l]a aparente
transcripción fiel del lenguaje, más que un modo de discurso típico, podría percibirse como un
subcódigo de la lengua nacional (porque se hace referencia a un lenguaje particular), se hace patente las
huellas de la narrativa de la Onda” (Cortázar 63). El movimiento de la Onda es uno de los vestigios de la
época que se evidencia a través de la literatura, sobre todo por la sublevación ante el convencionalismo
cultivado en la sociedad. En esta corriente se expone la rebeldía del joven al romper con las reglas del
buen decir puesto que diferir del modo general de hablar es tratar de no ser como los demás, es salirse
de las leyes y el orden que establecen un lenguaje común (Chiu-Olivares 14-5). De tal forma la
importancia del lenguaje empleado en las novelas de “la Onda” se transforma en un elemento
innegable. Es éste el más obvio símbolo de distinción del grupo (lenguaje anti literario).
A manera de conclusión, el 68 (de carácter socio literario) se presenta como una manifestación de los
ciudadanos que se adjunta al resto de los cambios sociales que se dan en la época. Cabe recalcar que
este movimiento se registra como un hecho histórico fundamental que cambia la visión/existencia de los
habitantes de la nación mexicana. La manifestación de la comunidad LGBTQ por medio de la literatura
ratifica su importancia y la transformación que se genera en la sociedad. Tomando en cuenta el período
de cambio en que se escriben estas novelas, podemos ver que aunque están situadas en diferentes
décadas de movimientos de cambio cultural tienen que sobrepasar las adversidades y sobre todo por la
homofobia de la cultura y la literatura nacional. Esta salida verbal del clóset se expresa en la literatura
como una toma de la palabra, que a la vez se apodera de los sitios públicos (visibilidad) antes negados a
la comunidad LGBTQ por la sociedad heterosexual.
Obras Citadas
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