38 San Lorenzo Diario del AltoAragón - Domingo, 10 de agosto de 2014 De donde quiero hablar de Jaca y acabo hablando del cementerio de Huesca Feliciano LLANAS VÁZQUEZ Presidente de la Asociación Conde de Aranda ASTA la década de los años setenta del siglo XX Jaca era un pintoresco paraje pirenaico impregnado de un cierto aroma militar por su condición estratégica al pie del paso fronterizo del Somport. Uno de los más importantes hitos de su reciente historia fue albergar la famosa Sublevación de Jaca, pronunciamiento producido en las postrimerías de la dictadura de don Miguel Primo de Rivera el 12 de diciembre de 1930, que ha sido considerado por los feligreses de la causa republicana como el pistoletazo, nunca mejor dicho, de salida de los acontecimientos que culminarían cuatro meses más tarde con la proclamación en España de la II República. La asonada se cobró la vida del general Manuel de las Heras, quien se desplazó desde Huesca a sofocar la rebelión en un taxi conducido por Teodoro Lapiedra, apodado el mantecas por su extrema delgadez, y la de los capitanes sublevados Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, quienes fueron fusilados después de sufrir un riguroso consejo de guerra. Galán y García Hernández fueron elevados a la dignidad de mártires por República, si bien a García Hernández se le consideró un poco menos mártir por haber muerto en el seno de la Iglesia Católica. Desde toda España llegaban a Huesca en laica peregrinación autobuses repletos de entusiastas republicanos portando banderas tricolores, barretinas y gorros frigios, incluso había niñas vestidas de república. Se hicieron homenajes, se rodó una película, en la que para mayor realismo intervino el mismo Mantecas haciendo su propio papel de taxista. Tanto en Jaca como en Huesca se pensó en erigir un monumento en honor a los Mártires de la Libertad. Ramón Acín llegó a presentar al consistorio oscense tres proyectos, pero no fraguó ninguno, pues el concejal monárquico José María Lacasa, como es de suponer poco afecto a la causa, desarrolló una sagaz política que consistía en dilatar la decisión desechando todos los proyectos presentados por no tener la grandeza y la dignidad que la memoria de tales héroes merecía. Emilio Casanova, alma de la fundación Acín, me ha facilitado además de las fotos que ilustran este artículo, una carta abierta al Diario de Huesca, donde Ramón Acín da cuenta de su hastío por las dificultades que el Ayuntamiento pone a la construcción del monumento y anuncia su renuncia al proyecto. Acaba la carta: Ramón Acín junto con su alumno Francisco Alcázar, durante la creación del monumento “De la mayoría del actual Concejo no acepto ni el saludo, dejando bien sentado que no se me escapa habrán de dar a esta actitud mía la poca importancia que yo le doy”. El destino quiso que los tres protagonistas de la sublevación fueran sepultados en el nuevo cementerio de Huesca situado en la carretera de Zaragoza, si bien separados por el tapial que distinguía el cementerio civil del católico. Tuve conocimiento de estas circunstancias en los albores del tardofranquismo, tendría yo once o doce años de edad, mi padre, José Antonio Llanas Almudebar, se estrenaba como concejal del Ayuntamiento de Huesca. Nada allegado a la Falange ya que había hecho la guerra como Requeté, fue relegado a la concejalía de menos Maqueta del monumento a Los Mártires de la Libertad realizada por Ramón Acín para la ciudad de Jaca La tumba de Galán era motivo de peregrinación sobre todo de republicanos catalanes que volvían de su exilio en Francia fuste en ese momento: Parques y Jardines. Cuando mi padre se hizo cargo del parque y del cementerio municipal presentaban un estado lamentable, y fue precisamente su magnífica gestión al frente de esta concejalía lo que le valió un meteórico reconocimiento popular que se tradujo en la adquisición de un importante peso político que le permitió frecuentar durante casi treinta años la casa consistorial y a la postre prestar su nombre a una calle de la ciudad. Si el cementerio católico, que era el fetén, presentaba una situación lamentable, no hay que ser un lince para imaginar la catastrófica situación en la que se encontraba el civil, y sobre todo la tumba de Galán en las que todavía eran patentes las huellas de una profanación sufrida unos pocos días antes del alzamiento del 18 de julio. En una de sus primeras actuaciones como Concejal de Cementerios mi padre restauró las tumbas de los héroes republicanos devolviéndoles su antigua dignidad. Recuerdo una mañana en la que se presentaron en la Farmacia Llanas unos descendientes de García Hernández para agradecer el cuidado de la sepultura de su tío, la visita fue breve, pero muy emotiva. Cuando mis odiadas obligaciones escolares me lo permitían me encantaba acompañar a mi padre en su vespertina revista al Parque Miguel Servet, después junto con Luis Usón, Jardinero Mayor del Ayuntamiento de Huesca, nos dirigíamos en su furgoneta Renault 4L, que lucía en sus lomos el publicitario rótulo de Flores Usón, al cementerio. En la puerta de la necrópolis nos esperaba el conserje, Carlos Casales. El parte diario que nos participaba el diligente Casales era muy variopinto y si lo hubiéramos transcrito en su integridad hubiera dado para una antología sobre la materia que habría dejado como meros diletantes a los autores egipcios del Peri Em Heru o Libro de los Muertos. Una tarde al pasar por delante del mausoleo del general Lasheras le dijo mi padre: “Señor Casales, usted se debería hacer un mausoleo tan magnífico como éste”. Casales respondió sin dudar: “Ni hablar. Yo me enterraré en un nicho, porque si es verdad eso que dicen que se resucita para el Juicio Final, pues… En un nicho das una patada a la lápida y ya estás fuera”. Apostilló señalando la colosal piedra que cerraba la tumba del General Lasheras: “Qué me jodan si éste es capaz de levantar la piedra para salir de allí abajo”. En otra ocasión nos relató cómo un nuevo enterrador, funcionario municipal al que se había degradado a ese puesto como castigo por su recalcitrante dipsomanía, debido a su estado de manifiesta ebriedad se había precipitado dentro de la fosa con el muerto en pleno responso. Mi padre exclamó enfadado: “¡Eso es intolerable!”, a lo que Casales respondió con total naturalidad: “No se preocupe señor Llanas, el entierro era de Tobías”. El conserje se refería a la católica cofradía que siguiendo las pías enseñanzas del Libro de Tobías daba cristiana y gratuita sepultura a los indigentes. El perímetro del camposanto oscense, un gran rectángulo, está delimitado por nichos construidos en altura que como robusta muralla defienden las sepulturas en tierra, la capilla es muy pequeñita y preside la parcela más antigua del cementerio que data de finales del siglo XIX, y aunque escasamente existen algunos panteones de cierta talla artística, era la parte por la que más me gustaba pasear. La lectura de las lápidas me producía una morbosa curiosidad. No recuerdo epitafios relevantes, salvo el de Don Pablo Lacambra, que me llamó especialmente la atención, pues en mi infancia los asuntos constitucionales sonaban realmente exóticos. Lo reproduzco con su ortografía original: Aquí yace D. Pablo Lacambra y Lopez: adicto y constante partidario de la Constitución de 1812, murió el 28 de Junio de 1860, a la edad de 61 años. Jamás olbidaran tus hijos Los mandatos y consejos que les diste Porque tienen sus pensamientos fijos En este sepulcro donde tu cuerpo exi (un desconchón no permitía leer más) La tumba de Galán era motivo de peregrinación sobre todo de republicanos catalanes que volvían de su exilio en Francia. Las visitas se hacían con naturalidad, pero con alguna discreción pues todavía vivía don Francisco. Estaba Casales dando la novedad de la última visita, que había resultado ser bastante tormentosa, pues los peregrinos laicos habían organizado un buen escándalo profiriendo horribles blasfemias a voz en grito, cuando mi padre le dijo: “Supongo Casales, que usted habrá puesto orden”. A lo que Casales respondió sin inmutarse: “La verdad es que no les he dicho nada, a fin de cuentas blasfemaban en el cementerio civil…”