Doctor Hinestrosa, doña Consuelo, Señores miembros del Consejo Directivo de la Universidad, doctora Martha Hinestrosa, Secretaria General, señores decanos, profesores, funcionarios, amigos todos. Sólo la inmensa generosidad del doctor Hinestrosa me motivó para comparecer aquí en el día de hoy, generosidad que se ha extendido a sus anteriores palabras, de las cuales no me considero acreedor pleno. Por temperamento he sido ajeno a esta clase de actos, y por ello mi presencia aquí no obedece a mi deseo por recibir este cálido tributo, inmerecido del todo, sino en esencia por encontrar la oportunidad para expresar mi profundo y sincero agradecimiento a la Universidad y a cada uno de Uds., por haberme permitido servir la magnífica causa del Externado de Colombia, pues cualquier contribución de mi parte como Secretario General no fue un logro personal, sino el resultado del trabajo devoto y dedicado de todo el cuerpo universitario, funcionarios, estudiantes, profesores y directivos. De todos ellos, de todos Uds., recibí siempre actos de colaboración, voces de apoyo, sabios consejos y múltiples enseñanzas. Doctor Fernando, no he logrado encontrar hasta hoy un vocablo en lengua castellana que me permita expresarle la magnitud de mi sentimiento de gratitud, y creo que si llegare a encontrarlo de todas manera resultaría insuficiente para ello. Son innumerables las razones para esta expresión, Ud. bien las conoce, pero dentro de todas ellas quiero destacar especialmente dos: Su Confianza, y el haberme permito aprender con su ejemplo de vida, pero no solo como jurista, sino ante de todo, como ser humano. El temple de su carácter ha sido y será uno de mis más preciados paradigmas. Hoy puedo decirle a Ud. y a la Universidad, que me asiste la convicción absoluta de haber honrado la promesa que formulé el día 1 de mi posesión, pues en ninguno de los actos que ejecuté como Secretario General menosprecié el supremo interés de la Universidad. Fueron catorce años extraordinarios par mí, de los cuales únicamente conservo buenas remembranzas y cientos de anécdotas. Probablemente doctor Fernando no he sido el mejor de sus discípulos, pero si he sido uno de los pocos que desarrolló cierta capacidad para interpretarlo, pese a lo cual nunca garanticé a terceros traducciones fidedignas. En este punto quiero decirle, que incluso llegué a experimentar en varias ocasiones la sensación de nuestra comunicación en silencio. Cuando hace casi dos años le expuse a Ud., doctor Fernando, mi deseo de cumplir con el viejo anhelo de adelantar una maestría en el exterior, conté de inmediato con su respaldo, definitivo para iniciar lo que sin duda alguna era una aventura, pero una aventura para la cual conté también con la mejor tripulación a la que puede aspirar un expedicionario: La familia, en este caso mi esposa y mis hijos, pero ante todo ella, Marcela, a quien debo el impulso diario, y la inspiración permanente para alcanzar los objetivos propuestos. De regreso, los sueños y las ilusiones me movieron a la apertura de nuevos capítulos en mi vida, que Ud., como Rector y Maestro, comprendió plenamente, y en razón de ello convinimos mi reincorporación sólo a la docencia, como Profesor del Externado, condición que me regocija intensamente y que constituye uno de mis más caros orgullos. Para finalizar sólo puedo mencionar la palabra gracias destinada a cada uno de Uds., gracias por todo, pero especialmente por el obsequio de su presencia. 2